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La poesía de Pedro Salinas

Ricardo Gullón





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El mundo desde el poeta

Los libros de poesía de Pedro Salinas llevan títulos que conviene recordar: Presagios, Seguro Azar, Fábula y Signo, La voz a ti debida, Razón de amor, El contemplado y Todo más claro. Un buen título -y éstos lo son- debe ser significativo y sintetizar la idea del autor sobre su libro, sobre el contenido de su libro. Veamos si esa expresiva serie de rótulos sugiere alguna pista por la cual penetrar, siquiera de soslayo, en el mundo del poeta.

Notaremos enseguida un elemento común: aluden todos a una interpretación de los fenómenos y no a los fenómenos mismos. Están puestos subjetiva y no objetivamente, en atención a los reflejos suscitados por la realidad en el poeta y no a las realidades en su esencia. Son títulos con raíz en la existencia y en la imaginación. Los Presagios son representaciones de los acontecimientos que no pueden ni nacer siquiera sin intervención del alma intérprete. La corneja vuela y basta, pero sólo la presencia del agorero dará sentido de presagio al vuelo cuando, según la atisbe a diestra o a siniestra, atribuya a su paso significación.

Seguro Azar es también alusión a determinado giro de los sucesos, pero de los sucesos partiendo del contemplador que en el caprichoso caos universal descubre líneas de seguridad y orden. La ambigüedad del título, la buscada anfibología de la locución, que no sabemos si se refiere a la inexorabilidad del azar o a la inmutable estructura en que rigen sus leyes, está proclamando la vigencia de una actitud que reduce la complejidad del mundo a la fórmula sintetizadora de una impresión. Y lo mismo Fábula y Signo: radiador, Escorial o teléfono, los objetos viven como partes de un mito forjado por el hombre, como elementos estimulantes de su imaginación, leña para su capacidad de encender fantásticas iluminaciones. La fábula y el signo existen en el poeta, y no tienen otra esencia que la obtenida a través de la poesía y en la poesía.

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¿Y La voz a ti debida? El amante está pensando en el canto y a él se refiere. Cierto que en el poema, el sentimiento amoroso, exaltando las gracias del ser querido, le confiere plenitud de existencia, pero el acento del título está puesto una vez más partiendo de la visión refleja del tema Razón de amor dice con claridad que tanto como al amor se refiere a su porqué, y aun insinúa un análisis abstracto, por fortuna no realizado en el poema, pues el intelectualismo del gran pesquisidor que fue Salinas resultó venturosamente temperado por su sensualidad.

En El contemplado tenemos el mejor ejemplo. Para cantar la hermosura del Mar Caribe, visto desde la costa, Salinas escribe un poema que otro poeta quizá hubiera titulado señalando alguna cualidad esencial del mar; mas para él toda esa belleza sólo empieza a existir cuando un espectador se complace y goza en ella. Así, destaca la condición en que menos se podía pensar, la más inerte y ajena al ser de lo cantado; la condición, y no cualidad, de «contemplado». La traductora norteamericana no acertó o no quiso conservar este título al realizar la versión inglesa del poema y lo llama, simplemente, Mar de San Juan. No es lo mismo: se habla del mar de San Juan, pero incluyendo de sutil manera la persona del contemplador; es el mar, vivo y verdadero, pero sus olas y sus espumas rompen en el alma del poeta tanto como en las costas de Puerto Rico.

Todo más claro es, por sus varias acepciones, marbete iluminador. Cosas y sucesos van mostrando sus límites exactos; sobre presente y futuro cae un chorro de luz que los revela y esa iluminación surge precisamente en el poeta y por el poeta. Los acontecimientos y los objetos son y están inmutables, pero la perspectiva cambia cuando el espectador intuye relaciones, posibilidades o significaciones antes inadvertidas. Pensando en esa intuición, y desde ella, todo está más claro, todo muestra al fin un perfil expresivo y definido.

Estas consideraciones quizá pequen de aventuradas. Me doy cuenta de ello y no las atribuyo otro valor que el de una hipótesis de trabajo sobre la cual comenzar indagaciones más estrictas en torno a la poesía de Salinas. En un artículo recién publicado llamé al gran poeta muerto «el intelectual», por antonomasia. Si no estoy equivocado sus poemas deben ser estudiados como respuestas profundas de un alma receptiva. Salinas se planteaba incesantemente preguntas y la respuesta venía implícita en la cuestión, en el hecho mismo de plantearla, porque surgía -creo yo- de una circunstancia vital en la que la curiosidad brotaba ya asistida de intuiciones algo borrosas que al precisarse y adquirir forma daban como resultado el poema.

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El primero de los coleccionados en Poesía junta, el volumen que reúne los cinco primeros libros poéticos de Salinas, es una declaración de cómo esa sucesión de intuiciones -digamos, también sucesión de curiosidades- cristalizan líricamente. Los sentidos traen incesantes mensajes del mundo en torno, despiertan inquietudes y sugieren interrogantes; tales inquietudes y preguntas van a constituir los elementos generadores del poema como constituyen su razón de ser.




Pensar y sentir

Ángel del Río, en su excelente estudio Vida y Obra de P. S. considera que «el afán de interioridad nace (en Salinas) no de un sentimiento estético, sino de la atracción que para él presenta el problema intelectual de crear su propio horizonte sin recoger del mundo externo más que, a lo sumo, reflejos vagos». Y añade: «la preocupación central de la poesía de Salinas arranca del pensar y del vivir antes que del sentir». No estoy seguro de que tal cosa resulte exacta en todos los casos; considero que en sus poemas se registra un equilibrio entre el sentir y el pensar, un punto de armonía existente desde el origen, desde el momento en que la intuición alumbra en el espíritu del creador. Conviene no poner excesivo énfasis al hablar del intelectualismo salinesco, pues a su vera, sino ensamblada con él, vigila, siempre operante y alerta, una percepción sensual que, con tantos títulos como el pensamiento, contribuye a forjar su concepción del mundo.

Tomemos un poema de su primer libro, poema que por el tono y la intención recuerda la poesía clara y melancólica de Antonio Machado:


«Este hijo mío siempre ha sido díscolo...
Se fue a América en un barco de vela,
no creía en Dios, anduvo
con mujeres malas y con anarquistas,
recorrió todo el mundo sin sentar la cabeza...
Y ahora que ha vuelto a mí, Señor,
ahora que parecía...».
Por la puerta entreabierta
entra un olor a flores y a cera.
Sobre el humilde pino del ataúd el hijo
ya tiene bien sentada la cabeza.



Estos versos fueron compuestos partiendo de sentimientos transparentes. Empleando un lenguaje concreto y cotidiano Salinas utiliza los elementos implícitos en cada uno de los periodos constitutivos del poema para suscitar representaciones imaginativas capaces de desencadenar emociones correlativas a la experimentada por él. Cada verso   —35→   tiende a provocar una representación, y el escalonado conjunto nos enfrenta con una síntesis, con una biografía comprimida y suficiente a los fines evocativos. Esta relación escueta revela a un hombre y sirve para explicar -comunicar- los sentimientos de frustración contenidos en la queja materna, anticipando el desenlace plasmado en los cuatro últimos versos, especialmente en la sentenciosa línea final.

Destaco este poema porque aquí la imagen de un Salinas en quien lo intelectual predomina resulta contrastada, matizada y más cercana a su verdadera complejidad espiritual. Si en él opta por la expresión directa es simplemente porque los sentimientos que se propuso comunicar respondían a impresiones inequívocas y firmes, susceptibles de movilizar los afectos sin necesidad de recurrir a símbolos, útiles en cambio cuando se pretende expresar el mundo de la vaguedad y la tiniebla.

El hombre Salinas, de simpatía abierta y radiante ingenio, no puede ocultarnos la realidad del poeta Salinas, atenazado por la angustia del tiempo y -no se ponga al leerlo un énfasis que él detestaba- de la historia. Viviente en compañía, fervoroso de la amistad, Salinas era también el cantor de la soledad:


¡Soledad, soledad, tú me acompañas
y de tu propia pena me libertas!



Su voluntad de comunicación y amor entró en conflicto con este consuelo de la soledad que en la contradicción le completa. No vacilaré en llamar esencial a ese conflicto porque en él se forja el genuino ser poético de Salinas, infundiendo a su poesía la vibración de una intimidad en donde sin cesar se ventila un debate, una querella entre emociones, pensamientos y tendencias opuestas. Que la poesía resultante de ese choque no sea tan evidente como desearían los partidarios de «la exigua mayoría» -según dijo con frase feliz Enrique Díez Canedo, parodiando graciosamente a Juan Ramón Jiménez- es cosa explicable sin esfuerzo. La lírica de Salinas, conforme vimos anunciado en los títulos de sus libros, está compuesta desde el poeta y no es ni pretende ser sino revelación de un mundo interior, en el cual los impulsos responden a incitaciones mezcladas.

El sentimiento y la idea se funden en una corriente poética; y conviene abandonar el lugar común de que la idea es siempre clara y el sentimiento generalmente oscuro. Más bien ocurrirá lo contrario: el sentimiento suele ser claro, mientras la idea emerge a menudo de una connatural vacilación, en indeciso germinar de luminosidades deslumbrantes. Y el deslumbramiento causa la inseguridad, la incertidumbre. La poesía de Salinas no brota de una dualidad entre sentimiento   —36→   e idea sino de su integración, de un ajuste que autoriza variaciones en el tono y en el acento porque, si compensado y armónico, no es tan rígido como para impedir que, según las ocasiones y las intuiciones, predomine una u otra, impregnando al poema de determinada inflexión sentimental o -en otros casos- intelectual. El tono general acusa predominio de las intelectuales, pero el acento, por la fluidez y cotidianidad del lenguaje, tiende a reducir la tensión intelectual, acercando el poema a nuestra sensibilidad.




Ejemplo de claridad

Salinas, como los demás poetas de su generación, fue reputado minoritario. ¿Minoritario, Salinas? ¡Bueno! Como cualquier poeta lírico, como Lope de Vega o Antonio Machado. Digamos que mayoritarios (los de «la exigua mayoría») son Zorrilla y Núñez de Arce. Pero Salinas ha sido uno de los escritores españoles de este siglo mejor dotados para la popularidad. No pienso únicamente en el poeta. Pienso en su actividad literaria total. Sus novelas, sus ensayos y su teatro -obviamente- están escritos para los muchos y yo no creo al público lector tan desprovisto de finura como para no entender los ingeniosos rasgos de imaginación y talento de El desnudo impecable, las agudas y penetrantes observaciones desparramadas en los ensayos de El defensor. En cuanto a sus textos de crítica literaria es evidente que los libros sobre Rubén Darío y Jorge Manrique son perfectas y claras exégesis no dedicadas al especialista sino al «lector común» (así lo llamaba Virginia Woolf).

La poesía -se dirá- es otra cosa. Incontrovertible máxima del maestro Pero Grullo. Mas en la poesía Salinas sigue pareciéndome capaz de encender vastas admiraciones. Reléase el poema antes transcrito y se advertirá que está compuesto al nivel del corazón, sobre un sentimiento no diré vulgar, pues la palabra entraña un matiz despectivo no sólo ajeno sino contrario a mi intención, pero extendido, común y llamado a abrirse camino fácilmente en la sensibilidad de los lectores. No hay en Salinas oscuridad ni dificultad (discrepo en este punto del sagaz Ventura Doreste): es una transparencia que invita al conocimiento y su lenguaje mismo, coloquial en muchos casos, intimista y gentil, atrae. Ved, por ejemplo, la bomba atómica cayendo en su poema Cero (de Todo más claro):


Cayó ciega. La soltó,
la soltaron, a seis mil
metros de altura, a las cuatro.
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¿Hay ojos que le distingan
a la tierra sus primores
desde tan alto?



Precisiones, datos exactos, números... lo más opuesto a la poesía, y sin embargo el resultado es poesía; las palabras trepan, suben, pierden peso, vuelan. ¿Por qué? ¿Gracias a qué secreto, a qué magia trascendente? ¡Son tan sencillas y prosaicas! No, no están ocultando secretos, no hay en ellas otra magia que la derivada de su encadenamiento preciso, de la enumeración sin adjetivos, con la impasibilidad de una diligencia de inspección ocular donde el actuario refleja objetivamente los hechos. Pero tal impasibilidad es aparente, tal sequedad es medio, técnica apropiada para fomentar la eclosión de un espontáneo movimiento de repulsa, un sentimiento de indignación o de angustia no sugerido directamente sino provocado por el choque con el acontecimiento mismo en su mecánica brutalidad. No hacen falta adjetivos ni ademanes grandilocuentes; si hay retórica, si hay elocuencia, es la del silencio, la del que sin decir palabra señala el acontecimiento tremendo, la brutal realidad de la bomba caída «ciega» objeto destructor que soltó -«la soltó - la soltaron»- alguien no definido, usted y yo y cuantos se permiten vivir con la conciencia tranquila porque no hicieron nada.

Y ya vamos descubriendo porqué estos versos tan simples, tan elementales, nos impresionan. A la precisión respecto a lo accesorio -altura, hora- va unida la inseguridad respecto a lo esencial. ¿Quién soltó el artefacto de muerte? ¿Quién ciegamente lo arrojó sobre la tierra? «La soltó» se dice ambiguamente y enseguida no tanto se amplía como se rectifica la referencia: «la soltaron». Fue una mano, una sola mano movió la palanca, pero en realidad esa mano forma parte del mecanismo, parte de la palanca: brazo de carne y sangre prolongando el brazo metálico, y tan dócil como este. Pero tras la mano estaba el impulso, la resolución de quienes en verdad «la soltaron», y tal dramático plural nos envuelve a todos, nos culpa a todos y por eso debe afectar e impresionar a quienquiera lea el poema.

Todo él confirma mi opinión acerca de la intensidad expresiva del lenguaje empleado. Veamos descritos más adelante los efectos de la explosión:


Nada.
Al principio
no vio casi nada. Una
mancha, creciendo despacio,
blanca, más blanca, ya cándida.
¿Arrebañados corderos?
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¿Vedijas, copos de lana?
Eso sería...
¡Qué peso se le quitaba!



El brazo no tiembla, pero notad cómo se insinúa el corazón que lo mueve, como, escapando por un momento a la mecánica y a la ordenanza, consciente que la ilusión se agolpe en su corazón Técnicamente el poema progresa con perfecto equilibrio: la notación sigue siendo objetiva, con plasticidad que a los estupefactos espectadores de los noticiarios cinematográficos dedicados al episodio de Hiroshima o a otros análogos les pasma por su prodigiosa exactitud. Y con idéntica objetividad reseña el cómo y el porqué de la fugaz, cándida y absurda ilusión del piloto: un instante de alucinamiento, de espejismo, de querer ver lo que se desea, plausible absurdo después de todo, con evocación de imágenes lejanas, recobradas en el fondo de la todavía inocente y variamente interpretable visión.

Una sola palabra: «nada», y seguido, también aquí la rectificación inmediata: «casi nada», «una mancha» y la mancha aumentando, tomando formas vagas, contornos indecisos: «¿arrebañados corderos?». El bulto de blanca sombra, nube ascendente que no revela, antes oculta, el desastre. La elección de esa palabra: «nada» y su disposición en el poema, aislada en el verso, comenzando la estrofa, propicia el inminente contraste y da pie por las sutiles gradaciones expresadas a que pueda desarrollarse la alucinación del aviador. A la sugerencia de las posibles realidades reveladas por la mancha que lenta crece y blanquea, sigue en otro verso el «Eso sería...» cuyos puntos suspensivos dejan traslucir algo así como el suspiro de alivio escapado a quien ve disiparse un terrible peligro. Y el verso siguiente es una frase coloquial, llana y expresiva, que refleja con exactitud el estado de ánimo del personaje y sugiere indirectamente el del poeta y -acaso- el del lector. Pues todos querrían quitarse de encima el peso de su culpa y el sentimiento de culpabilidad.

La aportación de Salinas a la poesía contemporánea es, en lo referente al lenguaje, sobremanera importante. Gracias a estos poemas fluidos, densos, de lengua familiar y sobria, el mito del lenguaje poético ha recibido nuevo y considerable golpe. La gran poesía gusta disimularse en la sencillez antes que ostentosamente exhibirse en lo llamado «lirismo»; la poesía solicita un abandono, un olvido del lector en el poema, más difícil de conseguir cuanto más artificiosa y complicada sea la estructura en que se le invita a perderse para encontrarse, a olvidar al poeta para encontrar emociones propias y complementarias de las por éste experimentadas.

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La sencillez verbal responde en el caso de Salinas a una necesidad real de comunicación, a una conmoción íntima; los temas vienen determinados por la presión interior y tal es la razón de que la lectura de sus versos más que el deleite del objeto perfecto, bello gratuitamente, establezca un puente, una vía, en donde confluyen el sentimiento del lector y la intuición del artista. Los poemas están perfectamente organizados, mediante cuidadosa selección de los materiales disponibles, operando con cautela al escoger los elementos del mundo que el poeta se siente capaz de trasladar a la poesía, y al estudiar las posibilidades de concentrarlos y adensarlos sin que pierdan su característica fluidez.

Hay en poesía dos estilos netamente diferenciados. Melchor Fernández Almagro, en su estudio Granada en la literatura romántica española, los distingue así: «opulento el uno en palabras y metáforas, para halagar el sentido; sobrio y medido el otro, para impresionar la sensibilidad y promover toda suerte de afectos». La poesía de Salinas deberá ser incluida en el segundo grupo, pues su estilo ni es brillante, ni busca en la expresión efectos deslumbradores, ni aspira a desbordamientos verbales. Todo en él es contenido, calculado, y, en su grácil irregularidad, tenso. Su deseo es decirse, comunicarse, convertir el poema en revelación para que la claridad intuida refulja en él y lo traspase de luz.




El gran tema: el Amor

El gran tema poético de Salinas es el amor. Dos de sus obras, sus dos obras de poesía más importantes, son libros de amor. La voz a ti debida y Razón de amor son cantos dictados por el sentimiento amoroso: dos libros extensos, de apariencia más continuada y orgánica el primero; el segundo prolonga sus resonancias y constituye nueva toma de contacto, desde otros ángulos, con las intuiciones determinantes del buen poema inicial. El amor cantado por Salinas es amor completo, amor en cuerpo y alma, en el que los sentidos y el corazón intervienen con pareja violencia. Amor soñado y amor vivido, sin determinar cual nació primero: si el sueño encarnó o la existencia fue transfigurada por la imaginación.

El ritmo fluido de estos versos, el desdén por la rima, la forma voluntariamente relajada, responden a la voluntad de reflejar en el estilo las vacilaciones e inseguridades del pensamiento y el sentimiento. El poeta está creando la amada al mismo tiempo que el poema; está reconociéndola e identificándola según cristaliza la intuición en el verso. La creación registra las sucesivas identificaciones del objeto poético, en este caso de la amada, y si no la inventa literalmente, pues fuera del poeta   —40→   existe una persona, una figura a la que denomina «amada», y, como tal la designa en su interior, por lo menos la transforma, la infunde distinto ser y la convierte en un concepto que desde entonces se impondrá a través de un repertorio de signos y cualidades seguramente imperceptibles en su realidad primera.

La seductora facilidad de los poemas salinescos envuelve un engaño, una trampa dispuesta para los poco atentos, para cuantos se dejen deslumbrar por la sencillez de la construcción y no reparen que el juego estilístico esconde sutileza y complicaciones. El amante canta su temor y su pasión. Creemos entenderle. Pero no le entenderemos sino viendo la refinada gama de aprensiones que constituye la trama del canto: lo espontáneo y lo arduamente revelado a la mente tejen un tapiz de colores finísimos en donde el amor resalta con múltiple destello.

En La voz a ti debida el tema amoroso es abordado con plenitud de conciencia, lucidamente y sintiendo que hay en el amor, como en la vida, un secreto indescifrable, un misterio que mantendrá en sombra zonas del existir y del ser en donde nos esforzamos en penetrar. No se busque contradicción entre este sentimiento y el agudo análisis lírico intentado por Salinas. El hecho responde a una realidad, a la realidad de sensaciones conocidas, no ya por el poeta sino por quienquiera intuyó alguna vez sus propios límites, la imposibilidad de traspasarlos y la convicción de que al otro lado se dan presencias con las que anhela comunicar.

Toda poesía es en algún sentido misteriosa, y por fortuna la de Salinas no escapa a esta regla. Fácil es hallar en sus versos alusiones al reconocimiento de la recóndita realidad impenetrable, del ámbito tras el cual ciegamente busca a la amada, al amor quizá. Una vez y otra las palabras «detrás» y «tras» aparecen en sus versos:


Si, por detrás de las gentes



(en el sentido de más allá de las gentes, en otro espacio del habitado por ellas)


Ahí, detrás de la risa



(la risa es una máscara y bajo su chisporroteo se oculta la realidad del ser)


Y que estaba detrás



(madurándose detrás del «no» la gran delicia del sí)

Costaría poco trabajo acumular ejemplos, y si ciertamente cada uno tiene peculiar significación y desempeña distinta función comunicativa, al repetirse tienden a crear impresión de conjunto, impresión que hace pensar en que Salinas quería, no del todo conscientemente, demostrar   —41→   la existencia de esa zona de sombra (la verdad trasvisible, dice en otro poema) impenetrable, pero cuyos habitantes, no espectros sino realísimos, pueden súbitamente emerger y zambullirse en nuestras vidas, participar y entrar en ellas, haciéndose parte del sueño que vivimos.

«Yo» y «Tu», cifras del amor, pronombres. El verso salinesco precisa:


Para vivir no quiero
islas, palacios, torres.
¡Qué alegría más alta:
vivir en los pronombres!



Para tan puro amor, sustancia de amor, están de más aderezos, galas, compañías. Bastan «los pronombres» para vivir «en vilo», para vivir un amor en que la amada sigue pareciendo sombra y sueño. Nombres, no; porque los nombres al precisar queman ensueños, sueños, talan irrealidades: concretando delicias ya las amenguan, aniquilan, esfuman.


Amor, amor, catástrofe.
¡Qué hundimiento del mundo!



El universo se deshace para renacer, pues el amor necesita partir de cero, empezar a vivir y a ser vivido (vivir - sintiéndose vivido). Salinas encuentra deliciosas imágenes para expresar la dulzura de saberse amado, de saberse huésped del corazón ajeno. Amor es para el poeta enajenamiento en el ser, en el espacio y en el tiempo. Amar es vivir en otro, es ser vivido. Pero el acento recae insistente y dulce sobre las formas activas del vivir porque el sino -destino, condición- es hacerse, vivirse y desvivirse.


Ese es tu sino: vivirte.



¿Existencialismo? La acción de existir potenciada en el acto de amar, le importa tanto como el ser. Sin ese existir, en el amor o en otro sentimiento el ser resultaría extrañamente inerte, desvaído, incoloro. El sueño es también vida y amor, pues al fin es diálogo con la amada, posesión de la amada, complemento de la entrega.

No puedo dedicar mucho espacio a las implicaciones insitas en el desarrollo del tema amoroso según resplandece en La voz a ti debida, pero conviene precisar que los elementos sensuales de esta obra pasarán inadvertidos para quienes no acierten a descubrirlos tras la refinada sencillez de las abstracciones en que se recatan. Abstracción que llega a reducir el amor a una rara contemplación:


Y no quiero ya otra cosa
más que verte a ti querer.



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Esta flexión del poeta para, sobre sí, alcanzar el amor, explica cómo el beso, sin perder su calidad de contacto físico delicioso, sea «redención», liberación y puesta en claro de sentimientos turbios, y que como última magia se busque en el amor no la realidad de la amada sino su invención, la invención de una sombra


tu solo cuerpo posible
tu dulce cuerpo pensado.



Las abstracciones quieren ser compensadas con datos concretos: medidas - de tus zapatos, nombre - de las esquinas del mundo - donde me esperarías, pero aún así esta poesía crea una cierta niebla en donde se esfuman las figuras, los objetos. Se vive recordando, evocando, entre figuraciones y la amada es también fantasma, espectro.

La ternura alienta levemente en estos versos, como sangre latiendo bajo la piel, en sus canales necesarios. Alguna vez anega el poema, lo llena y desborda, como cuando describe la salida sigilosa de la amante para no despertar al amado. (Imposible llamarla).

La voz a ti debida es libro ascendente, vital, esperanzado. Razón de amor el contrapunto, más sensual acaso, pero alejándose de la pura invención amorosa; los conceptos parecen más alambicados y quizá tienen mayor oscuridad porque Salinas se acerca al tema por vías zigzagueantes e indirectas. De modo tosco y algo exagerado podría decirse que si el primero es un canto y una reflexión hacia el amor, el segundo lo es desde el amor. Entre uno y otro el amor se realizó en su natural totalidad, y, paradójicamente, parece más complicado y arduo de expresar. El amor completo, el amor en cuerpo y alma, no elimina las complicaciones, ni -conforme suele creerse- presenta aspectos menos problemáticos y oscuros, pues a las complejidades intelectuales o espirituales les añade las del mundo de los sentidos.

La sensualización del amor es evidente, y el recreo de la evocación se detiene en instantes, en imágenes que en La voz a ti debida habrían parecido desplazadas. El poeta contempla a la amante desde la orilla del lecho donde duerme. No sólo mira, sino respira, bebe los vientos sintiendo la dulce tibieza del cuerpo amado. Todos los sentidos en tensión, todos contribuyendo a esta contemplación, a esta absorción que se resuelve en un sueño, en soñar la amada tan dulcemente aprendida. Sin ese lento aprendizaje, conseguido gracias a los sentidos, el poema no habría tenido su presente vibración. La voz a ti debida tiene unidad de tono: el de Razón de amor varía conforme aumenta la presión de los elementos sensuales. Esta variación no es muy sensible porque sólo se registra en el tono y no en la estructura y en el ritmo, iguales en ambos libros. Idéntica estructura fluida, de inconsistencia aparente porque no se ve la tensión   —43→   íntima que la sostiene, y parejo ritmo: versos que van expresando sin prisa la intuición a que se refieren, pero que por eliminación de accesorios y por reducción a lo esencial logran una expresiva rapidez.

En la segunda parte de Razón de amor los poemas tienen otra inflexión, nuevo cambio de tono y también de ritmo (dentro de la unidad radical en que inciden estos y los restantes libros de Salinas, poeta en quien la llamada evolución se reduce al mínimo). En esta parte los elementos sensuales instálanse en línea adelantada y son por eso más visibles; simultáneamente el verso se alarga y predomina el endecasílabo, sustituido por metros de otro tipo cada vez que el poeta lo considera conveniente. Tales irregularidades constituyen una de las constantes de esta poesía, que acepta la forma reflejada para, según ya dije, amoldarse como un guante (esta tópica expresión resulta aquí muy exacta) a la ondulante reflexión lírica. Al identificarse con ella encontrará el lector justificada la falta de límites de una poesía que, como en cierto fragmento dice del amor, ofrece puertas tan anchas que no lo son: todo él es entrada al mundo interior en donde resplandece la emoción del hallazgo sorprendente, la emoción de captar el sentimiento en sus aspectos más puros y verdaderos.

Salinas se apropia del tema del amor; desdeña los viejos materiales, los ingredientes mostrencos, y lo reinventa desde la autenticidad de su fervor, adaptándole al tipo de construcción laxa en que gusta fijar sus intuiciones. Con precisión feliz van siendo comunicadas en lenguaje al que diafanidad no quita temblor. He ahí a los amantes, «tu» y «yo», juntos en el amor y no soñándose sino viviéndose, salvándose en la gracia del querer total, de la plenitud en que la vida cobra otro sentido y se hace remota, vasta y rumorosa. Rumores y sueños crúzanse en la oscura canción y lo que pudo ser clave es simplemente razón de amor que ensancha el gran misterio.

Para explicar la diferencia de tono entre La voz a ti debida y Razón de amor quizá baste la consideración de que el «tu» del primer libro es «la amada» mientras el del segundo deberá ser llamado «la amante». Noto en éste un panteísmo amoroso (Tan convencido estoy - de tu gran transparesencia en lo que vivo) que sitúa a la amante en todo, luz, lluvia, cielo, viento, presencia difusa en el apremio del universo pleno. Los poemas Salvación por el cuerpo, y La felicidad inminente, seguramente los más ricos en elementos sensuales, producen una impresión singular de presencia física, de contacto y comunicación total en el gran arrebato erótico.

Estas composiciones de la segunda parte de Razón de amor marcan el punto cenital de una tendencia y también el extremo más alejado de las integrantes de La voz a ti debida. Bastantes poemas de aquel, parte considerable del volumen, pudieran haber figurado en el precedente sin   —44→   chocar la atención del lector, y hasta ser incluidos en libros anteriores. ¿Porqué no? Un ejemplo concreto:


Di, ¿no te acuerdas nunca
de esa forma perdida,
vaga, de tu pasado:
del color de tus trajes?



Este poema parece corresponder al ciclo de los primeros libros, aunque por su temática pertenezca a los de motivación amorosa. Tal ejemplo, no excepcional sino escogido entre muchos posibles, corrobora la unidad formal de la obra salinesca, regida desde el comienzo por iguales reglas de finura, flexibilidad y humor.




Realidad y poesía

La unidad de esa obra me parece innegable y sólo superada por la de Jorge Guillén. Pero como en Guillén, y más notoria, evolución hay, siquiera no en la técnica del verso, desde el principio hasta el fin exigente de la mayor libertad formal. Bajo la graciosa soltura de la forma y entre el humor, alguna vez grave y triste, otras ingenioso y leve, se deja ver un penetrante sentimiento del mundo y el hombre, hombre y mundo desamparados, que no dejó de acentuarse desde los amargos presagios del comienzo (Un viejo chulo la dijo) hasta la angustia ya puesta en claro de El viento y la guerra o de Cero.

Una línea de trazo grueso atraviesa la poesía de Salinas y marca su sincronización con la angustia del presente. Al margen del gran tema amoroso, fluye una corriente de lírica preocupación ligada al dolor de los hombres. Pero si en Un viejo chulo la dijo el caso -los casos- son o pueden al menos aceptarse como individuales, casi extravagantes (la chiquilla es inclusera, la víctima no forzada: un torerillo), en los poemas de la última época la catástrofe es colectiva y surge con la violencia incontenible de una convulsión geológica. El impulso provocado por estos poemas, tan objetivos, si así cabe decirlo, es un movimiento desesperado, coincidente con las preocupaciones del autor y de todos los artistas contemporáneos capaces de aprehender el torvo significado de la realidad.

Los seis primeros libros poéticos de Salinas dan una idea parcial de su lírica. Hasta Todo más claro pudo creerse que su visión del mundo era siempre sonriente, pero con el transcurso del tiempo es obvio que caló y siguió otras vetas hasta parar en la desolación de Cero o -con asunto menos aparatoso y más cotidiano - de Hombre en la orilla, en la orilla del río de la vida, temblando porque se dan cuenta:


de que es raudal que corre
de las prisas camineras,
lleva muertes y más muertes



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El Salinas ingenioso y sutil que proyecta sobre los objetos poéticos resplandores de humanidad sonriente, trae a nuestra poesía una irónica animación, una alegría de ver y descubrir en el mundo, entre las cosas, conexiones ocultas, vínculos inesperados que al enlazarlas y acercarlas extraen de ellas una luz distinta, una verdad. Tal vez la gran fuerza de la poesía consiste en esta posibilidad de revelación, en esta instrucción de verdades últimas, de significaciones veladas que nos entrega al expresar el mundo en su viviente verdad. Llamamos magia poética al don de plasmar en palabras el resplandor de los seres, la lumbre interior de las cosas. Y Salinas hizo reverberar con vario y vistoso colorido los objetos de su universo, creando imágenes antes no visibles en lo profundo del espejo oscuro, sobre cuya luna nada descubrimos.

Sus poemas hacen pensar en esas músicas escuchadas por radio, en las cuales se ingiere, emitida por una estación con la que no se contaba, una melodía distinta, una frase imprecisa, pero, en su indecisión, muy bella. Mientras el gran concierto despliega su hermosura a toda orquesta, de pronto, sin cortar la emisión ni dañarla, surte tenue e insistente una canción remota, una palabra, quizá en lengua extranjera, que desearíamos captar, aprehender, como si formara parte de la música en cuya delicia queremos mantenernos.

Salinas creó poesía desde la realidad, mas la realidad estaba en él estrechamente ligada a la imaginación. Recordemos su libro crítico sobre la poesía española, recordemos simplemente aquella declaración en carta al poeta mejicano Barreda: «El mundo de hoy es una llamada tremenda, alucinante a la realidad, en sus formas más duras. Pero el mundo de mañana sólo se podrá fundar en la obra de la imaginación. Por mucho que las máquinas fabriquen, urdan y maten, sólo la invención del hombre, nacida por milagro en lo recóndito de su alma, dará sentido a la máquina. O se la quitará acaso». En esta carta, fechada a 18 de mayo de 1943 alienta ya la idea que años después iba a realizar artísticamente en La bomba increíble, narración clarividente y apasionada que por su lirismo podría ser incluida sin abuso entre las obras poéticas de Pedro Salinas.





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