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Las cartas de Laureola (Beber cenizas)

Domingo Ynduráin





La solución que Diego de San Pedro da a la Cárcel de amor resulta hoy chocante para los lectores y, quizá, falta de sentido. En efecto, Leriano, viendo acercarse su muerte no sabe qué hacer con las cartas de su adorada Laureola, entonces toma una decisión que el autor de la obra explica así: «Cuando pensava rasgallas, parecíale que ofendería a Laureola en dexar perder razones de tanto precio; cuando pensava ponerlas en poder de algún suyo, temía que serían vistas, de donde para quien las enbió se esperava peligro. Pues tomando de sus dudas lo más seguro, hizo traer una copa de agua, y hechas las cartas pedaços echólas en ella, y acabado esto, mandó que le sentasen en la cama, y sentado, bevióselas en el agua y assí quedó contenta su voluntad»1.

Algunos comentaristas han interpretado la ingestión de las cartas como un remedo contrahecho de la eucaristía2: Leriano comulgaría así con Laureola bajo las especies de agua y cartas. Es este un recuerdo indudable, aunque las diferencias sean también notables: Leriano celebra con agua, en lugar de vino; y para beber se sienta, cuando bien podría haberse arrodillado. En cualquier caso la mezcla y trasvase de lo religioso a lo profano -y viceversa- es fenómeno bien conocido.

Creo que la eucaristía no es otra cosa que un ejemplo, un caso más dentro de la infinita serie de antropofagias rituales, abundantemente descritas por los antropólogos. Pero, puestos a elegir un modelo concreto para Leriano, me parece que una referencia unívoca y excluyente a la comunión cristiana empobrece y, en parte, altera, el sentido que San Pedro da al desenlace de la Cárcel de amor. Por supuesto, los elementos religiosos «a lo profano» son componente obligado en esta literatura de corte; sin embargo, para mí, en la resolución de Leriano confluye otra serie de motivos, variedad que le proporciona un sentido amplio de carácter simbólico, situando, además, a Leriano, al protagonista, en la serie literaria de enamorados ejemplares.

Así, una de las claves fundamentales a la hora de interpretar el pasaje que nos ocupa creo encontrarla en la misma Cárcel de amor, pocas páginas antes de la consumación, cuando Leriano, entre otras mujeres admirables por su fe, recuerda el caso de «Artemisia, entre los mortales fue tan alabada, como fuese casada con Mausolo, rey de Icaria, con tanta firmeza lo amó que después de muerto le dio sepoltura en sus pechos, quemando sus huesos en ellos, la ceniza de los cuales poco a poco se bevió, y después de acabados los oficios que en el auto se requerían, creyendo que se iva para él, matóse con sus manos»3. La denominación de oficios dada a la ceremonia de Artemisia, y la distanciadora y levemente crítica explicación creyendo que se iva para él es, supongo, lo que lleva a K. Whinnom a ver el modelo directo de San Pedro en el Tratado de Diego de Valera, donde se lee la siguiente información sobre Artemisia: «Aver seido por casamiento ayuntada a Mausoleo, rey de Caria, a todos es manifiesto, la qual tan firmemente amó a su marido, que después de muerto no pensó darle otra más digna sepultura qu'el pecho suyo; e quemando el cuerpo de aquél segunt antigua costunbre de los generosos, las sus cenisas poco a poco bevió, consagrando la vida que le quedaba con perpetuas lágrimas a Diana; e después, acabados los oficios honorablemente, como se pertenescía a tan gran rey, creyendo que se iva para su marido, con sus propias manos dio fin a su vida»4.

En cualquier caso, tan ejemplar historia era archiconocida pues la habían recogido Estrabón, Aulo Gelio, Fausto Sabeo, Valerio Máximo, Ravisio Textor, etc., autores bien conocidos. Por otra parte Boccaccio la había incluido entre sus mujeres ilustres y, entre nosotros, Juan de Mena le había hecho un lugar en el Laberinto:


A ti muger vimos del gran Mausoleo,
tú que con lágrimas nos profetizas,
las maritales tragando çenizas
viçio ser viuda de más de un solo5

El comportamiento de Artemisia no es, sin embargo, más que un caso particular -y excepcionalmente brillante- de una práctica ritual bastante extendida. Fray Antonio de Guevara, con su habitual desparpajo, cuenta lo siguiente: «Los masagetas, en muriendo el hombre o la mujer, les sacaban toda la sangre de las venas, y juntos aquel día todos los parientes, bebían la sangre, y después enterraban al muerto [...] Los caspios, en acabando de espirar el defunto, le echaban en el fuego, y cogidas las cenizas de los huesos en un vaso, las bebían después poco a poco en el vino: de manera que las entrañas de los vivos eran las sepulturas de los muertos», y, ya en vena, acaba Guevara con el caso de «los batros, que eran una gente muy bárbara, curaban al humo todos los cuerpos, como se curan agora las cecinas; y después, entre año, en lugar de cecinas echaban un pedazo del cuerpo muerto en la olla»6.

La idea común a Artemisia y a los Caspios es proporcionar meliore loco a las cenizas de los muertos. Hay, no obstante, otras soluciones menos drásticas para guardar digna y significativamente las cenizas del amante muerto; muy sensata es la solución de meterlas en un reloj de arena para que, a la vez que se conservan, marquen el tiempo del enamorado supérstite; es lo que plantean Quevedo, Juan de Moncayo, Luis de Ulloa, F. López de Zarate, etc.7

Sin embargo, lo canónico es beberlas, aunque hay enamorado a quien el procedimiento le parece de poco sufrimiento y va más allá, las come a palo seco, como Lucíndaro a cucharadas:

«Y no pasó mucho tiempo, cuando todo fue en ceniza convertido. Y como Lucíndaro viese ser acabado el fuego, tomó toda la reliquia que del había quedado en un grande cofre de oro, y hizo juramento de no se alimentar de otra cosa hasta que muera [sic], sino del mantenimiento que pueda dar descanso a su penado corazón, que era aquella sustancia y reliquias que de todo su bien le quedaba, pues la muerte y la fortuna no le habían concedido más tiempo para gozar de su señora.

Y venida la hora del comer, con mucho llanto le fueron puestas las tablas como solían, más él no tocó nada, antes sacando el cofre, con una cuchar de fino diamante, del polvo sacó; y antes que lo tomara se comenzó a decir: ¡Oh relicario donde todo mi bien está!, dame licencia para que pueda tomar gozo con el sustentamiento de cosa tan preciosa como aquí esta me puede dar; siquiera porque algún tiempo pueda durar exclamando pasión tan fuerte como esta es para mi. Y diciendo esto aquel amador se puso de rodillas ante el cofre, y hinchiendo la cuchar del polvo, derramando muchas lágrimas, dando recios gemidos, tomó aquel suave mantenimiento, y en tomándole tornó a cerralle, y alzadas las mesas entraron por la puerta seis doncellas vestidas todas de negro con arpas en las manos, y estando el sinventura amador en el lecho donde su señora había acabado, comenzaron a cantar y tañer con tanta melodía y suavidad que hicieron adormescer aquel que con la dulzura de la música en su pena había acrescentado; y así estuvieron todo el día hasta la noche que tornaron a poner las tablas para darle de cenar, y cuando hubo de abrir el cofre con grandes gemidos comenzó a decir: ¡Oh cómo veo ya acabarse mi bien y siento fenescerse mi alegría, y darse fin a mi gloria! Oh soberana señora, cómo mi [...] Y diciendo esto tomó todo el polvo que le quedaba, y antes que lo pasase, como estuviese tan desflaquecido y sin esfuerzo ninguno, atravesándole a la garganta lo más del, rindió su espíritu dando sospiros congoxosos que a las piedras moviera a gran compasión»8.



Como se observa sin dificultad, en el sorprendente y contradictorio final de Lucíndaro, las semejanzas con la eucaristía son más ajustadas que en el caso de Leriano cuya historia sigue y cuyo final, sin duda, supera el autor de la Quexa y aviso contra amor.

La desmesura de Lucíndaro me hace ver este final como extremo de una serie cuyo eslabón intermedio -por varias razones- podría ser el Tratado notable de amor de Juan de Cardona, novela casi tan epistolar como el Proceso donde el protagonista Cristerno actúa con mesura digna de notarse: «Acabada de escrivir esta carta y dada a Pancracio, parecióle que avía hecho el complimiento con su señora Ysiana que le devía de hazer y quedó alegre. Y asentose en la cama y mandó traer a Pancracio un portacartas y sacó del todas las cartas que de su señora tenía y, con lágrimas, en un plato de plata las quemó, y cogió los polvos de ellas y tomó un baso con agua de azaar y hechólas en él y beviólos»9. Como señala el editor moderno, Juan Fernández, coincide con la Cárcel, salvo que «Cristerno quema las cartas antes de mezclarlas con agua»; en efecto, ambos se sientan para beber y lo hacen con agua. Cristerno, poco después, acentúa el paralelismo con la Pasión, semejanza que venía anunciada desde el nombre: «porque a esta ora de tercia a Cristerno se le tornó la habla y dixo: "Suplico a vuestras deydades me sea otorgada esta gracia". Y diciendo esto se le tornó quitar la habla esta ora de sesta, en el qual tiempo se clipsó el sol de doze partes las honze, y a esta ora Cristerno dio una gran voz, diziendo: "Ysiana, en tus manos me encomiendo". Y entonces rrendió el espíritu»10.

En relación con Lucíndaro, hay que tener en cuenta que si éste acepta la mejora de beber las cartas en polvo -en lugar de tragar los pedazos- aumenta sin comparación posible con Cristerno la cantidad de polvos, lo que, sin duda, demuestra ser mayor su pasión amorosa.

En cierto modo, la explicación de todas estas conductas la proporciona fray Pedro Malón de Chaide, cuando a otro propósito argumenta: «lo primero que habemos de amar es Dios, pues él solo es superior a nuestra voluntad. Esto mismo nos enseña toda la orden de naturaleza, porque las cosas inferiores y menos dignas se mudan en las superiores y más dignas. Así se convierten los elementos en las plantas; éstas, por sus frutos, en naturaleza de animales que los comen; los animales se convierten en el hombre, comiéndolos y manteniéndose de su carne, y allí se perfecionan y ennoblecen»11. Y, así, el amante se transforma en el amado cuando las cenizas son consumidas, podría añadir fray Pedro si hubiese seguido la interpretación que Ficino da a la historia de Artemisia12.

Ahora bien, beber cenizas de enamorado puede, alternativamente, ser un buen medio para olvidarse de él, como triaca contra el deseo y la pasión amorosa. En la Comedia Selvagia, Alonso de Villegas recuerda: «Otro recuerdo cuenta para el amor el magnífico caballero. Pero Mexía en su Silva, con el cual sanó Faustina, mujer de Marco Aurelio; la cual, como excesivamente amase a un esgrimidor de los que hacían los regocijos públicos, y viéndose en peligro de muerte por esta causa, los médicos mandaron matar al esgrimidor, y los polvos bebidos en vino por Faustina, fue libre de su amor inhonesto»13. Pero sin duda Alonso de Villegas cita de memoria ya que no fue el polvo del gladiador lo que tranquilizó a Faustina, sino beber su sangre; la confusión es normal para quien no tenga a Mexía delante: el cap. XIII del libro III, «En el que se cuenta una extraña medicina con que fue curada Faustina, hija de Antonino Pío, de la enfermedad de amor deshonesto, y de algunos remedios para esta passión y señales para conocer de quien es uno enamorado», reza así: «Entre los otros exemplos y casos que se podrían dezir escrive Capitolino un caso notable, que acaesció a Faustina hija de Antonino Emperador, muger que fue de Marco Aurelio. Y es assí, que ella se enamoró de un gladiator, y se aficionó a él que su vida y salud se estrechava y perdía, y estuvo en un punto de se morir. Lo qual todo cómo y por qué era, fue sabido y entendido por el Emperador su marido, que era aquel buen Marco Aurelio de quien todos saben. El qual luego juntó muchos géneros de hombres médicos, y hechiceros, astrólogos, y otros muchos maestros y sabios, para que le aconsejassen y diesen remedio como Faustina fuesse curada. Los quales assí juntos y aviendo mucho platicado en el caso dizen que de los pareceres y consejos de todos se vinieron a acordar en uno, y fue que el gladiator de quien Faustina estava enamorada, fuesse muerto, y tomada parte de su sangre la diessen a bever a Faustina, y luego en aviéndola bevido su marido el Emperador y ella durmiessen juntos, y que quedaría ella sana. Fue esto assí hecho como está dicho, y es cosa maravillosa que escriven que se le quitó totalmente la afición y passión que del amor padecía, y nunca más se le acordó del gladiator para que diesse passión ni deseo. Del qual hecho yo no sabría dar razón natural alguna, mas de escrevir como lo hallo escrito, busque ya el que más supiere, que yo sé que dize la historia, que deste ayuntamiento que Faustina y su marido tuvieron, passada esta medicina, fue engendrado Antonino Comodo que después fue Emperador, que salió tan sanguinario y cruel que más parecía hijo del gladiator cuya sangre su madre bevió quando le concibió, que del padre cuyo hijo era»14.

Remedio tan costoso y arriesgado -y no tan seguro como el de María Coronel-, no era récipe habitual en la época. En cualquier caso, queda claro que Faustina concibió un hijo más parecido al rudo gladiator que al paciente Marco Aurelio, lo cual puede, quizá, explicarse porque ella tuviera el pensamiento puesto en el objeto de su deshonesta pasión, o bien porque asimiló la sangre de éste antes que la virtud del emperador. También puede explicarse de otra manera, como lo hace Boccaccio, quien no se fía nada de la versión tradicional y, por otro lado, presenta la variante más acorde con Capitolino de que Faustina utilice la sangre como medicina de uso externo: «E (lo que es ahun peor y mas suzio) dizen ella haver sido tan perdida de amores de un soez delos que se acostumbravan alquilar a salir a se matar con otro, que de amores y desseo del cayo en tan grave dolencia que penso morir, y con deseo de sanar vino a descubrir su desordenado appetito a su marido Antonino, y el usando del consejo de un phisico, por mitigar el fervor de la doliente, fizo matar el hombre aquel de cuyos amores estava ella tan perdida, y con la sangre reziente de aquel fizo ungir todo el cuerpo de la doliente, y desta manera dizen que libro a su mujer de aquel encendimiento y fuego de amor y dela dolencia. El quall remedio los discretos han creydo haver sido ficto: como despues por discurso del tiempo Comodus Antonino, concebido en aquella sazon, diesse testigo de la verdad, no aver sido el remedio de su salud haver la ungido conla sangre de aquel, mas el haver dormido con el, por quanto el fijo Comodus en sus vellacas obras mas parecia fijo de aquel que de Antonino»15.

Ahora bien, como estos remedios son una especie de ungüento amarillo o de Pinterete, lo mismo curan una enamorada que un gafo; Diego de Valera, por ejemplo, cuenta el caso de Costantino, «que como en el deseno año de su inperio fuese gafo y los físicos mandasen que le fuese fecho un baño en sangre de niños e que luego seria sano...», no lo aceptó por piedad16.

Resumiendo lo visto hasta ahora, tenemos la ingestión de cenizas (o sangre o brasas) y la subsiguiente curación del enamorado, o su dejarse morir satisfecho. Laureano bebe y muere: es la única manera que encuentra para librarse de su pasión y preservar, al mismo tiempo, las cartas de Laureola, sepultándolas con él y en él. En esta a modo de comunión, las cenizas se han transubstanciado en cartas o, si se prefiere, la ceniza aparece bajo la especie de carta. No voy a detenerme en glosar lo que de íntimo y personal tienen las cartas, ni a ponderar su importancia en la novela sentimental pues ambos aspectos son conocidos. Lo que ahora me parece conveniente recordar es la identificación de la carta con el emisor en cuanto lo escrito, como, en cierto modo, la palabra guarda el valor y la virtud de la realidad a la que remite o refleja. De esta manera, beber o comer lo escrito puede tener efectos taumatúrgicos: en el legajo 192 de la Inquisición de Toledo se encuentra el proceso de Francisco de Córdova, sanador morisco, que «escribió con tinta negra el ave maría en un plato y luego con agua lo deslió y lo echó en un jarro con más agua para que lo bebiera el enfermo»... «que estas cédulas en esta forma acostumbran a dar los moros a los que tienen algunas enfermedades y suelen decir que sanarán de la enfermedad que tienen durmiéndose con ellas, y otras veces echándolas en el agua que han de beber, y que todas las palabras que en ellas están escripias son de alcorán»17.

Lo de las nóminas es remedio frecuente según se deduce de las obras de Pedro Ciruelo, Oliva Sabuco, etc.18 Más extraño es el propósito de los judíos que protagonizan la peregrina historia del niño inocente de la guardia, ya que pensaban, se dice, «que tomando el coraçón de un niño ynoçente sin pecado y el sanctissimo sacramento del altar todo quemado y hecho polvos y echado en las aguas que ouviesen de beber los xpianos, que luego en bebiendo las dichas aguas raviarian todos y reventarian»19.

Se producen con esto una serie de coincidencias notables y significativas; quien inventó lo del santo niño sabía bien lo que se hacía. El polvo o la nómina disueltos en agua y en conexión con la fidelidad y con el castigo a los infieles tiene su remoto origen (y es fuente probable de estas prácticas) en el agua amarga de la prueba de los setenta, que, en versión de la Vulgata, dice: «Offeret igitur eam sacerdos, et statuet coram Domino, assumetque aquam sanctam in vase fictili, et pauxillum terrae de pavimento tabernaculi mitet in eam. Cumque steterit mulier in conspectu Domini, discooperiet caput eius, et ponet super manus illius sacrificium recordationis, et oblationem zelotypiae: ipse autem tenebit aquas amarissimas, in quibus cum execratione maledicta congessit. Adiurabitque eam, et dicet: Si non dormivit vir alienus tecum, et si non polluta es deserto mariti thoro, non te nocebunt aqueae istae amarissimae, in quas maledicta congessi. Si autem declinasti a viro tuo, atque poluta es, et concubuisti cum altero viro: his maledictionibus subiacebis: Det et Dominus in maledictionem, exemplumque cunctorum in populo suo: putrescere faciat femur tuum, et tumens uterus tuus disrumpatur. Ingrediantur aquae maledictae in ventrem tuum, et utero tumescente putrescat femur. Et respondebit mulier: Amen, amen. Scribetque sacerdos in libello ista maledicta, et delebit ea aquis amarissimis, in quas maledicta congessit, et dabit ei bibere. Quas cum exhauserit, tollet sacerdos de manu eius sacrificium zelotypiae, et elevabit illud coram Domino, imponetque illud super altare: ita dumtaxat ut prius, pugillum sacrificii tollat de eo, quod offertur, et incendat super altare: et sic potum det milieri aquas amarissimas. Quas cum biberit, si polluta est, et contempto vivo adulterii rea, pertransibunt eam aquae maledictionem, et in exemplum omni populo. Quod si polluta non fuerit, erit innoxia, et faciet riberos20.

Algún recuerdo de esta poción -y de sus efectos- puede haber en la copa mágica en que se prueba la fidelidad del Tristán e Iseo, Orlando furioso, etc.21

Así pues, tenemos una serie de modelos para el final de la Cárcel de amor que, indudablemente, gravitan sobre él. Queda por comentar el hecho de que la copa donde Leriano echa los pedazos sea -como la de Artemisia- de agua, y no de vino -como la de Faustina-. Es posible que el agua represente la castidad o el amor conyugal, frente al pecaminoso simbolizado por el vino, diferencia y contraste planteado quizá ya en la Razón de amor, aunque también es posible que ahí el agua simbolice la sabiduría humana, y el vino la teología, como quiere G. de Saint-Victor en su Microcosmus. De cualquier manera, las posibilidades combinatorias -e interpretativas- son muy numerosas y van desde la necesidad de templar con agua el fuego (o vino) de la pasión, como recomienda Horacio, hasta la cautela de atenuar las semejanzas con la última cena, o, simplemente, seguir los modelos.

Creo, en definitiva, que la decisión de Leriano no es un rito o ceremonia unívoco, sino que está lleno de resonancias, en relación con el mundo de referencias y convenciones en que se mueve la obra.





 
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