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Las referencias aragonesas del discurso de apertura de la R. A. de Extremadura

Antonio Astorgano Abajo


Catedrático de Lengua y Literatura. Zaragoza

A la «familia Lozano Llamazares»

A «Beny», extremeña y compañera.

Don Juan Meléndez Valdés se sentía tan orgulloso de ser magistrado comprometido con las ideas de la Ilustración como de ser considerado «restaurador de la poesía». En el presente estudio se analizan las raíces, profundamente modernas, del más importante discurso de Meléndez, el «Discurso de apertura de la Real Audiencia de Extremadura», que escribió en Zaragoza, rodeado de uno de los grupos más coherentes de la Ilustración española, pero mirando a la solución de los muchos males jurídicos y sociales de su tierra. Una profunda fe de Meléndez en el progreso y en el hombre que tiene poco que envidiar a los enciclopedistas franceses.




ArribaAbajoIntroducción

El «Discurso sobre los grandes frutos que debe sacar la provincia de Extremadura de su nueva Real Audiencia, y plan de útiles trabajos que ésta debe seguir para el día solemne de su instalación y apertura, 27 de abril de 1791» ha sido muy poco estudiado y escasamente reeditado, muy recientemente, si consideramos su importancia dentro de la Historia del Derecho y la modernidad de sus planteamientos. Las ediciones actualmente asequibles se reducen a tres: dos1 incluidas en antologías más amplias; y una individualizada2, las cuales van precedidas de sus respectivos estudios. Del resto de la bibliografía, destaquemos los estudios del omnipresente melendeciano, Demerson, en especial «Meléndez Valdés, Extremadura y la Audiencia de Extremadura»3.

Por nuestra parte, hicimos alguna referencia al estudiar el intenso trabajo que Meléndez desarrolló, en el seno de la Aragonesa, desde septiembre de 1789 hasta abril de 17914. Pensamos que no han quedado suficientemente destacados el ambiente y las circunstancias zaragozanas, en las que se elaboró el Discurso, por lo que nos atrevemos a emborronar las páginas que siguen5.

Con su estudio nos proponemos mostrar la plena madurez de Meléndez como magistrado; la modernidad de su pensamiento como penalista y la de las reformas que, estudiadas y experimentadas en la Aragonesa, propone para su tierra a través de la nueva Audiencia de Cáceres. Atisbaremos la modernidad del pensamiento jurídico y económico de Meléndez y de Arias Mon, y por lo tanto de las Instituciones que representaban: las Audiencias de Cáceres y Zaragoza y la Económica Aragonesa. Llegaremos a la conclusión de que Meléndez, inspirado en los «filósofos» más solventes de la época, escribe en Aragón y Arias Mon lee en Extremadura, el discurso reformista más afin al pensamiento de Beccaria de todos los penalistas ilustrados, incluidos Lardizábal y Jovellanos.

Podremos comprobar la certeza de la afirmación de 1818 de que «Este discurso es sin contradicción uno de los mejores que se han pronunciado en España, con igual o semejante motivo [...] digno del ilustre magistrado que le pronunció...» 6.






ArribaAbajo Relaciones entre la Real Audiencia de Aragón y la Económica Aragonesa durante la estancia de Meléndez

El mismo largo título del Discurso expresa claramente el mundo conceptual, y la creencia que tenía Meléndez de que el nuevo tribunal debía ser un organismo híbrido que, además de emitir sentencias, fuese una especie de Real Sociedad Económica de Amigos del País. Meléndez apunta esta relación entre la legislación (Audiencia) y las ciencias económicas (Real Sociedad Económica de Amigos del País): «Mi afición decidida a la legislación y ciencias económicas y su altísima importancia, me hicieran siempre desear que los acuerdos fuesen como unas asambleas de estas utilísimas ciencias y unas salas en los tribunales verdaderamente de Gobierno» (p. 143). Modelo de relaciones que estaba viviendo en Zaragoza, sólo comprensible en el marco del absolutismo del Despotismo ilustrado en el que los órganos administrativos y judiciales se confundían. Confusión hoy explicable, pues en Madrid estaban hartos de que las oligarquías de provincias le boicoteasen sus proyectos reformistas, por lo que Audiencias y Económicas se convirtieron en brazo ejecutor7.

Si examinamos la trayectoria de la Real Sociedad Aragonesa de Amigos del País, desde 1776 hasta 1792, observamos que el estamento de la Alta Nobleza aragonesa, encabezada, en Zaragoza, por el canónigo Ramón de Pignatelli y, en Madrid, por su primo el Conde de Aranda, además de impulsar el nacimiento de la Aragonesa, la dirigió hasta 1784. Sin embargo, desde hacía tiempo se iban desligando poco a poco. El último en abandonarla fue el Marqués de Ayerbe en 1788.

Paralelamente se incrementa la afiliación de los magistrados de la Audiencia, de manera que en el periodo 1789-1791 eran socios activos de la Real Sociedad los jueces más prestigiosos de la Audiencia: el Presidente, cinco oidores, tres ministros del crimen, los dos fiscales, el Aguacil Mayor, y el Secretario. Además de muchos abogados, están afiliados funcionarios de menor rango como los escribanos-secretarios, los relatores o el receptor de penas de cámara y gastos de justicia.

Todos estos personajes fueron conocidos por Meléndez y con ellos compartió su existencia, ya en el Tribunal por la mañana, ya en la Aragonesa, por la tarde. Esta generosa entrega es compensada en los cargos directivos de la Sociedad, pues el Oidor Arias Mon la dirige desde 1784 hasta junio de 1790. Desde el 1 de enero de 1791 hasta el 12 de julio de 1792, en que fallece, la preside el Capitán General y Presidente de la Real Audiencia, D. Félix de O'Neille, (Dublín 1715-Zaragoza 1792).

Tal vez el momento más significativo de esa cooperación y predominio de la Audiencia sea la Junta General del 19 de Noviembre de 1790, donde es elegido, por aclamación, como director primero don Félix O'Neille y donde también se refleja el prestigio que había alcanzado Meléndez dentro de la Real Sociedad Económica Aragonesa al obtener ocho votos en la votación para subdirector8.

Si examinamos los resultados electorales, diríamos que la Audiencia recibe 38 votos, la Universidad 11, el Ayuntamiento 5 votos y uno la Alta Nobleza. Tal vez un fiel reflejo de las simpatías que cada Institución suscitaba. Parece evidente que los dos Directores debían ser magistrados.

Es reseñable que, en un sólo año, Meléndez haya sido capaz de atraer la admiración de un sector significativo de socios. No sólo confían en él 8 amigos, sino que, en nombre de todo el Real Cuerpo, contesta a los discursos de aceptación de O'Neille y del subdirector, el oidor Sancho de Llamas, pronunciados el 26 del mismo mes. Se confirma la exquisita corrección en las relaciones personales, la atracción, elegancia y suavidad que tradicionalmente se le atribuyen al carácter de Meléndez9.




ArribaAbajo Perfil del magistrado ilustrado según Meléndez

Los magistrados ilustrados deberían ser la antítesis de los anteriores, los cuales son caracterizados por Meléndez:

a) Como injustos: «... no pocas veces los mismos ministros de la ley dominados del feo interés o una torpe pasión, y trasformados de padres en tiranos...» (p. 129).

b) Con una formación muy incompleta porque las ciencias, la legislación, el derecho público, la moral y la economía civil «o no habían por desgracia nacido, o estaban en la infancia censuradas y aun mal vistas, cultivadas por pocos y sobre principios insuficientes» (p. 131), y porque la enseñanza universitaria era muy deficiente: «Hubo un tiempo en que [...] las Universidades, el taller de la Magistratura con los vicios de su ancianidad, adictas religiosamente a las leyes Romanas y a la parte escolástica...» (p. 131).

c) De inmovilistas o «modorros»10: «si un Magistrado nuevo desdeñase en el día, o quisiese contradecir, sería al punto mal visto, censurado, desatendido de sus compañeros, y tenido de todos por orgulloso novador» (p. 135) .


Cualidades del magistrado ilustrado

Por el contrario, en la Audiencia de Aragón que conoció Meléndez, los magistrados, como hemos visto, eran el motor más importante del reformismo de la Económica Aragonesa, estando diez de los quince jueces y gran parte de los funcionarios implicados en sus actividades. Obedecían al perfil del Magistrado ilustrado en el que encontraremos:

a) Un juez estudioso, polifacético y humanista. Que las Audiencias debían ser mucho más que simples juzgados era teoría asumida por los Ilustrados. Por tanto, para ejercer su trascendental función debe ejercitarse en los más diversos conocimientos: «la moral y la filosofía, las luces económicas, las ciencias del hombre público hallan protección en el trono, y empiezan a contar ilustres aficionados en la toga [...] debemos tenerlas a la vista y consultarlas sin cesar; y si algo hemos de hacer de grande y de glorioso por Extremadura, de ellas solas hemos de recibirlo» (p. 132), para indagar las causas de los delitos y buscar «en la política un remedio seguro para en adelante precaverlos». Observamos que las ciencias enumeradas coinciden con las cátedras de la Aragonesa, casi todas ellas fundadas bajo la dirección de Arias Mon.

b) Amplios conocimientos de economía, si quiere ser hombre de su tiempo, pues «... a fines del siglo XVIII [...] las ciencias económicas ocupan en gran parte la administración pública» (p. 136). No basta con ser instruidos: «Si todo Magistrado debe ser instruido, nosotros debemos añadir más y más a las luces comunes» (p. 13l). El espíritu del magistrado debe estar abierto a cualquier reforma: «Su suelo, su población, su agricultura, su industria, todos los objetos de provecho común han debido ocupar nuestra especulación, y llamar hacia sí todo nuestro cuidado» (p. 133).

c) Dedicación entusiasta a la labor reformista: «Nada que puede hacer la felicidad de un sólo hombre es pequeño [...] y un sólo pueblo puesto una vez en movimiento, dirigido bien y encaminado hacia sus verdaderos intereses, es en una provincia como un fuego generador que se propaga por los demás, y los anima y pone en saludable agitación» (p. 134).

La vertiente reformista («convertir nuestra instrucción al beneficio común...») es «acaso la parte principal de su elevado ministerio» (p. 130). Para Meléndez, los Magistrados deben poner al servicio del público toda su inteligencia, su tiempo «y hasta nuestra vida» (p. 130). Deben instruirse en las más diversas artes y ciencias y estudiar a fondo «la constitución de las provincias, el genio de sus habitantes, sus virtudes y vicios» para conseguir la felicidad del pueblo, y así lograr el objetivo final de llenar «dignamente nuestras santas obligaciones» (p. 130).

d) El juez deber ser motor de progreso. En reiterados pasajes del Discurso expone Meléndez la idea de que a partir de problemas concretos se deben extraer soluciones generales: «De objetos al parecer pequeños nacen a veces las mayores utilidades» (p. 134), ya sea de un pleito: «la decisión del pleito más pequeño influye necesariamente en el orden social y la felicidad pública...» (p. 136), porque «todo se toca y está unido en la legislación como en el gran sistema del Universo» (p. 136).

Ya de un expediente: «No haya expediente, si es posible, que no se haga en nuestras útiles discusiones un objeto de beneficio común; no haya uno de que no saquemos los materiales de una providencia general o una reforma» (p. 143). Precisamente una de las causas del subdesarrollo de Extremadura es no haber tenido «la suerte de tener ya en su seno un Senado a quien clamar en sus necesidades...» donde:

«los expedientes generales, las demandas fiscales, las representaciones, los recursos, y hasta los mismos pleitos y desavenencias de las partes, han sido indirectamente otros tantos medios de conocer su estado, sus atrasos y disposiciones para poder ocurrir a sus necesidades con saludables medicinas»


(p. 132).                


e) Integridad moral. El Magistrado debe colocar «un muro de bronce» entre su alma y «las fatales seducciones de la torpe avaricia, la pasión, el sórdido interés, el espíritu de partido, la envidia vil, la maquinación y la dureza...» (p. 131). A continuación enumera las virtudes que deben caracterizar al magistrado: «... la humanidad, el amor a la patria, la clemencia, la sencillez, el orden, la atención, la firmeza, la grandeza de alma y todas las virtudes...» (p. 131), adornadas todas ellas con la «prudencia consumada para asegurar el acierto».

f) El juez es un modelo para la ciudadanía, sobre todo en Extremadura considerada «tierra virgen» y necesitada de múltiples reformas: «... venimos por primera vez a esta provincia, y somos en ella la espectación y el ídolo de sus honrados habitantes» (p. 131), pues la sociedad civil extremeña deja mucho que desear por el caciquismo de autoridades y jueces locales (p. 134). Meléndez cree que la Audiencia extremeña, «puede ser un modelo de administración pública en toda la Nación [...] un semillero de mejoras útiles, un verdadero santuario de la justicia y de las leyes» (p. 135).

Notamos que Meléndez ha evolucionado en cuanto al empleo de las ciencias auxiliares para interpretar las leyes: si en la carta a Jovellanos del 11 de julio de 177811 prefería la historia, ahora prefiere «las luces económicas».






ArribaAbajo Los magistrados don Arias Mon y Velarde y D. Juan Meléndez Valdés

Ambos magistrados daban perfectamente el perfil del magistrado ilustrado y entre ellos se estableció una sincera amistad desde la llegada de Meléndez a Zaragoza, hacia el 10 de septiembre de 1789, y continuaría después de su separación causada por la salida de Arias Mon para la nueva Audiencia de Extremadura. Es muy probable que hubiesen entablado algún tipo de relación amistosa en Salamanca con anterioridad, pues Arias Mon colaboró con el obispo Bertrán en la reforma de los colegios de Salamanca hasta 1773, «lo que le valió el nombramiento de alcalde del crimen de la Audiencia de Aragón»12. Sabemos que Meléndez llega a Salamanca en noviembre de 1772 y que se casó en 1782 con la hija de un alto funcionario catedralicio.

En nuestro artículo citado estudiamos las relaciones entre Arias Mon y Meléndez, en el seno de la Aragonesa, desde mediados de septiembre de 1789 hasta mediados de junio de 1790. Para no repetirnos sólo aportaremos ahora datos, no expuestos allí, y que sean esclarecedores del periodo julio-1790 a abril-1791. Lama afirma que Arias Mon «será comisionado para viajar a Cáceres [...] desde el 15 de Junio de 1790 hasta el 3 de diciembre del mismo año»13. Desde Zaragoza podemos afirmar que se despidió oficialmente de la Aragonesa en la asamblea del 11 de junio de 1790.

Centrémonos en el Arias Mon como Regente. Aunque en su despedida de la Aragonesa dice «que no sabía cuál sería su destino después de finalizada esta misión (la planificación de la nueva Audiencia de Cáceres)» un Real despacho del 25 de noviembre lo nombra Regente y toma posesión el 10 de diciembre siguiente14.

Por ironía del destino, dos magistrados de la Audiencia de Aragón van a ser protagonistas de la inauguración de la de Extremadura, trasladando la experiencia de un modelo que, a su vez, teóricamente era copia de la de Sevilla, según el Real decreto, fundacional, de 27 de junio de 1711. El mismo Meléndez jurará cumplir las ordenanzas de la Audiencia de Sevilla el 15 de septiembre de 178915. Legalmente, la Pragmática -Sanción del 30 de Mayo de 1790- ordenaba que la Real Audiencia de Extremadura se regiría por las Ordenanzas de la Real Chancillería de Valladolid «en lo que fuesen acomodables a su constitución». Sin embargo, Arias Mon introdujo algunas de las costumbres de la Audiencia de Aragón; por ejemplo, asignó, inicialmente, al personal subalterno los mismos sueldos que tenían los de Zaragoza.

Podríamos preguntarnos por qué fue elegido Don Arias Antonio Mon y Velarde como primer Regente de la Real Audiencia de Extremadura. José Luis Pereira y Miguel Ángel Melón sintetizan «... se comisionó a alguien de singulares características y probada solvencia como fue Don Arias Antonio Mon y Velarde [...] Todo un personaje cuyo proceso de maduración burocrática tuvo lugar en una de las instituciones más enraizadas en la vida de los viejos reinos aragoneses...»16. De la ideología ilustrada de Mon y de la firmeza de su carácter dan fe el Discurso que comentamos, sus desvelos durante más de seis años al frente de la Económica Aragonesa y las luchas contra sectores inmovilistas de la sociedad. Recordemos su participación en las reformas de los colegios mayores de Salamanca y en los gremios zaragozanos17. Sin olvidar la oposición del clero18.

Sin duda, Floridablanca y Campomanes requerían un magistrado que, además de culto y seguidor fiel de la política ilustrada, fuese carismático y organizador, pues en Cáceres debía empezar por buscar el edificio apropiado y, después de asentarla, llevar a la nueva Audiencia a una perfecta organización. Diríamos que sólo se decidieron a crear la nueva Audiencia cuando encontraron al magistrado con el perfil deseado. Demerson afirma: «Decidir la creación de la nueva Audiencia y nombrar por Regente de ella a D. Arias Mon y Velarde fue, al parecer, todo uno [...] Magistrado intachable, era también hombre ilustrado, preocupado por el porvenir de su patria...»19. Narrar la actividad de Arias Mon desde mediados de junio de 1790, en que abandona Zaragoza, hasta el miércoles de Pascua de Resurrección (27 de abril de 179l), en que se inaugura la Nueva Audiencia, tiene bastante de odisea. El libro de los antes citados Pereira y Melón nos testimonia las numerosas tareas desarrolladas por Mon durante estos diez meses, algunas de ellas aludidas en el Discurso:

-Los momentos más agradables los tuvo Arias Mon durante el viaje desde Zaragoza a Cáceres, pues se debió detener en Madrid más de quince días, en los que fue recibido en audiencia por los Reyes, visitó a algunos influyentes amigos (v. g.ª, a los Condes de Montijo y a Eugenio de Llaguno) y a diversos ministros, incluido el poderoso Porlier, con el que «trabajaría» su ascenso a Regente de Cáceres (por el momento sólo era un comisionado) y el de su amigo Meléndez para una plaza de Oidor, según diversas cartas20. Sin duda, ambos hablan planificado el traslado conjunto para Cáceres, pero Meléndez, a pesar de contar con el apoyo de Campomanes y del marqués de Roda, como pretendiente a la segunda y tercera plaza de Oidor, no consiguió destino en la Audiencia cacereña, constituida a últimos del año 1790. Las recomendaciones surtirían efecto unas semanas después, ya que con fecha 12 de enero de 1791, el Consejo lo proponía para una plaza de oidor en la Real Chancillería de Valladolid, de la que fue nombrado oficialmente el 1 de marzo siguiente21.

-A finales de julio Arias Mon llega a Cáceres y después de un reconocimiento urbanístico de la Villa, se dio cuenta de que no contaba con la más mínima infraestructura para albergar a la nueva burocracia. Dedica los últimos meses de 1790 a la rehabilitación de los edificios oficiales (Tribunal, Cárcel y Archivo) y los primeros de 1791 a solucionar el problema acuciante de la vivienda.

-El 6 de noviembre de 1790 el Consejo de Castilla aprueba la Instrucción para la visita que deben hacer el Regente y Ministros de la Nueva Real Audiencia de Extremadura, lo que obligó a Mon a formular un detallado interrogatorio de 57 preguntas, sobre muy diversos aspectos, con las que se pretendía que los nuevos magistrados conociesen a fondo la realidad de la Región que iban a administrar. Se pasó a todos los pueblos de cada uno de los nueve Partidos extremeños. Mon se reservó el partido de Cáceres. Meléndez alude varias veces a esta «visita» (inspección) en el Discurso.

En Madrid se tenía especial interés en este asunto y no dudan en refrendar la autoridad de Mon nombrándole, el 16 de mayo de 1791, «ministro del Consejo Real de Castilla». Meléndez señala que Carlos IV crea esta Audiencia en «el primer año de su fausto reinado [...] como un felicísimo anuncio de los bienes que derramará sobre sus amados españoles» (p. 129), y que los magistrados «fuisteis entresacados de los tribunales españoles para tan grande obra» (p. 136).

Nos interesa llamar la atención sobre los conocimientos específicos de Mon para organizar una Audiencia, adquiridos por su participación en el larguísimo proceso de elaboración de las «Nuevas Ordenanzas para el regimiento y gobierno de la Real Audiencia de Aragón», mandadas por Orden del Real Consejo, de 22 de junio de 1774. Nos consta, por el «Cuaderno Borrador de la Junta de Ordenanzas» que el 24 de abril de 1786 se continuaba trabajando en las mismas y que Arias Mon aparece en los Acuerdos que van aprobando los distintos artículos, desde el 26 de octubre de 1780.

Resumiendo, Mon estaba perfectamente informado del proceso de elaboración de las Ordenanzas que rigen el funcionamiento de una Audiencia, pues Alcalde del Crimen desde 1773 y Oidor desde 1779, participó activamente en el lentísimo alumbramiento de las Ordenanzas de la Audiencia de Aragón y tan infructuoso que, parece, que no llegaron a aprobarse. En ello estaba pensando Arias Mon cuando leía «... su misma ancianidad (la de las Audiencias Viejas) [...] les ha hecho recibir ciertas máximas acaso dañosas y dignas de censura, pero que ya les son como naturales, autorizadas cual se ven no pocas por sus mismas ordenanzas...» (p. 135).

Fruto de esta amistad entre Mon y Meléndez, nacida en Zaragoza, es que éste le escribió a Arias Mon el Discurso que comentamos. Veremos que resultó una «oración» bastante realista y ligada a la praxis sociológica de Extremadura, aunque poco concreta. No es una utopía «proyectista» de las muchas formuladas en la época. Ambos magistrados estaban ligados a las reformas cotidianas en el seno de la Económica Aragonesa. El realismo del Discurso se ve reforzado por las referencias a «la delicada vista que acabamos de hacer, y en los graves objetos que se encomiendan en ella a nuestro examen» (p. 133).




ArribaAbajoCircunstancias sobre la redacción del Discurso

Según Lama,

«parece probable que entre noviembre y diciembre de 1790, e incluso más tarde, tras ser dada la Real Cédula de 20 de febrero de 1791, por la que fijaba el ceremonial que había de seguirse el día de la inauguración de la nueva Audiencia [...] Mon encargase a su buen amigo Meléndez Valdés el texto para la apertura del 27 de abril. Es decir, probablemente, y ajustando más la cronología, el poeta de Ribera del Fresno preparó las páginas para su compañero en poco más de un mes.»22.



En nuestro artículo citado se tratan todas estas circunstancias. Sin duda, el Discurso fue escrito en la Ciudad del Ebro, pues Meléndez la abandonó entre las juntas generales de la Aragonesa celebradas en los días 15, en la que estuvo presente, y 29 de abril23, en que se despide oficialmente del Real Cuerpo, a través de su director, Meléndez abandonó Zaragoza antes de mayo, pues en la junta del 6 de ese mes, los restantes miembros de la Junta de los estatutos de la Escuela de Dibujo se lamentan de que Batilo había partido para Valladolid, llevándose el borrador, fatigosamente trabajado, y dejando paralizada la comisión en Zaragoza: «... y se resolvió escribir al Sr. Meléndez que, mientras arregla los estatutos, puede servirse remitir copia del papel de apuntaciones a fin de que la Junta continúe algún trabajo sobre la materia»24.

Dadas las circunstancias de tiempo y espacio de la época, es difícil que lo escribiese en otro lugar, que no fuera Zaragoza. Si consideramos que no asistió a ninguna de las juntas generales de la Aragonesa celebras durante el mes de marzo, en contra de la costumbre de Meléndez, es muy probable que estuviese redactando el Discurso y los célebres estatutos de la Escuela de Dibujo.

Cabria plantearse el problema previo de si el Discurso es en su totalidad obra de Meléndez, puesto que fue pronunciado por el regente Arias Mon. La compenetración de ambos amigos y magistrados es tal que, si hubo alguna alteración, lo encontramos homogéneo. Incluso en los párrafos que describen sucesos particulares de Arias Mon, como el besamanos que los Reyes le concedieron, da la impresión que los presencia Meléndez: «... y que en sus bocas, en sus benignos ojos, en sus Reales semblantes brillaba entonces el sublime y ardiente deseo de la común felicidad» (p. 145).

Respecto a ¿por qué encargó Arias Antonio Mon el discurso a Meléndez Valdés?, no hemos encontrado documentación concreta. Es posible cualquiera de las hipótesis de Lama o de Demerson, o todas a la vez: a) La profunda amistad de ambos, b) la admiración del nuevo regente hacia el autor de Ribera, c) un gesto de resarcimiento amigable de Mon hacia su amigo que no podía estar presente en el acto, d) el ser la persona mejor conocedora del atraso económico y social de Extremadura y sus posibles soluciones, e) el ofrecimiento del mismo poeta25. Conocida la intensa actividad de Arias Mon durante estos meses relacionada con el establecimiento material de la Audiencia, casi nos inclinamos a pensar que fue un ruego del mismo Mon, siguiendo la opinión del primer biógrafo, informado por la viuda del poeta, Martín Fernández de Navarrete: «... su amigo D. Arias Mon Velarde, quien [...] le encargó le escribiese la oración inaugural con que se abrió el Tribunal...»26. En la etapa zaragozana de Meléndez, quizá la de mayor actividad y optimismo vital de su existencia, no eran necesarios muchos estímulos para embarcarlo en cualquier comisión o acto protocolario, como acreditó en el seno de la Aragonesa.




ArribaAbajo Meléndez y su amor a Extremadura

Pocos discursos se han pronunciado con tanto amor hacia su tierra por un hombre público. Es el hijo bueno que aprovecha una ocasión única para exponer los males de la madre e intentar remediarlos. Incluso pidió, infructuosamente, el traslado para la nueva Audiencia con la intención de «vivir en medio de sus paisanos»27. Manifiesta su amor a Extremadura de varias maneras:

a) Se hace portavoz de las injusticias que han sufrido los «generosos extremeños», los cuales «por no tener en el centro de su ancho territorio un tribunal alto de justicia» debían soportar corruptos jueces locales y estar «mal atendidos en tribunales lejanos, donde no alcanzan o llegan desfigurados los lastimeros gritos de su opresión, y sus necesidades» (p. 129).

b) Le duele el olvido tradicional de Extremadura:

«Pero Extremadura ha sido hasta aquí en el imperio español una provincia tan ilustre y rica como olvidada [...] Todo está por crear en ella, y se confía hoy a nosotros [...] todo pide, todo solicita y demanda la más sabia atención y una mano reparadora y atinada para nacer de una vez sobre principios sólidos y ciertos...»


(pp. 132- 133).                


c) Se debe trabajar incansablemente por la felicidad de Extremadura: «Nosotros debemos velar día y noche, y añadir tarea sobre tarea para felicidad de Extremadura» (p. 131). Aconseja a los magistrados: «trabajad con generoso ardor, trabajad día y noche para la común utilidad» (p. 145). No podía ser de otra manera si querían corresponder al cariño de los extremeños, pues los Magistrados «somos en ella la expectación y el ídolo de sus honrados habitantes» (p. 131).

d) En el afán reformista, «... unido como estoy a vosotros por la profesión, el ministerio y el corazón, os quiero hablar con sencillez y sin aparato de palabras de las arduas obligaciones que tomamos sobre nuestros hombros desde este señalado día [...] no defraudar la espectación pública que nos contempla en silencio.» (p. 130). Extremadura puede ser la gloria de los nuevos Magistrados: «Contemplemos por un momento esta ilustre provincia, mayorazgo de nuestra ignominia o nuestra gloria; esta provincia nueva en todo, permitid que lo diga, y encomendada a nuestras manos. Donde quiera que las volvamos, que tendamos la vista, podremos arrancar un mal y sembrar al punto un bien» (p. 143).

e) En el tono cordial del Discurso, Meléndez se emociona: «¡Qué empleo tan augusto y sublime! ¡Qué satisfacción tan pura! [...] De nuestra sabiduría, de nuestra constante aplicación, de nuestro zelo paternal espera y debe recibir Extremadura todo lo que le falta» (p. 133).

Cariño, cuando se refiere al elemento humano: «¡Su población cuán pequeña es! ¡cuán desacomodada con la que puede y debe mantener!» (p. 143).

f) Formalmente, este cariño se refleja sobre todo de dos maneras: 1ª) mediante la reiteración de la palabra «Extremadura» (diez veces) y en los epítetos que le aplica: «una de las principales y más ilustres provincias de la Monarquía española» y «... la ilustre provincia que venís a gobernar...» (p. 145). En consecuencia, sus «inmortales hijos»: «... se han señalado siempre en cuanto han emprendido de grande y de difícil» (p. 133). 2ª) Con una bella alegoría que abre y cierra el Discurso. En el Exordio presenta a los «generosos Extremeños [...] la justicia misma [...] protegiendo sus fervorosos ruegos», arrodillados ante el Trono, exponiendo «la justa pretensión de Extremadura...» (pp. 129-130).

Esta alegoría aparece más bella y desarrollada en la conclusión o peroración del Discurso. Es en las dos últimas páginas donde Meléndez comprendía las obligaciones del perfecto magistrado, pero evita la sequedad del resumen acudiendo a la figuración poética. Nos dibuja el cuadro de todos los extremeños, entre suplicantes y exigentes, dirigiéndose a cada uno de los tres tipos de jueces, Alcaldes del crimen, Oidores y Fiscal:

«Cuatrocientas y cincuenta mil almas esperan de nosotros su felicidad; vedlas sino rodearnos, fijar en nosotros los ojos, bendecir este día como el día de la justicia y el colmo de sus esperanzas, y entre aclamaciones y lágrimas, tendidas las manos, esclamar y decirnos...»


(p. 144).                


En esta alegoría, más que en ninguna otra parte del «Discurso», Meléndez sabe combinar sus dos facetas, de poeta y hombre de leyes, para conseguir, en la exhortación y amonestación final, la máxima emotividad y así grabar en los oyentes el más sincero amor a su Región.

Resumamos con Demerson que «no es indiferente que este ideario lo expusiera, lo proclamara al hablar de su provincia natal, de Extremadura, su querida patria chica, por la cual nunca dejó de interesarse.»28.


El «señalado día» del 27 de abril de 1791

Meléndez era consciente de la importancia que tenía la erección del nuevo tribunal, del acto y día que se celebraba y, por tanto, de su discurso como eje central del mismo. En el párrafo en el que enumera la tesis del discurso («os quiero hablar [...] de las arduas obligaciones que tomamos sobre nuestros hombros»), habla de «señalado día» y de «este augusto Senado» (p. 130).

Muestra de la ilusión con que Meléndez escribió su Discurso es el siguiente párrafo:

«Hoy se fía a nosotros el empeño difícil cuanto honroso de proveer a tan graves necesidades (las de Extremadura), de regenerarla, de darle nueva vida. [...] ¡qué llenos y sazonados frutos de gloria y alabanza nos aguardan en la posteridad, si sabemos sacar de nuestra posición y la suya las grandes ventajas que podemos en tan ilustre y señalada carrera!»


(p. 133).                


Lamentamos que la fría y escueta «Nota de la Diligencia de apertura de la Real Audiencia de Extremadura» no se corresponda con el entusiasmo que Batilo puso en la redacción del discurso: «... y seguidamente, el Señor Regente, dixo una Oración inauguratoria, según lo requería la función del día»29. Sin embargo, la misma «Nota» refleja el gozo de los cacereños: «manifestando los vecinos de esta Villa un júbilo singular», refrendado años más tarde por el historiador Publio Hurtado30.

Resumiendo, Meléndez Valdés fue protagonista en el nacimiento de uno de los organismos más importantes de la historia de Extremadura, el cual nacía con el ánimo de repercutir muy beneficiosamente en todos los aspectos de su vida, e investido como autoridad suprema. Por ironía del destino, las referencias aragonesas no sólo se dan en los dos actores principales, Arias Mon y Meléndez, y en el Discurso de éste, sino que hasta la comitiva estuvo acompañada «con la música del Regimiento de voluntarios de Aragón que franqueó el Excmo. Sr. Marqués de Casacagigal, General de esta Provincia» 31.




La sociedad extremeña reflejada en el Discurso

Por razones de espacio no entra Meléndez en el Discurso a describirnos la sociedad extremeña. Aparece Extremadura dividida en dos bandos sociales claramente dibujados en función de la desigual repartición de las riquezas, el de los hacendados poderosos aliados con las autoridades, por un lado, y el de los infelices jornaleros, por otro:

«... unos pueblos llenos de bandos y partidos, y ciegos por mandar a cualquier precio: entre gentes ignorantes que ni aun aciertan a ver los precipicios para poderlos evitar: en unas villas donde los Corregidores han podido ser déspotas, y donde siempre se halla a mano desgraciadamente un genio maligno y revoltoso, dispuesto a la acusación y a la calumnia para enredar en pleitos y perder familias enteras; en un país dividido entre infelices jornaleros y hacendados poderosos, que habrán sofocado con su voz imperiosa el gemido del pobre, y hecho valer, para arruinarlo con mil injustas pretensiones, el dinero y el favor...»


(p. 134).                


En medio se sitúa una Administración Central intervencionista, representada por la nueva Audiencia, que no se limita a garantizar la convivencia de los súbditos sino que actúa en todos los terrenos en los que cree comprometida la felicidad de aquellos.

Se alude a una sociedad totalmente ruralizada («Y esta ilustre provincia, [...] es hoy por desgracia la menos industriosa de las que componen el dominio español...») (p. 133) en la que apenas podemos vislumbrar una modesta artesanía y un diminuto «microcosmos ilustrado», según la definición de Domínguez Ortiz32. Consideramos tópicas las alusiones al sector secundario cuando proclama la intervención de los magistrados de la civil: «Oidores, acordaos que [...] los campos os piden brazos, la industria y las artes obreros [...] y todos a la par justicia y felicidad.» (p. 144).

Meléndez pide indulgencia y moderación a la hora de impartir justicia, la cual sólo solía aplicarse a las clases no privilegiadas en el Antiguo Régimen: «hagámonos cargo del estado infeliz que han tenido los pueblos que habemos visitado» (p. 135). Esos justiciables no tenían nada de burgueses, pues les falta la respetabilidad social que confieren la posesión de un patrimonio y el nivel cultural derivado de unos ingresos suficientes. El referente de las reformas del Discurso melendeciano es el campesinado, pues la burguesía aparece muy desdibujada en una sola cita «pobres trajineros [...] ricos hacendados» (p. 143). En todo caso parece faltar el escalón socioprofesional de la verdadera burguesía, la media burguesía. El Discurso presupone una sociedad extremeña carente de toda mentalidad burguesa. Con tan pobrísimo papel asignado al comercio, con la ausencia de mesocracia funcionarial ilustrada y con los nobles y clero envueltos «en sombras y tinieblas espesas» (p. 133) era muy difícil trasladar el modelo ilustrado aragonés.

En el Discurso quedan casi indemnes de crítica todas las instituciones que sostenían al antiguo régimen: el rey, los Consejos, la nobleza y la Iglesia. Los exculpa: «No es culpa suya, no, esta escasez de luces» (p. 133) por haber vivido «retirados y ociosos», apartados de los centros culturales de las «ciudades de grande población, donde uniéndose los hombres se corrompen y se instruyen, perfeccionan sus artes y sus vicios» (p. 133). Sabe que con la oposición de nobles y eclesiásticos nunca prosperarán las reformas. Abstractamente puede atacar sus privilegios y sus costumbres, pero nunca sus rentas. Meléndez sólo es realmente concreto y duro con los Corregidores y jueces locales, calificados de «tiranos» (p. 129) y de «déspotas» (p. 134).

Coincide con la política de la Aragonesa de no enfrentarse con los estamentos privilegiados achacando sus defectos a la falta de instrucción. Si Normante había escrito en 1784 «... siempre entiendo que las vexaciones de la mayor parte de los prepotentes [...] tienen su origen en la ignorancia principalmente»33, Meléndez también ve la causa en estar sin «instrucción y sin colegios ni estudios públicos, donde recibirla dignamente» (p. 133).

Sin embargo, Meléndez refleja su espíritu burgués estimulando el trabajo, su dignificación jurídica y social, y atacando filosóficamente los privilegios sobre los que persistían las instituciones económicas y políticas del antiguo Régimen: «¿Por qué esta continua variedad de jurisdicciones y Magistrados, estas exenciones y fueros con que se tropieza a cada paso, y rompen, por decirlo así, la sociedad y la dividen en pequeñas secciones?» (p. 141). También encontramos una velada crítica, más concreta, a la nobleza y el clero extremeño que nos recuerda sus lecturas del barón d'Holbach (preconizaba un régimen de propietarios interesados en el bien público) y de Helvetius, quienes sostenían abiertamente que la pereza y la ignorancia eran las responsables de las desgracias humanas y que la nobleza y el clero no tenían el más mínimo interés en la felicidad y el progreso del pueblo. Meléndez desearía que los terratenientes extremeños, más incultos y menos «impacientes» que los de otras regiones, se dedicasen «ilustrarse» y no solamente a disfrutar sus capitales y acrecentar sus rentas («grangerías»). La disculpa lleva implícita la acusación:

«Hasta aquella escasa porción de conocimientos que en otras provincias se suele hallar entre sus nobles y su clero, es aquí por lo común más limitada; la veréis envuelta en sombras y tinieblas espesas. En medio de un suelo fértil y abundante, como aislados en él y apartados de la metrópoli por muchas leguas, sin puertos ni ciudades de grande población, donde uniéndose los hombres se corrompen y se instruyen, perfeccionan sus artes y sus vicios, ni el clero, ni los nobles de Extremadura pudieron cultivar hasta ahora sus ricos y admirables talentos según sus honrosos deseos. Así que, retirados y ociosos en el seno de sus familias, con unas almas grandes y elevadas, pero duras y encogidas, han cuidado más bien de disfrutar sus gruesos patrimonios, y acrecentar sus grangerías, que de salir a ilustrarse, ni ejercitar su razón en el país inmenso de las ciencias. No es culpa suya, no, esta escasez de luces. Enclavados, por decirlo así, en lo postrero de España, en un ángulo de ella poco frecuentado; sobrados en su suelo y sus hogares, sin deseos vivos que satisfacer por medio de la instrucción, y sin colegios ni estudios públicos, donde recibirla dignamente, no les ha sido dado otra cosa, ni aquella activa impaciencia de la necesidad, superior a los estorbos, que todo lo allana y lo sojuzga»


(p. 133)34.                


Aragón Mateos hace un breve comentario, quizá demasiado duro, de este pasaje, resaltando el conservadurismo y la oposición al progreso de la «nobleza mezquina» extremeña35.

Algo más precisas hemos visto las críticas a la Universidad, por su enseñanza rutinaria y escolástica.

A pesar de todo, el Discurso podría haber sido más concreto: no aparece ni un solo nombre topográfico determinado (excepto las diez veces de «Extremadura»), ningún antropónimo, salvo «la solicitud y paternal amor del Sr. D. Carlos IV» (p. 131) o «las dos célebres lumbreras del Senado de Castilla los Excmos. Condes de Floridablanca y Campomanes» (p. 129). Sin pretender caer en el «proyectismo» podríamos esperar que Meléndez, en el plano socioeconómico, hubiese sido más explícito en alguno de los «expedientes» que el mismo Campomanes había iniciado para «ocurrir a las muchas necesidades y atrasos de la provincia de Extremadura», como el de «la ley Agraria, el de la mesta y trashumancia [...] etc, etc.» (p. 130, nota) , que, sin duda conocía, y se limita a citar a pie de página, a pesar de que, ciertamente, no se habrían aplicado lo más mínimo en Extremadura, la «ilustre provincia, que hasta ahora puede decirse no ha oído sino de lejos la voz de la justicia» (p. 131) . Ese «etc., etc.» nos lleva a pensar que Meléndez eludió referirse, conscientemente, a las numerosas propuestas socioeconómicas, más o menos utópicas y conocidas, anteriormente formuladas para reformar Extremadura, como las de Paíno o las del afanoso Intendente, Marqués de Uztáriz. Tal vez debió haberle sacado más partido a la «visita» y correspondientes encuestas y no simplemente imaginarse: «Delitos graves habrá habido escandalosamente autorizados o disimulados» (p. 134).

Acertadamente califica Deacon el Discurso de «Una entusiasta proclamación de fe en las ideas de las luces»36. Es una lástima que Meléndez se «olvidase» de aspectos tan importantes en cualquier reforma socioeconómica como, v. g.ª, la financiación, cuando estaba experimentando lo difícil que le era a la Aragonesa el arrancar una subvención al gobierno de Floridablanca para sus escuelas de Matemáticas y de Dibujo.

Es el mismo pecado que Domínguez Ortiz achaca a todo el reformismo borbónico, «lleno de buenas intenciones, pero carente de un programa definido y de unos propósitos concretos»37.

Tal vez, Meléndez se daba cuenta que no contaba con la mínima infraestructura para detallar alguno de los proyectos, ni siquiera los estrictamente pedagógicos, que estaba viendo en la Económica Aragonesa, y que era difícil comprometer a un puñado de «principales» extremeños en las reformas.






ArribaAbajo La estructura del Discurso

Estructuralmente es una pieza oratoria clásica, esquematizada según el método de análisis y síntesis, y dividida en tres partes: presentación o exordio (pp. 129-130), desarrollo, pp. 130-144, (subdividido en narración, pp. 130-137, y confirmación, pp. 137-143), y síntesis final o peroración (pp. 143-145). Lama38 hace un detallado análisis estructural, a donde remitimos, por falta de espacio.



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