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Miguel Ángel Asturias

Selena Millares

Miguel Ángel Asturias (Guatemala, 1899-Madrid, 1974) fue abogado, diplomático y escritor, y aunque practicó todos los géneros, fue su narrativa fundacional la que lo llevó al reconocimiento internacional y a la consecución del Premio Nobel en 1967. Desde su juventud, su talante combativo y su compromiso social se fraguan bajo las arduas condiciones políticas de su país, sometido por la dictadura de Estrada Cabrera. Las represalias hacia su actividad impulsan su temprano viaje a Europa -Londres, París- donde redescubre sus propias raíces, a través del estudio de la antropología y la literatura mayas. En París conoce a grandes artífices de la vanguardia y traduce el Popol Vuh -la «Biblia maya»-, al tiempo que escribe Leyendas de Guatemala -«historias-sueños-poesía», según Paul Valéry- y El Señor Presidente, en ambas obras fusiona el pensamiento mágico aborigen con las estrategias del Surrealismo y los modelos estéticos hispánicos: Quevedo, Goya y Valle-Inclán. El Señor Presidente se ha de convertir en uno de los hitos de la narrativa hispanoamericana, como iniciadora de una extensa genealogía: la novela de dictadura. Terminada en 1932 y modificada a través de los años sucesivos, la publica en 1946, tres años antes que su otra obra maestra, Hombres de maíz, donde las inquietudes sociopolíticas se imbrican con la temática indigenista, entre claves fantásticas y barrocas.

Del resto de su narrativa cabe reseñar la Trilogía bananera -Viento fuerte (1949), El Papa Verde (1950), Los ojos de los enterrados (1960)-, que denuncia la explotación del territorio centroamericano por el capital extranjero, y también sus cuentos: Week-end en Guatemala (1956); El espejo de Lida Sal (1967). Merecen también mención sus obras de teatro -como Solana (1955), centrada en el mundo de la hechicería, o La audiencia de los confines (1957), que recrea la figura histórica de Bartolomé de las Casas-, y sus poemas, inmersos en un mundo de magia y telurismo -Sien de alondra (1948), Clarivigilia primaveral (1966). Fundamental es igualmente su faceta de ensayista -América, fábula de fábulas (1972)-, así como el enigmático testamento literario contenido en Tres de cuatro soles (1977), poema en prosa y arte poética que articula el pensamiento mítico maya y la búsqueda constante de un idioma material y cósmico.

Sumergido en la más neta tradición maya, que él imbrica con las estrategias conquistadas por la vanguardia, Miguel Ángel Asturias no ha integrado el modelo cervantino como pilar de relieve en su narrativa; sin embargo, tanto en su vida como en su obra ha dejado patente su reconocimiento y deuda hacia aquel, y muy especialmente hacia El Quijote. Los guiños que le rinden homenaje se multiplican en El Señor Presidente, su obra maestra, y de una manera más directa, se proyectan en su producción ensayística. Por otra parte, el itinerario biográfico de Asturias testimonia también esa devoción hacia El Quijote -al que dedicaba sus clases en la Universidad Popular de Guatemala- y hacia su autor: «Yo creo que con Cervantes aprendemos a adjetivar. Los adjetivos de Cervantes son únicos y definitivos».

Como muestra de las referencias tácitas que en El Señor Presidente aluden a ese magisterio, cabe destacar, por ejemplo, el título del capítulo XVII, «Amor urdemales», que establece un juego de palabras con Pedro de Urdemalas, ese personaje folclórico del Siglo de Oro que da título a una comedia de Cervantes, de sabor popular y picaresco. Por otra parte, la protagonista femenina de la novela, Camila, lleva el nombre de la protagonista de la novela ejemplar El curioso impertinente intercalada en El Quijote (I, XXXIII-V): en ambos casos, los celos jugarán un papel fundamental en el desarrollo de la trama. Cabe destacar, además, la locura visionaria del Presidente y el recurso humorístico de sus grotescas prevaricaciones sanchopancescas, que acusan su ignorancia (mestrual por neutral, sin jerónimo de duda por sin género de duda...). Por último, destaca a este respecto la filiación tácita del episodio en que el amo vomita sobre el favorito (ESP, XXXII) con el análogo, tan célebre, de El Quijote (I-XVIII).

En cuanto a sus ensayos literarios, en «Muerte y resurrección del novelista», de 1967, Asturias hace que sus personajes, al igual que los de Cervantes (El Quijote, II-III) -y también como el unamuniano Augusto Pérez en el capítulo XXXIII de Niebla- dialoguen críticamente sobre su obra. En el caso cervantino, don Quijote pregunta sobre los pasajes más ponderados de su historia, y el bachiller Sansón Carrasco le responde con menciones a la aventura de los molinos de viento, la de los batanes, la de los ejércitos que resultaron cameros, la de los galeotes, etc. En el caso asturiano, el novelista pregunta cuál es la parte que más gusta de la novela, y sus criaturas le responden que la parte inicial, sobre la muerte de un personaje real bajo la dictadura siniestra de Estrada Cabrera, figura histórica sobre la que se construye la obra; los personajes aprovechan la ocasión para cuestionarle al autor que no se comprometiera más y hablara con franqueza sobre las verdades de la historia. Además, así como los personajes cervantinos comentan las críticas a la oportunidad de El curioso impertinente, o a los olvidos sobre el rucio de Sancho y los cien escudos hallados en Sierra Morena, los de Asturias le hacen también diversas recriminaciones: la sordomuda embarazada llora porque el novelista la deja para siempre con un hijo en las entrañas, y el Presidente le cuestiona la falta de explicación sobre la muerte del general Canales.

En cualquier caso, ninguna de las referencias anotadas es tan explícita como las que vertebran los dos artículos que Asturias dedica a Bartolomé de las Casas, al que también dedicaría la obra teatral La audiencia de los confines. Crónica en tres andanzas, de 1957, consagradora de la figura del Defensor de los Indios, en cuya estela se ha de situar en 1986 El santo de fuego, del también guatemalteco Mario Monteforte Toledo. En julio de 1968, Asturias publica en Excelsior (México) un texto de título significativo: «Los dos Quijotes: la locura de Fray Bartolomé», y casi un año después, en mayo de 1969, insiste en la temática con el artículo «El Obispo Quijote». En ambos casos nos encontramos con ensayos alegóricos que interpretan la figura histórica de Las Casas como una de las encamaciones del humanismo cervantino, a través de su personaje fundamental.

Recuerda Miguel Ángel Asturias que Cervantes no vio cumplido su anhelo de embarcarse hacia el Nuevo Mundo, a pesar de habérsele concedido la petición, de puño y letra del rey. Más allá de las cronologías y de la historia objetiva, el escritor guatemalteco decide inventar entonces una ficción en que representa a Las Casas como el caballero andante, avant la lettre, que en América defendió los ideales del honor contra «los molinos de la injusticia», sordos «al reclamo de los que sufren»; «Esta encamación del Quijote, en la persona de Fray Bartolomé, sustituyó la presencia de Cervantes con Don Quijote en mente». Ese será su argumento central para defender al Obispo de Chiapas frente a las acusaciones de Menéndez Pidal sobre su supuesta demencia, y entonar un nuevo elogio de la locura, pues la alarma que despierta en Carlos V y en Sepúlveda demuestra que no es locura ordinaria la que aqueja su figura: «La locura de Don Quijote. Desfacer entuertos. Los dos Quijotes. El de Cervantes y el de Dios, en un solo Quijote. En ese gran sueño de justicia humana. Aquel perdió el seso leyendo libros de caballería, y éste, presenciando crímenes de caballeros. Sacan fuerzas de donde salen las verdaderas fuerzas, de la fe en una humanidad mejor. No ceden. No cejan. Resisten, parece que van a quebrarse. El Quijote bajo su armadura y el obispo bajo su sayal. Flacos, ya en los huesos. Y fortalezas, sin embargo».

En el texto de 1969 se insiste en la misma analogía. Cervantes es contemplado como otro caballero andante, que escribió El Quijote por una nostalgia hacia el mundo desaparecido de las fábulas, ese mundo que pareciera haberse refugiado en el territorio americano. En su lugar, otra figura quijotesca ha acudido al Nuevo Mundo, ese fray Bartolomé «maltrecho en su fama, negado en sus menesteres, [...] sin Sancho que le acuda, porque los sanchos y sacristanes más atentos están a contar la calderilla y lisonjear a los amos». Inquebrantable su fe humanista, fervoroso en su empeño a pesar de la incomprensión de su tiempo, el personaje histórico se funde con el de la ficción a los ojos de Asturias: «Cervantes quedóse con "la mera nostalgia de islas y tierra firme", y cerrados para él los libros de caballerías y el inmenso libro inédito de América, sentóse a escribir Don Quijote, y en su lugar, como encarnación del más hermoso de los hidalgos, ancló en las costas de Hibueras un auténtico Quijano, sin Rocinante, sin Sancho, un obispo que dio batalla como gran desfacedor de entuertos, fray Bartolomé de las Casas [...] la más patética y viva encamación de su héroe, como si en vez del famoso hidalgo que salía hacia las tierras de la Mancha, hubiera marchado el cura montado en Rocinante, sin más Sancho que algún sacristán amigo».

Bibliografía

  • ASTURIAS, M. Á., América, fábula de fábulas, ed. de R. Callan, Caracas, 1972.
  • ——, El Señor Presidente, ed. de S. Millares, Madrid, 1995.
  • BELLINI, G., Mundo mágico y mundo real. La narrativa de Miguel Ángel Asturias, Roma, 1999.
  • CLÉMENT, J.-P. et al., coords., 1899-1999. Un siglo de Miguel Ángel Asturias (Actas), Poitiers, 2001.
  • COUFFON, C., Miguel Ángel Asturias, París, 1970.
  • GIACOMAN, H., coord., Homenaje a Miguel Ángel Asturias, Madrid, 1971.
  • LÓPEZ ÁLVAREZ, L., Conversaciones con Miguel Ángel Asturias, Madrid, 1974.
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