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La Santa Cruz de Caravaca

Vicente de la Fuente





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En los cuadernos del tomo IX del BOLETÍN de nuestra Real Academia, desde la página 177 á 188 se ha publicado el artículo leído en ella con el epígrafe «La Cruz patriarcal ó de doble traversa y su antigüedad y uso en España, á propósito de la Cruz de Caravaca». Dió motivo para ese trabajo, como también para otro del Sr. Codera, un libro de 154 páginas en 4.º escrito por nuestro digno correspondiente D. Quintín Bas y Martinez, y que nuestro Excmo. Director creyó merecía ser objeto de revisión y estudio. Cumpliendo pues con este deber académico, y después de inhibirme en la parte arábiga como incompetente, creí deber comenzar mi informe por hablar de las Cruces llamadas Patriarcales y de las más conocidas en España desde el siglo IX, como también de la del santo Sepulcro vista y usada en España dos siglos antes que la de Caravaca. En el capítulo V de su libro, y á la página 48, cita el Sr. Bas «El Aparecimiento de la Santísima Cruz», y á la 52, después de largo preámbulo dice: «Entre los mil relatos, que publican los autores, y por más que todos estén contestes en lo sustancial, merece la preferencia el texto de Fr. Juan Gil Egidio1 de Zamora». Y añade que Fr. Juan Gil «se apresuró á consignarlo en los Comentarios, ó Adiciones al Cronicón del Arcipreste Toledano redactadas por encargo del referido monarca.»

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Triste cosa fué para mí al ver que se citase como documento comprobante el desacreditado y apócrifo Cronicón de los llamados «Adversarios del supuesto Arcipreste de Santa Julia.» ¡Cuándo querrá Dios que en España se conozca, se adquiera y se lea el precioso libro de nuestro malogrado Godoy y Alcántara acerca de los falsos Cronicones, premiado por esta Academia, y apenas conocido ni leído! Y para mayor dolor se repetían luego todos los embustes y dislates del falsario y desacreditado Luna, y las necedades del crédulo Cuenca, que ya habían rebatido con gran templanza, pero con singular acierto, el P. Papebrock y sus colaboradores en los apéndices á la vida de San Fernando, correspondiente al tomo VII del mes de Mayo, en la imponderable y reputadísima obra titulada «Acta Sanctorum

Si nuestro apreciable correspondiente la hubiera visto, probablemente hubiera escrito con mejor acierto, dado el ingenio y buen deseo, que en su trabajo se echan de ver. Pero la obra es voluminosa y muy cara, no estando al alcance de las modestas fortunas; motivo por el cual son de lamentar el saqueo y desaparición de nuestras Bibliotecas monásticas, en las cuales solía hallarse á principios de este siglo, como he podido observar al reconocer algunas de las que se han formado con los escasos é incompletos restos de aquellas.

Ante todo, triste es decirlo, hoy por hoy no sabemos á punto fijo el tamaño y forma exacta de la Santa Cruz de Caravaca. Dióla Robles, y copiada de él, la insertó Papebrock, al folio 407 del citado tomo VII; pero allí se dice que la Cruz tiene un agujero en la parte superior, por donde pasaba el cordón, de donde la llevaba colgada al pecho el Patriarca de Jerusalén; más en el dibujo que allí se presenta no hay agujero. Tampoco sabemos su color ni su verdadero tamaño; y es, según leemos á la página 89, refiriéndose al citado Cuenca, escritor crédulo, que en 1630 vino un platero de Murcia, llamado Luís de Córdoba, para hacer una caja nueva para la Santa Cruz. «Instaló su taller en la torre Chacona, en el año 1630; y dando principio á su obra tomó con un compás medidas á la Santísima Cruz, en que gastó mucho tiempo, por ser propiedad de esta sagrada Reliquia hacerse unas veces mayor y otras menor, no hallando punto fijo en cuantas medidas   —321→   se han tomado, como sucede con la copa del Cáliz, en que Cristo Señor Nuestro instituyó el Santísimo Sacramento, que se guarda en la Catedral de Valencia.»

Dios no hace los milagros á tontas ni á locas; y repugna al sentido común, que Dios haga que un pedazo de madera se estire y se encoja sin motivo ni fin alguno, para impedir que un artista piadoso y llevado de honestos fines haga una obra meritoria y para el culto divino. Esto ni siquiera es serio, cuanto menos piadoso; y se puede ser piadoso sin dar asenso á cosas tan inverosímiles, y aun absurdas. Mas como el vulgo incurre á veces en el escándalo de escandalizarse de lo que no se debiera escandalizar, conviene añadir el siguiente fuerte correctivo.

El Concilio de Trento prohibe que se publiquen milagros sin que primero se forme expediente canónico, y lo apruebe el obispo. Y pues Cuenca no acredita ese milagro con testimonio del obispo, como debiera al anunciarse esta sobrenatural propiedad, sin que se haya aprobado por el ordinario, es de presumir que no se ha hecho, y su propalación es una infracción temeraria de un mandato del Concilio de Trento, que también es ley del Reino. No sirve decir que el libro está aprobado por el Ordinario: este solo declara, bajo la fé del Censor, que el libro nada contiene contra el dogma y la moral. Los libros del Tamayo Salazar están llenos de Santos fingidos y milagros falsos; y con todo están aprobados. Es seguro que si hoy se toman las medidas de la Cruz saldrá cien veces como la primera.

Nuestro criterio en esta parte es el del P. Papebrock; al cual nos adherimos por completo diciendo en castellano lo que él en latín2. «Antes, dice el sabio jesuita y eminente crítico, que pase adelante protesto una y otra vez, que yo no abrigo duda alguna acerca de la verdad de haber sido llevada á Caravaca la Santa Cruz, y del modo milagroso con que fué llevada, y que solo deseo expurgar esa historia de las modernas adiciones de circunstancias   —322→   fabulosas, sin lo cual pudiera alguno sospechar que aun la sustancia misma del milagro fuese fingida, á no estar atestiguado el asunto con más antigüedad y sinceridad.»

Las palabras del sabio jesuita son muy comedidas, y calculadas muy hábil y discretamente: reconoce el milagro, pero luego al entrar á examinarlo apenas deja nada en pié, como luego veremos, de las añadidas excrescencias á la tradición primitiva.

Pero antes de proceder á expurgar las modernas ficciones con el alto criterio del sabio jesuita, pasemos á investigar la antigüedad y calidad de la tradición, asunto libre para la crítica, y de gran trascendencia para el católico; puesto que lo más seguro en este asunto de la Santa Cruz de Caravaca es atenerse á la tradición antiquísima y respetable y el culto especial, que desde fines del siglo pasado permite la Santa Sede que se le dé, por ser inmemorial, aunque en algo se sobrepone á las prescripciones litúrgicas de que se hablará al final.

El primero que escribió exprofeso un libro acerca de esta Cruz fué Robles Corbalán en 1615. Al folio 77 de su libro trata «de algunos milagros que se hallan en una relación del archivo de la Santa Cruz, y de los incendios que hubo en su torre y quema desta villa por los moros.» El primer incendio que cita es el de 1348; el cual fué tan grande que la cera salía por la puerta formando un arroyo que daba hasta media pierna. (¡!)

Entonces fué cuando un escudero del Comendador Garci Sanchez Mesía «dixo que el quería morir en el servicio de la Santa Vera-Cruz, é quería sacar la caxa con ella ó morir, é diose de mano por medio del fuego é entró é sacó la caxa con la Santa Vera-Cruz é non se quemó nin fizo mal ninguno...» Calcúlase que esto se escribía hacia el año 1380, esto es, unos treinta años después del suceso.

En 1393 entraron los moros de rebato, prendieron fuego al pueblo, quemáronse todos los papeles del archivo de la villa, y la gente pudo salvarse en el castillo. Precisamente lleva esa misma fecha de 1393 el documento más antiguo para probar esta célebre tradición, que es una bula del antipapa Clemente VII, el joven cardenal Roberto, elegido en Aviñón por los cardenales franceses cismáticos en 1378. Este antipapa concedió varias indulgencias   —323→   en 1393, á los que confesando y comulgando dieren alguna limosna para el culto y para la reparacion del castillo, que era de la orden de Santiago, y en territorio á veces infestado de los moros. Este documento no fué publicado por Robles: quizá no quiso darlo por ser de un antipapa, pero á nosotros importa poco esto, bajo el punto de vista histórico y crítico, siempre que sea cierto. Lo publicó Cuenca en 1722 (pág. 372, cap. VIII). En él se aseguran dos cosas históricas importantes, á saber: obraba muchos milagros, principalmente en la redención de cautivos, y que de remotas partes venían á venerarla, lo cual demuestra la gran celebridad3.

El día 10 de Setiembre de 1480 se presentan el alcalde mayor de Caravaca, Pedro Fernández Botía, con otros, ante el honrado Sr. D. Diego Chacón, capellán del rey y de la reina, vicario de Caravaca por el cardenal Borja, administrador apostólico del obispado de Cartagena (que doce años después se llamó Alejandro VI) con una petición en papel, á fin de que se les autorizase á pedir limosnas para restaurar y adornar la iglesia y torres de la Santa verdadera Cruz, que hacía muchos milagros, como habían visto sus mayores y veían ellos.

Este documento es curiosísimo y segunda prueba de la tradición hecha ante una autoridad competente, y refiriéndose á testimonios de presente ó sean oculares y de mayores, ó sean auriculares, que equivale á la de cien años que ya se tiene por inmemorial. Legalizado este documento en 1480 podían los ancianos de Caravaca haberlo oido á otros ancianos de hacia el año 1380, y estas fechas de seguro coinciden con la primera prueba de la Bula de Clemente VII en 1393.

El Sr. Martínez Bas dice que el original de esta relación tan apreciable y curiosa lo robó el año 1550 un canónigo de Toledo, que se llevó también la Cruz para aquella iglesia primada, adonde la Cruz no quiso ir; y fué lo bueno que la Cruz tampoco quiso esta vez llegar hasta Caravaca, que poco le costaba, sino que   —324→   se quedó en un cerro de Moratalla, adonde hubo que ir á recogerla (pág. 121 del libro del Sr. D. M. Bas) y el cerro lo llaman de las Cruces, denominación impropia, pues en buen castellano se debía llamar el cerro de la Cruz ó de la Vera-Cruz como se llama uno frente á Alcalá de Henares y otros ciento en diferentes puntos de España. Y para ver cuán comunes eran desde el siglo XIII las noticias de cruces y efigies trashumantes, no hay más que observar que desde Tortosa á Tudela hay tres verdaderos Cristos de Berito construídos por Nicodemus, que vinieron por el Ebro agua arriba, y se veneran en Balaguer, Zaragoza y Tudela.

Lo mejor es atenerse al fuego de 1348 para explicar la desaparición de los documentos primitivos, si los hubo, atenerse á la petición de 1480 ante el vicario, autentizada en 1556 por el alcalde D. Francisco Muro Muñoz, y el escribano Pedro Díaz, á petición del sacristán de la Vera-Cruz, Francisco de la Torre, que es quien pide se le dé testimonio de lo que decía el papel, y dejar á un lado lo del robo de los papeles4, siquiera porque no se rían los canónigos de Toledo, que de seguro no se enfadarán por la mala fama que ponen los de Caravaca á un antiguo individuo del cabildo5.

Por de pronto los canónigos de Toledo podrían preguntar al Robles Corbalán, si viviera, y á los que repiten lo del robo: Si el documento original en papel otorgado en 1480 no existe porque fué robado en 1550 por el canónigo de Toledo (pág. 58, línea 2 del Sr. Bas), ¿cómo seis años después (2 de Enero de 1556) pedían al alcalde copia de él y este la daba trasuntada en un pergamino? Si dicen que el trasunto se sacó de mera copia poca fe merece6.

Dejando á un lado todo lo de la conversión de Abu-Zeit y su   —325→   vida, muerte y entierro en Cuenca, que todo es fabuloso, puesto que este neófito vivió en Zaragoza demasiado á lo moro, logrando a duras penas el obispo que se casara y viviese á lo cristiano, lo demás merece examinarse y tenerse en cuenta.

Por de pronto aquí no aparece todavía Mosen Chirino cosa que no era para olvidada. El clérigo que dice misa es un cautivo cualquiera, y no un clérigo de Cuenca, que viene á predicar por tierras de Murcia con salvoconducto de San Fernando. Tampoco aparece todavía en esta sencilla relación la patraña del «Súpose después que los Angeles se la tomaron de los pechos del Patriarca de Jerusalén», cosa que se olvidaba al alcalde y sacristán de Caravaca en 1480, y no era de olvidar.

Aun así es preciso tratar con benevolencia la candorosa relación de 1480, en la que hay cosas que chocan algún tanto. Porque no deja de ser extraño que Abu-Zeit, que se entrometía demasiado en las cosas de los cristianos de Valencia7, donde se decían muchas misas, no tuviese curiosidad de ver una misa hasta que fué á Caravaca, y que pidiese á Cuenca lo necesario para decir misa, y no á cualquier iglesia mozárabe de sus estados más próximos, y que el clérigo dijese el desatino de que para decir misa lo más esencial es la cruz, cuando lo esencial, esencialísimo, es la hostia, y que habiendo allí cristianos cautivos, ni estos, ni el clérigo tuviesen una cruz pequeña ni grande, cuando esta se hace en cinco minutos, y otras cosas que saltan á la vista, y eu que ni podemos ni debemos ser demasiado nimios y exigentes, sino respetar la sencillez fervorosa de aquellos tiempos, y observar que eran seglares los que refieren la tradición oral, que habían escuchado y la narraban al prelado para pedir limosna con que restaurar la capilla. Probablemente con las limosnas recogidas se restauró entonces y á fines del siglo XV, ó principios del XVI, la santa capilla, se adornó con retablo y cuadro, pinturas, etc., que de seguro en la parte arquitectónica serían mucho mejores, que lo existente hoy día, y agradaría más ahora á los artistas y á las   —326→   personas piadosas é inteligentes poder contemplar aquel monumento del tiempo de los Reyes Católicos y de Alejandro VI.

Probablemente también serán de este tiempo las cuatro tablas procedentes del retablo, hecho por Faxardo en 1521, que se conservan por fortuna, y que ha reconocido y examinado nuestro digno correspondiente. Cualquiera que sea el mérito artístico de esas cuatro tablas, preciso es conservarlas con mucho esmero y aprecio, y encargarlo así á la Comisión provincial de monumentos, reproducirlas por medio de la fotografía, y aun, si pudiera ser, por la cromolitografía. Cualquier arqueólogo medianamente inteligente conocerá desde luego, y á la primera vista, la fecha aproximada de la época de esas cuatro tablas, por el colorido, dibujo, indumentaria y demás circunstancias que en tales casos rigen. Estos cuadros, probablemente de principios del siglo XVI, forman el tercer comprobante de la tradición. Viene luego como cuarta prueba de ella, á contar desde la Bula de 1393, la piadosa relación del venerable Oncala, canónigo de Avila, que ni quita ni pone, pues es nada más que la sencilla relación de 1480, sin más discrepancia que suponer que el sacerdote es un fervoroso misionero, el cual va á Caravaca, sin decir ni de Cuenca, ni de donde, á convertir infieles. Aquí todavía no sale á lucir Mosen Chirinos, y el libro titulado Apophia salía á luz hacia el año 1530. Que el pobre clérigo preso no tuviese ninguna cruz, se comprende; pero que un misionero tan celoso se olvidara de llevar un crucifijo, por pequeño que fuese, no es de creer.

Todavía en 1591 el maestro Chacón, dominicano, excelente crítico, en el capítulo XXXI de su obra de Signis Crucis, impreso en Roma, reproducía casi literalmente la relación de 1480, expresando lo del clérigo cautivo, sin nada de Mosén Chirino, sin decir que la cruz fué traída por ángeles y hecha por ellos, ni asegurar que fuera patriarcal ni venida de Jerusalén.

El P. Chacón da por único fundamento de este suceso no autentizado, la mera tradición. En 1600 la repite el P. Jaime Bleda, también dominicano.

Veamos cómo aún en el siglo XVI, y cuando todavía no se fingían cronicones, la imaginación popular, como sucede casi siempre, iba poco á poco adicionando circunstancias á la sencilla narración   —327→   primitiva, y los escritores, sin fingir, repetían lo que so iba añadiendo.

En la primitiva narración de 1480, aparece la cruz en el altar sin ángeles que la traigan. «Entonces el Rey miró hácia el altar é vido la Santa Cruz.»

En 1550, según Oncala, el rey ve dos ángeles que colocan la cruz en lo alto del altar. «Videbat Angelos duos Crucem obviis manibus afferentes altaris fastigio

En 1580, el P. Chacón: «Por la bobeda en que estaba puesto el altar, por una claraboya que avia en ella, entraron dos Angeles que trayan una cruz de menos de un palmo de madera, y la pusieron sobre el altar.»

En 1600, el P. Bleda escribe que la cruz era hecha por ángeles, ignorándose de qué madera; pero no cita todavía á Mosén Chirinos, ni dice que fuera la del patriarca de Jerusalén. Por consiguiente, estas dos últimas noticias, no conocidas en el siglo XVI, surgen a principios del XVII.

Desde principios del siglo XVII comienzan las mentiras exorbitantes á manchar la tradición sencilla de los siglos anteriores. Robles Corbalán, después de hablar de los grandes incendios de las capillas, dice con gran sencillez, que las pinturas murales eran del tiempo mismo de Abu-Zeit. Esto sería otro milagro, quemarse la iglesia y no quemarse las pinturas. Y aun da á entender que tampoco se quemó el retablo, pues dice (pág. 79): «A éste (Juan D. Chacon) sucedió su yerno D. Pedro Faxardo, primer Marques de los Velez, que fué el que hizo el retablo de madera, que oy está en la capilla y altar de la Santa Cruz de 1521, copiado del antiguo que allí estaua desde el tiempo del milagro.» ¿Pero cómo quedó exento el retablo primitivo del siglo XIII á pesar del fuego de 1348 en que las llamas subían hasta la torre y salía un arroyo de cera por la puerta?

Las tablas que quizá mandó pintar D. Pedro Fajardo para este segundo retablo, deben ser de hacia esa fecha de 1520. Cualquiera inteligente lo conocerá así que las vea. Así que el suponer que las pinturas que aún se conservan son del tiempo de Abu-Zeyt es un absurdo. Por lo que hace á las disparatadas letras de la ventana, que el gran falsario Luna decía ser de fras árabe de las que llaman   —328→   góticas, se ve desde luego que son pura ficción, y, sobre ficción, necedad, que raya en estupidez; y quizá con objeto de burlarse de los cristianos, pues era hijo de moriscos. La fecha exacta de esas absurdas y ridículas inscripciones nos la da el mismo Robles Corbalán, primer propalador de esos embustes (pág. 47 vuelta). «Aviendolas llevado los años atrás á Valencia, Aragon, Portugal, Salamanca y otras partes de España á hombres inteligentes para que las traduxesen, y asimismo á lugares de Berbería, nunca se pudo hallar persona que las declarasse, hasta que descubriendo nuestro Señor los tesoros divinos que tenia escondidos en el Monte Santo de Granada (¡ya pareció!), fué á ella para la exposición de las láminas y libros que allí se hallaron el peritísimo Licenciado Miguel de Luna, médico, intérprete de lenguas, el cual declara por dos cartas suyas, que originales están en mi poder, y pienso dexar en el Archivo de la Santa Cruz, la una de 29 de Setiembre de 1603, y la otra de 8 de Marzo de 1604, que estas son cifras árabes semejantes á las que aquí llamamos góticas. ¡Qué barbaridad tan estúpida llamar góticas á las letras árabes! Sobre que las letras del dibujo ni son góticas ni son árabes.»

Desde luego se ve la afinidad de esta grosera patraña con los plomos de la torre Turpiana y el Santo Monte ilipulitano. El mismo bribón falsario anda en unas y en otras. ¿Sería Robles Corbalán cómplice ó víctima en este fraude? Puede sospecharse, pero no asegurarse, tanto más, cuanto que la disparatada fecha de 1213, que dió Luna, no le convenía á Robles Corbalán. ¿Y para qué perder el tiempo en hablar del gran embustero Luna? D. José Godoy Alcántara en su Historia crítica de los falsos cronicones, obra premiada por esta Real Academia, le describe diciendo: «Un tal Miguel de Luna, hijo de padres moriscos de Granada, en el cual suplica lo atrevido, lo mucho que le faltaba de ingenio y de saber.» Entre otras mentiras escribió la Verdadera historia del Rey D. Rodrigo, que es un centón de absurdos y necedades, suponiendo que en el Escorial había hallado el original de aquel libro. A este bellaco se encargó el descifrar las estravagantes y disparatadas letras, hermanas gemelas de las letras arábigas de los falsos plomos de Granada. Ni las letras ni la interpretación merecen los honores de la refutación, sino solo del desprecio. El   —329→   latín bárbaro y grosero es digno del falsario, que apenas lo sabía.

Entonces aparece en la palestra á fines de aquel siglo el P. Jerónimo Román de la Higuera, inventando á pares las mentiras, según sus malas aficiones. Este fué el que les regaló á los de Caravaca el canónigo Mosén Chirino «fijo de Alfonso Perez Chirino de los primeros pobladores de Conca»8, de quien nada se sabía, hasta que se le antojó este embuste al citado Padre. Y el bueno de Robles Corbalán suponía «¡que su Divina Magestad permitia estos descubrimientos para confusion de incrédulos!9 (folio 43 vuelto).» Y sigue diciendo Robles: «El dicho Padre Hierónimo Roman de la Higuera... queriendo escriuir cierto libro de San Julian, obispo de Cuenca, aquella Santa Iglesia le dió el Archiuo, á donde halló un antiguo pergamino, en que estaua escrito este milagro en lengua antigua y tosca de aquel tiempo. El supuesto pergamino es un conjunto enorme de desatinos, desde la cruz á la fecha como suele decirse.» Principia llamando al Chirino Musé Ginés. No era tan lerdo el P. Román que confundiera el Mosén de la Corona de Aragón y aun de Castilla10 con Musé. La era M. CC. LIV, que corresponde al año 1216, no puede ser más disparatada. Y no se contentó el falsario con inventar á Mosén Chirino, sino que inventó también la patraña, hasta entonces no dicha ni citada, de que aquella cruz era la del Patriarca de Jerusalén. «E alzado el Rey los ojos falló que dos Angeles la trayan (la cruz) con gran claridad, y el clerigo (antes había dicho dos veces Crerigo) conortado fizo gracias á Dios, é dixo su Missa. Súpose despues que los Angeles la tomaron de los pechos del patriarca de Hierusalem. Batizose el Rey por mano del Chirino...» Esta es   —330→   otra mentira; pero ¿quién va á sacarlas todas? El lenguaje está mal remedado, como se conoce al punto. El P. Papebrok le probó entre otras cosas, que en 1231, ó bien en 1232, no había patriarca en Jerusalén, que el legítimo patriarca estaba en Italia y otras cosas que ignoraba el P. Román de la Higuera, y á que no descendemos. Probó también que las cruces de dos travesaños no eran miradas en Oriente como patriarcales, sino que las usaban hasta los legos y seglares.

Como al fingir estas patrañas el P. Román de la Higuera se hallaba en el colegio de Belmonte de Cuenca, repartía sus bendiciones de incienso adulador á todos los pueblos de aquella tierra, hasta el Toboso inclusive, y al inventar el Mosén Chirinos, de Cuenca, adulaba á Cuenca, á su cabildo y al ilustre linaje de los Chirinos, que por cierto no se dejó engañar11. Nadie asegura haber visto tal pergamino, y el P. Román era muy capaz de fingir la letra, aunque no solía aventurarse á tanto. Su maña era dar copias, y luego comprobar estas con las mentiras que iba embutiendo en sus cronicones. Como en sus primeros engendros el Flavio Dextro, Marco Máximo, Heleca, Luitprando y el arcipreste de Santa Julia no había tenido la precaución de mentar á Mosén Chirino y lo del patriarca de Jerusalén, hubo de darle cabida en uno de los últimos engendros de su atrevimiento, cual fué el de los supuestos comentarios del Fray Juan Egidio de Zamora, suponiendo que este fraile, por orden de San Fernando, había adicionado los supuestos adversarios del supuesto Arcipreste. Tragó el cebo el incauto Robles, como otros muchos miles de españoles de aquel tiempo, y publicó la adición poniéndola en la pág. 26 de su libro.

Y habiendo demostrado el P. Papebrok que esto era una mentira y también lo de las patrañas de Luna, cómo se atrevió Cuenca Fernández con tan grosera ignorancia, como petulante osadía á escribir en su indigestísimo libro á la pág. 167: «Se dan por de ningún fundamento las congeturas de el Padre Daniel Papebroquio...»   —331→   y repetir á la pág. 154 lo que había dicho Robles Corbalán, á la pág. 26 de su libro? Podía perdonarse á Robles la inserción de este documento en 1615, cuando aún no estaba descubierto el embuste, si es que no fué cómplice de Luna; pero es imperdonable la necedad de Cuenca al reproducirlo (pág. 155) y adulterándolo en varios parajes, poniendo Caravacis donde Robles Carabis, y Ginesius Perez Chirinos, donde Robles, con mejor latinidad, «Genesius Petri Chirinus

Resumiendo, pues, los puntos concretos enunciados aparece:

1.º Que la aparición de la Santa Cruz de Caravaca tuvo lugar en el castillo el dia 3 de Mayo de 1232, según conjetura probable, pues la tradición no da fecha.

2.º En el siglo siguiente, y año de 1348, se quemó toda la capilla interior y exteriormente hasta las torres, salvándose la cruz por la intrepidez de un escudero del comendador Garci Sanchez Mejía.

3.º En 1393 (45 años despues del fuego) el antipapa Clemente VII concede indulgencias á los que confesando y comulgando dieren limosna para el culto de la capilla y reparación del castillo que era de la orden de Santiago12.

4.º Aquel mismo año 1393 queman los moros el pueblo y el archivo de Caravaca, salvándose del incendio el castillo y la capilla.

5.º En 10 de Setiembre de 1480 el alcalde mayor de Caravaca hace información, ante el vicario del cardenal administrador del Obispado de Cartagena, para obtener limosnas, á fin de restaurar y adornar la iglesia y torres de la Santa y verdadera Cruz, que hacía muchos milagros. Contiene la más sencilla tradición, y al parecer la más verídica.

6.º D. Pedro Faxardo, primer Marqués de los Velez, costea en 1521 el retablo de madera de la capilla de la Santa Cruz. Parece probable que de aquella época sean las pinturas y tablas que se conservan, y que necesitan ser inspeccionadas científicamente.

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7.º En 1530 el piadoso canónigo Oncala publica el milagro en su libro titulado Apophia, reproduciendo sencillamente la narración tradicional de 1480 con ligeras discrepancias.

8.º En 3 de Enero de 1556 el sacristán de la Vera-Cruz, Francisco de la Torre pide al alcalde D. Francisco Muro y Muñoz testimonio del papel de 1480, y este da el trasunto en pergamino, sin decir nada del robo de documentos por un canónigo de Toledo, que se decía acontecido en 1550, ó sea seis años antes.

9.º El P. Fr. Alonso Chacón publica en Roma, el año 1691, en su libro de Signis Crucis, el milagro de Caravaca, ateniéndose á la tradición de 1480, sin mentar á Mosén Chirino, ni al patriarca de Jerusalén, ni que fuese del madero santo de la cruz.

10. Publicado este milagro en Roma por el P. Chacón, murciano, por la noticia que corre por Europa y el P. Jayme Gretser, jesuita, propala la tradición escrita al tenor de la narración de 1480.

11. Todavía, en 1600, el P. Fr. Jayme Bleda escribe asegurando que la Cruz de Caravaca fué hecha por Ángeles, ignorándose de qué madera sea, y sin noticia de Mosén Chirino, del patriarca Roberto, ni de la extracción de Jerusalén.

12. Comienzan á principios del siglo XVII á propalarse los embustes, que quizá se venian preparando desde fines del siglo anterior, y Miguel de Luna andaba ya en Setiembre de 1603 descifrando los ridículos letreros de la capilla, supuestos arábigos con letras góticas.

13. Por entonces también el P. Román de la Higuera, inventa la patraña de Mosén Chirinos, del patriarca de Jerusalén, á quien los Ángeles quitan la cruz del pecho, el bautismo de Abu-Zeyt en Caravaca y su muerte en Cuenca, que son dos mentiras enormes entre otras muchas.

14. No contento La Higuera con el montón de mentiras del supuesto pergamino hallado en Cuenca, las ratifica en su último aborto literario de los supuestos «adversarios», adiciones ó advertencias de Fr. Juan Egidio de Zamora, á su más supuesto arcipreste Juliano.

15. En 1615 se hace eco de estos embustes el presbítero Juan de Robles Corbalán, quizá cómplice en los de Luna, publicándolos   —333→   por primera vez en su Historia del misterioso aparecimiento de la Santísima Cruz de Caravaca, impresa en dicho año.

16. Cuando va comenzaban á ser más conocidas y combatidas las patrañas del P. Román de la Higuera, sobre todo en Bélgica y Alemania, pues en España era todavía peligroso combatirlas, por la complicidad ó alucinación de algunos literatos y magnates, y el fanatismo popular, descubre las ficciones el P. Papebrok, en el tomo VII de su eruditísima obra, continuación del Acta Sanctorum, en el apéndice á la vida de San Fernando. Desde entonces quedan ya desacreditadas entre los críticos y los sabios extranjeros, y aun entre muchos de España, las fábulas de Chirinos y del quimérico Patriarca de Jerusalén, sin negar por eso la antigüedad y respetable tradición de la milagrosa Cruz, y su legítimo culto.

17. En 1722, el Dr. D. Martín de Cuenca Fernández Piñeiro, imprime su disparatado libro de la «Historia sagrada del Compendio de las ocho maravillas del Mundo del Non plus ultra de la admiración y el pasmo del emporio... de la Santísisima Cruz de Caravaca», repitiendo todas las mentiras propaladas por Robles Corbalán, y pretendiendo contestar á Papebroquio, á quien ni siquiera entendía, si es que lo quería entender.

18. Hacia el año 1794 se consulta á la Sagrada Congregación de Ritos, por varios eclesiásticos de Caravaca, si era ó no lícito incensar á la Santísima Cruz, de rodillas, como al Santísimo Sacramento, según desde tiempo inmemorial se venía ejecutando. Según dice el Sr. Bas y Martínez (pág. 79), el Maestro de ceremonias pontificias encargado de responderles, dijo en 23 de Agosto de 1794 que, «aun constando ser formada la Cruz de Caravaca de una porción de la verdadera Cruz de Nuestro Señor Jesu-Cristo deberían observarse las rúbricas... pero sería mi parecer que atendida la costumbre del todo inmemorable no se debiese hacer al presente mutación alguna en el culto de dicha cruz...» Dióse en 23 de Agosto de 1794, según allí se dice.

La fórmula «aun constando ser formada de la verdadera Cruz», parece dubitativa, pero como no se da el texto íntegro, ni en latín, no podemos hacer juicio acerca de su sentido, mucho más siendo mero dictamen y no resolución.

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En resumen, la obra del Sr. D. Quintín Bas y Martínez, no satisface las exigencias de la crítica histórica, y al reproducir sin correctivo las patrañas de los grandes falsarios Luna é Higuera no honra á la Santa Cruz de Caravaca, digna del culto que se le da, y aun de mucho más. Ni Dios, que es la verdad por esencia, ni el catolicismo, quieren ni necesitan para nada fraudes ni mentiras. La Real Academia de la Historia, encargada oficialmente de la depuración de los errores y falsedades que en gran número se han acumulado en la historia de nuestra patria, cumple con su deber denunciando, con motivo del libro del Sr. Bas, lo que á propósito de la Cruz de Caravaca se ha venido propalando; manteniéndose en una actitud equidistante de un escepticismo crudo y nada católico y de ficciones anacrónicas y necias, ya descubiertas y denunciadas como tales por escritores sabios, virtuosos y altamente católicos, desde el mismo siglo XVII, y á poco de haber sido fingidas y propaladas. Si en España han continuado propalándose, culpa es de la superficialidad de los estudios históricos y de la escasa afición á la lectura, fuera de la de periódicos y novelas. Además la crítica, lo mismo en Historia, que en Literatura y Derecho, constituye un ramo aparte, y no basta saber Historia si no se sabe discernir y juzgar acerca de los que la han escrito. Por tanto convendría que el Sr. Das, por sí, ó auxiliado por ilustres murcianos y devotos de la Santa Cruz, y prescindiendo de los autores desacreditados que acerca de ella han escrito anteriormente, buscando más documentos, depurando los ya citados, excusando comentarios y estériles polémicas, rehiciera su libro, dándolo con un buen cromo de la Santa Cruz, para que de una vez sepamos cómo es, su tamaño, si tiene ó no agujero, y aun también dibujos exactos de las letras arábigas, ó lo que sean, y sobre todo buenas láminas de las tablas y cuadros que se cita, si la generosidad y piedad de los devotos le ayudasen.





Madrid 1.º de Octubre, 1886.



 
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