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Así, la importante sugerencia de Lawrance (1999: 106 y 110) acerca de la concomitancia del argumentum «escolar» como parte interpretativa del texto poético y los argumentos en prosa que precedían a la traslación de las Bucólicas de Juan del Encina, pero que se puede ampliar, en cierto modo, a los argumentos dramáticos de Lucas Fernández.

 

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Para las Ecloghe de Dante me he servido de la edición de Brugnoli y Scarcia (1980), con extensa anotación que reproduce buena parte de las glosas o anotaciones a este corpus poético. Para el caso del Bucolicum carmen de Petrarca, de la benemérita edición de Avena (1906), que aporta los comentarios contenidos en manuscritos clave, así como de Domenico (1990) para el manuscrito autógrafo. La interpretación de Fenzi (2013) de la primera égloga resulta iluminadora. Cabe insistir en que la recepción de estos textos de Dante y Petrarca tuvo como dominante la compañía de glosas y comentarios que situaban su lectura en el cauce de los hábitos adquiridos con respecto a Virgilio y que suponía así una renovatio o enlace con la gran tradición cuya persistencia desde Virgilio, con pocas excepciones, había sido precaria (cf. Martellotti, 1966). He tenido en cuenta, pero será materia de otra ocasión, algunos de los comentarios escolásticos a las Bucólicas, en particular el de Nicolás Trevet, conservado hoy en un par de manuscritos pero que debió gozar de una difusión algo más amplia, como parece mostrar su registro en la Biblioteca de Peñíscola de Pedro de Luna (Nascimento y Díaz de Bustamante, 1984: 22). También el del prolífico Benvenuto da Imola (Lord, 1994).

 

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Facilito la traducción de Gutiérrez García (en González Ruiz et al., 1994: 827-828): «¿Por qué pretendes, ¡ay!, arrojar al vulgo cosas tan sublimes, mientras nosotros, pálidos ya de tanto estudio, nada podemos recibir de tu poesía [...] No arrojes, pródigo, las margaritas a los puercos, ni cubras a las hermanas Castalias con un indigno vestido; por el contrario, te ruego que cantes con versos de sonora poesía para engrandecer tu nombre y puedan ser patrimonio común de todos. [...] Si la fama te gusta, no te resignes a quedar encerrado en una estrecha parcela, ni a ver tu nombre ensalzado por el juicio exclusivo del vulgo».

 

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Gutiérrez García (en González Ruiz et al., 1994: 831): «Juntos cantaremos los dos [...] Ven, aquí vendrán también los pastores, que desean con toda el alma verte, jóvenes y viejos del Parnaso, amadores de la poesía, que quieren admirar la novedad de tus cantos y desean recibir las enseñanzas de la antigua poesía».

 

25

Véase su elenco y las relaciones que entre ellos establecen Brugnoli y Scarcia (1980: IX-XI).

 

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Resumir el contenido del manuscrito sería útil para comprender la posición de la bucólica entre los excerpta de Boccaccio y la cultura que representan, pero también demasiado prolijo para este momento. Véase reproducción facsímil en Biagi (1915) y un repertorio de estudios con bibliografía en Picone y Cazalé-Bérard (1998).

 

27

Nota su importancia y establece las pautas de su interpretación, como es bien sabido, en la epístola familiar X, 4 que envía a su hermano Gherardo junto a la égloga Parthenias.

 

28

Véase Chiecchi (1992), y complementariamente Lorenzini (2011).

 

29

Nótese que en lugar bien diferenciado respecto a su translación de las Bucólicas de Virgilio.

 

30

Véase ahora la edición de Toro Pascua (2012, vol. III), con la bibliografía que allí se indica. No estorban para ello una glosa de villancico y una copla que figuran como piezas finales en sentido estricto. En el Cancionero de 1516, las églogas se sitúan al final de la secuencia de una ordenación genérica tras, por ejemplo, la sección de canciones y villancicos. El Cancionero de 1496 de Juan del Encina, las Farsas y églogas de Lucas Fernández de 1514 y el Cancionero de Pedro Manuel Urrea de 1516 son, no se olvide, en mayor o menor medida, impresos de autor. Para un análisis de las églogas de Urrea y la advertencia de numerosos paralelos en Lucas Fernández véase Egido (1991).