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Conferencia inaugural pronunciada en el Paraninfo de la Universitat de València el día 13 de diciembre de 1933.

 

2

La obra narrativa de Max Aub, Madrid, Gredos, BRH, 1973.

 

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Es cierto que hay un tercer héroe mítico que tiene una aparición puntual en la obra de Aub: Prometeo. Pero no alcanzo a ver en él sino una figuración extremada del propio mito de Teseo, un Teseo precipitado al desastre por el desequilibrio entre su voluntad y sus fuerzas, sacrificado en favor de la humanidad, pero destruido por su propio sacrificio, otro Moises, un Cristo otro. No sé si es anecdótico o significativo que otro gran escritor de nuestro siglo, André Gide, a quien Aub leyó y admiró mucho, tenga su obra anclada casi en los mismos mitos, No se despiste nadie: no se trata de filiaciones entre uno y otro, ya que, por ejemplo, la obra de Gide sobre Teseo está escrita no solo veinte años después de la aubiana Geografía, sino después de escritos los tres primeros Campos del Laberinto mágico, y publicados dos, es decir, en 1946.

 

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Por los mismos años, y meditando en torno a la guerra civil, Paulino Masip, uno de sus mejores amigos y compañeros de exilio, crearía un personaje arquetípico para protagonizar una de las más interesantes novelas sobre el tema, El diario de Hamlet García, recientemente reeditada en Barcelona por Ed. Anthropos.

 

5

Jo Labanyi: Myth and History in the Contemporary Spanish Novel, Cambridge University Press, 1989.

 

6

Se ha venido diciendo que el postmodernismo representa el rechazo de la razón -o de la inteligencia que la sustenta- cuando, a mi entender, lo que en primer lugar hace es relativizar sus capacidades en el momento en que se someten a un examen reflexivo puesto que, no se olvide, no tiene otro instrumento de análisis que la propia inteligencia, bien en su estado natural, bien estimulada por drogas psicotrópicas que podrían explotar sus potencialidades no desarrolladas aún en el correspondiente momento de la evolución natural del cerebro humano. Lo que ha sucedido, como suele, cuando se da un paso más por el camino de la evolución cultural, es que esa actitud general se ha visto exacerbada a nivel individual o de grupos hasta llegar a la negación absoluta de tales capacidades, desembocando así en posturas nihilistas y solipsistas, de après-moi (o après-nous) le déluge, que son las que caracterizan los más radicales escepticismos con que la posmodernidad se adorna y aun se exhibe. Si algo de nuevo hay bajo ese sol, no es la presencia de tales posturas, sino la densidad estadística de los por ellas poseídos, y, consiguientemente, la tendencia dictatorial asumida cuando se enfrentan con quienes no se dejan arrastrar por tal actitud extremista. Es muy evidente que la enorme multiplicidad de la realidad fenoménica, tal como nuestras capacidades de observación nos lo permite hoy, nos hace comprender que nadie está por sí solo en situación de alcanzar una visión global de un evento histórico, y menos aún de la magnitud del que ahora consideramos. Y que por consiguiente, por mucho que un historiador, -o un novelista que asume a la vez el rol de historiador- acumule datos, otros muchos se le escaparán a la labor de acopio, e incluso aquellos que acopia procederán de observaciones de la realidad efectuadas por distintos testigos y en distintos lugares del continuum espacio-temporal que, desde la física cuántica para acá sabemos que es el mundo nuestro. Por consiguiente, cualquier pretensión a la capacidad de emitir un discurso veridictivo, cualquier pretensión a poder discriminar con seguridad entre la fidelidad o la infidelidad de correspondencias entre los discursos y las realidades, está excluida de antemano, mientras nuestra inteligencia tecnológica no nos proporcione los instrumentos idóneos para esas acumulaciones totales y esas verificaciones igualmente totales. Pero precisamente estamos ahí: en estos tiempos que son los nuestros, o renunciamos a cualquier discurso que tenga pretensiones de veracidad, dedicándonos exclusivamente a la formulación de discursos mitográficos y ficcionales, a sabiendas de que lo son, y eso es lo que proclama la vanguardia de la posmodernidad (que no es discurso de ayer por la mañana), o asumimos que el discurso con pretensiones de veracidad relativizada tiene una razón de ser para que el tejido social de una humanidad creyente en los poderes de la razón y la inteligencia supere este bache en el que nos sitúa el propio progreso de nuestra inteligencia analítica, manteniendo la esperanza de una nueva era en que los poderes de la inteligencia recuperen su dominio sobre la realidad resituándola dentro de los límites que es capaz de describir. Se me dirá que la actitud postmoderna no es todavía compartida sino por una minoría dentro de las sociedades occidentales, y que la mayoría, en la que se integran -o parecen integrarse- incluso muchos de los literatos que se dedican a ejercicios como el de la llamada novela histórica, no han asimilado, o incluso desconocen, la descripción de la realidad vigente en los medios científicos, de Max Plank a esta parte.