He aquí la segunda edición de
Lazo esencial, que quizá se justifique
no sólo porque de la primera no quedan ya ni rastros.
No fue
Lazo esencial mi primer poemario de amor
édito. Tampoco alberga los versos más antiguos: algunos de los
más remotos, de los pocos que se salvaron de mi juicio, viven
A la intemperie en nuestra amada
Alcándara, esa morada poética
hasta hoy muy parcamente valorada. Sí fue -y es- este librito, el
primero de poemas «para adultos» que publiqué.
Aunque no me han faltado ganas ni justificativos para modificar
estos textos, me he permitido sólo añadir dos líneas al
pie del poema que da título al poemario, y he reubicado una palabra en
el quinto verso del último poema, que es, al fin, el motivo real de esta
reedición, amén del deseo de que, con suerte, unos pocos ojos
más la lean.
Con profunda y auténtica gratitud -me complace decirlo-
incluyo como prólogo para esta segunda edición las palabras con
las cuales
Doña Josefina Plá presentó
la primera, una cálida mañana cercana al mediodía: el 25
de marzo de 1982. Añado además un estudio crítico de
Don Hugo Rodríguez Alcalá, que
puede ser útil a quienes deseen profundizar en mis temas.
Ambos me han honrado sobremanera, y es casi seguro que no se lo he
agradecido hasta hoy, inmersa como pude haber estado en mis otros
múltiples trajines, algo menos poéticos.
Asunción, junio de 1995 G. C.
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Prólogo
Gladys Carmagnola en su nuevo libro de
poemas
Gladys Carmagnola se dio a conocer hace ya unos años, por vez
primera, con un poemario dedicado a un niño:
Ojitos negros1. Este
poemario ofrecía en su sencillez, hija de su misma espontaneidad, una
ternura auténtica, surgente de napas puras del corazón. Una
terneza sin retórica, sin ripios sentimentales, que lo destacaba del
montón de poemarios de este carácter, en los cuales la
lógica ternura con frecuencia se literaturiza en exceso.
Tras unos años de silencio, Gladys nos da
Piolín, poemario igualmente en la
línea de la poesía infantil; pero al cual preside un acento menos
hogareño y afectivamente inmediato, y se insertan semitonos que develan
preocupación formal; libro menos ingenuo que el primero, y que, buscando
su eficacia en valores estéticamente más elaborados, lo consigue:
uno de nuestros mejores poemarios infantiles.
No sabríamos decir si merodeando en torno a la vertiente
señalada por ambos poemarios -la gracia de la anunciación
infantil- el duende intuitivo que nos persigue y que a menudo ve comprobadas
sus inofensivas malicias, nos empezó a soplar al oído que Gladys
Carmagnola tenía para ofrecer, líricamente hablando, algo
más que la terneza y la frescura expresivas, aún siendo esto
mucho; que el
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amor al niño; como promesa -como ser en el
cual el hombre se hace perdonar- era sólo una faceta de su
espíritu. Que en ella vibraba soterrado el acento de más severos
y profundos cuestionamientos.
Porque amar a los niños es don corriente: condición de
humana supervivencia. Expresar ese amor en poesía, ya no es tan
cotidiano, porque presupone peculiar don. Pero aun existiendo ese don, como en
este caso particular, no excluye por cierto en el poeta la posibilidad y
capacidad de ascender a otros niveles de eco más grave; a la
dimensión de sombra de la vida. Sin el amor al niño, la humanidad
se extinguiría: pero sin el amor al ser humano, como misterio
dramáticamente consciente de sí, el Hombre, con mayúscula,
no podría cumplir su destino. Y ese amor, aunque ello parezca paradoja,
alcanza su ápice en el conocimiento del Hombre mismo. Para el
conocimiento éste, existen varias vías: la poesía es una
de ellas, y se cumple buscando el poeta a ese hombre dentro de sí. La
poetisa de versos para el niño puede también serlo, lúcida
y lucida, en este camino hacia la sombra del hombre. Y para citar un solo
ejemplo, tenemos a Gabriela Mistral, quien por haber sido precisamente alta
poetisa de ritos dolorosos, pudo cantar al niño con ternura
infinita.
El vuelo lírico más amplio que el duende nos
hacía presentir en Gladys es el que nos entrega ahora en este nuevo
poemario unas instantáneas del otro rostro de la poetisa hasta ahora
oculto. Un rostro hecho igualmente de líricas evidencias: la intensidad
y diafanidad de los afectos, el anhelo de projimidad; la fe, en suma, en el ser
humano,
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simple reflejo de la fe en sí mismo. La
espontaneidad, esa rara y riesgosa cualidad, persiste, pero se le suma ahora en
alguna ocasión un semitono irónico, tan sutil, que parece un
esguince a sí mismo hecho a escondidas en el espejo, y que le da leve
pero innegable sabor distinto dentro del cuadro general de nuestra
poesía femenina última.
Y, por supuesto, permanece también en esta poesía,
como el sauce de Appleyard, la sencillez: preciosa sencillez, en cuya
vestidura, la forma se arropa discreta y fluida.
Después de leer estos poemas, el lector sentirá
seguramente, como nosotros, algo que no siempre es remate del encuentro con el
poemario, en el ánimo lector: Deseará leer otros poemas de la
autora.
Gladys Carmagnola, poetisa, ¡¡¡salud!!!...
Josefina Plá
(en la presentación de la Primera
Edición 25 de marzo de 1982).
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Lugar
Cuando transita, libre, el corazón,
por el sendero gris de la nostalgia,
me lleva a mí detrás, cual una sombra
que dibuja en la tierra
una pequeña lámpara.
5
Aquí,
del otro lado del espejo,
se me muestra la vida cara a cara,
y me toma cual soy, sin un reproche,
y yo la acepto así, sin una lágrima.
10
Aquí he recogido siempre la verdad
en diminutas piezas fraccionadas.
Aquí me deslumbró la luz más bella y
pura
de la estrella más alta.
Aquí desentrañé el significado
15
de la letra que esconde mi garganta.
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De aquí robé las sílabas
con las que he moldeado todas mis palabras.
Aquí balbuceé el primer poema,
que me supo a plegaria.
20
Y solamente aquí
he liberado siempre mis espaldas
de la ceniza fría
o del fuego y su llama
y he cargado en mi bolso, sin permiso,
25
un puñado de magia.
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Visita inesperada
¿Alguien llama a la puerta?
Pues, que pase.
Siéntate, por favor. Disculpa este desorden
pero ¿sabes?
entre tanto trajín, hace ya tiempo
5
que se me hizo tarde:
se me fueron las horas
andando por ahí, hacia alguna parte,
borroneando papeles
que creía importantes.
10
No, no: todo está bien.
No pretendí una excusa, ni quejarme.
Quédate, por favor;
no hay por qué preocuparse.
Ahora que estás aquí
15
como debió haber sido mucho antes,
no te irás tan pronto:
—[20]→
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es la primera vez que un hermano de sangre
se llega hasta mi puerta
a compartir la dosis que me dan, de aire.
20
Escucho. Empieza a hablar;
sé que has traído mucho que contarme.
Ya veremos después, si queda tiempo
de preparar nuestro equipaje.
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Enero
Vienes de lejos. Estarás cansado.
Hueles a tierra, a vientos;
hueles a agua.
El cansancio oscurece tu cintura,
tus hombros, tus espaldas,
5
y es un ardor de innumerables soles tu mirada.
Llegas a tiempo.
Aquí te quedarás
porque es éste el punto definitivamente exacto
donde ha crecido, recia, la muralla
10
que te obstruye la marcha.
Alégrate:
he tejido yo misma
con estas torpes manos
una delgada hamaca
15
donde podrás tender tus formas en el patio
en las puras mañanas
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—25→
o en las ardientes siestas
que a los dos nos aguardan.
Quédate.
20
Donde te encuentres estará mi hogar
y entre tus brazos
vivirá guarecida de fieras esta forma humana.
Vienes de lejos. Y estás muy cansado.
Pero ayúdame ya:
25
levanta las paredes
de la que ha de ser nuestra morada
y salgamos después
a aspirar el aroma que en el patio derrama pletórico,
el tiempo de los mangos.
30
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Misión diplomática
De chica, yo quería
pertenecer al cuerpo diplomático.
Apenas pude, redacté una larga
solicitud de empleo.
La guardé bien doblada
5
en un sobre oficio americano
y anduve por ahí
buscando a quién pudiera dársela,
a quien pudiese ofrecerme, oficialmente,
un cargo autorizado,
10
permanente,
de embajadora.
El sobre se me ajó
y la solicitud envejeció inevitablemente.
Y ya no preparé solicitudes
15
porque entendí hace tiempo
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que no hay empleador
para quien quiere ser embajadora del viento,
de la lluvia,
de los pájaros,
20
de las cosas que son o que no han sido,
del tiempo
que se aferra en seguir
mientras nosotros vamos y venimos;
mientras nosotros
25
venimos
y nos vamos.
Ya no presentaré solicitud para un empleo
que ejerzo
sin autorizaciones ni decretos
30
ignoro desde cuándo.
Si defrauda mi voz
la representación que usurpo
y me cancelo la licencia
o me jubilo por invalidez,
35
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siempre seré, a escondidas,
embajadora de mi vocación y de mí misma.
Por entenderlo, gracias.
Por disculparme, gracias.
—[32]→
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Antropofagia
Amo tu voz.
Destrozaría las alas de mis sueños
por tenerla por siempre conmigo.
Amo tu voz equinoccial y pura,
diáfana luz
5
para el callado y lóbrego rincón
plagado de intersticios de algunos de mis días.
Amo tu voz
porque al oírte hablándome
mi corazón escapa de su prisión de siglos
10
rompiendo sus cristales
para ir a tu encuentro
desnudo y malherido.
Amo tu voz.
Pero la quiero sólo
15
para las fauces ávidas de ti de mis oídos.
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Decisión
- I -
No quiero rosas rojas.
Las quiero blancas.
Tierra muy roja,
paredes blancas,
alfombra verde,
5
puertas muy anchas.
Y pan.
Y lumbre.
Y mucho sol.
Y tú.
10
Y tu gesto de amor cada mañana.
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- II -
No quiero rosas rojas.
Tampoco blancas.
Sólo quiero tus manos
tendidas hacia mí tras la ventana.
15
- III -
No quiero rosas.
Te quiero a ti
y tendré pan
y lumbre
y versos
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y rosas rojas y azules, amarillas y blancas.
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Interrogantes
¿Qué ocurrirá después,
cuando ya no nos sirvan las palabras,
cuando sus sílabas sean gajos abatidos
por el viento?
¿Podrá sobrevivir la voz a la tormenta
5
si de pronto las aguas de la nada
nos arrastran
y el vendaval apaga todo fuego?
¿Qué ocurrirá
si el moho nos invade hasta los tuétanos,
10
o el resabio metálico que esconde nuestra sangre
nos corroe los huesos
y nos convierte en oxidados círculos
concéntricos?
La primera impresión que nos causan estos poemas4 -ya diré cuáles- es la
de que ellos cuentan cosas muy cotidianas y domésticas, en un tono
realista y como exento de toda tensión poética. Si continuamos la
lectura, ese realismo «doméstico» nos parece algo
problemático, acaso una manera de evitar lo que en literatura puede ser
artificio mostrenco para iniciar el desarrollo de un tema. Y luego se nos
ocurre pensar que estamos en presencia de un contra artificio, el cual es pura
invención, o que lo «real» de esta invención es
mínimo. Lo cierto es que hay algo desconcertante en la lírica que
nos ocupa. ¿Son verdaderamente versos los versos de estos poemas? Su
tono no nos suena a tono conocido. ¿Sabe escandir sus versos el poeta?
Si nos fijamos bien, la respuesta se impone como afirmativa. Las palabras, no
obstante, no pertenecen al léxico con que antes -en tiempos en que la
forma era muy respetada- u hoy mismo, cuando suele evitarse toda forma; no
pertenecen, digo, al léxico con que se urdían y urden poemas,
sean estos de versos bien medidos o de versos des-medidos...
—74→
¿A quién se le ocurre, por ejemplo, comenzar un poema
diciendo: «De chica yo quería / pertenecer al Cuerpo
Diplomático...»? Claro es que se nos está comenzando a
narrar algo inocente, y que la inocencia -dígalo William Blake- tiende a
tener algo que ver con la poesía. Pero sigamos leyendo: «Apenas
pude, redacté una larga / solicitud de empleo...».
¿Habrá quien eche de menos el deleite, la rotundidad en la
expresión, de que son paradigmas versos como estos: «Yo soy
aquél que ayer nomás decía / el verso azul y la
canción profana...», o aquello de «Llamó a mi
corazón un claro día / con un perfume de jazmín, el
viento...». O la dulzura de estas líneas de Valéry:
«La lune mince verse une lueur sacrée. / Toute
une jupe d’un tissu d’argent léger...».
Pero volvamos a la niña inocente y a su solicitud de empleo.
¿Qué hizo con la solicitud? Pues «la guardó en un
sobre, / y anduvo por ahí / buscando a quién pudiera
dársela, / a quien pudiese ofrecerle, oficialmente, / un cargo
autorizado, /permanente, /de Embajadora...». Al llegar aquí, vemos
que las pretensiones de Gladys Carmagnola no eran nada modestas: quería
empezar la carrera desde arriba; quería ser jefa de misión.
¿Y qué le pasó al sobre, y dentro de él, a la
solicitud de empleo? Pues aquél se fue ajando, y ésta
envejeció... Entonces, sólo entonces, después de narrado
lo que acaso tuvo algo de verídico, comienza, en rigor, el poema.
Quedó la niñez atrás; llegó la edad de la
razón: «Y ya no preparé solicitudes / porque entendí
hace tiempo / que no hay empleador / para quien quiere ser Embajadora del
viento, / de la lluvia, / de los pájaros, / de las cosas que son o que
no han sido...».
Y entonces es cuando el lenguaje se hace paladinamente
poético. Y es que la embajadora ya ha
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asumido su embajada
no en Washington o en Londres, París o Buenos Aires, sino en Luque, la
ciudad de la Música -como la llaman- y que en justicia merece así
llamarse5, en gran medida, porque
allí vive Gladys Carmagnola.
¡Pero la hemos interrumpido! Dejémosla continuar su
historia. Ella ha querido siempre ser embajadora. Ahora lo es del viento y de
la lluvia y de otras cosas más, como hemos visto y como pronto veremos:
«Embajadora /... del Tiempo / que se aferra en seguir / mientras nosotros
vamos y venimos; / mientras nosotros / venimos y nos vamos...».
¡Qué misión la asumida! ¡Nada menos que la de
intérprete, no de la política más o menos fluctuante de un
Estado, sino que intérprete de la política del universo, de la
belleza del mundo, de la tiranía del tiempo, de la vida y de la
muerte!
El poema se titula «Misión Diplomática».
Consta de tres partes: la primera versa sobre un afán infantil; la
segunda nos declara lo que ha venido después con los años
maduros. Y la tercera es una petición de disculpa, formulada con una
conmovedora y candorosa gracia femenina: «Ya no presentaré
solicitud para el empleo / que ejerzo / sin autorizaciones ni decretos / ignoro
desde cuándo...».
Un tema de la poesía de Gladys es la Poesía misma.
Pero oigamos su propia voz porque es de su voz misma de la que nos habla al
terminar el poema, al pedir perdón por
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la
Usurpación de su Embajada: «Si
defrauda mi voz / la representación que usurpo / y me cancelo la
licencia / o me jubilo por invalidez, / siempre seré, a escondidas, /
Embajadora de mi vocación y de mí misma».
Faltan ahora solamente dos líneas tras esta afirmación
entre modesta y orgullosa con que ha de continuar en su misión:
«Por entenderlo, gracias. / Por disculparme, gracias».
El tema de La Poesía misma, se ha dicho, es tema de Gladys.
Al despedirnos de esta «Misión diplomática»,
recordamos dos poemas suyos en los que como un
leitmotiv se presenta la Poesía;
uno se titula «Mujer»: «Señor: tu poesía / me
desborda toda, no cabe ya dentro...». Otro se titula «A mi
papelera»: «... tú sabes que este oficio / de buscar la
palabra verdadera / tiene extrañas, / sutiles herramientas...». Y
otro se titula «Confesión»: «Pero dejarte, yo, /
Poesía, / ¿dejarte? / ¡Muerta!».
No hemos probado, todavía, lo dicho al comenzar: que la
lírica de Gladys parece a primera vista contar cosas cotidianas,
domésticas, triviales.
Y ahora viene la prueba. Una prueba que no prueba nada en forma
terminante y decisiva, pero que de todos modos nos sirve. No en vano hemos
dicho que la primera impresión es la que nos hace creer en la
cotidianidad y domesticidad de la poetisa. Leamos al comienzo de «Visita
inesperada».
Dice: «¿Alguien llama a la puerta? / Pues que pase. /
Siéntate, por favor. Disculpa este desorden / pero ¿sabes? /
entre tanto trajín, hace ya tiempo / que se me hizo tarde...».
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¿Se puede concebir algo menos artificioso que esta entrada en
el tema? Pero sigamos, porque muy pronto el lenguaje va cambiando: «Se me
fueron las horas / andando por ahí, hacia alguna parte, / borroneando
papeles que creía importantes...».
En la segunda6 y
última parte del poema, nos enteramos de que la visita inesperada la
hace un hermano: «es la primera vez que un hermano de sangre / se llega
hasta mi puerta...». Ahora bien, hay un secreto entre el hermano que
visita y el hablante visitado. Pero éste -o ésta- no lo hace
hablar. Y cuando finalmente lo invita a hablar, abruptamente termina el
poema.
El lector7 se queda
preguntándose qué ha sucedido antes y qué va a suceder
después: «Escucho. Empieza a hablar; / sé que has
traído mucho que contarme». Ya veremos después si queda
tiempo / de preparar nuestro equipaje...»8.
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¡Qué misterioso ha resultado el poema
«cotidiano», tan «doméstico»! ¡Qué
poco en rigor dice y cuánto habla a la imaginación intrigada por
ese posible viaje que se menciona y que, sin embargo, los interlocutores no han
tenido todavía tiempo de anunciar y mucho menos, de explicar!
Lo que hemos indicado como notas de la lírica de Gladys no ha
sido todavía objeto de evaluación. Bastan unas cuantas palabras
para sintetizar un juicio, positivo, de valor: ese lenguaje a primera vista
«cotidiano» y «doméstico», lenguaje que al
avanzar el poema se enriquece de imágenes y alusiones, constituye una
forma de originalidad y confiere a sus poemas su más preciosa sustancia
poética.
Claro está, que no siempre sucede esto: a veces el poema es
de «lenguaje poético» al uso: «Cuando transita, libre,
el corazón, / por el sendero gris de la nostalgia, / me lleva a
mí detrás, cual una sombra / que dibuja en la tierra / una
pequeña lámpara...».
Enseguida advertimos esa «nostalgia», palabra que con
«alba», con «olvido», «ausencia»,
«silencio», y otras pulula en la lírica más o menos
sincera que nos brindan poetas que están o no están a la altura
de nuestra escritora. También «esa pequeña
lámpara» aparece ya en más de un poeta de nuestra tierra,
por ejemplo, Hérib Campos Cervera. (Pero conste que la metáfora
de Gladys, pese «a la pequeña lámpara», y acaso
gracias a ella, no tiene nada de objetable).
Donde, repetimos, reside la originalidad de la poesía de esta
autora es en su prescindencia del «lenguaje poético». En una
prescindencia bien dosificada, aclaremos. Dicho
—79→
de otro modo: el
mérito de esta poesía consiste en la sutil poetización de
lo que suele desdeñarse por «prosaico».
Sirva de ejemplo el breve poema titulado «Ignorancia»:
«No» -dice la poetisa-: «No puedo explicar por qué la
vida, / aunque sí da -y mucho- / exige en trueque siempre tanto. /
¡Si todo fuera como ir de compras / con monedero y bolso hasta el
mercado...! / Mas no es así: / La vida no recibe / -como, tal vez
aceptaría un ser humano- / pago en papel moneda o en
metálico...».
Un breve análisis nos muestra la función de palabras
menos «poéticas» y precisamente las más
representativas de los afanes del mundo utilitario: «trueque»,
«ir de compras», «monedero», «bolso»,
«mercado», «papel moneda»,
«metálico...».
Y, sin embargo, el pensamiento que se expresa con tanta «carga
prosaica», resulta un pensamiento poético. Y es que esta
embajadora del viento, de la lluvia, de los pájaros, sabe cumplir con su
misión difícil. No sin razón nos dice -empleando una de
sus palabras «prosaicas» que... que ha cargado en un bolso, sin
permiso, un puñado de magia...
Hugo Rodríguez Alcalá en su libro
Poetas y prosistas paraguayos, 1988.