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«Lo quiero más al indio que a ti». Relecturas de civilización y barbarie en los hermanos Mansilla

Fernando Operé





La historia de la conquista y colonización del continente americano fue una historia de encuentros y desencuentros, estos últimos más que los primeros. Las culturas amerindias resistieron el avance europeo de muy diversas formas. Una de ellas fue mediante el cautiverio, rapto de hombres, mujeres y niños que pasaron a engrosar las comunidades indígenas y a paliar, en parte, la pérdida de miembros de estas comunidades debido a guerras, enfermedades y muertes naturales. La historia del cautiverio en América Latina es una historia de vacíos y silencios. Primero, porque la gran mayoría de estos cautivos desaparecieron en el crepúsculo del horizonte histórico y nada más supimos de ellos. Sus vidas no salieron del profundo anonimato e incluso cuando escribieron sus aventuras, los textos quedaron relegados al polvo de los archivos. Segundo, porque cuando estos cautivos regresaron a sus lugares de origen, no hubo interés en que sus vidas sirviesen de ejemplo o modelo, o simplemente como fuente de información. Efectivamente, los cautivos en la América hispana ni escribieron ni se les animó a que lo hicieran. Quizás es éste uno de los aspectos más importantes de la historia del cautiverio, pues invita a la formulación de cuestiones fundamentales.

Si la historia del cautiverio en la América hispánica se extiende desde primeros del siglo XVI a nuestros días, ¿cómo es posible que no se hallan publicado sus relatos ni hallan servido como fuente temática? ¿Es qué no interesaban sus historias? ¿No se consideraba de ningún valor la información que estos testigos pudieran proporcionar sobre la vida de las comunidades indígenas? El romanticismo, tan fascinado con lo exótico, ¿no se vio atraído por estas historias de raptos y fugas? La ausencia de interés en todo el territorio hispanoamericano es más evidente cuando se compara con el mismo fenómeno en los Estados Unidos, especialmente en Nueva Inglaterra, donde la literatura de cautivos (relato y ficción) alcanzó extraordinarias proporciones. Según Gary L. Ebersole, «Thousands of captivity narratives, both factual and fictional, were published over the years, enjoying a wide readership on both sides of the Atlantic; some were reprinted many times» (10). La biblioteca Newberry en Chicago guarda aproximadamente unos dos mil relatos de cautivos publicados con anterioridad a 1880. El dato se refiere exclusivamente a relatos o testimonios. La ficción es otro apartado de extraordinaria fertilidad. Del texto de Mary Rowlandson, Sovereignty and Goodness of God (1682), se publicaron treinta ediciones, siendo uno de los clásicos de la literatura de cautivos en Nueva Inglaterra. El éxito se extendió también a Europa con ediciones aparecidas en Londres. Redeemed Captive. Returning to Zion de 1707, otro relato de cautivos de gran popularidad, vendió más de cien mil copias y fue reeditado con distintos títulos hasta la edición veinte que data de 1918. De los cuatro best-sellers habidos entre 1680 y 1720, tres fueron libros de cautivos. Cien años después, entre 1823 y 1837, cuatro libros alcanzaron ventas de más de cien mil ejemplares: tres novelas de James F. Cooper, en donde el cautiverio forma parte integrante de la trama The Pioneers, The Last of the Mohicans, and The Prairie, y A Narrative of the Life of Mrs. Jemison, de James Everett Seaver, uno de los clásicos de la literatura de cautivos. Del primer relato publicado en Norteamérica, A True History of the Captivity and Restoration of Mrs. Mary Rowlandson (1682), se conocen treinta ediciones. La historiografía y la crítica norteamericana contemporánea también han reconocido su importancia y se han publicado numerosos trabajos críticos e historiográficos. Según Kathryn Derounian-Stodola «Indian captivity narrative is arguably the first American literary form dominated by women's experience as captives, story tellers, writers, and reader», y continúa, «Indian captivity narrative functions as the archetype of American culture» (xi).

¿Por qué interesaban los cautivos y sus historias en la América anglosajona y no en su homónima hispana? Diversos críticos e historiadores (Richard VanDeerBeets, James Axtell, James Leverinier, Hennig Cohen, Gary Ebersole, Joe Snader, y John Demos, la lista es interminable) han meditado sobre el fenómeno, indicando como clave la funcionalidad religiosa que a la experiencia del cautiverio otorgaron las iglesias cristianas, principalmente las puritanas. Éstas se aprestaron a equiparar el cautiverio de los indios al cautiverio que el pecado somete a los hombres, haciendo de los indios encarnaciones del demonio. Para James Levernier y Hennig Cohen, «To be taken captive, then, meant to fall into Stan's power. Indian captivity was an ordeal which had religious implications for both the captive and the Puritan community» (xvii). La decisión de un cautivo de permanecer con sus captores era, a sus ojos, un acto de proporciones incomprensibles y catastróficas. El drama de John Williams y su familia, estudiado por John Demos, ejemplifica el dilema puritano. La tremenda angustia de la familia Williams no provenía del sufrimiento al que sus captores les sometieron por dos años, sino del hecho de que la hija menor, Eunice, rechazase el retorno eligiendo a su esposo mohawk. No todos los protestantes compartían las mismas creencias. Las duras pruebas a las que el cautiverio sometía al cristiano tenían también un efecto saludatorio, especialmente en lo concerniente al elemento redentor del sufrimiento. Escribe Ebersole: «Captivity narratives were part of a spiritual regimen of self-examination and moral improvement» (9). Los puritanos supieron sacar ventajas de la experiencia analizando el dramático episodio como un acto permitido por dios del que podían extraerse importantes lecciones. Es muy común en los textos de cautivos las citas de pasajes bíblicos.

Sin embargo, hay que señalar que la extensa producción de relatos de cautivos adquirió distintas formas dependiendo del grupo social al que iban dirigidos, produciéndose textos anti-indígenas, anti-franceses o anti-católicos. Dada esta múltiple funcionalidad, no sorprende que los cautivos fuesen animados a escribir nada más regresar, bien por familiares, amigos o editores. Su retorno encontraba pronto eco en los titulares de los periódicos. Si el protagonista no era capaz de transcribir su propia experiencia, se le proporcionaba un agente que llevase a cabo el proyecto. Las historias adquirían el carácter de novedad y eran publicadas sin demoras. Richard VanDeerBeets escribe que con el tiempo: «The infusion of melodrama and sensibility into the narratives, appropriately ornametal and stylistically embellished, capitalized on what became an increasingly profitable commercial market for properly "literary" narratives of Indian captivity in the later eighteenth and nineteenth centuries» (xxviii).

La difusión de estos relatos fue tal, que algunos editores no tuvieron escrúpulos en publicar historias inventadas y hacerlas pasar por experiencias reales. Uno de los best-sellers de la época fue el ficcionalizado relato escrito por Abraham Pantler, An Account of the Beautiful Young Lady, Who Was Taken by the Indians and Lived in the Woods Nine Years de 1787, quien lo hizo pasar por verdadero. El abuso llegó a afectar negativamente el prestigio del género. Para salvar la comprometida situación, algunos relatos de cautivos iban acompañados de una declaración jurada en que se daba fe de su autenticidad.

Nada, siquiera parecido, es aplicable a la América hispana. El descubrimiento y conquista fue una empresa de la monarquía española bajo el pendón de un imperio universal cristiano. Entre los planes para el Nuevo Mundo era pivotal la incorporación de los indígenas a la monarquía con el carácter de vasallos, una vez aceptaran el bautismo. En las áreas más densamente pobladas, los indios acabaron incorporándose tras ser vencidas sus iniciales resistencias. Indios y peninsulares convivieron en las ciudades que la sociedad novo hispana construía. El mestizaje fue la nota dominante. La metrópoli se interesaba por los descubrimientos y conquistas, no por los fracasos que estuvieron asociados a las resistencias indígenas. Las crónicas de indias pretendían ser, fundamentalmente, las narraciones de una civilización y su energía expansiva y civilizadora, no de sus fracasos.

Tras la independencia, se observa la aparición de una literatura de ficción (prosa y poesía) sobre tema de cautivos, especialmente en el Río de la Plata. Fue una literatura claramente programática, articulada en el más simplista esquema darwiniano. Dominaba la noción de que el salvajismo de los indios no se cura ni con la religión ni la diplomacia. Se pensaba que el odio al cristiano les era innato y que con sus actos barbáricos continuos (rapto de mujeres blancas y robo de ganados y destrucción de propiedades rurales), los indios estaban justificando los planes civilizadores de hacer tabla rasa. El malón o ataques por sorpresa sobre instalaciones criollas era una dura realidad cotidiana y no un cuento de aventuras. El silencio fue el pago que acompañó el retorno de los ex-cautivos. Más que recordar sus hazañas y mentar sus nombres, la sociedad rioplatense sentía la urgencia por resolver para siempre el problema del indio. Entre las soluciones más barajadas se contemplaba su desplazamiento al corazón de la Patagonia o su extinción.

No se escribieron, al menos no se publicaron, historias de cautivos en el virreinato del Río de la Plata, más tarde Provincias Unidas del Río de la Plata, en los siglos XVIII y XIX. De esos dos siglos, cuando el cautiverio fue una práctica diaria en las zonas fronterizas, tan sólo se conocen tres narraciones de cierta extensión. Sin embargo, existen en los archivos nacionales y de capitales provinciales de la Argentina numerosas declaraciones de cautivos. Aparecen entre los empolvados legajos que el tiempo va desgastando.

Interesa detenerse en el hecho de que sólo tres relatos lograsen tomar forma y salir a la luz pública. De esos tres, dos corresponden a cautivos extranjeros, un francés y un norteamericano, que publicaron en francés e inglés al regreso a casa, animados sin duda por el interés que sus narraciones suscitaron en esos países. Sólo una de las historias, la de Santiago Avendaño, fue publicada en la Argentina, y se hizo incompleta, puesto que sólo se incluyó la fuga. No fue hasta 1999 que este texto se publicó con el título de Memorias del ex cautivo Santiago Avendaño (1834-1874), con un prólogo de P. Meinrado Hux.

Sin embargo la ficción sí se hizo eco de estas historias como fuente temática. Me refiero obviamente a La cautiva (1837), el emblemático poema de Esteban Echeverría, padre del romanticismo argentino, Martín Fierro (1872 y 1878) de José Hernández, que contiene algunas de las escenas más feroces y virulentas sobre el tema, Santos Vega (1851) de Hilario Ascasubi, entre otros. En estos trabajos priva un modelo excluyente. Los indios de la pampa y la Patagonia argentina representan un mal insoslayable que frena el inevitable y necesario expansionismo civilizador que, desde Buenos Aires como epicentro de la nueva República, se expande al resto del territorio.

La visión dantesca de las escenas en La cautiva, o el infernal pasaje con que se inicia la segunda parte del Martín Fierro, no pueden eludir la pesada carga ideológica que contienen. A la sociedad argentina del siglo XIX, en rápido proceso de expansión, le urgía solucionar «el problema del indio». La cautiva funciona como metáfora del antagonismo entre dos sociedades en pugna por su supervivencia. Echeverría rechaza cualquier manifestación de las culturas fronterizas que tantos problemas teóricos representaron a los escritores de su generación, incapaces de gestionar una visión intermedia en el antogonismo maniqueo entre civilización y barbarie. Dada la tremenda difusión de estas obras y su longevidad, se puede decir que los cautivos lo fueron de los indios y de la literatura, puesto que ésta se encargó de cincelar estereotipos y fijarlos en la imaginación popular. De alguna forma, los cautivos/as sirvieron como elementos catalizadores de los conflictos que se debatían en la sociedad argentina.

El drama del cautiverio afectó a todos los sectores de la sociedad desde un punto de vista humano, pero también político y social. Los records que conservamos dan cuenta de un fenómeno de extraordinaria dimensiones. La inteligencia argentina se dividió entre los que se inclinaban por medidas negociadoras o por una guerra continua de exterminio que no admitía paliativos. En este debate teórico hay que situar dos obras peculiares, Una excursión a los indios ranqueles (1870) de Lucio V. Mansilla, uno de los escritores de mayor talento del período, cuyo relato ha cobrado relevancia en los últimos años, y Pablo, o la vida en las pampas (1869), de su hermana, Eduarda Mansilla de García, novela poco conocida y menos estudiada.

Dado la pasión con que el tema fue debatido en su día y las tendenciosas versiones sobre el cautiverio y la vida en los toldos obra de escritores románticos en general, sorprende la frescura y candidez de la novela de Eduarda Mansilla, publicada originalmente en francés en 1869 y traducida al español por su hermano, Lucio. Dirigida al público parisino, Eduarda intentó con este texto hacer digeribles las costumbres del campo argentino al lector europeo. La novela es un tour de fuerza con envoltorio de drama romántico. La trama, con muchos elementos propios de la literatura de la época, trata de Pablo, un muchacho huérfano de padre y único sustento de la madre, que es incorporado al ejército en contra de su voluntad, para engrosar las tropas encargadas de la defensa de las fronteras contra los ataques de los indios. Enamorado de Dolores, hija de un estanciero, y separado del amor materno, Pablo decide huir. No tiene suerte, es acusado de desertor, arrestado y condenado a muerte. La historia incorpora personajes y situaciones características de la literatura decimonónica. Hay indios, malones, gauchos buenos y malos, lenguaje coloquial, oficiales del ejército y alcaldes corruptos, soledad y pampas. Sin embargo, lo que distingue a Eduarda Mansilla de muchos de sus contemporáneos es el tratamiento del tema de la cautiva y, por lo tanto, del indio. La literatura decimonónica, especialmente la romántica, llevó a cabo una división simplista y maniquea de la sociedad argentina. El binomio civilización y barbarie se convirtió en una metáfora ocurrente puesto que de un solo golpe se podía sintetizar un conflicto de una extraordinaria complejidad. La literatura de la época se puso al servicio de esta causa y funcionó como aparato propagandístico e ideológico que justificó acciones militares. En La cautiva los lados del binomio están radicalmente marcados. El indio de Echeverría no es el hombre natural integrado en su medio, sino un ser alienado en el ambiente destructivo de los desiertos donde el viento, las extensiones en su desnudez, la soledad sin habitáculo humano, han hecho mella hasta convertirlo en un ser andrajoso cuyo proceso de sociabilidad se ha ido deteriorando en contacto con el medio natural. Los indios de Martín Fierro no salen mejor parados. Para el gran protector del gaucho, el indio es irrecuperable, y Martín Fierro huye de los toldos sin volver la vista atrás. El último pasaje, en que Fierro mata con sus manos a un indio quien acaba de asesinar a su propio hijo habido con una mujer cautiva, sentenció la causa indígena.

El carácter determinista y tendencioso de estas obras fue muy difícil combatir. La simple insinuación de que un cautivo o una cautiva blanca eligiera quedarse entre sus captores desdeñando la superioridad de la civilización cristiana, parecería blasfemo. Eduarda Mansilla se atreve a hacerlo. Su posición sobre el tema es, no obstante, ambigua, al igual que sobre otros muchos temas controvertidos en los que se arriesga a entrar. Por ejemplo, al referirse al gaucho matiza «no es malo de naturaleza, sino agreste e indolente» (24), y continúa «a mi entender, el Gaucho Malo es uno de los productos más significativos de esa naturaleza grandiosa y salvaje de las pampas. Es la expresión del combate incesante y progresivo que libra una joven sociedad moderna, dispersa en un territorio inmenso, con el desierto y sus leyes terribles. Es el choque, la lucha cuerpo a cuerpo entre el hombre y la tierra» (99).

Eduarda Mansilla fue de las pocas escritoras que se esforzaron por eludir los temas de domesticidad, típicamente asignados a las mujeres escritoras, haciendo incursiones en asuntos políticos, históricos y sociales. Ciertamente influenciada por Sarmiento, entre otros, Eduarda aceptó la versión de los que vieron el mal de la Argentina dentro de un determinismo natural contra el cual el hombre no puede luchar en soledad. Indios, gauchos y personajes fronterizos fueron las víctimas de ese hechizo. Sin embargo, tanto ella como su hermano Lucio, intentaron romper filas con la homogeneidad del análisis liberal criollo añadiendo elementos que complicaran el debate auscultando sin miedo en las celosías de la intrahistoria. En Una excursión a los indios ranqueles, Lucio Mansilla se permite ironizar poniendo en duda la supremacía de la civilización. «La civilización consiste, si yo me hago una idea exacta de ella, en varias cosas. En usar cuellos de papel, que son los más económicos, botas de charol y guantes de cabritilla. En que hay muchos médicos y muchos enfermos, muchos abogados y muchos pleitos, muchos soldados y muchas guerras, muchos ricos y muchos pobres. En que se imprimen periódicos y circulan muchas mentiras» (49). En otras ocasiones compara aspectos de amabas culturas sin que una desnivele en demasía la balanza a su lado. «Como ves Santiago amigo, el espectáculo que presenta el toldo de un indio, es más consolador que el que presenta el rancho de un gaucho. Y no obstante, el gaucho es un hombre civilizado. ¿O son barbaros? ¿Cuales son los verdaderos caracteres de la barbarie?» (194). Sus comentarios, tras encontrarse con numerosas mujeres cautivas al amparo de caciques ranqueles, son interesantes por variados. Evita transgresiones pero también diatribas generalizadas. Cada uno de sus relatos es una micro historia con sus correspondientes elementos de diversidad y complejidad. Como indica Nancy Hanway «For a Nineteenth century Argentine observer, Mansilla's attempt to comprehen the culture of the Ranqueles, is highly anusua (125). Tras visitar los toldos del cacique Caniupán escribe: «El toldo de Caniupán estaba perfectamente construido y aseado. Sus mujeres, indias y cautivas, limpias. Cocinaron con una rapidez increíble un cordero, haciendo puchero y asado, y me dieron de comer» (266). En otro de los toldos indígenas, del cacique Epumer, charló con varias cautivas, interesándose por ellas. Escribe:

Epumer me presentó a su mujer, que se llamaba Quintuiner, sus hijas, que eran dos, y hasta las cautivas cuyo aire de contento y de salud llamó grandemente mi atención.

-¿Cómo les va, hijas -les pregunté.

-Muy bien, señor -me contestaron.

-¿No tienen ganas de salir?

No contestaron y se ruborizaron.

Espumer me dijo:

-Sí, tienen hijos, y no les falta hombre.

Las cautivas añadieron:

-Nos quiere mucho.

-Me alegro -repuse.

Una de ellas esclamó:

-Ojalá todas pudieran decir lo mismo, Güeselencia.


(232)                


La obra y la persona de Lucio V. Mansilla es de extraordinaria ambigüedad y refleja sus orígenes familiares y su vinculación a la Generación del 80, de la que fue uno de sus más clarividentes representantes. A través de su madre, Agustina Rozas de Mansilla, estuvo emparentado con el dictador Juan Manuel de Rosas. Ésta fue una mancha no fácil de borrar y que le valió algún que otro enfrentamiento. Sin embargo, Lucio y su hermana gozaron de las mieles de una clase privilegiada socialmente.

En la misma fecha, recuérdese que Una excursión a los indios ranqueles fue publicado en 1870 y Pablo o la vida en las Pampas en 1869, Eduarda Mansilla incluye en la novela un episodio de similares características. Cuando la madre de Pablo, Micaela, abandonada en su vejez, decide ir a Buenos Aires a visitar a unos familiares. Durante el trayecto entabla amistad con el capataz de la tropa, Melchor Peralta, quien le cuenta la triste historia de su vida. Casado y enamorado de su mujer, en unos muchos viajes por la pampa cerca de San Luis, fueron víctimas de un ataque de los indios, quienes además de caballos y ganado, se llevaron numerosas cautivas y niños, entre ellas a su amada esposa. Melchor fue herido de lanza y le costó un tiempo recuperarse. No pudiendo aceptar la ausencia, se decidió a organizar el rescate. A través de unos indios amigos supo que su esposa se encontraba viva y en buen estado. Con el fin de hacerse con los objetos exigidos por los indios para el rescate, Melchor trabajó duró durante años para hallar que nunca le daba suficiente. Pidió prestado y empeñó todas sus propiedades hasta reunir el rescate requerido. Una vez conseguido y con la emoción y el temor pertinente, inició el viaje hacia los toldos en compañía de sus compadres Velázquez y Gómez. Al llegar, tras larga marcha, con una acumulada sensación de agotamiento y cansancio, se produjo el esperado encuentro con la esposa. La emoción le paralizaba el habla. Sin embargo, la decepción cayó sobre él como una pesada losa. Micaela se negó a regresar. «Guarda el dinero, Melchor, -le dijo- lo quiero más al indio que a vos» (131).

El episodio parece estar extraído del más puro acervo romántico. Es una historia de amores rotos y decepciones, aunque la realidad es que esta escena se repitió en numerosas ocasiones en el territorio del Río de la Plata hasta finales del siglo XIX. La esposa cautiva no regresa, por amor, es decir se ha enamorado de un indio, lo cual parecería una propuesta impensable por la arrogancia criolla. Es una historia repetida y silenciada una y otra vez, por vergüenza, por que desmiente la historia oficial, porque reta la simplicidad con que el discurso positivista articuló la relación con el indio en una época de construcción nacional. Quizás por ello, los libros de los hermanos Mansilla no encontraron su espacio entre los consagrados de la cultura de la época. Por eso también, este libro como otros de sus libros sorprenden e intrigan.






Obras citadas

  • Levernier, James y Hennig Cohen, eds. The Indians and Their Captives. Wesport, Ct: Greenwood Press, 1977.
  • Deroundian-Stodola, Kathryn, ed. Women's Indian Captivity Narratives. New York: Penguin Books, 1998.
  • Ebersole, Gay L., Captured by Texts. Puritan to Post-Modern Images of Indian Captivity. Charlottesville: University Press of Virginia, 1995.
  • Hux, P. Meinrado, ed. Memorias del ex cautivo Santiago Avendaño (1834-1874). Buenos Aires: El Elefante Blanco, 1999.
  • Lojo, María Rosa, La «barbarie» en la narrativa argentina del siglo XIX. Buenos Aires: Ediciones Corregidor, 1994.
  • Masiello, Francine, Between Civilization and Barbarism: Women, Nation, and Literary Culture in Modern Argentina. Lincoln: University of Nebraska Press, 1992.
  • Mansilla de García, Eduarda, Pablo o la vida en las pampas. Buenos Aires: Editorial Confluencia, 1999.
  • Mansilla, Lucio V., Una excursión a los indios ranqueles. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1984.
  • Operé, Fernando, Civilización y barbarie en la literatura argentina del siglo XIX. El tirano Rosas. Madrid: Editorial Conorg, 1987.
  • VanDerBeets, Richard, ed. Held Captive by Indians. Selected Narratives, 1642-1836. Knoxville, Tn: The University of Tennessee Press, 1994.


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