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Para la biografía de Vicente Martínez Colomer vid. Guillermo Carnero, op. cit. En 1784 Pedro de Montengón y el editor Sancha trataban ya de la impresión del Eusebio. Cfr. Pedro de Montengón, Eusebio, ed. Fernando García Lara, op. cit., pp. 41-42, y Elena Catena, «Don Pedro de Montengón y Paret: algunos documentos biográficos y una precisión bibliográfica», Actas del Cuarto Congreso Internacional de Hispanistas, op. cit., pp. 297-304.



 

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Antonio Valladares y Sotomayor, prólogo a La Leandra (1797), apud. Juan Ignacio Ferreras, Los orígenes de la novela decimonónica, 1800-1830, Madrid, Taurus, 1973, p. 38.



 

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En el sentido que da a este término Juan Ignacio Ferreras, ibid., especialmente el cap. VIII: «La Novela Sensible y quizá Sentimental», pp. 205-242. Cfr. también Guillermo Carnero, La cara oscura del Siglo de las Luces, Madrid, Fundación Juan March/Cátedra, 1983.



 

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Vicente Martínez Colomer, Novelas morales, Valencia, Benito Monfort, 1804, prólogo sin paginar, pero p. [9].



 

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Ibid., p. 117.



 

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trabajos. El referente inmediato de la mayoría de los episodios, personajes o términos de la obra de Martínez Colomer, como hemos dejado expuesto en la introducción, es normalmente Cervantes, por lo que trabajos se toma en el mismo sentido que en el Persiles. Covarrubias, tras definir el trabajo como una actividad de carácter manual, incluye otra acepción, que es la que aquí conviene: «o qualquiera cosa que trae consigo dificultad o necessidad y aflicción de cuerpo o alma llamamos trabajo», Sebastián de Cobarruvias, Tesoro de la Lengua Castellana o Española [1611], Madrid, Turner, 1979, p. 971 b. Además de aparecer en el título de las obras de Cervantes y de Martínez Colomer, el término se puede documentar también en algunas otras narraciones que ofrecen rasgos bizantinos. Así lo encontramos en Alonso Núñez de Reinoso, Historia de los amores de Clareo y Florisea y de los trabajos de Isea, Venecia, Gabriel Giolito, 1552, o en el capítulo séptimo. «Do se cuentan los trabajos y cautiverios del rey Clodomiro y la Pastoral de Arcadia», de Antonio Eslava, Noches de invierno, ed. Julia Barella, Navarra, Institución Príncipe de Viana, 1986, p. 159. Con un significado casi coincidente con el expresado lo encontramos ya en el Libro de Apolonio, obra que comparte varios rasgos con la tendencia que estudiamos:


«Los que las aventuras quisieren ensayar,
a las vezes perder, a las vezes ganar,
por muchos de trabajos hobieron de pasar,
quequier que les avenga, hanlo de endurar»,



Libro de Apolonio, ed. Manuel Alvar, Madrid, Juan March-Castalia, 1973, II, p. 65, estrofa 135, y en el Zifar: «Pero Dios [...] mandóles la fortuna que avían en el mayor e mejor estado que un cavallero e una dueña podrían aver, pasando primeramente por muy grandes trabajos e grandes peligros», Libro del Caballero Zifar, ed. Joaquín González Muela, Madrid, Castalia, 1982, pp. 58-59. Claro que no es exclusivo de los libros de aventuras peregrinas, cfr. el libro de Pedro Hernández de Villaumbrales, Peregrinación de la vida del hombre puesta en batalla debajo de los trabajos que sufrió el Caballero del Sol, en defensa de la Razón Natural, Medina del Campo, 1552, del que existe reedición actual de H. Salvador Martínez, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1986, aunque suele ser más frecuente en estos libros y en narraciones de alguna manera relacionadas con ellos; de esta manera lo encontramos en algunas novelas de Cervantes: «-Así es -dijo Ricaredo-, y en breves razones sumaré los inmensos trabajos míos», La española inglesa, Novelas ejemplares, ed. Juan Bautista Avalle-Arce, Madrid, Castalia, 1982, II, p. 95; «por lo cual os ruego, señor, siquiera por la sangre que de cristiano tenéis, me aconsejéis en mis trabajos, que puesto que el ser muchos me han hecho algo advertida, sobrevienen cada momento tantos y tales, que no sé cómo me he de avenir con ellos», El amante liberal, Novelas ejemplares, op.cit., I, p. 189. También aparece, con el mismo significado, en algunas obras del siglo XVIII, como el Eusebio: «sin que pudiese la contraria fortuna su virtud anegada en las olas del oprobio y de las penas y trabajos padecidos; [ ] sofocándola los sollozos en que la hicieron prorrumpir las ideas de sus padecidos trabajos y desgracias, [ ] por lo mismo que le acordaban los pasados trabajos», etc., Pedro de Montengón, Eusebio, ed. Fernando García Lara, Madrid, Editora Nacional, 1984, pp. 1053-1054. Aunque esta obra no pertenece al género de la narrativa de aventuras peregrinas, comparte con esta tendencia algunas de las características más relevantes, como son el comienzo in medias res, la larga serie de aventuras y viajes, con naufragios, pérdidas y reencuentros de personajes, la inserción de diversas historias secundarias y el final feliz; le faltan, entre otros rasgos, la pareja protagonista, la importancia del amor, la peregrinación a centros religiosos, etc.



 

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Narciso y Filomela. Los protagonistas de la obra se llaman Narciso y Filomela, pero el lector sólo conoce estos bien avanzada la narración; hasta ese momento la pareja protagonista responde a los nombres de Lisandro y Felisinda. Bajo el primer apelativo no tienen relación alguna, como en un primer momento pudiera pensarse, con los conocidos personajes mitológicos; Narciso es hijo de unos fabulosos reyes de Creta y Filomela resulta tener igual parentesco con los reyes de Chipre.



 

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manuscrito 6.349. Hay que rectificar algún dato en el Inventario general de manuscritos de la Biblioteca Nacional, Madrid, Ministerio de Cultura, 1987, tomo XI, p. 167, que reseña bibliográficamente el manuscrito 6.349: «Los trabajos de Narciso y Filomela [sic], s. XVII [sic], papel, 207 x 146 mm. 256 p. Al final el índice de los tres libros y sus capítulos». Además de emplear Filomela en lugar de Filomena, variación errónea bastante frecuente entre los críticos que mencionan esta obra, como, por ejemplo, Guillermo Carnero en su edición de El Valdemaro, op. cit., p. 43, que sigue a diversos bibliógrafos y eruditos, se indica que la obra pertenece al siglo XVII, error que ha podido despistar a los estudiosos del siglo XVIII. Así, no se encuentra mencionada la presente obra en Francisco Martí Grajales, Ensayo de una bibliografía valenciana del siglo XVIII, Valencia, Excma. Diputación, 1987, aunque este crítico se ocupa sólo de las obras impresas. Con todo, existía ya desde 1956 una correcta referencia bibliográfica del único interesado que parece haberla examinado y que, según todos los indicios, ha pasado desapercibida para la mayoría de los estudiosos; se encuentra en Agustín González de Amezúa, Cervantes creador de la novela corta, Madrid, CSIC, 1956 [hay reedición de 1983], I, p. 418, nota 1, en la que se señala: «Los trabajos de Narciso y Filomela, Novela en tres libros, siglo XVIII. Ms. núm. 6.349».



 

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Felisinda. El nombre de Felisinda aparece anteriormente en Clareo y Florisea, de Núñez de Reinoso, aplicado a un personaje secundario; se trata de una dama de la corte del rey de Chipre que disputa el amor del caballero Felesindos a otra dama llamada Estrellinda; la primera desaparece por los aires en el castillo de amor, dejando su destino inconcluso, porque el autor promete una segunda parte donde se narrarían una serie de acciones que no se resuelven en la obra conservada. De esta forma en la prometida Historia de Felesindos tendrían desarrollo los amores del caballero Arminador y Felisinda. Muy probablemente Martínez Colomer no conocía la obra de Núñez de Reinoso, que, al parecer, se editó sólo una vez en 1552, a pesar del detalle de que tanto su personaje como el de Núñez sean oriundos de Chipre. En contraposición, es bastante más probable que conociese El criticón, de Baltasar Gracián; en esta obra Felisinda resulta ser la principal protagonista femenina, esposa de Critilo y madre de Andrenio, al que dio a luz en la isla desierta. La peregrinación de Andrenio y Critilo en busca de Felisinda es el recurso estructural que vertebra todo El criticón, aunque adquiere un profundo sentido simbólico en diversas ocasiones: la búsqueda de Felisinda se identifica con la búsqueda de la Felicidad, la cual no se puede encontrar en la tierra, sino en el cielo. En el cuerpo del libro de Martínez Colomer encontramos una mención elogiosa de Baltasar Gracián, que avala la posibilidad de que el autor de Narciso y Filomela conociese El criticón: «vamos por esta otra parte hacia Calatayud, que por ser patria del poeta Marcial y del erudito y célebre Gracián, la tengo en mucho aprecio y no quiero morirme sin verla», Libro I, cap. 6. Posteriormente Martínez Colomer recurre al mismo nombre para un personaje distinto: la reina que provoca el amor de Valdemaro, en cuyo episodio intervienen los propios dioses, y que, siguiendo el esquema de los amores de Dido y Eneas, se suicidará cuando se vea rechazada por el héroe. El protagonista la encuentra en su palacio, leyendo un libro: «En esta grandiosa sala habitaba Felisinda, joven y hermosa sobre todo encarecimiento. Estaba majestuosamente recostada sobre una silla cubierta de finísima grana con realces de oro, leyendo con atención profunda en un libro que contenía los amores de Endimión y de Febe, y en torno de ella había muchas jóvenes doncellas ocupadas en diferentes labores», Vicente Martínez Colomer, El Valdemaro, ed. Guillermo Carnero, op. cit., 1985, p. 183.



 

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Lisardo. Este nombre no es frecuente en la narrativa de aventuras peregrinas, salvo en algún personajes episódico poco relevante. Se documenta, por el contrario, en las llamadas «novelas cortesanas», de las que puede ser ejemplo la obra de Alonso de Castillo Solórzano, Lisardo enamorado, ed. Eduardo Julián Martínez, Madrid, Real Academia, 1947. Con relación a los nombres poéticos empleados en esta tendencia, dice un buen conocedor del tema que el autor «para eso cuenta con los mil [nombres] poéticos acostumbrados para el caso: Filis, Nise, Amarilis o Diana; Lisardo, Lauro, Roselio o Albanio», Agustín González de Amezúa, «Formación y elementos de la novela cortesana», Opúsculos histórico-literarios, Madrid, CSIC, 1951, I, p. 227. Lisardo es muy frecuente, además, en el teatro de Lope de Vega, cfr. Morley Griswold y Richar W. Tyler, Los nombres de personajes en las comedias de Lope de Vega, Valencia, Castalia, 1961, aplicado normalmente a caballeros. Cervantes lo considera un nombre característico del relato pastoril: «ni entre ellos [entre los pastores reales] -dice Berganza- se nombran Amarilis, Fílidas, Galateas y Dianas, ni había Lisardos, Lausos, Jacintos ni Riselos», Miguel de Cervantes, Coloquio de los perros, Novelas ejemplares, op. cit., III, p. 254. Lope lo emplea también en la prosa de ficción, como en la novela La prudente venganza, cfr. Lope de Vega, Novelas a Marcia Leonarda, ed. Francisco Rico, Madrid, Alianza, 1968, p. 108 y ss., e incluso se documenta como pseudónimo del propio autor: «Según La Barrera (I, 435), Lope usó este seudónimo en la comedia Arminda celosa con copia del autógrafo de 1622. Se había impreso atribuida a Mira de Amescua. Este nombre poético lo había usado Lope para referirse al duque de Sessa, según Castro (p. 160, núm. 102). Esta última nota se le escapa a Morley, que recoge los posibles -y no posibles- usos de Lope de este disfraz», Felipe Antonio Lafuente, «Más sobre los seudónimos de Lope de Vega», en Lope de Vega y los orígenes del teatro español, (Actas del I Congreso Internacional sobre Lope de Vega), Madrid, Edi-6, 1981, p. 663. También lo emplea Calderón de la Barca en Casa con dos puertas mala es de guardar; cfr. Eduardo Forastieri-Braschi, «Secuencias de capa y espada: escondidos y tapadas en Casa con dos puertas», en Calderón (Actas del Congreso Internacional sobre Calderón y el teatro español del Siglo de Oro), ed. Luciano García Lorenzo, Madrid, CSIC, 1983, I, pp. 433-449. Martínez Colomer disponía, por lo tanto, de un amplio repertorio para elegir este nombre.



 
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