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100.       La propia constitución de la aulaga recuerda a los ciliebros de la tierra; «la aulaga es una expresión entrañada y entrañable, la aulaga dice frente al cielo y a ras de la tierra [...] la sed de la vida, la sed de inmortalidad de las entrañas volcánicas de la Tierra». Los ciliebros son «las entrañas óseas de la patria sorbiendo el beso ardiente del sol desnudo» (pág. 537). Ambos elementos, aulaga y ciliebro, tienen en común la austeridad de sus formas, la belleza oculta para el turista; ambas son lo interno de la patria, lo que se encuentra ahí, pero que no se ve, y sin embargo son eternos; estamos, sin duda, ante dos elementos que forman parte de la intrahistoria.

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101.       En esta ocasión Pérez de Ayala se refiere a las divagaciones. «En un viaje, la divagación es imprescindible. Es como el ejercicio deambulatorio respecto al acto cotidiano de nutrirse; si antes, suscita el apetito; si después, colabora a la buena cocción del alimento. Además, nada hay que viaje en derechura. La flecha hacia el blanco y la bala del cazador hacia la pieza fugaz describen curva parábola», op. cit., pág. 8.

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102.       Ya nos referimos en el epígrafe dedicado al turista a la necesidad del cansancio en el viaje, pero lo ampliaremos, dándole la importancia adecuada dentro de esta teoría. El viajero unamuniano no se detiene o aplaza su viaje ante el cansancio, sino que es un elemento que lo estimula para continuar con la calma suficiente que le permita contemplar el recorrido: «Al que algo quiere algo le cuesta, dice el refrán, y esas veinte horas han de añadirse al encanto del conocimiento» (pág. 337). Conocer es imprescindible y el cansancio no es óbice para conocer y para continuar el viaje. Además, según don Miguel, el cansancio aporta una nueva satisfacción que añadir a la que supone ya por sí sola el conocimiento: el descanso que acompaña a la fatiga: «¿Pero para qué se cansa usted en dar esos paseos?», -me preguntaba una vez un campesino-, y le contesté: «Pues para gozar luego del descanso; el que no se cansa no sabe lo que es descansar» (pág. 337). El fin justifica los medios o cierto masoquismo impregna tal aventura. La fatiga aproxima al viajero a la naturaleza y le permite fundirse con ella, es su vínculo más directo: «Con la transpiración y la respiración parece como que uno se funde con el ambiente y se siente hijo de la libre Naturaleza» (págs. 283-284). Los residuos de la ciudad desaparecen con la transpiración con lo que es otro modo de alejamiento de aquélla. La transpiración tiene una función palingenésica: «Poco a poco, sintiendo cómo va ensanchándose y entrenándose el pulmón, probando la resistencia del cuerpo, dándose conciencia de la salud, sudando los humores del gabinete» (pág. 283). El cansancio es ingrediente imprescindible en la receta viajera de Miguel de Unamuno: le permite una identificación con la naturaleza, favorece el poder desprenderse de los hábitos ciudadanos, le fortalece y le recompensa con un solazado descanso. Tras el cansancio, el descanso, pero Unamuno, siempre sorprendente, no se fatiga por el esfuerzo físico, sino por el esfuerzo mental: «Al día siguiente, después del sueño intranquilo y agitado que sigue siempre a estas sacudidas de cuerpo y alma -pues la novedad de las visiones cansa más aún que el ajetreo del caballo- emprendimos marcha... (pág. 318).

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103.       El ferrocarril fue el medio de transporte más utilizado por don Miguel. En 1931 poseía un billete de libre circulación en los ferrocarriles españoles, debido a su condición de Diputado a Cortes; en 1936 la Dirección General de Ferrocarriles, tranvías y transportes por carretera facilitaba un pase anual en primera clase y butaca a don Miguel de Unamuno y Jugo, Rector de la Universidad de Salamanca. Ignoro si existen más pases a su favor.

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104.       Recordemos el pintoresco Epílogo, ya citado, de Unamuno al libro de A. PÉREZ CARDENAL: Alpinismo castellano. Guía y crónica de excursiones por las sierras de Gredos, Béjar y Francia.

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105.       Sobre Unamuno y Sénancour, vid. MARTEL, E.: «Lecturas francesas de Unamuno: Sénancour», C.C.M.U., XIV-XV (1964-1965), págs. 85-96. En este artículo MARTEL relaciona las visiones de ambos escritores, rastrea las citas de Sénancour en la obra de las anotaciones de Unamuno al Obermann, anotaciones que posteriormente darían origen a «Emigraciones» de 1936. Otro art. reseñable es el de CHICHARRO DE LEÓN: «Unamuno, Chateaubriand, y Sénancour», SO., supl. literario, 558, París (diciembre, 1995).

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106.       Continúa este texto hablando de sus dotes musicales, que me permito citar dada la extrañeza que puede causar en el lector de Unamuno: «Y la bajada del Teix, ya de noche (...). Rompí a cantar, aunque sin arte alguno. Y esto de cantar lo hago en rarísimos momentos de mi vida y en la soledad, sobre todo para que no me oigan». Sobre el tema de la música en Unamuno vid. el interesante cuaderno del músico Federico SOPEÑA: Música y antimúsica en Unamuno, Madrid, Taurus, 1965.

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107.       Vid. ROZAS: op. cit., págs. 13-14, en las que establece una serie de dicotomías relacionadas con estos dos tipos de héroes: fama/anonimato, individuo/colectivo...

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108.       A propósito de esta supuesta felicidad y de la desconexión existente entre historia e intrahistoria remitámonos a una anécdota que cuenta Unamuno durante su estancia en Gredos, cuyo protagonista es un pastor de las cumbres: «[...] y al mentar uno de nosotros a Maura, un pastor que nos oía, hubo de preguntarnos: '¿Pero no han matado a ese señor?'. Sorprendidos por la pregunta y recelando no tuviese noticias más frescas que nosotros, le interrogamos y resultó que se refería al atentado de que dicho señor fue objeto en Barcelona hace más de un año. 'Hace tres días que lo he leído en un periódico', añadió el pastor. Y al despedimos de él para bajar a los valles en que habitan los hombres con sus mujeres, encontramos la explicación del caso, pues nos pidió los periódicos en que habíamos llevado envuelta nuestra merienda. Era lo que leía, y la noticia del atentado a Maura le llegó por un número de periódico que dejaron allá entre los riscos unos excursionistas. ¡Feliz mortal! Había de estallar una revolución a sus pies sin que él se enterase». («De vuelta a la cumbre», pág. 351).

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109.       Aunque no pertenezca a la faceta montañera el siguiente texto resulta idóneo para la relación sueño-fe-España: «Y volví a soñar en seguir soñando una España eterna e infinita, y en fuerza de soñarla, hacerla, que es milagro de fe» («Castillos y palacios», pág. 579). Sobre la visión de la España intrahistórica desde la cumbre sirva este texto: «(...) volví a gustar la permanencia de las montañas. Y volví a sentir lo que es la España que permanece, la que queda por encima y por debajo de la España que pasa». («La España que permanece», pág. 638).

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110.       Cf. II.2.5 de este trabajo.

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111.       CARDIS: op. cit., pág. 81.

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112.       En Brianzuelo de la Sierra Unamuno sueña el pueblo durante su estancia: «-Lo mismo podías habértele figurado en la ciudad... [le insinúa un amigo ante la negativa del escritor a levantarse para conocer el pueblo]. -No, lo mismo no. Aquí estoy en él y la conciencia de estar en él vivifica mi imaginación; aquí respiro con su aire de efluvios espirituales; aquí oigo el rumor de sus gentes...». («Brianzuelo de la Sierra», pág. 68).

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113.       CARDIS, op. cit., pág. 81.

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114.       BLANCO AGUINAGA: op. cit., págs. 265-272, afirma que el silencio de la naturaleza permite a Unamuno el acercamiento a Dios, a la revelación, puesto que Dios es silencio puro.

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115.       «[...] los picos de Gredos, en donde no ha muchos días soñé en la España inmortal» (pág. 358). «Y volví a soñar en seguir soñando una España eterna e infinita, y en fuerza de soñarla, hacerla, que es milagro de fe» (pág. 579).

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116.       Como ejemplo de descripción desde la cumbre véase artículo «El silencio de la cima» en el que alterna rasgos objetivos -externos- con los subjetivos -internos-. La utilización de mapas para ampliar sus conocimientos geográficos también la hallamos en sus viajes campestres. En «Las Hurdes» Unamuno consulta un croquis dibujado por el maestro del Casar, que «nos fue utilísimo». Remito al recorrido que realiza el escritor por la zona, siguiendo las indicaciones.

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117.       El lugar idóneo para constatar el fluir de esta geografía se halla en «Las Hurdes»: «Difícilmente se encontrará otra comarca más a propósito para estudiar geografía viva, dinámica, la acción erosiva de las aguas, la formación de los arribes, hoces y encañadas» («Las Hurdes», pág. 407).

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118.       ZULUETA: «Vocación viajera y entendimiento del paisaje en la Generación del 98», en J. GÓMEZ MENDOZA-ORTEGA CANTERO, N. y otros: Viajeros y paisajes, Madrid, Alianza, 1988 págs. 89-106.

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119.       Esta misma idea es confirmada por B. CIPLIJAUSKAITÉ en su artículo ya citado: «Saliendo al campo se siente íntimamente unido a la naturaleza y, como la expresión más alta de ella, a las montañas. En las cumbres puras y solitarias se le enciende el corazón en amor hacia el mundo y hacia el Creador de éste; en la soledad de las cimas se siente más puro y más humano» (págs. 30-31).

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120.       Vid. BLANCO AGUINAGA, op. cit., págs. 273-282.

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121.       Seleccionemos al azar algunos de los testimonios de paz y silencio que transmite la cumbre: «Y luego a nuestra querida Peña de Francia, a tomar aire, sol y paz en aquella cumbre de silencio y sosiego». («Las Hurdes», pág. 145). «Allá arriba, pues, ascendiendo paso a paso y huelgo a huelgo el pedregoso sendero; allá arriba a hacer provisión de sol y de aire y de reposo». («En la Peña de Francia», pág. 146). «Es del silencio sobre todo de lo que allí se goza». («En la Peña de Francia», pág. 416). CIPLIJAUSKAITÉ, op. cit., pág. 31, comenta esta proclividad del escritor vasco hacia la cumbre como regeneración: «La altura le purifica de sus pasioncillas políticas, y sólo le queda su gran amor a España. El verse en la cima también le ayuda a vencer sus dudas, que a menudo le asaltan en el valle, y su alma se dirige anhelante hacia Dios. Todo le parece más claro en el silencio de la cumbre. Éste es el lugar más propicio para la comunión de dos almas».

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122.       Pero el rector no puede olvidarse de la ciudad y de sus obligaciones y «las reflexiones sosegadoras no le impiden recordar que el mundo de los hombres existe; sin embargo, no se olvida nunca de su vocación principal», CIPLIJAUSKAITÉ, B.: Ibíd, págs. 34-35.

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123.       La identificación con el silencio le lleva a utilizar una sintaxis en la que la enumeración se hace sin verbo principal, en oraciones nominales carentes de acción. El activismo agónico de Unamuno y su expresión violenta y reiterada desaparecen en el sencillo y ordenado enumerar silencioso del solitario; y vemos en su forma más elemental -y tal vez más pura, más vacía de significados y, por lo tanto, de posibilidad de guerra- al Unamuno contemplativo», BLANCO AGUINAGA: op. cit., 217. Sobre el estudio del lenguaje en la obra viajera de Unamuno, vid. Simone FRENAL: Recherches sur le style de M. de U. dans les descriptions du paysage, París, Universidad de París, 1954.

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124.       Sobre la cima como descanso y recompensa no me extenderé más y remito al apartado del viaje II.2.5.

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125.       Antonio AZORÍN POLO, personaje relevante de la cultura de Yecla, publicó El guiño de Dios, Madrid, Prensa Española, 1965; Voces de océano (Apuntes del vivir), Madrid, Prensa Española, 1965.

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126.       Vid. en el tomo IX de sus OC. sus discursos en los Juegos Florales de Almería, 1903; Pontevedra, 1912; Murcia, 1932...

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127.       Se refiere a su visita a Albacete en 1932 con motivo de los Juegos Florales; visita que daría origen al artículo publicado por Unamuno el 23 de septiembre de 1932, OC., págs. 653-655. Las anécdotas de este viaje se encuentran en SERNA, J. S.: «Unamuno en la Feria», Albacete feria, 1962.

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