¿Do irá la tórtola amante | |
sino tras su amor perdido? | |
¿Dónde irá más
que a su nido | |
y al bosque en que le dejó? | |
¿Dónde
irá su pensamiento | |
ni la llevará el destino, | |
si no sabe otro camino | |
que el solo en que se extravió? | |
¡Ay! ¿Dónde irá Margarita | |
en su ciega inexperiencia, | |
dónde irá sino
a Palencia, | |
do tal vez está don Juan? | |
Porque, ¿quién
logrará nunca, | |
tan descaminado intento, | |
que el humo
no busque al viento | |
ni el hierro busque al imán? | |
Era en el fin de una tarde | |
de junio,
seca y nublada; | |
de un convento en la portada | |
sobre el gastado
escalón | |
una mujer se veía, | |
como esperando
el momento | |
en que abrieran del convento | |
el entornado portón. | |
A través de un velo espeso, | |
con
que el semblante cubría. | |
los ojos fijos tenía | |
con constancia pertinaz | |
en el balcón de una casa | |
situada frente por frente, | |
donde no asoma un viviente, | |
por más que mira, la faz. | |
Y la
mujer, sin embargo, | |
aquel balcón contemplaba | |
como
quien algo esperaba | |
que apareciera por él. | |
Y el
balcón siempre cerrado | |
y solitario seguía, | |
y abrírsele no venía | |
dueña, galán
ni doncel. | |
¿Qué hacía, pues,
a tal hora | |
tal mujer y tiempo tanto, | |
mirando con tal encanto | |
aquel cerrado balcón? | |
¿Será cita? Es imposible. | |
No hay más que un hombre en la casa | |
que de años
setenta pasa, | |
que es un don Gil de Alarcón. | |
¿Serán
celos? ¡Qué locura! | |
¿Quién ni de quién
los tuviera, | |
si por una y otra acera | |
la calle ocupa no
más | |
la casa del viejo hidalgo | |
y de Jesús
el convento? | |
¿Será espera? A tal intento | |
propio
es el sitio quizás. | |
Mas nadie llega,
y la noche | |
se oscurece y encapota, | |
y la lluvia gota a gota | |
pronostica el temporal, | |
y se oye lejos el viento, | |
que
en ráfagas cruza errante, | |
y va del turbión
delante | |
con el mensaje fatal. | |
Y la mujer,
sin moverse | |
ni hacer de la lluvia caso, | |
del escalón
no da un paso, | |
siempre mirando al balcón. | |
¿Quién
es? ¿Qué busca? ¿Qué espera? | |
Fatídica
así, ¿qué augura | |
su misteriosa figura? | |
¿Es
ente real o es visión? | |
¡Ay, pobre
amante olvidada! | |
¡Ay, infeliz Margarita! | |
¡Quién
comprenderá tu cuita | |
ni compasión te tendrá! | |
Tú esperas, los tristes ojos | |
en ese balcón
fijando, | |
y en vano estás aguardando | |
lo que al balcón
no saldrá. | |
Tú ignoras que
la hermosura | |
es prenda que con envidia | |
el Cielo dio, y
con perfidia | |
por castigo a la mujer, | |
y que quien cifra
sobre ella | |
el bien del amor ajeno, | |
no acierta más
que veneno | |
en su delicia a verter. | |
Mas
tú, infeliz, no lo sabes, | |
y en él esperas
por eso, | |
cuando él, por un solo beso, | |
de cualquier
nueva beldad, | |
te viera expirar de angustia | |
sin que le hubiera
ocurrido | |
darte un adiós, ni aun fingido, | |
al pie
de la eternidad. | |
Mas en tanto el viento
arrecia, | |
revienta el cóncavo trueno, | |
y se desgaja
de lleno | |
el espantoso turbión; | |
la calle se inunda
en agua, | |
la noche cierra, y los hombres | |
invocan los santos
nombres | |
con miedo en el corazón. | |
Margarita,
amedrentada, | |
buscando asilo seguro, | |
acogióse al
templo oscuro | |
y se amparó del altar; | |
y al postrarse
ante él, humilde, | |
allá dentro de su mente | |
mil recuerdos de repente | |
empezaron a brotar. | |
Ella
hizo aquel ramillete, | |
ella bordó aquella toca, | |
en
aquella cruz su boca | |
puso mil besos y mil; | |
aquella alfombra
en su tiempo | |
delante del coro estaba... | |
Toda su vida pasaba | |
por ella en sueño febril. | |
Toda,
en ilusión fantástica, | |
su antigua y pura existencia | |
venía con su inocencia | |
su corazón a asaltar, | |
y dentro del pecho cándido | |
ir saliendo le sentía | |
de la penosa agonía | |
de su roedor pesar. | |
Y
según bellos recuerdos | |
poco a poco iba encontrando, | |
poco a poco iba olvidando | |
la belleza de don Juan; | |
hasta
que en santa tristeza | |
su alma inocente embebida, | |
suspiró
por otra vida | |
sin bullicio y sin afán. | |
La
soledad de su celda, | |
el rumor santo y sonoro | |
de sus rezos
en el coro, | |
y la paz de su jardín, | |
el consuelo de
una vida | |
con Dios a solas pasada, | |
de amor y mundo apartada, | |
que son delirios al fin. | |
Todo en tropel
presentóse | |
a sus ojos tan risueño, | |
tan sabroso
y halagüeño, | |
tan casto y tan seductor, | |
que
en llanto de fe bañada | |
dijo: «¡Ay de mí! ¿Quién
pudiera | |
volverme a mi vida austera | |
y a otro porvenir mejor?» | |
En esto, allá por el fondo | |
de
una solitaria nave, | |
con paso tranquilo y grave | |
vio Margarita
venir | |
una santa religiosa, | |
cuyo rostro no veía | |
por una luz que traía | |
para ver por donde ir. | |
Temiendo
que al acercarse | |
tal vez la reconociera, | |
en su manto de
manera | |
Margarita se envolvió, | |
que, aunque de la
monja incógnita | |
los pasos cerca sentía, | |
ella
apenas la veía | |
hasta que ante ella llegó. | |
Pasó a su lado en silencio, | |
y
Margarita, al mirarla, | |
extrañó no recordarla | |
ni su faz reconocer. | |
«Será novicia -se dijo-. | |
Habrá
al convento llegado | |
desde que yo le he dejado; | |
no puede
otra cosa ser.» | |
La monja, en tanto, seguía | |
los altares arreglando, | |
y la seguía mirando | |
Margarita
por detrás; | |
y hallaba en todo su cuerpo | |
un no sé
qué de extrañeza, | |
que aumentaba su belleza | |
cuando la miraba más. | |
Había
cierto aire diáfano, | |
cierta luz en sus contornos, | |
que quedaba en los adornos | |
que tocaba por doquier; | |
de
modo que en breve tiempo | |
que anduvo por los altares, | |
viéronse
en ellos millares | |
de luces resplandecer. | |
Pero
con fulgor tan puro, | |
tan fosfórico y tan tenue, | |
que el templo seguía oscuro | |
y en silencio y soledad; | |
sólo de la monja en torno | |
se notaba vaporosa, | |
teñida
de azul y rosa, | |
una extraña claridad. | |
Llegaba
hasta Margarita, | |
a pesar de la distancia, | |
de las flores
la fragancia | |
que ponía en el altar. | |
Y o un inefable
sueño | |
la embargaba los sentidos, | |
o escuchaban sus
oídos | |
música lejos sonar. | |
Y
aquel concierto invisible | |
y aquel olor de las flores, | |
y
aquellos mil resplandores | |
la embriagaban de placer; | |
mas
todo pasaba en ella | |
tranquila y naturalmente | |
cambiándola
interiormente, | |
regenerando su ser. | |
Olvidó
la hermosa niña | |
sus pasadas amarguras, | |
sintió
en sí castas y puras | |
mil intenciones bullir, | |
mil
imágenes de dicha, | |
de soledad y de calma, | |
que pintaron
en su alma | |
venturoso un porvenir. | |
Su
vida era en aquel punto | |
un éxtasis delicioso, | |
era
un sueño luminoso, | |
un deliquio celestial; | |
un dulce
anonadamiento | |
en que nada la oprimía, | |
y en donde
nada sentía | |
profano ni terrenal. | |
Sólo
quedaba en el alma | |
de Margarita un intento, | |
un impulso,
un sentimiento | |
hacia la monja, de amor, | |
que a su pesar
la arrastraba | |
a contemplarla y seguirla, | |
a distraerla y
pedirla | |
consuelos a su dolor. | |
Pues siente
que es, Margarita, | |
un talismán su presencia | |
necesario
a su existencia | |
desde aquel instante ya; | |
y su recuerdo
divino | |
es a su dolor secreto, | |
un misterioso amuleto | |
que
fe y religión la da. | |
Y en ella
fijos con ansia | |
los ojos y el pensamiento, | |
la gloria por
un momento | |
en su delirio gozó, | |
mientras aquella
divina | |
aparición deliciosa | |
de la bella religiosa | |
ante su vista duró. | |
Tomó
al fin su luz la monja | |
y por la iglesia cruzando | |
pasó
a su lado rozando | |
con sus ropas al pasar, | |
Y
sin poder Margarita | |
resistir su oculto encanto, | |
asióla
al pasar del manto, | |
mas sin fuerzas para hablar. | |
-¿Qué
me queréis -con acento | |
dulcísimo preguntóla | |
la monja. |
-¿Me
dejáis sola | |
-dijo Margarita- así? | |
-Si no
tenéis más amparo | |
-contestó la religiosa- | |
en noche tan borrascosa, | |
venid al claustro tras mí. | |
-¡Oh, imposible! |
-Si
os importa | |
hablar con alguna hermana, | |
volved, si gustáis,
mañana. | |
-Yo hablara... |
-¿Con
quién? |
-Con
vos. | |
-Decid, pues. |
-No
sé qué empacho... | |
La voz al hablar me quita... | |
-¿Cómo os llamáis? |
-Margarita. | |
-¡El mismo nombre las dos! | |
¿Así os llamáis? |
-Sí,
señora, | |
y en otro tiempo yo era... | |
-¿Qué
oficio tenéis? |
-Tornera. | |
-¡Tornera! ¿Cuánto tiempo ha? | |
-Cerca de un año. |
-¡De
un año! | |
Diez llevo en este convento, | |
y en este mismo
momento | |
cumpliendo el décimo está. | |
* | |
Quedó Margarita atónita | |
su misma historia escuchando, | |
y el tiempo a solas contando | |
que oyó a la monja marcar. | |
Su mismo nombre tenía, | |
y su misma edad, y era | |
como ella un año tornera, | |
y diez monja... ¿Qué pensar? | |
Alzó
los ojos por último | |
Margarita a su semblante, | |
y
de sí misma delante, | |
asombrada se encontró; | |
que aquella ante quien estaba, | |
su mismo rostro llevaba, | |
y era ella misma... o su imagen | |
que en el convento quedó. | |
* | |
Cayó en tierra de hinojos Margarita, | |
sin voluntad, ni voz, ni movimiento, | |
prensado el corazón
y el pensamiento | |
bajo el pie de la santa aparición; | |
y así quedó, la frente sobre el polvo, | |
hasta
que el eco de la voz sagrada | |
a el alma permitió purificada | |
ocupar otra vez su corazón. | |
Entonces
envolviéndola en su manto, | |
su cabeza cubriendo con
su toca, | |
el dulce acento de su dulce boca | |
dijo a la absorta
Margarita así: | |
«TE ACOGISTE AL HUIR BAJO MI AMPARO | |
Y NO TE ABANDONÉ: VE TODAVÍA | |
ANTE MI ALTAR
ARDIENDO TU BUJÍA: | |
YO OCUPÉ TU LUGAR, PIENSA
TÚ EN MÍ.» | |
Y a estas palabras
retumbando el trueno, | |
y rápido el relámpago
brillando, | |
del aire puro en el azul sereno | |
se elevó
la magnífica visión. | |
La Reina de los ángeles
llevada | |
en sus brazos purísimos huía, | |
y a
Margarita huyendo sonreía, | |
que adoraba su santa aparición. | |
Sumióse al fin del aire transparente | |
en la infinita y diáfana distancia, | |
dejando en pos
suavísima fragancia | |
y rastro de impalpable claridad; | |
y al volver a su celda Margarita, | |
volviendo a sus afanes
de tornera, | |
tendió los ojos por la limpia esfera | |
y no halló ni visión, ni tempestad. | |
Corrió
a su amado altar, se hincó a adorarle, | |
y al vital
resplandor de su bujía | |
aún encontró
la imagen de María, | |
y sus flores aún sin marchitar, | |
y a sus pies despidiéndose del mundo | |
que en vano
su alma devorar espera, | |
vivió en paz MARGARITA LA
TORNERA, | |
sin más mundo que el torno y el altar. | |