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1

Han aparecido hasta ahora (1959) tres volúmenes: I, «Historia de la filosofía»; II, «Introducción a la filosofía», «Idea de la metafísica» y «Biografía de la filosofía»; III, «Aquí y ahora», «Ensayos de convivencia» y «Los Estados Unidos en escorzo». Hállase en prensa un cuarto volumen.

 

2

Quede aquí intacto el problema de las relaciones entre el pensamiento de Marías y el de Zubiri, tan directo maestro suyo. «Hablo con él constantemente a lo largo de las páginas que siguen. Sin Zubiri, este libro no hubiese sido posible», escribe Marías en el prólogo a la primera edición de su Historia de la filosofía. Que en Marías hay zubirismo, además de orteguismo, no me parece cosa discutible. Mas para hablar de las relaciones intelectuales inter vivos es preciso saber esperar con paciencia. No será inoportuno repetir una vez más la sibilina sentencia del Ayax sofocleo: «El tiempo, largo e innumerable, hace brotar las cosas ocultas.»

 

3

La influencia de Zubiri es en él muy expresamente proclamada.

 

4

La plena instalación de la poesía española sobre ese áspero suelo -ya iniciada por la humanización de ella que habían emprendido Miguel Hernández, Luis Rosales, Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco, Dionisio Ridruejo y Gabriel Celaya- tuvo su primer testimonio rotundo en Hijos de la ira, de Dámaso Alonso.

 

5

El Romanticismo -me hacía notar sutilmente Luis Felipe Vivanco, tras la pública lectura de esta carta- transfiguró la idea burguesa del niño; para Novalis y Hölderlin, ser «niño» sería una meta perfectiva de la existencia humana, en la cual coincidirían inocencia, belleza y verdad. Es cierto. Hay en ello como una radical secularización del «Dejad que los niños...» del Evangelio. El mismo sentido tendría la idea nietzscheana de una «inmaculada cognición» (unbefleckte Erkenntnis). Pero yo no quería ahora abordar el tema de las actitudes del hombre occidental ante la «inocencia» -grande y sugestivo tema-, sino tan sólo aludir a la peculiar situación real de la infancia en la sociedad burguesa.

Juan Rof, por su parte, me ha hecho agudas y certeras observaciones acerca del puesto del niño en la sociedad española. Completando mi apunte, yo diría que el infante español es «niño», en el sentido arriba expuesto, sólo en una débil película de nuestra vida nacional. Por debajo de ella (campo, suburbio), el infante es «homúnculo», hombrecito; y por encima (alta burguesía, aristocracia), convertido en «seudo-ídolo» -recuérdese la estampa del niño en su cochecito-altar, conducido con ademán hierático por un aña-sacerdotisa-, queda prácticamente eliminado de la existencia cotidiana de sus padres, para mayor comodidad de éstos. El tema es importante y excitante. ¿Cómo no recordar el papel de «déspota» que el niño ha tenido y acaso empieza a dejar de tener en la sociedad norteamericana? ¿Qué fue el niño en Grecia, en Roma, en la Edad Media? Esperemos la respuesta de los expertos.

 

6

Me refiero a dos libros: Las religiones mistéricas (Edit. Revista de Occidente) y Estudios sobre Historia de las Religiones (Ediciones Taurus).