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La teología también pone trampas: Garro versus Paz

Guillermo Schmidhuber de la Mora

Una indagación crítica sobre lo religioso en la obra de escritores como Paul Claudel o Julien Green encuentra concordancias temáticas entre la biografía de estos autores y su obra, ya que fueron cristianos por pública confesión e incluso dejaron escritos autobiográficos en que relatan la anécdota de su conversión. Por el contrario, indagar sobre el tema religioso en escritores no abiertamente confesionales, como Elena Garro y Octavio Paz, parecería intento imposible; sin embargo, al comparar las obras de estos dos autores mexicanos, nos sorprenderá la incidencia de lo religioso en la narrativa y el teatro garriano, así como la ausencia de lo religioso en la poesía y la ensayística pacianas.

En una de las tantas pláticas que sostuve con Elena Garro, saqué a conversación el tema de la ausencia de lo religioso en la poesía de Paz y aquella sabia mujer me contestó: «En todos los años que viví con el poeta, nunca le escuché que nombrara a Dios». Paz no fue un creyente, ni sintió la congoja nostálgica de Dios («el querer creer» de Miguel de Unamuno); sino un escritor que colocó como motivo último de su existencia creativa una poesía intelectualizada. Para este poeta, la palabra era la mayor perfección humana, aunque su propia palabra tuviera la carencia de la significación teológica

A pesar de que Garro no fue una cristiana practicante, esta autora logró fervorosamente transparentar en sus textos su fascinación por lo sacro. En el camino de perfección tradicionalmente se diferencian dos etapas: la ascesis y la mística; la primera es el sendero de la purificación y la segunda es el arribo a la presencia divina. Garro presenta en alguno de sus textos, no las moradas ascéticas del sufrimiento físico y la perseverancia, sino únicamente los estremecimientos que produce la contemplación mística. Los estudios críticos de su obra literaria han señalado una y otra vez elementos que han sido calificados de realismo mágico, en pasajes que a la vez son comprobación de su arrobamiento ante lo sagrado.

La vida después de la muerte es la común esperanza religiosa, desde la primitiva veneración de los ancestros de las religiones arcaicas, hasta las concepciones de una sobrevivencia superior después de la muerte en las tres religiones monoteístas: el judaísmo, el cristianismo y el Islam. En la literatura hispana no hay obra comparable a Un hogar sólido, al ser esta la única pieza dramática sobre la «otra vida». Los personajes son difuntos de una familia que han sido enterrados en una tumba compartida y que esperan el juicio final, mientras dialogan en conversación postmortem en su espacio terrenal más allá del tiempo. Teóricamente esta pieza pertenece al género dramático calificado de farsa por lo imposible de su acción dramática al corresponder la anécdota al mundo de la fantasía; sin embargo, si desciframos la obra dentro de la creencia cristiana de la vida después de la vida, el género dramático ya no es fársico, sino simplemente una comedia que hace reír con el concepto de la pervivencia después de la muerte.

Cierto es que en los escritos de Garro las citas de carácter religioso que permiten conocer la concepción de Dios que tenía esta autora: «El presidente no es más que un empleado del pueblo: no es Dios. Yo creo que Dios no dura seis años ¿sabes?» Esta cita afirma que la autora cree en el poder y la eternidad de Dios. En otra entrevista Elena aseguró a Carlos Landeros: «Si fuera castrista lucharía por el castrismo y yo sólo peleo por la Constitución mexicana. Yo soy agrarista guadalupana, porque soy muy católica. Devota del Arcángel San Miguel y de la Virgen de Guadalupe, patrona de los indios».1 Mejor confesión de fe no podría ser encontrado en otro/a escritor/a de México.

El concepto de Otredad en Elena tiene mucho de compasión: Los pobres le dolían corporal y espiritualmente, y se indignaba porque sus derechos habían sido arrebatados. Para ella, el indígena es un ser admirable en su plenitud existencial aunque sufra la disminución de sus oportunidades sociales; este y otros menosprecios sociales fueron combatidos con una cruzada en contra de lo individual y una búsqueda de lo colectivo:

Porque el hombre confronta su estatura pequeña con los valores superiores por los que debe vivir y morir. La lucha es eso: un riesgo y esto no debe aceptarse si uno no está dispuesto a llevarla hasta su final. Los hombres nos dividimos en dos grupos: los que aprendemos a morir y los que aprenden a vivir.2


Su interés por los campesinos sobrepasa la lucha de clases, para propugnar por la búsqueda humanista de sus derechos. Garro no fue una luchadora social a la manera liberal, por el solo sentido de la justicia, sino una defensora de un humanismo más allá de lo político.

En una de las cartas que Elena me escribió incluyó un párrafo ejemplar sobre su concepto de teatro. Después de haber leído varias de mis piezas dramáticas, me escribió esta opinión:

¡Es tan raro escuchar a alguien que crea todavía en la misión sagrada del Teatro, ahora que lo han convertido en slogans, carteles y consignas! El Teatro es la dimensión de la tragedia y está por encima de los carteles o del llamado «Teatro realista o socialista o popular.» ¿No te parece que Calderón, Lope y Sófocles, etc., hicieron Teatro político? Es decir que su Teatro entraba dentro de la política de su tiempo. ¡Claro que el Teatro político en el más alto sentido de la palabra, es decir, en el sentido religioso del hombre!3


Este texto prueba la escala de valores en que creía Garro, en la sustentación lo social/individual, y sobre este fundamento, lo cultural/político, y en la cúspide, lo religioso. Por otra parte, su comprensión del teatro es en sentido griego del periodo clásico, teatro como rito, y lo localiza en el mundo de lo sacro.

La guerra cristera fue un conflicto bélico al final de la década de los veinte que no impactó temáticamente a la literatura mexicana. Juan Rulfo pone como horizonte histórico este levantamiento popular en contra del gobierno en el final de Pedro Páramo, pero no indaga sobre los motivos de esta conflagración; por el contrario en Recuerdos del porvenir, Garro escribe la mejor novela de la Cristiada, con la visión múltiple de los diversos personajes que viven ese momento histórico. La infancia de la niña Elena fue en los mismos años narrados en la novela, cuando su familia vivía en Iguala, en el Estado de Guerrero; a pesar de haber sido una infancia feliz, hay que recordar que el colegio de monjas a que asistía fue cerrado durante este periodo de desavenencia política y de persecución religiosa. Acaso aquella niña por primera vez tomó partido por el lado menos favorecido: el cristero; cuando creció fue la autora de la mejor novela situada en los años de la confrontación Iglesia versus Estado. «Yo no puedo escribir nada que no sea autobiográfico; en Los recuerdos del porvenir narro hechos en los que no participé, porque era muy niña, pero sí viví» -le confía en entrevista a Roberto Páramo-.4 Helenita Paz Garro me hizo el comentario de que su madre era católica y que ella recordaba que su abuelo era confesionalmente católico.5 Por esta razón, los padres de la joven Elena, el asturiano José Antonio Garro y la mexicana Esperanza Navarro, no aprobaron su relación con el pretendiente Octavio; ni el novio satisfizo los requisitos tradicionales de esa familia, ni la pareja llegó a casarse por la iglesia.

El mejor ensayo hasta la fecha escrito sobre sor Juana Inés de la Cruz es, sin duda, Las trampas de la fe de Octavio Paz, porque presenta la vida de la monja jerónima con erudición barroca y analiza su obra con admiración de poeta hacia una colega poeta. Sin embargo, cuando Paz indaga la vocación religiosa de sor Juana, vislumbra a una intelectual que se vio obligada a refugiarse en un convento para perseverar en su deseo de ser una mujer pensante. En ningún momento sopesa la decisión de ingresar al convento como un llamado espiritual. Igualmente al final de la vida de la religiosa, a pesar de que varios de sus contemporáneos dejaron constancia escrita de su ascenso en el camino espiritual, Paz concluye que era una mujer acosada por el arzobispo de México y por el confesor de la monja, sin que en ningún momento considere posible la obediencia como voto voluntario en un camino de ascetismo. De «fe tramposa» califica Paz a este camino ascético. ¿Puede la fe poner trampas en el camino de la perfección? Ningún creyente puede pensar que la fe puede ser engañadora; por eso podemos conjeturar que la fe de Paz era pensada dentro de la concepción liberal de su generación, es decir, dentro del esquema iglesia versus Estado.

Así como Paz percibió a Sor Juana Inés de la Cruz perdida en el laberinto de las trampas de la fe, también podemos jugar con la idea lúdica y ociosa de que la teología le puso trampas al autor de Piedra de sol. El título Las trampas de la fe, concebido por Paz para su largo ensayo sobre los tiempos y la vida de la monja mexicana, permite sospechar su parca compresión del mundo religioso, ya que la fe bajo el entendimiento de un creyente, no puede poner trampas; pudiera lo eclesiástico defraudar, pero nunca la virtud cardinal que establece la relación del creyente con la divinidad. Sor Juana creía en el libre albedrío como la forma de relacionarse con la divinidad ya que Dios nos dio la libertad de amarlo o no amarlo, sin trampas de por medio, porque « Dios no juega al ajedrez con los humanos» en expresión moderna de Albert Einstein.

En un escrutinio temático de la basta poesía de Paz, sorprende constatar que el poeta privilegió varias cuestiones: la Historia y el concepto de Hombre; la observación de las culturas orientales, especialmente la hindú; la palabra como símbolo cultural, etc., sin que su voz poética pusiera énfasis en la relación del espíritu con un principio divino. En algunos de sus primeros poemas, como en Ni el cielo ni la tierra toca tangencialmente el tema:

Sentados a las mesas

donde beben la sangre de los pobres:

la mesa del dinero,

la mesa de la gloria y la de la justicia,

la mesa del poder y la mesa de Dios

-la Sagrada Familia en su Pesebre,

la Fuente de la Vida,

el espejo quebrado en que Narciso

a sí mismo se bebe y no se sacia

y el hígado, alimento de profetas y buitres...

Atrás, tierra o cielo.

Las sábanas conyugales

cubren cuerpos entrelazados,

piedras entre cenizas

cuando la luz los toca.

Cada uno en su cárcel de palabras

y todos atareados construyendo

La Torre de Babel en comandita.

Y el cielo que bosteza

y el infierno mordiéndose la cola

y la resurrección

y el día de la vida perdurable, el día sin crepústulo,

el paraíso visceral del feto.

Creía en todo esto.

Hoy duermo a la orilla del llanto.

También el llanto sirve de almohada.6


No hay trascendencia del bien, el poema es testimonio de que lo único existente es la injusticia aún ante la mesa de Dios, referencia que no es del ser supremo, sino sólo con una concepción temporal de la Iglesia. En otro poema titulado cínicamente El ausente queda patente la idea paciana de Dios:

Dios insaciable que mi insomnio alimenta,

Dios sediento que refrescas tu eterna sed en mis lágrimas,

Dios vacío que golpeas mi pecho con un puño de piedra, con un puño de humo,

Dios que me deshabitas,

Dios desierto, peña que mi súplica baña,

Dios que al silencio del hombre que pregunta contestas con un silencio más grande,

Dios hueco, Dios de nada, mi Dios:

Sangre, tu sangre, la sangre, me guía.

La sangre de la tierra,

la de los animales y la del vegetal somnoliento,

la sangre petrificada de los minerales

y la del fuego que dormita en la tierra,

tu sangre,

la del vino frenético que canta en primavera,

Dios esbelto y solar,

Dios de resurrección,

estrella hiriente

insomne flauta que alza su dulce llama entre sombras caídas,

oh Dios que en las fiestas convocas a las mujeres delirantes

y haces girar sus vientres planetarios y sus nalgas salvajes, los pechos inmóviles y eléctricos,

atravesando el universo enloquecido y desnudo

y la sedienta extensión de la noche desplomada.7


Al final del poema la voz poética afirma que ha buscado a Dios y cita cinco caminos de búsqueda: la árida vigilia, los sueños, la cólera de los desesperados, los restos de la noche en ruinas y su propio rostro («¿eres mi rostro en el momento de borrarse [...] eres mi desvanecimiento?»). Ninguno de esos caminos de Paz lo conduce a la idea religiosa de Dios. Por el contrario, en la ascética cristiana tradicionalmente se identifican dos caminos teológicos: 1) la búsqueda de la bondad para acercarse a la Bondad Suprema-como en San Buenaventura y San Francisco-, y 2) La búsqueda de la verdad para aproximarse a la Verdad Suprema, como en Santo Tomás.

Recientemente en un libro titulado Teología de la belleza, George H. Tavard propone que sor Juana intentó acercarse a Dios como Suprema Belleza por el camino de la estética.8 Nunca Paz podría comprender y seguir este sendero ascético-estético; para él la única trascendencia humana es la cifrada en el existir humano, que reduce la noción de Providencia a la Historia y el logos a la palabra. En vida, Paz estuvo obsesionado con la palabra poética, la que ubicaba en el tiempo mítico, al que consideraba eterno, y desde la eternidad de la palabra visualizaba el cosmos otorgándole contenidos semánticos inusitados.

Otros poetas de la generación de la Vanguardia tuvieron una mayor comprensión teológica: Vicente Huidobro afirmó que el poeta «es un pequeño dios» porque tiene el poder de la creación; y César Vallejo presintió, en Los heraldos negros, la presencia teológica aún en el mal:

Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!

Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,

la resaca de todo lo sufrido

se empozara en el alma... Yo no sé!9


Además, Vallejo dedicó otros versos a la presencia divina:

Siento a Dios que camina

tan en mí, con la tarde y con el mar.

Con él nos vamos juntos. Anochece.

Con él anochecemos. Orfandad.

Pero yo siento a Dios. Y hasta me parece

que Él me dicta no sé qué buen color.

Como hospitalario, es bueno y triste;

mustia un dulce desdén de enamorado;

debe dolerle mucho el corazón.

Oh, Dios mío, recién a ti me llego,

hoy que amo tanto en esta tarde; hoy

que en la falsa balanza de unos senos,

mido y lloro una frágil Creación.10


Como corolario se hace perentorio recordar que Elena Garro fue una escritora de la misma talla que de Paz. El Premio Nóbel invirtió cada minuto de su vida en su empeño de ser el mayor poeta viviente en lengua castellana; por el contrario Garro escribió cuando pudo y cuando quiso, pero hoy es considerada la mejor dramaturga de su generación a nivel continental y una de las mejores novelistas de América Latina. Por diversos caminos ambos alcanzaron la excelencia literaria: Paz escribió la mejor poesía que un ser razonador pudiera crear, y la Garro escribió teatro y novela con su sello personalísimo del arrobamiento por lo fantástico y por lo sacro, poniendo las raíces de su pensamiento en la cosmología de los antiguos mexicanos y la corona, en lo mítico.

Cuando murió Elena el 31 de marzo de 1998, quise escribir un In Memoriam y no encontré las palabras. Pasaron los meses y en un vuelo Buenos Aires a México el 6 de agosto de 2000, me di cuenta que se había ido forjando en mi mente una obra de teatro para resolver lo que parecía un imposible, que Elena Garro perdonara a Octavio Paz, si no en la vida, al menos en mi fantasía. En las nueve horas que duró el vuelo, escribí sin descanso un monólogo que pretende recuperar los últimos instantes de la vida de Elena. Mi personaje de Elena no está en una cama de enferma, sino es una viajera en una ruinosa estación de trenes, no diferente a la que esta dramaturga pide para el segundo acto de su obra Parada San Ángel. En el monólogo que escribí, Garro-personaje dirige su parlamento a un pasajero silente, quien en la percepción de la mujer pasa de ser un pasajero desconocido a, por unos instantes, ser Octavio Paz, para al final personificar a la Muerte. El último parlamento corresponde al momento en que Elena descubre que el personaje silente es la Muerte, y acepta acompañarlo a ese espacio sacro y místico por antonomasia que es la muerte: «¡La Muerte no existe... sólo los recuerdos del porvenir! ¡Vamos, andariego, llévame a tus playas del lago Estigia, aquél que los antiguos creían que separaba la vida de la muerte!... Ya veo el final del camino, no más madrigueras, ni laberintos. ¡De ahora en adelante solo tendré un nido abierto a la playa y al mar eterno! Ya no siento que me desgarro por dentro porque he aprendido a perdonar. Por fin he llegado a mi hogar sólido11

Requiescant In Pace.

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