Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice Siguiente


Abajo

Manuel Scorza, apuntes para una biografía

Juan González Soto





Abordar la biografía de Manuel Scorza presenta un problema de índole singular. Según afirma Hugo Neira, Scorza indio, Scorza exiliado político son algunas de esas enmarañadas quimeras1. A esos malentendidos, también a otros, contribuyó, y en no poca medida, el propio poeta y novelista: Abonó el campo para que alabasen su perfil mestizo, dejó rodar la fábula de una madre india, calló o disimuló su aprismo juvenil... Es fácil leer en alguna entrevista falsedades como las siguientes: «Nací, como mi madre, en los Andes centrales»2 o «fundé el Movimiento Comunal del Perú»3. También, a veces, evidentes contradicciones: «Nunca pensé que Redoble por Rancas se leería fuera del Perú»4. O evidentes imposibilidades: «Un día lo escribí [Redoble por Rancas] de la primera a la última línea»5

Quizá para la crítica europea de los años ochenta un escritor de origen tercermundista y con rasgos faciales indígenas tiene todas las posibilidades para ser una suerte de héroe cultural, y su llegada a Europa no puede obedecer sino a un exilio forzoso, a un exilio político.

Parece ser que Manuel Scorza fue un gran fabulador, un hombre desmesurado y no sólo con la palabra escrita, también en sus conversaciones y en sus actos. Quizá convenga tener presente, como sugiere Hugo Neira, que con la dramaturgia vive en vecindad la picaresca6.

En las páginas que siguen se intentará trazar, en la medida de lo posible, la trayectoria biográfica de un hombre en el que la desmesura, la vitalidad y el entusiasmo conviven en alborotadas interferencias junto a una voz poética que no abandonará en su obra narrativa.

Manuel Scorza Torres nace el 9 de septiembre de 1928 en Lima, «en la Maternidad, ese hospital de gente pobre en donde [...] las madres parturientas se hacen hacinar hasta el horror»7.

Su padre había nacido en Matara, Cajamarca. Emigra a Trujillo y en una hacienda cañera, Casagrande, encuentra trabajo de obrero. Su siguiente ocupación es la de mecánico, esta vez en Lima, «en un lugar atroz, el manicomio Larco Herrera»8.

Allí conoce a quien será la madre de Manuel, Edelmira. También es de origen provinciano y pobre: Nació en Acobamba9, en el departamento de Huancavelica. En el manicomio trabaja de ayudante de enfermera.

La salud de Manuel, padece asma, obliga a los padres a volver a la sierra en busca de un clima más benéfico. Dejan la capital peruana en 193410. Se establecen en Acoria, Huancavelica, donde su padre se instala como panadero. Son los tiempos de infancia vividos en Acoria y en Acobamba los que darán a Manuel el conocimiento de la vida en los pueblos indios: «Yo he pasado mi infancia en Huancavelica, en un pueblo que se llama Acoria y en otro que se llama Acobamba»11.

No cabe duda de que la familia, emigrantes serranos, y el nacimiento de Manuel Scorza, en la Maternidad, las estrecheces en el tres-piezas dentro del mismo manicomio, el asma, la vuelta a la sierra, son datos biográficos humildes, muy humildes12. Pero no le convierten en rural su corta estancia en Acoria y en Acobamba, apenas cinco años. Él mismo habría de admitirlo en conversación con Gregorio Martínez y Roland Forgues:

Es cierto que yo tampoco hablo quechua. En mi infancia entendía el quechua, desgraciadamente nunca llegué a hablarlo porque aun en los estamentos más pobres del Perú hay grandes barreras y mi familia en Acoria se había convertido en una familia de pequeños comerciantes y eso ya nos diferenciaba de los indios13.


Su educación se inicia en un colegio religioso, el Salesiano de Huancayo. Los esfuerzos y sacrificios familiares son enormes: «Mi madre decidió hipotecar económicamente la familia para que yo estudiase»14.

La vuelta a Lima, al mundo de los pobres en la gran ciudad, tiene lugar en 193915. Su padre tiene ahora un puesto en la calle de vendedor de revistas. Los esfuerzos de la economía familiar por la educación de Manuel son cada vez mayores: en 1943 ingresa en el Colegio Militar Leoncio Prado. Años después, en 1950 exactamente, Mario Vargas Llosa ingresa en este mismo centro militar y educativo:

El Leoncio Prado era una de las pocas instituciones -acaso la única- que reproducía en pequeño la diversidad étnica y regional peruana. Había allí muchachos de la selva y de la sierra, de todos los departamentos, razas y estratos económicos. Como colegio nacional, las pensiones que pagábamos eran mínimas; además, había un amplio sistema de becas -un centenar por año- que permitía el acceso a muchachos de familias marginales, de origen campesino o de barrios y pueblos marginales. Buena parte de la tremenda violencia -lo que me parecía a mí tremenda y era para otros cadetes menos afortunados que yo la condición natural de la vida- provenía precisamente de esa confusión de razas, regiones y niveles económicos de los cadetes. La mayoría de nosotros llevaba a ese espacio claustral los prejuicios, complejos, animosidades y rencores sociales y raciales que habíamos mamado desde la infancia y allí se vertían en las relaciones personales y oficiales y encontraban maneras de desfogarse en esos ritos que, como el «bautizo» o las jerarquías militares entre los propios estudiantes, legitimaban la matonería y el abuso16.


Manuel Scorza concluye los estudios de secundaria. El papel que ha jugado su madre ha sido decisivo. Cómo no recordar aquí mismo la anécdota que, probablemente no sólo evocada por el recuerdo sino también nacida de la más íntima imaginación, aparece en uno de los tres artículos póstumos de Manuel:

Mis padres, gentes muy pobres, se ganaban difícilmente la vida. Quizás para evadir las severidades de la realidad, mi madre leía apasionadamente novelas. Mi padre consideraba que sus lecturas eran tiempo secuestrado al trabajo. ¿Con qué cariñosas razones mi madre obtuvo autorización para leer? «Un solo libro por mes», dijo mi padre. Era muy poco para la otra pasión de mi madre. Para no contrariar sus órdenes, ella inventó entonces una inocente astucia: leer siempre el mismo libro. Y para que así pareciera, exhibía a vista de mi padre una revista cuya carátula no cambiaba. Lo que mi padre ignoraba era que bajo esa inmutable portada, cada semana, desfilaban pueblos de personajes desmesurados, fascinantes, inolvidables [...].

Mi madre leía a escondidas de mi padre y yo a escondidas de mi madre. Ella salía de compras (¡cuántas tiendas había de recorrer para obtener precios!) o a ejecutar trabajos de ocasión que apuntalaran nuestra frágil economía. Para evitar acompañarla, yo me fingía enfermo. No bien se alejaba, me precipitaba al desván donde ella apilaba sus novelas17.


Hasta aquí el primer período formativo de Manuel Scorza. Cabe preguntarse, con la frialdad con que lo hace Hugo Neira, quién es Scorza desde el punto de vista social:

Por sus orígenes, un urbano, un proletario. Su familia puede situarse, en lo que desde [José María] Arguedas a [Aníbal] Quijano [Obregón] se ha llamado el proceso de cholificación. Es decir, alguien que puede referírsele a una categoría social, la más ancha y popular que puede imaginarse en una sociedad como la peruana de estos años. Aquella capa que se levanta contra la tradición de resignación andina, huyendo del feudalismo rural. Unas capas nuevas, constituidas por ex-campesinos, neo-urbanos, por los «peruanos del desborde», como los llamará, ya en los años ochenta, el antropólogo [José] Matos Mar. Y Scorza llega a ser parte de la República de las letras, por la vía de su enorme curiosidad intelectual y su voluntad de saber. Pero un intelectual de verdadero origen popular y proletario. En suma, es Scorza un raro caso de miembro de la intelligentzia surgido de las capas más bajas de una sociedad terriblemente dividida en compartimentos estancos como la peruana [...] Por una vez [...] un intelectual, realmente, viene del pueblo18.


Según afirma el propio Manuel Scorza, su actividad política comienza a edad bien temprana: «La primera vez que topé con el poder político podía tener quince años, no más, y entonces me uní a organizaciones políticas que combatían al dictador [general Óscar] Benavides [(1933-1939)] en aquella época»19.

Esta noticia quizá deba ser admitida con reservas. Para Hugo Neira es a partir de 1945, al llegar a la Universidad Mayor de San Marcos, cuando puede decirse que se abre el período de su actividad política. Manuel Scorza adolescente, también poeta, y también revolucionario. Pero, ¿revolucionario de qué signo?:

Un adolescente en [el Perú de] los años cincuenta, ¿en qué espacio político podía colocar su personal revuelta? El castrismo no había todavía nacido. En cuanto a los comunistas locales, eran stalinianos en las formas y conformistas en los hechos. Así, Scorza se hará aprista: fue la gran pasión del Perú contemporáneo. Un signo que unía indigenismo y antiimperialismo20. Scorza forma parte de los poetas oficiales del Partido, los llamados poetas del pueblo21. Manuel Scorza, el poeta, el aprista, es también el deportado. Con veinte años recién cumplidos, en 1948, inicia su exilio, el primero de ellos, si ha de hacerse caso a su acre humor: Yo he estado dos veces exiliado, una vez durante la época de Odría, siete años; [...] y después me exilió la vida22.


En «Fe de erratas», uno de los tres artículos aparecidos después de su muerte, evoca con ironía feroz el episodio desencadenante de su exilio. En este artículo da cuenta de algunos de los malentendidos que han circulado en torno a su biografía. Uno de ellos se refiere a su primer encarcelamiento, ¿también deportación? Apunta que aquél tuvo lugar cuando tenía dieciocho años:

Debe ser que yo era conspirador desde los 18 años [...] Yo no era conspirador, ni revolucionario, ni nada; simplemente estaba enamorado de Nora Seoane, y le había dedicado un poema de amor, que se publicó en La Tribuna el día en que el partido aprista se sublevó contra el gobierno de Bustamante. Pero quedé como aprista, y permanecí en la cárcel, pateado, golpeado e insultado cada vez que para demostrar mi inocencia intentaba recitar mi poema23.


De la noticia que ofrece Hugo Neira en su «Biografía ordenada de un mago» no se infiere la edad que Manuel Scorza dice tener cuando sucede este episodio capital en su vida:

Su deportación a México por la dictadura de Odría fue una obra del azar: publicaba un poema amoroso en la edición del diario aprista La Tribuna el mismo día en que ese partido era puesto fuera del orden legal [el 4 de octubre de 1948, siendo aún presidente José Luis Bustamante Rivero. El 27 de octubre se rebela el general Manuel A. Odría y el 30 asume el poder]24.


La fecha a que alude Scorza es, sin lugar a dudas, el 3 de octubre de 1948 (o, más exactamente, el día 4, que es cuando es declarado ilegal el APRA). Él, desde luego, no tenía dieciocho años: Tenía veinte recién cumplidos. Ese día ocurrió un hecho sangriento en el Perú, la sublevación aprista contra el gobierno de Bustamante:

En la mañana del 3 de octubre de 1948 la marinería, asistida por civiles armados, se sublevó en el Callao y se apoderó de las unidades ancladas en el puerto. Siguió una ruda batalla entre la fuerza aérea y los buques amotinados, mientras la infantería leal y los tanques desalojaban a los insurgentes de los edificios que habían ocupado [...].

Se declaró el estado de sitio en todo el país y al día siguiente Bustamante [...] declaró al partido [APRA] fuera de la ley25.


No hay contradicción en cuanto escriben Hugo Neira y el propio Manuel Scorza: éste da noticia cabal de su encarcelamiento, siendo Bustamante presidente. Tras el inmediato golpe de estado del general Manuel Apolinario Odría y su llegada al poder, será deportado. Tan sólo ha habido un desajuste en la edad que aparece en «Fe de erratas».

Scorza, apresado y posteriormente deportado. Pero, además, según puede leerse en la revista bonaerense Crisis, la policía confisca y destruye su libro de poemas Acta de la remota agonía26. ¿Sería éste su primer poemario? Sobre él dan también noticia Mabel Moraña y Juan Octavio Prenz27. De todos modos, en su primera reunión poética, Poesía incompleta (México: UNAM 1976), no hay ninguna referencia a este manuscrito. Según afirma Anna-Marie Aldaz, este poemario fue escrito, aparentemente, sin la intención de ser publicado28.

En su exilio recorre, y en circunstancias en verdad difíciles, algunos países de América Latina: Chile, Argentina y Brasil. Se dedica a muy diversos trabajos eventuales: vendedor de perfumes, corrector de pruebas, conferenciante29. En 1952 llega a México. Allí permanece hasta 1956 y allí continúa sus estudios literarios en la UNAM30. En «Fe de erratas» recuerda un episodio en que ilustra, no sin una fuerte dosis de ironía, aquellos años de penuria:

En México, Juanito Chang, Luis de la Puente [Uceda]31, Gonzalo Rose, mi hermano Miguel y yo trabajamos en una lavandería. El hambre nos hizo enjabonar, refregar y planchar bestialmente durante quince días. Cuando reclamamos nuestros salarios, el amante de la dueña, un inspector de Inmigración, solicitó nuestros permisos de trabajo. No los teníamos. Habíamos violado tres leyes: trabajar sin permiso, creer que el dinero se gana trabajando y confiar en los propietarios de la lavandería Teissy. Merecimos que nos dijeran: «O se van sin cobrar o se largan de México».


Fueron años duros y amargos. «El exilio es una herida extremadamente grave y dolorosa: el exilio es casi una condena a muerte»32.

Fueron años de aprendizaje bajo el rigor y la dureza. Dejaron huellas inextinguibles en el joven Manuel Scorza, pero él las pudo transmutar en una poesía de vigorosa expresión, de logrado pulso. Las imprecaciones es su primer poemario33. Se trata de un libro, según opinión de Tomás G. Escajadillo, muy violento, muy dolido, muy amargo34. Y, en efecto, en muchos de sus versos aflora el desconsuelo de quien vive el exilio:


Años que se comieron las arañas.
No tuve paz,
ni dónde reclinar la cabeza.
Era mi corazón un animal
que salía de los hornos tiritando,  5
los trenes me llevaban, cruzaban
las tinieblas con los ojos hirviendo.
[...]
Años como ratas echadas a morir.  20
El viento
salía ardiendo de mi vida.


(«Años que se comieron las arañas»)35                




Un impresor misterioso  15
pone la palabra Tristeza
en la primera plana de todos los periódicos.

Ay, un día caminando comprendemos
que estamos en una cárcel de muros que se alejan...

Y es imposible regresar.  20


(«El desterrado»)36                


Un total de siete años vivió Manuel Scorza en el exilio. Siete años, como ya se dijo, vividos en difíciles condiciones, siete años durante los cuales va creciendo el poeta entre el dolor y el desamparo, entre el empeño y el odio. Así recuerda Rubén Bonifaz Nuño el encuentro con Scorza y su más íntima situación durante aquellos años:

Conocí a Manuel Scorza cuando, desterrado de su patria, alimentaba en la mía sus poderes y sus debilidades. Compañeros fuimos, en la miseria y en el odio. Hermanos de ese sentimiento de náufragos frente al mal, sentimiento que hace envejecer antes de tiempo, que hiere con polvorientas arrugas la piel del alma triste. Ahora, con sólo recordar, comprendo muchos de los significados de sus palabras y de su vida.

Situado en el centro de la oscuridad hostil, como un animal desamparado que busca el amor, él reunió en una punta de llama sus fuerzas obstinadas, e hizo frente a la miseria cósmica por la cual se sentía combatido37.


Es ahora, bajo esta perspectiva, cuando más cabalmente puede entenderse su desgarrada poesía de compromiso social, la desatada angustia que recorre, inundándolos, todos y cada uno de los versos de «Canto a los mineros de Bolivia»38:


Hay que vivir ausente de uno mismo,
hay que envejecer en plena infancia,
hay que llorar de rodillas delante de un cadáver
para comprender qué noche
poblaba el corazón de los mineros.  5


También los versos de agitado desconsuelo en Las imprecaciones:


¡Ah, qué tristeza!
Cuando yo era niño,
veía al crepúsculo agitar sus crueles alas
sin saber que buscaba mi boca para gemir,  30
pero fui llenándome de cuervos,
mi vida fue cubriéndose de dientes:
ahora soy el dolor de esta tierra quebrada.
No me traigan alondras, ni manzanas.
No se puede apagar con saliva mi pueblo ardiendo,  35
no se puede pegar con palomas mi patria rota,
mi américa39 en pedazos, mi amor, mi agonía.


(«Patria tristísima»)40                


En 1952 había aparecido su primer ensayo político, «Una doctrina americana», en la revista Cuadernos Americanos41. El artículo se centra en la propuesta política del APRA. Repasa los principios por los que aboga: una justa redistribución de la riqueza y la unidad política y económica de Indoamérica (el nombre con que Víctor Raúl Haya de la Torre designa a Latinoamérica). Scorza ilustra una de las tesis del aprismo según la cual el arte nativo indoamericano es a menudo superior al de origen europeo. El ensayo hace hincapié en el vigor de la literatura y, sobre todo, de la novela. Elogia la frescura, la vitalidad de las obras de José Eustasio Rivera y de Ciro Alegría. A su entender, están muy por encima de las de Henry Miller y de Jean-Paul Sartre:

El dolor, por ejemplo, que emerge de La vorágine o de El mundo es ancho y ajeno es dolor de animal joven, dolor saludable, inmensamente distinto del dolor senil de obras como Trópico de cáncer o la lacerante A puerta cerrada42.


De este mismo año, de 1952, es «Canto a los mineros de Bolivia», poema que obtuvo el primer puesto en los Juegos Florales de Poesía convocados en conmemoración del IV Centenario de la UNAM. Según escribe Anna-Marie Aldaz, como muestra de gratitud por este poema, y también por el apoyo que Manuel Scorza había demostrado hacia la situación de los mineros bolivianos, éstos le invitaron a volver a su país y le colmaron de atenciones. Visita Bolivia en abril de 1953, y escribe un largo ensayo, «La independencia económica de Bolivia»43. En él se congratula por el desarrollo que ha alcanzado este país andino a lo largo de la década de los cincuenta. También elogia la elección de Víctor Paz Estensoro como presidente y aplaude su edicto encaminado a lograr una profunda reforma agraria. Para Manuel Scorza, este documento significaba una modificación sustancial del injusto régimen de propiedad que prevalecía [hasta entonces]. Es el fin de una centenaria operación. Y el comienzo de la esperanza para millones de indios que todavía no han sido redimidos44.

Acaba el artículo con la esperanza de que otros países de América Latina, especialmente Perú, sigan el ejemplo boliviano.

Otro fruto ensayístico de su vivo interés por la liberación de la opresión económica y política es una breve biografía sobre el padre de la independencia mexicana, Miguel Hidalgo. Este sacerdote, líder de una las primeras insurrecciones mexicanas a principios del siglo XIX, es, en palabras de Eduardo Galeano, uno de los primeros representantes de la prédica por la emancipación de los humildes45. Octavio Paz le considera poseedor de un valor inextinguible ya que decreta la abolición de la esclavitud46. El ensayo scorziano lleva por título Hidalgo y fue publicado de forma anónima en 195647. Formaba parte de una serie que el Instituto Nacional Indigenista dedicó a las vidas de mexicanos ilustres.

Según ya se dijo, el año anterior, 1955, había publicado Las imprecaciones, su primer poemario. En él se detecta una actitud de compromiso social de idéntico signo a la que recorrerá la totalidad del ciclo novelesco La guerra silenciosa. El poeta ofrece su voz a cuantos no la tienen:


Oh, miserias, oh, sartenes,
humildísimas cucharas, platos mal lavados,  30
aullad por mi boca, hermanas.
Yo vine a cantar por vosotras,
yo soy la boca del que no tiene boca.


(«El cordero con espinas»)48                


Tal y como sugiere el título del poemario, el poeta quiere proferir una gran exclamación, proclamar un amargo lamento, que contenga, también, una maldición. El poeta se debate entre el amor a la patria, el deseo de su encuentro y el dolor que le causa saberla tan imperfecta, saberla tan injusta.


La patria es tierna,
me dijeron en la infancia,
la patria tiene un río de rápidos diamantes;
[...]
Un día salí a buscarte,
anduve lobos y marismas,
[...]
Bajo un árbol malvado
temblaba un pueblo miserable,
roto de sed
se arrastraba un pájaro.


(«Patria tierna»)49                



Alta eres, bella eres,
pero yo te digo:
no pueden ser bellos los ríos  20
si la vida es un río que no pasa;
jamás serán tiernas las tardes
mientras el hombre tenga que enterrar su sombra
para que no huya agarrándose la cabeza.


(«Alta eres, América»)50                


Por encima de todo, el poeta proclama la necesidad de una poesía que contenga el llanto de quienes sufren, de una poesía cercana a las preocupaciones sociales, y alejada de la alegría inconsciente. El poeta debe ser observador de la realidad y de la injusticia y expresarlas en toda su dureza, denunciarlas sin tapujos:



Amargas tierras, patrias de ceniza,
no me entra el corazón en un traje de paloma,
no me caben los dedos en la mano,  30
cuando contemplo lo que han hecho en este pueblo,
hasta la vida me queda grande!

Pobre América,
en vano los poetas
deshojan ruiseñores para hallarte.  35

No hallarán tu rostro mientras no se atrevan
a llamarte por tu nombre, américa mendiga,
América de los encarcelados,
América de los perseguidos,
América de los parientes pobres  40
nadie te encontrará
si por su boca nos desagua
este nudo de sangre
que hace mil años siento en la garganta.


(«El árbol de los gemidos»)51                


Es a partir de la publicación de esta obra cuando su apellido deja de escribirse en su modo correcto, Escorza, y pierde la vocal inicial. Según el escritor, fue debido a una errata tipográfica, y no hubo manera de corregir la portada de la edición. Decidió, a partir de entonces, adoptar la forma errónea52. No obstante, según afirma Anna-Marie Aldaz, el cambio se había producido antes de 1955, ya que aparece en ensayos y poemas publicados en 195253. De todos modos, en su vida privada continuó firmando Escorza, si bien nunca usó su segundo apellido, Torres. Tomás Oliu, uno de sus amigos en París, en carta personal dirigida a Anna-Marie Aldaz (fechada el 1 de enero de 1987) escribe: él consideraba Escorza como su apellido verdadero54.

El año 1955 iba ser un año decisivo en su trayectoria ideológica. Los últimos años de exilio fueron particularmente difíciles55. Influyó en su cambio ideológico su decepción por la trayectoria política en que desembocaba el APRA, «la tristeza de ver encallar el aprismo en las tibiezas socialdemócratas»56. En 1955, Víctor Raúl Haya de la Torre, al salir de la embajada de Colombia en Lima, donde había permanecido recluido durante cinco años, hace unas manifestaciones que los apristas en el exilio protestan vivamente:

Las células de deportados gruñen y Scorza estalla. Su carta de renuncia revela en el poeta del pueblo un polemista. Tiene sal desde el título: «Good bye mister Haya». Scorza se va del APRA tirando de la puerta57.


Mario Vargas Llosa recuerda en sus memorias la vuelta al Perú de los poetas exiliados, Gustavo Valcárcel, Juan Gonzalo Rose, Manuel Scorza. También recuerda cómo la renuncia al APRA

más sonada fue la de Scorza [...] desde México dirigió una carta pública al líder del partido aprista, acusándolo de haberse vendido al imperialismo -«Good bye, Mr. Haya»- que circuló profusamente por San Marcos58.


Por su parte, Wilfredo Kapsoli informa que Manuel Scorza renunció a su militancia aprista el 7 de junio de 1954. En una extensa carta, publicada en el diario mexicano El Popular y reproducida en Lima en la revista Generación, número 8 (junio de 1954)59.

Su renuncia al aprismo perfila en él una actitud radicalmente crítica hacia este partido político. En 1980, le hablaba a Héctor Tizón del APRA en los siguientes términos:

Bueno, el APRA en sus orígenes fue un intento de encontrar un pensamiento con originalidad americana. Creo que las primeras reflexiones teóricas de Haya de la Torre siguen siendo importantes. El antiimperialismo y el APRA, por ejemplo, es un libro que deberá leerse en el futuro. En todo caso la obra de Haya tendrá que ser reexaminada, porque él hizo un intento. Ahora [bien], un intento ideológico que desgraciadamente acabó siendo el cimiento ideológico de estos regímenes mesoclasistas, que acabarían colaborando con el imperialismo de USA. Es decir, lo contrario a lo originariamente postulado60.


En mayo de 1983, en una entrevista mantenida con Modesta Suárez, decía:

El APRA ha tenido una retórica proindigenista; y los partidos de izquierda tuvieron siempre en sus programas lo que se conoce con el nombre de «la reivindicación del indio»: el derecho a la propiedad, el derecho al reconocimiento de la personalidad humana, jurídica y cultural del indio. Pero en la práctica ha habido un abismo absoluto. Los partidos políticos existen en un país criollo que no tiene nada que ver, absolutamente nada, con el país real que viven los indios [...] Entonces el APRA planteó el problema indio pero nunca fue más allá61.


El fin del régimen de Manuel Apolinario Odría estuvo marcado por un gran viraje político en el APRA: Su pacto de convivencia con el que llegaría a ser el nuevo gobierno. Tras las elecciones de junio de 1956, el 28 de julio, asume la presidencia de la República Manuel Prado Ugarteche. La oligarquía se alzaba con el poder aliada esta vez con el APRA. Según afirma Robert Marett,

Lo que realmente decidió la elección fue la súbita aparición [...] de Fernando Belaúnde Terry que dirigía el nuevo partido del Frente Nacional de la Juventud, más tarde [...] Acción Popular [...] No tardó en hacerse evidente el fuerte apoyo que tenía en el Sur [...] y en general entre la generación joven, desilusionada del APRA.

[...] tanto Odría como Prado se volvieron ansiosamente hacia los apristas, que aunque proscritos [...] estaban desempeñando un papel trascendente en las organizaciones de trabajadores y respaldaban sus propios candidatos independientes.

[...] la orden fue que las fuerzas del APRA debían votar a Prado, que efectivamente resultó elegido.

[...] gracias a Manuel Prado, el león del APRA y el cordero de la Institución gobernaban juntos.

[...] Naturalmente, para el militante de la izquierda, esta fue una terrible traición y los más recalcitrantes desertaron al campo de Belaúnde o al campo comunista. Pero los cuadros del partido y los líderes de la vieja guardia aceptaron filosóficamente la nueva situación62.


En 1956 Scorza está en el Perú, se le conoce como exaprista, poeta sentimental e iracundo63. Tras su retorno a Lima se convierte en un poeta solitario, como Gonzalo Rose, otro ex-exiliado, que también había dejado el aprismo tibio y cada vez más conservador64.

Poco después de su vuelta, se casa con Lydia Hoyle, con quien tendría dos hijos, Manuel y Ana María65. Permanecerá en el país durante los once años siguientes.

El poemario Las imprecaciones, publicado en México el año anterior, se hace merecedor ese mismo año, 1956, del Premio Nacional de Poesía del Perú.

En el país, mientras, hay un cierto clima de prosperidad y apertura:

La dictadura de Odría ha quedado atrás. Gobierna un oligarca civil, pero hay una pasable presión popular, que en los años siguientes se hará todavía más acentuada, hacia la libertad, la educación y la cultura66.


En realidad, según afirma Mario Vargas Llosa, todo era un espejismo. Si bien es cierto que el gobierno de Manuel Prado Ugarteche llevó al país a una cierta bonanza económica, gracias a la política monetarista y conservadora del ministro de Hacienda Pedro Beltrán (austeridad fiscal, presupuestos equilibrados, apertura a la competencia internacional, aliento a la empresa y a las inversiones privadas)67 y que durante un tiempo el Perú se abrió a los intercambios con el mundo exterior, no es menos cierto que todo ello

ocurrió [...] sin que se modificara casi la estructura mercantilista y discriminatoria de las instituciones -el peruano pobre siguió embotellado en la pobreza y con pocas oportunidades de escalar posiciones-, pero trajo a las clases medias y altas un período de prosperidad68.


Los años que corresponden al segundo gobierno de Manuel Prado Ugarteche (1956-1961), a la junta militar presidida por el General Ricardo Pérez Godoy, luego reemplazado por el general Nicolás Lindley (1962-63), y al gobierno de Belaúnde Terry hasta el golpe militar del general Juan Velasco Alvarado, el 3 de octubre de 1968,

constituyen una etapa de ascenso de luchas de las masas populares confrontadas con los efectos de sucesivas crisis económicas en los que se ahonda el deterioro político del Estado oligárquico69.


El APRA, tras su convivencia política con el gobierno de Manuel Prado Ugarteche, inició su vida pública y consiguió una notable presencia en el poder legislativo. También se reorganizó el Partido Comunista que inició un período de crecimiento [...] Por último se desarrollaron los partidos reformistas surgidos a partir del gobierno de Odría, en especial Acción Popular dirigida por Belaúnde70.

A mediados de los años cincuenta, según afirma Hugo Neira, surge un tercer Scorza. Al poeta y al revolucionario, se suma otro, siempre ligado a la palabra, pero de manera más pragmática, terrenal71.

Se embarca en una singular aventura editorial. Con un capital formado con la participación de socios y amigos funda una empresa denominada Populibros Peruanos. Se trata de un novedoso proyecto en la edición y distribución de libros: la venta directa, sin intermediarios, en quioscos públicos, bajo la denominación genérica de Festival del Libro. El primero de ellos tuvo un éxito inopinado: se vendieron unos 100.000 populibros en tres días72. La experiencia se repite en Colombia en colaboración con Jorge y Alberto Zalamea, en Venezuela con Juan Liscano, en Cuba con Alejo Carpentier73.

El novelista cubano explicaba en una entrevista realizada en 1960 el nacimiento y la evolución de la experiencia en Perú:

Hace unos diez años [sic] en Lima, el joven poeta y periodista Manuel Scorza, preocupado por la venta de libros que se realizaba en Perú, realizó una encuesta y el resultado fue que no se vendían más de mil ejemplares de un título [...] después de posteriores investigaciones el escritor Scorza llegó a esta conclusión: el público entra desorientado a las librerías, y además tiene pena de no pagar el precio que le pide el librero pensando que éste [el precio] puede ser mayor que el presupuesto disponible.

Una buena selección de libros y un precio económico serían la solución, pensaba Manuel Scorza. Y así fue cómo este peruano preocupado por la cultura de su pueblo y de la América toda se dio a la tarea un tanto riesgosa pero entusiasta de preparar el Primer Festival del Libro con una selección de diez mil volúmenes de autores clásicos peruanos figurando entre ellos [el Inca] Garcilaso de la Vega, Ricardo Palma y algunos ensayos de [José Carlos] Mariátegui y poesías de [César] Vallejo. Las quince mil colecciones que formaban los ciento cincuenta mil libros, a la venta en quioscos situados en distintos lugares de la capital, se agotaron en menos de una semana.

Del Segundo Festival del Libro en Perú se vendieron doscientos mil ejemplares, y del Tercer Festival, que se llevó a otras provincias del país, se vendieron medio millón de ejemplares. Ha sido tan grande el éxito alcanzado con los Festivales del Libro en Perú que hasta el presente se han realizado veintiséis festivales en esa República74.


De muy diferente modo traza Mario Vargas Llosa aquella experiencia editorial:

El poeta Manuel Scorza iniciaría por aquellos años unas ediciones populares de libros que tendrían enorme éxito y le harían ganar una enorme fortuna. Sus arrestos socialistas habían mermado y había síntomas del peor capitalismo en su conducta: Les pagaba a los autores -cuando lo hacía- unos miserables derechos con el argumento de que debían sacrificarse por la cultura, y él andaba en un flamante Buick color incendio y una biografía de Onassis en el bolsillo. Para fastidiarlo, cuando estábamos juntos, yo solía recitarle el menos afortunado de sus versos: Perú, escupo tu nombre en vano75.


Si bien, según afirma Aníbal Quijano Obregón, no existe en el Perú un sólo período en que no se hayan registrado violentas revueltas campesinas76, a finales de los cincuenta está en plena efervescencia un nuevo tipo de organizaciones, a medio camino entre la comunidad campesina tradicional y el sindicato moderno. En el sur del Perú, se moviliza un gran número de campesinos, desposeídos de sus tierras y en busca de sus derechos77. Son las organizaciones sindicales encabezadas por Hugo Blanco:

A fines de 1958 quince sindicatos de los valles de La Convención y de Lares fundan la Federación Provincial de Campesinos de La Convención que representa a unos 1500 campesinos. En 1959, la Federación agrupa a cuarenta sindicatos y a 5500 campesinos. En 1961-62, apogeo del sindicalismo de los valles, antes del desencadenamiento de la represión contra el movimiento, existían 122 sindicatos y unos 12500 campesinos afiliados78.


Manuel Prado Ugarteche, al iniciar su segundo mandato (1956-1962) tras el ochenio odriísta, se había comprometido a llevar a cabo una profunda reforma agraria. Crea una comisión que no es capaz de elaborar un marco legal apropiado. A finales de los años cincuenta, el descontento de los campesinos es insostenible: toman la iniciativa, se organizan e invaden haciendas, usurpan las tierras que consideran propias. El gobierno de Manuel Prado Ugarteche responde con acciones represivas, las denominadas Operaciones Desalojo: el ejército echa a los indios y restituye las tierras a sus propietarios.

Manuel Scorza vive en Lima y todos estos hechos y sus implicaciones sociales llenan los periódicos. Las invasiones de tierras se transmiten a los Andes centrales, a los departamentos de Junín y de Pasco. Una línea de ferrocarril une esta región con Lima. El acceso a estos departamentos es fácil desde la capital. Manuel Scorza toma contacto con toda la problemática campesina de la zona centro y entra a formar parte del Movimiento Comunal del Perú, del que llegará a ser Secretario de Política79.

El fundador del Movimiento, o Partido Comunal como lo denomina Eric J. Hobsbawm, era Elías Tacunan Cahuanca,

eminente militante de Huasicancha [valle del Mantaro], miembro del APRA desde 1930, luego organizador de las minas, y después de 1958 fundador y líder de la poderosa FEDECOJ (Federación Departamental de Comunidades de Junín) [...] Tacunan y su movimiento rompieron con el APRA en 1959 [...] para fundar [el] Partido Comunal80.


También Rodrigo Montoya, estudioso al igual que Hobsbawm de las luchas campesinas peruanas, da noticia del fundador del Movimiento Comunal:

Elías Tacunan [Cahuanca] tuvo una práctica gremial que se acercó en algo a lo que pudo haber sido un embrión de la alianza de la clase obrera y el campesinado. Luego de muchos años en las minas [en Huasichanca] comandó una excepcionalmente exitosa lucha por la tierra de su comunidad con el apoyo de los mineros del Centro [los Andes centrales]81.


Scorza, en una entrevista publicada en Triunfo, habla de sus actividades en el conflicto:

Me incorporo al equipo de Genaro Ledesma [Izquieta], quien me encarga diversos trabajos: organizar una gran manifestación de campesinos, que iba a ser la primera manifestación autorizada en la ciudad de Cerro de Pasco, o recorro las comunidades exhortando a los campesinos a que combatan unidos. Pero, sobre todo, lo que hago fundamentalmente en Pasco es mirar y oír, tener un conocimiento humano y directo de mis personajes, iniciar una relación con mis futuros protagonistas82.


En este momento, en palabras de Hugo Neira,

va a nacer [...] otro Scorza. Quizá el definitivo. El Scorza investigador, vuelto hacia los hechos sociales y su expresión narrativa [...] Los campesinos andinos se revuelven [...] En los Andes del Sur forman ligas agrarias tras Hugo Blanco; en la Sierra del Centro, más mestiza, se enfrentan a una compañía minera norteamericana, la Cerro de Pasco [Copper Corporation], desplegando una asombrosa coordinación intercomunidades. En ambos casos, los campesinos invaden; en ambos, los dirigen sus propias «élites» locales, mestizas o indias. Lo nuevo es la auto-organización y la auto-conciencia83.


Manuel Scorza, en una entrevista publicada en Mester, habla de su toma de contacto con el conflicto. Parece ser que fue, en no poca medida, casual84. Éstas son sus palabras, recogidas por Alda Teja:

Un día fui a despedir a un amigo a la Estación de los Desamparados [...] observé que había un tren en el cual cargaban soldados, ametralladoras, fusiles [...] vi que también cargaban camillas. Pregunté: «¿Qué es esto?». «Son tropas que van a controlar invasiones de tierra en el centro». «Si van a controlar, ¿por qué llevan camillas? Estos van a matar de frente», pensé [...] Pocos días después me encontré con un amigo, Véliz Lizárraga, que era uno de los fundadores de un Movimiento Comunal [...] Sabiendo que yo tenía orígenes indios, que yo era un intelectual que había recibido el premio nacional de cultura y que tenía cierto prestigio, que podía tener alguna influencia en los periódicos, me solicitó que redactara los comunicados del Movimiento Comunal. Y redactando los comunicados me di cuenta de la extrema gravedad de los sucesos que estaban ocurriendo en Cerro de Pasco y me inscribí en el Movimiento Comunal del Perú, que después se transformó en un grupo político85.


En los Andes centrales, observa y participa; en Lima, redacta y publica los manifiestos en los que denuncia públicamente los abusos de la compañía minera y del gamonalismo. Resulta poco menos que chocante acudir a las páginas de la quinta de las novelas del ciclo La guerra silenciosa, La tumba del relámpago, para tomar noticia de sus escritos como Secretario del Movimiento Comunal. En el diario limeño El Expreso, había escrito, en diciembre de 1961, y los reproduce en La tumba del relámpago, los siguientes comunicados:

La verdad es que los comuneros no son los invasores sino al revés: son los invadidos, son las víctimas de la voracidad de los grandes propietarios de tierra86.


Representamos a cientos de comunidades, somos la voz de miles de campesinos [...] Nosotros no hemos creado los latifundios, jamás hemos hecho uso de la violencia [...] Ni como intelectuales, ni como ciudadanos, ni como hombres podemos sentir estimación hacia nosotros mismos si guardamos silencio frente a este drama.

Ha llegado la hora de decir que si nuestras justas reclamaciones no fueran atendidas, se llevaría al país a la violencia y al caos87.


Ha llegado el momento de preguntarse si los millones de indígenas, que constituyen nuestras comunidades, tienen algún derecho o si para ellos existe solamente el hambre, la miseria y la violencia88.


Es durante estos años de actividad política cuando se gesta el ciclo La guerra silenciosa. Scorza, en conversación con Antonio Núñez de Molina, dice:

En 1962 finaliza el movimiento de Pasco con la victoria de los campesinos, que se quedaron en las tierras, hecho que supondría el fin del feudalismo agrario en el centro del Perú. Durante los años 1963 y 1964 regreso a los pueblos y recorro la zona, recogiendo y grabando testimonios, operación extraordinariamente delicada, porque Cerro de Pasco continuaba en estado de sitio y se habían aumentado las guarniciones militares89.


Anna-Marie Aldaz afirma que después de que uno de los principales organizadores, el abogado Genaro Ledesma [Izquieta], fuera arrestado y llevado a la prisión de la jungla El Sepa, y otro dirigente, Fermín Espinoza [Borja], fuera asesinado, Scorza decidió hacer algunos reportajes90.

De las palabras de la estudiosa húngara se infiere que la gestación del ciclo narrativo, las cinco novelas de La guerra silenciosa, se inscribe dentro de todo un proceso de investigación y documentación. Manuel Scorza anunciaba en la Noticia con que se abre Redoble por Rancas: «Las fotografías que se publicarán en un volumen aparte y las grabaciones magnetofónicas donde constan estas atrocidades demuestran que los excesos de este libro son desvaídas descripciones de la realidad»91.

Nunca llegaron a publicarse tales documentos gráficos y sonoros. Sin embargo, en la revista bonaerense Crisis, en el número de abril de 1974, se ocupan dos páginas íntegras con un total de doce fotografías92. Ya en 1991, la revista limeña Quehacer, en su número de enero-febrero, a un artículo y a una entrevista realizados por Tomás G. Escajadillo acompañan ocho fotografías en las que también aparecen personajes y escenas de las revueltas campesinas93.

En enero de 1964, cuatro poemas de Manuel Scorza aparecen en la antología Poesía revolucionaria del Perú94. Se trata de una edición preparada por Alfonso Molina en la que se recogen un total de veintisiete poetas, entre ellos César Vallejo, Alejandro Romualdo, Carlos Germán Belli, Sebastián Salazar Bondy, Luis Yáñez, Javier Heraud... Los poemas de Scorza que aparecen en esta antología son «Canto a los mineros de Bolivia» y tres más que provienen de Las imprecaciones: «Epístola a los poetas que vendrán», «Cantando espero la mañana» y «Pueblos amados». Este último es, con variantes, «Pueblos que he cantado».

Paradójicamente, estos años de intensa actividad política y de investigación de los problemas sociales también lo son de intimismo y de introspección personal. En 1960 aparece Los adioses (Lima: Festivales del Libro)95; en 1961, Desengaños del mago (Lima: Organización Continental de los Festivales del Libro); en 1962, en una edición reducida, un poema elegíaco: «Réquiem para un gentilhombre: elogio y despedida de Fernando Quíspez Asín» (Lima: Santiago Velarde)96.

En Los adioses el poeta convoca, en líneas generales, todo el desconsuelo que sigue a una ruptura amorosa. Uno de sus más bellos poemas, «Serenata», puede ser considerado como centro de todo el proceso:



Íbamos a vivir toda la vida juntos.
Íbamos a morir toda la muerte juntos.
Adiós.

No sé si sabes lo que quiere decir adiós.
Adiós quiere decir ya no mirarse nunca,  5
vivir entre otras gentes,
reírse de otras cosas,
morirse de otras penas.
Adiós es separarse, ¿entiendes?, separarse,
olvidando, como traje inútil, la juventud.  10

¡Íbamos a hacer tantas cosas juntos!
Ahora tenemos otras citas.
Estrellas diferentes nos alumbran en noches diferentes.
La lluvia que te moja me deja seco a mí.
Está bien: adiós.  15
Contra el viento el poeta nada puede.

A la hora en que parten los adioses,
el poeta sólo puede pedirle a las golondrinas
que vuelen sin cesar sobre tu sueño.


Desengaños del mago es un libro en el que se detecta una fuerte tendencia hacia lo enigmático y hacia la imaginería superrealista97. Idéntica es la opinión de Hildebrando Pérez cuando dice que hace recodar la exploración onírica de Bretón y las huestes surrealistas98. El poeta indaga en los sentidos del paulatino e inexorable alejamiento de la juventud. La imaginación puebla los recuerdos, el presente se impregna de una violenta tristeza. Pareciera que el poeta alberga una única fe, la fe en lo maravilloso, y sus versos se llenan de un vivo colorido, y la naturaleza se muestra en una dimensión casi mágica. Idéntica es la opinión de Armando Rojas: los poemas nos muestran a un hombre que muy fugazmente hizo suya la fe en lo maravilloso99. El segundo poema del libro, «Vals gris», puede ser una buena muestra:



La torres más valientes
agachan la cabeza
cuando el otoño llega
con el plumaje acribillado.

En otoño los árboles  5
encienden sus ojos más tristes.

Otoño sin embargo era
cuando miré en tus ojos
comarcas donde ardía otro sol.

Agosto, el cojo malvado,  10
escupía las ventanas;
la niebla graznaba en los tejados.

Pero nosotros caminábamos
-oh praderas, oh puentes-
por países de diamante.  15

Tus veinte años saltaban como peces
y el corazón merlín se me saltaba.

En el palacio de las luciérnagas
bailamos danzas desgarradoras.

Hoy llega sin ti el otoño  20
y sin ti los crepúsculos desalentados
sólo saben ponerse sus viejos trajes.

Los pájaros idiotas
repiten verdosos
las canciones de ayer.  25

Lentas cruzan el cielo
las tardes astrosas.

Pobre es el mundo:
sólo tú autorizaste lo maravilloso.

Vivir es largo.  30
Ave carnicera es la Melancolía.


Réquiem para un gentilhombre. Elogio y despedida de Fernando Quíspez Asín es, según opinión de Anna-Marie Aldaz, una agitada elegía100.

Hugo Neira informa de la muerte que origina el canto elegíaco:

Una madrugada limeña amanece muerto víctima de una pateadura Fernando Quizpe [sic] Asín, bohemio, pintor, amigo de Scorza. Alguien -el crimen quedó impune-, fatigado de la insolencia del bohemio, un tanto tomada de los bares de Montparnasse y mal aclimatada a los cafés chinos sin piedad de los barrios malevos de Lima, concluyó con ese Príncipe en harapos. ¿Quién cantará al marginal, al maldito en la pacata Lima? Sólo el poeta de la distancia y el retorno, Manuel Scorza101.


El poema se abre con la tremenda constatación de la ausencia definitiva del amigo y se cierra con un imperioso mandato:


¡Silencio!
¡Silencio para siempre!
¡Silencio ante las ruinas humeantes de la alondra!


Los versos componen una vasta galería en la que son invocados personajes fabulosos (Emperadores insolentes, invencibles faraones, Señores de los Siete Mundos, jaspeados Arzobispos, las manos de los Césares, Profetas) y artistas del pasado (Mozart, van Gogh). La arquitectura se hace fantástica (basílicas de liquen, parroquias de moho, labrados palacios de estiércol, torre de verdes cabellos, filudo laberinto) y la naturaleza se presenta en sus rasgos más oníricos (ballenas que lanzan amarillos chorros de pena, plumaje colérico del mar, famélicos ojos del coyote) para acompañar a Fernando en su muerte.

La voz del poeta relampaguea vivamente emotiva entre tan brillante imaginería cuando evoca a su amigo:


Ya nunca más veremos
a ese caballero
que para mí era un prado
de verde amistad,  20
un huerto donde crecían
frutas llameantes de inteligencia,
uvas bondadosas,
naranjas irónicas,
melocotones sabios,  25
un pensil que era hermoso contemplar
cuando los atardeceres,
fatigados de belleza,
atraviesan los aires con sus caravanas de vidrio102.


En 1963, el año en que Fernando Belaúnde Terry es elegido presidente, la Comisión Nacional de Cultura pide a Scorza la confección de una antología de poetas peruanos modernos. Selecciona obras de jóvenes escritores preocupados por problemas sociales. En las palabras de preámbulo, titulado «Advertencia», trata de definir a la llamada generación de los cincuenta. Entiende que en ella se dan cita los herederos de César Vallejo:

Es durante esta generación que el fenómeno social se va a convertir en una preocupación obsesionante. Es ahora cuando va a florecer una flamígera literatura de protesta, una ardiente poesía de combate103.


La línea que plantea se corresponde con muchos de sus propios poemas, pero no se incluyó a sí mismo en la antología. La Comisión Nacional de Cultura rectificó esta omisión y explicó en una nota que Manuel Scorza debía estar representado. Seleccionó un total de seis poemas: tres de Las imprecaciones, «Canto a los mineros de Bolivia» y dos poemas más104.

Mientras recorre los Andes centrales como miembro del Movimiento Comunal, mientras lleva a cabo la labor de documentación que le conduciría a la escritura del futuro ciclo novelesco, compone «Cantar de Túpac Amaru»105. Manuel Scorza, en conversación con Héctor Tizón, afirma: «He escrito un largo poema épico sobre Túpac Amaru, que va a publicar próximamente la Universidad de San Marcos»106.

No obstante, nunca llegó a publicarse íntegramente. En 1969, aparecieron algunas de sus divisiones poéticas numeradas en la revista limeña Cantuta (I, III, VII, VIII, XI, XII, XIV y XXI)107. Fueron recogidas posteriormente en la reunión Obra poética (1990); no así en la de 1976, Poesía incompleta.

Según opinión de Anna-Marie Aldaz, este poema épico representa, en cierta medida, la transición del poeta al novelista108. Ciertamente «Cantar de Túpac Amaru» parece anunciar algunas de las claves de La guerra silenciosa109. Dos serían los rasgos que preludian el ciclo novelesco: el punto de vista de la voz narrativa y el empeño con que se hace hincapié en el omnímodo poder de los opresores.

Indice Siguiente