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Letra para el condestable de Castilla don Yñigo de Velasco, en la cual se toca que el hombre cuerdo no debe fiar de la muger ningún secreto.


Muy ilustre señor y buen Condestable:

Don Diego de Mendoza me dió una carta de Vuestra Señoría, escrita de vuestra mano, y sellada con vuestro sello, y oxalá se pusiesen a tan buen recaudo las que yo respondo, como acá se ponen las que él me escribe, que no sé si es en vuestra dicha, o en mi desdicha, que apenas escribo allá letra que no lo sepan todos en vuestra casa. Cuanto me place que sepan todos ser yo vuestro amigo, tanto me pesa cuanto descubrís de mí algún secreto, mayormente en negocio grave y gravísimo, porque venido a oídos de vuestra muger y hijos que comunicáis comigo vuestros delicados negocios, ternán muy gran quexa de mí, si en provecho de su hacienda yo no encamino a vuestra consciencia. La señora Duquesa me escribió mostrando tener de mí algún escrúpulo, diciendo que en esto de la casa de Tovar le era yo contrario, lo qual yo nunca hablé ni pensé, porque el oficio de que yo me prescio es encaminar a los hombres que sean nobles y virtuosos y no entender en deshacer ni hacer mayorazgos. Bien sabéis, señor Condestable, que todas las veces que comigo os confesáis y os aconsejáis, siempre os dixe y digo que el caballero de necesidad ha de pagar lo que debe, y a su voluntad repartir lo que tiene, y que para el restituir era menester consciencia, y para el repartir, cordura. Si pasa más o menos entre nosotros ambos, no hay necesidad que vuestra nobleza lo diga, ni que mi autoridad lo confiese, porque las cosas que de su natural son graves y se requiere que sean secretas, si no podemos evitar a que no se presuman, a lo menos debemos atajar que no se sepan. De soltársele a Vuestra Señoría alguna palabra, o de caérsele alguna carta mía, vino a amohinarse la señora Duquesa, y no me maravillo dello, que como no entendió el misterio de vuestra palabra, ni las cifras de mi carta, encendióse la cólera y puso contra mí la demanda.

Creedme, señor Condestable, que ni en burlas ni en veras nunca de muger debéis confiar cosas secretas, porque a fin que las tengan los otros en algo luego descubren cualquier secreto. Por muy bobos tengo yo a los maridos que absconden de sus mugeres los dineros y les confían los secretos, porque en el dinero no hay más pérdida de la hacienda, mas en el descubrirles el secreto, a las veces les va la honrra. El cónsul Quinto Furio descubrió toda la conjuración del tirano Cathilina a una muger romana que se llamaba Fulvia Torcata; la cual, como lo dixese a otra amiga suya, y así de mano en mano se divulgase por toda Roma, resultó de aquí que a Quinto Furio le costó la vida y a Cathilina la vida y la honrra. De este exemplo podéis, señor, colligir que las cosas que son graves y esenciales no sólo de las mugeres no se deben confiar, mas aún ni delante dellas platicar, porque a ellas no les importa cosa que lo sepan, y a los maridos va les mucho en que se descubra. No es razón de pensar, ni es justo osar decir que todas las mugeres son iguales, pues vemos que hay muchas dellas que son honradas, honestas, cuerdas, discretas y aun secretas, y que tienen algunas dellas los maridos tan bobos y necios, que sería más seguro fiar dellas que confiar dellos. No perjudicando a las señoras que son discretas y secretas, sino hablando comúnmente de todas, digo que tienen más habilidad para criar hijos que no para guardar secretos.

Cuanto a esto, sea la conclusión que no le acontezca otro día platicar delante algún hombre, cuanto más muger, lo que entre nosotros hemos platicado y concertado, porque resultaría de aquí que quedásedes, señor, lastimado y yo desgraciado. Al presente, no hay cosa más nueva desta Corte que escribir, sino que yo estoy enojado de lo que Vuestra Señoría osó descubrir, y estoy turbado de lo que la señora Duquesa me envió a decir, a cuya causa le suplico como a señor y le mando como a ahijado que me reconcilie con la señora Duquesa o me mande despedir de su casa.

De Valladolid, a VIII de agosto de MDXXVI.




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Letra para el condestable don Íñigo de Velasco, en la cual se toca que en el corazón del buen caballero no debe reynar pasión ni enojo.


Muy ilustre señor y piadoso Condestable:

Yo podré decir por Vuestra Señoría lo que dixo Dios de la sinagoga, es a saber: «Curavimus Babiloniam, et non est curata: relinquamus illam». Quieren, pues, decir estas palabras: «Curamos a Babilonia, y no quiso sanar; ordenamos de dexarla». Digo esto, señor, porque me ha caído en mucha gracia que escribiéndoos yo que no dixésedes a la señora Duquesa ni sola una palabra de lo que os escrebía y aconsejaba, le mostrastes mi carta y tuvistes muy gran palacio con ella. No lo habéis echado en saco roto que luego mostré vuestra carta al conde Nassao, con la cual flamencos, portugueses, alemanes y españoles tuvieron serao, si con la mía tuvisteis allá palacio. Fué muy buena dicha que todo el mal que dixe de mugeres en vuestra carta se lo echó la señora Duquesa en burla; por manera que con razón me podré alabar de su cordura y quexarme de vuestra temeridad. Por vida vuestra, señor Condestable, no curéis de hacer tantas pruebas de atríaca con mis letras, sino que las leáis y rasguéis, o queméis, porque podría ser que algún día las leyésedes delante algunos no muy sabios, ni aun bien acondicionados, que adevinasen en mi daño lo que no entienden en su provecho.

Dexado esto aparte, decísme, señor, que por mi amor perdistes el enojo que teníades de quel caballero, lo cual yo tengo en tanta merced y gracia como si a mí mismo me perdonara la injuria, porque soy tan amigo del que tengo por amigo, que todo lo que veo hacer por su persona, y veo mejorar en su casa, lo asiento yo todo en mi cuenta. Allende de cumplir con mi cuenta y ruego, hecistes, señor, lo que érades obligado, porque los príncipes y grandes señores, no sólo no tenéis licencia de hacer injurias, mas aún ni de vengarlas, que como sabéis lo que en los menores se llama saña, en los señores se dice soberbia, y lo que en los pequeños es castigo, en los grandes se llama venganza. Todas las veces que hicierdes conjugación con vuestra nobleza y consciencia y os acordáredes que sois christiano y caballero, os placerá de las ofensas que habéis disimulado y os pesará de las injurias que habéis vengado. El perdonar las injurias da al coraçón muy gran contentamiento, y el quererlas vengar çapúsale mucho más en lo hondo; quiero por lo dicho decir que algunas veces, por vengar alguno alguna injuria pequeña, sale de allí muy más injuriado. Algunas injurias hay que no sólo se han de vengar, mas aún ni confesar, porque son tan delicadas las cosas de la honrra, que el día que uno confiesa haver rescebido injuria, desde aquel día se obliga a tomar delta vengança. El cónsul Mamilo preguntó una vez al gran Julio César que qué era la cosa de que tenía en este mundo más vanagloria, y que en acordándose delta le daba más alegría. A esto respondió el buen Julio César. «A los dioses inmortales te juro, oh cónsul Mamilo que de ninguna cosa en esta vida pienso que merezco gloria ni otra ninguna me da tanta alegría como es perdonar a los que me injurian y gratificar a los que me sirven». ¡Oh palabras dignas de loar, y apacibles de oír, notables de leer y necesarias de imitar! Porque si Julio César creía como pagano, obraba como christiano; mas nosotros todos creemos como christianos y obramos como paganos. No immérito digo que vivimos como paganos, aunque creemos como christianos, y obramos, pues ha venido a tanto la malicia humana en este caso, que muchos querrían perdonar a sus enemigos, y no lo osan hacer por temor de sus amigos; porque en viendo que hablan en perdonar alguno, luego dicen que más lo hacen por flaqueza que no por conciencia. Sea lo que fuere y diga cada uno lo que quisiere, que en este negocio y perdón Vuestra Señoría lo hizo con aquel caballero como fiel christiano, y lo hizo como buen amigo y tras tener fidelidad a Dios y amistad al amigo, no hay que pedir más a ningún hombre del mundo.

El memorial que, señor, me enviáis de las cosas que tocan a vuestra consciencia y a vuestra hacienda, yo, señor, le miraré despacio y responderé a él sobre acuerdo, porque en vuestros cargos y descargos de tal manera os tengo de dar el consejo, que no quede en mi pecho ningún escrúpulo. En el que pide consejo ha de haber diligencia, y no pereza, porque muchas veces están los negocios ya tan enconados, y tan adelante puestos, que lo más seguro es, aprovecharse de las armas, que no esperar a lo que dicen las letras. Lo contrarió desto ha de haber en el que ha de dar consejo a otro, es a saber, que tenga mucha prudencia, y poca diligencia, porque el consejo que se da, si no es sobre muy pensado, las más veces trae consigo algún arrepentimiento. El divino Platón, escribiendo a Orgías el griego, dice: «Escríbesme, Orgías, amigo mío, que te aconseje de la manera que te has de haber en Licaonia, y por otra parte das prisa a que responda a tu carta, la cual cosa, aunque tú te atrevas a la pedir, no la osaría yo hacer, porque mucho más estudio para aconsejar a mis amigos que no para leer en la Achademia a los philósophos». El consejo que se da o que se toma hale de dar hombre cuerdo, por el buen juicio que tiene; hale de dar hombre sabio, por lo mucho que ha leído; hale de dar hombre anciano, por lo que ha visto; hale de dar hombre sufrido, por lo que por él ha pasado; hale de dar hombre sin pasión, porque no le ciegue malicia; hale de dar hombre sin interese, porque no le impida cobdicia; finalmente, digo que el hombre vergonçoso y de corazón generoso ha de dar a sus amigos con libertad los dineros y con mucha gravedad los consejos.

Si es verdad, como es verdad, que todas estas condiciones ha de tener el que a otro ha de aconsejar, bien osaremos decir que el aconsejar es un oficio tan común que lo usan muchos y le saben hacer muy pocos. Viene un cuitado a pedir consejo a su amigo; el cual consejo, en dársele de una manera, o dársele de otra, te va la vida, la honrra, la hacienda y aún la consciencia, y entonces el amigo a quien le ha pedido sin de allí se mudar, ni en ello pensar, tan sin asco le dice lo que en aquel caso haga, como si lo hallara escrito en la Sagrada Escritura.

Todo esto, señor, os digo, porque algunas veces os enojáis y atufáis si no respondo luego a vuestras cartas y no os envío declaradas vuestras dudas. En lo que decís de Marco Aurelio, lo que pasa es que yo lo traduxe, y le di a César, aún no acabado, y al Emperador le hurtó Laxao, y a Laxao la Reina, y a la Reina, Tumbas, y a Tumbas, doña Aldonza, y a doña Aldonza, Vuestra Señoría: por manera que mis sudores pararon en vuestros hurtos.

Las nuevas desta nuestra Corte son que el secretario Cobos priva, el gobernador de Bresa calla, Laxao gruñe, el Almirante escribe, el duque de Béjar guarda, el marqués de Pliego juega, el marqués de Villafranca negocia, el conde de Osorno sirve, el conde de Siruela reza, el conde de Buendía sospira, Gutierre Quixada justa y el alcalde Ronquillo agota.

De Madrid, a VI de enero MDXXIIII.




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Letra para el condestable don Yñigo de Velasco, en la cual se le dice lo que el marqués de Pescara dixo de Italia.


Muy ilustre señor y quexoso Condestable:

Ha me caído en mucha gracia que jamás me escribís carta que no vengan algunas quexas en ella, diciendo que no respondo a todo lo que escrebistes, o que soy muy corto en el escrebir, o que escribo de tarde en tarde, o que detengo al mensajero; por manera que ni en mí se acaban las culpas ni en Vuestra Señoría se agotan las quexas. Si todos los desmiramientos, negligencias, descuidos, simplicidades y bovedades que yo tengo, queréis, señor, notar y acusar, sé os decir que os fatigaréis, y aun cansaréis, porque en mí hay mucho que reprehender y muy poquito que loar. Lo que hay en mí que loar es: que me prescio de ser christiano, que me guardo de hacer mal a alguno y que me alabo de ser vuestro amigo; y lo que hay en mí que reprehender es: que nunca acabo de pecar, ni jamás me comienzo a emendar. Esto, señor, es lo que a mí me congoja; esto es lo que a mí me atierra, y esto es por lo que en mí nunca reina alegría: que, como sabéis, señor, las cosas de la honrra y de la conciencia danse mucho a sentir y no se osan decir. Escrebir corto o largo, escrebir tarde o temprano, escrebir polido o desabrido, ni está en el juicio que lo ordena, ni en la pluma que lo escribe, sino en la materia de que se trata, o en el tiempo que lo lleva; porque si está hombre desgraciado escribe lo que no debe, y si está contento dice lo que quiere. Homero, Platón, Eschines y Cicerón, en sus escritos, y por ellos se quexan, y aun nunca se acaban de quexar, que cuando sus repúblicas estaban quietas y pacíficas, ellos estudiaban, y lieían, y escrebían, y que cuando estaban alteradas y remontadas, ni podían estudiar, ni menos escrebir. Lo que por estos tan ilustres varones pasó entonces, pasa cada día por mí; que si yo estoy contento y de gana, a borbollones se me ofrece cuanto quiero decir, y si acaso estoy desgraciado, no querría aún la pluma en las manos tomar. Veces hay que tengo el juicio tan acendrado y tan delicado, que a mi parescer barrenaría un grano de trigo, y hendería por medio un cabello, y otras veces le tengo tan boto y tan remontado, que ni acierto en la yunque con el martillo y ni aún sé labrar de mazo y escoplo.

Desta Corte no sé qué le escriba, sino que es llegado agora aquí el marqués de Pescara, que viene de Italia: el cual cuenta de allá tales y tantas cosas, que si son dignas de poner en chrónica, no son para escrevir en carta. Quien sabe las condiciones de Italia no se maravillará de las cosas della, porque en Italia ninguno puede vivir so el amparo de la justicia, sino que para tener y valer ha de ser poderoso o privado. No le cale vivir en Italia el que no tiene privanza del Rey para se defender, o potencia en el campo para ofender. En Italia nunca curan de pedir por justicia lo que pueden ganar con la lança. En Italia no han de preguntar al que tiene estado o hacienda de quién lo heredó, sino cómo lo ganó. En Italia, para dar o quitar estados y haciendas, no buscan el derecho en las leyes, sino en las armas. En Italia, el que dexa de tomar algo es por no poder, y no por no querer. Italia es muy aplacible para vivir y muy peligrosa para se salvar. Italia es una empresa a do van muchos y de donde vuelven pocos. Estas y otras muchas cosas semejantes nos contaba el marqués de Pescara a la mesa del conde Nasao, estando presentes muchos señores y algunos perlados. Dad gracias a Dios Nuestro Señor que os crió en España; y de España, en Castilla; y de Castilla, en Castilla la Vieja; y de Castilla la Vieja, en Burgos, a do sois querido y servido; porque en otros pueblos de España, aunque son generosos y poderosos, siempre tienen algunos repelos. El memorial que ogaño, señor, me enviastes para que le mirase y sobre él os aconsejase, agora se le envío corregido con mi consciencia y consultado con mi sciencia. No más, etc.




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Letra para el condestable don Yñigo de Velasco, en la cual se declaran los precios de a cómo solían valer muchas cosas en Castilla.


Muy ilustre señor y curioso Condestable:

Rescebí una letra de Vuestra Señoría, y, según paresce por ella, aunque sois cabeza de los Velascos y yo soy de los Ladrones de Guevara, allá tenéis el hecho y acá tenemos el nombre: pues entrando en mi celda, me hurtastes mis ymágines y me revolvistes mis libros. Si es privilegio de los Condestables de Castilla que estando un religioso diciendo misa le entren ellos a saquear su celda, justo es que muestren por qué lo hicieron, o restituyan al dueño lo que le hurtaron. Escrebísme, señor, que no me restituiréis la imagen que llevastes si no os envío por escrito las ordenanzas antiguas que hizo el rey don Juan en Toro; por manera que no os contentáis con hurtar, sino que queréis también cohechar. No sé cuál fué mayor aquel día: vuestra fortuna o mi desdicha, en quedarse abierta mi celda, que a fe de christiano le juro valiese delante de Dios harto más mi lanza si pusiese tanto recaudo en refrenar mis pensamientos como pongo en guardar mis libros.

Decísme, señor, que el libro que topastes en mi librería era viejo, de letra vieja, de tiempo viejo y de cosas viejas, y que tractaba de los precios a que se vendían todas las cosas en Castilla en los tiempos que el rey don Juan el primero reinaba. No sólo quiero escrebiros lo que aquel buen rey ordenó en Toro, mas aún las palabras toscas con que se escribió aquel ordenamiento, de lo qual podrá colligir cómo se ha mudado en España, no sólo la manera del vender, mas aún la de hablar.

Lo que en este caso pasa es que el rey don Juan el primero hizo Cortes en la ciudad de Toro, en la hera de mil y quatrocientos y seis, en las cuales ordenó muy particularmente, no sólo cómo los mantenimientos se habían de vender, mas aún a qué precios los jornaleros habían de trabajar.

El título del ordenamiento dice estas palabras:

«Nos, el rey don Juan, estando con Nusco en Toro nuestro fijo, y nuestros hermanos, y tíos, y muchos perlados y caballeros, y escuderos, y infanzones de nuestro reino, siendo, como somos, tenudos a facer justicia, la cual no faciendo no merescemos reinare, fecimos este ordenamiento a pro de este nuestro reino, en esta guisa:

» Mandamos que la fanega del trigo valga quince maravedís; la del centeno, a cuatro; la de cebada, a diez; la de avena, a ocho, y dende ayuso cada uno como retezgare.

»Mandamos que el azumbre de vino añejo valga a tres maravedís, y la de lo nuevo, a dos y medio, y lo acantarado una cuartezna menos.

»Mandamos que la vara del paño chillón se venda a sesenta maravedís; la de Bruselas y Lombay, a cincuenta, y si el paño fuere emperchado, o reglado, lo pierda el mercadante.

»Mandamos que la escarlata de Gante le venda la vara a cient maravedís; la de Ipré, a ciento y diez, con tal que sea duble y empolvada.

»Mandamos que ningún home sea osado de sacar paño de Burselas, Mompeller, Londres y Valencia, si no fuere para tomar infanzona, o venir al rey.

»Mandamos que desde noviembre hasta marzo den al jornalero tres maravedís viejos, y a la jornalera le den nueve dineros usuales, y campeen de sol a sombra.

»Mandamos que desde marzo hasta noviembre gane el jornalero cuatro maravedís y medio viejos, y la jornalera gane dos maravedís, y denle medio gobierno a su talante.

»Mandamos que a la huebra de dos azémilas, con su home, que es para arar, le den por un día diez maravedís viejos y medio gobierno.

»Mandamos que en tiempo de vendimia den a un home y bestia mayor por día siete maravedís, y si tornare gobierno no le den más de tres y faga un viaje antes que el sol venga y otro viaje a la sombra.

»Mandamos que al mancebo soldadero le den por un año cient maravedís vicios y a la soldadera, si es manceba, le den cincuenta, y a la vieja cuarenta, y denle también las acostumbradas pertenencias.

»Mandamos que no espiguen las mugeres de los yugueros y jornaleros, ni espigue infanzón o infanzona que pueda jornalar, sino que espiguen los viejos y niños pobres.

»Mandamos que los zapatos mayores de cabruno se den por seis maravedís, y los zapatos menores se den por tres, y si fueren vadanados, puédanse terciar.

»Mandamos que por zapatos mayores de carnero den tres maravedís, y por zapatos menores den maravedí y medio, y si estuvieren solados, regateznen sobre ellos.

»Mandamos que por una silla marroquí caballar no lleven los silleros sino cient maravedís, y por la que fuere mular lleven veinte maravedís, y por el fierro fogar le den un maravedí.

»Mandamos que el par de los marroquís valgan cincuenta maravedís, siendo aproados, y los no aproados valgan treinta maravedís, y si estuvieren mal entinados no se aprescien.

»Mandamos que los enluzidores lleven por enluzir espada tres maravedís, y por enluzir cuchillo de tajador, un maravedí, y por enluzir asta dos maravedís, por enluzir cota, seis maravedís, y dende ayuso como regateznaren.

»Mandamos que el pelliquero empellique la gavardina a tres maravedís, y que el pellote señoril valga veinte maravedís, y el pellote común valga no más de doce maravedís viejos.

»Mandamos que los argenteros de Burgos, y Toledo, y León, y Segovia, labren el telento de plata llana a quince maravedís, y el de la plata bruneta a veinte maravedís, y todo home que no fuere fijodalgo no labre de tres talentos arriba.

»Mandamos que los pavesones dubres se vendan a veinte maravedís, y si tuvieren deseñas valgan a veinte y cinco, y los que fueren dorados, valgan a treinta.

»Mandamos que adarga de Ariona emborlada valga veinte y cinco maravedís, y por las que no son de Arjona, den a quince maravedís, y ninguno sea osado de emperchar en palas, asta ni adarga, si no fuere fijodalgo.

»Mandamos que los ferradores despalmen y fierren a dos maravedís la ferradura, con tal que sea de Vizcaya, y si fuere de la tierra, dos maravedís.

»Mandamos que los molineros muelan la harina de trigo a dos maravedís, y si por caso el maquilón se atreviere a facer algún desaguisado a muger moledora, muera por ello.

»Mandarnos que el cegatero y cegatera vendan la liebra a tres maravedís; el conejo, a dos maravedís; la gallina, en cuatro; el ansarón, en seis; el cochino, en ocho; la paloma, en tres, y la perdiz, en cinco, y no sea osado ningún oficial de la comprar, sino en pascua o boda.

»Mandamos que el millar de la teja sana valga setenta maravedís, y el millar de ladrillo valga cincuenta y cinco, y la fanega de yeso en polvo valga seis maravedís, y la fanega de la cal valga cinco maravedís, y todo queremos se mida con la medida burgueña.

»Mandamos que el buey criado en Guadiana valga docientos maravedís, y todos los otros a ciento y ochenta maravedís, y cualquier home que sacare buey, vaca o jubenco fuera del reino, le enforquen por ello. Homes que se obligaron a tajar carne, den la libra de carnero a dos maravedís, y si alguno se hallare en soplar la carne haya la pérdida.

»Mandamos que todos los precios que aquí van señalados se guarden en la guisa de este ordenamiento, así en comprar como en vender, y los precios que aquí no van puestos queremos que los concejos y justicias los señalen hasta el mes de enero que viene.

»Este, pues, es el ordenamiento que fezimos nos el rey don Juan, estando con Nusco todos los caballeros privados y fijosdalgo de nuestro reino, y así como todos los fecimos, así todos los firmamos y aprobamos».

He aquí, señor Condestable cumplido vuestro deseo, aunque a costa de mi trabajo y no le tengáis en poco, ni por ser servicio de amigo; a ley de bueno le juro que por otro que Vuestra Señoría no me ocupara en escrebir esta carta. Mándeme restituir la imagen que llevó Vuestra Señoría, si no quiere que delante el alcalde Ronquillo le ponga una demanda, y la demanda será que don Íñigo de Velasco, Condestable de Castilla, se ocupa en hurtar y se da a cohechar.

Leída esta carta, bien creo, señor, que os espantaréis del barato que había en aquel tiempo y de la careza que hay agora en los bastimentos, y también creo que os reiréis de la rusticidad en el hablar que había entonces, y de la polideza que hay agora, aunque es verdad que la ventaja que les llevamos agora en el hablar, nos llevavan ellos entonces en el vivir. En lo demás, que sabe yo he mirado todas sus escripturas, y he hecho en las márgenes los apuntamientos dellas, por manera que si mira el memorial que le envío, verá claramente allí todo lo que siento y aún en todo lo que dudo. Credme, señor Condestable, que cosas de honrra y conscuencia nunca bien se tractan por entre puesta persona, porque a nadie osa honbre decir lo que quiere, y mucho menos escrebir lo que siente.

Nuevas de Corte son que César está con su cuartana y aún con las condiciones della: es a saber, amar soledad y aborrecer negocios. Harto, pues, se esfuerza a negociar, a hablar y aún a leer, sino que es el humor de la cuartana tan esquivo que de sí mismo tiene asco el cuartanario.

No más, sino que Nuestro Señor sea en su guarda.

De Madrid, a XII de mayo de MDXXIIII.




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Letra para don Alonso de Fonseca, obispo de Burgos, presidente de las Indias, en la cual se declara por qué los reyes de España se llaman Reyes Católicos.


Muy magnífico señor y indiano Procónsul:

Habrá veinte días que me dieron una carta suya y habrá más de quince que os escrebí la respuesta della; la cual nadie hasta agora me la ha venido a pedir, ni yo he tenido con quien se la enviar. Escrebísme, señor, que os escriba qué es lo que dicen por acá de Vuestra Señoría, y para hablar con libertad y deciros la verdad, todos dicen en esta Corte que sois un muy macizo christiano y aún muy desabrido obispo. También dicen que sois largo, prolixo, descuidado y indeterminado en los negocios que tenéis entre manos y con los pleiteantes que andan tras Vos, y, lo que es peor de todo, que muchos dellos se vuelven a sus casas gastados y no despachados. También dicen que Vuestra Señoría es bravo y orgulloso, impaciente y brioso, y que muchos dexan indeterminados sus negocios por verse de Vuestra Señoría a sombrados. Otros dicen que sois hombre que tratáis verdad, decís verdad y sois amigo de verdad, y que a hombre mentiroso nunca le vieron ser vuestro amigo. También dicen que sois recto en lo que mandáis, justo en lo que sentenciáis y moderado en lo que executáis, y lo que más es de todo, que en cosa de justicia no tenéis pasión, ni afectión en determinarla. También dicen que sois compasivo, piadoso y limosnero, y, lo que no sin gran alabança se puede decir, que a muchos pobres y necesitados que quitáis la hacienda por justicia, se la dáis por otra parte de vuestra cámara.

No os maravilléis, señor, de lo que digo, pues yo me escandalizo de lo que hacéis, porque de las unas obras y de las otras se puede colligir que no hay hombre en el mundo tan perfecto que no haya en él qué remendar, ni le hay tan malo que no haya en él que loar. Notan los historiadores a Homero de vaniloco; a Alexandro, de furioso; a Julio César, de ambicioso; a Pompeyo, de superbo; a Demetrio, de vicioso; a Hanníbal, de pérfido; a Vespasiano, de cobdicioso, a Trajano, de vinolento, y a Marco Aurelio, de enamorado. Entre varones tan ilustres y tan heroicos, como fueron todos estos, no es mucho que paguéis, señor, una libra de cera por entrar en su cofradía, y esta libra será no porque sois mal christiano, sino porque no sois bien sufrido. No hay virtud más necesaria en el que gobierna república como es la paciencia, porque el juez que se mide en las palabras que dice y disimula las injurias que le dicen, podrá descender, mas no caer. Los perlados y presidentes que tenéis cargo de gobernar pueblos y determinar pleitos, mucho más que otros habéis de vivir recatados y ser más sufridos, porque, si somos de vosotros juzgados, creedme que, también sois de nosotros mirados. No hay cosa en el mundo más cierta que el que es temido de muchos haya de temer a muchos, y si yo quiero ser juez de vuestra hacienda, luego habéis de ser vos veedor de mi vida, y de aquí es que muchas veces es más damnificado el juez en la fama, que no el pleiteante en la hacienda. Todo esto se entiende, señor, de los jueces que son orgullosos, podridos y malencónicos; que de los que son mansos, benignos, mites y sufridos, no sólo no les escudriñan las vidas que hacen, mas aún les disimulan las flaquezas que cometen. El que tiene cargo de república es le necesario que tenga la condición mansa, por manera que a do viere flaqueza esfuercondición mansa, por manera que a do viere flaqueza, esfuerce; a do viere coraçón, alabe; do viere mal recaudo, provea, do viere disolución, castigue; do viere necesidad, socorra; do viere sedición, apacígüela, do viere conformidad, consérvela; do viere sospecha, aclárela; do viere tristeza, remédiela, y a do viere alegría, témplela: porque en pos de los placeres sobrados vienen los enojos cogolmados. Si en las obras virtuosas que intentardes no os sucedieren los fines conforme a vuestros buenos deseos, y si por caso dello rescibiéredes pena, no echéis sobre vos toda la culpa, porque al hombre que hace todo lo que puede no podemos decirle que no hace lo que debe. Pues en sangre os tengo por deudo, en conversación por amigo, en autoridad por señor y enmerescimiento por padre, no dexaré de rogaros como a padre, y suplicaros como a señor, seáis manso en la conversación, y medido en las palabras, porque de los jueces y señores como vos a las veces se siente más una palabra que de otro una lanzada. Pues en todo el reino es notorio ser Vuestra Señoría honesto en su vivir, y justo en su tribunal, no querría yo oír que los que alaban lo que hacéis se quexasen de lo que decís. Con señor de tan alto estado, y con juez de tan preheminente oficio, no se atreviera a escrebir lo que escribe mi pluma, si Vuestra Señoría no se lo mandara; dígolo, señor, porque si no os supiere bien esto que aquí os he escrito, enviadle a revocar la licencia que le habéis dado.

Por qué a los reyes de Castilla llaman agora Católicos.

Escrebísme que os escriba, señor, si he hallado en alguna chrónica antigua qué sea la causa por qué los príncipes de Castilla se llaman, no sólo reyes, mas aún reyes católicos, y que también os escriba quién fué el primero que se llamó rey cathólico, y qué fué la razón y ocasión de tomar este tan generoso y cathólico título. Hartos había en esta Corte a quien lo preguntáredes, y de quien lo supiérades, en edad más ancianos, en saber más doctos, en libros más ricos y en escrebir más curiosos, que no yo; mas al fin, sed de una cosa cierto, señor, que lo que aquí os escribiere, si no fuere escrito en estilo polido, a lo menos será todo ello muy verdadero.

Viniendo, pues, al caso, es de saber que los príncipes antiguos siempre tomaban sobrenombres superbos: así como Nabucodonosor, que se intitulaba «rex regum»; Alexandro Magno, «rex mundi»; el rey Demetrio, «expugnator urbium»; el gran Hanníbal, «domitor regnorum»; Julio César, «dux urbis»; el rey Mítrídates, #restaurator orbis»; el rey Athila, «flagellum mundi», el Rey Dionisio, «hostis omnium», el rey Ciro, «ultor deorum»; el rey de Inglaterra, «defensor ecclesie», el rey de Francia, «rex christianisimus», el rey de España, «rex catholicus». Daros, señor, cuenta quiénes fueron estos príncipes y de la causa por qué tomaron éstos tan superbos títulos, a mí sería penoso de escribir y Vuestra Señoría enojoso de leer, y abaste que yo declare lo que me mandáis, sin que os envíe lo que no me pedís.

Es de saber que en la hera de MCM, a cinco días del mes de julio, en un día de domingo, junto al río Bedalac, a cerca de Jerez de la Frontera, ya que quería venir el alba, se dió la última y infelice batalla entre los godos que estaban en España y los alárabes que habían pasado de África; en la cual el triste rey don Rodrigo fué muerto y todo el reino de España perdido. El capitán moro que venció esta tan famosa batalla se llamaba Muza, el cual supo tan bien seguir la victoria, que en espacio de ocho meses ganó y enseñoreó desde Jerez de la Frontera hasta la Peña Horadada, que es encima de Oña; y lo que más nos ha de espantar es que lo que los moros ganaron en ocho meses se tardó en recuperar casi ochocientos años, porque tantos pasaron desde que España se perdió hasta que Granada se ganó.

Los pocos christianos que escaparon de España fuéronse retirando hasta las montañas de Oña, cabe la Peña Horadada, hasta la cual los moros llegaron; mas de allí adelante no pasaron, ni ganaron, porque hallaron allí gran resistencia, y aun porque la tierra era allí muy áspera.

Como vieron los de España que el rey don Rodrigo fué muerto, y todos los godos con él, y que sin tener señor ni cabeza no podían resistir a la morisma, levantaron por rey a un capitán español, que había nombre Don Pelayo, varón que era en las armas muy venturoso y de todos los pueblos muy amado. Derramada la fama por toda España que los montañeses de Oña habían levantado por rey al buen Don Pelayo, concurrieron a él todos los hombres generosos y belicosos, con los cuales hizo él en los moros muy grandes daños, y hubo dellos muy gloriosos triunfos. Tres años después que levantaron por rey al buen Don Pelayo, casó una hija suya con un hijo del conde de Navarra, que había nombre don Pedro, y su hijo se llamaba don Alonso, y este conde don Pedro descendía por línea recta del linaje del bendito rey Recharedo, en cuyo tiempo los godos dexaron la secta del maldito Arrio, por méritos del glorioso Sant Leandro, el arzobispo.

Muerto el buen rey Don Pelayo, dieciocho años después de su reinado, levantaron los castellanos por rey a un hijo suyo que había nombre Favila, el cual, dos años después que comenzó a reinar, andando un día a monte, pensando de matar un oso, el oso le mató a él. Como murió sin hijos el rey Favila, levantaron los castellanos por rey al marido, de su hermana: es a saber, al hijo del conde de Navarra, que se llamaba Alonso, el cual comenzó a reinar en la hera de setecientos y sesenta y dos años, y duró su reinado diez y ocho años, que fué otro tanto tiempo cuanto había reinado el buen rey Don Pelayo, su suegro.

Este, pues, buen rey fué el primero rey que se llamó Alonso, el cual en tan buen punto tomó este nombre, que después acá ningún rey de Castilla que se haya llamado Alonso no leemos dél que haya sido malo, sino bueno. Deste buen rey don Alonso cuentan los historiadores muchas cosas loables de contar, dignas de saber y exemplares de immitar.

Este rey don Alonso fué el primero que desde Navarra entró en Galicia a hacer guerra a los moros, con los cuales hubo muchos recuentros y batallas, y al fin los venció y alanzó de Astorga, Ponferrada, Villafranca, Túy y Lugo, con todas sus tierras y castillos. Este buen rey don Alonso fué el que ganó también de los moros a la ciudad de León, y edificó en ella un alcázar real, para que allí residiesen todos los reyes de Castilla, sus sucesores: y así fué que por muy largos tiempos después dél, muchos reyes de Castilla vivieron y murieron en León. Este buen rey don Alonso fué el primero que, después de la destrucción de España, comenzó a edificar iglesias y hacer monesterios y hospitales; en especial, fundó desde el principio las iglesias cathedrales de Lugo, Túy, Astorga y Ribadeo, la cual después se pasó a Mondoñedo. Este buen rey don Alonso edificó muchos y muy solemnes monesterios de la Orden de San Benito, y muchos hospitales en el camino de Santiago, y muchas iglesias particulares en Navarra y en la tierra de Ebro, las cuales todas dotó de muchas riquezas y les dió opulentas posesiones. Este buen rey don Alonso fué el primero que buscó y mandó buscar con muy grande diligencia los libros sanctos que se habían escapado de manos de los moros, y como celoso príncipe, mandó que los llevasen a la iglesia de Oviedo a guardar, y hizo muy grandes mercedes a los que los tenían abscondidos. Este buen rey don Alonso fué el primero que mandó juntar en León a todos los grandes escribanos y cantores del reino, para que escribiesen libros grandes para cantar y breviarios pequeños para rezar, los cuales dió y repartió entre todos los monesterios y iglesias que él había fundido, porque los malditos moros no dexaron iglesia en España que no derribasen, ni libro que no quemasen. Este buen rey don Alonso fué el primero que comenzó a hacer todas las casas de los obispos junto a las iglesias cathedrales, porque el calor del verano ni el frío del invierno no les estorbase de residir en el choro, y ver cómo se hacía el culto divino.

Murió el buen rey don Alonso el Primero en la edad de sesenta y cuatro años en la ciudad de León, en la hera de setecientos y noventa y tres: fué por los castellanos y por los navarros tan llorada su muerte cuanto era deseada de todos su vida. Cuán acepta fuese a Dios su vida paresció muy claro, en lo que mostró por él Nuestro Señor en su muerte, es a saber, que al punto que quería espirar oyeron encima de su cama cantar a los ángeles y decir. «Mirad cómo se muere el justo, ninguno hace caso dél, son acabados sus días, y su ánima será en descanso». Fué tan grande el sentimiento que en toda España se hizo por la muerte del buen rey don Alonso, que, dende en adelante, cada vez que alguno nombraba su nombre, se quitaba su bonete el que era hombre, o hacía una reverencia, si era muger. No tres meses después que murió el buen rey don Alonso, se juntaron a Cortes todos los grandes del Reyno, en las cuales ordenaron edicto público que desde entonces para y mandaron por siempre jamás ninguno fuese osado de decir a secas el rey don Alonso, sino que por excelencia le llamasen el rey don Alonso el Cathólico, pues había sido príncipe tan glorioso y del culto divino tan celoso. Este buen rey fué yerno de Don Pelayo, fué el tercero rey de Castilla después de la destrucción, fué el primero deste nombre Alonso, fué el primero que fundó iglesias en España, fué el primero rey en cuya muerte cantaron los ángeles, fué el primero rey que se llamó Cathólico; por cuyos méritos y virtudes, todos los reyes de España sus sucesores se llamaban hasta el día de hoy Reyes Cathólicos.

Parésceme a mí, señor, que pues los reyes de España se prescian de heredar el nombre, se presciasen también de imitarle la vida, a saber: en hacer guerra a la morisma y ser padres y defensores de la Iglesia. Y pues en el principio de esta letra os hablé como amigo, y en ésta he cumplido lo que me pedistes como siervo, no digo más sino que Nuestro Señor sea en su guarda y a todos nos dé su gracia.

De Segovia, a XXII de mayo de MDXXIII.




ArribaAbajo- 46 -

Letra para Mosén Rubín, valenciano y enamorado, en la cual se ponen los enojos que dan las enamoradas a sus amigos.


Magnífico señor y viejo enamorado:

Somos en Madrid a cuatro de agosto, a do rescebí una letra vuestra, y como la letra era tirada, y la firma algo borrada, yo os juro a ley de bueno que no podía acertar a leerla, ni caer en la cuenta del que me la escrebía, porque, dado caso que siendo yo inquisidor en Valencia, nos conoscimos, ha mil años que no nos vimos. Ya que llamé y desperté a mi memoria, y leí y releí la carta, caí en la cuenta que era de MOSÉN RUBÍN, mi vicino: digo MOSÉN RUBÍN EL ENAMORADO. Acuérdome que algunas veces jugábamos al axedrez en mi posada, y sabía yo tan poco, que me dábades la dama, mas no me acuerdo que me dejásedes ver a vuestra amiga. Acuérdome que en la Sierra de Espadán, en el recuentro que hubimos con los moros, salí yo herido, y vos descalabrado, y no hallamos çurujano que nos curase ni aún trapo que nos atasen. Acuérdome que en albricias, porque os hice firmar una cédula de la Reina, me enviastes una mula, la cual yo os agradecí y no la tomé. Acuérdome que yendo que fuimos a acompañar al rey de Francia a Requena, cuando llegamos a Siete Aguas, yo me quexaba de no hallar qué comer, y vos, señor, de no tener a do pasar, y al fin yo os acogí en mi posada y vos salistes a buscar la comida. Acuérdome que cuando César me envió a llamar a Toledo, me distes una carta para el secretario Urrías, sobre un vuestro negocio, el cual, no sólo le hablé, mas aún os le despaché. Acuérdome que riñendo con un capellán de vuestra muger delante de mí, como él os dixese que no le tractásedes mal, pues tenía cargo de ánimas, y era cura, le respondistes vos: «que él no era cura, sino la locura». Acuérdome que os aconsejé, y aún os persuadí, estando en Játiva, que diésedes al diablo los amores de que vos sabéis, y aún yo también lo sé, porque eran amores enojosos, peligrosos y costosos. Acuérdome que, después en Algecira, me dixistes llorando y sospirando, que no los podíades echar de la memoria, ni alançar del corazón, y allí os torné a decir, y a jurar y perjurar que no eran amores que aplacían, ni aún os convenían. Acuérdome que después nos topamos en Torres Torres, adonde os pregunté que en qué habían parado vuestros amores, y vos me respondistes que en mil dolores y trabajos, porque hablades escapado dellos acuchillado, aborrido, burlado, infamado y aún pelado. De otras muchas cosas me acuerdo haberos visto platicar, y aún obrar, en el tiempo que en Valencia fuimos vecinos, y nos conversamos, las cuales aunque se podrían platicar no se sufren escrebir.

En esta presente letra me escrebís que de otros nuevos amores estáis agora enamorado, y que pues os dixe la verdad en los primeros, os escriba mi parecer en estos segundos,teniendo por cierto que os sabré tomar la sangre, y aun atar la herida. Otra cosa quisiera yo, señor Mosén Rubín, que me escribiérades, o que me pidiérades, porque, hablando la verdad, esta materia de amores, ni vos estáis ya en edad para seguirla, ni cabe en mi gravedad escrebirla. A mi hábito, y a mi profesión, y a mi autoridad y gravedad habéisle de pedir casos de confesiones, y no remedios de amores, porque yo más he leído en el Hostiense, que amuestra a confesar, que no en Ovidio, que enseña a enamorar. A la mi verdad, señor Mosén Rubín, ni sois vos, ni soy yo, a quien los amores buscan y con quien ellos se regalan, porque vos sois ya viejo, y yo soy religioso; de manera que a vos os sobra la edad y a mí falta la libertad. Creedme, señor, y no dudéis que no son amores, sino dolores; no alegría, sino dentera; no gusto, sino tormento; no recreación, sino confusión, cuando en el enamorado no hay mocedad, libertad y liberalidad. Al hombre entrado ya en edad, y que de nuevo se remoza y enamora, nunca le llamaban viejo enamorado, sino viejo ruin y loco, y así Dios a mí me salve, que tienen razón, los que se lo llaman, porque los pajares viejos y podridos más son ya para estercolar que no para guardar. El dios Cupido y la diosa Venus no quieren en su casa sino a mancebos que los puedan servir y a liberales que sepan gastar, y a libres que puedan gozar, y a pacientes que puedan sufrir, y a discretos que sepan hablar, y a secretos que sepan callar, y a fieles que sepan agradescer, y animosos que sepan perseverar. El que de estas condiciones no fuere dotado y priveligiado, más sano consejo le será acabar en el campo que no enamorarse en palacio, porque no hay en el mundo hombres tan maleventurados como son los enamorados necios.

Al enamorado necio mofa dél su dama, burlan dél los vecinos, engáñanle los criados, pélanle las alcahuetas, cébase de palabrillas, emplea mal sus joyas, anda desvelado, créese de ligero y al fin hállase burlado. Todos los oficios y todas las sciencias desta vida se pueden aprender, si no es el oficio de saber amar, el cual ni le supo escrebir Salomón, ni pintar Asclepio, ni enseñar Ovidio, ni contar Helena, ni aun aprender Cleopatra, sino que de la escuela del corazón ha de salir y la pura discreción le ha de enseñar. No hay cosa para que haya más necesidad de ser uno discreto que es para ser enamorado, porque si ha hambre, frío, sed y cansancio, siente lo no más del cuerpo, mas las necedades que se hacen en amores llóralas el corazón. Para que los amores sean fijos, seguros, perpetuos y verdaderos, han de ser entre sí iguales los enamorados, porque si el enamorado es mozo y ella vieja, o él viejo y ella moza, él es cuerdo y ella loca, y él loco y ella cuerda, él es discreto y ella necia, o él necio y ella discreta, él ama a ella y ella aborresce a él, o ella ama a él y él aborresce a ella, creedme, señor, y no dudéis que de enamorados fingidos han de parar en enemigos verdaderos.

He querido deciros esto, señor Mosén Rubín, para que si la enamorada que agora vos tomáis ha sesenta y tres años como vos habéis, no es gran peligro que os améis y conozcáis, porque lo más del tiempo gastaréis vos en contar a ella las amigas que habéis tenido, y ella en contar a vos los que a ella han servido. Hablando más en particular, querría yo saber para qué un hombre como vos, que pasa de los sesenta años, y que está lleno de sarna, y cargado de gota, quiere agora tomar amiga moza y hermosa, la cual se ocupará antes en robaros que no en regalaros. ¿Para qué queréis amiga, de la cual no os podéis servir si no es para ataros las vendas, y oxearos las moscas? ¿Para qué queréis amiga, pues entre vos y ella no ha de haber, otra conversación ni comunicación si no fuere relatarle y contarle cuentos y patrañas, y cuán poquito habéis comido aquel día, y cuántas veces habéis contado el relox aquella noche? ¿Para qué queréis amiga, pues ya no tenéis fuerzas para seguir la hacienda para servirla, paciencia para sufrirla, ni edad para gozarla? ¿Para qué queréis amiga, a la cual no podéis representarle lo que por ella habéis sufrido y padescido, sino contarle en cómo ya la gota se os ha subido de la mano al colodrillo? ¿Para qué queréis amiga, la cual no entrará por vuestras puertas el día que cesáredes de le dar y os descuidáredes de le escrebir? ¿Para qué queréis amiga, a la cual no habéis de osarle negar cosa que os pida, ni reñirle enojo que os haga? ¿Para qué queréis amiga, a la cual no habéis de servir conforme a vuestra hacienda sino al respeto de su locura? ¿Para que queréis amiga, a la cual habéis de agradecer los favores que os diere, y no osar quejaros de los celos que os pidiere? ¿Para qué queréis amiga, la cual cuando más y más os halagare, no será su fin por contentaros, sino por algo pediros? ¿Para qué queréis amiga, delante de la cual os habéis de reír, aunque la gota os haga rabiar? ¿Para qué queréis amiga, con la cual primero tendréis gastada vuestra hacienda que tengáis su condición conocida? ¿Para qué queréis amiga, con la cual os juntastes por dineros y la sustentáis con regalos, y al fin os habéis de apartar con enojos?

Si con estas condiciones vos, señor Mosén Rubín, queréis ser enamorado, sedlo, mucho en horabuena, y aún digo en hora buena, pues soy cierto que os ha de llover en casa, porque a vuestra edad y enfermedad más le conviene tener un amigo con que se recree que una amiga con que se pudra. Samocracio, Nigidio y Ovidio escribieron muchos libros, y hicieron grandes tractados del remedio del amor, y el donaire de ello es que buscaron los remedios para los otros y ninguno tomaron para sí mismos, porque todos tres ellos murieron perseguidos y destruídos, no por los males que hicieron en Roma, sino por los amores que intentaron en Capua. Diga Ovidio lo que soñare, Nigidio lo que quisiere y Samocracio lo que se le antojare: que al fin, al fin, el mayor y mejor remedio contra el amor es huir de la conversación y apartarse de la ocasión, porque en caso de amores, a muchos vemos escapar de los que huyen, y a muy poquitos librarse de los que esperan. Mirad, señor, no os engañe el demonio a que tornéis agora de nuevo a ser enamorado, pues no conviene a la salud de vuestra persona, ni a la autoridad de vuestra casa, porque yo os doy mi fe que más ayna os acaben los enojos de la amiga que no los dolores de la gota.

Mi pluma se ha estendido más de lo que yo pensé y aun más de lo que vos quisiérades; mas pues vos fuistes el primero que echastes mano a las armas, no es mía la culpa si os acerté algún revés. Al padre Prior de Portaceli envío una palia rica; por mi amor que se la mandéis dar y de mi parte visitar, porque posé mucho tiempo en su posada, y soyle obligado y afectionado.

No más, sino que Nuestro Señor sea en vuestra guarda y os guarde de mala amiga, y os sane de vuestra gota.

De Madrid, a III de marzo de MDXXVII.




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Letra para el obispo de Zamora don Antonio de Acuña, en la cual es gravemente reprehendido por ser capitán de los que en tiempo de las comunidades alborotaron el reyno.


Muy reverendo señor y bullicioso perlado:

Salobreña, vuestro cabo de escuadra, me dió una carta vuestra, la cual luego no podía entender; mas después que la leí, y torné otra vez a leer, vi que no era carta, sino un cartel que me enviaba el obispo de Zamora, por el cual me desafiaba y me amenazaba que me había de matar o mandar me castigar. La causa de este desafío decís, señor, que es porque en Villabráxima os saqué de entremanos a don Pedro Girón, y le aconsejé que os dexase de seguir y viniese al Rey a servir. Yo, señor, acepto vuestro desafío, y me doy por desafiado, no para que nos matemos, sino para que nos examinemos; no para que salgamos en campo, sino para que nos pongamos en razón, la cual razón como veedora de nuestros hechos, nos dirá cuál de nosotros es más culpado: yo en seguir al Rey, o vos en alterar el reino.

Acuérdome que siendo muy niño, en Treceño, lugar de nuestro mayorazgo de Guevara, vi a don Ladrón, mi tío, y a don Beltrán, mi padre, traer luto por vuestro padre. En verdad, señor obispo, viendo como yo os vi en Villabráxima, rodeado de artillería, acompañado de soldados y armado de todas armas, con más razón traeríamos xerga porque vos vivís, que no luto porque vuestro padre murió. El divino Platón de dos cosas no sabía cuál lloraría primero: es a saber, ver a los buenos morir, o ver a los malos vivir porque grandísima lástima es al corazón ver al bueno tan presto se acabar, y ver al malo tan largo tiempo vivir. Preguntado un griego que por qué mostraba tanto sentimiento en la muerte de Agesilao, respondió: «No lloro yo porque murió Agesilao, sino porque quedó vivo Alcibiades, cuya vida espanta a los dioses y escandaliza al mundo». Un caballero de Medina, que se llamaba Juan Zuazo, me dixo que, siendo él vuestro ayo, os mudó cuatro amas en seis meses, porque de criar érades bravo, y en tomar la leche muy importuno. Parésceme, señor obispo, que pues en la niñez fuisteis penoso y en la vida habéis sido tan bullicioso, sería razón que en la vejez fuésedes pacífico, lo cual, si no hiciésedes por lo merescer, lo hablades de hacer siquiera por descansar. Teniendo como tenéis dentro de vuestro mayorazgo los sesenta cerrados y que presto os preciaréis de los setenta cumplidos, no me parescería mal consejo, ofreciésedes siquiera los salvados a Dios, pues habéis dado tanta harina al mundo. Pues vuestra huerta es helada, pues vuestra vendimia es ya hecha, pues vuestra flor es caída, pues vuestra primavera es acabada, pues vuestra juventud es pasada y vuestra senectud es venida, mejor acertaríades en tomar enmienda de vuestros pecados que no haceros capitán de comuneros. Si no queréis imitar a Christo, que os crió, immitad a don Luis de Acuña, que os engendró, a cuyas puertas comían cada día muchos pobres, y a las vuestras no vemos agora sino jugar y aun reflegar soldados. Hacer de soldados clérigos, aún pasa; mas de clérigos hacer soldados, esto es cosa escandalosa, lo cual, señor, no diremos de vos que lo consentistes, sino que lo hicistes, pues truxistes de Zamora a Tordesillas trecientos clérigos de misa, no para confesar los criados de la Reina, sino para defender aquella villa contra el Rey.

Por quitaros, señor, de malas lenguas, y para más salvación de sus ánimas, sacastes los de Zamora al principio de la Cuaresma; de manera que, como buen pastor y perlado, los quitastes de confesar y los ocupastes en pelear. En el combate que dieron los caballeros en Tordesillas contra los vuestros, vi con mis ojos propios a un vuestro clérigo derrocar a once hombres con una escopeta, detrás de una almena, y el donaire era que al tiempo que estaba para tirarles, los santiguaba con la escopeta y los mataba con la pelota. Vi también que antes que el combate se acabase, dieron al clérigo una saetada por la frente los nuestros que estaban de fuera, y fué tan acelerada la muerte de aquel malaventurado, que ni tuvo tiempo de se confesar, ni aún de se santiguar. El ánima del obispo que aquel clérigo de su iglesia sacó, y el ánima del clérigo que a tantos mató, ¿qué escusa tienen con los hombres, y qué cuentas darán a Dios?

Pecado fué sacaros de la guerra, y muy mayor fué haceros de la Iglesia, pues sois bullicioso y no nada escrupuloso, y desto estamos muy ciertos, porque no se os da nada por ir a pelear y matar, ni aun por estar irregular. Mucho querría yo saber en qué libro habéis leído más, es a saber, en Vegecio, que trata de las cosas de la guerra, o en Sant Agustín, en el de doctrina christiana, y lo que en este caso sé es que muchas veces os vi en la mano una partesana y nunca os vi sobre el hombro una estola.

Ha me caído en mucha gracia en que a los soldados que combatían y caían al tomar de la fortaleza de Empudia, me dicen que deciades: «¡Así, hijos, así! Subid, pelead y morid, y mi alma osadas vaya con la vuestra, pues morís en tan justa empresa y demanda tan sancta». Bien sabéis vos, señor obispo, que los soldados que allí morían eran descomulgados del Papa, traidores al Rey, alborotadores del reino, robadores de las iglesias, salteadores de los caminos y enemigos de la república, y mantenedores de guerra. Bien paresce que el ánima del obispo que tal blasfemia dice no es muy escrupulosa, pues desea morir a la soldadesca, y no me maravillo que desee morir como soldado el que nunca se presció de ser obispo. Si esta guerra levantáredes por reformar la república, o libertar vuestra patria de alguna vexación que hubiese en ella, paresce que teníades ocasión, aunque no por cierto razón; mas vos, señor, no os levantastes contra el Rey por el bien del reino, sino por baratar otra mejor Iglesia, y por alanzar de Zamora al conde de Alba de Lista.

Si entramos en cuenta con todos los que andan en vuestra compañía, hallaréis por verdad que os fundastes sobre pasión, y no sobre razón, y que no os movió el celo de la república, sino el querer cada uno aumentar su casa. Don Pedro Girón querría a Medina Sidonia; el conde de Salvatierra, mandar las merindades, Fernando de Ávalos, vengar su injuria; Juan de Padilla, ser maestre de Santiago; don Pedro Lasso, ser único en Toledo; Quintanilla, mandar a Medina; don Fernando de Ulloa, echar a su hermano de Toro; don Pedro Pimentel, alzarse con Salamanca; el abad de Compludo, ser obispo de Zamora; el licenciado Bernardino, ser oidor en Valladolid; Ramir Núñez, apoderarse de León, y Carlos de Arellano, juntar a Soria con Borobia. Dice el sabio: «Ocasiones querit qui vult recedere ab amico». Y por semejante manera, podemos decir que los hombres bulliciosos no andan a buscar sino tiempos revueltos, porque les parece que en cuanto duran aquellos bullicios, si al que no comerán de sudores agenos.

También me ha caído en gracia el arte que habéis tenido para engañar y alterar a Toledo, a Burgos, a Valladolid, a León, a Salamanca, a Ávila y Segovia, diciendo que de esta hecha quedarán esentas y libertadas, como lo son Venecia, Génova, Florencia, Sena y Luca, de manera que no las llamen ya ciudades, sino señorías, y que no haya en ella regidores, sino cónsules. Pensando en este caso lo que diría, tuve gran espacio suspensa la péñula, y al fin me paresció que sobre tan grande vanidad y sobre tan nunca oída liviandad no había que decir ni menos que escrebir, porque me tengo por dicho que aquellas ciudades no las queréis libertar, sino tiranizar; no para que sean señorías, sino para aprovecharos de sus riquezas.

Los que quieren comprender algún remedio que de su cogecha es bullicioso y escandaloso, no han de mirar la ocasión que hay entonces para lo levantar, sino el mal fin o bueno que puede tener, porque todos los afamados escándalos siempre han habido comienzo de buenos respetos. Silla y Mario y Cathilina, que fueron famosos romanos y ilustres capitanes, so color de libertar a Roma de malos gobernadores, se hicieron ellos en ella tiranos. A las veces, es menos mal tolerar en los grandes pueblos alguna falta de justicia que no alborotarlos a guerra, porque la guerra es una red barredera que de todos los bienes yerma a la república. Preguntado el Magno Alexandro que porqué quería ser señor de todo el mundo, respondió: «Todas las guerras que se levantan en el mundo son por una de tres cosas: es a saber, o por haber muchos dioses, o por haber muchas leyes, o por haber muchos reyes; quiero, pues yo ser señor de todo el mundo, para mandar que en todo él no adoren más de a un dios, no sirvan más de un rey, ni guarden más de una ley». Cotegemos agora aVuestra Señoría con el Magno Alexandro, y hallaremos que él era rey y vos, señor, obispo; él pagano y vos christiano; él criado en guerra y vos en la Iglesia; él nunca oyó el nombre de Jesuchristo y vos jurastes de guardar su Evangelio, y con todas estas condiciones, él no quiere para todo el mundo más de un rey, y vos, señor, queréis hacer siete para toda Castilla. Digo, señor, que queréis poner en Castilla siete reyes, pues queréis hacer las siete ciudades della señorías. Los buenos y leales caballeros de España suelen quitar reyes para hacer rey, y los que son traidores y desleales, suelen quitar rey para hacer reyes. Para nosotros y para nuestros amigos, no queremos otro Dios sino a Christo, ni otra ley sino el Evangelio, no otro rey sino a don Carlos; y si vos y vuestros comuneros queréis otro rey y otra ley, juntaos con el cura de Mediana, que cada domingo pone y quita reyes en Castilla.

Es el caso que en un lugar que se llama Mediana, que está cabe a la Palomera de Ávila, había allí un clérigo vizcaíno medio loco, el cual tomó tanta afectión a Juan de Padilla, que al tiempo de echar las fiestas en las iglesias, las echaba en esta manera: «Encomiendo os, hermanos míos, una Avemaría por la Santísima Comunidad, porque nunca caiga; encomiendo os otra Avemaría por Su Magestad el Rey Juan de Padilla, porque Dios le prospere; encomiendo os otra Avemaría por Su Alteza de la Reina Nuestra Señora doña María de Padilla, porque Dios la guarde; que a la verdad estos son los reyes verdaderos, que todos los de hasta aquí eran tiránicos». Duraron estas plegarias poco más o menos de tres semanas, después de las cuales pasó por allí Juan de Padilla con gente de guerra, y como los soldados que posaron en casa del clérigo le sosacasena su manceba, le bebiesen el vino, le matasen las gallinas y le comiesen el tocino, dixo en la iglesia el siguiente domingo: «Ya sabéis, hermanos míos, cómo pasó por aquí Juan de Padilla, y cómo sus soldados no me dexaron gallina, y me comieron un tocino, y me bebieron una tinaja, y me llevaron a mi Cathalina; dígolo, porque de aquí adelante no roguéis a Dios por él, sino por el Rey don Carlos, y por la Reyna doña Juana, que son reyes verdaderos y dad al diablo estos reyes toledanos».

He aquí, pues, señor obispo, cómo es, más poderoso el cura de Mediana, que no lo es Vuestra Señoría, pues él hizo y deshizo reyes en tres semanas, lo cual vos no habéis hecho en ocho meses; que yo os juro y profetizo que dure tan poco el rey que vos pusiéredes en Castilla como el que hizo el cura de Mediana.

No más, sino que Nuestro Señor sea en su guarda y le alumbre con su gracia.

De Medina de Rioseco, a XX de deciembre MDXXI.




ArribaAbajo- 48 -

Letra para el obispo de Zamora, don Antonio de Acuña, en la cual le persuade el autor que se torne al servicio del rey.


Muy reverendo señor y inquieto obispo:

Por letra de Quintanilla, el de Medina, supe en cómo habíades, señor, rescebido mi carta, y aún supe que en acabando la de leer comenzaste luego a gruñir y decir: «Es cosa ésta para sufrir que sea más poderosa la lengua de Fray Antonio de Guevara que no lo es mi lanza, y que no contento con habernos sacado a don Pedro Girón de entre manos, me escriba aquí agora mil blasfemias». Mucho me ha placido que fuese también enherbolada mi carta, que tan en breve llegase a vuestro corazón la yerba, porque yo no la escrebía para que solamente la leyésedes, sino para que la leyésedes y la sintiésedes. El enfermo que se determina de tomar un poco de ruibarbo, sufre el amargor que le dexa en la garganta por el provecho que le hace a su calentura; quiero decir que muy poco aprovechará, señor, que os sepáis quexar, si no os determináis emendar. A Vuestra Señoría, por ser en sangre Osorio, en dignidad obispo, en autoridad caballero y en profesión christiano, téngolo yo en mucho; mas junto con esto a sus fieros, y a sus quexas, y a sus amenazas, téngolas en muy poco, porque hay Dios que mira por sus siervos y príncipe que torna por sus criados. No me parece a mí mal que seáis guerrero, y andéis armado, con tal que las armas sean de las que dice el Apóstol: «Quoniam arma militie nostre non sunt carnalia sed spiritualia»; porque nuestra guerra no ha de ser con los enemigos, sino con los vicios; que, como dice Séneca, mayor gloria mereció Cathón por desterrar los vicios de Roma, que no Scipión por vencer a los carthaginenses en África. Ya que quisiésedes andar en guerra y hacer guerra a toda la república de Castilla por tropellar a vuestro enemigo el conde de Alba de Lista, ¿qué culpa os tenían el Rey y la Reina? Perdonar a muchos por méritos de uno, oficio es de christianos; mas castigar a muchos por culpa de uno, oficio es de tiranos; mas por manera que ya no os llamaremos obispo de Zamora, sino tirano de la república.

Muchas veces me paro a pensar porqué habéis querido, señor, desobedecer al Rey, alterar el reino, revolver los pueblos, hacer exércitos, llegaros a comuneros, perderos a vos, y dañar a nosotros, y para mí yo no hallo ocasión ni menos razón, si no es: que como deseáis ser arzobispo de Toledo, querriades ganar por fuerza lo que no merecéis por virtud. Si la cosa se allegase a juicio delante de Dios, y aun delante de los hombres, estad, señor, seguro que más deméritos se hallarían en vos para quitaros el Obispado que tenéis, que no méritos para daros el Arzobispado que pedís. Las dignidades de la Iglesia de Dios no se han de dar a los que las procuran, sino a los que las rehusan, porque tanto es uno para gobernar ánimas más digno cuando se siente él por más digno. Para merecer el Arzobispado de Toledo habíades, señor, de derramar lágrimas y no sangre, estar en el templo y no en el campo, acompañaros de clérigos y no de soldados, rezar vuestras horas y no alterar las repúblicas; mas como vos, señor obispo, veis que no le podéis merecer por virtudes, acordáis de tomarle con las armas. Acordaros debríades que os eligió Dios para obispo y no para capitán, para la Iglesia y no para la guerra, para predicar y no para pelear, para vestiros una casulla y no una malla, para socorrer huérfanos y no soldados y aún para hacer órdenes y no ordenar caracoles. El primero obispo del mundo, que fué Sant Pedro, no halló entre todos los apóstoles sino dos cuchillos para defender a Christo, y hallarse han en vuestra casa mil escopetas para asolar este reino; por manera que os hemos de loar, no de los libros en que leéis, sino de las armas que tenéis. Maldonado, vuestro criado y mi amigo, me dixo que le habíades dado docientos ducados de beneficios, y como yo le preguntase si sabía bien rezar el oficio divino, respondíóme él: «Mal estáis en la cuenta, señor maestro, porque en este tiempo en casa del obispo, mi señor, ninguno sabe rezar y todos aprender a esgremir».

Las casas de los buenos perlados no son sino una escuela de virtuosos, a do nadie ha de saber mentir, ni aprender juego, ni ser goloso, ni andar disoluto, ni estar ocioso, ni presciarse de hablador, ni ser bullicioso, ni aun ambicioso, cual no es así en vuestra casa, a do todos son absolutos, y se prescian de disolutos. Quando estotro día me enviaron allá los gobernadores del reino para asentar las paces con los de la junta en Villa Bráxima, y vi a Vuestra Señoría armado como relox, rodeado de soldados, cercado de tantos tiros, acompañado de tantos comuneros y cargado de tantos negocios, estuve conmigo dudando si lo que veía era sueño o si había el obispo don Orpas resucitado. Si no queréis acordaros que sois christiano, sois sacerdote, sois perlado y sois natural del reino, acordaros que descendéis de sangre delicada, y de casa muy antigua, aunque es verdad que como en la sangre soys Osorio, en la condición sois muy osado.

Pésame, señor obispo, que usáis de las armas, no como sabio, sino como temerario; no como quien defiende, sino como quien ofende; no como debéis, sino como queréis; porque os veo seguir la opinión y huir de la razón. Todo vuestro daño está en que seguís vuestra voluntad y empleáis mal vuestra habilidad, y, como dice Séneca, en la casa a do la voluntad es señora, muy poco mora la razón en ella.

Ha me caído, señor, en mucha gracia que me dice Moscoso que decís, sospirando, muchas veces a la mesa: «¿No habría quien me prendiese al maestro Guevara, para colgarle de una almena, porque engañó y sosacó a don Pedro Girón de nuestra Junta?» Decir que yo le engañé, niégolo; decir que yo le desengañé, confiésolo. Y si le está bien o mal quedar allá, o tornarse acá, soy cierto que él no está arrepiso de haberme creído, ni lo estoy yo tan poco de habérselo aconsejado. Bien os acordáis, señor, cuando vuestro capitán Larez me prendió, y me llevó delante de vos preso, y no obstante que me reprehendistes y maltratastes, os requerí de parte de los gobernadores dexásedes la guerra y tomásedes una honesta concordia, en la cual embaxada tuvistes en poco lo que se os dixo, y también mofastes de mí que os lo dixe. Bien sabéis, señor obispo, cuántos malos días he pasado, cuántas injurias he sufrido, qué lástimas se me han dicho, en qué peligros me he visto, qué afrentas me han hecho, con qué amenazas me han amenazado y qué testimonios me han levantado por yo seguir al rey, y por procurar la paz del reino.

Cuando estaba en Villa Bráxima con Vuestra Señoría y los otros comuneros, no os predicaba sino penitencia; a los gobernadores del Rey no les persuadí en Ríoseco, sino clemencia, porque era imposible que si los unos no se arrepentían, y los otros no perdonaban, se pudiesen remediar estos reinos, ni atajarse tantos daños. Andando, pues, yo en estos casos, y sufriendo tantos trabajos, no sé porqué me llamáis traidor, y me deseáis matar, y colgar de una almena, pues yo no deseo ver a Vuestra Señoría ahorcado, sino enmendado. Titho Livio cuenta de un patricio romano, el cual, como fuese ambicioso de honrra y cobarde para ganarla, determinóse de poner fuego a la casa del erario, a do todo el pueblo romano tenía su thesoro. Preso y atormentado aquel mal aventurado, como le preguntasen porqué lo había hecho, respondió: «Quise hacer este daño en la república, porque los escritores hagan de mí en sus escrituras alguna memoria: es a saber, que los thesoros de Roma, si no fuy para ganarlos, fuí para quemarlos».

He querido, señor, traeros a la memoria esta historia para que sepáis cómo yo soy predicador y chronista de Su Magestad, en la cual imperial chrónica habrá assaz memoria de Vuestra Señoría; no que fuistes padre y pacificador de vuestra patria, sino mullidor y inventor de toda esta guerra. ¿Cómo podré yo con verdad escrebir la rebelión de Toledo, la muerte del regidor de Segovia, la toma de Tordesillas, la prisión del Consejo, el cerco de Alahejos, la Junta de Ávila, la quema de Medina, la alteración de Valladolid, el escándalo de Burgos, la perdición de Toro, Zamora y Salamanca, sin que haga conmemoración de Vuestra Señoría? ¿Cómo podré yo contar los males que hizo en Valladolid Vera el cerrajero; en Medina, Bobadilla el tundidor; en Ávila, Peñuelas el Perayle; en Burgos, el cerrajero, y en Salamanca, el pellejero, sin que en aquella cofradía sancta no hallemos al obispo de Çamora? Decidme, señor obispo: ¿levantaros he falso testimonio en decir en mi chrónica que vi en Villa Bráxima a las puertas de vuestra casa toda la artillería junta, vi en torno de vuestra posada hacerse la guarda, vi a todos los capitanes de la Junta comer a vuestra mesa, vi en vuestra cámara juntarse todos a consulta, vi firmaros la nómina para pagar la gente de guerra y que todos apellidaban «viva, viva el obispo de Çamora»? Todas estas cosas que Vuestra Señoría ha hecho las dexaría yo de escrevir, si vos, señor, las quisiésedes emendar y aun remediar; mas yo os miro con tales ojos, que antes pederéis la vida con que vivís que la opinión que seguís.

Muy gran compasión me tomo quando este otro día os vi rodeado de comuneros de Salamanca, de villanos de Sayago, de foragidos de Ávila, de homicianos de León, de bandoleros de Çamora, de perayles de Segovia, de boneteros de Toledo, de freneros de Valladolid y de celemineros de Medina, a los quales todos tenéis obligación de contentar y no licencia de mandar. Esa gente que trahéis de la comunidad es tan vana, y tan liviana, que con amenazas os siguen; con ruegos se substentan, con promesas se ceban, con miedo pelean, con sospechas andan, con esperanzas viven, con poco no se contentan, ni con dádivas se aplacan, porque su intento no es seguir a los que tienen mejor justicia, sino a quien les dé mejor paga.

Una diferencia hay de nosotros a vosotros y es que los que seguimos al Rey esperamos mercedes, mas vosotros no las esperáis, sino que os las tomáis. Sé que también sabemos que vos mismo a vos mismo tenéis prometido el Arlobispado de Toledo. Bien sabéis que Juan de Padilla él mismo a sí mismo se tiene prometido el maestrazgo de Sanctiago. Bien sabemos que el clavero él mismo a sí mismo se tiene prometido el maestrazgo de Alcántara. Bien sabemos que el abad de Compludo él mismo a sí mismo se tiene prometido el Obispado de Çamora. Bien sabemos que el prior de Valladolid él mismo a sí mismo se tiene prometido el Obispado de Palencia. Don Pedro Pimentel, Maldonado, Quintanilla, Sarabia, el licenciado Bernardino y el doctor Cabeza de Vaca, ninguno de éstos daría hoy su esperanza por un buen cuento de renta. Ramir Núñez y Juan Bravo ya se dexan llamar señoría: el Juan Bravo, porque espera ser conde de Chinchón, y el Ramir Núñez, conde de Luna; y podría ser que alguno dellos, o ambos a dos, perdiesen primero las cabezas que alcanzasen los estados. Tornaos, pues, señor obispo, a recoger, arrepentir y a enmendar, porque la lealtad de Castilla no sufre más de un rey ni quiere más de una ley.

No más, sino que Nuestro Señor sea en su guarda.

De Tordesillas a X de marzo, MDXXII.




ArribaAbajo- 49 -

Letra para don Juan de Padilla, capitán que fué de los comuneros contra el rey en la cual le persuade el auctor que dexe aquella infame empresa.


Magnífico señor y desacordado caballero:

La carta que de vuestra mano me escrebistes y la creencia que con Montalbán, vuestro criado, me enviastes, rescebí aquí, en Medina, y, para decir verdad, quanto holgué en ver la letra tanto hube pena en oír la embaxada, porque me parece todavía que queréis, señor, ir adelante con vuestra empresa, y acabar de perder la república. Bien, señor, os acordáis que en la junta de Ávila os dixe que íbades perdido y íbades engañado, y que íbades vendido, porque Hernando de Ávalos y don Pedro Girón, y el obispo de Zamora, y los otros comuneros no habían inventado esta guerra cevil con celo de remediar los daños de la república, sino por tomar cada uno de su enemigo venganza. También, señor, os dixe que me parescía gran vanidad y no pequeña liviandad lo que se platicava en aquella junta, y lo que pedían los plebeyos de la república, es a saber, que en Castilla todos contribuyesen, todos fuesen iguales, todos pechasen y que a maneras de señorías de Italia se gobernasen, lo qual es escándalo oirlo y blasfemia decirlo, porque así como es imposible governarse el cuerpo sin brazos, así es imposible sustentarse Castilla sin caballeros. También, señor, os dixe que siendo vos en sangre tan limpio, en cuerpo tan dispuesto, en armas tan mañoso, en ánimo tan esforzado, en juicio tan delicado, en condición tan bien quisto, en edad tan mozo, estaríades mucho mejor en Flandes sirviendo a vuestro Rey que no en Castilla alterándole su reino. También, señor, os dixe en cómo de nuevo criaba el Rey por gobernadores al Almirante y al Condestable, los cuales, con toda la grandeza y nobleza de España, se juntaban en Medina de Rioseco, para dar orden en desencastillar a Tordesillas y desparcir a los que están en Villa Bráxima, y mi voto y parescer era os presciásedes antes de ser soldado con los caballeros, que no capitán de los comuneros. También, señor, es dixe que los gobernadores habían mandado hacer un cadahalso, encima del cual puesto un rey de armas pregone públicamente por aleves y traidores a todos los caballeros y hijosdalgo que dentro de quince días no fuesen con sus armas y caballos debaxo del estandarte real, a servir y residir; y que me parecía deblades de cumplir antes con lo que los gobernadores mandaban, que no con lo que en Toledo os rogaban. También, señor, os dixe que comúnmente las guerras ceviles y populares suelen poder poco, valer poco y durar poco, y que después de acabadas y apaciguadas las repúblicas, tienen por costumbre los príncipes y señores dellas de perdonar a los pueblos y descabezar los capitanes. También, señor, os dixe que no os cebásedes de lisonjas locas ni de palabras livianas; es a saber, de muchos que os dirán que vos sois el padre de la patria, el refugio de los presos, el caudillo de los agraviados, el defensor de la república y el restaurador de Castilla, porque los mismos que hoy os llaman redemptor os pregonarán mañana por traidor. También, señor, os dixe en cómo debríades poner delante los ojos que vuestro padre Pero López, y vuestro tío Don García, y vuestro hermano Gutierre López, y todos vuestros deudos están en servicio del rey en el campo de los gobernadores, y que sólo vos, de vuestro linaje, estáis contra el rey con los comuneros, de lo qual resulta que teniendo vos sólo la culpa, resciben ellos allá la afrenta. También, señor, os dixe que pues el Rey no os ha hecho ninguna afrenta, ni quitado ninguna merced, ni mandado cosa injusta, no era justo fuésedes vos, señor, la palmatoria con que Her nando de Ávalos querría vengar su injuria, porque si él tiene prometido y jurado de vengarse de Xebes, también vos tenéis obligación de ser fiel al Rey. También, señor, os dixe que diésedes al diablo las prophecías y hechicerías y nigromancias de la señora doña María, vuestra muger, que me dicen que hace ella y una esclava suya, porque de hablar y tractar con el demonio no puede resultar sino que ella infierne el ánima y vos, señor, perdáis finalmente la vida. También, señor, os dixe no curásedes de intentar a querer meteros en el convento de Uclés, por ser maestre de Santiago, ni de echar de Toledo a don Juan de Ribera por tomarle el Alcázar, pues esto era vanidad pensarlo y liviandad emprenderlo, porque el maestrazgo no tenéis hechos los servicios porque os le den, ni los alcázares de Toledo no tiene don Juan fechas traiciones porque se los quiten.

Tantos y tan buenos consejos, tantos y tan provechosos avisos, tantas y tan persuasivas palabras, tantos y tan importunos ruegos, tantas y tan grandes promesas, tantas y tan grandes seguridades como yo os di, prometí, juré, rogué, importuné y aseguré, no era de amigo sospechoso, ni de hombre doblado, sino como de padre a hijo, de hermano a hermano y de amigo a amigo. Oxalá conociésedes, señor, el corazón mío y el corazón de Hernando de Ávalos, vuestro tío, y veríades en ellos muy claro en cómo yo soy el que os amó y él es el que os engaña; yo soy el que os doy la mano y él es el que os arma la zancadilla; yo soy el que os muestro el vado y él es el que os mete a lo hondo; yo soy el que os alumbro el hito y él es el que os quita el blanco; yo soy el que os tomo la sangre y él es el que os manca los brazos; finalmente, yo soy el que quiero curar y desopilar vuestra postema y él es el que quiere olear vuestra vida y enterrar vuestra fama. Si vos, señor, tomáredes mis consejos, assentara os yo en mis chrónicas entre los varones ilustres de España, es a saber: con el famoso Viriato, con el venturoso Cid, con el buen conde de Fernán González, con el caballero Tirán y con el Gran Capitán y otros infinitos caballeros dignos de loar y no menos de imitar. Pues quesistes y queréis seguir y creer a Hernando de Ávalos, y a los otros comuneros, será me forzado de assentaros en el cathálogo de los famosos tiranos; es a saber: con el alcayde de Castro Nuño, con Fernán Centeno, con el capitán Zapico, con la duquesa de Villalva, con el mariscal Pero Pardo, con Alonso Trujillo, con Lope Carrasco y con Tamayo el Izquierdo. Todos estos y otros muchos con ellos, fueron tiranos y rebeldes en los tiempos del rey don Juan y del rey don Enrrique, y la diferencia que de vos a ellos va es que cada uno dellos tiranizaba no más de a su tierra, y vos, señor, a toda Castilla.

Yo no sé qué fin tenéis, ni sé qué sacáis de seguir esta empresa y porfiar sobre tan injusta demanda, pues sabéis, y sabemos todos, que en caso que salgáis con ella, no hay quien os lo agradezca, y si no salís con ella hay Rey que os pida la injuria; porque la grandeza de Castilla ni sabe desobedecer a reyes, ni dexarse mandar de tiranos, Cuando ogaño me fuistes a hablar en Medina del Campo, y fuí con vos a ver el frenero, y a Villoria, el pellejero; y a Bobadilla, el tundidor; y a Peñuelas, el perayle; y a Ontoria, el cerrajero; y a Méndez, el librero; y a Lares, el alférez, cabezas y inventores que fueron de los comuneros de Valladolid, Burgos, León, Zamora, Salamanca, Ávila y Medina, yo, señor, me espanté y escandalizé, porque luego vi y conoscí que vos os guiábades por passión, y ellos seguían su opinión, y que todos huyades de la razón.

Ni porque yo sea en vida pecador, en hábito, religioso; en oficio, predicador, y en el saber, simple, habéis de tener en poco lo que yo os aconsejo; que, como decía Platón, «mucho debemos a los que nos avisan de lo que erramos y nos imponen en lo que hagamos, porque más vale emendarnos por correctión agena que no perdernos con perseveración loca».

Creedme, y no dudéis, señor Juan de Padilla, que si antes habláredes en Toledo, como después me hablastes en Medina, nunca vos entrárades en esta empresa, que, como decía el emperador Trajano, los hombres que tienen los corazones generosos y los rostros vergonzosos nunca deben comenzar lo que no es en su mano acabar, porque en tal caso dejarán con gran vergüenza lo que comenzaron con buena esperanza. Bien sabéis, señor, que todos los que trahéis en vuestro campo contra el Rey, son ladrones, homicianos, blasfemos, fementidos y oficiales sediciosos y comuneros, los quales todos, como sea gente baxa y cevil, habéis los de rogar y no forzar, sufrir y no castigar, pagar y no mandar, hablar y no amenazar, porque aquéllos no os siguen a fin de remediar los agravios que se hacen, sino por robar las haciendas que otros tienen. El día que el Rey entre en Castilla, el día que perdáis alguna batalla y aun el día en que no haya para pagar la gente de guerra, a la hora veréis, señor, cómo se os irán sin que los despidáis y aún os venderán sin que se lo sintáis.

Habed, señor, compasión de vuestra edad tierna, de vuestra sangre tan limpia, de vuestra parentela tan honrada, de vuestra casa tan antigua, de vuestra condición tan buena, de vuestra abilidad tan entera y de vuestra juventud tan mal empleada, las cuales cosas todas tenéis oleadas y aun casi amortajadas. Si a mí queréis creer y a mis palabras alguna fe dar, encomendaos a Dios, dexad esa empresa, tornad al Rey, yos para los gobernadores y dad de mano a esos comuneros, que, según el Rey es piadoso, y desean todos vuestro remedio, en mucho más tendrá venirle a servir a tal coyuntura que no haber levantado contra él esta guerra. No os engañe el demonio ni algún vano pensamiento dexar esto de hacer por pensar que os han de notar de liviano en lo que emprendistes y de traidor en lo que os encargastes, porque en todas las historias del mundo a los que siguen a su rey llaman leales y a los que son rebeldes llaman traidores. A un caballero, si le llaman perezoso, madruga; si le llaman desbocado, calla; si le llaman glotón, témplase; si le llaman adúltero, abstiénese; si le llaman furioso, súfrese; si le llaman ambicioso, abáxase; si le llaman pecador, emiéndase; mas si le llaman traidor, ni hay agua con que se lave, ni disculpa con que se disculpe.

Ni el Rey está tan ofendido, ni el reino está tan alterado, ni los negocios están tan adelante, ni los gobernadores están tan desganados para que no os podáis reducir y os quede tiempo para servir; y si esto quisiéredes hacer, a fe de christiano os prometo, y a ley de bueno os juro, que, enmendando vos, señor, el avieso, mude mi pluma el estilo. Montalbán, vuestro maeste sala y yo hablamos en secreto assaz cosas secretas, y pues él me creyó, creedle vos, señor, a él, y si no quisiéredes, lavo mis manos de vuestra culpa y dende agora me parto de vuestra amistad.

No más, sino que con la fe y creencia que rescebí vuestra carta, con ella mesma recibáis esta mía.

De Medina del Campo, a VII de marzo. Año MDXXI.




ArribaAbajo- 50 -

Letra para un caballero amigo secreto del auctor, en la cual se avisa y reprehende a que no sea avaro y mezquino. Es letra muy notable.


Magnífico señor y cobdicioso caballero:

El buen emperador Titho, hijo que fué de Vespasiano y hermano de Domiciano, fué él en sí tan virtuoso y de todo el imperio romano tan amado, que el día de su muerte pusieron estas palabras en su sepulchro: «Delicie moriuntur generis humani». Que quiere decir: «Hoy se ha muerto en Roma el que alegraba a toda la naturaleza humana». De este buen emperador Titho se lee en Suetonio que, estando una noche cenando con él muchos príncipes del imperio, y assaz embaxadores de varios reinos, dió de sóbito un gran sospiro, y dixo: «Diem amisimus, amici». Como si más claro dixera: «No se cuenta este día entre los días de mi vida, pues no he hecho hoy merced de alguna cosa». También dice Plutarco del Magno Alejandro que, como muchos philósophos disputasen en su presencia sobre en qué consistía la bienaventuranza de esta vida, respondió él: «Creedme, amigos, y no dudéis que no hay en este mundo igual deleite ni placer como es tener qué dar y qué gastar». Así mesmo se dice de Theoponto el thebano, que siendo capitán de gente de guerra, como le pidiese uno de su campo alguna blanca para comer y él no tuviere dineros que le dar, descalzóse los zapatos que tenía, diciendo: «Si mejor cosa tuviera, mejor te la diera, mas, entre tanto, toma esos zapatos míos, pues no tengo dineros; porque más justo es que yo ande descalzo que no tú hambriento». Dionisio el Tirano, como entrase un día en la cámara de su hijo y viese en ella muchas joyas de plata y oro, dixo: «No te di yo esas riquezas, hijo, para que las guardásedes, sino para que las repartiésedes; porque no hay hombre en el mundo tan poderoso como el que es dadivoso y magnánimo, el qual, con el dar, conserva los amigos y enternece a los enemigos».

He traído este rodeo para escrebiros una cosa, la cual, si como estáis en Andaluzía estuviérades en Castilla, nunca os la escreviera mi pluma, sino que os la dixera mi lengua a la oreja, porque a los verdaderos amigos como vos, aunque tenemos licencia de corregirlos, no la tenemos de lastimarlos.

Algunos andaluces me han dicho acá, y algunos amigos vuestros me han escrito de allá, que sois grande amigo de allegar dineros, y muy enemigo de gastarlos, del qual hecho yo estoy penado y aun afrentado, porque son tan contrarias en sí la honrra y la avaricia, que jamás moran en una persona ni se mandaron por una puerta. Todos los viciosos de esta vida toman en los vicios algún gusto, sino es el malaventurado del avaro, el qual pena por lo que tienen los otros y no gusta de lo que tiene él. El trabajo de los hombres avaros es que siempre andan sospechosos y recatados de que las avenidas no les lleven los molinos, no les pazcan las dehesas de los ganados, no les yermen la caza los cazadores y que no les hurten el tesoro los ladrones; mas al fin fin, el hombre que es mísero y avaro, de ninguno guarda tanto su hazienda, como es de su persona propia. En lo que más toma el avaro gusto es en ahuchar doblones, contar ducados, absconder los dineros, vérsele vender el vino, ensilar mucho trigo, parir bien las ovejas, moler caro sus aceñas, no llover el abril y tener él mucho trigo para el mayo. La suma gloria del hombre avaro es poder ganar, tener qué ahuchar, nadie le pedir y nunca gastar. El hombre avaro, aunque en estas pocas cosas torna gusto, con otras muchas pasa tormento; es a saber: si le piden dos maravedís para especias, un cuarto para candelas, un ardite para comprar una olla, tres blancas para verdura, un maravedí para aceite y una blanca para sal, hunde la casa a voces y da al diablo a la muger y hijos, diciendo que son a una para robarle todos.

Muy señalada merced hace Dios a los hombres que les da rostros vergonzosos y corazones generosos, porque si los avaros gustasen quán dulcísima cosa es el dar, aun lo necesario para sí no podrían retener. El hombre magnánimo y dadivoso no es tanto lo que él da como lo que a él le dan, porque en pago de qualquiera merced le dan todos a él su libertad. El hombre generoso y dadivoso es señor del pueblo a do mora, y de todos los con quien trata, porque con estar ciertos que lo ha de agradescer, nadie tiene rostro para cosa le negar. Lo contrario acontesce al hombre mísero, avaro y escaso, al cual nadie se allega, nadie le habla, nadie le acompaña, nadie le da nada, nadie entra por su puerta, ni nadie quiere ir por lumbre a su casa. ¿Quién ha de pedir al avaro ninguna cosa, y menos entrar en su casa, viéndole traer el zapato voto, las calzas descosidas, el capuz raído, la gorra sudada, la camisa rota, el jubón desabrochado y a él andarse solo? ¿Cómo remediará la necesidad agena el que no remedia una gotera de su casa? ¿Cómo hará a nadie limosna el que se abrocha con un cabo de agujeta? ¿Cómo socorrerá a los estraños el que mata de hambre a los suyos? ¿Cómo dará a los hospitales leña el que se calienta a los granzones de la paja? ¿A quién prestará dineros el que tiene los suyos enterrados? ¿Cómo repartirá de su trigo el que espera revenderlo el mes de mayo? ¿Quién osará ser amigo del hombre avaro siendo él enemigo de sí mesmo? ¡Oh, a cuántos avaros hemos visto y vemos cada día, a los cuales da Dios fuerza para ganar las riquezas, cordura para substentarlas, ánimo para defenderlas, vida para poseherlas, y no les dió licencia para gozarlas, sino que pudiendo ser señores de lo ageno, los vemos hechos esclavos de lo suyo propio.

De quánta mayor excelencia sea la honesta pobreza que no la maldita avaricia, puédese conoscer muy claro, porque el pobre se contenta con lo poco, y al rico no le paresce nada lo mucho. ¿Qué mayor desgracia ni qué más malaventura puede venir sobre un avaro, pues todo lo que vee en otros sospira, y todo lo que él tiene y posee le falta? ¿Qué tiene el que a sí mismo no tiene? El hombre avaro tiene ocupados sus ojos en las viñas que planta, las manos en el dinero que rescibe, la lengua en los factores con quien riñe, los pies en ir al ganado que tiene, el tiempo en las trampas que trahe, las orejas en las cuentas que toma, el cuerpo en las compras que hace y el corazón en los ducados que guarda; de manera que, como anda enagenado de sí, ninguna parte tiene en sí. Ya que los hombres avaros no tienen corazón para dar a los amigos o propinquos, es verdad que osan espenderlo consigo mismos, no por cierto ni por novedad, sino que dan por tan mal empleado lo que consigo mismos gastan como lo que otros de su hacienda les hurtan. Al hombre avaro y mísero testirnonio es que le levantan en decir que es rico, porque no él a las riquezas, sino las liquezas a él tienen y poseen, de manera que pasa trabajo en allegarlas, peligro en guardarlas, pleitos en defenderlas y tormento en repartirlas, porque si no le fuese por vergüenza, más querría comer pan y cebolla que no sacar de la bolsa una tarja.

No es de tan buena condición un hombre avaro como lo es el oficial ollero, pues el uno se aprovecha del lodo y el otro no osa tocar en el oro, y más y allende de esto, el pobre ollero gana su vida vendiendo ollas y el hombre avaro pierde la honrra en athesorar sus riquezas. Por muy enterrado y guardado que tenga el avaro a su dinero, de nadie lo guarda tanto como lo guarda de sí mismo, porque si echa dos llaves al cofre para lo guardar, echa docientas a su corazón para no lo gastar. Los hombres generosos y vergonzosos muy mucho se deven guardar de no comenzar a thesorar ni amontonar dinero, porque si una vez se abezan o acostumbran a thesorar y absconder alguna moneda por poca que sea, no por más de por ahorrar una sola blanca, caerán en mil poquedades cada día.

Para vengarse alguno del hombre avariento, no le ha de desear sino que viva muy mucho, porque muy peor vida se da el avariento con su avaricia que nosotros le daríamos con una grande penitencia. Miento si no conoscí, siendo yo guardián de Arévalo, a un ricazo, el cual no comía de toda su hacienda sino la fruta caída, la uva podrida, la carne enferma, el trigo mojado, el vino acedo, el pan ratonado, el queso gusaniento y el tocino rancio, por manera que no se atrevía a comer si no lo que no podía vender. También confieso que fuí a su casa algunas veces, más por mirar que no por negociar, y vi que tenía las cámaras llenas de arañas, las puertas desquiciadas, las ventanas hendidas, los encerados rotos, los suelos levantados, los tejados destejados, las sillas quebradas y las chimeneas caídas, de manera que era casa más para murmurar que no para morar. Aunque es vergüenza de lo decir, no lo dejaré de decir, y es que me decían los vecinos y amigos dél, que, si por caso le venía algún pariente o amigo de fuera, le había de hospedar en casa de algún vecino o pedir todo lo que haíba menester prestado. Grande, por cierto, es la cobdicia, y muy infame es la avaricia, la cual la vergüenza del mundo no reprime, ni el temor de la muerte no ataja. El hombre avaro y mezquino lo que anda a buscar es cuidado para sí, envidia para sus vecinos, espuelas para sus enemigos, despertador para los ladrones, peligro para el cuerpo, dañación para el ánima, maldiciones de los herederos y pleitos para los hijos.

Todas estas cosas os he querido, señor, decir, para que sepáis el ruin oficio que habéis tomado y la mala opinión en que sois tenido, lo cual a nosotros, vuestros amigos, es gran vergüenza, y a vos grande afrenta. Enmendad, señor, el avieso, y tomad en el vivir otro estilo, porque en casa de cualquiera hombre de bien súfrese cualquiera quiebra en la hacienda, y no ninguno en la honrra. Si todavía porfiardes a ser mísero y mezquino y os dierdes a guardar dineros, desde agora me despido de ser vuestro amigo y aun de llamaros mi conoscido, porque jamás me prescié de tener conoscimiento con hombre que osase mentir y se diese a guardar. Esta carta os envío sin llevar pies ni cabeza, es a saber, sin ponerle data, ni tampoco firma, porque yendo, como va, tan colérica y aun satírica, no es justo se sepa quién la escribió, ni para quién se escribió. No más, etc.




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Letra para doña María de Padilla, muger de don Juan de Padilla, en la cual le persuade el auctor se torne al servicio del rey y no eche a perder a Castilla.


Muy magnífica y desaconsejada señora:

En los tiempos que imperaba el buen emperador Justiniano allá en Oriente, gobernaba los reynos de Poniente un capitán suyo, que había nombre Narsetes, varón de gran capacidad para gobernar y de gran ánimo para pelear. De este Narsetes decían los romanos que estaba en él solo la fuerza de Hércules, la audacia de Héctor, la generosidad de Alexandro, el ingenio de Pirro, el ánimo de Antheo y la fortuna de Scipión. Después que este ilustre capitán hubo vencido y muerto a Thotila, rey de los godos, y a Uncelino, rey de los gallos, y a Sindual, rey de los britones, y pacificado y triunphado de todos los reinos de Poniente, revolviéronle los romanos con su señor Justiniano, diciendo que se le quería levantar con el imperio. Fué necesario, pues, a Narsetes partir de Roma y pasar en Asia, a verse con el emperador Justiniano, y con la emperatriz Sophía, su muger, para mostrar su inocencia y probar que todo aquello era levantado por envidia. Días había que la emperatriz Sophía quería muy mal a Narsetes, unos dicen que porque era rico, otros porque mandaba el imperio, otros porque era eunucho, y como vió sazón para mostrarle su odio, díxole un día en Palacio: «Pues tú, Narsetes, eres menos que hombre y medio muger, por ser eunucho, yo te mando que dexes la governación del imperio, y te subas al telar a do texen mis doncellas tocas, y allí les ayudarás a aspar mazorcas». Aunque Narsetes era hombre de gran autoridad y de mucha gravedad, llegáronle aquellas palabras tan a lo íntimo de las entrañas, que se le demudó la cara, y se le arrasaron los ojos de lágrimas, y así, lastimado y lloroso, dixo: «Mucho quisiera, serenísima princesa, que me castigaras como señora, y que no me lastimaras como muger, y no me pesa tanto de lo que me has dicho quanto de la ocasión que me das a lo que te tengo de responder». Y dixo más: «Yo me parto para Ytalia a texer, urdir y tramar una tela, que ni tú la sepas entender, ni aun tu marido la pueda destejer».

Viniendo, pues, al propósito, el señor Abad de Compludo me dió aquí, en Medina, una carta de vuestra merced, la cual venía tan atrevida y descomedida, que él hubo vergüenza de habérmela dado, y yo me espanté de ver lo que en ella venía espripto. Como dixo el buen Narsetes a la emperatriz Sophía, no me pesa de lo que me decís, sino de lo que os tengo de responder, porque será necesario que salga mi pluma a hacer armas con vuestra lengua.

Decís, señora, en vuestra carta que vistes la carta que envié a vuestro marido Juan de Padilla, y que bien paresce en ella que es de frayle irregular, desbocado, atrevido, absoluto y disoluto, y que si estuviera allá en el mundo, no sólo osara tales cosas escrebir, mas aun ni por los rincones hablar. Afeáis me también mucho que soborné a don Pedro Lasso, que sosaqué a don Pedro Girón, que me tomé con el obispo de Zamora, que fuí por los gobernadores a Villa Bráxima, que predico públicamente contra la Junta y que en mi boca no hay verdad, ni en mis obras fidelidad. También me argüís, afeáis, condenáis y aun amenazáis por aquella carta que a vuestro marido escrebí, y por los enojos que le di, afirmando y jurando que después acá que yo le hablé, siempre anda triste, pensativo, amohinado y aun desdichado. También me notáis, y aun argüís, que nunca paro de lisongear a los gobernadores, engañar a los de la Junta, desanimar a su gente de guerra, predicar contra la comunidad, prometer lo que el Rey no manda, ir y venir a Villa Bráxima y traer embaucada a toda Castilla. Estas y otras semejantes cosas vienen en vuestra carta, indignadas de escrevir y escandalosas de contar; mas pues vuestra merced echó primero mano a la espada, no se quexe si en la cabeza le acertare alguna herida.

A lo que decís, señora, que si estuviera en el mundo como estoy en la religión no osara tal carta a vuestro marido escrebir, vos, señora, decís muy gran verdad, porque siendo yo hijo de don Beltrán de Guevara y sobrino de don Ladrón de Guevara, a estar allá en el mundo no había yo de escrebir, sino de pelear; no de cortar la péñula, sino de aguzar la lanza, no de aconsejar a vuestro marido, sino de reptarle de comunero; porque el competir sobre lealtad a traición no se ha de averiguar con palabras, sino con armas. Yo, señora, soy en profesión christiano; en hábito, religioso; en doctrina, theólogo; en linage, de Guevara; en oficio, predicador, y en la opinión, caballero, y no comunero; por cuya causa me prescio de predicar la verdad y impugnar la comunidad. Tengo por verdad a los que defienden la verdad, que son los caballeros y hijosdalgo que están en nuestro exército, pues no saltean los caminos, no roban las iglesias, no talan las mieses, no queman las casas, no saquean los pueblos y no consienten hombres perdidos, sino que guardan su ley y sirven a su rey. Tengo por comunidad y comunero a Hernando de Ávalos, que la inventó; a vos, señora, que la sustentáis; a vuestro marido, que la defiende; al obispo de Zamora, que la sigue; a don Pedro Girón, que la autoriza; a don Pedro Laso, que la predica; a Sarabia, que la alaba; a Quintanilla, que se anda con ella, a don Carlos de Arellano, que la honrra, y a don Pedro Pimentel, que la manda; los quales todos ni saben lo que siguen, y menos lo que pierden.

Yo bien sé que Hernando de Ávalos fué el primero que la comunidad inventó, y también sé que en vuestra casa se ordenó y platicó el hacer la junta en Ávila, y la orden de levantar a todo Castilla; de manera que él puso el fuego y vos, señora, le soplastes. Negro corregimiento fué aquel de Gibraltar, que quitaron a Hernando de Ávalos, pues fué ocasión de él engañaros a vos, y vos a Juan de Padilla, y Juan de Padilla a don Pedro Girón, y don Pedro Girón a don Pedro Laso, y don Pedro Laso al Abad de Compludo, y el Abad de Compludo al obispo de Zamora, y el obispo de Zamora al licenciado Bernardino, y el licenciado Bernardino a Sarabia, y Sarabia a todos los más de la letanía.

Muchas veces he pensado, y aun lo he preguntado, qué fué el motivo, señora, para conmover y alterar este reino, y dícenme todos vuestros amigos, y aun deudos, que adevinastes o soñastes ver a vuestro marido maestre de Santiago, lo cual, si ansí es, es una muy grande liviandad, y no pequeña vanidad, porque ya podría ser que en lugar de darle la cruz, le pusiesen en la cruz. Si queréis a vuestro marido hacerle maestre de Santiago, otro camino habéis de tomar, y otro consejo habéis de dar, porque aquella tan alta dignidad no la ganaron los maestres pasados revolviendo, como vos, a Castilla, sino peleando con los moros en la vega de Granada. En todas las repúblicas del mundo hay amigos y enemigos, contentos y descontentos, prósperos y abatidos, y aun leales y traidores, y en lo que se conocen los unos y los otros es: que los leales se dan a servir, y los traidores se ocupan en robar.

Pensad, señora doña María, que ya murió el rey don Juan, ya fallesció el rey don Enrique, ya degollaron al mariscal Pedro Pardo, ya desterraron al alcalde de Castro Nuño, ya empozaron al capitán Zapico y ahorcaron a Fernán Centeno, en cuyos tristes tiempos, quien más podía, más tenía; mas ya, gracias a Dios, quien algo quisiere, no sólo lo ha de pedir, mas aún ha lo de servir. Si las historias no nos engañan, Mamea fué superba, Medea fué cruel, Marcia fué envidiosa, Popilia fué impúdica, Zenobia fué impaciente, Helena fué inverecunda, Macrina fué incierta, Mirthan fué maliciosa, Domicia fué malsobria; mas de ninguna he leído que haya sido desleal y traidora, sino vos, señora, que negastes la fidelidad que debíades, y la sangre que teníades. Descendiendo vos, señora, de parentela tan honrrada, de sangre tan antigua, de padre tan valeroso y de linage tan generoso, no sé qué pecados fueron los vuestros para que os cupiese en suerte marido tan poco sabio y a él cupiese muger tan sabida. Suelen ser las mugeres naturalmente piadosas, y vos, señora, sois cruel; suelen ser mansas, y vos sois brava; suelen ser pacíficas, y vos sois revoltosa, y aun suelen ser cobardes, y vos sois atrevida; por manera que a la duquesa de Villalba sucedió doña María de Padilla. Quéxase Asiria que se revolvió por Semíramis, Damasco por Mitrida, Armenia por Pincia, Grecia por Helena, Germania por Urondonia, Roma por Agripina, España por Hecuba, y agora se quexa Castilla no que se revolvió por vos, sino que la revolvistes vos.

Para assosegar esa ciudad de Toledo, a do vos, señora, estáis, ni bastan mandamientos del Rey, promesas de los gobernadores, el exército del prior de Sant Juan, amenazas de don Juan de Ribera, ruegos del arzobispo de Barri, persuasiones de vuestros hermanos, ni aun oraciones de los monesterios, sino que cada día estáis más y más encarnizada en la guerra y menos amiga de la paz. También, señora, os levantan que tenéis una esclava lora o loca, la cual es muy grande hechicera, y dicen que os ha dicho y afirmado que en breves días os llamarán señoría, y a vuestro marido alteza, por manera que vos esperáis suceder a la Reina nuestra Señora, y él espera suceder al Rey don Carlos. Yo esto no lo creo, ni jamás lo creeré; mas si por caso es algo, guardaos del diablo y no creiáis al demonio, porque. Joseph soñó que había de ser señor de toda Egipto, y no soñó que le habían de vender allí por esclavo. Ya puede ser que como el demonio es subtil y mañoso, os haya prenosticado la fama que vos tenéis, y el mando que tiene vuestro marido, y cómo el Rey se había de ir y Castilla de revolver, y por otra parte os haya encubierto cómo la comunidad se ha de deshacer y cómo vosotros os habéis de perder.

Zorastes, que fué el inventor del arte mágica; Demócrito el philósopho, y Arthemio, capitán de los thebanos, y Pompeo, cónsul de los romanos, y Tulio y la hija de Tulio, y otros infinitos con ellos, se dieron a hablar con los demonios, y a querer creer mucho en sueños, los quales, si como son muertos, fueran vivos, ellos nos contaran de las burlas que los demonios les hicieron acá, y los tormentos que les dan allá. Nunca vi ni jamás leí a hombre ni muger creer en sueños, hacer hechicerías, andar con nigrománticos, mirar en agüeros, tractar con encantadores y encomendarse a los magos, que no fuese tenido por muy liviano, y aun por muy mal christiano, porque el demonio con ninguno tiene tan estrecha amistad para que haya gana de avisarle, sino de engañarle.

También, señora, os levantan por acá que entrastes en el sagrario de Toledo a tomar la plata que allí estaba, no para renovarla, sino para pagar a vuestra gente de guerra. Ha nos caído acá en mucha gracia la manera que tuvistes en el tomarla y saquearla: es a saber, que entrastes de rodillas, algadas las manos, cubierta de negro, hiriendo os los pechos, llorando y sollozando, y dos hachas delante de vos ardiendo. ¡Oh bienaventurado hurto! ¡Oh glorioso saco! ¡Oh felice plata!, pues con tanta devoción meresciste ser hurtada de aquella sancta iglesia. Los hombres, quando hurtan, temen, y quando los ahorcan, lloran; en vos, señora, es lo contrario, pues al hurtar, lloráis, pienso al justiciar os reiréis. Para enviar los romanos un presente al dios Apolo, que estaba en Delphos, todas las romanas dieron los collares de sus gargantas, los anillos de sus dedos, las axorcas de sus muñecas y aun los chocallos de sus orejas, porque por más bien empleado tenían ellas el darlo a sus templos que no traerlo sobre sus personas. Plega a Dios, señora doña María, seáis agora mejor christiana que fuérades entonces romana, que pues os atrevistes a tomar la plata de la iglesia de Toledo, de mala gana daríades vuestro oro para el templo de Apolo. Tomar de los soldados para dar a la Iglesia, aún pasa; mas tomar de la Iglesia para dar a los soldados, es cosa escandalosa y descomulgada; por manera que fué sacrilegio tomarlo de do se tomó y fué grande escándalo darlo a quien se dió.

Húmilmente, señora, os suplico que atajéis estos males, dexéis esa gente, abráis esas puertas, recojáis a vuestro marido, asoseguéis vuestro corazón, deis al diablo hechiceras y hayáis piedad de Toledo; porque de otra manera, si los negocios van como han ido hasta aquí, nosotros ternemos bien que llorar y vuestra merced que pagar.

De Medina de Rioseco, a XVI de enero MDXXII.