Y aquí será conveniente | |
y aun
es necesario y lógico | |
no dar minuciosamente | |
todo
un árbol genealógico | |
de la estirpe de esta
gente; | |
sino los más perentorios
| |
pormenores y accesorios | |
de la que anda en mi leyenda,
| |
para que el lector comprenda | |
quiénes son tantos
Tenorios. | |
Y aunque no es costumbre buena
| |
de escritor, y aun es ajena | |
de la hidalguía española,
| |
dejar a una dama sola | |
así en mitad de la escena;
| |
como no se ha de acostar | |
a sus cuñados
sin ver, | |
y éstos tienen que tardar, | |
de don César
por tener | |
las heridas que curar: | |
y
como, aunque son muy diestros | |
y apretaron bien los puños,
| |
parece que ambos concuños | |
tropezaron con maestros
| |
y están llenos de rasguños, | |
es
claro que no han de ir | |
a la hermosa dama a ver | |
sin vendarse
y sin oír | |
del doctor el parecer | |
sobre el expuesto
a morir. | |
Pues aquí forzosamente
| |
todos tienen que aguardar | |
y el lector por consiguiente,
| |
para que no se impaciente, | |
de algo al lector le he de
hablar. | |
Conque hablemos de esta gente
| |
a uno de cuyo solar | |
sacó a luz posteriormente
| |
por lo impío y lo valiente | |
la leyenda popular.
| |
El jefe de esta familia, | |
de
cuatro hermanos compuesta, | |
lidiaba al comenzar ésta
| |
por Aragón en Sicilia. | |
Nietos
de Alfonso Tenorio, | |
sobrino del nunca quedo | |
arzobispo
de Toledo | |
don Pedro: hijos de Gregorio | |
y
doña Leonor García, | |
hechos por ella parientes
| |
de Manriques y Cifuentes, | |
lo mejor de Andalucía,
| |
estos Tenorios hermanos, | |
desde medio
siglo atrás, | |
eran unos de los más | |
opulentos
sevillanos. | |
Su bisabuelo, el leal | |
maestresala
y copero | |
de Don Pedro el justiciero, | |
fundó esta
casa: y caudal | |
les dejó en Tuy
y Estremoz | |
don Pedro obispo de Tuy, | |
trasladado desde
allí | |
a obispo de Badajoz. | |
Quedaban
del rey aquel, | |
a quien el pobre y pechero | |
llamaron el
Justiciero | |
y el clero y nobleza el Cruel, | |
la
memoria y tradiciones | |
y los odios mal dormidos | |
de los
nietos de los idos | |
con él en los corazones: | |
lo
mismo gente de espada | |
que gente de jubón pardo,
| |
con la raza del bastardo | |
aún no bien acomodada.
| |
Muchos de aquel rey parciales, | |
vueltos
al fin de un destierro | |
o salidos de un encierro | |
do fueron
a él por leales, | |
a sus hijos inculcaron
| |
su odio por los enriqueños, | |
y entre grandes y
pequeños | |
mucho estos odios duraron: | |
y
sábese cuánto auxilia | |
a fomentar en las razas
| |
los odios y malas trazas | |
la tradición de familia.
| |
De ésta el tronco y primer rama
| |
fue aquel don Jofre Tenorio | |
que con valor tan notorio
| |
y digno de mejor fama | |
se hizo por el
agareno | |
en el mar de Gibraltar | |
desesperado matar | |
en
tiempo de Alfonso onceno. | |
El de Tuy y
sus herederos, | |
nuestros Tenorios actuales, | |
a la tradición
leales | |
de los Tenorios primeros, | |
tachándoles
de bajeza | |
se separaron bravíos | |
del partido de
sus tíos, | |
que a doblegar la cabeza | |
fueron
ante los Guzmanes, | |
como apellidaban ellos | |
a los nacidos
de aquellos | |
alfonsioncenos desmanes: | |
y
en lengua y ley castellana | |
los de Leonor de Guzmán
| |
nunca otra cosa serán | |
que hijos de una barragana.
| |
Mis Tenorios, retraídos | |
en su
abolengo solar, | |
no volvieron a tratar | |
con los a Castilla
idos: | |
rehusando hasta aquel día
| |
sus servicios más pequeños | |
a los reyes
enriqueños | |
manchados de bastardía. | |
Para
ellos los Trastamaras, | |
bastardos y usurpadores, | |
ni aun
eran merecedores | |
de ver de frente sus caras: | |
y,
cual si en suelo extranjero | |
fuesen, tenían a gloria
| |
el traer ejecutoria | |
del rey Don Pedro primero: | |
y
aun debajo de un dosel | |
en un salón principal | |
tenían
el busto real | |
del traicionado en Montiel. | |
Su
casa solar gozaba | |
vacío en torno de un trecho, | |
y era un edificio hecho | |
a manera de alcazaba. | |
Su
historia era muy sencilla: | |
gran caserón a un convento
| |
anejo, vínole a cuento | |
a Don Pedro de Castilla,
| |
y rey a quien nunca el clero | |
vio propicio
ni indulgente, | |
no fue nunca deferente | |
tampoco el rey
con el clero. | |
Los frailes de San Francisco,
| |
millonarios mendicantes, | |
por órdenes apremiantes
| |
vendieron la casa al fisco: | |
y Don Pedro
el Justiciero, | |
al satisfacer su antojo, | |
probó
que no era despojo, | |
sino venta, y dio el dinero: | |
y
en la escritura al echar | |
su firma, corrió su pluma
| |
por debajo de la suma | |
sin leer, ver ni sumar: | |
y
el padre procurador | |
aprovechó el buen momento | |
del rey, para su convento | |
sacando suma mayor. | |
Quedó,
pues, todo legal, | |
del convento en pro la venta, | |
y el
rey hizo por su cuenta | |
embellecer el local. | |
De
aquel caserón enorme | |
sin mudar nada en el plano,
| |
le dio un aire soberano | |
con su nuevo ser conforme. | |
Labró sus cuatro fachadas | |
cargándolas
de blasones; | |
puertas festonó y balcones | |
con labores
extremadas; | |
niveló todos sus pisos;
| |
hizo estucar sus retretes, | |
salones y gabinetes, | |
alicatando
los frisos: | |
ensambló y talló
sus techos, | |
y cuando encontró a su gusto | |
de aquel
caserón vetusto | |
los trabajos en él hechos,
| |
y en palacio convertido, | |
el rey Don
Pedro primero | |
se lo donó a su copero | |
por lo que
le había servido: | |
por cuya cédula
real, | |
con todos sus accesorios, | |
por solar de los Tenorios
| |
quedó el edificio tal. | |
Y aquel
rey galanteador | |
y nocturno aventurero | |
solía a
su buen copero | |
fiar sus lances de amor: | |
y
en su tiempo se decía | |
que por un paso secreto | |
de noche con tal objeto | |
allí Don Pedro venía.
| |
Después de él muerto, se
dijo | |
que había en la casa duende: | |
que el vulgo
en todo pretende | |
que haya asombro o escondrijo. | |
¡Pobre
Don Pedro primero! | |
Desque a traición fue vencido,
| |
siempre el vulgo mal creído | |
le ha traído
al retortero. | |
Los frailes, que el duende
husmearon, | |
por lo que en el porvenir | |
pudiera un duende
influir, | |
lo del duende propalaron; | |
dando
a entender a la gente | |
que casa que de un convento | |
se
segrega es aposento | |
del diablo; y por consiguiente, | |
mientras
la casa no vuelva | |
de los frailes a poder, | |
del diablo
no hay que creer | |
que a dejarla se resuelva. | |
He
aquí de lo que proceden | |
todas esas tradiciones | |
en que anda el diablo, en naciones | |
en que aún diablos
andar pueden. | |
«Doquier que el diablo
entra en baile, | |
decía un sabio alemán, | |
frailes hay:» de ahí el refrán | |
de «el diablo
se metió fraile.» | |
La sola dificultad
| |
que aquella donación tuvo | |
al hacerse, y en lo
que hubo | |
por cierto fatalidad, | |
fue
que eran cofundadores | |
los Ulloas del convento, | |
y pleito
hubieron intento | |
de armar a los compradores; | |
mas
dada opinión legal | |
por tribunal competente, | |
quedó
probado y patente | |
que iban los Ulloas mal. | |
Inde
ira: de aquí empeños | |
hijos del odio a ojos
vistas: | |
los Tenorios son pedristas, | |
los Ulloas enriqueños.
| |
Mas un siglo transcurrido | |
y con él
cuatro reinados, | |
los odios, si no acabados, | |
casi estaban
en olvido: | |
si al fin no hiciera el demonio,
| |
de todos con vilipendio, | |
que volviera aquel incendio
| |
a avivar un matrimonio. | |
El jefe de
la familia, | |
don Gil, a quien fue preciso | |
por personal
compromiso | |
ir contra Francia a Sicilia, | |
tiene
una mujer tan bella | |
como joven, que ha dejado | |
de los
otros al cuidado, | |
pero sin poder sobre ella. | |
Esta
hermosísima dama, | |
que es la dama del balcón,
| |
casó con una pasión | |
por otro hombre, según
fama. | |
Su padre don Luis Mejía,
| |
¡mala fe indigna de loa!, | |
prometido se la había
| |
y se la negó a un Ulloa. | |
Don
Gil Tenorio, que era hombre | |
de cuarenta años y viudo,
| |
con un hijo ya talludo, | |
bravo y digno de su nombre: | |
don Gil, que se había casado | |
sin amor, mas que había sido | |
un excelente marido
| |
sólo por razón de estado, | |
se
puede bien suponer | |
que no tuvo pretensión | |
de inspirar
una pasión | |
amorosa a una mujer: | |
así
que no se entretuvo | |
en andarse de rebozo | |
rondándola
como un mozo; | |
pero la desgracia tuvo | |
de
apercibirse un buen día | |
de que a sus años
cuarenta | |
tiene una pasión violenta | |
por la Beatriz
Mejía. | |
Alguien lo podrá
ignorar | |
pero una pasión primera | |
a cuarenta años
es fiera | |
muy difícil de domar: | |
y
era la Beatriz mujer | |
cuyo infernal incentivo | |
bien podía
un volcán vivo | |
en cualquier alma encender. | |
Don
Gil creyó como un niño | |
que a aquella extraña
Beatriz | |
podría fiel y feliz | |
hacer al fin su cariño:
| |
y ciego por su pasión, | |
no pudo
o no quiso ver | |
lo que ocultar tal mujer | |
podía
en su corazón; | |
puesto que alma
de infundir | |
capaz tan fieras pasiones, | |
está siempre
en condiciones | |
de dar y de recibir. | |
Oriundos
de Portugal | |
en Sevilla, los de Ulloa | |
tenían aún
en Lisboa | |
solar de mucho caudal, | |
y
unidos por intereses | |
y por cariño de hermanos, | |
ir suelen los sevillanos | |
y venir los portugueses. | |
Su
ausencia de la ciudad | |
don Luis Mejía en su pro | |
aprovechando, abusó | |
de su patria potestad. | |
Mejía
era un cordobés | |
de corazón insensible | |
y
alma tenaz, asequible | |
nada más que a su interés:
| |
y el entrar en reflexiones | |
con padre
tal fuera en vano, | |
pues dice, padre tirano, | |
«contra un
padre no hay razones.» | |
Beatriz, pues,
o resignada | |
o con honda hipocresía, | |
al altar fue
como iría | |
la mujer mejor casada, | |
y
el ojo más avizor | |
no halló el más
mínimo indicio | |
que revelara artificio | |
ni pensamiento
traidor. | |
Nunca el más mínimo
gesto | |
de disgusto ni impaciencia | |
mostró que algo
en su existencia | |
le fuera arduo ni molesto. | |
Tranquila
siempre y risueña, | |
afable siempre y gentil, | |
cada
día de don Gil | |
más amada fue y más
dueña. | |
De tres una hubo de ser:
| |
o alma de grande energía | |
a cumplir se resolvía
| |
como santa su deber; | |
o fría,
incapaz y extraña | |
de noble y voraz pasión,
| |
sólo la hace el corazón | |
el oficio de una
entraña; | |
o monstruo de hipocresía,
| |
aborto de ogro y sirena, | |
su pecho de hurí envenena
| |
el corazón de una harpía. | |
Pero
tal vez presunción | |
de don César es sólo
esta, | |
pues aún prueba manifiesta | |
no hay de tal
suposición. | |
Don Gil no la puso
tasa | |
ni coto a nada, y sumisa | |
sin bajeza, sólo
a misa | |
salió con él de su casa. | |
Saraos
no ansió ni festines, | |
y de bondad cierto indicio,
| |
distracciones y ejercicio | |
buscó sólo en
sus jardines. | |
«Tu palacio es para mí
| |
el mundo todo; y si quieres | |
darme fiestas y placeres,
| |
procúramelos aquí,» | |
dijo
a don Gil una vez | |
que él la propuso salir | |
al mundo
y en él vivir | |
con lujo y esplendidez; | |
y
cuando llegó el momento | |
de que él partiera
a Sicilia | |
dijo: «Sólo a tu familia | |
recibiré
en mi aposento. | |
»Pero hazme, Gil, un
favor: | |
que no tenga yo en tu ausencia | |
que soportar dependencia:
| |
sólo tú eres mi señor. | |
»Déjame
con tus hermanos, | |
pero déjame sin tasa | |
la libertad
en mi casa; | |
no se me tornen tiranos.» | |
La
demanda pareció | |
tan justa a don Gil, que dicho | |
dejó al partir que a capricho | |
suyo viviera, y vivió.
| |
Nadie coartó su antojo: | |
sólo
don César se había | |
emperrado en la manía
| |
de no quitar de ella el ojo. | |
Pero aquí
estuvo su mal: | |
porque a fuerza de mirarla | |
tuvo por fuerza
que hallarla | |
de hermosura sin igual. | |
Secretos
del corazón, | |
que es de misterios un nido: | |
don
César se halló cogido | |
en la red de su atracción.
| |
Aquella mujer sagaz, | |
comprendiendo
que era el solo | |
que en ella husmeaba dolo | |
y que era astuto
y tenaz, | |
desplegó tal artificio
| |
siempre en su trato con él, | |
le dio a gustar tanta
miel, | |
que fue su arte maleficio. | |
Don
César con gran recato | |
e infinita precaución
| |
obró: pero era el ratón | |
entre las uñas
del gato. | |
Aquella infernal mujer | |
de
diabólico atractivo | |
le probó de su incentivo
| |
el diabólico poder. | |
Le mareó
de tal manera | |
que hubo al fin de comprender | |
que entre
él y aquella mujer | |
él el más fuerte
no era. | |
Don César era hombre fiero
| |
y de su deber esclavo | |
y hombre de llevar a cabo | |
su
deber de caballero: | |
así es que
a la sola idea | |
de la posibilidad | |
de sentir en realidad
| |
pasión de adulterio rea, | |
su
honradez se rebelaba; | |
mas por su afán hecho espía
| |
de tal mujer, no sabía | |
y si la odiaba o la adoraba.
| |
Producía en él su vista,
| |
su trato y conversación | |
una infernal sensación
| |
de odio y de embeleso mixta. | |
Cual pájaro
fascinado | |
por hálito de serpiente, | |
como náufrago
arrastrado | |
por vorágine potente, | |
don
César no se podía | |
de aquel encanto apartar
| |
y buscaba sin cesar | |
su riesgo en su compañía.
| |
¡Siempre esperando tenaz | |
sorprender
un leve indicio | |
de su condición falaz, | |
y siempre
del artificio | |
de aquella mujer sagaz
| |
envuelto en el maleficio, | |
de arrastrarla a precipicio
| |
cada vez más incapaz! | |
Un día,
estando con él | |
en su gabinete a solas, | |
él
luchando entre las olas | |
de su incertidumbre cruel, | |
cierto
de su mal obrar, | |
deseando concluir | |
y del dédalo
salir | |
en que se había ido a enredar, | |
por
impaciencia, despecho | |
o confianza arrastrado, | |
la habló
del tiempo pasado: | |
¡nunca tal hubiera hecho! | |
Ella,
con una sonrisa | |
del desprecio más supremo, | |
retirándose
a un extremo | |
del salón, llamó con prisa:
| |
y al presentarse azorados | |
dos pajes
del aposento | |
al umbral, dijo: «Al momento | |
que vengan
mis dos cuñados.» | |
Quedó
don César absorto: | |
mas aún esperó
un instante | |
que le sacara triunfante | |
ella de ira en un
aborto; | |
mas conocíala mal, | |
porque
a sus hermanos dijo, | |
teniendo su ojo en él fijo,
| |
con el aire más glacial: | |
«Llevaos
a ese atrevido; | |
que no vuelva solo aquí, | |
y decidle
ambos por mí | |
que Gil solo es mi marido.» | |
Y
sin más explicación | |
la espalda, altiva, tornándoles,
| |
salió del cuarto dejándoles | |
en la mayor
confusión. | |
La piedra estaba tirada:
| |
y piedra y palabra sueltas, | |
nadie sabe cuántas
vueltas | |
dan ni dónde hacen parada; | |
y
fue un tiro tan feliz | |
como justo de calibre: | |
desde entonces
se vio libre | |
de don César Beatriz. | |
Y
de tal delicadeza | |
siendo y riesgo tal asunto, | |
nadie de
tocar tal punto | |
tuvo después la torpeza. | |
Ellos,
a don Gil su hermano | |
por no ofender sin motivo | |
evidente
y positivo, | |
nunca la van a la mano. | |
Ni
hay en su conducta tacha: | |
pues, caprichosa tal vez, | |
muestra
a veces candidez | |
y caprichos de muchacha. | |
Libre,
sola y asistida | |
por personal servidumbre, | |
llevó
a su antojo y costumbre | |
aislada, excéntrica vida.
| |
Y por más que de ella se hable,
| |
por mal que de ella se crea, | |
por más extraña
que sea, | |
nada en tal vida hay culpable. | |
En
labores se la pasa | |
y jamás la calle pisa; | |
jamás
sale de su casa | |
más que a San Francisco a misa.
| |
Y cuando va, va en litera | |
y de servidumbre
tanta | |
seguida, que ni una infanta | |
mejor asistida fuera.
| |
Y en cuatro reclinatorios | |
cercanos
al presbiterio | |
asiste al santo misterio | |
siempre con los
tres Tenorios. | |
Ni hace ni admite visitas:
| |
en el piso medio mora | |
del palacio, cual señora
| |
sin deseos y sin cuitas. | |
Mas mujer
en quien concurren | |
extremosas circunstancias, | |
los días
que en sus estancias | |
sola pasa, no la aburren. | |
Con
sus doncellas trabaja | |
de extrema delicadeza | |
en labores;
cada pieza | |
es una artística alhaja | |
y
hace de ellas cada día | |
don al convento contiguo
| |
como han hecho en tiempo antiguo | |
damas de su jerarquía.
| |
Miniadora incomparable | |
en vitela y
pergamino, | |
ilumina con gran tino | |
algún códice
notable. | |
Diestra en cantar y tañer,
| |
de ruiseñor con garganta, | |
como el ruiseñor
encanta | |
cuando canta por placer. | |
En
el trovar entendida, | |
de Santillana y de Mena | |
copia de
errores ajena | |
posee, de ellos hecha en vida. | |
Y
sabiendo de memoria | |
a Viana y Jorge Manrique, | |
cuando
hay quien se lo suplique | |
recita que es una gloria. | |
Quien
tales recursos tiene | |
en sí misma, se concibe | |
como
en el retiro vive | |
y en su casa se entretiene. | |
A
más de que, no aceptando | |
dominio ni dictadura, | |
caprichosa se procura | |
festejos de cuando en cuando. | |
No da saraos ni festines: | |
mas gusta de
adivinanzas | |
y de suertes y de danzas | |
de zahorís
y bailarines, | |
y alivia la pesadumbre
| |
del voluntario aislamiento | |
reuniendo en su aposento | |
su familia y servidumbre | |
para oír
de los juglares, | |
los zahorís y adivinos | |
las suertes,
los desatinos, | |
las zambras y los cantares. | |
A
veces, de noche en horas, | |
para ella y sus tres hermanos
| |
hace venir africanos | |
rabíes y almeas moras. | |
Y aquí es donde ojo avizor | |
anda
César como un gato | |
buscando contra el recato | |
el
incidente menor, | |
mas ella desde el estrado
| |
la danza y fiesta presencia | |
con el decoro y decencia
| |
de una dama de su estado. | |
Nada hay,
pues, de él que decir | |
ni nada en él que tachar,
| |
sino que es muy singular | |
el tal modo de vivir. | |
Y
así viven sus cuñados | |
de don Gil con la mujer,
| |
sin saberse a qué atener, | |
sin pruebas desconfiados.
| |
Tal es doña Beatriz: | |
y en verdad
que se me antoja | |
que si no les trampantoja, | |
ella es cándida
y feliz. | |
Aunque el color de su tez, | |
sus ricas ceja y pestañas, | |
sus aficiones extrañas
| |
por gente de tal jaez | |
y la luz que
alguna vez | |
fulguran sus negros ojos | |
al contrariar sus
antojos, | |
desmienten su candidez. | |
Ella
en los veintiuno está: | |
sin ser viejo, su marido
| |
de cuarenta pasa ya, | |
y hace un año que se ha ido..
| |
Lo que haya... parecerá. | |