El uso que de los
adjetivos hace Rosalía hay que calificarlo de irregular. En
conjunto produce la impresión de una poeta que no llega a
darse cuenta plenamente del valor expresivo del instrumento que
maneja. Tiene grandes aciertos y grandes errores o, por decirlo con
palabras más objetivas, encontramos en sus versos adjetivos
que por sí solos dan una imagen poética de la
realidad, la elevan a categoría artística, y
adjetivos tópicos, retóricos, que entorpecen con su
vaho libresco la visión de las cosas. Y lo que es más
raro, lo encontramos en poemas de una misma época.
Si irregular es el
acierto o desacierto en su uso, no lo es menos la frecuencia con
que Rosalía emplea el adjetivo. Hay poemas en los que la
proporción es elevada y otros en los que la ausencia llega a
llamar la atención. Como simple ejemplo de estas
afirmaciones he hecho un recuento del número de adjetivos
empleados en algunos poemas en los que se advierte claramente esta
distinción. Prescindiendo de las palabras de escaso volumen
fónico (artículos, preposiciones o conjunciones...)
y, salvados los posibles errores —322→
que se deben al cómputo humano, las proporciones a
las que he llegado son las siguientes:
palabras
adjetivos
(O. C. 249) «Mas...,
¿qué estridente y mágico alarido?»
32
10
(C. G. 75) «Airiños, airiños,
aires»
198
39
(F. N.
192) «Amigos
vellos»
100
22
(O. C.
577) «Orillas del Sar»
592
108
(O. S. 343) «Cenicientas las
aguas»
112
27
(O. S. 322) «Candente
está la atmósfera»
97
22
La proporción de
adjetivos es de 20,1%
(C. G. 130) «Vente, rapasa»
218
11
(F. N.
168) «Unha vez tiven un
cravo»
64
3
(F.
N. 187) «Cando penso que te
fuches» (Negra Sombra)
47
1
(O. S. 342) «Ya no mana la
fuente...»
72
5
(O. S. 365) «Yo no sé
lo que busco eternamente»
95
7
(O. S. 370) «Dicen que no
hablan las plantas...»
83
7
La proporción de
adjetivos es de 5,8%
La diferencia
entre ambos grupos es notable, sin embargo no podemos decir que uno
de ellos sea más característico de Rosalía que
el otro. Tan representativo de su forma de escribir es el poema de
la negra sombra con su único adjetivo como
«Cenicientas las aguas» con sus veintisiete.
Vamos a intentar
aclarar las razones históricas o personales del uso que
Rosalía hace del adjetivo.
En La
Flor el número de adjetivos es elevadísimo y
parece proceder en línea directa de la herencia del peor
romanticismo. Adjetivos tópicos, librescos, que nos
presentan una realidad deformada por el prisma de la literatura.
Veamos algunos ejemplos del número y clase de estos
adjetivos: «tristísima queja», «delicia
soñada», «rudo penar», «hermosa
ribera», «orilla placentera», (O. C. 216), «dulce
canto», «amargos sinsabores»,
«purísima atmósfera», «rudo
penar» (O. C.
—323→
218), «acerbos pesares», «divinal
ternura», «tétrica amargura»,
«extraños placeres» (O. C. 219), «aterrador
quebranto», «vaga esfera» (O. C. 220), «fatídica
existencia», «lágrimas tristes»,
«dolor profundo», «imbécil mundo»
(O. C. 221), «eco
fatídico», «mortal melancolía»,
«fantasma aterrador», «terrible
asolación», «vana esperanza»,
«sombra fugaz», «dolor profundo»
(O. C. 222),
«dulces cantos», «vivir incierto»,
«miedo aterrador», «cándida paz»,
«terrible visión» (O. C. 223), «lenitivo leve»,
«dulce elixir», «viento asolador»,
«soplo voraz», «pálidas nubes»,
«atmósfera infernal», «doradas
nubes» (O. C. 224),
«árboles frondosos», «pálida
sombra», «misteriosas dulzuras», «blandas
flores», «manso murmullo», «ligero
viento» (O. C. 225),
«víctima yerta», «purísima
limpieza» (O. C. 227),
«blando beleño» (O. C. 228), «fatal
perdición», «raro / vago / son»
(O. C. 229), «ronco
fragor», «fúnebre manto»,
«hórrida noche» (O. C. 230), «acerba congoja»
(O. C. 231), «dolor
impío», «acerbos pesares», «historia
fatal» (O. C. 234),
«fatal profanación» (240), «siniestro
resplandor», «pálido fulgor» (O. C. 241) «(flor) mustia y
macilenta», «silencio sepulcral» (O. C. 243)...
Ecos de
Avellaneda, de Espronceda, de Zorrilla, suenan a través de
estos adjetivos de la primera obra de Rosalía y se
prolongan, aunque ya con menos frecuencia, hasta su segunda obra en
castellano, el folleto A mi madre:
«estridente
y mágico alarido», «hórrida
tormenta» (O. C. 249),
«mortal espanto» (O.
C. 250), «gemidos quejumbrosos», «suspiros
lastimeros», «melancólico concierto»
(O. C. 251).
Aparte del bagaje
típicamente romántico de estos versos, advertimos en
ellos una tendencia que será más duradera en
Rosalía: la de arropar al sustantivo rodeándole,
mediante esquemas diversos de adjetivos, participios o
construcciones determinadas, entre las cuales la más
frecuente —324→
es la de de + sustantivo. Creo que esto responde a
una tendencia más general de la poeta y que
pudiéramos llamar su afán explicativo, al
que repetidamente hemos aludido y al cual dedicaremos un
capítulo aparte. Rosalía necesita casi siempre
concretar, señalar, explicar las cosas, llegando muchas
veces a la redundancia. Por ello multiplica innecesariamente los
adjetivos; por eso también llega a veces a una gran riqueza
y finura de matices en su empleo. En su deseo de aprehender y
transmitir fielmente la realidad, Rosalía -poeta irregular-
acierta unas veces con los adjetivos que nos permiten revivir su
visión de las cosas, y yerra otras, envolviéndolas en
una maraña de cualidades y precisiones que nos impiden
llegar a ellas.
Citemos algunos
ejemplos de estos adjetivos o construcciones adjetivas que
acompañan al sustantivo:
«canto singular de maldiciones» (O. C. 222)
«imágenes bellísimas de amores» (O.
C. 223)
«besos inconstantes de la brisa» (O. S. 322)
«imagen fiel de esa esperanza vana» (O. C.
219)
«el dolor de ese vivir sombrío» (O. C.
221)
«lindos ojos de cielo» (O. C. 215)
«blanca cama de azucena y rosas» (O. C. 217)
«dulce y triste recordar de un día» (O. C.
218)
«dulces cantos de amor arrobadores» (O. C.
223)
«dulce elixir de una esperanza» (O. C. 224)
«sordo estertor de la agonía» (O. S.
322)
«de amargura y de hiel tristes despojos» (O. C.
220)
«de paz y amor las ilusiones bellas» (O. C.
221)
«de tus suaves rumores la acorde consonancia» (O.
S. 316)
«del incienso y la cera el acusado aroma» (O. S.
369)
Algunas de estas
construcciones se fijaron como esquemas rítmicos y
perduraron a través de toda la obra de Rosalía. Los
más repetidos son los siguientes: adjetivo, sustantivo +
sustantivo, adjetivo:
—325→
«triste ilusión de mi dolor eterno» (O. C.
222)
«y perdida la fe, la fe perdida» (O. C. 224)
«de blando sueño y lecho cariñoso»
(O. C. 250)
«os mesmos verdes campos,
as mesmas torres pardas» (F. N. 174)
«na cima crara luz, aires
purísimos» (F. N. 285)
«el familiar chirrido del carro perezoso» (O. S.
315)
«un manso río, una vereda estrecha» (O. S.
323)
«en cada fresco brote, en cada rosa erguida» (O. S.
328)
«blanca senda, camino olvidado» (O. S. 347)
O con los
términos invertidos: sustantivo, adjetivo + adjetivo,
sustantivo:
«todo marchito y sepultado todo» (O. S. 338)
«camino blanco, viejo camino» (O. S. 346)
El esquema
rítmico es el mismo y se puede representar con la figura
siguiente:
Otro tipo de
esquema frecuente es el constituido por:
adjetivo,
sustantivo + adjetivo, sustantivo:
«fúlgidos rayos de brillante aurora»
(O. C. 223)
«frescas coronas de lucientes flores» (O. C. 223)
«grato son del murmurante arroyo» (O. C. 227)
«brancas virxes de
cándidos rostros» (F. N. 242)
«o ronco estrondo i o
batidor compás» (F.
N. 285)
«mánsolos
ríos, általas estrelas»
(F.
N. 232)
—326→
O, con los
términos invertidos: sustantivo, adjetivo + sustantivo,
adjetivo:
«varóns santos de
frente serea» (F. N. 242)
«veiga frorida e prado
deleitoso» (C. G. 104)
El esquema en
ambos casos puede representarse mediante la figura siguiente:
En el primer caso,
el efecto rítmico producido es de equilibrio estable, de
algo cerrado sobre sí mismo. Los esquemas pueden repetirse y
su efecto sumarse, pero serán siempre elementos
independientes que se yuxtaponen. Por el contrario, el segundo
esquema produce un efecto similar al de los eslabones de una
cadena; no forman cláusulas cerradas, estables, sino que dan
la impresión de poder seguir añadiendo
términos, es decir, de algo no concluido. A fin de ilustrar
esta afirmación, pongamos un ejemplo de lo que sería
una secuencia de estos dos tipos de esquema:
—327→
En el segundo
caso, el término inicial y final, por ir menos trabados,
menos interrelacionados, dejan abierta la secuencia, o, mejor
dicho, le dan dinamismo con su posibilidad de enlazarse a un nuevo
término, cosa que no sucede con la secuencia primera, cuyos
elementos se cierran sobre sí mismos.
Los dos tipos de
construcciones son frecuentes en Rosalía, y es habitual que
aparezcan combinadas en un mismo poema, ya en la forma simple que
hemos expuesto, ya mediante formas más complicadas por la
intercalación de otros elementos. Al hablar de reiteraciones
tendremos ocasión de ver algún caso; citemos ahora
solamente, a título de ejemplo, la estrofa inicial de
«Cenicientas las aguas» (O. S. 343).
(La
situación de los adjetivos en este poema la comentamos en el
capítulo del símbolo, por ser uno de los recursos
empleados por la autora para conseguir el carácter
simbólico del paisaje).
Muy frecuente es
en Rosalía el uso del participio con valor de adjetivo. En
sus primeros poemas creemos que la facilidad para la rima no fue
ajena a esa predilección. Sin embargo, el uso del participio
se prolonga hasta su último libro. Veamos algún
ejemplo:
—328→
y viendo al fin
reducidas
sus esperanzas en nada,
viendo en el viento
esparcidas
las ilusiones
perdidas,
su bienandanza
frustrada...
(O.
C. 216)
...supo
después que olvidada
fue de su amante, y
postrada,
no resistió su dolor.
(O.
C. 217)
También el
participio de presente permite una cómoda rima
consonante:
...Y en la aurora
luciente
sus caricias de amor se
retrataron
como sombra riente.
(O.
C. 218)
Veamos un ejemplo
tardío, de En tas orillas del Sar:
Desierto
el mundo, despoblado el cielo,
enferma el alma y en el
polvo hundido
el sacro altar en donde
se exhalaron fervientes mis
suspiros,
en mil pedazos roto
mi Dios, cayó al
abismo...
(O. S. 321)
Además de
las razones históricas (influencia del Romanticismo),
rítmicas o del afán explicativo, encontramos gran
número de poemas donde la abundancia de adjetivos obedece a
razones de carácter sentimental.
Cuando
Rosalía habla de lugares queridos, el sentimiento se le
desborda en multitud de adjetivos. Se complace en recordar las
cualidades "objetivas" de las cosas: su color, su forma, sus
características. Hay una complacencia en los detalles
—329→
que se revela en esa forma de ir cada cosa acompañada
de sus cualidades. A estos adjetivos descriptivos, de
intención objetiva, hay que añadir los adjetivos
puramente subjetivos, que expresan los juicios de valor del poeta
sobre la realidad observada. Pongamos un ejemplo:
O simiterio da
Adina
n'hai duda que
é encantador,
cos seus olivos
escuros
de vella
recordazón;
co seu chan de
herbas e frores
lindas, cal
no'outras dou Dios;
cos seus
canónegos vellos
que nel se sentan
ó sol;
cos meniños
que alí xogan
contentos e
rebuldós;
cas lousas brancas
que o cruben,
e eos
húmedos montóns
de terra, onde
algunha probe
ó
amañecer se enterróu.
(F. N. 196-7)
Junto a los
adjetivos objetivos: olivos escuros,
canónegos vellos,
meniños contentos e
rehuidos, lousas brancas,
húmedos montóns, están los
más directamente expresivos de su subjetividad, que son:
encantador y lindas. Unos y otros alternan en
evocaciones y descripciones, predominando según la actitud
más o menos objetivadora del poeta.
Veamos esta breve
evocación de Compostela, en la que faltan elementos
objetivos:
Ciudad
extraña, hermosa y fea a un tiempo,
a un tiempo apetecida y
detestada...
El sentimiento
actúa muchas veces como cristal deformador de la realidad,
que aparece embellecida o afeada según la índole del
sentimiento. Del primer tipo son las descripciones
—330→
que hace de Galicia, un poco tópicas por insistir
siempre sobre las mismas notas: frescura, verdor, suavidad. Del
segundo, las de Castilla, en alguna de las cuales llega a una gran
sutileza en el empleo del adjetivo deformador. Veamos
primero las descripciones de Galicia:
Hai ñas
ribeiras verdes, hai ñas risoñas
praias
e nos penedos
ásperos do noso inmenso mar,
fadas de
estraño nome, de encantos non sabidos,
que só con
nós comparten seu prácido folgar.
(F. N. 249)
Este
prácido sol que nos aluma,
estes aires do
mar;
este tempre soave;
estas campías
que non
teñen igual;
esta fala mimosa
que nós temos
de tan dose
solás...
(F. N. 285)
El tiempo, la
lejanía temporal, actúa también como elemento
embellecedor, pero observemos el aspecto irreal, de cromo, que dan
los adjetivos a estas evocaciones:
Oigo el toque sonoro que
entonces
a mi lecho a llamarme
venía
con sus ecos, que el alba
anunciaban;
mientras, cual dulce
caricia,
un rayo de sol dorado
alumbraba mi estancia
tranquila.
Puro el aire, la luz
sonrosada,
¡qué despertar tan
dichoso!...
(O. S. 314)
Contrariamente, la
antipatía deforma su visión de Castilla, y se revela,
entre otros muchos detalles, en la elección de
adjetivos:
—331→
Unha tarde
alá en Castilla
brilaba o sol cal
decote
naqueles desertos
brila.
Craro, ardoroso e
insolente...
(F. N. 228)
La luz del sol es
calificada de «insolente». Más tarde, para
hablar del color de una ciudad, buscará el participio
«quemado», insistiendo sobre la idea de desierto, y un
pinar -esos pinares que en todas partes alegran el paisaje-
tendrá también sus adjetivos de connotaciones
peyorativas:
Do largo pinar
cansado
a negra
mancha sin
término,
do puebro o
color queimado.
(F. N. 229)
Rosalía
subjetiviza el paisaje, la naturaleza, y para ello se vale muchas
veces del adjetivo. Las nubes, el viento, se hacen tristes o
alegres según el estado de ánimo del poeta:
Y estaba la verde
hierba
toda cubierta de escarcha;
las tenues lejanas nieblas,
cual vaporosos fantasmas,
vagando tristes y
errantes,
sobre las altas
montañas.
(O.
C. 254)
Cada
estrela, o seu diamante;
cada nube branca
pruma;
triste a
lúa marcha diante.
(C.
G. 60)
Medroso o vento que pasa
os pinos xigantes
move,
i á voz que
levanta triste,
outra
máis triste responde.
(C.
G. 135)
—332→
Chirrar dos carros da
Ponte,
tristes campanas
de Herbón:
cando vos oio
partídesme
as cordas do
corazón.
(F. N. 240)
Igual que el sol
castellano, la luz del día puede ser insolente y traidora
para el que se debate entre tristezas y congojas:
Mais a luz
insolente do
día,
costante e
traidora,
cada
amañecida
penetraba radiante
de groria
hastra o leito
donde eu me tendera
coas miñas
congoxas.
(F. N. 179)
Hemos visto que el
sentimiento la lleva a destacar, unas veces, las cualidades reales
de las cosas; otras, a deformar la realidad, embelleciéndola
o afeándola, llegando a subjetivar totalmente lo externo,
que pasa a ser un reflejo de la intimidad.
En relación
con el sentimiento que exalta cualidades de los objetos, tenemos
que destacar el uso del adjetivo en las descripciones ponderativas,
uso característico sobre todo de Cantares gallegos:
la cualidad salta al primer plano envuelta y realzada por el
subjetivismo de la admiración:
De valles tan
fondos,
tan verdes, tan
frescos...
(C.
G. 24)
¡Qué
garruleiro
brando cantar dos
váreos paxariños!
(C.
G. 104)
—333→
Y lo mismo en
descripciones de personas:
¡Qué
frescas, qué polidas, qué galanas,
iban co gando as
feitas aldeanas!
(C. G. 105)
Otro uso que hay
que señalar en Rosalía es el de la acumulación
de adjetivos relacionados entre sí de alguna forma
(semántica, simbólica...) para crear una determinada
impresión o ambiente. Observemos un ejemplo temprano, del
libro A mi madre:
En la
solitaria puerta
no hay nadie... ¡Nadie me
aguarda!
Ni el menor paso se siente
en las desiertas
estancias.
Mas hay un lugar
vacío
tras la cerrada
ventana
y un enlutado vestido
que cual desgajada
rama
prende en la muda
pared
cubierta de blancas gasas.
(O.
C. 256)
Los adjetivos que
hemos subrayado contribuyen todos a crear una impresión de
soledad reforzando la significación del primero que aparece.
Veamos, ahora, en un ejemplo del último libro, cómo
consigue dar una impresión de desagrado utilizando adjetivos
que se refieren a distintas sensaciones: térmicas, visuales,
gustativas, auditivas...:
Candente
está la atmósfera:
explora el zorro la desierta
vía;
insalubre se torna
del limpio arroyo el agua
cristalina,
y el pino aguarda
inmóvil
los besos inconstantes de la
brisa.
—334→
Imponente
silencio
agobia la campiña;
sólo el zumbido del insecto
se oye
en las extensas y
húmedas umbrías;
monótono y
constante
como el sordo estertor de
la agonía.
(O.
S. 322)
Rosalía
acierta a veces rotundamente en un uso del adjetivo que
pudiéramos calificar de realista: son adjetivos que
pretenden dar, y lo consiguen, una imagen fiel de la realidad, sin
deformarla con subjetivismos, sin ponderaciones que lleven a primer
plano una determinada parcela de ella, sin interposición de
tópicos más o menos literarios.
Estos adjetivos se
refieren tanto a la realidad exterior como a su propio mundo
interior. A veces esta realidad queda retratada con un solo
adjetivo, y a veces Rosalía emplea dos, tres y hasta cuatro
para reflejar la complejidad que ella percibe. Como ejemplo de
estos adjetivos realistas podemos citar el «repoludo gaiteiro» de
Cantares gallegos (C.
G. 51), el viento «toliño e rebuldeiro [...]
murmuradeiro» (C.
G. 105), o aquellos con que una muchacha cuenta a una amiga
lo sucedido en una fiesta:
A
sombra dos pinos, Marica, ¡qué
cousas
chistosas
pasaron!, ¡qué rir
toíeirón!
[...]
As cóchegas brandas,
as loitas
alegres,
os berros, os
brincos, os contos sin fel.
[...]
Mais
ela decote tan grave e soberba,
tan fina de
oído, tan curta de mans,
xordiña quedara, falando por sete.
[...]
Y a
dona sorría con ollo entraberto...
(C.
G. 137-8)
—335→
El reír
loco (pero «toleirón» es más expresivo),
las cosquillas «blandas» y el ojo
«entreabierto» de la señora (antes ha hablado de
«vista turbada y ojos durmientes»), habitualmente grave
y distante, nos dan una imagen viva y realista del estado en que se
encuentran los concurrentes a la fiesta.
De realista hay
que calificar también la imagen que a través de los
adjetivos nos da en Follas novas de un niño mendigo:
Farrapento o descalzo, nas
pedras
os probes
peiños,
que as xiadas do
inverno lañaron,
apousa indeciso.
Fijémonos,
sobre todo, en el acierto del participio indeciso,
expresivo por sí solo de la actitud del niño que
siente, al andar, el dolor de sus pies llagados contra las
piedras.
Cuando emplea dos
o tres adjetivos, el papel de éstos suele ser acumulativo,
añadiendo cada uno de ellos una nota nueva. Además de
los ejemplos citados, veamos éstos:
(una campanada) «rebuldeira e
queixumbrosa» (C. G. 5
(una campanada) «cando antre as naves
tristes e frías» (F.
N. 192)
(la catedral) «ti, parda mole, pesada e
triste» (F. N. 193)
(un río) «antre as negras ribeiras
manso e lento» (F. N. 207)
(una paloma) «tan querida e tan
branca» (F. N. 216)
(copas de los árboles) «extensas y húmedas
umbrías» (O.
S. 322); «perfumadas, sonoras y altivas»
(O. S. 318)
Otras veces el
segundo adjetivo está ya comprendido implícitamente
en el primero y es como el desarrollo de un matiz de
éstos:
«transparente, limpo e
puro» (C.
G. 140)
días «hermosos y brillantes» (O. S. 315)
fuente «serena y pura» (O. S. 315)
cárcel «estrecha y sombría»
(O. S. 314)
—336→
O, por el
contrario, hay una gradación en la que el último
abarca a todos los anteriores:
i eu
sin calor, sin movemento, fría,
muda, insensibre a
todo...
(F. N. 170)
Trai
manchádalas prumas
que eran un tempo
brancas,
trai muchas e
rastreiras
i
abatídalas alas.
(F. N. 216)
mudo, ciego, insensible
(O. S. 336)
En ocasiones el
empleo de dos adjetivos revela la sensibilidad de Rosalía
para distinguir aspectos muy próximos de la realidad: verde
y fresco, frondoso y florido (C.
G. 102), agobiado y afligido (O. S. 314), rendido y cansado
(O. S. 318),
rústico y sencillo (O.
S. 323).
Otras veces,
cuando los adjetivos son más de dos, se establece entre
ellos un tipo de relación en la cual cada adjetivo es una
entidad plena de sentido que, al unirse a los otros, se integra en
una unidad superior, expresando una realidad más compleja.
Los ejemplos permitirán observar esto con más
claridad:
«dejadme solo y olvidado y
libre»
(O. S. 323)
El primer adjetivo
nos sitúa en el plano de la soledad; el segundo, en el del
olvido. Ambos son independientes, y el polisíndeton refuerza
la independencia de cada miembro. En efecto, se puede estar solo y
no olvidado, o bien olvidado, pero no sin compañía.
Pero al mismo tiempo el olvido puede —337→
ser una forma de la soledad, más intensa que la
simple falta de compañía. Por su parte, la libertad
es independiente de soledad y olvido, pero también puede ser
una consecuencia de ellos. Cuando los tres adjetivos van referidos
a un objeto (no a la propia poeta), éste adquiere un
carácter simbólico. Así el camino «triste, escabroso y desierto»
(O. S. 315) o la morada
«oscura, desmantelada y
fría» (O. S. 317), expresivos ambos del mundo
desolado donde el alma del poeta se mueve. Quizá el ejemplo
más significativo sean los cuatro adjetivos con que
Rosalía se refiere a su modo de responder a los
estímulos del mundo exterior:
Una cuerda
tirante guarda mi seno
que al menor viento lanza siempre
un gemido
mas no repite nunca más que
un sonido
monótono, vibrante,
profundo y lleno.
«Monótono», es decir, 'siempre igual a sí
mismo'. Pero no por ser repetido se va apagando, sino que conserva
siempre la misma intensidad: «vibrante»; y es el sonido
de esa vibración no estridente, superficial, sino que surge
de lo más íntimo del espíritu: es
«profundo» y está cargado de significado:
«lleno». Cuatro adjetivos que, limitándose
mutuamente, alumbran y esclarecen una nueva realidad: la del dolor
de la poeta.
Señalemos
finalmente que la ausencia o escasez de adjetivos en Rosalía
suele obedecer a dos motivos principales: uno es el de dar
animación y rapidez a la descripción, como puede
verse en el poema «Vente meniña» de Cantares
gallegos, ya citado, o en este otro de Follas novas:
Xan vai coller
leña ó monte,
Xan vai a
compoñer cestos,
Xan vai a podalas
viñas,
—338→
Xan vai a
apañalo esterco,
e leva o fol
ó muiño,
e trai o estrume
ó cortello
, a vai á
fonte por augua,
e vai a misa cos
nenos,
e fai o leito i o
caldo...
(F. N. 262)
En estos poemas
interesan los hechos, las acciones; de ahí la abundancia de
verbos.
El otro motivo es
el deseo de universalizar la significación de los elementos
sustantivos, prescindiendo de toda característica
individualizadora: frente al viento «toliño e
rebuldeiro» (C. G. 105), a la fuente «serena y pura» (O. S. 315), al «manso río» (O. S. 323), la escueta sencillez de
los sustantivos en el poema de la Negra Sombra:
i eres a estrela
que brila,
i eres o vento que
zoa.
[...]
i es o marmurio do
río,
i es a noite, i es
a aurora.
(F. N. 187)
Como final,
repetimos lo que al comienzo anunciamos: Rosalía emplea con
desigual fortuna el adjetivo como elemento expresivo en su
poesía. Y frente a ejemplos numerosos de acierto en su uso,
encontramos hasta sus últimas obras ejemplos de descuido:
adjetivos tópicos, literarios, trillados, convencionales.
Rosalía, en definitiva, fue poeta de intuiciones, y el
trabajo de lima se echa muchas veces en falta en sus poemas. El
capítulo de la adjetivación es de los más
significativos a este respecto. Como única norma podemos
señalar que en su primer libro (La Flor) predomina
el adjetivo literario, herencia del romanticismo, que va decayendo
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a lo largo de su obra sin desaparecer nunca totalmente. En
cuanto a la mayor o menor abundancia de su uso, no obedece a
razones cronológicas, sino a esos otros motivos que hemos
señalado en nuestro estudio: objetividad, deseo de
universalizar, etc.