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La gaya ciencia y el gay saber se identifican con la poesía trovadoresca de origen provenzal, cuyos modos codificaría Enrique de Aragón (1384-1434), conocido como marqués de Villena, en su Arte de trobar (1433) que Gregorio Mayans editara junto a obras de Juan de Valdés, Juan Lucas Cortés o Bernardo Aldrete en Orígenes de la Lengua española (1737; Mayans y Siscar, Obras completas, vol. II, pp. 321-342), ARAGÓN, Enrique de, Obras completas, Madrid, Turner, (Biblioteca Castro, vol. 1, 1994).

 

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En las Coronaciones de los Serenísimos Reyes de Aragón el cronista Jerónimo de Blancas y Tomas († 1590) describe el desfile y el entremés que conmemoraba la coronación de Martín el Humano (1399), en que se paseaba por Zaragoza a un hombre con los atributos reales en un castillo. Las Coronaciones fueron editadas por Juan Francisco Andrés de Ustarroz (Zaragoza, Diego Dormer, 1641, p. 73). Véase la edición facsímil (Guillermo Redondo Veintenillas, Zaragoza, El Justicia de Aragón, 2006).

 

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La Cuestión de amor de dos enamorados recoge la llamada «Égloga de Torino», una de las primeras églogas dramáticas españolas, así como la descripción de la caza, juego de cañas, justa... (Diego de Gumiel, 1513). Hay dos ediciones modernas: edición de Carla Perugini, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1994; edición de Françoise Vigier, París, Publications de la Sorbonne, Presses Sorbonne Nouvelle, 2006.

 

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En la conocida obra de Luis José de Velázquez (1754) se citan, al margen de algunos entremeses, las Nises de Jerónimo Bermúdez, se valoran las comedias y coloquios de Lope de Rueda, las comedias de Torres Naharro, y los adelantos de Juan de la Cueva (2.ª edición, Málaga, Herederos de Francisco Martínez de Aguilar, 1797, p. 55).

 

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Las reticencias a considerarla como un drama son propias de la preceptiva neoclásica; si Jovellanos habla de un drama incompleto, Leandro Fernández de Moratín, en sus Orígenes del teatro español, donde juzga que ha de ser obra de un solo autor, se refiere a ella como una «novela dramática»; y el propio Menéndez Pelayo se detendrá en las «Razones para tratar de esta obra dramática en la historia de la novela española», en su edición de Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1947. Para las consideraciones y recuperaciones de esta obra en el siglo XVIII, véase SNOW, Joseph Thomas, «Peripecias dieciochescas de Celestina», Dieciocho, 22.1 (1999), pp. 7-16; ÁLVAREZ BARRIENTOS, Joaquín, «La Celestina, del siglo XVIII a Menéndez Pelayo», en TORRES NEBRERA, Gregorio (coord.), Celestina, recepción y herencia de un mito literario, 2001, pp. 73-96.

 

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[Nota de Jovellanos] «En las ordenanzas municipales de la villa de Carrión de los Condes, hechas en 1568 siendo su corregidor Mateo de Arévalo Sedeño, al título 1.º de la procesión del Corpus, artículo 7.º, se dice: "Otro sí es ordenanza que en dicho día en cada año haya lo menos dos Autos, que sean de la Sagrada Escritura, que se presenten en dicha procesión el uno en la media villa arriba y el otro en la media villa abajo, en el lugar donde le pareciere a la justicia y regimiento, y más las danzas que cada un oficio quisiesen sacar y hacer, como lo han usado otros de fuera aparte; y que por lo mismo haya asimismo dos danzas, lo cual todo se haga con mucha honestidad, como en tal lugar conviene". El artículo 8.º dispone el nombramiento de diputados para dirigir estos festejos. El 9.º impone pena contra sus perturbadores, y el 10.º fija el gasto en 20.000 maravedíes».

Precisamente, a Jovellanos le toca llevar, con poco entusiasmo por su parte, el estandarte de la procesión del Corpus de Carrión de 1795; esa tarde y el día siguiente lo pasará en el archivo del monasterio de San Zoil, en compañía del archivero asturiano fray Benito Sabido, donde copiarán privilegios, curiosidades, cosas de artes y antigüedad (Obras completas, tomo VII, pp. 329-332).

 

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Biblioteca Nacional, ms. 7193: Nota de Rafael de Floranes: «Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana, verso Auto, dice así: "Auto: la representación que se hace de argumento sagrado en la fiesta de Corpus Christi y otras fiestas". Y después ver. "carretón", prosigue: "En Toledo suele significar la fábrica hecha sobre ruedas de carros donde van por las calles los representantes en los autos del día del señor. Salen de la iglesia por una puerta que le dan nombre y así la llaman la Puerta de los Carretones. Y el representar sobre carro es cosa muy antigua. Horacio en el Arte Poética: ignotum tragice genus invenisse camene / dicitur et plaustris venisse poemata thespis (Don Quijote, I, capítulo 12.)

 

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Los autos sacramentales fueron prohibidos en 1765, 1777 y 1780 y duramente criticados por los preceptistas neoclásicos, los legisladores ilustrados e incluso por miembros de la propia institución eclesiástica, tanto por lo que leían como excesos barrocos como por la mezcla de lo sagrado y lo profano. La opinión de Jovellanos sobre estas formas de falsa y pública religiosidad puede verse también en la Carta de un Quidam a un amigo suyo, en que le describe el Rosario de los cómicos de esta corte. Campomanes manifestaba su enfado contra las mayas, enramadas, zambombas de Nochebuena, carnavales, cruces de mayo y procesiones irrespetuosas del Corpus con sus gigantones y elementos profanos; en el mismo sentido, Meléndez Valdés condenaba las procesiones, «nacidas por lo común en la Edad Media, y efecto de su ignorancia crasa y sus tinieblas, y causa necesaria de irreverencias y desacatos, de gastos indebidos, de borracheras y desórdenes, de corrupción en las costumbres públicas, de temores y riesgo para la seguridad», véase EGIDO, Teófanes, «La religiosidad de los españoles (siglo XVIII)», en Coloquio internacional Carlos III y su siglo, Madrid, Universidad Complutense, 1990, tomo 1, p. 780; y «Actitudes religiosas de los ilustrados», en Carlos III y la Ilustración, Madrid, Ministerio de Cultura, Lunwerg, 1988, tomo 1, p. 226. El propio arzobispo Lorenzana, consultado en 1777, consideró que «las danzas, lo mismo que los gigantes y las gigantillas de la procesión del Corpus, eran producto de la barbarie e ignorancia de otros tiempos, contradecían la gravedad y seriedad del culto divino y distraían la atención de los fieles de su único objeto, la Eucaristía. Merecían, por tanto, ser prohibidas, aunque era preferible hacerlo paulatinamente para no herir susceptibilidades ni afirmar abiertamente que una práctica educativa empleada por la Iglesia desde hacía tantos años era un error» (RÍO, María José del, «Represión y control de fiestas y diversiones en el Madrid de Carlos III», en Carlos III, Madrid y la Ilustración, Madrid, Siglo XXI, 1988, p. 305.) Y Clavijo y Fajardo concluía contundente: «No creo que haya persona tan limitada o tan preocupada a favor de esta que debe llamarse farsa espiritual que entienda puedan ir a aprender en ella los fieles el catecismo, o la práctica de las virtudes. Si alguno lo entendiese así, es porque quiere engañarse o engañarnos» (ANDIOC, René, Teatro y sociedad en el Madrid del siglo XVIII, Madrid, Castalia, 1976, pp. 345-379, la cita en la página 353.) La Real Cédula de 9 de junio de 1765 decía así: «Noticioso el rey de la inobservancia de la R[eal] O[rden] en que el religiosísimo celo del señor don Fernando el VI prohibió la representación de comedias de santos, y teniendo presente S.M. que los autos sacramentales deben, con mayor rigor, prohibirse, por ser los teatros lugares muy impropios y los comediantes instrumentos indignos y desproporcionados para representar los Sagrados misterios de que tratan, se ha servido S.M. de mandar prohibir absolutamente la representación de los autos sacramentales y renovar la prohibición de comedias de santos y de asuntos sagrados bajo título alguno» (COTARELO Y MORI, Emilio, Bibliografía de las controversias sobre la licitud del teatro en España, Madrid, Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1904, p. 657.) Sobre la polémica véase también ESQUER TORRES, Ramón, «Las prohibiciones de comedias y autos sacramentales en el siglo XVIII», Segismunda, I (1965), pp. 187-226; HERNÁNDEZ, Mario, «La polémica de los autos sacramentales en el siglo XVIII: la Ilustración frente al Barroco», Revista de Literatura, tomo XLII-84 (ejemplar dedicado a Nicolás Fernández de Moratín, 1980), pp. 185-220; MARTÍNEZ GIL, Fernando y RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, Alfredo, «Del Barroco a la Ilustración en una fiesta del Antiguo Régimen: el Corpus Christi», Cuadernos de Historia moderna. Anejos, 1 (2002), pp. 151-175.

 

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Véanse las consideraciones sobre qué edición poseía Jovellanos de la Propalladia de Torres (Nápoles, Ioan Pasqueto de Sallo, 1517, 1520, 1524). Blas Nassarre entendía que Bartolomé Torres Naharro «debe ser tenido por el primero que dio forma a las comedias vulgares», y tal lo recoge Armona y Murga, fuente principal y reconocida de todo este apartado en las Memorias cronológicas sobre el teatro en España (prólogo, edición y notas de Emilio Palacios Fernández, Joaquín Álvarez Barrientos y María del Carmen Sánchez García), Vitoria, Diputación Foral de Álava, 1988; edición de Charles Davis y John E. Varey, Londres, Tamesis Books, 2007, p. 30. Sin embargo, Jovellanos piensa en una historia del espectáculo y no de la literatura, y, como no le constan representaciones de Torres en España, se resiste a concederle tal espacio. De Lope de Rueda, Jovellanos poesía Las cuatro comedias y dos coloquios pastoriles del excelente poeta y gracioso representante..., bien en la edición contemporánea (Valencia, Juan Mey, 1767), bien en la de Sevilla, Alonso de la Barrera, 1576 (CLÉMENT, Jean Pierre, Las lecturas de Jovellanos).

 

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En la epístola introductoria del «Autor a un su amigo», Fernando de Rojas señala que encontró el primer acto, que atribuye a Juan de Mena o a Rodrigo de Cota, y él compuso los restantes. Mucho ha discutido la crítica sobre si hay tal o si nos encontramos ante el viejo tópico literario de la transcripción o continuación de un manuscrito encontrado. De la doble autoría, defendida generalmente en los siglos XV y XVI, se infieren los dos tiempos de redacción a que Jovellanos alude. Como señalamos antes, Moratín, en cambio, juzgaba que era obra de un mismo autor. La unidad de composición fue defendida por Menéndez Pelayo, aunque hoy predomina la aceptación de lo declarado por Rojas.