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Las cuevas de Olihuelas

Juan Moraleda y Esteban





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1.

Un artículo publicado por mi amigo D. Venancio Prada en La Correspondencia de España el presente mes, y cuyo epígrafe es Una ciudad subterránea, en el que se habla de visita hecha á unas cuevas próximas á la ciudad de Toledo, ha excitado mi curiosidad y determinado á reconocer el interior de semejantes antros, peligrosos y medrosos por su estado y por su carácter.

Lógico es el que algunas centurias hayan sido ignoradas estas mansiones, por estar emplazadas en cerros ásperos, calizos, de escasa vegetación, y por los que no se ven caminos, ó mejor dicho, sendas impresas por labradores; pues si bien al NO. el camino ó carretera de Madrid, y al SE. el vecinal que conduce á Morejón y otros pueblos, ambos están á alguna distancia, y no excita en ellos nada la curiosidad para haber determinado al transeunte á variar su camino y aproximarse á inspeccionarlos de cerca.

Tal vez por cebarse sus primitivas entradas en el transcurso de los siglos hayan pasado ignoradas hasta que desprendimientos de piedras nos han presentado bocas por donde poder llegar á visitarlas en nuestros días, como aconteció el siglo XVII con las   —160→   Catacumbas de la Ciudad Eterna, y con las Necrópolis Faraónicas de Tebas, en las márgenes del vilo no há muchos años.

El vulgo de la comarca ha confundido y confunde estas cuevas con unas canteras próximas, y este hecho ha desorientado á cuantos amantes de la arqueología hubieran podido aproximarse, persuadiéndoles falsamente de que de ellas se extrajo piedra para continuar la metrópoli toledana.

De expresadas canteras, contiguas como he dicho á las cuevas, es de donde se extrajo material para la basílica primaria, más para la Plaza de Toros, por los años 1865 y 66.

La piedra de los subterráneos objeto de mi sucinta descripción, es caliza obscura, poco aceptable y de relativa consistencia para seculares construcciones; por lo que, creo rebatida la suposición, de que aquellos fueran labrados pacienzudamente al extraer piedra.

Los nombres con que se conocen por las cercanías estas cuevas, son: CUEVAS DE OLIHUELAS y CUEVAS DE HIGARES.

En número, son tres, y en particular se las denomina LA CARRERA DE CABALLO, LA COCINILLA, Y LA CANTERA VIEJA. Esta última se halla obstruida al presente.

Están comprendidas en la posesión del Excmo. Sr. Duque de Veragua, cuyo nombre es HIGARES, sita en la margen derecha del Tajo, al NE. de la Ciudad Imperial, y á distancia de ella de 6 km próximamente; distancia que se recorrerá en breve tiempo una vez terminada la carretera de segundo orden de Cuesta de la Reina á Toledo.

El camino que conduce á los precitados subterráneos es indicada carretera hasta llegar á la casa de labor de la dehesa, intitulada MAZARRAGÍN, y en esta misma casa aparta un camino sencillo pero seguro, que termina cerca de uno de los cerros minados por las oquedades de que me ocupo y que describiré más adelante.

Su orientación es en dos de ellas de NE. á SE. y de SE. á NO. en la restante, aunque no en absoluto.



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2.

Apuntado cuanto precede, añadiré que las mencionadas cuevas presumo si serían las Catacumbas de Toledo.

La posición estratégica, el lugar apartado de la capital carpetana y su intrínseca construcción y detalles inducen á tal conjetura.

Difícilmente se comprende, después de visitarlas, que construyeran aquellas para servir de morada á celtíberos, ni pueblos invasores del Norte, y mucho menos a los hijos del África, aun cuando los labriegos del país dicen á un gran hueco provisto de escalón de la altura de una mesa de altar de templo católico, El Aitar de Mahoma. Con la célebre Gruta de los Letreros, no tienen semejanza.

Las construcciones primitivas y características de los unos, y las de los otros, alejan semejante deducción: así como su extensión y formas, sumadas á su perfección, niega rotundamente que se labraran para destinarlas á bodegas ó trojes.

Los subterráneos de Olihuelas fueron en mi opinión, catacumbas cristianas. Inducen á pensarlo así, las razones indicadas, y que por separado expongo á continuación.

La posición de los subterráneos es muy estudiada1; porque la   —162→   vista más perspicaz no teniendo noticia previa, jamás presume que allí, bajo un pelado cerro exista guarida humana cuyas entradas naturales y casuales, protegen y ocultan montículos formados con los detritus extraídos de las mismas, como antes dije.

Ella explicaría que la tolerancia dispensada por los hijos de Roma á los naturales de Toledo y su comarca convertidos á la fe no les era á estos suficiente garantía para efectuar sus sacrificios y oraciones en la Ciudad -única urbe próxima- apartándose en gran número en estos lugares con el fin de realizarlo.

Otro tanto puede aducirse del lugar apartado; pues si bien lo oculto del sitio tiene importante trascendencia, por eludir con relativa facilidad la vigilancia de los idólatras, y huir, si precisa era, de sus asedios, la distancia entre el núcleo urbano, entonces considerable, y los subterráneos, les facilitaba la ocasión de simular á las veces el encaminarse á faenas agrícolas en la vega de Oriente y sus cercanías.

Parece que en precitados detalles imitan á las catacumbas de la ciudad del Tíber, construidas algunas de ellas en las afueras de la misma.

La perfección, formas y distribución de los subterráneos que me ocupan, son datos que con elocuencia parecen demostrar su origen y destino.

Las innumerables series de galerías paralelas á veces, abiertas á un mismo nivel, seccionadas por otras en ángulo recto y todas con las paredes y techumbres planas como el suelo; la singular colocación radiada de algunas de estas galerías, desembocando por cada uno de sus extremos en anchuroso espacio que parece templo, bien circular perfecto, bien algo elíptico, de techo abovedado siempre, en lo estudiado; los dos altares ó aras existentes aún en uno de estos, constituídos de piedras que afectan forma rectangular, sobre las que subsisten otras en forma de cubos, las estancias ó cubículos en donde es de presumir esperarían los fieles para asistir á los cultos; las hornacinas de dimensiones varias, entre ellas una de forma triangular; los huecos de colosales dimensiones al parecer excavados para un solo enterramiento arcosolium; las boveditas donde colocaran portaluces; los robustos pilares que sostienen la cubierta, excavados algunos en su base como   —163→   0,50 m, y en otros mas marcado un hueco que puede ser nicho; la diferencia de altura de alguna galería, quizá para huir de horadar el cerro en su vertiente: todos estos detalles allí observados, en coexistencia con el sepulcral silencio de las mansiones, la carencia de luz natural, la majestuosidad del conjunto revelan la raza que pudo abrir y minar mencionados cerros y el destino asignado á su obra.

Cierto que por estar muchas de las galerías y plazoletas cegadas por hundimientos me ha sido imposible reconocer vi quedan en ellas lápidas, sarcófagos, cruces, monogramas, ú otros objetos, además de las momias que por sí solas bastaran á denunciar que fueran estos subterráneos; más téngase en cuenta que con los antecedentes consignados basta para presumir ante el conocimiento de los destrozos llevados á cabo por la raza islamita durante su dominación en nuestras comarcas, y particularmente en Toledo, máxime cuando á ella se debe la fundación de la pequeña población cercana á aquellos cuyo nombre es Azucaica.




3.

Vivamente impresionado por lo que en las Cuevas de Olihuelas he visto, si otra descripción se me exigiera, englobando cuanto queda consignado, diría -por lo que á aquellos se parecen- lo que de las Catacumbas de Roma apunta, D. Ramón Vinader en su Arqueología Cristiana Española, y que transcribo como final de mis apuntes:

«Tres partes constituyen las Catacumbas: los pasadizos ó calles, los aposentos (cubícula), especie de plazoleta y las iglesias. Los pasadizos son unas galerías largas y angostas, excavadas con bastante regularidad, de modo que las paredes forman ángulo recto en el techo y el suelo. Tan estrechos son que á veces no podrían pasar de lado dos personas. Se encuentran ya solas, ya paralelas con otra, pero siempre cruzadas por galerías, que son interceptadas á su vez por otras distintas que las ponen en comunicación por varios lugares, formando así un extenso y peligroso laberinto.»



«Algunos pilares sostienen á veces el techo, ya plano, ya   —164→   ahuecado -habla de las iglesias- y sirven para la separación del presbiterio ó lugar de los presbíteros, el lugar de los cantores y separación para hombres y mujeres.»



Comprendiendo cuán fácilmente se me puede objetar que los subterráneos de Olihuelas no fueron Catacumbas en atención á carecer de condiciones, ó mejor, particularidades que poseen otras existentes en Nápoles y Roma, recordaré que aun entre unas y otras de estas existen diferencias notables; pues unas anchas, altas y rectas al par que de varios pisos, otras son estrechas, bajas, tortuosas y de un sólo cuerpo, como lo confirman las que con alguna frecuencia se descubren en la ciudad de los Césares y los Papas.





Toledo, 29 de Septiembre de 1892.



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