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Los niños: Revista de educación y recreo

Tomo V

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ArribaAbajoNúmero 1.º- Tomo V.- Enero 1872

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ArribaAbajoEl principio del año

Risueña fuente que brota modesta para convertirse luego en claro arroyo y más tarde en caudaloso río que ha de sumirse en la mar; humilde arbusto que ha de transformarse en árbol frondoso, para morir y desaparecer después de producir sus naturales frutos; bella aurora de un dilatado día, en el cual el sol ha de fecundar la tierra y el hombre ha de probar los afanes del trabajo para conseguir al remate de la jornada el galardón del descanso; ved aquí, amados niños, lo que parece ante la imaginación un año nuevo que comienza en el círculo de la vida.

Aunque la división civil del tiempo que comprende los doce meses, constitutivos del año, sea una división convencional, que no siempre ha regido en el mundo desde el mismo punto de partida, puesto que ha habido pueblos que comenzaban a contar por mes que no era Enero, parécenos, sin embargo, que el último día de un año y el primero del siguiente no son iguales a otros dos días cualesquiera, y que media entre ellos un abismo insondable que a entrambos los separa. Aquel simboliza el recuerdo de lo pasado que no ha de volver; este la esperanza de lo futuro que va a convertirse en presente: aquel nos deja vacío en el alma; este nos infunde misteriosas ilusiones: el uno representa la muerte; el otro la vida.

Pero diréis vosotros: -«Ninguna de tales ideas se nos viene a la imaginación cuando vemos al año nuevo suceder al que ha desaparecido por haber terminado su carrera». Razón tenéis, y no lo niego, en hablar de ese modo. Comenzando estáis a recorrer el camino de la vida; todo se os presenta fresco, lozano y alegre; así es que embebidos en los juegos y en las distracciones de vuestra edad, no os paráis a meditar, como lo haréis más adelante. Tiempo vendrá en que os agradará la reflexión y entonces conoceréis que vosotros mismos, que estáis empezando   —2→   vuestra jornada en este mundo, no sois más que la imagen del año, que también empieza la suya en la sucesión de los años.

Vosotros y él tenéis hoy semejanzas, y las tendréis mientras existáis. Si él ocupa en el tiempo el sitio que el pasado ocupaba ha poco, vosotros llenáis en el mundo los huecos que han dejado los ancianos que en él se han borrado de la lista de los vivos. Ni él ni vosotros producís todavía frutos de ningún género, ni aun flores, de ellos precursoras; porque las semillas que han de dar en él los unos y las otras se hallan escondidas y germinando en el seno de la tierra, al par que ahora vuestros padres, maestros y guardadores, van depositando en vuestro corazón semillas de buenos consejos y de civilizadoras enseñanzas. Vendrá luego la risueña primavera con sus fragantes flores y azulado cielo, y también en vosotros despuntará la primavera de la vida, esparciendo en derredor el perfume de vuestra juventud, de vuestros sentimientos delicados, de vuestra belleza personal e intelectual, cobijado todo por un cielo de esperanzas inefables. Si el cálido verano sucede con sus sazonados frutos y violentas tempestades, también vuestra edad viril dará los ricos productos de vuestros afanosos trabajos, las obras hijas de vuestro carácter moral, a la vez que las pasiones, enemigas de la paz del hombre, tratarán de arrebataros la vuestra con sus deshechas y pavorosas tormentas. Más tarde, el otoño, con su sereno ambiente y últimos frutos, reflejará vuestra edad madura, exenta de locas agitaciones y adornada con los postreros productos de vuestro entendimiento, que ya comenzará a fatigarse, como tierra que ha trabajado mucho. Y vendrá, por último, el aterido invierno, con sus nieblas y su esterilidad, que marcará el fin de la carrera del año, viva imagen también de la ancianidad que señalará el término de vuestra ruta, cuando ya sentiréis nebulosa e infecunda la mente y medio paralizado el corazón.

Ya veis, pues, como hay motivo bastante para excitaros a suspender por breves instantes los alegres juegos y a reflexionar, aunque ligeramente, en lo que significa el año que se abre ante vosotros.

Ya habéis notado que por sus analogías con la existencia del mortal es una historia compendiada de ella. Justo será, por tanto, que de él toméis enseñanza para cumplir en vuestras venideras edades con los deberes que son propios a cada una de las mismas. Para esto se necesitará que así como la tierra recibe dócil y agradecida las semillas que en ella siembra la mano previsora del labrador, el cual invoca después el auxilio de la naturaleza, así vosotros recibáis con buen deseo y gratitud los gérmenes morales e intelectuales de educación y cultura que en vuestro corazón y entendimiento depositarán los cuidados de vuestros padres y mayores, los cuales después pedirán para vosotros las bendiciones de la Providencia.

Pensad que si hoy vivís descuidados y distraídos por las alegrías de la niñez, mientras otros vigilan por vuestro bien, llegará un día en que esas alegrías cesarán, en que tendréis que reflexionar en el modo de superar los obstáculos de la vida, cuando ya no hallaréis quienes os guarden como hoy con su solicitud y sus consejos.

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Pensad también que si al presente sois todos iguales, poco más o menos, porque vuestras inclinaciones son idénticas en todos los mortales en los primeros años de la vida, lo mismo en los hijos del campesino que en los hijos del príncipe, vendrá luego un tiempo en que emprenderéis por diferentes caminos, para ir a parar a los diversos puestos en que los hombres rinden en la sociedad y en la familia sus trabajos mentales o materiales, sus agradables o penosas obligaciones. ¡Desdichado aquel que no cumpla bien las suyas! ¡Primero que cualquier otro castigo, experimentará el de su propia conciencia!

¡Ojalá os acordéis sin remordimiento, antes bien con satisfacción, ojalá os acordéis cuando seáis hombres y ocupéis en el mundo vuestros respectivos destinos, de los bien intencionados consejos que un amigo os da al comenzar el año 1872!

ANTONIO ARNAO.




ArribaAbajoPensamientos

La necesidad que tenemos continuamente de la complacencia de los demás, debiera hacernos ser siempre complacientes.

*

La caridad es el principio de la felicidad eterna, la madre de todas las buenas cualidades, de todas las virtudes.

*

El niño que ama a sus padres y maestros, será, cuando hombre, buen ciudadano y hombre de bien.

*

Allí donde hay más escuelas y donde los padres cumplen el deber de enviar a ellas a sus hijos, son poco frecuentes los crímenes.

*

Conviene que los padres alejen de sus hijos todo objeto peligroso; los malos libros, los malos periódicos y las malas estampas. La negligencia en este punto es un crimen.

*

No se debe impedir a los niños que jueguen; lo que se debe procurar es que sus juegos sean decentes y decorosos.

*

El niño que contesta una sola vez con enojo a su madre, debe avergonzarse de esta falta toda su vida.

*

Los niños deben acostumbrarse a amar y a cuidar, no manchándolos ni rompiéndolos, los buenos libros. Son sus mejores amigos.

*

El que desde niño se complace en estudiar, tiene mucho adelantado para no ser pobre nunca.

*

El trabajo es condición precisa para la felicidad, para la dignidad, en una palabra, para la existencia del hombre.

*

Deben huir los niños de la sátira y la burla; más que ingenio demuestra perversidad esa afición que, cuando hombres, acaso les puede ser fatal.

*

El hombre que no es caritativo es sólo comparable a la nube de primavera, sin lluvia; al almizcle de Tartaria, sin perfume; al árbol sin fruto, a la concha sin perla.



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ArribaAbajoMonumentos de España


ArribaAbajoEl Monasterio de El Escorial

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A vuestros padres, queridos niños, habréis oído hablar con respeto y encomio de este suntuosísimo edificio, monumento religioso que goza de fama universal y pone asombro en el ánimo de quien lo contempla, por muy acostumbrado que esté a ver maravillas arquitectónicas. Si no os han llevado ya vuestros padres a ver el Escorial, es indudable que os llevarán. El ferrocarril ha acortado mucho la distancia, y permite, aun a las más modestas fortunas, ese sorprendente espectáculo.

Fundó este monasterio, bajo la advocación del bendito San Lorenzo, el señor rey D. Felipe II, en 1563, en perpetua memoria del triunfo que obtuvieron las siempre gloriosas armas españolas en San Quintín. Forma el edificio un paralelogramo rectangular que se extiende 744 pies de Norte a Sur y 580 de Este a Oeste, constando su perímetro de 3.002 pies.

El interior del templo es de muy buen gusto, y contiene bellezas artísticas de primer orden. El panteón donde son sepultados los reyes de España es digno de ser visto.

Teófilo Gautier, en sus viajes por España, habla con poco entusiasmo del Escorial, pero aquí viene bien aquella pregunta: ¿es envidia o caridad?

El monasterio de San Lorenzo será siempre considerado como una maravilla del arte, a pesar de escritores como Teófilo Gautier, quien hubiera agotado todas las más exageradas hipérboles si estuviera esa maravilla del otro lado de los Pirineos.





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ArribaAbajoEl doctor Don Juan Pérez de Montalbán

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Este notable ingenio fue discípulo del gran maestro de hacer comedias Lope de Vega, a quien siempre tuvo gran respeto y admiración, y defendió en toda ocasión contra los que le censuraban. Fue Montalbán extremado en la sátira personal, y contra el preclaro escritor D. Juan Ruiz de Alarcón (a quien tan bello monumento acaba de dedicar el eruditísimo amigo querido nuestro D. Luis Fernández-Guerra y Orbe), esgrimió la pluma con más inquina y apasionamiento que justicia, bien que al fin reconoció en su Para todos el valor de las obras del corcovado.

Fue Pérez de Montalbán clérigo y notario de la Inquisición, y dejó escritas comedias que en su tiempo alcanzaron gran fama, perdida luego, aunque entre ellas las hay muy estimables, y algunas novelas y gran número de composiciones.

Nació en Madrid en 1602 y murió a 25 de Junio de 1638. Hiciéronle solemnísimas exequias, y, como dice el citado Sr. Fernández-Guerra, ciento setenta y seis poetas lloraron la muerte de Montalbán, contándose entre ellos diez y siete inspiradas señoras, en un libro que titularon: Lágrimas panegíricas a la temprana muerte del gran poeta y teólogo, doctor Juan Pérez de Montalbán, clérigo, presbítero y notario de la Santa Inquisición, natural de la imperial villa de Madrid, lloradas y vertidas por los más ilustres ingenios de España.



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ArribaAbajoGeometría de los niños

(Continuación)



ArribaAbajo- XX -

El círculo


A la tarde siguiente Rafael, Luis y Gonzalo estaban los primeros en el jardín. Esteban llegó poco después, y muy ufano presentó a sus camaradas una redondelita de madera, diciéndoles:

-Mirad, amigos míos, cómo también soy carpintero y he hecho una circunferencia de madera; sí, de caoba, y hecha solamente por mí.

-¿Una circunferencia? -dijo Rafael-; pues qué, ¿tú crees que eso es una circunferencia?

-Sí; muy exacta, porque me he valido para trazarla de un compás que cogí a mi papá en su mesa de estudio; mira como es cierta su exactitud.

Y el niño hacía ver a sus compañeros la línea que el compás había dejado señalada en la madera, y que aparecía aún en el borde de la misma.

-Te engañas, Esteban; eso no puede ser una circunferencia; ¿no recuerdas ya lo que Carlos dijo sobre esto ayer tarde?

-Dijo que tenía todos sus puntos a igual distancia de otro que se llama centro, según creo, y esta circunstancia concurre en este pedazo de madera.

-No digo nada en contrario; pero aunque así sea, eso que tú traes, y por lo que te muestras tan ufano, no es ni será nunca una circunferencia.

-Pues, entonces -añadió Esteban-, no sé en qué consistirá la diferencia.

-Parece mentira, querido amigo, que no recuerdes las palabras de nuestro común amigo Carlos; parece mentira que no convengas conmigo en que la circunferencia es una línea, y lo que tú traes una superficie, o por mejor decir, un cuerpo.

-Es verdad; ¡y yo que creía haber hecho algo de provecho, y me encuentro con que esto no sirve para nada!

-No por cierto, amiguito; esa figurita va a servirte para la lección de hoy.

El que así hablaba era Carlos, mi amigo queridísimo, que oculto entre las matas había oído la conversación de los dos niños, saliendo en aquel momento a su presencia.

-¡Ah! -exclamó Esteban-, ¡estaba aquí Carlos!

-Sí, yo soy, y por cierto que me extrañan tus dudas en una cosa tan sencilla; no debes, sin embargo, apesadumbrarte, tanto más cuanto que justamente hoy vamos a tratar de una cosa que ves representada por tu trabajito: mira como yo traigo una semejante -y el joven profesor enseñaba a los niños, entre otras varias de distinta hechura, una figurita como la de Esteban.

-Entonces no me arrepiento de haberla hecho, puesto que ha de servir para la lección de esta tarde; pero, dime, si esto no es una circunferencia, ¿cómo se llama?

-Ya lo verás -respondió Carlitos-; eso queda para cuando estemos todos reunidos.

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Bien pronto aconteció esto, con la llegada de los que faltaban, y pudo mi amigo dirigirse al cenador para empezar sus explicaciones.

-Suponía, queridos compañeros -dijo Carlos-, que todos vosotros habíais comprendido perfectamente mi lección de ayer; pero no ha sido así: Esteban ha venido hoy creyendo traer una circunferencia, cuando lo que trae es un círculo.

»Sí, un círculo es lo que ha hecho mi amiguito, y yo en parte lo celebro, ya que de esto vamos a tratar en seguida.

»Ya veis la obra de Esteban, que seguramente muestra grandes aptitudes para la ebanistería: su trabajito está bien hecho, es de rica caoba y nos presenta un círculo, si prescindimos del grueso de la madera.

»Lo veis redondo: casi estáis creyendo que es una circunferencia. No, el filo de la madera por ambas caras nos manifiesta seguramente esta curva, pero cada cara nos presenta un círculo.

»¿Qué es, pues, esto?

»Ya lo habréis entendido: se llama círculo al espacio comprendido dentro de la circunferencia.

Así decía el infantil profesor, y enseñaba a sus discípulos la figurita construida por Esteban, y que os represento aquí:

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Carlitos continuó diciendo:

-Creo que habréis comprendido la diferencia que hay entre círculo y circunferencia: el primero es una superficie; la segunda es una línea.

»Quiero deciros ahora lo que en el círculo tenemos que considerar. Es poca cosa; los nombres que toman dos pedazos en que coinciden particulares circunstancias. En la circunferencia vimos lo que era radio, como también cuerda y arco; pues bien, la parte de círculo comprendida entre dos radios se llama sector; y la comprendida entre un arco y su cuerda segmento.

»Veamos cada uno de ellos por su turno correspondiente.

»El sector se asemeja muchísimo a un triángulo; lo sería si no tuviese un lado formado por el arco que le cierra y que es desde luego una línea curva.

»Mirad este, que es un pedazo, ni más ni menos, de un círculo: no podéis negarme esto seguramente.

Y Carlitos presentaba a los niños esta figura:

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-¿Os gustan las tortas, queridos compañeros? -continuó mi amiguito-; yo creo que sí, y que muchas veces habéis visto en vuestras casas esos grandes pasteles redondos, rellenos de dulce, y que habrán excitado vuestro apetito, hasta el momento en que vuestros papás os hayan dado un pedazo.

»Seréis tan golosos, habréis tenido tantos deseos de probar el pastel, que   —8→   no habréis notado la forma que regularmente tendrían los pedazos. Yo, sin embargo, debo haceros notar que probablemente sería cada uno un sector circular, es decir, un sector del pastel.

Esta comparación de Carlitos promovió la risa de todos sus discípulos, por más que fuese muy atinada y juiciosa; no hay duda que regularmente toda torta grande, para ser partida, se hace en la forma que indicaba Carlitos, y que, si acierto a representar, es la siguiente:

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-A esta que veis representada aquí le falta una parte, que creo comprenderéis tiene la figura del sector.

Mi amiguito tenía necesidad de valerse de ejemplos vulgares para la mejor comprensión de sus discípulos, y yo, que no hago más que mencionaros sus palabras y copiaros sus explicaciones, no quiero cambiar en nada el carácter de la enseñanza de Carlitos.

Ya habéis visto cómo hizo ver claramente la diferencia entre círculo y circunferencia; ya os he dicho también del modo sencillísimo con que les explicó lo que es un sector circular. Yo creo que así como sus discípulos quedaron perfectamente enterados, lo habréis quedado también vosotros, queridísimos lectores.

Debo mencionaros que Carlos habló después del segmento. Poco se detuvo en esto, limitándose a manifestar a sus camaradas que se llama así a la porción de círculo comprendida entre un arco y su cuerda. El segmento no se parece a nada, tiene una figura fea por demás. Voy a dibujaros una copia del que los geómetras tuvieron a la vista.

No lo recuerdo bien, pero creo que era así:

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Supongo comprenderéis que esto será un segmento, si no se considera el grueso que veis representa; por lo que creo quo no tengo necesidad de indicaros que el verdadero segmento lo tenemos en la superficie de la tablita.

Algo más debió decir el pequeño catedrático de las superficies redondeadas, pero me encuentro obligado a confiaros, en secreto desde luego y suplicándoos no lo digáis, que he olvidado completamente el resto de la lección.

Este sería un gravísimo inconveniente si Carlitos no pudiese recordarlo; pero como estoy seguro, pues mi amiguito tiene una memoria prodigiosa, de que él podrá decirme lo que entonces explicó, queda reducido todo a que tengo necesidad de visitar al buen niño para que me comunique lo que he de deciros sobre esto. Yo, por mi parte, no recuerdo ni una palabra más.

Ya veremos, queridos lectores, si para el número siguiente he podido ver a Carlitos, y me es posible seguiros explicando sus lecciones.

¡Válgame Dios, y qué triste es tener mala memoria, y verse en estos compromisos!





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ArribaAbajoPasajes bíblicos

Compuestos expresamente para esta revista


1

ArribaAbajoDedicatoria a los niños


Niños queridos, que aspiráis dichosos
las auras de la cándida inocencia,
y perfumes suaves y aromosos
que orean vuestra plácida existencia.
Existencia feliz y encantadora,  5
llena de dicha y bonancible calma,
que fulgura brillante cual la aurora
de la virtud que santifica al alma.
Al alma, que entre dulces emociones,
arrulla sentimientos delicados  10
que merecen de Dios las bendiciones,
que son fuentes de júbilos sagrados.
Sagrados son los placenteros días
de vuestra edad, tan inocente y pura,
que atrae las vibrantes armonías  15
de mi lira que canta con ternura.
Ternura que me inspiran dulcemente
las bellas historietas que os dedico...
son hijas de mi amor y afecto ardiente;
leedlas con placer: esto os suplico.  20
Os suplico aceptéis el grato amparo
de mis versos, que espero os entretengan.
¡Al solaz instructivo que os preparo
dejen los padres que sus hijos vengan!
   Vengan a mí los candorosos niños,  25
con confianza y de entusiasmo llenos;
verán la inmensidad de mis cariños,
que los guía por prados muy amenos.
   Amenos en virtudes sacrosantas,
que brotan a la mágica influencia  30
del aljófar que riega eternas plantas
de honor y bendición, verdad y ciencia.
   Ciencia que emana de la voz del cielo,
esculpida en la bíblica Escritura,
que difunde enseñanzas de consuelo,  35
rico germen de paz y de dulzura.
   Dulzura inagotable que produce
generosas acciones que venero...
ella tras sí mi inspiración conduce,
y con ella a los niños cantar quiero.  40
   Quiero darles lecciones provechosas
con mis trovas sencillas y modestas,
sus almas elevando a las hermosas,
lindas, puras y espléndidas florestas.
Florestas del Edén, donde germinan  45
las virtudes, que adornan con aliños
a los justos que al cielo se encaminan,
y embellecen la vida de los niños.
   Niños buenos, salud; oídme atentos:
grabad con fruición en la memoria  50
mis dulces y melódicos acentos,
que os muestran el camino de la gloria.




ArribaAbajo- I -

El sol de la creación



Venid a mí, niños bellos,
a oídme con atención.
El sol de la creación
os envía sus destellos.
   Con su luminoso foco  5
da calor al ancho mundo
el astro rey, rubicundo,
a quien hoy humilde invoco,
   para que pueda ilustrar
vuestra razón infantil,  10
que ve maravillas mil
en astro tan singular.
   Pues lleno de fuego, él solo
al fecundizar la tierra,
las densas sombras destierra  15
corriendo de polo a polo...
   Antes que existiese Adán
hubo una batalla fiera
do perdieron su bandera
los secuaces de Satán.  20
   Estos del cielo bajaron,
(pues Miguel los derrotó
con fuerzas que Dios le dio),
y el negro infierno poblaron.
—10→
   Entonces... nubes y vahos  25
simas profundas cubrían;
las tinieblas se cernían
sobre el insondable caos.
   Era todo confusión
y lóbrega oscuridad;  30
¡la inmutable eternidad
se hallaba en agitación!...
   Viendo tan grande desorden
y torbellino espantoso,
quiso el Todopoderoso  35
restablecer... el buen orden.
   Con voz robusta y sonora,
«Hágase», dijo: y al punto
surgió en su hermoso conjunto
la creación encantadora.  40
   Puso sólidos cimientos,
con disposiciones bellas,
al sol, la luna y estrellas
y a todos los elementos.
   Lleno de satisfacción,  45
con su gran poder fecundo,
hizo rey de todo el mundo
al sol de la creación.
   Este, a tan ricos favores
agradecido, derrama  50
la vivificante llama
de sus brillantes fulgores,
   diciendo: «El astro yo soy
»que al triste mundo ilumino,
»y a las almas encamino  55
»a la región donde estoy.
   »Soy el rey del claro día
»y le visto de hermosura,
»y doy a la luna pura
»mi luz en la noche fría.  60
   »Mi obligación cumplir sé;
»destierro la oscuridad,
»y hago brillar la verdad,
»compañera de la fe...
   »Voy de mi destino en pos,  65
»y obedezco al Ser Supremo:
»yo abraso... pero no quemo
»a los que sirven a Dios.
   »Hiendo y cruzo los espacios
»con mi fúlgida carroza;  70
»y de oro baño la choza
»y los soberbios palacios.
   »De arrebol y rosicler
»adorno las lindas flores,
»que exhalan suaves olores  75
»cuando las vengo a mecer.
»Al llenar mi fiel misión
»en los altos hemisferios,
»me inflama con sus misterios
»la divina Religión».  80
   Así habló, mis niños bellos,
el astro rey rubicundo,
que derrama por el mundo
sus refulgentes destellos.
   De la Santa Religión  85
seguid la pura doctrina,
pues las almas ilumina
el sol de la creación.




ArribaAbajo- II -

Árbol del bien y del mal



Niños, mi canto armonioso
hoy pretende haceros ver,
un árbol bello y frondoso
que crió el Supremo Ser.
   En un jardín floreciente,  5
lindo y hermoso sin par,
quiso Dios Omnipotente
árbol tan verde plantar.
   Era la gala y encanto
que embelesaba el Edén,  10
pues él contenía el santo
origen de todo bien.
   Mas dentro de su corteza,
por designio celestial,
bullía con gran fiereza  15
la fuente de todo mal.
   Al lado del misterioso
árbol del mal y del bien,
descollaba majestuoso,
otro árbol bello también:  20
   el que llaman de la vida...
árbol lozano y gentil,
que la campiña florida
trocaba en santo pensil.
   De encantos y dichas lleno,  25
derramaba dulce paz,
viendo del jardín ameno
la vegetación feraz.
   Arrullado por las brisas
con suave y blando vaivén,  30
prodigaba sus sonrisas
a las flores del Edén.
   Estas la esencia vertían
de su balsámico olor,
y sus cálices abrían  35
al beso del casto amor...
—11→
   El cielo amor respiraba,
y amor la tierra también;
y con amor así hablaba
el árbol del mal y el bien:  40
   -«Soy el árbol misterioso
»que el poder de Dios crió,
»y en mi ramaje frondoso
»sus designios encerró.
   »Sus designios adorables,  45
»de suma profundidad,
»tan santos e inescrutables
»cual su inmensa eternidad...
   »El candor y la inocencia
»siempre veré a mi redor,  50
»si se enlaza la obediencia
»con flores de fe y amor.
   »De una lozana verdura
»formará un regio dosel
»mi buen Dios al alma pura  55
»que le ame obsequiosa y fiel:
   »La que humilde y obediente
»sepa su deber cumplir,
»verá feliz e inocente
»un risueño porvenir...  60
   »Mas... la que insensata llegue
»de mis frutos a comer,
»e injuriando a Dios se niegue
»a llenar su fiel deber,
   »del cielo irritado tema  65
»la más justa indignación,
»y el más terrible anatema
»de eterna condenación...
   »Con mi fruto misterioso
»y rica frondosidad,  70
»soy el emblema precioso
»de amor y fidelidad.
   »Ofrezco a las fieles almas
»la felicidad y el bien,
»y las flores, y las palmas,  75
»y las dichas del Edén:
   »Y a las que aparten sus ojos
»de la obediencia legal,
»las daré espinas y abrojos
»y un porvenir muy fatal».  80
   Así habló con grave acento
el árbol que Dios plantó,
y encerraba el mandamiento
que el padre Adán infringió.
   Los deberes religiosos,  85
niños puros, no olvidéis,
y los frutos deliciosos
de la gloria gozaréis.
   Oíd mi armonioso canto
que os da con amor leal,  90
la lección del sacrosanto
árbol del bien y del mal.

FRANCISCO REIG Y LLOPIS.






ArribaAbajoDos gotas de rocío

Fábula




Una brillante gota de rocío
cayó en el cáliz de una fresca rosa;
el alba la sorprende, y con el frío
       en su seno se heló.

   Era una gota pura, trasparente,  5
como perla en su concha recostada;
mas llega el sol, la funde un rayo ardiente,
   y a la flor jugo dio.

   Otra gota temblante, desde el cielo
se posa sobre el tronco de la mata;  10
resbala, la recibe el sucio suelo,
       y fango se volvió.

       El mundo es un precipicio;
       recuerde la juventud
       que la rosa es la virtud  15
       y que es sucio fango el vicio.

TEODORO GUERRERO.



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ArribaAbajoLos perros

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Ved ese noble animal; ha visto caer en el río al pobre niño, y le ha sacado a la orilla; y a su modo llama pidiendo socorro para la infeliz criatura.

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Ese pobre niño no tiene padres, no tiene hermanos, es un huerfanito que vive de la caridad, pero, en medio de su infortunio, Dios le ha dejado un amigo, un perro, a quien se abraza, y con sus caricias le da valor, le infunde aliento, le consuela y le hace amable la vida.

No maltratéis, niños, nunca a un perro, que en estos animales suelen hallarse ejemplos notabilísimos de lealtad, fidelidad y abnegación.



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ArribaAbajoEl mejor país

Cuento


Dedica este cuento a los pequeños lectores de LOS NIÑOS.


E. THUILLIER.                


Lejos, muy lejos de España existe, queridos niños, un país singular.

Es tan curioso, que basta decir su nombre para comprender lo que es. En efecto, el país de la Nada no iguala a ningún otro de los conocidos por el hombre.

Es tan pobre dicha tierra, tan mísero lo que en ella existe, que no comprendo cómo pueda haber en ella habitante alguno.

Y sin embargo, hay allí seres que viven la vida de la miseria, casi me atrevo a deciros la vida de la muerte.

Allí apenas si nace un pobre arbusto que dé con sus ramas sombra a la tierra; y en cuanto a haber árboles, sólo hay uno, con cuyo fruto se alimentan los que moran en tan singular país.

El nombre del árbol es tan curioso como el del país en que se halla: nadie pudiera tal vez suponer que se llama el árbol de la ignorancia.

De ignorancia, pues, se alimentan los moradores del país de la Nada; la ignorancia les sustenta y hasta les viste, puesto que con la corteza que tal árbol produce fabrican los nadistas2 sus vestidos.

He aquí por qué pudiera muy bien decirse que los singulares habitantes de ese país sólo poseen ignorancia; y, con propiedad hablando, no habría error alguno en decir que son unos ignorantes.

Hace muchos años que allí moraba una familia, compuesta solamente de tres personas: era una de estas el niño Deseo, completando sus queridos padres la totalidad de tres.

Deseo era un niño que no se avenía a vivir en aquel país, y ansiaba viajar, ansiaba ver el mundo para salir de un territorio donde sólo forzosamente pudiera permanecer.

Ya varias veces había expresado a su padre el pensamiento que abrigaba, y este, temiendo naturalmente la irreflexión natural en un niño, no había consentido en que su hijo abandonara la patria que en suerte le había cabido, la tierra donde había visto la luz primera.

Pero el niño no se conformaba; y tanta fue su constancia, que al fin consiguió de su padre querido el anhelado permiso de partir.

-Yo me haré hombre, yo me haré rico, yo volveré a mi patria para llevaros a donde la vida pueda ser más feliz.

Así decía el niño Deseo a su amado papá, y este, que sentía la resolución de su hijo, le respondía:

-Teme, hijo querido, los engaños del mundo; cuida que no te ofusque una vana apariencia; cuida que el mal no se albergue en tu alma y mate en ti el sentimiento del bien.

¡Mal! ¡Bien! El niño Deseo no entendía ni aun el significado de estas palabras;   —14→   tal era la influencia que en él ejercía el país en que moraba.

Su padre había querido preservarle de una perdición completa, y había obtenido de él una solemne promesa.

Cuando le dio su permiso para que pudiese marchar, hubo de hacerlo con una formal reserva; y era esta que nunca creyese hallarse en el mejor país sin consultar el contenido de una cajita que le había entregado, y que él poseía de sus antepasados, que habían llegado al país de la Nada arrojados por un naufragio. Era esta caja el único resto de sus antepasados, la única fortuna que en tan triste país poseía el buen padre del niño Deseo.

Hubo el niño de prometer solemnemente lo que su buen padre le exigiera, y, guardando la preciosa caja, se preparó a partir, haciendo alguna provisión del único fruto del solo árbol que en el país prevalecía. Llevaba, pues, Deseo por todo equipaje la mencionada caja y una buena provisión de ignorancia.

Con un estrecho abrazo a su padre y con muchos besos a su madre querida, pudo el niño partir y tomar la ruta de un país vecino, cuyo nombre era el país de la Alegría.

-Allí sí que estaré bien -se decía Deseo-; allí sí que seré feliz.

Y marchaba en pos de esta ilusión, que fortificaba su ánimo.

Y su cuerpo soportaba el cansancio, y no sentía el dolor de sus pies, lastimados por las piedras del camino.

En fin, después de más de dos días de caminar, llegó a un sitio, confín del país de la Alegría, en que sobre un poste vio marcada una señal, que debía indicar, sin duda, que allí terminaba la nación de la Nada.

Al pisar el nuevo país, una sensación extraordinaria experimentó Deseo en todo su ser: estaba tan alegre, que él solo se reía sin advertirlo. Y esto causaba, sin duda, que el pobre niño se creyera en el país de la Felicidad.

Pero no era así; bien pronto pudo convencerse de ello.

Su provisión de ignorancia se había concluido antes de entrar en el nuevo país, y aunque estaba alegre y la alegría no le abandonaba, sintió hambre, tuvo necesidad de comer.

Allá a lo lejos distinguió una cosa que él no había visto jamás, y a ella se dirigió para satisfacer su curiosidad.

Era una casa, hecha de madera, y que tenía la misma particularidad que todo lo que en el país se encontraba: causaba risa sólo el mirarla.

El niño supuso que allí dentro de aquella cosa, que aunque era una casa él no lo comprendía, debía haber algo, algún ser viviente que pudiera darle de comer, y llamó, y riendo, a pesar de estar hambriento, exclamó:

-¡Ah de quien aquí se halle!

Y una voz se oyó desde dentro que dijo:

-¿Quién llama?, ¿quién turba la alegría de este sitio, haciendo fijar la atención e interrumpiendo la risa?

¡Llamar la atención! ¡Interrumpir la risa! Indudablemente el niño hacía mal en turbar así la paz de aquel lugar.

Pero el hambre le instaba, y por esto llamó segunda vez y dijo:

-Porque tengo hambre turbo vuestra alegría; porque tengo sed os pido de beber.

Y la voz volvió a oírse, y nuevamente dijo:

-Marchad adelante: en el país de la Alegría no se come, ni se bebe.

  —15→  

Estas palabras helaron la sangre en las venas del niño. ¡No podía comer! ¡No podía beber!

Pero no había remedio: la voz misteriosa lo había dicho: «En el país de la Alegría no se come, ni se bebe».

Deseo, pues, siguió su camino, y siempre en línea recta, tomó el de la nación de la Hermosura, que lindaba con el país en que se encontraba.

-Allí -se dijo- sí que seré feliz.

¡Pobre niño! La ilusión sostenía en su alma la dulce esperanza, y su fe no decaía, ni su valor aminoraba.

Y siempre marchando, pudo al fin arribar al límite del nuevo territorio, donde desde luego pudo el niño satisfacer su hambre y su sed.

Magníficos árboles, cristalinos arroyos, preciosas vistas se presentaban por doquiera a su ardiente imaginación, y Deseo apagó su sed en el puro cristal de un arroyuelo, y mitigó su hambre con los ricos frutos que a su alcance encontraba.

-¡Qué país tan bonito!

He aquí la exclamación del niño, que había tenido una sorpresa grandísima.

Al ir a beber, el agua habíale retratado su sonrosada tez, y no era la suya, no, aquella cara que en el arroyo veía.

Él aparecía más hermoso que lo era en su patria; su belleza era extraordinaria; sus cabellos, antes castaños, aparecían ahora de color de oro.

¡Rara casualidad! El país de la Hermosura hacía bellos a cuantos en él entraban.

Y Deseo, que admiraba su improvisada belleza, no había dejado de notar una particularidad.

La alegría no le había abandonado.

Deseo, pues, se consideraba feliz, y allí estuvo mucho tiempo, sin acordarse siquiera de su patria ni de sus padres.

Pero, aunque hermoso y alegre, llegó un día en que un nuevo anhelo vino a hacerle triste lo que antes le había parecido bello. Se encontraba solo, y el niño ansiaba compañía, y se decidió por esto a marchar en busca de otra tierra que fuese mejor que aquella.

Púsose, pues, en camino, y al cabo de cinco días llegó a un nuevo país: era el país del Oro.

Allí no había más que riquezas, y como resultado de ellas, fausto y orgullo. El amor al rico metal que allí abundaba había atraído a aquel territorio tanta gente, que si mucho era el oro que en él se encontraba, no era menos seguramente la gente que allí estaba establecida.

-¡Buen país! Aquí sí que me quedo yo.

Así dijo Deseo, empezando a recoger oro desde el momento de su llegada.

Mucho recogió el primer día, y reunido quiso conservarlo; pero una dificultad insuperable se presentó ante él.

-¿Dónde guardar el oro?

Quiso comprar una casa, pero no encontró nadie que le vendiera nada: como abundaba tanto el oro, no tenía allí valor alguno.

Amontonó su botín y a su lado permaneció; no podía resolverse a abandonarlo, pues de haberlo hecho así, lo hubiera seguramente perdido todo. Y el niño estaba sobre el tesoro como el avaro que en él comprende la síntesis de su vida, la totalidad de sus ambiciones.

(Se concluirá.)



  —16→  

ArribaAbajoLa niña impertinente

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Ahí la tienen Vds., sentada en el tronco de un árbol, con un hocico de media vara, enojada por la cosa más nimia, mientras los demás niños bailan y juegan alegremente.

Y todo ¿por qué?...

Porque la tal niña es egoísta, presumida, vanidosa, y todo le ofende y todo le da envidia, y los demás han de someterse siempre a su voluntad, y ella nunca a la de los demás.

Luego volverá a jugar, pero a la menor cosa, vuelta a echar hocico y a decir que no juega, y a mortificar a los demás.

Caracteres así llegan a hacerse odiosos, por lo cual os aconsejo que procuréis no pareceros a esa niña; los niños deben ser afables, tolerantes, sufridos, y nunca egoístas ni envidiosos.





  —17→  

ArribaAbajoNúmero 2.- Tomo V.- Enero 1872

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ArribaAbajoEstudios de física


ArribaAbajoEl Aire

El ameno estudio de las ciencias físicas tiene por objeto conocer las principales cualidades de las materias inertes en sus diversos estados sólido, líquido, aeriforme y fluido incoercible, extendiéndose además al examen de las acciones mecánicas que los cuerpos en estos respectivos estados ejercen entre sí, y las circunstancias que determinan sus movimientos.

Partiendo de estos principios, y sin descender a los multiplicados fenómenos que ofrece este curioso asunto, y para cuya explanación se requieren nociones preliminares, pasamos hoy a exponer a la consideración de los niños lo que es el aire, ese elemento indispensable a la vida.

No nos proponemos tampoco en este artículo describir científicamente todas las diferentes combinaciones del aire en sus numerosas aplicaciones, sino solamente tratar, con la sencillez y claridad posibles, una materia tan interesante, poniendo al alcance de la más inexperta inteligencia ligeras nociones, que puedan ser de alguna utilidad para ilustrar su entendimiento. Día llegará en que algunos de nuestros jóvenes lectores se dediquen a la física y a la química, adquiriendo entonces perfecto y detallado conocimiento en la materia.

El aire es un agente que tiene por principios constitutivos el hidrógeno, el oxígeno, el carbono y el ázoe.

La aspiración de cualquiera de estos gases aisladamente pudiera sernos en extremo nociva, y juntos se neutralizan de tal suerte que forman ese fluido indispensable y preciso para respirar y vivir.

Su elasticidad se demuestra por medio de la mudanza del volumen; así es que, encerrado en un tubo, experimenta al momento una resistencia   —18→   considerable, producida por su tendencia a recuperar el volumen primitivo: esta fuerza elástica se manifiesta también por la velocidad con que sale del vaso, produciendo un silbido agudo, y tanto más pronunciado cuanta mayor sea la presión que sufre; lo propio que acontece en una de esas vejigas de goma elástica, con que a menudo juegan los niños, que comprimen con fuerza para imitar el silbato de una locomotora.

El límpido y majestuoso azul que forma la bóveda celeste, obra es del aire. La voz humana, la música, los sonidos no penetrarían en nuestro oído sin que el aire exterior los condujera. El aire impulsa las velas de una embarcación y la obliga a navegar con presteza contra las corrientes de las aguas, como hace girar las aspas de un molino.

Pero si bien este elemento es tan útil, tan importante y aun indispensable sobre todo a la vida humana, puede ser funesto cuando sus condiciones se cambian.

Los grandes huracanes que se producen por el desequilibrio de dos fuerzas iguales, o sea, el calórico y el frío, lanzan al hombre contra la tierra y talan, destruyen y rompen arbustos, chozas y plantas. Y si queremos buscarle en toda su pureza elevándonos sobre las altas montañas de los Alpes, de Suiza, Asia o América, y más que todo en aparatos aerostáticos, le encontramos tan sutil y enrarecido, que hace la respiración premiosa, y más de una vez tal imprudencia ha costado la vida a un aeronauta. Porque los globos suspendidos en la atmósfera tienden siempre a elevarse, sobreponiéndose a las capas menos densas del aire, a causa de que el gas hidrógeno que sus paredes encierran es un cuerpo mucho más ligero que aquel, como sucede en un corcho sumergido en la profundidad de una vasija o de un lago, que tan pronto como se le suelte subirá a la superficie, por su menor gravedad específica, y porque la presión atmosférica que, aun cuando no sea perceptible a nuestros sentidos, obra en todas direcciones, produce el equilibrio, pues como ejerce presiones iguales por sus caras laterales y opuestas, cuya acción se anula recíprocamente y la presión de alto a bajo, que en parte se destruye por la de abajo a arriba, que se verifica en su superficie inferior, le hace perder una parte de su peso, precisamente igual al volumen del aire que desaloja.

Los demás cuerpos, como que tienen un peso superior al de aquel fluido, o al del aire atmosférico que nos rodea, obedecen siempre y de una manera constante a la inmutable ley de la gravitación universal, que les impulsa hacia abajo; y por ligeros que parezcan y por grande el impulso que se les comunique, como sucede con los cohetes, en cuanto pierden esa fuerza artificial que el ingenio del hombre les imprime, el aire no tiene poder para sostenerlos, sino que caen en la tierra de donde partieron.

Otro fenómeno importante nos ofrece el estudio de ese elemento. A medida que nos elevamos a grandes alturas, ya sea por medios mecánicos, ya trepando a escarpadas montañas, como las que dejamos citadas, parece debería aumentar el calor e intensidad de los rayos solares, y, sin embargo, sucede todo lo contrario: estos pierden de su calor y brillantez al paso que se asciende,   —19→   y son más intensos y fuertes cuanto más bajo y resguardado de las corrientes del aire se reciben.

Así sucede con el sonido de las campanas, que si es muy alta la torre en que se encuentran, más fuertes y agudos llegarán a nosotros los sonidos que escuchamos, al paso que estos se debilitan cuando vamos subiendo.

El aire, en fin, como todo lo creado por la sabiduría de Dios, es el principal agente de la naturaleza. Él condensa en vapores las aguas de los ríos y de los mares, se alza sobre la superficie de la tierra en densa nube, cuya benéfica lluvia fertiliza los campos, embellece las flores y desarrolla los frutos; sirve de plano de sustentación a las aves que cruzan nuestras ciudades, campiñas y valles, esparce el grato perfume de las flores, y despeja y purifica la atmósfera que nos rodea.

M. J. PASCUAL.






ArribaAbajoCuento de Schmid

El hallazgo


En una ocasión comparecieron ante un juez dos campesinos.

El uno dijo:

-El señor, que es mi vecino, me ha vendido unas cuantas fanegas de tierra, y al labrarla he hallado enterrado un tesoro. Mi conciencia no me permite guardarle, porque al comprar el terreno ignoraba que estuviese allí.

-Yo -exclamó el otro- no puedo tomar ese oro, porque no soy quien le ha enterrado, y no me pertenece; al vender la tierra ignoraba también su existencia.

El juez, al contemplar tan honroso proceder, dijo:

-Puesto que os es desconocido el origen de ese tesoro, la hija tuya y tu hijo sé que se aman, casadlos, entregádselo a ellos, y será el cimiento de su fortuna.

Los dos labradores prometieron hacerlo, y se volvieron a sus casas llenos de alegría.

Un extranjero que presenció el juicio, exclamó en el colmo de su asombro:

-En mi país se hubiera terminado este asunto de otro modo. El comprador hubiera guardado el tesoro sin dar al otro una peseta, y de este modo no se habría divulgado el hallazgo: si a pesar de eso se descubría, el antiguo poseedor del terreno le hubiera reclamado el tesoro ante los tribunales, empeñándose así un ruidoso proceso.

El juez, interrumpiéndole, le preguntó con acento grave:

-¿El sol brilla en vuestro país?

-Ciertamente.

-Y la benéfica lluvia ¿rocía la tierra?

-Sí, señor.

-Es extraño: ¿pero también tendréis aves, rebaños, bueyes y vacas?

-¡Ya lo creo!, en gran abundancia.

-Sin duda por esos inocentes animales, es por quienes Dios envía a vuestro país el sol y la lluvia, que vosotros no merecéis en verdad tales beneficios.



  —20→  

ArribaAbajoLos huerfanitos

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¿Veis qué tristes están esos pobres niños?... Son tres hermanitos que, en tan tierna edad, han perdido ya los seres que más necesitaban en el mundo. Han perdido a su padre y a su madre.

Tienen una gran fortuna y criados, y comodidades; una buena religiosa está encargada de su cuidado, y los ama mucho; pero les faltan sus padres, y por mucha que sea su fortuna, les falta todo.

Así crecen tristes los pobres niños, y acaso envidian ya a los niños pobres que carecen de toda fortuna, pero que tienen padres.

Amad mucho a los vuestros, queridos lectores, y pedid a Dios les conserve la vida.



  —21→  

ArribaAbajoEl borriquito

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Contemplad ese ejemplo.

Tan malo, tan desaplicado, tan sucio y destrozón es Antonio, que el maestro, un hombre lleno de bondad, no tiene más remedio que usar con el rebelde discípulo de todo rigor. Ahí le tenéis de rodillas, en cruz, y con las orejas de asno, siendo la irrisión de la escuela.

Dios os libre de semejantes trabajos; para ello basta que seáis buenos, aplicados, juiciosos, aseados y obedientes, y tengáis vergüenza, que es precisamente lo que le falta a Antonio.




ArribaAbajoEl mejor país

Cuento


(Conclusión)


Las provisiones traídas del país de la Hermosura tocaban a su término, y era necesario tomar, por lo tanto, una resolución.

El tesoro parecía retener a Deseo, que no se determinaba a abandonar sus riquezas: el niño era rico, hermoso, alegre, pero ignorante aún.

Llegó un día en que se acabaron las provisiones, en que el hambre apareció de nuevo tal como se le había presentado en el país de la Alegría, y era necesariamente indispensable tomar una resolución.

-Marcharé; pero llevaré el oro que mis fuerzas me permitan cargar.

  —22→  

Así exclamó Deseo, y así hizo. Recogió todo el oro que pudo buenamente llevar, viéndose obligado a usar de sus vestidos para contener el oro que llevaba sobre sí. El niño había recogido un tesoro, pero perdía, en cambio, sus vestidos, que ya no podrían servirle.

Y púsose nuevamente en camino, y la fatiga y el desfallecimiento vinieron en seguida sobre él.

El hambre debilitaba sus fuerzas, pero la avaricia, el amor al oro, hacían todavía posible la marcha, dando un mentido vigor a los miembros del niño. Y así continuó hasta que llegaron a tal punto la extenuación y la fatiga, que ambas dieron con el niño en tierra, privándole completamente de sentido.

Deseo volvió en sí; pero ya no estaba en el sitio donde la debilidad le había privado de conocimiento; se encontraba, con extrañeza, tendido en un blando lecho, cosa para él completamente desconocida.

Ya no sentía la fatiga que antes le había hecho caer a tierra sin conocimiento; ya no sentía como antes que la vida se escapaba de su cuerpo.

El primer recuerdo de Deseo al volver en sí fue para su tesoro; pero bien pronto pudo tranquilizarse respecto a él: el oro estaba allí, a su lado, tal cual él lo llevaba al sentirse desfallecer.

El niño estaba lleno de admiración: no comprendía lo que le pasaba, y así fue que tomó la resolución de gritar, por ver si alguien venía en su auxilio.

Gritó, y al punto un apuesto mancebo acudió a su llamamiento, acompañado de dos hermosísimas doncellas.

-¿Qué quieres? -dijeron los tres al niño.

-Saber dónde estoy. ¿Por qué me hallo aquí?

-Te encuentras en los dominios del Bien, a quien tú, extranjero seguramente, no conocerás. Yo soy el Bien, estas doncellas son mis hermanas la Caridad y la Justicia; te encuentras en mi casa y puedes estar completamente seguro; el que al Bien se acoge, no tiene nada que temer.

-De modo -continuó el niño- ¿que estoy en el país del Bien?

-Sí; aquí no se conoce el Mal: la Caridad y la Justicia son las que reinan en mi nación en nombre mío.

-¡El Mal, el Bien! -exclamó Deseo-; estas mismas palabras las oí yo de mi padre cuando quise abandonar mi patria en busca de un país mejor.

-No hay mejor país que este: donde reina el Bien todos son felices.

-Pues, entonces -dijo el niño-, me quedo en tu reino: yo quiero que me expliques lo que tú eres.

-Yo soy el Bien; y bueno es todo aquello que es conforme con la Caridad y la Justicia: por eso estos nombres los has visto en mis dos hermanas. Si quieres ser bueno, quédate aquí y aprenderás de mis hermanas lo que debes hacer.

-Sí; quiero quedarme... pero tengo una formal promesa que no sé si me lo permitirá. Mi padre me hizo prometerle que antes de fijarme definitivamente en un país, había de consultar el contenido de una cajita que me dio, y que conservo con mi tesoro. Ha llegado, pues, la hora de ver lo que la caja contiene.

Así dijo Deseo, y buscó inmediatamente entre su tesoro el recuerdo de su padre, el legado de sus antepasados, la misteriosa caja que ni un momento   —23→   se había separado de él. La abrió; y abierta, sólo vio en ella una brillante placa de acero que contenía una inscripción. El niño conservaba la ignorancia de que estaba lleno en el país de la Nada, y así es que no sabía lo que la inscripción quería decir, ni tampoco si aquello podía significar algo: ignoraba completamente la lectura; no sabía siquiera que se pudiesen manifestar los pensamientos por medio de la escritura.

-¿Qué dice? -le interrumpió el Bien.

El niño se quedó admirado, sin saber siquiera lo que quería decirle, y el Bien comprendió que Deseo era un ignorante.

-Voy a leerte la inscripción de la placa, ya que tú no sabes leer; aquí dice lo siguiente:

«No es posible la felicidad sin ser bueno de corazón. El país mejor es aquel en que el bien más se practica, aquel en que más se ejerce la caridad y la justicia; pero no es posible ser justo y caritativo sin ser bueno, ni comprender el bien sin tener la necesaria instrucción. Por esto, pues, el que sea bueno e instruido, el que viva allí donde impera el bien y la instrucción, será completamente feliz».

Esto leyó el Bien; y después, dirigiéndose al niño, le dijo:

-A ti te falta una circunstancia esencial para vivir aquí, para cumplir el deseo del que te ha dado esa cajita, y con ella esa máxima preciosa que te he leído.

-Yo quiero instruirme; yo quiero vivir dichoso con mis padres en el país del Bien -decía el niño-; yo tengo hermosura, alegría, riqueza; sólo me faltan el bien y la instrucción.

-Pues entonces, hijo mío -dijo la Justicia-, es necesario que busques a tus padres, que vayas con ellos al país de la Instrucción, y después que salgas de allí completamente instruido, después que pierdas en él la ignorancia que traes del país de la Nada, podrás vivir en mi reino, en el reino de mi hermano el Bien. Ve, pues, a tu antigua patria, y cuando vuelvas con tus ancianos padres, y ellos y tú traigáis la instrucción que necesitáis, entonces y sólo entonces ocuparás un lugar en el reino del Bien. Yo guardaré aquí tu tesoro, y marcha seguro, que nadie podrá cuidar de él mejor que yo.

El niño, satisfecho con estas palabras, determinó ponerse inmediatamente en camino, y así lo hizo, habiendo recibido antes de la Caridad nuevos vestidos y abundantes provisiones. Iba en busca de sus padres, completamente satisfecho.


Algún tiempo después, Deseo y sus padres volvían al país del Bien. Habían recorrido los mismos países que el niño primeramente recorriera, y estado además en el país de la Instrucción, donde habían aprendido en poco tiempo todo lo necesario. Por esto, pues, podían establecerse en el país del Bien, y vivir en el reino de la Caridad y la Justicia.

Así lo hicieron, y como esta última guardaba el tesoro de Deseo, no tuvieron más que recogerlo a su llegada a la que iba a ser desde entonces su nueva patria.

Allí fueron tan felices como podían apetecer, y Deseo tuvo la dicha de casarse con la Caridad, hermana del Bien, pudiendo así disponer en bien de los pobres de su tesoro.

Nada le faltaba, por lo tanto, al niño que había sido obediente a sus padres,   —24→   y que, ya hombre, tenía la felicidad de vivir en el mejor país, y de tener por esposa a la mejor de las virtudes, la Caridad.

Ojalá, queridos lectores de LOS NIÑOS, que todos vosotros queráis, como Deseo, buscar el mejor país, y encontréis el del Bien, acompañados o unidos con la Caridad.

Puerto de Santa María, 30 Diciembre, 1871.

E. THUILLIER.




ArribaAbajoGeometría de los niños

(Continuación)



ArribaAbajo- XXI -

Termina la lección interrumpida


¿Qué habréis dicho de mí, queridos lectores, al ver el apuro en que me puso mi poca memoria en el artículo anterior?

Yo, os lo confieso con franqueza, si hubiera podido siquiera prever que tal cosa había de acontecer, no hubiera emprendido esta tarea de contaros las lecciones de mi amiguito.

Olvidar la explicación de Carlitos era poca cosa; pero olvidar el fin de una lección cuando estaba escrita parte de ella, eso era más triste todavía, y sólo a mí podía sucederme.

¿Qué hacer, teniendo ya casi concluido el articulito?

¿Podía acaso inutilizarlo y esperar a recordar lo olvidado?

Tal vez era esto preferible, pero la idea de que había trabajado en balde si rompía mi escrito, me hizo declarar mi ignorancia, suponiendo desde luego que vosotros, queridos niños, no miraríais mal por eso al que escribe estas líneas sólo para vosotros.

¿Por qué no habrá el autor, tal vez haya dicho algún niño de los que leen este tratadito, por qué no habrá mirado un libro de geometría, y seguido por sí la lección de Carlitos?

Por dos cosas: primero, porque yo no entiendo mucho de esta ciencia y podía haber cometido algún disparate; y segundo, porque yo quiero conservar en todo, como os dije en mi artículo anterior, el carácter que mi queridísimo amigo supo dar a sus explicaciones. -Bien: ¿y a qué viene esto? -diréis-; ¿por qué no nos decís ya si habéis visto a Carlitos? -¡Qué impaciencia! ¿No podéis aguardar a que yo os lo comunique, que ya venís preguntándomelo?

He visto a Carlitos; sí, y sé ya lo que él dijo para terminar la lección que yo dejé interrumpida. Podéis, pues, estar tranquilos: la geometría de los niños volverá a continuar. ¡Qué chasco si mi amiguito no hubiera querido decirme lo que yo había olvidado, o hubiese él también padecido el mismo olvido que el que escribe estos renglones!

¿Qué hubierais dicho vosotros de mí?, ¿qué hubiera dicho el director de esta revista, que con tanta galantería me ha cedido las columnas de su periódico   —25→   en la confianza de que yo era capaz de escribir las lecciones de Carlitos?

Pero todo se ha arreglado: gracias a Dios que me veo libre del compromiso.

Mi amigo Carlos, pues, me ha explicado el fin de su lección, y yo, por lo tanto, voy a exponeros lo que él me ha dicho.

Después de haber tratado del sector y del segmento, pasó a tratar de la corona o anillo circular. Es esto una cosa que todos conocéis, pues todos habréis visto un anillo en los dedos de vuestros papás, de vuestras mamás o hermanitas, o tal vez en los vuestros.

Mirad una copia de la que Carlitos presentó a sus discípulos y que me ha enseñado hoy, que he ido a visitarle. Mi amigo conserva, como recuerdo gratísimo, todas las figuritas que mostró en su cátedra: es una gran cosa el infantil profesor.

Ved, pues, la corona:

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Ahora bien, queridos niños, ¿qué creéis que es un anillo o corona circular? Si os acordáis de la piedra tirada al agua, que forma una serie sucesiva de circunferencias concéntricas, veréis que el anillo es la parte de círculo comprendida entre dos de estas.

Además de esto, me ha dicho Carlitos que trató del trapecio circular y de la semejanza de los círculos: como me ha recordado su explicación, voy a deciros lo que él me ha referido hoy.

Trapecio circular es la parte de corona comprendida entre dos radios. Se parece mucho al trapecio, de que ya tratamos en los cuadriláteros, y si no tuviese formados por líneas curvas los lados que en el que ya conocemos llamamos bases, podía ser completamente igual.

Ved aquí la copia del que Carlos me ha enseñado, y que este llevó a su clase cuando explicó la lección, cuyo final por mi mala memoria olvidé. Es un trozo de corona; vosotros, sin saberlo, no hubierais supuesto, tal vez que podía tener un nombre particular.

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Por último, habló el joven profesor de la igualdad y semejanza de los círculos. Estas figuras no necesitan como las demás muchas condiciones para ser semejantes: en esto no son como la mayoría de las personas, que ninguna quiere parecerse a otra. Son los círculos unos señores grandes partidarios de la igualdad; tanto, que como os he dicho no necesitan ninguna circunstancia para que entre todos exista la más completa semejanza. Sí; todos los círculos son semejantes, y todos los que tienen radios iguales, son iguales. Ved, pues, cómo estos señores son insignes partidarios de la igualdad; indudablemente son desinteresados y despreocupados en demasía cuando no se cuidan de manifestarse con alguna particularidad que los distinga entre sí. Si   —26→   los señores círculos formasen una nación, mal había de estar entre ellos el servicio de policía: sería imposible averiguar el autor de una falta en una nación en que todos los hombres fuesen iguales.

Lo que acontece en los círculos pasa también en los anillos, todos son semejantes entre sí. En estos para ser iguales debe existir la misma circunstancia que en aquellos: tener iguales los radios.

Terminó Carlitos su lección explicando lo que acabo de mencionaros; pero aunque así fue, me ha indicado la conveniencia de que os exprese aquí los dos modos cómo un polígono puede hallarse en la circunferencia.

¿Quién hubiera podido deciros que mi mala memoria había de ser provechosa para vosotros? Pues así ha sido; y por ella sola vais a saber lo que es un polígono inscrito o circunscrito.

Se llama inscrito al polígono que está formado por líneas que son cuerdas de una circunferencia; y si los lados son tangentes a la misma, entonces se denomina circunscrito.

Ved aquí representados dos que reúnen estas circunstancias.

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El primero es un hexágono inscrito; el segundo un cuadrado circunscrito.

Todos los polígonos pueden inscribirse o circunscribirse en la circunferencia; pero si los lados disminuyen de longitud aumentando en número, sucede que la figura inscrita llega a confundirse completamente con la circunferencia. Por esto no son apreciables los polígonos de un número infinito de lados, y sólo se consideran en corto número.

Ahora, pues, he podido deciros esto de que traté por incidencia ha ya algunos artículos, diciéndoos entonces que a su tiempo os hablaría del particular.

Ya conocéis todas las figuras, y me resta para terminar la primera parte de este trabajo enseñaros a averiguar la extensión de las diversas que hemos ido tratando en amistosa unión vosotros y yo. Esto queda para el siguiente articulito, último, como os digo, de esta parte de la geometría, aunque no de este tratadito, que desde luego pienso terminar si, como espero, tiene algún atractivo para vosotros.

E. THUILLIER.





  —27→  

ArribaAbajoPasajes bíblicos

Compuestos expresamente para esta revista



ArribaAbajo- III -

El soplo de Dios



Niños bellos, ya sabéis
que Dios el mundo crió,
con los portentos que veis;
su gran poder no olvidéis,
y la virtud con que obró.  5
   Virtud que tachona el cielo
de rutilantes estrellas,
e infunde dulce consuelo
en el que con santo anhelo
sigue de la fe las huellas.  10
   Fe que enseña los primores
y asombrosas maravillas
de las plantas y las flores,
que arrullan con sus amores
las parleras avecillas.  15
   Fe que muestra los portentos
que en la tierra y en los mares
levantan gratos concentos,
dando plácidos acentos
de misteriosos cantares.  20
   Fe que del cielo bajó
entre las obras hermosas
que el poder de Dios crió...
en seis días las formó
con sus manos dadivosas.  25
   Mas antes de descansar
el día sétimo, quiso
su obra santa terminar,
y se dispuso a formar
al gran rey del Paraíso...  30
   ¡Día feliz! ¡Bello día
de inefable bendición,
en el que el Eterno cría
un ser que al mundo venía
a ser rey de la creación!  35
   Con voluntad bienhechora
y magnificencia augusta,
Dios brilla en tan fausta hora,
vibrando su voz sonora,
voz poderosa y robusta:  40
   «Antes de al cielo volver,
»que es la inmensa habitación
»de mi siempre Eterno Ser,
»quiero ostentar mi poder
»en toda su perfección.  45
   »En el consistorio santo
»de mi excelsa Trinidad,
»una en esencia, y por tanto
»cubre el misterioso manto
»de mi misma eternidad.  50
   »Estaba ya decretada
»del hombre la formación
»hermosa y privilegiada;
»y creación tan delicada
»llama toda mi atención.  55
   »¡Hagamos al hombre!... Sea
»en el acto y sin tardanza;
»y mi voluntad desea
»que en su inocencia yo vea
»mi imagen y semejanza.  60
   »Mi imagen lleve esculpida
»esta creación especial...
»¡A esta estatua tan querida
»yo le infundiré la vida
»con mi aliento celestial!».  65
   Dijo, y con bondad se inclina
a la tierra; toma barro
su mano santa y divina,
y traza la peregrina
forma de un cuerpo bizarro.  70
   Lleno de sabiduría,
como afamado arquitecto,
con simétrica armonía
y admirable maestría,
forma un ser noble y perfecto.  75
   Formado el hombre, quedó
en una profunda calma:
Dios su hermosura admiró,
y con su soplo infundió
en él la virtud del alma.  80
   Vida, amor y movimiento
por el cuerpo se derrama;
y piensa el entendimiento,
y brilla en el pensamiento
de la inspiración la llama.  85
—28→
   Y con fina voluntad
el alma y el cuerpo unidos
con recíproca amistad,
rinden al Dios de bondad
sus potencias y sentidos.  90
   Y esbelto y majestuoso
descuella por el Edén
el hombre bueno y hermoso...
¡En él brilla el misterioso
soplo del Supremo Bien!  95
   Desde vuestra edad temprana
id, niños míos, en pos
de la santa fe cristiana,
y ved que es el alma humana
hija del soplo de Dios.  100

FRANCISCO REIG Y LLOPIS.






ArribaAbajoHaz bien...

(Cuento)



ArribaAbajo- I -

El invierno había agostado los campos.

Los árboles se habían desprendido de sus hojas, mostrando sólo sus brazos descarnados.

No había flores: la tierra no daba ya frutos.

El viento, cada vez más helado, tronchaba furioso las ramas secas de los arbustos, que caían violentamente arrastradas, lanzando un sordo gemido.

La nieve cubría la campiña, blanqueando las casas y los montes.

Hasta el sol se había ocultado y apenas enviaba al mundo débiles resplandores de su inmensa luz, a través de la densísima niebla que se extendía entre el cielo y la tierra.

Triste estaba el valle y la aldea, triste el horizonte.

La vida parecía extinguida.

La naturaleza durmiendo el profundo sueño de la muerte.

Ni una piedra, ni una mata había en toda la extensión de terreno que abarcaban los ojos, que no estuviera sepultada entre la nieve.

Era en el mes de Diciembre del año 1870.




ArribaAbajo- II -

Amanecía.

Los habitantes de una pequeña aldea situada cerca de esta corte abrían las ventanas de sus casas saludando al nuevo día.

Y todos abriendo surcos entre la nieve, se encaminaban a los pueblos vecinos, en busca de trabajo.

El humo, que se elevaba al cielo desde las chimeneas de estos modestos lugares, se confundía con la niebla palpable que envolvía al pueblo.

Ni un solo pájaro cruzaba el espacio.

Los pájaros habían huido a otras regiones más templadas, porque ellos son la alegría y no viven donde sólo reina la tristeza.

Apenas empieza el otoño a marchitar las flores y a secar las hojas de los árboles, cuando no queda una rama libre de los estragos del invierno donde poder colgar sus nidos, cuando todo está mustio y sin vida y no encuentran las pobres aves ni una mata con que alimentarse sino sólo el peligro de morir azotadas por la nieve, huyen a otras zonas en que la temperatura es más benigna y la vegetación les ofrece medios de subsistencia.

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  —29→  

Únicamente los pájaros ya viejos,3

  —29→     —30→     —31→  

los que no tienen fuerzas para emprender el viaje, los que han de quedarse cuidando el nido donde acaban de nacer sus hijos, son los que desafiando los rigores de la estación permanecen escondidos en el hueco de un tejado, en la grieta de una peña, buscando anhelantes un poco de alimento con que poder vivir y mantener a sus hijos hasta que la primavera, desgarrando el velo de tristeza que cubre al mundo, el sol deshelando la nieve y los campos llenándose de flores y plantas, vuelvan a inundar la tierra de alegría. ¡Qué sería de estas pobres aves, condenadas a morir de hambre o de frío, si una mano generosa no velara por ellas!...


En una de las casas del pueblo de que hablo hay una niña rubia, de seis años, una criatura que parece descendida del cielo por la belleza de su rostro, y por la de su alma.

Ella, sin que nadie se lo haya enseñado, cuida de los pajarillos que en el jardín de su casa han colgado sus nidos.

Ella encuentra un placer en socorrer a los pobres de la aldea, que todas las mañanas acuden a la casa donde vive, y les reparte el sustento necesario con la sonrisa en los labios y con lágrimas en los ojos.

Sus padres son las personas mejor acomodadas de la aldea y nunca llamaron en vano a su puerta los mendigos de la comarca.

La niña rubia, que se llama María, ha aprendido desde pequeñita a ser caritativa, porque ha visto siempre este ejemplo en sus padres.

María no tiene más placer que el de hacer bien a sus semejantes, que es el mayor placer de este mundo.

María es también muy cuidadosa y muy trabajadora, y todo el día lo pasa ayudando a su madre en los quehaceres de la casa.

María, pues, con tan buenos sentimientos no podía ver sin pena que las aves de su jardín, tan habladoras durante el verano, tan felices en aquel pedazo de tierra, pereciesen de hambre en el invierno.

Por esto María, la madre cariñosa de los pájaros, que tanto la querían, que siempre revoloteaban en torno suyo dejándose aprisionar entre sus manos, cuando en la primavera repartía entre ellos granos de trigo y migas de pan; María se afanaba más en el invierno todavía porque aquellas aves no abandonaran su casa y no les faltase el alimento.

Todas las mañanas al despuntar el día, cuando aún la ventana del cuarto de la niña permanecía cerrada, todos los pájaros de la comarca acudían presurosos a colocarse en las ramas secas de los árboles que rodeaban su casa.

Apenas la luz del alba se introducía por las rendijas de la ventana, María abandonaba el lecho, y con el cabello tendido sobre la espalda, salía a saludar a aquellos pajarillos, que al verla se precipitaban a su lado, entonando alegres cantares.

Y María, dichosa, en medio de aquel enjambre de pajarillos que se esforzaban por hacerla entender su cariño, repartía la comida que les había dispuesto, riendo como una loquilla cuando al ofrecer una miga de pan, puesta en su boca, acudía algún ave a cogerla con su pico.

Así pasó todo el invierno, y así las pobres aves no tuvieron que temer a la muerte.



  —32→  

ArribaAbajo- III -

Llegó la primavera.

Las aves agradecidas no se separaron del jardín de María. Todas las mañanas venían a despertarla con sus trinos, entraban en su habitación, la acariciaban con sus alas y volvían a sus nidos, o a cruzar el cielo entonces alegre.

Ninguna tarde al caer el sol, cuando los pájaros se retiraban a sus nidos, se olvidaban de ir a saludar de nuevo a su generosa protectora, que ya las esperaba en su jardín.

La gratitud no es sólo patrimonio de las almas buenas. También las aves saben expresarla, y las que María cuidaba con tanta solicitud, no podían demostrarla de otro modo que con sus continuos gorjeos, con sus repetidas caricias y con el afán que tenían en destruir los insectos que en torno de la niña zumbaban.

Una tarde una serpiente de la montaña había logrado introducirse arteramente en el jardín de María.

María estaba sola. La serpiente, arrastrándose silenciosa, había llegado hasta el banco de piedra donde la niña estaba haciendo labor.

De repente la víbora se presentó a María, y se dispuso a clavar en un brazo de la niña su venenosa lengua.

María lanzó un grito de horror y corrió a ocultarse en su casa.

La serpiente la persiguió.

La puerta de la casa estaba cerrada, y María creyó que iba a ser víctima del asqueroso reptil.

Entonces fue cuando pudo recoger el fruto de sus continuos beneficios.

De pronto todas aquellas aves, apercibidas del peligro que corría su protectora, y sin pensar a qué se exponían, se lanzaron apiñadas sobre la cabeza del reptil, destrozándole a picotazos.

María se vio libre de una muerte segura, y dio gracias a Dios, mientras las aves a su lado revoloteaban alegres, porque habían podido pagar sus beneficios a la niña de cabellos de oro.

No hay beneficio que sea estéril.

El placer de hacer una buena acción no tiene semejante.

No hemos de mirar a quién protegemos. Tarde o temprano el ser más insignificante de la creación sabe devolver el beneficio con creces.

Sembrar el bien sin mirar dónde es recoger algún día larga cosecha de felicidades.

Dios lo ve todo, y Dios devuelve ciento por uno.

RICARDO SEPÚLVEDA.






ArribaAbajoJeroglífico

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ArribaAbajoNúmero 3.- Tomo V.- Enero 1872

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ArribaAbajoLa madre tierra

De ella procedemos todos. He aquí compendiados en pocas palabras cuantos motivos de gratitud nos unen con este grandioso elemento, uno de los cuatro en que los antiguos físicos dividían la naturaleza. Con él tiene la humanidad cierta clase de parentesco, porque en aquel glorioso día en que el Supremo Hacedor dispuso sabiamente completar la obra del universo, después de haber creado todas sus maravillas, dijo con la expresión del más elevado amor: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza», y le formó de un poco de barro terrenal, inspirando en su rostro un soplo de vida y dándole un alma dotada de razón e inmortalidad.

Desde entonces, ya en el Paraíso entre las delicias del estado de gracia, ya fuera de él, sometido a las desdichas del pecado, Adán, representado por el hombre, ha sojuzgado a la tierra, que a su vez le paga con inmensos beneficios sus afanes y descubrimientos. No contenta con haber formado parte de su carne y de su sangre, ella le brinda en su seno todo lo que puede contribuir a satisfacer sus necesidades, todo lo que puede deleitar sus sentidos. Ella con sus rudas peñas y con sus fuertes árboles le suministra materiales con que fabricar el palacio o la choza que ha de abrigarlo contra las inclemencias de las estaciones. Cubre su superficie con infinita variedad de productos para alimentarle, y con otra no menos infinita de plantas, que son el remedio consolador de sus dolencias corporales. Abre sus hondas entrañas, donde centellean el oro y la plata, a los esfuerzos del minero que en ellas busca, descargando los golpes de su pico, los esplendores de la riqueza. Y cuando, llegado el último momento de la vida, el hombre tiene que pagar su tributo a la muerte, la tierra abre de nuevo su piadoso seno, y en él recibe   —34→   indistintamente al orgulloso y al humilde, al fuerte y al débil, al opulento y al menesteroso.

Y si de esto sirve la tierra al hombre en el concepto de la utilidad, no le complace menos en los deleites que proporciona. Junto a la rica planta o a la yerba medicinal, produce la bella flor que con sus aromas y sus colores embelesa la vista y recrea el olfato con delicadísimas sensaciones que apenas puede revelar la palabra. Deja correr por encima de su faz cristalinos arroyos y caudalosos ríos, cuyos murmullos variados, ora suaves, ora mugidores, unidos a las armonías de los vientos, forman un conjunto de vagas sonoridades que parecen al oído como ecos de una música inefable. Descienden de las ramas de los cargados árboles, próximas al alcance de la mano del hombre, y como incitando sus deseos, las pintorescas frutas, cuyo exquisito sabor es delicia de las más refinadas exigencias del gusto. Y para que el tacto pueda satisfacer también las leyes de su naturaleza, da aliento y vida a la multitud de seres, objetos o producciones que cumplen con esa misión, pudiendo dudarse si hay algo que cause en la vida sensación más pura y deleitosa que la mejilla del recién nacido, hijo en Adán del seno de la tierra.

De todo se infiere que la que nos dio origen, que nos sostiene, que nos alimenta, que nos recibe en su seno, debe ser para nosotros objeto de respetuosa consideración.

De aquí el que en todos los pueblos y en todas las civilizaciones haya sido su cultivo la profesión primordial, y la honrada por excelencia entre las diversas de esta índole que en el orden físico pueden representar el trabajo material del hombre. Y a poco que se reflexione se echa de ver en efecto que, si bien son necesarias y de utilidad las faenas del industrial, del mecánico, del comerciante, y otras mil análogas, ninguna de ellas está tan en relación con el orden de la naturaleza como la del labrador y del agricultor que trabajan a la faz del cielo el propio elemento de que proceden, habiendo sido por esta razón, y porque el resultado de sus afanes constituye la base fundamental de la riqueza, favorecida la agricultura con la protección y amparo de innumerables leyes.

Antiguas tradiciones poéticas han representado la nobleza del cultivo de los campos y los beneficios que de él obtiene la humanidad por un bello símbolo, de que os dará débil idea el grabado que tenéis a la vista. Una joven hermosa, coronada de flores, y que pendiente de su cintura lleva la dorada hoz, y un adolescente que estrecha en sus brazos un manojo de sazonadas espigas, constituyen ese emblema. Ella, que es una griega figura, a modo de divinidad mitológica, representa el instinto humano que pide a la tierra sus más opimos frutos, la ley del trabajo, que es a la par ley de castigo y de perdón. Él, que es un mancebo que acaba de dejar los juegos de la infancia para entrar en los combates de la juventud, simboliza al hombre que desde sus primeros afanes puede recoger del seno de una madre cariñosa la jugosa espiga, que a su vez simboliza el primero y más importante de los alimentos humanos. ¿No es una representación muy halagüeña de la agricultura, de la que es a la vez arte, profesión, conveniencia, necesidad y recreo?

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Ved, desde otro punto de vista, cómo la madre tierra galardona los sudores del que consagra su vida a cultivarla. No aludo aquí a los rendimientos y frutos naturales antes indicados; aludo a la influencia bienhechora que los trabajos y el alejamiento del mundo, necesarios para procurar los expresados fines, ejercen sobre el organismo físico y sobre las inclinaciones morales del agricultor. El vigor, la sobriedad, la salud son tres recompensas que este consigue en el primero de los enunciados conceptos. El orden de la vida, padre del reposo; la moderación de los deseos, medio de obtener la posible felicidad terrestre, y la honradez de sentimientos, origen de la tranquilidad de la conciencia, son para él, en el segundo de aquellos, dulce premio que no comprenden los que padecen en medio del torbellino de las pasiones sociales.

¿Qué mucho, pues, que desde los más remotos tiempos los pueblos, aún sumidos en los errores de la idolatría y del paganismo, hayan atribuido a sus falsas divinidades y a sus héroes la invención del cultivo de la tierra? Si conocido en Asia desde épocas fabulosas   —36→   se propagó al resto del mundo como el bienhechor del género humano; si los egipcios atribuyeron su descubrimiento a Isis, los griegos a Ceres y a Triptolemo, inspirado por esta diosa, y los italianos a Saturno o a Jano; si en China fue siempre objeto de una especie de culto; si en los mejores tiempos de la república romana obtuvo grandes honores y consideraciones, hasta el punto de que eminentes varones no se desdeñaban de practicarlo personalmente, señales son todas estas que demuestran que en tal género de trabajos obedece el hombre a un secreto y poderoso instinto de su naturaleza.

Todo esto representa la madre tierra en el orden físico. Ahora bien: ¿no es evidente que en el orden moral publica el poder, la sabiduría y la providencia de su Creador? Sí lo es.

ANTONIO ARNAO.




ArribaAbajoCuento de Schmid

Los verdaderos amigos


Un padre cariñoso refirió un día a sus hijos el cuento siguiente:

«El gobernador de una grande y remota isla recibió una vez orden del rey, su legítimo señor, de comparecer a su presencia a dar cuenta de su conducta.

»Después de hacer los preparativos de viaje, se embarcó para su patria. Sus amigos, por quienes él había tenido mayor predilección, le vieron partir indiferentes; otros que le habían hecho mil protestas de cariño, le acompañaron hasta la orilla del mar; pero algunos, en los que apenas se había fijado y de los que jamás hubiera creído recibir tan grande obsequio, le acompañaron en su larga travesía, llegaron con él hasta las gradas del trono, y allí tomaron su defensa, alcanzando para él la gracia de su soberano.

»En este gobernador, hijos míos, veis a todos los hombres: como él, cada hombre tiene tres especies de amigos, cuyo verdadero valor no conoce hasta el momento en que va a comparecer ante el tribunal de Dios para dar cuenta de las acciones de su vida.

»Los primeros son sus riquezas, empleos y honores, que le abandonan a la hora de su muerte, para pasar tranquilamente a manos de otros.

»Los segundos son sus parientes y personas de su cariño, cuyas lágrimas le acompañan hasta el sepulcro.

»Los terceros son sus buenas obras. Estas le siguen en su viaje a la eternidad, abogan por él ante el trono del Altísimo y le alcanzan perdón y misericordia.

»¡Que estos últimos, hijos míos, formen el mayor número de vuestros amigos, y así viviréis y moriréis tranquilos!».



  —37→  

ArribaAbajoAntonio de Nebrija

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Fue este célebre escritor gran gramático y catedrático en Salamanca y en Alcalá; tenía grandes conocimientos en diversos idiomas, y fue muy estimado por su saber y virtudes. Nació en Lebrija en 1444 y murió en 1522.




ArribaAbajoPasajes bíblicos

Compuestos expresamente para esta revista



ArribaAbajo- IV -

El albor de la inocencia




Bien sabéis, queridos niños,
que os amo con la ternura
que brota de la dulzura
de mis ardientes cariños.
Blanca como los armiños  5
es de la gracia la esencia
que embalsama la existencia,
pura, bella y delicada,
del alma que está adornada
del candor de la inocencia.  10

   De la inocencia el albor
al rielar en el Edén,
colmó a Adán de paz y bien
con su influjo encantador.
Las dulces fuentes de amor,  15
de ventura y de clemencia,
bañan la limpia conciencia
del hombre dichoso y fiel,
al ver irradiar en él
el albor de la inocencia.  20
—38→

   Libre, feliz y sereno,
e inundado de alegría,
el primer hombre vivía
en un jardín muy ameno.
De la gracia de Dios lleno,  25
recibía la influencia
del perfume y rica esencia
de aquellas flores fragantes,
que bordaban con diamantes
a la flor de la inocencia.  30

   Flor hermosa y celestial
que en el Paraíso brota
y derrama gota a gota
su fragancia sin igual.
La justicia original  35
brilla con magnificencia
en la sublime eminencia
de la verdad soberana,
que embellece y engalana
el ángel de la inocencia.  40

   Ángel que vuela entre flores
cual céfiro dulce y blando,
de perfumes impregnando
el pensil de los amores...
Al contemplar los honores  45
y magnífica excelencia
y suprema preeminencia
de la gracia candorosa,
dice con voz melodiosa
que le inspira la inocencia:  50

   -«Albricias te doy, Adán,
»por tus derechos sagrados:
»todos los seres criados
»a tus órdenes están.
»Siempre risueños serán  55
»los días de tu existencia,
»si con humilde obediencia
»sirves a Dios, Rey del cielo,
»que hace brillar en el suelo
»el albor de la inocencia.  60

   »Eres libre para obrar,
»y libre para sentir,
»y libre para elegir,
»y eres libre... para amar...
»Ama a Dios, que ha de juzgar  65
»con equidad tu conciencia...
»En tu clara inteligencia
»y discreción yo confío,
»sabrás regir tu albedrío
»con la luz de la inocencia.  70

   »¡Luz de irradiantes fulgores!...
»Si la sabes conservar
»ella te ha de coronar
»con su guirnalda de flores.
»Gozará dichas y amores  75
»tu venturosa existencia...
»La Divina Providencia
»origen de todo bien,
»quiere, Adán, que en el Edén
»brille pura tu inocencia».  80

   Esto dijo el Ángel santo,
y sus alas primorosas
tendió sobre bellas rosas
cual tenue y vistoso manto.
Un dulce y místico canto  85
de melodiosa cadencia
vibra y trasmite la esencia
de las perfumadas flores,
ensalzando los primores
de la cándida inocencia.  90

   Niños: es grande el valor
de la gracia soberana
que infunde en el alma humana
carismas de santo amor.
Amad del Sumo Hacedor  95
la bondadosa clemencia,
que os inspira la prudencia
y os muestra la maravilla
con que en vuestras almas brilla
el albor de la inocencia.  100

FRANCISCO REIG Y LLOPIS.





  —39→  

ArribaAbajoGeometría de los niños

(Continuación)



ArribaAbajo- XXII -

Áreas de los polígonos


Recuerdo, queridísimos lectores, la vergüenza que pasé hace algunos años, cuando yo era niño, por no poder averiguar la extensión de la sala de la casa en que por aquellos tiempos habitaba. Era el caso que mi papá quería poner esteras en aquella habitación, y como yo estaba en la escuela y debía saber geometría, tenía empeño mi buen padre en que averiguase las varas que era necesario pedir al esterero para que este no tuviese necesidad de venir a nuestro domicilio con el solo objeto de medir nuestra sala.

Vano fue el empeño de mi querido papá: yo no sabía una palabra de esta ciencia que ahora os presento en mis artículos, y no pude resolver el problema.

Pero no fue esto todo: el esterero vino con una vara debajo del brazo, y con una sencilla multiplicación dijo las varas de estera que el salón requería.

Yo estaba allí, y estaba para sufrir la victoria de aquel hombre sobre mí: él, que decía no saber leer apenas, sabía más geometría que yo, que en la escuela había obtenido el primer premio de aplicación. Mucho pensé entonces en las ventajas del saber, y muchos deseos tuve de adquirir conocimientos en esta ciencia tan bonita sobre que os escribo; pero mi maestro era de los antiguos, y no enseñaba en su escuela la geometría. Tuve, pues, necesidad de resignarme hasta que hace poco mi amigo Carlos ha venido a enseñarme, contándome los sucesos y la historia de su cátedra, todo esto que he ido exponiéndoos en los anteriores artículos que habréis sin duda alguna leído en este periódico.

Ahora bien, queridos niños, yo no quiero que os veáis en el bochorno que pasé con el esterero, por no saber averiguar la extensión de mi sala, que tenía la forma de un perfecto rectángulo; y por esto voy a deciros lo que mi amigo el profesor explicó a sus discípulos sobre el modo de conocer el área de los polígonos.

Área os he dicho; sí, se llama área de una figura a la medida de su extensión.

Empezaremos por el triángulo: es la menor de las figuras en el número de sus lados, y esto hace que debamos darle la primacía. Vosotros y yo obramos perfectamente considerándola antes que las demás.

Si se os diese un espacio cualquiera de figura triangular, y quisiereis averiguar su extensión, tendréis necesidad de conocer su base y su altura. Supongo que conocéis ambas cosas; si así es, no tenéis más que multiplicar el número que represente la longitud de la base por el que dé la mitad de la altura; en el producto tendréis el área del espacio triangular; pero debo advertiros que aquel se referirá a unidades cuadradas de aquellas que lineales   —40→   representaban los factores: supongo que sabéis que los términos de la multiplicación son factores del producto.

Quiero poneros un ejemplo: sea la averiguación del área de un triángulo que tenga 27 metros de base por 22 de altura: tenemos que multiplicar 27, longitud de la base, por 11, mitad de la altura:

27 x 11

He aquí que casualmente he venido a proponeros un problema de aritmética.

¿Vais a tomar la pluma para resolverlo?

No, queridos niños; es muy fácil multiplicar por 11 un número de dos cifras. Voy a deciros cómo, por si alguno de vosotros no lo sabe. Sumo las dos cifras, y tengo 2+7=9; pongo el 9 entre los dos sumandos, y forman las tres cifras el deseado producto:

2·9·7

297 es, queridos niños, el producto de 27 por 11. Nuestro triángulo tendrá una extensión igual a 297 metros cuadrados.

Debemos pasar a los paralelogramos: el área de una de estas figuras es igual al producto de su base por su altura. Esto lo sabía el esterero de que os he hablado, y por eso averiguó él tan fácilmente el número de varas de estera que mi sala requería. Sí; él tomó el largo, luego el ancho, y como estas eran la base y altura del rectángulo que el salón formaba, tuvo fácilmente en el producto el área de la sala que yo no supe medir.

Vosotros no estáis ya expuestos a sufrir lo que yo en aquella ocasión; tenéis, pues, más fortuna de la que a mí me cupo.

Debo haceros observar que en el cuadrado, como la base y la altura están representadas por cualquiera de los lados, no tenéis para averiguar su extensión más que multiplicar la longitud de uno de ellos por sí misma.

Sabéis ya, por lo tanto, el modo de conocer el área de un triángulo, un cuadrado, un rectángulo, un rombo y un romboide. Voy a explicaros cómo podréis obtener la del trapecio y círculo y la de un polígono cualquiera.

El área de un trapecio es igual al producto de su altura por la mitad de la suma de las bases; es decir, de los lados paralelos.

La del círculo es igual al producto de la circunferencia por la mitad del radio.

¿Y la del polígono?

Aquí hay una gran dificultad: el área de un polígono es igual, siempre que sea regular, a su perímetro por la mitad de su apotema.

¿Qué es esto?, diréis.

Tenéis razón, queridos niños, no os he dicho lo que es apotema. Pero lo vais a ver en seguida: se llama apotema a la recta que saliendo del centro de la circunferencia en que se considera inscrito el polígono, es perpendicular a un lado en su punto medio.

¿Queréis que os lo represente?

Voy presuroso a cumplir vuestro deseo:

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  —41→  

Si consideráis a un círculo como un polígono de un número infinito de lados, o a uno de estos, aunque esté formado por un corto número de rectas, descompuesto en triángulos, os será fácil recordar siempre el modo de hallar sus áreas.

Aquí termina, queridísimos lectores, la primera parte de este tratadito, cuyo final motivó en la cátedra de Carlitos una suspensión de tres días de clase, por causa de que mi amiguito encargó a sus discípulos la construcción de las figuritas que podían representar ya cuadriláteros, ya círculos, en fin, cualquier cosa de las que en la cátedra se habían visto, y que había el esclarecido profesor construido. Los niños prometieron, cada uno por sí, traer una colección completa, si bien unos esperaban hacerla de papel, otros de cartón y otros de madera. Tenía esto un fin muy importante, y era conseguir de los geómetras que se fijasen perfectamente en las diferentes figuras que conocían para apreciar mejor sus conocimientos. Ya que termino aquí este artículo, debo recomendaros lo mismo, para que emprendamos con provecho la continuación del estudio de la geometría. Ya veréis en el primer artículo de la segunda parte la diferencia que existe entre lo que conocemos y lo que vamos a conocer.

E. THUILLIER.






ArribaAbajoUn erudito

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Este niño tiene grandes condiciones de bibliófilo y erudito. Registra todos los libros de su tío, y en todos encuentra alguna cosa que le parece curiosa y bonita, y ya no se le va nunca de la memoria, que la tiene felicísima, como ha de ser la de un erudito.



  —42→  

ArribaAbajoCarta al director de LOS NIÑOS

Con sumo placer insertamos la siguiente carta-romance que un suscritor, un niño de nueve años, dirige desde Zamora al director de LOS NIÑOS. Mucho nos favorece con ella su autor, que ha comprendido perfectamente la noble misión de este periódico, y le damos gracias por su elogio.

Cumplido con el autor este deber de cortesía, hemos de hacer notar al lector el asombro que nos ha causado que esa composición sea, como nos consta, producto de tan precoz ingenio. Grandes disposiciones revela en esos versos nuestro amable suscritor, y hacemos de él este elogio, seguros de que no ha de envanecerse y únicamente le servirá de estímulo para estudiar con afición y provecho. Dámosle la enhorabuena, y también se la damos a sus amantísimos padres.

Dice así el romance:


Aunque soy, Frontaura, un niño,
y un niño que sólo cuenta,
incluyendo la que pronto
vendrá, nueve primaveras,
tengo, gracias a tu pluma,  5
humos de hombre cuando llega
tu periódico, -(o el mío,
que mío es, y verdadera
fe de ello me da su nombre)-
y hallo en sus páginas bellas  10
que por mi ventura es sólo
para niños cuanto encierra,
que los niños se hacen hombres
con la lectura que engendra
en su corazón virtudes  15
y luz da a su inteligencia.
La mía, aunque mis maestros
dicen que es precoz, apenas
comprender esto podía
al recibir las entregas  20
primeras de tu periódico,
que entre mis juguetes eran
otro juguete, y no más,
las que recibí primeras.
Mas luego que mi maestro  25
me ha explicado lo que es esa
difícil facilidad,
como la llamó el poeta...
(Moratín, creo...) me he dicho
acá para mis... afueras  30
(del maldecido asonante
es culpa este viceversa):
¿Conque tan difícil es
el escribir cosas buenas
y propias para los niños?  35
¿Conque es más fácil empresa
escribir para los sabios,
que el hacer esas ligeras
composiciones, que un niño
piensa para sí, al leerlas, 40  40
que es otro niño su autor,
y que él también las hiciera?
¿Conque así es como LOS NIÑOS
a los niños les enseña
a correr tras la virtud,  45
como corren tras ligera
y pintada mariposa,
por lo que tiene de bella;
y así, jugando, jugando,
como los chiquillos juegan,  50
su alma forma para el bien
y sus pasos endereza
hacia la verdad que es sólo
lo que hay de amable en la tierra?
—43→
   Y ello es cierto, porque yo  55
conozco con evidencia
que cuando leo LOS NIÑOS
y al tiempo que me deleita
su lectura, siento arder
en mi pecho con más fuerza  60
el amor a mis papás,
y que mi respeto aumenta
a mis maestros y a cuanto
es digno de reverencia.
   Y pues todo esto se debe,  65
Frontaura, a LOS NIÑOS, deja
que un niño reconocido
al bien que a todos dispensas,
te dé por todos las gracias,
y también la enhorabuena;  70
que si es útil a los niños
tu provechosa tarea,
para ti será gloriosa
y de fama duradera.

Zamora 21 de Enero de 1872.

LUIS CHAVES ARIAS.



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