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Pascual Buxó publicó su primer poemario, Tiempo de soledad, en 1954. Después aparecieron Elegías (1955), Memoria y deseo (1956-1957), Boca del solitario (1964), Materia de la muerte (1966) y Lugar del tiempo (1974). Todas sus obras poéticas fueron reunidas en la antología Memoria de la poesía, publicada por la UNAM en 2010, de donde se toman los versos citados en este artículo.

 

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Para una descripción del grupo poético hispano-mexicano o nepantla, véase el prólogo de Susana Rivera en su antología Última voz del exilio. Muchos refugiados españoles y sus hijos se exiliaron en México después de 1939, gracias a que el presidente Lázaro Cárdenas les abriera la puerta. Federico Álvarez divide el grupo en la primera generación que participó en la Guerra Civil y que «coincide aproximadamente con la generación del 27 o "de la República"», y la segunda generación, «"los hijos" de la primera generación [...] llegados niños al exilio», también mencionando un grupo intermedio (41). Pascual Buxó pertenece a la segunda generación del grupo nepantla, junto con poetas como Manuel Durán (1925-), Nuria Parés (1925-), Jomí García Ascot (1927-1986), Tomás Segovia (1927-2011), Luis Rius (1930-1984), César Rodríguez Chicharro (1930-1984), Enrique de Rivas (1931-), Gerardo Deniz (1934-) y Federico Patán (1937-). Rivera precisa que «[e]n el sentimiento de la mayoría de sus integrantes, se trata de una generación situada entre dos mundos, en tierra de nadie [...]. Según Francisco de la Maza es una generación "nepantla", palabra nahuatl [sic] que significa "a la mitad", "entre lo uno y lo otro"» (18).

 

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Rivera pone de relieve la idea de José Gaos sobre el llamado transtierro de los españoles refugiados en México: «José Gaos [...] es probablemente el máximo exponente de la "mexicanización" del español refugiado. Según él, México era la patria "de destino" para los refugiados [...], un lugar donde podían continuar su vida sin ningún sentimiento de ruptura tajante con su vida anterior. Contemplado así, el exilio en México podría considerarse no como un desarraigo, sino más bien como un transplante, que Gaos explica con su ya famoso neologismo [...]» (14). Cuestionando la descripción de Gaos, Carlos Blanco Aguinaga sostiene que «no es exactamente así», advirtiéndonos también «de las ambigüedades y contradicciones, de las procesiones y fantasmas que seguían yendo por dentro, en el interior de la vida del exilio e, incluso todavía, de algunos de sus descendientes» (37). Destaca que su literatura «puede hacernos cuestionar o, por lo menos, matizar los posibles significados tranquilizadores del término transtierro. Es en la literatura donde encontramos la huella profunda de la incurable herida que marcó aquel exilio tan largo, aquel destierro que resultó ser permanente. Tal vez sea ello particularmente evidente en la poesía» (37-38). Por su parte, Álvarez también afirma que «en las tres generaciones, hay diversa intensidad de lo que Gaos llamó transtierro, desde la negación irremediable de la pérdida de lo español hasta el transtierro total» (42).

 

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Rivera-Rodas también ha aludido a Paz en relación con Pascual Buxó, señalando esta «índole del pensamiento poético de Pascual Buxó: el pensamiento de soledad e incertidumbre de una posmodernidad que se descubre entre los escombros de lo que fue tradición» (79).

 

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En su ensayo «Sincretismo, homología, ambigüedad referencial», Pascual Buxó señala el predominio de la ambigüedad referencial en la poesía moderna. Explica que, aunque la ambigüedad fue considerada un defecto por la retórica tradicional, «la vaguedad semántica fue proclamada (por románticos, simbolistas y vanguardistas de toda escuela) como la esencia misma de la poesía y reconocida por los modernos estudiosos de la poética no sólo como el rasgo dominante en las obras de arte verbal, sino como aquel que [...] permite diferenciarlas de otros tipos de actuaciones lingüísticas» (68). Tal ambigüedad referencial claramente influye la expresión poética de Pascual Buxó.

 

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El mismo poeta ha explicado en un apéndice cómo aquellos recuerdos lo asedian y lo atacan como una fiera: «Los hijos del exilio, por más que hayamos podido evadirnos de las circunstancias históricas de nuestra patria originaria, esto es, que hayamos ingresado con fe y decisión en los ámbitos de la nueva patria mexicana, no hemos podido deshacernos de los fantasmales terrores de la infancia; en un acechante rincón de la memoria, siempre se hallan dispuestos a abatirse sobre nosotros, a arrastrarnos a su mundo tumefacto, a hacernos probar una y otra vez la salitrosa lengua de la angustia» («Poesía de la memoria» 273-274).

 

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En el prólogo de Boca del solitario, Pascual Buxó pone de relieve su afán de crear un lenguaje poético novedoso y propio: «Puestos a crear nuestra propia lengua poética, toda la realidad a los ojos puede ser transformada y escamoteada, por tanto, el sustento de una tierra común [...]. Hay -lo sabemos todos- demasiado ruido en la poesía castellana; demasiados moldes previstos y aparentemente eficaces» (144-145). Por su parte, Rivera-Rodas señala que, durante la modernidad literaria, los escritores aspiran a presentar una visión nueva de la realidad y del lenguaje ante la tradición: «La experiencia de la modernidad es una experiencia inédita respecto a la tradición; en consecuencia, la necesidad de un lenguaje para expresar lo inédito de la experiencia vivida es uno de los postulados principales de la época» (77).

 

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Fernando Ortiz introdujo el concepto de la transculturación en 1940 en Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar para describir la influencia mutua que resulta del contacto entre dos culturas y el impacto de ese proceso en la identidad cultural: «Entendemos que el vocablo transculturación expresa mejor las diferentes fases del proceso transitivo de una cultura a otra, porque éste no consiste solamente en adquirir una distinta cultura [...] sino que el proceso implica también necesariamente la pérdida o desarraigo de una cultura precedente [...] y, además, significa la consiguiente creación de nuevos fenómenos [...]» (83). «Piedra de sacrificio» nos presenta la sugerencia de este proceso en la experiencia de Pascual Buxó.

 

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En este prólogo, Pascual Buxó explica su concepción de la poesía que, a causa de la ambigüedad referencial con la cual se elabora, queda abierta a múltiples interpretaciones: «El poema -se dice- no tiene "sentido", un sentido; no aspira a su comprensión intelectual. Haz de sugerencias, posee una especial capacidad virulenta y contagiadora, y aunque parta de una afección determinada, la clase o la intensidad del contagio que impondrá al lector apenas puede ser previsto» (143). En su presentación de Lugar del tiempo, Enrique de Rivas también pone de relieve la necesidad de la participación y colaboración del lector en la poesía de Pascual Buxó, declarando que «si no es tal, que cierre el libro» (206).