Los eruditos a la violeta
O Curso completo de todas las ciencias dividido en siete lecciones para los siete días de la semana
José Cadalso
En todos los siglos y países del mundo han pretendido introducirse en la república literaria unos hombres ineptos, que fundan su pretensión en cierto aparato artificioso de literatura. Este exterior de sabios puede alucinar a los que no saben lo arduo que es poseer una ciencia, lo difícil que es entender varias a un tiempo, lo imposible que es abrazarlas todas, y lo ridículo que es tratarlas con magisterio, satisfacción propia, y deseo de ser tenido por sabio universal.
Ni nuestra era, ni nuestra patria esta libre de estos pseudoeruditos, (si se me permite esta voz). A ellos va dirigido este papel irónico, con el fin de que los ignorantes no los confundan con los verdaderos sabios, en desprecio y atraso de las ciencias, atribuyendo a la esencia de una facultad las ridículas ideas, que dan de ella los que pretenden poseerla, cuando apenas han saludado sus principios.
Diferentísimos señores:
Aunque en todos los siglos habrán ofrecido mucho que reír, y que llorar las pasiones y flaquezas de los hombres, y por consiguiente en vuestra edad tendríais bastantes objetos de llanto y de risa, no obstante, me parece que la era en que sale a luz este papel merece que resucitéis, para reír el uno a carcajada tendida, y llorar el otro a moco suelto, sobre la literatura y los literatos; prescindiendo de los muchos otros motivos que dicen que hay de llanto y de risa.
Júpiter os guarde de todo mal; pero sobre todo, de un mal erudito.
¡Siglo feliz! ¡Edad incomparable en los anales del tiempo! ¡Envidia de la posteridad admirada, y afrenta de la ignorante antigüedad! Rásgase el velo de la ignorancia desde la estrella el cirio hasta la que está ex diametro opuesta a ella en la inmensa esfera. Brotan torrentes de ciencia desde ambos polos del mundo. Huyen veloces las tinieblas de la ignorancia, —6→ desidia y preocupación de una en otra extremidad de la tierra, y húndense en sus negros abismos, ilustrado todo el orbe por un número asombroso de profundísimos doctores de veinte y cinco a treinta años de edad. Hasta nuestra España, tierra tan dura como el carácter de sus habitantes, produce ya unos hijos que no parecen descendientes de sus abuelos. ¡Siglo feliz!, digo otra vez. ¡Más felices vosotros que en él nacisteis!, más feliz que todos juntos yo solo, a quien la fortuna, más que el mérito, ha colocado en esta sublime cátedra, para reducir, a un sistema de siete días toda la erudición moderna.
Me acobarda, sin duda, lo complicado de este proyecto, pero me alienta el deseo de la gloria; me detiene lo respetable de mi auditorio; pero me incita la estimación que me merece; me hiela en fin el temor de la crítica que me hagan unos hombres tétricos, serios, y adustos; pero me inflaman los primorosos aplausos de tanto erudito barbilampiño, peinado, empolvado, adonizado, y lleno de aguas olorosas de lavanda, sanspareille, ámbar, jazmín, bergamota, y violeta, de cuya ultima voz toma su nombre mi escuela.
Puestos en dos balanzas (¡oh afiligranadísimo, narcisísimo, y delicadísimo auditorio mío!) lo atractivo y espantoso me atrae lo agradable, como la luz a la mariposa, y reduciendo a dos puntos esta corta oración, empiezo. El primero contendrá una idea general de las ciencias, su utilidad y objeto. El segundo propondrá las calidades que se requieren para seguir estos estudios, sirviendo uno y otro de primera lección de este curso.
—7→Si oímos a los hombres graves hablar de las ciencias, nos dirán que ellas son los resplandores de aquella luz con que nacemos: que todas ellas tienen la más estrecha conexión entre sí; pero que es suficiente cada una por sí sola para ocupar la mente del hombre a quien llaman muy débil por su naturaleza, y casi incapaz, si se consideran sus preocupaciones, pasiones, o distracciones, la fuerza de la costumbre, y las flaquezas, miserias y enfermedades del cuerpo, de cuyos órganos se vale el alma para sus descubrimientos físicos: que por eso se han visto raras veces algunos pocos hombres aplicarse con igual suceso a dos facultades; dirán también, muy pagados de su trabajo, que el objeto común de todas ellas, y la utilidad que han prestado a los hombres se divide en dos: una es obtener un menos imperfecto conocimiento del Ente Supremo, con cuyo conocimiento se mueve más el corazón del hombre a tributar más rendidos cultos a su Criador, y la otra es hacerse los hombres más sociables comunicándose mutuamente las producciones de sus entendimientos, y unirse, digámoslo así, a pesar de los mares, y distancias.
Muy santo y bueno será todo esto; y yo no me quiero meter ahora en disputarlo: pero yo y vosotros mis discípulos, hemos de considerar las ciencias con otro objeto muy diferente.
Las ciencias no han de servir más que para lucir en los estrados, paseos, luneta de las comedias, tertulias, antesalas de poderosos, y cafés, y para ensoberbecernos, llenarnos de orgullo, hacernos intratables, e infundirnos un sumo —8→ desprecio para con todos los que no nos admiren. Este es su objeto, su naturaleza, su principio y su fin.
En este infalible supuesto, desechad todo género de moderación con los iguales, toda clase de respeto a los mayores, y toda especie de compasión a los inferiores; y conseguiréis justamente el nombre de sabios, por esto solo; adquiriéndoos tanto más renombre cuanto lo ostentéis con más presunción, adornándoos con la erudición siguiente. En esto se incluyen todas las calidades necesarias para entrar en la carrera, con sólidas esperanzas de que os aprovechen mis instrucciones, y me acrediten vuestros lucimientos.
Basta por hoy. Corta ha sido la primera lección; ¿pero qué río, por caudaloso que entre en la mar, no nace pequeño arroyuelo, cuyo manantial no pueda cubrirse con la hoja de un árbol? Mañana seré más difuso en la Poética y Retórica, que son las facultades más tratadas en nuestros días, aunque en ningunos ha habido menor número de poetas y oradores.
—9→
¿Qué os parece que es la poesía? ¿Habéis creído acaso que sea una facultad digna de que la cultiven los mayores ingenios? Acaso os hace fuerza que algunos de los primeros filósofos, historiadores, y legisladores hayan escrito sus sistemas, sus anales, y sus preceptos en verso? ¿Os espantaréis por eso, y pronunciaréis con algún aprecio los nombres y obras de los principales poetas? Desechad esa pusilanimidad, y aprended de mí a rajar de alto abajo, y hacer astillas todo el monte Parnaso.
Decid poco de los poetas griegos. Bastará que repitáis: ¡Qué imaginación la de Homero! ¡Qué sublimidad la de Píndaro! ¡Qué dulzura la de Anacreonte! ¿Sin Homero qué hubiera sido Virgilio? O bien tomando la contraria con un moderno famoso, diréis: ¿Qué mérito tiene Homero sino la mucha invención, aunque con la pobreza de repetir unas batallas tan parecidas las unas a las otras, y de fingir unos dioses tan parecidos a los hombres en delitos y flaquezas? Los latinos me desagradan menos; Virgilio, por ejemplo: y encajad a secas y sin llover la familia, patria, fortuna y vida del Mantuano, con quien os dignáis de andar más benignos. No os —10→ olvidéis la adulación que hizo a Augusto, cuando con motivo de lo acaecido en las festividades de Roma, dijo muy al caso:
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Diréis cómo de pura modestia no firmó este dístico, y cómo se aprovechó otro poeta, sin duda menos corto de genio, y lo adoptó en público, como hijo de sus entrañas. Exclamad aquí de paso contra los plagiarios, apretando mucho sobre la voz plagiato, que es griega por todos cuatro costados. Contad cómo Virgilio lo sintió, y puso el principio de un pentámetro (apretad sobre la voz pentámetro, que no le va en zaga a plagiato)
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repitiéndolo cuatro veces, como desafiando a los literatos a que les llenasen; y viendo que nadie salía al desempeño (porque en todos tiempos ha habido muchos sabios de teórica y pocos de practica) él mismo, a rostro descubierto, puso en un paraje público, como si dijéramos en la Puerta del Sol de Madrid, la siguiente friolera:
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Proseguid salpicando sus obras de este modo. Notad las expresiones enérgicas del pastor Corydon en la elegía segunda, y en la cuarta la elevación de estilo, con que habla en tono profético, diciendo:
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No echéis en olvido el famoso verso que, si lo hubiera hecho un estudiante, le hubiera costado azotes de mano de su pedagogo.
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Saltad de allí a las Geórgicas, y de ellas adelante, diciendo que Mr. Reaumur, y otros académicos han escrito mejor de las abejas, y cultura de los campos: lo cual ya veis es muy del caso para el mérito poético, de que se trata.
Empezad la Eneida, dando noticia del tiempo, que tardó en componerla, que la dejó imperfecta, como lo demuestran los versos por acabar, que estando en la hora de la muerte, mandó, que la quemaran; pero que sus albaceas no siguieron su última voluntad, como sucede muchas veces, y formaron escrúpulo de privar a la república literaria de este tesoro. Disputad sobre si los cuatro versos anteriores al arma virumque cano, se deben o no comprender en el poema. Y sobre esto dadlas, y tomadlas, gritad, clamad, chillad hasta que veáis que los oyentes bostezan, que en tal lance, para no echar a perder el día, será preciso que digáis con furor los versos de la tempestad desde el 81 hasta el 135, en el que os debe parar el quos ego, que —12→ todos pretenden explicar y ninguno ha entendido hasta ahora. No os olvidéis los amores de Dido, y Eneas, que Venus fomentó por medio del inocente Ascanio. Diréis que Virgilio cometió en eso un horroroso anacronismo; y no expliquéis esta voz griega, como no estéis de muy buen humor aquel día. Supongo que daréis principio al segundo libro con aquello de
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Reparad bien en lo de toro y pater, que no era todo uno; relatad el sitio de Troya, la picardía de Sinón, la desgraciada Casandra, la muerte de Laoconte, la entrada del caballo, que para serviros era nada menos que instar montis. Notad la elección de voces en los versos en que dice, que un amigo tiró una lanzada al caballo, y sucedió que...
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Que no parece sino que está uno viendo vibrar la flecha, y oyendo el eco de las concavidades. ¿Pues qué de aquello, que dice Héctor a su vecino, cuando se le aparece ensangrentado?, a saber:
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Pasad al libro cuarto, que es el más bonito; decid lo de la selva, tempestad, cueva, etc. y deste modo tomad una flor de cada ramillete, por toda la extensión de la obra; y todo el —13→ mundo os tendrá por grandes poetas, y tan grandes que os encargarán acabéis los versos que lo necesitan en la Eneida. De más a más habéis de insinuar con aire misterioso, y como si él mismo hubiera venido a propósito del otro mundo para decíroslo al oído, que si Virgilio hizo tan llorón y tan supersticioso a su héroe fue por lisonjear a Augusto, cuyo carácter era muy análogo al fingido de Eneas; y no olvidéis la palabra análogo, por amor de Dios, porque ya veis que es muy bonita.
De Ovidio habréis de charlar con igual despotismo, decid también su nacimiento, origen, amores, destierro y muerte. No os aconsejo que os metáis en los Metamorfoseos, ni Fastos: id a lo elegíaco que es más florido y gustoso. Notad lo dulce de sus tristezas, en sus elegías y Cartas del Ponto, sus comparaciones, y sus amplificaciones, y su ternura en las Cartas heroidas, y su magisterio en el Arte amandi. Insinuad lo de Livia, y lo de Corina. Os pido, por vuestro honor y el mío, digáis con mucha frecuencia muchos versos de este azucarado poeta, por ejemplo toda la elegía segunda del libro primero, que empieza...
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Las quejas de un amigo suyo, de quien se veía abandonado en su desgracia (en lo cual, a fe mía, que no han mejorado los tiempos) y es el principio de la elegía séptima:
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Y al mismo propósito en la elegía octava los versos cinco y seis, y la comparación que sigue:
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En el libro segundo de los tristes notad el principio y los versos 33 y 34, que dicen, si mal no me acuerdo...
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En la primera elegía del libro cuarto aprended de memoria aquellas hermosísimas comparaciones del alivio, que hallaba en la poesía, con el que hallan los que trabajan al son de sus canciones, diciendo...
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Y sobre todo, sabed como un papagayo toda la elegía décima del libro 4 en que él mismo cuenta su vida, su vocación a la poesía, la reprehensión de su padre sobre que no hiciera coplas, y su terquedad en quererlas hacer...
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Y cómo le argüía el pobre viejo sobre que el camino del Parnaso es el mismo que el del hospital, pues todo el que profesa en la poesía hace voto de pobreza, ipso facto, testigo el primero de todos los que se pueden citar por poetas y por pobres.
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Pero estaba de Dios que el niño había de ser poeta, contra viento y marea, pues él mismo dice, que cuando más descuidado estaba, hétele ahí que le venía un flujo de versificar, que se lo llevaba de calles, y
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Y así de sus otras obras, y por mía la cuenta.
De Horacio diréis que es muy sentencioso, abundante en metros diferentes, y que sus hexámetros no son los mejores, como tampoco lo es el acabar sus versos con un et, o con media palabra; y sacad luego, luego, su par de ejemplitos, aunque nadie los quiera ver.
Ejemplo primero.
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Ejemplo segundo.
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Haréis que todos observen, que los principios de sus odas anuncian más de lo que son, en realidad de verdad; y con este motivo echad al montón, que Dios crió, los siguientes principios.
Y al pronunciar este último verso, arquead las cejas, mirad al rededor, por encima de las cabezas de todos, extendiendo el brazo derecho; esto es, si sois muy altos, porque si sois chicos, como yo, tendréis que encaramaros sobre una mesa. Podréis proseguir citando otros varios:
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Copiándolos y aprendiéndolos de memoria, pidiendo un Horacio prestado a un amigo, que sin duda os lo prestará de buena gana, y dinero encima por no oíros. De su Arte Poética sabréis de memoria los primeros versos, y el séptimo y siguientes, que forman la ejecutoria de la moda, pues le concede tantos privilegios, que, dice expresamente...
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Multa renascentur que jam cecidere; cadentque qua nunc sunt in honore vocabula, si volet usus quem penes arbitrium est et jus et norma loquendi. |
De Lucano diréis, que se le conocía lo español en lo fanfarrón, y que después de leída la Eneida, ¿quién ha de leer la Farsalia? No obstante, diréis su patria y obras, (digo por el título) y tomaréis unos cincuenta versos de memoria, para llenar el tiempo, si os sobrare, lo que dudo muy mucho.
De Marcial celebraréis la ingenuidad, que otros llaman indecencia, con que llama cada cosa por su nombre; pero, por lo que es cuenta, sabréis media docena de sus epigramas, para repartirlos entre los felices mortales que os escuchen con frecuencia; y cuidado no recitéis delante de alguna vieja el siguiente:
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Con igual ligereza y despotismo trataréis a Juvenal, Persio, Propercio, Tibulo, y Catulo con todos los restantes, en la seguridad de que en todos tendréis igual acierto, y admiración de parte de los inteligentes, y aún gratitud de la de los interesados, si resucitaran, y os oyeran.
De los nuestros, ya os oigo preguntarme qué habéis de decir. Allá voy, pero tomemos un poco de descanso, que el Parnaso es largo, y dificultoso de andar.
Diréis que han tenido cosas buenas y malas —18→ otras tantas, (verdad incontrastable que conviene a la mayor parte de los hijosde Adán.)
Nombraréis a Juan de Mena, Boscán, Garcilaso, León, Herrera, Ercilla, Mendoza, Villegas, Lope, Quevedo, etc.
Citad de Juan de Mena los versos dodecasílabos de sus Coplas. Ejemplo:
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Las famosas octavas a su modo, en que pinta los lamentos de una madre al ver a su hijo muerto en la guerra, y empiezan, si no me engaña la memoria:
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Y aquello de
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De Argensola aprenderéis con mucha cuidado, y recitaréis con mucha pompa, en todos los meses del año, aquel soneto de otoño, que dice,
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De Fr. Luis de León decid, con igual madurez, que hizo buenas traducciones de Horacio, y que no es mala su oda de la «Profecía del Tajo», que empieza:
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Alabad la dulzura de Garcilaso. Repetid, aunque se esté hablando de las guerras entre rusos y turcos, aquel dulcísimo soneto suyo:
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Y luego, en caliente, sin dejar al auditorio dos minutos de tiempo para descansar de la fatiga, con que os habrá estado viendo liquidaros, dulcificaros, almibararos, y derretiros, como azúcar candi en la boca de una niña golosa, encajad de cabo a rabo toda la égloga.
—20→
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Y saboreaos y relameos cuando dice aquello del sabroso cantar.
Repetid una por una todas las barquillas de Lope de Vega, aunque, con ellas lleguéis a marear a todos los oyentes.
De Quevedo asegurad bajo vuestra palabra de erudición poética, que fue un poeta de bodegón, y si alguno tuviese el alto, y nunca bastantemente execrado atrevimiento de citar sus obras serias, tomad un polvo, y decid con desprecio, ¡oh!, ¡oh!, ¡oh! Alabad sus letrillas satíricas por ejemplo:
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Y luego con risita de chiste, decid: Este Quevedo escribió mil polisonerías (porque aunque pillerías significa lo mismo, pero es más castellano).
Iguales retazos mostraréis de los restantes líricos, y satíricos; y por lo tocante a los épicos nuestros, sea Ercilla el único que nombréis; y aun de éste diréis más que el discurso de Colocolo, alabándolo mucho, porque lo alabó un célebre francés sin alabar otros pedazos excelentes que tiene, porque el tal no los alabó.
Entre los franceses celebrad a Boileau sus Sátiras y Arte Poética, y aprended, sin perder —21→ sílaba, aquel hermoso pasaje en que se sirve llamarnos salvajes, porque no gustamos de comedias con unidades. Decid, que él sembró la buena semilla de la verdadera poesía, cultivada por Racine y Corneille, y otros que los siguieron. Citad una pieza de cada uno, diciendo que el jefe de obra del primero es el Cid, y del segundo, la Fedra; pero disimulando que el tal Cid es de nuestro Guillen de Castro, aunque tan bien vestido y peinado a la francesa, que nadie dirá que fue español; y también callaréis que en la tal Fedra hay una relación campanuda, hinchada, y pomposa de la misma naturaleza que las que critican tanto en nuestros pobres autores del siglo pasado. Hablad de las novedades introducidas en la escena francesa por M. Beloy en lo trágico, y M. Diderot en lo cómico. Notad lo que le valió al primero su Tragedia de la toma de Calais, (que sin duda fue más de lo que les costó a los ingleses la toma de la plaza) los puñales, corazones, venenos, y otras máquinas introducidas en sus composiciones. Método nuevo que no sé cómo no repugnó a los franceses acostumbrados, por la mayor parte, según dice uno de sus mayores ingenios, à des elegies amoureuses.
Por un acto de vuestra natural urbanidad, diréis (de modo que no lo oiga ningún francés) que los italianos son los primeros en la poesía, como en la pintura y música. Hablad del Petrarca, Taso, Dante, y otros, sin olvidar a Maffey, con su tragedia La Merope, sangrientamente criticada por Voltaire, y bien defendida por su autor; ni dejar tampoco en la memoria al caballero Guarino con su poco de pastor —22→ Fido; y cuidando, sobre todo, de saber de memoria varias letras de las arias del Metastasio.
De los poetas ingleses abominad a la francesa, diciendo que su épico Milton deliró, cuando puso artillería en el cielo, cuando hizo hablar a la muerte, al pecado, etc., y no llamaréis un punto menos que feroz a la Melpómene, que inspiró a Shakespeare sus dramas lúgubres, fúnebres, sangrientos, llenos de splin, y cargados de los densos vapores del Támesis, y de las negras partículas del carbón de piedra; sin olvidar una sola palabra de cuantas componen esta lóbrega oración, porque son todas ellas del conjuro, para quedar bien en la gracia de algunos amigos. Con esto y con pronunciar, como Dios os dé a entender, el nombre del insigne Shakespeare, nadie dudará de vuestro voto y su autoridad en materias del teatro inglés; y más si añadís por superabundancia de erudición, que una de las fondas, o tabernas en que se suele emborrachar parte de la joven nobleza inglesa al salir de la comedia, tiene por muestra la cabeza del susodicho Shakespeare, atolondrará vuestra erudición a cuantos os escuchen.
De nuestros dramáticos hablad poco y medido por el gusto de vuestro auditorio. Si habláis delante de algunos hombres serios, que gastan peluca, o gorro hasta las cejas, uñas largas y camisa por semana, diréis que si Calderón, Lope, Moreto, Solís, Zamora, Cañizares, y los otros de aquella secta no quisieron ceñirse a las reglas del teatro, fue meramente porque no quisieron, y que en lenguaje, ida, y desenlace fueron originales. Si habláis delante de los que creen que el español no debe andar en —23→ dos pies, soltad los diques, y decid cuanto se os antoje en desdoro nuestro, que todo será bien admitido, verdadero, o falso, cierto, o exagerado.
De los dramáticos griegos y latinos decid que aunque son los modelos, no gustarían hoy sus dramas, por aquel aparato de la antigua representación, con mascarillas, acompañamiento de flautas, etc. No obstante citad a Eurípides, Sófocles, Séneca, Terencio, y Plauto, y una pieza de cada uno. Con esto y con repetir a menudo las palabras del conjuro, unidad, prólogo, catástrofe, episodio, escena, acto, coro, corifeo, etc., y con decir que el plaudite de los cómicos romanos equivalía a una despedida de:
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Os tendrán por pozos de ciencia poético-trágico-cómico-grecolatino-ánglico-itálico -gálico-hispánico-antiguo-moderno; (¡fuego, y qué tirada!) y pobre del autor que saque su pieza al público sin vuestra aprobación. Decid pieza, y no composición, porque más de la mitad del mérito está en eso. Pero vosotros no deis al público un dedo de papel vuestro, porque os exponéis a perder todo el concepto que os habrá adquirido esta lección. Nunca soltéis prenda. El tiempo que habéis de gastar en componer, no digo una tragedia, ni un poema épico, ni siquiera un sainete, sino solamente un dístico latino, o una seguidilla española, gastadlo —24→ en llenaros esas bien peinadas cabezas de párrafos de aquí y de allí, pedazos de estos y de aquellos, y de mucha vanidad sobre todo. Con esto, y con renegar de los compositores modernos, diciendo que Cruz hizo demasiado ahínco en los cortejos y abates, Moratín un Pelayo muy crédulo, y Valle una princesa muy enamorada, quedaréis calificados examinadores del Parnaso, creerán las gentes que las musas os hacen la cama, y que Febo os envía el coche cuando llueve.
Quedáis sólida y perfectamente instruidos en lo que es poética, y podréis, y aún deberéis meteros a hablar de poesías, por cualquier corro de poetas, como Santiago por los moros. Tosamos, escupamos, sonémonos las narices, tomemos un polvo, y hechas todas estas diligencias, pasemos a la
RETÓRICA
Con mucha más facilidad luciréis en materias de Retórica. Con saber la distinción entre el retor y el orador, las definiciones de las figuras, los nombres, patrias, y títulos de las obras que nos han quedado de Demóstenes, Longino, Cicerón y Quintiliano, con aprender el principio de la Catilinaria famosa, quousque tandem abutere Catilina patientiâ nostrâ; con citar el tratado de naturâ Deorum, notando de paso que se puede creer conociese la existencia de un solo Dios, o si queréis el monoteísmo (pronunciando esta palabra con todo primor) con estos pocos requisitos, sentaréis plaza de hombre, pasmosamente instruido en la elocuencia antigua; —25→ y por cuanto podréis decir muchos desatinos de los griegos y romanos, si no los estudiáis muy despacio, pasad a los modernos.
Lamentaos de la decadencia de la Oratoria. Decid que los franceses apenas tienen oradores, y esos pocos solamente en lo sagrado; que los ingleses sólo la usan en su parlamento tratando de los impuestos sobre la cerveza, o en desprecio de las demás naciones; que nosotros no hemos tenido más que a Fr. Luis de Granada; que éste también la empleó en la mística; que nuestro Maestro Feijoo fue un inconsiderado en decir que la Retórica es inútil a quien tenga un modo natural y feliz de persuadir, y con un párrafo que digáis de cada uno, gritarán todos a una voz: ¡Bien hayan las madres que tales hijos paren!
Muy perteneciente a esta materia sería tratar de la latinidad. Decid, y diréis bien, que está perdida. Decid y diréis mal, que os atrevéis a resucitarla. Recitad cuatro párrafos de latín de escuela, y vomitad de asco; decid dos dísticos que os pediréis prestados los unos a los otros, y relameos con ellos; y sea siempre feliz conclusión de vuestras conferencias una docena de invectivas contra la bóveda que ilumina a España, y, decid que nuestra estrella es de ignorantes; y en eso os juro, no mentiréis del todo, y que no habrá quien diga, que no sois unos verdaderos poetas y oradores a la violeta.
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Me parece que os estoy viendo perplejos en punto de filosofía. Os espanta su nombre, que es griego; os admira su antigüedad; os detiene la vista de tantos sistemas diferentes, seguidos cada uno por hombres, a la verdad insignes; y no sabéis no sólo a quién dar la preferencia; pero ni siquiera por dónde entrar en este laberinto. Ensanchaos los corazones con las siguientes advertencias, ponedlas en práctica, y entrad con suma confianza en la carrera.
Hay cierta obrita en este mundo en que, gracias a la paciencia de su autor, hallaréis el nombre, origen, patria, sistema, dichos, hechos, vida y muerte de cada una de los filósofos antiguos y modernos, con todo primor, hasta el de poner el retrato de cada uno, que sin duda se le parecerá, o no. La historia de los modernos tiene fijo nombre de autor, y su gracia es Mr. de Saverien con su retrato en el frontispicio, muy bien peinado, afeitado y vestido con toda gracia. La impresión es de Amsterdam y del año de 1762. La de los antiguos es tan parecida a la de los modernos, que sin encargarse —27→ gravemente la conciencia, se puede conjeturar sea obra del mismo, extractada de Laercio y otros.
Desde Tales hasta el último de nuestros días, están todos puntualmente tratados, y con un poco de memoria, no se tocará en las conversaciones punto alguno de filosofía en que no podáis entrar osados, y salir lucidos. Con esta ayuda corroboraréis vuestra locuacidad, con la autoridad de paganos y cristianos, y de cuanto se os antoje, que de todo hay. Vaya un ejemplo, sacado de ellos por orden alfabético.
A
Alma... ¿Queréis hablar del alma, según el sistema de los antiguos? Id al índice, y encontraréis que Tales fue el primero que aseguró su inmortalidad: que este filósofo enseñó que el alma conoce las cosas corporales por los órganos corporales, y las espirituales sin dichos órganos, etc. Todo esto sin salir de la página 14 y 15 del primer tomo.
En la 220 veréis cómo la define Platón y la obscuridad de su sistema. En la 309 veréis dictamen de Aristóteles, etc.
Amigos... En el mismo tomo página 150, veréis el sentido de los Cirineos sobre la amistad. En la 308, la definición de la amistad dada por Aristóteles, y en la 211 del segundo tomo la que da Pitágoras.
Aacute;tomos... En el tomo segundo en la página 374, veréis lo que se dice sobre el continuo movimiento de ellos.
—28→B
Belleza... Veréis sus diferentes definiciones por varios filósofos, y en la página 300 del tomo primero.
Bien soberano... Veréis lo que dice Confucio en la página 119 del tomo tercero.
C
Cerebro... En el tomo segundo en la página 223 hallaréis que Pitágoras dice que el cerebro es la residencia de la razón y del espíritu.
Cometa... Veréis en el tomo segundo a la página 403 el dictamen de Epicuro sobre estos fenómenos o fenomenos, que por eso no hemos de reñir: pero desechadlo, apelando a Newton.
D
Dios... En la página 21 del tomo primero, en la 22 y en la 216 veréis lo que dijeron de la esencia suprema algunos antiguos: aquí podréis a poca costa ostentar mucha erudición, hasta donde os diere la regaladísima gana, pasando revista a todos los entes criados, y sacando por consecuencia que debe haber habido un Ser que los haya criado y conservado; y esta verdad de Pedro Grullo, bien amplificada y, tratada, os hará más provecho que toda la erudición del mundo.
Así proseguiréis con los artículos que necesitéis saber según la mente de los antiguos. No ignoréis el nombre de alguno de ellos, a cuyo —29→ fin copiad la siguiente lista, que os será muy útil.
Tales. | Euclides. | Metrocles. |
Solón. | Diodoto. | Hiparco. |
Estilpón. | Simón. | Menipo. |
Critón. | Claucón. | Zenón. |
Hipaso. | Senmias. | Aristo. |
Antístenes. | Cebes. | Hércules. |
Filolao. | Menedemes. | Dionisio. |
Eudosio. | Plautón. | Cleanto. |
Quilón. | Espeusipo. | Esfero. |
Pítaco. | Jenócrates. | Crisipo. |
Bías. | Polemón. | Pitágoras. |
Cleóbulo. | Crates. | Empédocles. |
Periandro. | Crantor. | Epicarmo. |
Anacarsis. | Arcesilao. | Arquitas. |
Misón. | Bion. | Alcmeón. |
Epiménides. | Lacides. | Hipaso. |
Ferecides. | Carnéades. | Jenófanes. |
Anaximandro. | Clitómaco. | Parménides. |
Anaxímenes. | Aristóteles. | Meliso. |
Anaxágoras. | Teofrastes. | Leucipo. |
Arcquelao. | Estratón. | Demócrito. |
Sócrates. | Licón. | Protágoras. |
Jenofonte. | Posidonio. | Diógenes |
Esquines. | Epitecto. | Apdinar. |
Timón. | Diógenes. | Anaxarques. |
Epicuro. | Monimo. | Pitón. |
Aristipo. | Onéscrito. | Dióg. Laercio. |
Fedón. | Crates. | Confucio. |
Y algunos otros que se me habrán escapado. Con aprender de memoria los nombres más enrevesados de algunos de estos viejos, como Ferecides, Carnéades, Empédocles, Anaxarques, —30→ y otros de este sonido, con hablar de lógica, silogismos, entimemas, sorites, dilema, (argumento conocido, por otro nombre cosquilloso a los maridos) premisas, ilación, metafísica transcendencia del ente por las diferencias, precisiones objetivas, etc. Con nombrar a Heráclito y Demócrito diciendo que el uno siempre se afligía y el otro siempre se reía de cuanto pasa en el mundo; con censurar el materialismo de Epicuro; con nombrar las varias sectas de filósofos, como platónicos, académicos, dialécticos cirenaicos, megarios, cínicos, peripatéticos, y pitagóricos; con hablar un poco de la transmigración, o metempsicosis, (que aunque sea lo propio, suena mejor, porque se entiende menos) y con acabar, diciendo que si estos antiguos filósofos resucitaran, les vendría muy ancho el ser admitidos por estudiantes en la escuela de Newton, Descartes, Leibnitz, Gassendi, Nollet y otros, tendrá el mundo a cualquiera de vosotros por más filósofos que todas los nombrados; y se abrirán las bocas de par en par cuando empecéis a discurrir de los modernos, lo que ejecutareis del siguiente modo, si no lo habéis mal.
Divididlos en físicos, metafísicos, y moralistas; de los primeros, ya os he nombrado algunos, a los que añadiréis Muschembrock, Kepler, S. Gravesand, y los demás que os presentará M. Saverien, el ya nombrado, con una relación y curioso romance de la vida y milagros de cada uno, con cuyas exactas noticias, y repetir con frecuencia aquello de torbellino, atracción, repulsión, gravedad, materia —31→ sutil, choque, fuerzas centrales centrífuga, y centrípeta, fuerza de inercia, ángulo de incidencia y de reflexión, y tubos capilares, y con decir algo de óptica, dióptrica, catóptrica, hidráulica, hidrostática, estática, mecánica, neumática, eléctrica, pirómetro, barómetro, termómetro, aerómetro, bombas de atracción y de compulsión, con saber explicar una cámara obscura, y una linterna mágica, en hablar del arco iris cuando llueve y hace sol; referir la experiencia del fuego eléctrico que se hizo en París con no sé cuántos inválidos; y explicar cómo un piojo parece elefante en el microscopio, no habrá vieja que no os tenga por tan mágico en nuestros días, como el pobre Marqués de Villena lo fue en los suyos.
Por lo que toca a los metafísicos y moralistas que citéis, con vuestro pan os lo comáis; porque, vamos claros, los amigos Hobbes, Espinosa, y otros templados por el mismo tono, cuando hablaron de Dios, del alma, de la eternidad, del premio, y del castigo, del bien, y del mal, de la libertad, y de la necesidad, imprimieron cosas que no están escritas. No me meteré yo en aconsejaros del ensayo sobre el hombre del señor Alejandro Pope, ni del otro sobre el entendimiento humano del señor Locke; pero lo cierto es, (diréis misteriosamente si alguno soltase la chinita para que resbaléis) que las traducciones francesas de estas obras son muy inferiores a los originales; y con esto quién no ha de creer a pie juntillas, que sobre ser muy inteligentes en el moral inglés, habláis aquel idioma mejor —32→ que el mismo orador de la Cámara de los Comunes.
Aplaudid a Mr. Marmontel. Es el moralista de estrado más digno de la Cátedra de Prima. No hay petimetre, ni petimetra, abate distraído, soldado de paz, filósofo extravagante, heredero gastador, ni viuda de veinte años, que no tenga un curso completo de moral en los primorosos cuentos de este finísimo académico. Entre ellos desechad el intitulado El filósofo en el nombre. Parece que la tal maldita novela, Dios me lo perdone, se hizo adrede contra vosotros, pues os viene como zapato de vuestro pie. De buena gana os hablara de otra obra muy seria de la misma pluma, pero como dicen que sirve solo para palaciegos desgraciados, generales tristes, y ministros caídos, y no creo que jamás os veáis en eso, me haréis el honor de permitirme, que me tome la libertad de callarla. (Ved qué modo tan cortés de negar una cosa.)
Alabaréis mucho a Muratori, diciendo que escribió juiciosamente sobre la felicidad pública; pero sin meteros en discusiones, exclamad que es lástima sean tan malas las impresiones de Venecia.
Ahora que quedáis cumplidamente instruidos, y sólidamente enterados de todas las filosofías antiguas y modernas, os advierto, que para ser tenidos por filósofos consumados, no bastará saber, como sabéis (gracias a Dios, a mi nuevo método, y a vuestra sublime comprehensión) todas las obras de los filósofos antiguos y modernos. No basta, hijos míos, no basta por cierto. Es indispensable que tengáis, llevéis, publiquéis, aparentéis, y ostentéis un —33→ exterior filosófico. Persuadido de esta verdad Diógenes se salía a medio día de su tonel, con una linterna en la mano, buscando un hombre por las calles de una ciudad populosa. Otro, al tiempo que los enemigos sitiadores asaltaban las murallas, se estaba con mucha seriedad haciendo una demostración geométrica, y los soldados, que no entendían de más ángulos que los que formaban con la espada, acabaron con él, y con la figura, que era el objeto de su embeleso o tal vez de su vanidad. En consecuencia de esto, es preciso que os distingáis también por algún capricho de semejante naturaleza, e importancia, para que la gente que os vea pasar por la calle, diga: Allá va un filósofo. Unos habéis de estar, por ejemplo, siempre distraídos, habéis de entrar en alguna botillería preguntando si tienen botas inglesas, o en alguna librería preguntando si alquilan coches para el sitio. Otros, aunque tengáis los ojos muy buenos y hermosos, habéis de llevar un sempiterno anteojo en conversación con la nariz. Otros habéis de comer precisamente a tal, o tal hora y que sea extravagante, como si dijéramos a las nueve de la mañana, o a las seis de la tarde; y si los estómagos tuviesen hambre a otras horas, que tengan paciencia, y se vayan afilosofando. Otros habéis de correr, como volantes, por esas calles de Dios, atropellando a cuanto chiquillo salga de las puertas, en hora menguada para él y su triste madre. Otros habéis de tener aprehensiones de enfermedades, y si alguno os pregunta el estado de vuestra importante salud, quejaos de todos los males a que está expuesta la frágil máquina del cuerpo humano; —34→ y aunque tengáis más fuerza que un Hércules, y más colores que un Baco, ensartad lo de tísico, ético, asmático, paralítico, escorbútico, etc., etc., etc., etc., de modo que se queden en ayunas de la respuesta, como no la escriban, y la lleven al Protomedicato.
Con estas y otras extravagancias semejantes, veréis cuanta estimación ganáis de oriente a occidente, y desde septentrión a mediodía; y más si os hacéis encontradizos con quien no os conozca. No faltéis a esto, ni a copiar, si os parece, en dicha obra la lista de los filósofos modernos, que yo tengo otras cosas que hacer.
Si en el concurso viereis algunas damas atentas a lo que decís, lo que no es del todo imposible, como no haya por allí algún papagayo con quien hablar, algún perrito a quien besar, algún mico con quien jugar, o algún petimetre con quien charlar, ablandad vuestra erudición, dulcificad vuestro estilo, modulad vuestra voz, componed vuestro semblante, y dejaos caer con gracia sobre las filosofías, que ha habido en otras edades; decid que las hubo de todas sectas; y dejando pendiente el discurso, idos a casa, y sin dormir aquella noche (a menos que se os acabe el velón, en cuyo caso será preciso que esperéis hasta que amanezca, y sería chasco, si fuese por enero) tomad la obra citada, y en la pag. 189 del tomo tercero veréis las mujeres filósofas con su nombre, patria, y sistema, con la distinción entre las que filosofaron, según alguna determinada escuela, o las que se anduvieron filosofando, como quisieron, para las cuales tenemos en —35→ este siglo excelentes maridos. Tened muy presente la siguiente lista.
Hipo. | Aristoclea. | Cleobullina. | Aspasia. |
Clea. | Diotima. | Beronisa. | Pámfila. |
Eurídice. | Julia. | Domna. | Myro. |
Sosipatra. | Antusa. | Agonize. | Eudocia. |
Elocia. | Novela. | Anacomena. | Eudocia. |
Y otras que allí veréis, y yo no me quiero detener en trasladar. Notad que entre las filósofas la secta mayor fue la de las pitagóricas, porque sin duda (diréis con gracejo, haciéndoos aire con algún abanico, si es verano, y calentándoos la espalda a la chimenea, si es invierno, o dando cuerda a vuestro reloj, que habréis puesto con el de alguna dama de la concurrencia, o componiéndoos algún bucle, que se os habrá desordenado, o mirando las luces de los brillantes de alguna piocha, o tomando un polvo con pausa, y profundidad en la caja de alguna señora, o mirándoos a un espejo en postura de empezar el amable) sin duda diréis, haciendo alguna cosa de estas, o todas juntas, porque el sistema de Pitágoras trae la metempsicosis, transmigración, o vaya en castellano una vez, sin que sirva de ejemplar para en adelante, el paso de un alma por varios cuerpos, y esta mudanza debe ser favorita del bello sexo. Veréis cómo todas se sonríen y dicen: ¡Qué gracioso!, ¡qué chusco!, unas dándoos con sus abanicos en el hombro, otras hablando a otras al oído, con buen agüero para vosotros, y todas muy satisfechas de vuestra erudición, no sin alguna ambición de mi parte, y arrepentimiento de haberos enseñado en tan —36→ corto tiempo lo que me ha costado tantos años de vasta lectura y profunda meditación.
Pasemos a otra materia, pues quedáis ya con esta lección perfectamente caracterizados de filósofos a la violeta.
La lección de este día es muy trivial. No, se trata más que de lo que se debe el hombre a sí mismo, y a los demás hombres: lo que un estado tiene que cuidar dentro de sí mismo, y respecto de los otros estados. Esto, ya veis en substancia, es una grandísima friolera. Antiguamente no hablaban de esta facultad, sino aquellos a quienes competía, como príncipes, embajadores, y generales. ¡Pero tiempos bárbaros serían aquellas en que no hablase cada uno más que lo que le toca! ¿Qué diferentes son los nuestros? En ellos no hay cadete, estudiante de primer año, ni mancebo de mercader que no hable a Menchaca, Ayala, Grocio, Wolfio, Puffendorf, Vatel, Burlamachy, etc. Vosotros, viviendo yo, no habéis de ser menos, conque así manos a la obra.
Diréis que nuestro Menchaca en sus Controversias ilustres tocó la materia muy de paso; —37→ que Ayala sólo habló del Derecho de la guerra; que Woltio escribió muy latamente sobre el Derecho natural, y que hizo mal en no escribirlo como ensayo, diccionario, o compendio, o en siete lecciones como este curso. De Grocio diréis que fue más moderado, por más que su comentador Barbeirak lo aumentó con sus ilustraciones, cuya mala obra también hizo al Barón de Puffendorf, poniéndole unas notas tan grandes como el pelucón, que se ve en el retrato del grave caballero en el frontispicio de su obra. Irritaos mucho contra Vatel, que redujo esta facultad a un método geométrico, llevando al lector encallejonado desde la primera hasta la última proposición. Leed los índices de cada uno de estos autores, y aprended algo de cada uno de memoria, según vuestro humor, o el de vuestros oyentes; no olvidando, a mayor abundamiento, el citar el Tratado del embajador, escrito por Vilcfort, asunto también tratado en castellano por don Antonio de Vera.
Con estos fundamentos empezad a construir el edificio de vuestra erudición en esta materia. Decid que sin esta facultad, las naciones que admiramos por cultas, serían unos ranchos de salvajes como los hotentotes, y que su práctica ha hecho comunes los bienes de todos los hombres. No ahondáis cuestión alguna del Derecho público, porque son todas peligrosas; y así dejando el tronco, subíos por esas ramas, suscitando cuestiones en que no podáis cometer absurdos de larga cola; preguntad si el equipaje del cocinero de un embajador debe ceder el paso al del mayordomo de un enviado, y —38→ otras semejantes; y dadlas con Puffendorf, y dejad a Wolfio, y tomad a Grocio, y traed a Vatel, y llevad a Burlamachy, y no hará el tal cocinero tal guisado, como vosotros lo haréis. Citad veinte tratados de paz, cuarenta congresos, diez suspensiones de armar, treguas, o armisticios. (escoged esta voz que es la menos inteligible). Hablad de las capitulaciones de las plazas, de los rehenes, de las espías, de los vivanderos, y carreteros del Ejército y de la compañía del Prevoste. Echaos a la mar, y hablad de los piratas, corsarios, contrabandistas, guarda costas, presas en la mar, salida y entrada en los puertos neutrales, cuarentena de los navíos procedentes del Levante, pesca del bacalao, de los arenques, del coral; comercio activo, pasivo, mutuo, interno, externo, ilícito, asiento de negros, saludos de los navíos entre sí, y a los puertos de mar. Discurrid sobre si los burlotes deben, o no, ser permitidos entre las naciones cultas; y tenéis tela cortada para cincuenta noches de invierno, como Dios os depare auditorio competente. Hablad de las islas desiertas, y pasos de los estrechos, tocad ligeramente, y como quien no quiere la cosa, tocad, digo, la etiqueta de la Corte de Constantinopla, que trata bien mal a los embajadores de grandes príncipes, haciéndoles refregar los labios en las alfombras del salón de la audiencia. Ponderad las obligaciones de un embajador, de sus secretarios, sus correos, y las cifras con que escriben a sus cortes, y fingid, alguna que mostraréis, y diréis (encargando mucho el secreto) que os la dio cierto embajador de un gran soberano, —39→ por ejemplo, el de Marruecos. Romped el hilo, (que no importará mucho) y exclamad sobre la poca fe con que se rompen los tratados de paz, no guardando una nación más que aquellos que le convienen. Enfureceos, y dad una gran palmada sobre la mesa (con gran tiento para no haceros mal) y lamentaos de que la artillería es públicamente llamada Ratio ultima Regum. Volved al asunto, tratando de la obligación de un general que entra en un país enemigo, y meteos otra vez por Wolfio, Grocio, y Puffendorf. Charlad sobre el saqueo, o incendio de los lugares, inmunidad de los templos, y sus alhajas, pintando bien un asalto, como si os hubierais hallado en mil. Hablad de la deserción de la tropa, su castigo, enganche, y premio. Hablad de los países rebeldes, guerras civiles, y otras frioleras semejantes. Tened mucho cuidado en la división de los estados en despótico, monárquico, aristocrático, y los demás. Concluid, después de explicar como Dios os dé a entender la natural constitución de cada uno, que el monárquico es el mejor, a menos que estéis hablando en Venecia, porque allí estas comparaciones son odiosas. Decid todo, lo que han dicho otros, que es mucho, muy bueno, y muy malo, y si veis que el auditorio se duerme, echadle otra rociada de los ya dichos y repetidos nombres alemanes, y despertará el concurso más que de paso; y cuando crean todos que vais a concluir, empezad de nuevo, diciendo: El Derecho de gentes se divide en derecho necesario, subdividido en interno, externo, perfecto, e imperfecto y voluntario subdividido en convencional, —40→ y de costumbre. Llamamos Derecho de gentes necesario, diréis, tomando un tono magistral, aquel que consiste en la aplicación del Derecho natural a las naciones. El interno es aquel que nace de la obligación que nuestra conciencia nos prescribe; y externo en cuanto a la relación que dice a los otros. Es perfecto cuando trae consigo la fuerza para hacer que los otros nos cumplan las obligaciones respectivas a nosotros; e imperfecto cuando no trae consigo la suficiente fuerza. Llamamos Derecho de gentes voluntario aquel que contiene las reglas nacidas de lo que cada uno cree que debe poner de su parte para el común objeto. Entraos ahora a ser medianeros entre Wolfio, y Vatel en lo que en este punto el uno entendió diferentemente del otro. Derecho de gentes voluntario convencional es el que dimana de ciertos convenios particulares entre algunas naciones, que no ligan a las otras; por ejemplo, diréis, cogiendo una docena de pesetas, si las tenéis, y si no, las pediréis prestadas: La peseta A, y la peseta B son dos naciones que pactan entre sí, que los navíos suyos, que se encuentran en la mar, enciendan cada uno siete faroles. El almirante X de la nación A, y el almirante Z de la nación B, deberán encender siete faroles como siete pecados mortales, siempre que se encuentren, pero el almirante N de la nación Y, y el almirante H de la nación P, si se encuentran entre sí, o con alguno de los septemfarolíferos, (aprended de paso a enriquecer la lengua) no tienen tal obligación de encender, ni siquiera un mal candil, como el mío, y más si es de día. Derecho de —41→ gentes voluntario, de costumbre, diréis, volviendo las pesetas a su dueño por lo que es cuenta, es el que nace de ciertas prácticas ya establecidas, de siglos atrás, que aunque no obligan de juro, por lo menos, son muy respetables entre las naciones que las establecieron, y no entre las otras que al lance de establecerlas no dijeron esta boca es mía. Si no os entienden, volved a pedir las pesetas, haciéndolo prácticamente que hay auditorios de cal y canto, y suelen salir las gentes diciendo: Bien ha predicado el padre, pero yo no lo he entendido. Proseguid con gravedad: De todos estos derechos nace otro, llamado positivo, y es el que han tratado los citados autores, y últimamente en castellano D. Joseph de Olmeda. A ellos todos os remito, con el encargo de que aprendáis de cada uno un párrafo retumbante, con cuya repetición y las noticias que os acabo de dar, todo el mundo os tendrá por unos consumados Publici-juris-peritos a la violeta.
No sé por que se ha escrito tanto sobre la Teología. Esta facultad trata de Dios. Dios es incomprehensible. Ergo es inútil la Teología. Este silogismo se aprenderá de memoria, —42→ y se repetirá con sumo desprecio hacia los teólogos. Sin embargo de esto, para que no me echéis en cara que falto a lo que prometo, y que no os enseño Teología, y seréis tan teólogos como yo. ¿Creeréis acaso, que para ser consumados teólogos es menester, antes que todo, una suma y humilde veneración al Ente Supremo, de cuyos atributos se va a tratar; y a todas las verdades, que se ha dignado revelarnos un pleno conocimiento de los idiomas hebreo y griego; una gran posesión de la Historia Sagrada; un estudio muy largo de las costumbres judaicas; una idea exacta de la doctrina de cada uno de los Padres de la Iglesia; una noticia, la primitiva iglesia; una relación auténtica de los concilios, y otros mil requisitos semejantes? ¡Inocentes!, nada de esto os parezca útil; bastará que tengáis unos cuantos diccionarios; el de la Biblia, el de las herejías, y cismas, el de los concilios, los cartapacios de algún maestro, y mucha osadía para trinchar, cortar, traer, truncar, y alterar textos de la Biblia, de los padres, y de los concilios. Daréis en las conversaciones comunes la distinción entre la Escuela Tomística y Escotista; no olvidéis lo sutil y lo angélico. Hablaréis de las versiones, y exposiciones más famosas de la Biblia. No se os caigan de la boca Lyra, Cartagena, los Setenta, Gonet, Petavio, etc. Caed sobre las sectas heréticas con el diccionario de las herejías en la mano. Decid la patria, vida, profesión, obras y muerte de cada Heresiarca. Por ejemplo, haced caer la conversación un día sobre los luteranos, cuyo artículo habréis —43→ aprendido de memoria la víspera; y diréis como un papagayo: Lutero fue sajón; nació en Isleb en 1483. Estudió Gramática en Magdeburg, y Estenac; Filosofía en Erford, y después se aplicó al Derecho con ánimo de seguir la toga. Tomó el hábito de San Agustín, dejando el mundo por haber visto a un amigo suyo morir abrasado de una centella. Luego encajad su disputa con los dominicos, y las conclusiones famosas que sostuvo acerca de las indulgencias, con la excomunión que el Papa León X fulminó contra él, si no se retractaba en el tiempo que fijó. Decid cómo apeló de esta excomunión a un concilio futuro, y todos sus otros desórdenes. Lo mismo podréis aprender de memoria, y recitar acerca de los restantes Heresiarcas, con el mismo diccionario, sin más trabajo que saber el abecedario de la cartilla, que sin duda no habréis olvidado, pues alguno de vosotros lo tubo poco ha en las manos; y por poco que os detengáis en el estilo, habrá para muchos días en cada artículo, lo cual es contra nuestro método; y así formaréis un laberinto de pelagianismo, socinianismo, eutychîanismo, manichêismo, calvinismo, arrianismo, molinosismo, melchîsedecianismo, colyriadismo, zuinglismo, andronicianismo, antitrinitarismo, concienciosismo, cleobulismo, quakerismo, que encajaréis a roso y velloso, venga, o no, al caso. A lo más, más, daréis la etimología de algunos de los nombres de estas sectas, y su origen; porque su sistema, refutación, progreso, o caída, es negocio para más despacio; y si os aprietan sobre que tratéis el punto más individualmente, sacad un —44→ reloj, y decid que es la hora precisa de la comedia; o sacad el otro, y decid que se os ha pasado el tiempo, pero que tenéis que ir a cierta parte; y marchaos a beber un vaso de agua, por un cuarto, a la Puerta del Sol, si es verano; y de allí a casa a estudiar otro párrafo para mañana. No os aconsejo os metáis en contar las herejías primeras en que se pide mucho conocimiento de lenguas y de historia; y os exponéis bonitamente a decir mil desatinos teológicos, y literarios. Antes caed sobre los herejes modernos, cuyos errores son más recientes y conocidos. ¿Quién os quita que digáis mucho y bueno de los cuáqueros, cuyo principal dogma se reduce a tutear al mismo rey, no llevar vueltas en la camisa, no llamar señor a nadie, no jurar en los tribunales, ni quitarse el sombrero a alma viviente?
Si los concurrentes no son facultativos (como es muy regular) cometed mil anacronismos en las citas de los tiempos. No importa que digáis que los calvinistas fueron condenados en el Concilio primero de Jerusalén; y aplicad al concilio que os parezca la condenación de la herejía, que más rabia os dé; que no han de volver los heresiarcas a contradeciros. Quedaos en la memoria con los nombres de aquellos que sean más raros en la pronunciación, con los iconoclastas, brounistas, wicklefistas, berengarios, arrianos, walfredistas, ubiquitarios, semipelagianos, etc., y repetidla con frecuencia y toda la volubilidad de lengua que podáis. Con esto, y con citar el libro de las ceremonias religiosas de todo el orbe, veréis si no os tiene cualquiera por tintero, en que pudieran mojar sus —45→ plumas Santo Tomás, San Agustín, Scoto y todos los Maestros presentes, pasados, y futuros, cuya lista (digo de los pretéritos) estoy por regalaros sin más trabajo que el de copiar sus nombres en alguno de los diccionarios de este género, como lo hacen algunos, sin confesarlo, como yo lo confieso.
¿La sequedad de este discurso os espanta? Pues tened paciencia que algo os ha de costar ser sabios. Haced provisión de los nombres de las cosas teológicas, ya dogmáticas, ya escolásticas, ya escolástico-dogmáticas, para arrojarlas promiscuamente, como cuando en los días de tempestad caen rayos, piedra, y agua, todo junto. Diréis, pues, con aire misterioso mucho de decreto concomitante, auxilio eficaz, formas y materias, predeterminación física, liturgia antigua, instante A, e instante B, concurso simultáneo, excomuniones canónicas, libertades de la Iglesia Galicana, San Agustín de Trinitate, símbolo de San Atanasio, disciplina eclesiástica, utrum Concilium supra Papam vel è contra, congregación de propaganda, conclave, Concilio Eucuménico, sinodal, conciliábulo, cisma (con la diferencia entre cisma y herejía) Iglesia Griega, catecúmenos, ritos malabares, ignorancia invencible, celibatismo de los sacerdotes, etc., etc., etc. Siempre empero con la esencialísima advertencia de no ahondar mucho estas materias, porque os exponéis, aunque estéis confiados de que habláis con ignorantes, porque bajo una mala capa suele haber un buen bebedor, y donde menos se piensa salta la liebre, y en boca cerrada no entra mosca; y así creedme, id saltando por esas cuestioncillas, como —46→ gato por ascuas. Suscitad la cuestión de ¿cual es peor, la idolatría, o el ateísmo? Nombrad con igual pulso a los doctores y teólogos famosos, y sin cesar, al maestro de las sentencias, aunque no sepáis que sentencias son aquellas, ni que maestro fue aquel. Entrad con Lárraga, y salid con Cóncina; hablad de Jansenio, de Quesnel, de Arnaud, y de las cinco proposiciones, aunque no sepáis que cinco fueron éstas, ni que tres aquellos. Tomad la bula Unigenitus, y vuelta a la de la In Cœnâ; olvidéis a Arias Montano, Sánchez de Matrimonio, Melchor Cano, Calmet, Natal Alejandro, Norris, y Benedicto XIV; proponed algún proyecto, o a lo menos insinuad que la estáis componiendo para atraer la Iglesia Griega a la Romana; contad lo que sobre esto ha habido varias veces, buscando el correspondiente párrafo en la historia eclesiástica. Con esta ocasión hablad de Bossuet, de su historia de las variaciones, y de la defensa del clero galicano, etc. Luego, haciéndoos hombres importantes a la religión, caed sobre la mitología, y aquí podréis disparar sin tino, con toda seguridad. Hablad cuanto, como, y donde gustéis en esta materia. Decid de Júpiter, Saturno, Neptuno, Marte, Vulcano, Mercurio, Plutón, Baco, Juno, Venus, Ceres, Cibeles, Minerva, Diana, Proserpina y Palas, cuantos adulterios, robos, falsedades, tiranías, y necedades se os antojen. Pegad luego con los semidioses, y semimedias deidades. Entraos como Pedro por su casa, por los infiernos poéticos, sin la rama que llevó Eneas, ni la lira de Orfeo, ni la quisicosa de Telemaco; y volved —47→ contando a vuestro auditorio, que ya estará loco con tanta trápala, y barahúnda, aquellos tormentos del cuervo que roía las entrañas a aquel sujeto; de la mesa de Tántalo, parecida a la de Sancho en su gobierno; del cubo agujereado, que se había de llenar de aguas lo del can Cerbero con sus tres cabezas; lo de Aqueronte con su barca, etc. etc. ¿Pues qué os cuesta echaros un rato tijera en mano sobre el Alcorán, y quitarle cuatro o cinco hojas para contar el viaje, que el picarón del mozo de mulas, digo camellos, embocó a sus secuaces, cuando encontró aquel ángel que tenía setenta mil jornadas de un ojo a otro ojo, (se habla de los de la cara) setenta mil cabezas, y en cada cabeza setenta mil bocas, y en cada boca setenta mil lenguas, hablando con cada lengua setenta mil idiomas a un tiempo; que a fe que saliera buena algarabía?, y luego haced el cálculo con un carbón en la pared de las lenguas que hablaría el niño, o decid que ya lleváis la cuenta sacada, que será mejor y más maravilloso, y echad millones de millones. Volved sobre los paganos; y derribad al suelo sus oráculos, con las obras de Fontenelle y Feijoo. Pasaos de Delfos a Méjico con Solís en la mano, y decid los bárbaros sacrificios que hacían los Mejicanos a su ídolo con víctimas humanas. Desde Méjico os llegaréis por el pasadizo al cabo de Buena Esperanza, y decid lo primero que os venga a mano de los Hotentotes, y a fe que estáis a mitad del camino del país en que se hallaron unos cristianos llamados de Santo Tomé, y concluid, como mejor os pareciere, que ya me duele la cabeza, —48→ y es imposible que esta noche no sueñe con todo este cúmulo de infiernos, furias, oráculos, sacrificios, y horrores de los paganos.
Para proceder metódicamente, ahora daréis la definición de la Teología, diciendo que esta voz se compone de dos griegas que significan Sermo y Deus; aprenderéis a escribirlas, con carbón en la pared en caracteres griegos; y no faltará en el auditorio quien crea que son caracteres mágicos; y con esto os lavaréis las manos, si se os han ensuciado; os las meteréis en el manguito, haréis una gran cortesía, y os iréis en Dios y en hora buena a descansar, hasta mañana; quedando hoy contentos con haber adquirido justísimamente el nombre de verdaderos teólogos a la violeta.
Si pedís a un matemático la definición de su facultad, empezad por pedir a Dios paciencia para que no os saque de ella la grave, dad con que os ha de responder. Si le preguntáis en cuántos ramos se divide esta ciencia, no tendréis memoria para ir contando. Creo haber oído, a no sé quién; haber leído, no sé dónde; haber sabido, no sé cómo, y haber aprendido, no sé cuándo, que bajo el nombre de matemática —49→ se comprehenden una infinidad de avechuchos con nombres todos durísimos de pelar; pero en pronunciarlos bien está todo el mérito a que podéis aspirar; porque vamos claros, esto de ponerse con sus cinco sentidos a líneas y más líneas, letras y más letras, números y más números, no es para vosotros, y sería el modo de privaros de los lucimientos exteriores, que deben ser las niñas de vuestros ojos. En cualquiera de sus compendios, o diccionarios, veréis los nombres de los tratados que comprehende, que son asombrosos en cantidad, y calidad. Pero de todos estos, solo se os ofrecerá hablar con más frecuencia de los siguientes tratados.
- Geometría especulativa y práctica.
- Artillería.
- Fortificación.
- Náutica.
- Arquitectura civil.
- Astronomía.
Si vierais los tomazos en folio, que hay escritos sobre cada parte de éstas, primero que de emprender este estudio, renegaríais del padre que os engendró, de la madre que os parió, de la ama que os crió, y de la primera camisa que os pusisteis. ¿Pues qué de otra cosa, que llaman Álgebra, y es una algarabía de Luzbel, con crucecitas y rayitas dobles y sencillas, y aspas, y letras y números, y puntos? Despreciad este estudio. La gente que lo sigue, se humilla infinitamente. Todo es llamarse unos a otros gente de más o menos, y parece que andan tras alguna tapada en Cádiz, o tras algún murciégalo en —50→ las máscaras. La incógnita por aquí, la incógnita por allí. Ello será muy bueno; pero yo no lo entiendo, ni quiero entenderlo, ni que vosotros lo entendáis, porque dicen que pide mucha aplicación, constancia, y método, tres cosas tan enemigas de vuestras almas, como mundo, demonio, y carne.
Diréis pues con gravedad, que si el autor de la naturaleza puso todas las cosas in numero, pondere, et mensurâ (como me parece haber oído en algún sermón, que oí por casualidad) la Matemática es una ciencia divina, pues su objeto es calcular, pesar, y medir todas las cosas.
De la Geometría aprenderéis lo que son aromas, postulados, escolios, y corolarios. Aprended bien los nombres, y nada más de las figuras, como círculo, triángulo, isósceles, escaleno, rectángulo, cuadrado, pentágono, hexágono y todos los acabados en '-gono', que son voces campanudas, así como las siguientes, paralelepípedo, paralelogramo, diámetro, periferia, etc. Diréis lo que es medir distancias accesibles, e inaccesibles, levantar planos, reducirlos de mayor a menor. Explicad como podáis la plancheta, cuadrante, transportador, y otros instrumentos, de lo que hay un tratadito tan bonito y tan chiquito, que se puede llevar colgado como dije de reloj. No os metáis en explicar igualmente la pantómetra (palabra compuesta de otras dos griegas, que significan universal medida) no os metáis en eso, digo una y otras mil veces, porque el demonio del instrumentico ese tiene un tratado sólo para sí, y quiera Dios que baste. Alabad a la Geometría, no por conocimiento propio, sino por —51→ lo que habéis oído a otros; y jurad in fide parentum, que ella es la basa de toda la Matemática. Citad a Euclides, Tacquet, Tosca, la Caille, Oranam, y otros que, os vendrán a pedir de boca Geométrica. Pasad a la artillería con la obra del caballero San Remy; pero no en la mano que es muy pesada, sino en extracto, esto es, con la lista de sus tratados y capítulos, y una ligera tintura de cada uno. Nombrad a mayor abundamiento la obra de don Diego de Álava, de la misma facultad, dedicada a Felipe II, en el año de 1590. Con estas dos, y algún compendio, ensayo, o diccionario, que habrá sobre este asunto, y yo no sé (porque ¿quién ha de tener tanto diccionario, ensayo y compendio en la cabeza?) arrojad bombas balas, metralla, postas, clavos, sapos y culebras, por culebrinas, cañones, morteros, minas, y brulotes. Aturdid a todos con parábolas, proyección, ángulos, cureñas, merlones, baterías, plataformas, espeques, pies de cabra, espoletas, granadas, balas rojas, palanquetas, hornillos, y salchichones; y cuando todavía esté el auditorio atolondrado con tanta gresca, encajadle la catapulta, y otros instrumentos usados en los sitios antiguamente, hasta que civilizadas más las naciones, e instruidos más los hombres, inventaron el modo de que cuatro o cinco artilleros, aunque sean cojos y mancos y tuertos, hagan tales habilidades con veinte, u treinta libras de metal, que echen abajo una falange entera Macedonia. Volved a lo moderno, y decid con que gracia se hacen volar por esos aires de Dios a muchos centenares de hombres, empujando por debajo el terreno —52→ en que están comiendo, bebiendo, o durmiendo, sólo con aplicarles unos granitos que ni de mostaza; gracias a la travesura de un españolito, llamado Pedro Navarro, de quien se celebraron entonces este chiste, y otros semejantes.
Como pedrada en ojo de boticario vendrá ahora a caer una noticia de cómo, cuándo, y dónde se hizo el feliz hallazgo de lo que llamamos hoy pólvora. Buscadlo, que no todo os lo he de decir yo, y os quiero diligentes y aplicados, como ya lo habréis echado de ver.
Pero por cuanto, con mucho menos estrépito y estruendo, ya se habrán muerto de susto la mitad de las viudas, se habrán desmayado las vírgenes, y habrán caído con accidente de alferecía los párvulos que os habrán escuchado, descomponed la cara de bombarderos que os habréis puesto para esta fogosa conferencia, y poneos otra menos horrenda para explicar los fuegos de artificio, echando por vía de preparación el nombrecillo griego que tiene este oficio, y es, si no me engaño, sobre poco más, o menos, Pyrothetnica. (Cuidad que el diantre de la palabra le deja a uno, la boca abrasada, y la lengua echando chispas.) Contad los artífices mejores que ha habido desde el primero hasta el famoso Torija el de Alcalá de Henares. Con esto, y con decir que el día de Santa Bárbara celebran los artilleros su función, reventaréis de sabios en esta materia. De buena gana añadiera a lo dicho una disertación sobre la mezcla y fundición de los metales, y del modo de poner granos a las piezas, pero no es para vosotros.
Para hacer más amena, en lo que quepa, —53→ la erudición morteral, cañonal, y culebrinal, (y ved ahí tres voces nuevas que me debe la lengua castellana) notaréis que tienen tanta hermandad las ciencias entre sí, que del mismo modo que se llama pieza la comedia que hace reír los habitantes de una ciudad se llama también el cañón que derriba sus murallas.
¡Pues qué de la fortificación! Decid cuanto se os antoje de la antigua, que poco vais a aventurar, pues pocos tienen noticia de ella. Si habéis caminado por provincias, en que se conserven reliquias de fortificaciones morunas, hablad de almenas, contrapuertas, etc. De la moderna, os aconsejara que os instruyerais por los libros del Mariscal de Varban, Coetlogon, y otros semejantes, en quienes hallaréis todos los mejores métodos de estos, y otros autores, lo fuerte, y lo flaco de cada obra, sus comunicaciones, ventajas, y propiedades; pero bien me guardaré de caer en tan craso error, y de induciros en el de tomar unas obras voluminosas: por ningún caso consultéis más obras que algún libretillo francés que no tenga arriba de cien hojas, con márgenes de alto bordo; en ella encontraréis cuanto os importe saber de hornabeques, obras coronadas, revellines, tenazas, caballeros, escarpa, contra escarpas, tenazas, caponera, palizada, glacis, galerías, bastiones, cortinas, troneras, y (cuidado con este par de terminitos) aproches, y contraaproches.
De la Náutica diréis cuanto os venga a la boca, cuando vayáis a ver el canal de Madrid, con decir que hasta el descubrimiento de la brújula no se navegó de provecho, os ahorráis una infinidad de dudas sobre la navegación —54→ de los antiguos. Buena gana de andaros ahora en disputas sobre si conocieron la América, o solamente las Islas Terceras, o si llegaron a la isla de Cuba, o si efectivamente fue Cádiz lo más remoto que conocieron. Nada de eso. ¿Cuánto mejor, más fácil, y más lucido es aprender de memoria un vocabulario de Marina? Os basta saber, y decir que se llama popa la culata del navío, por más señas que las hay con sus cristales, talla, y dorado, que no parecen sino gabinetes de tocador de alguna dama; proa, la parte opuesta; bauprés un demonio de un palitroque que sale por encima de la proa, que tiene sus velas como cualquier palo hijo de vecino, una de ellas llamada cebadera; estribor, la parte derecha del navío, mirando de popa a proa; babor la opuesta; barlovento, el lado más cercano al viento, y sotavento el otro; tomar rizos no es poner papeles en el pelo al capitán del navío, sino encoger parte de la vela que estaba extendida; y con repetir esto con oportunidad, y magisterio, os tendrán por más marinero que Santelmo, y no habrá vieja que no os pregunte por su marido que viene de Indias.
De Arquitectura civil aprended los principios. Sabed qué es orden jónico, dórico, toscano, etc., columna, basa, cornisa, capitel, entabladura, etc. Aprended los nombres de los arquitectos de todas las naciones; y no habléis jamás delante de los maestros de obras.
De la Astronomía escoged entre los sistemas de Ptolomeo, Tycobrahe, y Copérnico aquel que mejor os pareciere. Aprended de memoria las distancias, que los más célebres astrónomos —55→ han calculado del sol a los otros planetas, y son como sigue. Advirtiéndoos que entre los cómputos de mayor y menor ha sacado un amigo éste, que es el media; y yo lo creo bajo su palabra de erudición; porque sobre ser hombre incapaz de levantar ningún testimonio a ninguno de los astros que Dios crió, no quiero yo andarme ahora a evacuar citas entre ellos, tomando a Mercurio por allá, y dejando a Venus por acá y huyendo de Marte, y buscando la tierra y otras cosas de este trabajo y calidad.
Planetas. | Leguas de distancia del Sol. |
Mercurio | 12000000 |
Venus | 22000000 |
Tierra | 30000000 |
Marte | 46000000 |
Júpiter | 156000000 |
Saturno | 286000000 |
Y esto bastará para que os tengan por don Alfonso el Sabio, y más si empezáis a pronunciar con énfasis las espantosas voces eclíptica, coluros, grados, planetas, astros, estrellas fijas, eclipses, discos, paralajes, cometas, elipse, rotación, periodo, y los demás que encontraréis en cualquier diccionario astronómico. Ánimo, hijos, que, con esto sólo he visto lucir algunos que no saben más, o sin duda fiados en lo que dice Quevedo;
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los he visto pasearse por los cielos como por el prado, y dar movimiento a los cuerpos celestes, como quien da cuerda a un reloj; y no parece sino que Dios se aconsejó con ellos, cuando formó esa máquina. ¿Os parece poco gusto el que tiene un sabio cuando se pasea una noche estrellada con cuatro o cinco majaderos, diciendo: aquella estrella se llama tal, o cual; es de tal magnitud, está a tantas leguas de Getafe; la descubrió fulano, o zutano; aquellas siete, u ocho, o setenta a ochenta forman una constelación llamada de este modo, o del otro? Tomadle el gustillo, y os chuparéis los dedos, y me daréis las gracias, conociendo que hasta dar conmigo no habéis sabido comer bueno y barato; ni habéis merecido el muy brillante título de matemático a la violeta.
Así como el río, llegando cerca del mar se hace más ancho, más profundo, muestra más mezcladas sus aguas, admite mayores peces, y lleva con más fuerzas los bajeles de más buque, así también, señores eruditísimos, mi última lección, que es ésta, será algo más dilatada, más llena de ciencia, más abundante de especies varias, llevará mayores trozos de erudición, —57→ y arrollará con más fortaleza las objeciones de la ignorancia.
Permitidme que os llame a la memoria el asunto de mis lecciones pasadas, aunque sea necedad hablar dos veces de una misma cosa.
El lunes aplaudí la excelencia de nuestro siglo, sobre todos los demás pasados, y futuros: en esto seguí la loable costumbre de todos los nuestros, que lo hacen con frecuencia y satisfacción, sin duda, para ahorrar este trabajo a la posteridad que tendrá, tal vez, otras cosas que hacer, o será de otro dictamen. En el mismo día os di un pleno conocimiento de las ciencias, su objeto y su utilidad; y señalé también las cualidades, que debe tener todo el que aspire a estudiar con provecho este curso, no queriendo admitir a mi escuela hebdomadal (¡qué poco os esperabais este terminillo!) sino a los que muestren esta natural disposición. ¿De qué me servirían unos hombres, que para averiguar una cita se están con los codos compenetrados con el bufete horas y más horas; ni aquellos, que para adelantar en público una proposición, abren diez libros, preguntan a veinte doctores, y gastan cuarenta noches en rumiar la especie, y aún después de esto la profieren con modestia, y desconfianza? De nada servirían sino de entristecer mi academia, de lo que Dios nos defienda.
El martes os dije más de lo necesario; estuve superabundante en las materias Poética, y Oratoria; y a fe que me quedó cansada la cabeza.
El miércoles os enseñé todos los misterios de la filosofía de antaño, y de ogaño, de aquende, y de allende. ¡Pero qué bien!
—58→El jueves dije bravas cosas del Derecho de gentes, y de la naturaleza; y ¡cuidado que estuve precioso!
El viernes os enseñé Teología; y a fe que dije cosas estupendas.
Ayer sábado hablé de Matemática; y la verdad, con gran solidez.
Hoy domingo, después de encargaros que repaséis las lecciones de los anteriores días, algunas veces, mientras os cepillan el vestido, o mientras arrima el coche, os digo que no basta el profundo conocimiento que os he inoculado (¡qué alusión a las viruelas!) con sumo método, y primor; se ha hecho indispensable una tintura menos sólida de otras facultades, y noticias, como son las siguientes.
- Historia.
- Lenguas vivas.
- Blasón.
- Música.
- Viajes.
- Crítica.
Si yo me hallara en vuestro pellejo, me sería fácil adquirir la fama de hombres incomparables en la ciencia histórica, no por cierto, con leer la Biblia, los Varones de Plutarco, los Anales de Tácito, la historia de los Césares por Suetonio, Dionisio Halicarnaso, y otras de esta autoridad entre las antiguas, la universal de Rolin, las de las Españas, por Mariana, Garibay, Ferreras, Herrera, Zurita, Bernal Díaz del Castillo, Solís, Inca, y otros varios; la de la Gran Bretaña por Hume, la de Francia por el Padre Daniel, y las de los demás países —59→ por sus autores más célebres; en ninguno de estos prolijos escritos, ni siquiera el universal compendiador, el presidente D'Hainault, y sus imitadores y que han reducido los anales de todos los pueblos del mundo a unos cortos compendios cronológicos. Nada menos que eso. Mucho más os haréis insignes, con decir, que es corto el trecho que hay de la fábula más ridícula, a la historia más extendida.
Repetid, que tan poca fe dais al Alejandro de Quinto Curcio, y al Cortés de Solís como al Aquiles de Homero. Esto se llama destruir el edificio por el cimiento, y caminar con paso gigantesco al templo de la singularidad, deidad no conocida de los romanos. Pero como muchas veces los auditorios son como los niños, que si no comen, han de jugar, y si no juegan, han de comer, tomad los expresados compendios, que en pocas hojas os dirán cuanto ha pasado, y si me apuráis, cuanto ha de pasar desde el principio en que crió Dios el cielo, y la tierra, hasta la venida del Ante-Cristo... Bien es verdad que el tal presidente dice muy seriamente, que el edificio del Escorial fue edificado por el dibujo de un arquitecto francés, (y aquí que no nos oye, miente, voto a tantos, que el tal se llamaba Herrera, por más señas que era montañés) pero no obstante este descuido, que algunas gentes llaman preocupación, o ignorancia, el citado presidente sea vuestra guía, y por años os dirá cuanto necesitáis saber.
Las lenguas vivas forman hoy un renglón muy importante de la educación y erudición. Os pido encarecidamente no toméis este estudio de veras porque, esto de aplicarse a la francesa, —60→ inglesa, italiana, y alemana, pide cuatro vidas; y más si os detuvierais en aprenderlas de raíz, esto es, su origen, variaciones, índole, abundancia, o pobreza, progresos, relaciones, y usos. Basta que sepáis del francés lo preciso para leer algunos libritos que no parecen sino de azúcar, mazapán, y caramelo. Del italiano lo suficiente para entender las arias que cante alguna dama. Del inglés decid que es lengua de pájaros; que tiene pocas reglas; que suelen poner la señal del genitivo, dativo y ablativo al fin de la oración; que en sus poesías parten sus palabras por medio, cuando lo necesitan, como el albañil parte su ladrillo para embutirlo en la pared. Del alemán decid que es lengua muy áspera, pero alabad su antigüedad. Si decís que de vuestra lengua todas las palabras que empiezan con 'al-', como alcahuete, alcaide, alcuza, alameda, y otros, son arábigos, os tendrán por intérprete general, y tendréis los votos todos, nullo discrepante, para archiveros de la torre de Babel.
En todo esto no hallo más que un solo, y leve inconveniente, a saber, que con el imperfecto conocimiento de tantos idiomas olvidéis el de vuestro mismo país; pero despreciad este escrupulillo, con el consuelo de que muchos retacitos de varias lenguas hacen un idioma entero, porque muchos poquitos hacen un cirio pascual. Quejaos muchas veces de la pobreza del castellano, y decid, que Carlos Quinto fue un majadero en publicar, que este idioma era el mejor para hablar con Dios, sin duda porque creyó hallar en él mucha majestad, abundancia, dulzura, y energía. Decid que no —61→ tenemos en español palabra que signifique las siguientes francesas, papillotage, coqueterie, persiflage, y otras varias de esta importancia; ni las inglesas, rake, freethinker. Irritaos cuanto puede un sabio contra los españoles, que pretenden ser su idioma capaz de todas las hermosuras imaginables: que con este motivo citan pasajes de sus autores antiguos, que ya no entendemos, y que se oponen a la entrada de todo barbarismo, o voz extranjera, como si fuera un ejército moro, que desembarcara en la costa de Granada.
Como quiera, que habéis de procurar comer siempre con grandes, embajadores, y poderosos, tomad alguna noticia de blasón; sabed lo que es gules, sinople, suportes, faja, timbre, armiño, jefe, punta, costado, pasante, rampante, cuarteles, y otras voces, que parecen de magia negra, y cuatro, o cinco retazos de blasón; y hablando de vuestra casa decid: Mi escudo es de cuatro cuarteles, primero y cuarto al campo de gules, un león rampante de oro, coronado de plata; y el segundo y tercero sinople una águila imperial de plata, coronada de oro, orla de oro, y ocho armiños, tres en jefe, dos en costado, y tres en punta, soportado de dos ángeles, carnación, con dalmática azul, sembrado de leones de oro, por timbre un camello, y un elefante de plata con bandera de armiño, y por mote, o grito, ¡Qué pesaos! u otra serie de desatinos semejantes, porque, ¿quién os ha de entender? Tened presentes unas cuantas genealogías libres de polvo y paja y encajad su grano a celemines, que no faltará jumento que lo trague.
—62→De la música hay mucho que hablar. Exclamad que la buena se aniquiló. ¿Dónde hallaremos, diréis, aquella composición que hacía tan maravillosos efectos, como la historia nos cuenta? (esto vendrá mal si habéis dicho que toda historia es fábula; y os tendrán por inconsecuentes; pero esto se reduce a dejar pasar algún intervalo considerable de una conversación a otra, como seis, o siete minutos), ¿dónde hallaremos, diréis, aquellos efectos prodigiosos que causaban los tonos antiguamente de éste, o del otro modo combinados, y modulados? ¿Qué músico moderno italiano, o alemán hará hacer al gran visir de los turcos los excesos que Timoteo hizo hacer a Alejandro, a quien dominaba tanto con la música, que le hacía pasar del odio a la ternura, de la ternura al rencor, del rencor a la piedad, y así por todas las demás pasiones humanas? En ninguna parte. Nuestra música está toda reducida a cuatro cláusulas amorosas, o furiosas, sin conexión, modulación, ni dominación sobre el alma: ni el Stabat mater del Pergolese, ni las tonadillas de Mison capaces de mover una tecla de las infinitas que tiene el buen templado órgano del corazón humano.
El renglón solo de viajes es una Babilonia; ¡pero lo que puede el método! En un tris os sacará del apuro. O habéis de viajar en cuerpo y alma, o leer los viajes que andan impresos. Si viajáis efectivamente, guardaos bien de seguir el método que prescribe el adjunto papel, en que me trajeron envueltos unos bizcochos de la confituría, y era del tenor siguiente.
—63→Antes de viajar, y registrar los países extranjeros, sería ridículo, y absurdo que no conocieras tu misma tierra: empieza, pues, por leer la Historia de España, los anales de estas provincias, su situación, producto, clima, progresos, o atrasos, comercio, agricultura, población, leyes, costumbres, usos de sus habitantes; y después de hechas estas observaciones, apuntadas las reflexiones que de ellas te ocurran, y tomado pleno conocimiento de esta península, entra por la puerta de los Pirineos en Europa: nota la población, cultura, y amenidad de la Francia, el canal, con que su mayor rey ligó el Mediterráneo al océano; las antigüedades de sus provincias meridionales, la industria, y comercio de León, y otras ciudades; y llega a su capital: no te dejes alucinar del exterior de algunos jóvenes intrépidos, ignorantes, y poco racionales. Estos agravian a sus paisanos de mayor mérito: busca a estos, y los hallarás prontos a acompañarte, e instruirte, y hacerte provechosa tu estancia en París, que con otros compañeros te sería perjudicial en extremo.
Después que escribas cada noche lo que en cada día hayas notado de sus tribunales, academias, y policía, dedica pocos días a ver también lo ameno, y divertido, para no ignorar lo —64→ que son sus palacios, jardines, y teatros, pero con discreción, que será honrosa para ti, y para tus paisanos. Después encamínate hacia Londres, pasando por Flandes, de cuya provincia cada ciudad muestra una historia para un buen español: nota la fertilidad de aquellas provincias, y la docilidad de sus habitantes y que aún conservan algún amor a sus antiguos hermanos los españoles.
En Londres se te ofrece mucho que estudiar. Aquel gobierno compuesto de muchos; aquel tesón en su Marina, y comercio; aquel estímulo para las ciencias, y oficios; aquellas juntas de sabios; la altura a que llegan los hombres grandes en cualesquiera facultades y artes, hasta tener túmulos en el mismo templo que sus reyes; y otra infinidad de renglones de igual importancia ocuparán dignamente el precioso tiempo, que sin estos estudios desperdiciarías de un modo lastimoso en la Crápula, y libertinaje (palabras que no conocieron mis abuelos, y celebraré que ignoren tus nietos). Además de estos dos reinos, no olvides las cortes del norte, y toda la Italia, notando en ella las reliquias de su venerable antigüedad, y sus progresos modernos en varias artes liberales, indaga la causa de su actual estado, respecto del antiguo, en que dominó al orbe desde el Capitolio. Después restitúyete a España, ofrécete al servicio de tu patria; y si aun así fuese corto tu mérito o fortuna para colocarte, cásate en tu provincia con alguna mujer honrada y virtuosa, y pasa una vida tanto más feliz, cuanto más tranquila en el centro de tus estudios, y en el seno de tu familia, —65→ a quien dejarás suficiente caudal con el ejemplo de tu virtud. Esta misma herencia he procurado dejarte con unas cortas posesiones vinculadas por mis abuelos, y regadas primero con la sangre que derramaron alegres en defensa de la patria, y servicio del Rey.
Aquí estaba roto el manuscrito, gracias a Dios, porque yo me iba durmiendo con la lectura, como habrá sucedido a todos vosotros, y a cualquier hombre de buen gusto, bello espíritu, y brillante conversación. De otro cuño es la moneda con que quiero enriqueceros en punto de viajes, y así dando a la adjunta instrucción el uso más bajo que podáis, tomad la siguiente.
Primero: No sepáis una palabra de España, y si es tanta vuestra desgracia que sepáis algo, olvidadlo, por amor de Dios, luego que toquéis la falda de los Pirineos.
Segundo: Id, como bala salida de cañón, desde Bayona a París, y luego que lleguéis, juntad un consejo íntimo de peluqueros, sastres, bañadores, etc., y con justa docilidad entregaos en sus manos, para que os pulan, labren, acicalen, compongan, y hagan hombres de una vez.
Tercero: Luego que estéis bien pulidos, y hechos hombres nuevos, presentaos en los paseos, teatros, y otros parajes, afectando un aire francés, que os caerá perfectamente.
Cuarto: Después que os hartéis de París, o París se harte de vosotros, que creo más inmediato, idos a Londres. A vuestra llegada os aconsejo dejéis todo el exterior contraído en París, porque os podrá costar caro el afectar mucho galicismo. En Londres os entregaréis —66→ a todo género de libertad, y volved al continente para correr la posta por Alemania e Italia.
Quinto: Volveréis a entrar en España con algún extraño vestido, peinado, tonillo, y gesto, pero, sobre todo, haciendo tantos ascos y gestos como si entraréis en un bosque, o desierto. Preguntad cómo se llama el pan y agua en castellano, y no habléis de cosa alguna de las que Dios crió de este lado de los Pirineos por acá. De vinos, alabad los del Rin, de caballos, los de Dinamarca, y así de los demás renglones, y seréis hombres maravillosos, estupendos, admirables, y dignos de haber nacido en otro clima.
La crítica es, digámoslo así, la policía de la república literaria. Es la que inspecciona lo bueno, y lo malo que se introduce en su dominio. Por consiguiente, los que ejercen esta dignidad, debieran ser unos sujetos de conocido talento, erudición, madurez, imparcialidad, y juicio; pero sería corto el número de los candidatos para tan apreciable empleo, y son muchos los que lo codician por el atractivo de sus privilegios, inmunidad, y representación. Meteos a críticos de bote y boleo. Tomad sin más, ni más este encargo, que os acreditará en breve, con la confianza, que os habrá inspirado este curso, arrojaos sobre cuantas obras os salgan al camino, o id a su encuentro como Don Quijote en busca de los encantadores, y observad las siguientes reglas de crítica a la violeta.
Primero: Despreciad todo lo antiguo, o todo lo moderno. Escoged uno de estos dictámenes, —67→ y seguidlo sistemáticamente, pero las voces modernas y antiguas, no tengan en vuestros labios sentido determinado: no fijéis jamás la época de la muerte, o nacimiento de lo bueno, ni de lo malo. Si os hacéis filo-antiguos (palabritas de la fábrica de casa, hecha de géneros latino, y griego) aborreced todo lo moderno, sin excepción: las obras de Feijoo, os parezcan tan despreciables como los Romances de Francisco Estevan. Si os hacéis filo-modernos (palabra prima hermana de la otra) abominad con igual rencor todo lo antiguo, y no hagáis distinción entre una arenga de Demóstenes, y un cuento de viejas.
Segundo: Con igual discernimiento escogeréis entre nuestra literatura, y extranjera. Si como es más natural escogéis todo lo extranjero, y desheredáis lo patriota; comprad cuatro libros franceses que hablen de nosotros peor que de los negros de Angola, y arrojad rayos, truenos, centellas, y granizo, y aún haced caer lluvias de sangre sobre todas las obras, cuyos autores hayan tenido la grande, y nunca bastantemente llorada desgracia de ser paisanos de los Sénecas, Quintilianos, Marciales, etc.
Tercero: No pequéis contra estos dos mandamientos, haciendo, como algunos, igual aprecio de todo lo bueno, y desprecio de todo lo malo, sin preguntar en qué país, y siglo se publicó.
Cuarto: Cualquier libro que os citen, decid que ya lo habéis leído, y examinado.
Quinto: Alabad mutuamente los unos las obras de los otros; vice versa, mirad con ceño a todo el que no esté en vuestra matrícula.
—68→Sexto: De antigüedades, como monedas, inscripciones, etc. y de historia natural, facultades menos cursadas en España, apenas necesitáis saber más que los nombres, y cuando no, diccionarios, compendios, y ensayos hay en el mundo.
Cumplí mi promesa. Llené mi objeto: seréis felices si os aprovecháis de mi método, erudición, y enseñanza, para mostraros completos eruditos a la violeta.