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María Elena Walsh, o El discreto encanto de la tenacidad


Ana Garralón





Para Susana, de Villegas

Decir María Elena Walsh en Argentina es nombrar un mito. Un personaje que desde los años sesenta ha cautivado el corazón de miles de argentinos con sus canciones, poesías infantiles y también por sus reivindicaciones políticas.

Su popularidad la ha convertido en una de las mujeres más seductoras de la historia cultural argentina. Su precoz emancipación, su lealtad a sí misma y a sus ideas, su feminismo, su lucha por las causas honestas han dejado una huella profunda en el imaginario colectivo.

En el plano de la literatura infantil su obra fue tan singular e innovadora que algunos llegan incluso a indicar que después de Perrault, en Argentina, está Walsh. Este reconocimiento la ha llevado varias veces a ser candidata al Premio Hans Christian Andersen, sin obtenerlo. En su última convocatoria alcanzó un reconocimiento que, si bien insuficiente al decir de los argentinos, hacía honor al menos a la aportación que ha hecho a la literatura infantil.

Pero no es fácil, para aquellos que no somos argentinos, entender la popularidad tan desmedida de esta poeta leyendo simplemente sus versos o escuchando sus canciones, porque su obra va más allá de sus escritos y se extiende hasta ella misma. Máxime cuando en España, después de la popularidad que sus canciones alcanzaron en los setenta y que estuvieron representadas por la cantante Rosa León, pocos libros se encuentran disponibles en el mercado. Es por esto que con este breve perfil pretendemos acercarnos a lo que su palabra escrita nos veda.

María Elena Walsh nació en 1930 en Ramos Mejía, a las afueras de Buenos Aires. Hija de un ferroviario inglés y una argentina descendiente de andaluces, tuvo una infancia sencilla en la que el amor por los libros y la música fueron algo destacable fomentado por su padre, de grandes aficiones musicales que tocaba el piano cada tarde a la vuelta del trabajo y cantaba canciones de su tierra. Canciones y melodías de tradición inglesa que le abrirían las puertas de una fantasía y humor diferentes al entonces existente.

De carácter soñador, reservada y también rebelde, sus relaciones familiares se caracterizaron muy a menudo por conflictos de los que ella se evadía con la lectura. Cuando el padre cae enfermo y se jubila, la familia Walsh se traslada a una casa más sencilla, más pequeña donde los problemas de espacio y, por lo tanto familiares para María Elena son evidentes. «La pubertad fue para mí el aflorar de una vocación: el gusto apasionado por los libros. La lectura es la madre de todos los vicios. Me incitó a soñar y a separarme de mi familia»1 recuerda años más tarde.

En 1945, a los quince años de edad publica su primer poema en la revista El Hogar. La revista era un punto de referencia clave para la clase media-alta y quien publicara allí podía decirse que estaba en el mundillo cultural. Hay que tener en cuenta que en los años cuarenta la poesía era signo de distinción y, por supuesto, terreno casi exclusivo de los hombres. Así que la jovencita María Elena se encontraba en un mundo masculino por el que no se dejaba amedrentar. Poco después pasó a las páginas literarias de La Nación, el diario más prestigioso de la época, que estaban a cargo de Eduardo Mallea. Y de allí dar el salto a publicar un libro de poesías no parecía demasiado complicado. Pero su juventud no le dejó otra opción que la de la autoedición, trabajo que hizo con energía y dedicación cosechando buenas críticas. Otoño imperdonable se llamó su primer libro y recibió el apoyo de Borges, Silvina Ocampo y González Lanuza. Fue considerada como una joven promesa, cargo que sin duda ella sintió demasiado grande y pesado.

Su primer libro la situó en el punto de mira de todo el mundillo cultural, hecho que la sobrepasaba. Hay que tener en cuenta que, además, era mujer en mundo de hombres y la rigidez del sistema, así como la imposibilidad de sentirse libre, la agobiaban. Dos años más tarde la inesperada muerte de su padre con el que atravesaba serias dificultades la marcaría de manera profunda.

En 1949 parece llegar una vía de escape de la mano del poeta Juan Ramón Jiménez que, en su viaje a Argentina la conoció y tuvo la ingenua ocurrencia de invitarla una temporada a vivir con él y su esposa, Zenobia. Una especie de beca para la formación de una joven promesa argentina. Beca precaria, eso sí, pues la invitación no incluía el mantenimiento económico, pero sobrada para quien la única vía de escape era en aquellos momentos un matrimonio. Con el apoyo de su madre se embarca a los Estados Unidos a vivir lo que prometía ser un sueño. Su primera salida de casa y del país la depararía no pocas sorpresas. La primera, la decepción del poeta, cuya convivencia resultaba tan difícil que ella casi no podía soportar. Lo recuerda así en sus escritos posteriores: «Era difícil compartir su casa y sus días. Muy temprano amanecía su voz, despertándome a la fatalidad de una mañana ya clasificada por su entusiasmo: los árboles, la nieve, los pájaros. Yo había dormido de puntillas, cuidando que mi sueño no perturbara su aire a través de los muros. Cada día tenía que inventarme coraje para enfrentarlo, repasar mi insignificancia, cubrirme de una desdicha que hoy me rebela. Me sentía averiguada y condenada. (...) con generosa intención, con protectora conciencia, Juan Ramón me destruía, y no tenía derecho a equivocarse porque él era Juan Ramón, y yo, nadie. Sólo alguien que esperaba el diálogo y recogía la torpeza.(...) Quizás es tonto exigir esa especie de santidad de un artista, quien, pese a nuestra canonización particular, es siempre compendio de todas las facetas humanas2

A pesar de estas dificultades, el encuentro consigo misma, su cuarto propio y los primeros pasos por la independencia, la marcarían tanto que a su regreso, seis meses después, ya nada era igual. El mundo cultural le parecía algo ajeno de tan rencoroso y quisquilloso como era y el rigor de las normas sociales para una mujer resultaba todavía más desesperante. Así que tomó, de nuevo, la vía de escape: viajó a París con Leda Valladares donde ambas crearon un espectáculo musical basado en las tradiciones folclóricas argentinas. Después de cuatro años en los que, poco a poco, conquistaron una parte del público parisino con sus exóticas canciones y vestimentas, regresan a una Argentina donde la recién estrenada dictadura no les deja muchas oportunidades. Si bien en París dos argentinas podían ocupar un destacado sitio en los ambientes musicales, en Argentina eran unas argentinas más -con el agravante de ser mujeres en un terreno controlado por hombres- dedicándose a la canción popular. El dúo se disuelve y, mientras Leda sigue investigando en las tradiciones populares, María Elena se sumerge en algo que empezó en la capital francesa: los textos, canciones y teatro para niños. «Creo que escribir para chicos -le contaría a su primera biógrafa- fue una tarea de reconciliación con el paraíso perdido, una búsqueda de raíces, otro viaje en el tiempo3

Aunque no son, desde luego, buenos tiempos para la lírica infantil. La nota predominante en los textos para ese público estaban cargados de esa rigidez típica que la pedagogía impone, acartonando y moralizando, aconsejando y obligando a no extraerse de las normas imperantes. María Elena se sumerge entonces en un terreno nuevo y escasa o malamente explorado con la inevitable sorpresa del público que veía cómo esa joven «que tanto iba a deparar» a las letras argentinas cambió la poesía por el folclore y después por los cuentos para niños. «¿Quién puede considerar que es escritor en serio alguien que escribe para niños? A esta altura ya no me pasa pero cuando empecé había muchos prejuicios. En cualquier estudio formal de la literatura de cualquier país, lo infantil no entra. Piensa que Lewis Carroll ingresa en la literatura infantil cuando lo descubrieron los surrealistas, tardíamente. Porque era rancho aparte. Y algo de esto persiste, por más que hay un movimiento muy pujante para que se tome en serio el género4

Pero sus experiencias en París donde había combinado el espectáculo con la canción y el folclore la animan a probar en su propio país algo que en Europa tenía una tradición familiar grande. Estrena entonces la obra de teatro Los sueños del rey Bombo que resultó ser un éxito al romper la raquítica estética imperante. «María Elena traía al mundo bastante deprimido de la literatura para niños un conjunto de elementos vertidos en una unidad que estaba en las antípodas de los conceptos pedagógicos de la época»5 como ha señalado Sergio Pujol, periodista y biógrafo de la poeta.

Su primer libro infantil lo edita en 1960 -de nuevo asumiendo la edición- Tutú Marambá en el que se combinan la frescura de una rima ágil con elementos hasta entonces poco utilizados en los cuentos infantiles: el humor, lo absurdo, el nonsense en una palabra, clara herencia de las Nursery Rhymes que alimentaron su infancia. Esto se traducía en una innovación en cuanto a la forma pero también en el contenido pues invitaba a cuestionarse el orden reinante, aunque sólo fuera con juegos de palabras y con la introducción del disparate.

En 1962 estrena en el Teatro Municipal San Martín Canciones para mirar que se mantiene en la cartelera durante nueve meses. Apenas había pasado un año desde la muerte de su madre y la poeta comenzaba entonces una larga lucha contra la depresión que tardaría en superar -psicoanálisis mediante. El éxito del espectáculo la consagró definitivamente como la escritora de literatura infantil, a pesar de no haber trabajado nunca con niños o tal vez por eso, permitiéndole desligarse de los conceptos pedagógicos en boga y tener una producción poética original e innovadora capaz de crear moda. Sus canciones eran tatareadas sin cesar por los niños y también por los adultos y muchos de sus personajes fueron tan populares que se convirtieron en nombres de numerosos jardines de infancia. Como ha señalado una estudiosa de su obra, «La llegada de Walsh a la escena literaria infantil de su país cambia drásticamente todo el contexto. Este giro se produce con la introducción del disparate y, junto con él, del humor y el placer del lenguaje por el lenguaje mismo; en otras palabras se debe a una toma de posición frente a la literatura infantil, en la que el juego es un medio para llegar a la función poética y el texto un deleite fónico y semántico, cosquilla y risa al mismo tiempo».6 Trabaja también en la televisión, medio que en aquel entonces empezaba a tener una cierta repercusión sobre el público y sus personajes Doña Disparate y Bambuco se conocen en todo el país.

Para hacernos una idea más precisa de su popularidad: además de las canciones grabadas con CBS y de su trabajo en Canal 13 como guionista de teleteatro, de sus discos Canciones para mirar y Canciones para mí se venden más de diez mil copias por título figurando entre los autores más vendidos del país; su libro Tutú Marambú alcanzaría, en 1968, su novena edición. Todo esto, teniendo en cuenta que era una artista fuera del «sistema», es decir que financiaba sus propias ediciones de libros y grababa los discos en modestos estudios que la permitían abaratar los costos y de esa manera resultar más accesible para todo el público.

Dos nuevos libros son editados: El reino del revés (1963) y El zoo loco (1964). El primero de ellos continúa la serie de «traducciones espirituales», como ella misma denominaría, de las Nursery Rhymes en las que, procurando recrear el espíritu del sinsentido, elaboraría poesías sencillas de alta calidad lingüística con un ritmo y rimas perfectos. En El zoo loco María Elena va un poco más allá realizando adaptaciones a la lengua española de los limerick ingleses:


«En Tucumán vivía una tortuga
viejísima, pero sin una arruga,
porque en toda ocasión
tuvo la precaución
de comer bien planchada la lechuga.»



Los siguientes libros infantiles, Versos folclóricos para cebollitas (1966), Versos para cebollitas (1967) y Versos tradicionales para cebollitas (1974) se basan en recopilaciones de poesías tradicionales anónimas o de autores de tradición española, incluyendo la última de las mismas una versión libre de un poema de Lewis Carroll.

En 1967 edita un texto para la escuela Aire Libre, quizás no tan popular como el resto de su obra pero que fue definido como «Una verdadera bomba de tiempo en el vetusto edificio de la pedagogía infantil»7, en el que combinaba textos de autores nacionales con canciones y poemas suyos y narraba la historia de una familia de titiriteros. Si bien el Ministerio de Educación no se opuso a que el texto se usara en las escuelas, el tono del libro era tan fuera de lo habitual que también provocó diferencias en el sistema educativo. Un año más tarde el periódico Confirmado presentaba la siguiente noticia: «En un jardín de infantes los directivos advirtieron a los padres de un alumno que no podía seguir llevando al colegio las Canciones para mirar. Ante la represión, el gurrumín no quiso volver a clase8

Persona fiel a sus principios, en absoluto impresionada por el éxito, más bien lo contrario, se servía de éste para hablar con más claridad, para cantar la realidad argentina con una espontaneidad inusitada. En el espectáculo Juguemos con el mundo, que fue durante 1968 número uno en Buenos Aires, el público estaba seducido por su candidez, a la vez irónica y llena de humor. Pero ella era consciente de que la dictadura empezaba a tener en cuenta su poderosa influencia «Nunca me sentí omnipotente. Sí sabía que al menos yo hacía cosquillas molestas al poder.» En 1974 viaja a Europa, escapando un poco de una realidad nacional que ya empezaba a notarse, y pasa por España donde sus canciones también gozan de éxito. Cuatro años después anuncia su intención de retirarse de la escena: ya no iba a cantar ni a actuar más. Los dos últimos años había vivido claras presiones de la censura para eliminar de su repertorio determinadas canciones consideradas como inoportunas por el Gobierno militar y algunas de ellas entraron a engrosar las listas negras.

Pero María Elena, luchadora que pocas veces se había dejado intimar, consciente de su popularidad y gracias al apoyo del periódico de mayor tirada, Clarín, publica un texto que caerá como una bomba en todo el país y que marcará un antes y un después en la historia cultural argentina. Tanto que la tirada del periódico se agota y el texto sigue circulando fotocopiado no sólo por Argentina sino también en México, París y Madrid donde amigos de la poeta y exiliados se sorprendían por el valor de esta mujer capaz de traspasar la censura imperante. En el artículo Desventuras en el país-jardín-de-los-infantes la autora condenaba la pobreza intelectual que los represores del sistema habían exigido desde hacía algunos años. Para ello evidenciaba qué es un censor y cuáles son sus armas para su trabajo. «El censor -escribe- no exhibe documentos ni obras como exhibimos todos a cada paso. Suele ignorarse su currículum y en qué necrópolis se doctoró. Sólo sabemos, por tradición oral, que fue capaz de incinerar La historia del cubismo o las Memorias de (Groucho) Marx. Que su cultura puede ser ancha y ajena como para recordar que Stendhal escribió dos novelas: El rojo y El negro y que ambas son sospechosas es dato folclórico y nos resultaría temerario atribuírselo.» El país en esos años ya era conocido por las desapariciones masivas de personas y por el estado de represión en que vivía. Ese censor «que ha convertido nuestro llamado ambiente cultural en un pestilente hervidero de sospechas, denuncias, intrigas, presunciones y anatemas. Es, en definitiva, un estafador de energías, un ladrón de nuestro derecho a la imaginación, que debería ser constitucional (...) Sí, somos veinticinco millones de sospechosos de querer pensar por nuestra cuenta, asumir la adultez y actualizarnos creativamente, por peligroso que les parezca a bienintencionados guardianes9.

La repercusión no se hizo esperar: sus programas de televisión se anulaban, sus discos estaban prohibidos en la radio y los artistas que la tenían en su repertorio tuvieron que cambiar las canciones. La claridad con que había escrito hechos que todos sufrían pero que nadie, y menos una mujer, había criticado abiertamente la situó de nuevo en el punto de vista de la opinión nacional. Después de la publicación hizo un largo viaje a Europa que la permitió distanciarse un poco de su nueva imagen comprometida, que ella utilizaría en otras ocasiones para denunciar las violaciones a derechos fundamentales, como cuando el Gobierno debatía la posibilidad de volver a validar la pena de muerte y ella escribió otro demoledor artículo que hizo que el Gobierno zanjara la cuestión. En 1981 se le detectó un cáncer que la situó en una lucha contra el destino al que estuvo a punto de rendirse por la magnitud de la enfermedad. La superó no sin pocos esfuerzos y retomó de nuevo sus colaboraciones en televisión, teatro y música viendo cómo era motivo de homenajes, premios y distinciones, entre ellas ser Doctor Honoris Causa por la Universidad de Córdoba.

Debilitada por la enfermedad y, también, por el peso de la popularidad, María Elena ha ido remitiendo poco a poco sus actuaciones públicas, a pesar de que sigue siendo una figura admirada y querida.

Uno de sus últimos proyectos de literatura infantil fue una ambiciosa enciclopedia titulada Veo Veo que semanalmente combinaba un fascículo y dos libros que formarían en siete tomos Mi primera enciclopedia y Mi primera biblioteca de 210 volúmenes narrativos divididos en series. Nuevamente María Elena se volcó en la literatura de tradición folclórica y cabe destacar que para la enciclopedia tradujo textos -estamos hablando de 1982- de escritores de literatura infantil de los que prácticamente nada se sabía en Argentina como David McKee, Allan Ahlberg, Robert Desnos, Yvan Pommaux o René Escudié. Proyecto que dio a conocer en España Plaza Joven y algunos de cuyos libros constan en el registro del Ministerio de Cultura aunque la editorial los ha descatalogado hace años. Todo un contraste con las continuas reediciones de sus textos en Argentina para quien emplea en su quehacer el mismo lenguaje que nosotros. Pero eso no la extraña. Ella, que un día escribió El Reino del Revés, sabe que a veces las cosas no son como parecen:


«Me dijeron que en el Reino del Revés
nada el pájaro y vuela el pez,
que los gatos no hacen miau y dicen yes
porque estudian mucho inglés».



María Elena Walsh ha dicho:

«Si a nuestra sociedad le preocupara en serio el hábito de la lectura en los chicos, procuraría no seguir fomentando la existencia de madres ignorantes. A la mujer se la disuade firmemente, por todos los medios, de cultivarse en profundidad. Pocos serán los hijos acostumbrados a ver -e imitar- a su santa madre dedicada a la lectura, a respetar lo que significan concentración, paciencia y soledad».

«La lectura no da plata, no da prestigio, no es canjeable, no sirve para nada. Es una manera de vivir, y los que de esa manera vivimos querríamos inculcarla en el niño y contagiarla en el prójimo, como buenos viciosos».

«Nada quisimos ganar con la lectura, sino seguir leyendo. Sólo aspiramos a no morir antes de llegar al final de Los miserables. Por ese hábito perdimos trenes, empleos, novios, concursos, status, ascensos y días de sol».

«El maestro, como todos, tiene que encontrar su camino, un poco a tientas, buscando materiales que le produzcan placer, comparándolos con las grandes obras, formando su pequeña porción de cultura desvinculada de utilitarismo didáctico».

«Entre los literatos se suele considerar de una manera un tanto despectiva la actividad de escribir "para niños". Entre otras cosas, los niños no fabrican prestigios literarios: no escriben crónicas en los diarios ni otorgan premios ni ofrecen becas».

«Poesía no es sólo transmisión o memorización de versos. Es sobre todo una actitud frente a la vida, una forma de sensibilidad».








Bibliografía (Selección)

Otoño imperdonable. Buenos Aires: edición de la autora, 1947.

Tutú Marambá. Buenos Aires: El Balcón de Madera, 1960.

El reino del revés. Buenos Aires: Fariña editor, 1963.

Zoo loco. Buenos Aires: Fariña Editor, 1964.

Versos folclóricos para cebollitas. Buenos Aires: Fariña editor, 1966.

Versos para cebollitas. Buenos Aires: Fariña editor, 1966.

Dailán Kifki. Buenos Aires: Fariña editor, 1966.

Juguemos en el mundo. Buenos Aires: Sudamericana, 1970.

Versos tradicionales para cebollitas. Buenos Aires: Sudamericana, 1974.

Cancionero contra el mal de ojo. Buenos Aires: Sudamericana, 1976.

Bisa Vuela. Buenos Aires: Hyspamérica, 1986.

La nube traicionera (versión libre de «La nuage rose» de George Sand). Buenos Aires: Sudamericana, 1989.

El diablo inglés y otros cuentos. Buenos Aires: Sudamericana, 1992.

Merece destacarse el libro:

Desventuras en el país-jardín-de-infantes. Buenos Aires: Sudamericana 1993 que recopila la mayor parte de sus artículos publicados en revistas y periódicos.

Para saber más de ella:

Dujovne, Alicia: María Elena Walsh. Madrid: Júcar, 1982.

Pujol, Sergio: Como la cigarra. María Elena Walsh, una biografía. Buenos Aires: Beas Ediciones, 1993.

Y para saber más sobre su obra:

Lusaschi, Ilse A. y Sibbald, Kay: María Elena Walsh o el desafío de la limitación. Buenos Aires: Sudamericana, 1993.



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