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Estas son las palabras que Conde de Campo Alange que irritaron a José de Madrazo:

«El pintor observa los objetos que contiene la naturaleza, los Combina en grupos más o menos complicados, varia a veces sus formas y sus colores, dándoles las de otros objetos, pero siempre copia. Sus creaciones, ininteligibles para los hombres vulgares, no son sino la pintura fiel de un tipo que existe o ha existido, una imitación de cosas que han visto sus ojos o que su imaginación le representa con todos sus colores.

El poeta es un pintor, Al dibujante pertenecen el exterior, las formas materiales, las propiedades visibles de los objetos, las impresiones que en nuestro físico estampan las pasiones, el prestigio de la luz y del colorido. El poeta se apodera del interior, penetra los misterios, lee en el alma, pinta lo invisible, da formas a lo que no las tiene, presenta al hombre desnudo de la corteza exterior y aprecia justamente sus acciones, no por los resultados, sino por la intención que presidió en ellas; en una palabra, analiza y pinta las causas cuyos efectos materiales copia el pintor. Para esto observa continuamente el corazón humano, se observa a sí mismo: ésta es la ocupación que llena su existencia. Estudia y copia».


(Rodríguez Gutiérrez: 2008b: 171)                


 

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¿Estaba Larra, en verdad, en esas reuniones? No sería la primera vez que los Madrazo utilizaban su nombre para atribuirse méritos. En la introducción a una nueva aventura editorial de 1847, la revista El Renacimiento, se recuerda a aquellos colaboradores de El Artista que no pueden participar en la nueva revista porque ya han muerto; en concreto se nombra a tres: Espronceda, Campo-Alange y... Larra. Aquí los directores de El Renacimiento hacen trampa, puesto que el nombre de Larra sale a relucir para dar una respetabilidad literaria aún más alta a El Artista; hay que recordar que Fígaro nunca afirmó nada en dicha revista. Pero ya habían pasado once años, los recuerdos se habían difuminado y el nombre de Larra, ya por entonces de considerable prestigio, ennoblecía aún más los méritos de El Artista (Rodríguez Gutiérrez: 2004: 79).

 

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La sintonía con la que trabajaban, en provecho mutuo, todos los componentes de la familia Madrazo, se puede ver, por ejemplo con motivo de la exposición de la Academia de San Fernando de 1842. Tras la exposición un articulista anónimo, atacó duramente a Antonio María Esquivel, gran triunfador de la exposición, mientras que ensalzaba sobre todos los demás cuadros los presentados por Federico de Madrazo y José de Madrazo. Álvarez Lopera que ha estudiado a fondo (1996) esta exposición y la polémica que surgió posteriormente entre Esquivel y el articulista anónimo, revela que este último no era otro que Pedro de Madrazo, que se emplea a fondo y con muy pocos escrúpulos para defender la obra de su padre y su hermano. Indica Álvarez Lopera que la razón de este ataque era el creciente favor del público hacia las obras de Esquivel, y en menor medida de Gutiérrez de la Vega, éxito que los Madrazo no deseaban porque pondría en peligro el papel hegemónico de la familia. La hostilidad hacia Esquivel venía ya desde 1837 cuando Salas y Quiroga, amigo y aliado de los Madrazo, censuró directamente, desde su revista No me olvides, a Esquivel y Gutiérrez de la Vega, a quienes consideraba «culpables» de querer restablecer una escuela pictórica, la sevillana, justamente desaparecida. En la polémica que se estableció en las páginas del Corresponsal entre Esquivel y Pedro de Madrazo bajo la capa del anónimo, un indignado Esquivel, que sabía muy bien quiénes eran sus enemigos, acusó a su contrincante de ser «un ciudadano pariente o amigo de ciertos artistas a quienes quiere preconizar y para ello elige como medio más oportuno el deprimir a otros».

 

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C. Pamaroli firma los retratos de Juan de Herrera, Calderón de la Barca y José Álvarez; Carlos Luis de Ribera los de Murillo, Esteban de Ágreda y su padre, Juan de Ribera; Morales es autor de los retratos de Ercilla y de Lope de Vega, José Avrial de Fernando de Herrera y un autor anónimo retrata a José Rivelles. Federico de Madrazo retrata a Velázquez, Juan de Villanueva, Francisco Martínez de la Rosa, Ángel de Saavedra, Juan Nicasio Gallego, Telesforo Trueba y Cossío, Manuel Bretón de los Herreros, Manuel José Quintana, Concepción Rodríguez (la única mujer retratada en El Artista), Francisco de Goya, Vicente López, José de Madrazo (uno de los mejores retratos de la serie), Alberto Lista, Isidro González Velázquez, Antonio García Gutiérrez, Santiago de Masarnau, Ramón Carnicer, Juan Miguel de Inclán y Custodio Teodoro Moreno.

 

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Que cultivó también la literatura, destacando como autor teatral propagandista del absolutismo y defensor acérrimo de Fernando VII (Freire López: 1994: 35).

 

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Pedro de Madrazo certificó, años más tarde que la selección de retratos del Artista, obedecía a la intención de presentar los más importantes artistas del momento, los más dignos de imitación: «Hemos presentado a la veneración de nuestros contemporáneos las semblanzas de los preclaros artistas y literatos de los siglos pasados, [...] y las de muchos genios que honran hoy u honraban poco ha el parnaso español y el estadio de nuestras artes plásticas, como D. José Álvarez, Martínez de la Rosa, D. Ángel de Saavedra, duque de Rivas; D. Juan Nicasio Gallego, D. Telesforo Trueba y Cosío, D. Manuel Bretón de los Herreros, D. Manuel José Quintana, la Concepción Rodríguez, Goya, D. Vicente López, D. José de Madrazo, D. Alberto Lista, D. Isidoro Velázquez, D. Juan Ribera, D. José Rivelles, D. Antonio García Gutiérrez, D. Santiago de Masarnau, D. Esteban de Ágreda, D. Ramón Carnicer, D. Juan Miguel de Inclán, D. Custodio Moreno» (Madrazo: 1882b: 7).

 

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Su padre, Feo Javier Negrete y Adorno fue nombrado Virrey de Navarra por José Bonaparte, José Negrete pasó la mayor parte de su infancia y adolescencia en Francia.

 

28

Véase Luelmo Jareño (2007).

 

29

Para esa característica de la personalidad de Trueba y Cossío, particularmente en su estancia en Londres, véase García Castañeda, 1978, pp. 80-82.

 

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Un elemento más de esa importancia de la moda como elemento de identificación literaria es la presentación que hace Madrazo, en ese mismo artículo, del Semanario Pintoresco Español. La figura que representa el periódico (un retrato transparente de Mesonero Romanos) muestra con claridad la diferencia entre una y otra revista: «Personaje regordete, de semblante placentero, con anteojos de oro y airecillo burlón» (Madrazo: 1882b: 8). Por cierto que Madrazo no ha olvidado las críticas que hizo al Semanario en el No me olvides de 1837 (véase nota 16), y cuando, unas líneas más abajo, el Semanario se ufana de sus grabados, el Artista le interrumpe para decirle acremente: «¡Alto ahí! Los dibujos de sus primeros grabados de V. fueron tan ridículos, que no hay pintador de tablillas de burras de leche y panderetas que los haga peores. Testigo, la portadita gótica de su tomo primero, digna de cualquiera confitería de la feria de Madrid».