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El imperio de la bananera Viento fuerte y el papa verde


Con Viento fuerte, que Asturias publica en la capital de Guatemala en 1949, y en su segunda edición en Buenos Aires, en 1950, el escritor guatemalteco inaugura un período caracterizado por un declarado compromiso político-social. Si en las Leyendas de Guatemala Asturias había ido en busca de la esencia poética de su país, en El Señor Presidente denunciado el oprobio de la dictadura, en Hombres de maíz realizado una inmersión en la sustancia mítica de su tierra, dando voz a una aspiración, que bien interpreta Arturo Arias, la de construir un mundo literario «abierto al mito, a la expresión lingüística plurivocal y a la transposición simbólica de la cultura popular, con la idea de forjar una nueva identidad nacional en el plano de lo simbólico166, ahora los acontecimientos políticos le llevaban a proyectar una trilogía dedicada a la «Bananera«, o sea a la invasión negativa del capital y de la política de los Estados Unidos, que consideraba responsables de la situación desastrada de su país.

Estamos frente a una ulterior conciencización del narrador de los que son los males de su patria. Su narrativa no rechaza por eso el recurso al mito y a la magia, sino que los encamina hacia finalidades de denuncia, en novelas que algunos críticos consideraron durante vario tiempo negativamente, o que dejaron a un lado debido a su transparente orientación ideológica izquierdista, y que otros, pocos, al contrario, juzgaron de manera favorable, justamente por eso.

En realidad Asturias, con Viento fuerte, El Papa Verde, Los ojos de los enterrados y los mismos episodios de Week-end en Guatemala, que interrumpen de repente el proyecto de la trilogía, contribuía a enriquecer el género de protesta, que en la novela hispanoamericana contaba ya con nombres prestigiosos, y lo hacía en plena originalidad, con obras que, si en ocasiones llegan a tener un tono panfletario, revelan siempre, sustancialmente, que fueron escritas «por un genio del idioma»167. Asturias es aquí, en efecto, el mismo gran novelista de Hombres de maíz, libro con el cual, por otra parte, las novelas de la trilogía mantienen íntimas conexiones, debido a la sugestión del mito, a la magia de un paisaje que ahora tiene la función no ya vitalista y solar como en la novela anterior, sino de evidenciar lo   —66→   negativo de la explotación del hombre, inaugurando un «realismo mágico» de la amargura.

Hasta Hombres de maíz, Asturias no había llegado todavía a manifestar de manera tan visible su condena por la situación socio-política de su país como lo hace en la trilogía de la «Bananera». En sus anteriores novelas la situación guatemalteca representaba más bien un dato de la realidad, cuya responsabilidad se identificaba en el sistema político interno; el escritor denunciaba, pero no indagaba en profundidad las múltiples razones del perdurar de la dictadura. En la trilogía, al contrario, profundiza el problema, individua los anillos de una cadena que desde la explotación económica de las compañías estadounidenses determina el sistema político y la desastrada condición social del país. Había responsabilidades externas e internas a Guatemala y la realidad le daba ampliamente la razón.

Para comprender adecuadamente en sus motivos inspiradores la trilogía de la «Bananera», e igualmente los episodios que forman Week-end en Guatemala, es necesario echar una mirada a la situación económico-política del país centroamericano en el período al que las novelas de Asturias se refieren.

Sabemos que los productos más importantes de Guatemala eran el maíz, suficiente tan sólo para el consumo local, el café y el banano, este último introducido en gran escala por la norteamericana United Fruit Co., que dominaba la economía de toda la América Central y, por consiguiente, la vida política de los países del área. La permanencia de pequeños déspotas en tales territorios, el sofocamiento de toda tentativa de renovación, se deben imputar, en primer lugar, a la situación indicada.

Las condiciones de vida de la mayor parte de la población centroamericana eran miserables. Por lo que concierne más directamente a Guatemala, país en que la población india oscilaba entre el 14 % en la zona de Amatitlán, sobre la costa, y el 96 % en el departamento de Totonicapán, sobre el altiplano168, baste considerar que, según estadísticas oficiales, probablemente válidas todavía, el régimen alimenticio del trabajador rural consistía, sobre todo, en maíz, frijoles y chile; por consiguiente la productividad del campesino guatemalteco era muy baja porque sufría de desnutrición, parasitismo y malaria, a lo que se añadían los efectos deletéreos del aguardiente, de mala calidad y que se vendía a bajo precio169. Este estado de cosas demuestra la absoluta ineficacia del colosal desarrollo económico promovido por la United Fruit Co. en el país para el mejoramiento concreto del tenor general de vida.

El grado de sujeción económica de Guatemala a los Estados Unidos está probado siempre por las estadísticas, que señalan para el año 1959 una exportación   —67→   por un total de 64.6 millones de dólares, contra una importación desde los Estados Unidos de 73.7 millones170.

La United Fruit Co. inició su penetración en el país alrededor del año 1870 y, si nos atenemos a fuentes fidedignas, poseía en el año 1939 plantaciones por un millón y medio de hectáreas, cien barcos para el transporte de la fruta, y dos mil cien millas de ferrocarriles171. Esta situación pudo consolidarse, como es natural, gracias a la connivencia interesada de los gobernantes locales. El mal, por consiguiente, es claramente imputable también a la consolidación de regímenes fuertes, dictatoriales, expresión de intereses particulares, conectados con la United Fruit Co.: un restringido círculo de latifundistas, en cuyas manos estaba el resto de la tierra que no poseía la compañía.

El período áureo, si así puede decirse, de la United Fruit Co. fue el de la dictadura del general Jorge Ubico Castañeda, el cual mantuvo el poder de 1931 a 1944, bajo un régimen de policía y de violencia que nada tenía que envidiar al de Estrada Cabrera, es más, lo superaba por organización represiva. La caída del dictador fue determinada por las victorias aliadas contra las potencias del Eje, al final de la Segunda Guerra mundial. Ubico había manifestado claras simpatías por los alemanes y aunque había procurado remediar in extremis, modificando su posición política, su permanencia en el poder pareció indecente hasta a sus partidarios económicos; la oposición cobró fuerza y frente a una petición de maestros y profesionales para que restaurara las libertades fundamentales, el primero de julio de 1944 dimitió en favor del general Federico Ponce, intentando así conservar el poder por interpuesta persona.

Ponce se resistió a proclamar nuevas elecciones y encontró la oposición de los estudiantes y de los intelectuales; en octubre de 1944 un levantamiento militar dirigido por el mayor Arana y el capitán Jacobo Arbenz, la llamada «Revolución de Octubre», depuso a Ponce: había durado en el poder 108 días. Se constituyó entonces una Junta, hubo elecciones y salió electo el intelectual Juan José Arévalo, el cual dio inicio a una serie de reformas sociales que, a través de una serie de grandes huelgas contra la United Fruit Co., llevó a una revaluación de los sueldos en un 50 % y a la restitución en parte a los indígenas de las tierras de las que habían sido despojados por la intervención del poder político y del capital norteamericano. Pero es bajo el sucesor de Arévalo, el coronel Jacobo Arbenz, elegido también en libres elecciones en 1951, cuando las reformas asumen en Guatemala un ritmo vigoroso, con la intención de liquidar un régimen anacrónico y de reducir a la observancia de las leyes a la United Fruit Co. Comienza así la reforma   —68→   agraria, una reforma aún moderada, según Víctor Alba, para un país en que el 12 % de los propietarios de la tierra poseía el 85 % de la misma172.

La reforma de Árbenz miraba a expropiar los terrenos incultivados, no explotados directamente por los propietarios, para distribuirlos a los campesinos. A la United Fruit Co. se le confiscaron cerca de cien mil hectáreas de tierra173. Es natural que los intereses de los latifundistas guatemaltecos y los de la gran compañía estadounidense los llevasen a una alianza y a la lucha contra el gobierno democrático, que fue definido como comunista.

Las condiciones socio-políticas ilustradas explican la toma de posición de Miguel Ángel Asturias en la trilogía bananera. La historia humana de su país se construye sobre una verdadera serie de «episodios nacionales», como sustancia inmediatamente viva y ardiente, representada en su signo trágico no tanto como un momento de la vida guatemalteca, sino más bien como un drama que se extiende a toda la condición latinoamericana. El artista asume conciencia de su misión; su obra creativa se vuelve vehículo de una denuncia dolorosa y dura, pero en ella se abre paso una esperanza en el futuro del hombre y de la patria.

La sinceridad del escritor en su denuncia y en su fe la atestigua la moralidad de su vida. Los orígenes esencialmente humanos de su compromiso le permiten conservar un equilibrio constante aun cuando el tono es más encendido. Se le ha reprochado a Asturias, de parte de algunos, su silencio durante toda la dictadura de Ubico y haber aceptado ser diputado en el segundo período de su gobierno, de modo que, cuando se produjo la «Revolución de Octubre», se creó en torno al escritor un vacío, que le determinó a dejar al país e irse a México174. Acusaciones aún más duras le hace su «estimador y amigo» Cardoza y Aragón en su último libro175, que sólo es posible definir «atrabiliario»176. Asturias no fue nunca muy querido en Guatemala, ni por la derecha ni por la izquierda, y mucho menos después del premio   —69→   Nobel. Ciertamente, en la época de Ubico no se portó como un héroe, «no tuvo el coraje político de irse al exilio», como observa Dante Liano, para quien «Habría que preguntarse cuántos lo hicieron. Habría que preguntarse cuántos guatemaltecos compartieron el mismo destino de Asturias, sin producir, para la nación, lo que Asturias produjo»177. Por otra parte su íntima posición moral se había expresado ya en El Señor Presidente y la trilogía bananera iba a confirmarla.

En una entrevista el escritor definió su concepción de la novela y sostuvo que no debía ser un «cartel», ni un panfleto, no una defensa a priori de una política, sino un testimonio, «como la pintura de una realidad»178. Es esta realidad la que debe sacudir al lector. El diálogo entre el autor y el lector supone, en las novelas de Asturias, un individuo atento y sensible, que sienta profundamente los desequilibrios de nuestro tiempo.

La línea que sigue Asturias en Viento fuerte y en las novelas sucesivas, en las que se discute tanta materia humana, es la declarada en la entrevista. Naturalmente sus sentimientos se abren paso con fuerza, y no podía ser de otra manera consideradas las situaciones sobre las que escribe y los personajes que intervienen en sus obras. El narrador no se limita a presentar la realidad cual es, sino que la vivifica y la hace convincente a través de los comentarios de los protagonistas, en una serie siempre interesante de diálogos, en los cuales se evidencian sus ideas. El resultado es que obtiene, del lector de las más variadas tendencias, con tal de que esté despojado de sectarismo, una inmediata adhesión en el plano humano, tanto más convencida en cuanto el escritor le deja un amplio margen de autonomía para juzgar los hechos.

No han faltado, sin embargo, críticas negativas y reparos a las novelas de la trilogía, antes de que ella se concretizara definitivamente. Tratando de Viento fuerte, El Papa Verde y Week-end en Guatemala, textos que consideraba ya una trilogía, Fernando Alegría ponía el acento sobre el tono propagandístico, que justificaba por el genuino sentido democrático del escritor y su propósito de liberar al país del imperialismo extranjero. El crítico chileno le reprochaba a Asturias, sobre todo, no haber entendido que el lenguaje poético y la técnica surrealista que en Hombres de maíz daban relieve a los aspectos más profundos de la trama, resultaban contraproducentes en la trilogía política, donde los símbolos se volvían artificiosos, el lenguaje «una nebulosa de metáforas surrealistas», mientras que los personajes, especialmente los norteamericanos, aparecían sin dimensión humana, simples vehículos que el autor manejaba para ilustrar sus ideas179.

Más crítico aún se mostraba Anderson-Imbert, el cual juzgaba que el peso de una materia regional no bien elaborada era lo que acababa por «aflojarle las piernas» al novelista, aunque ponía de relieve justamente los valores poéticos,   —70→   afirmando que sus novelas estaban envueltas en un «hálito de poesía», penetradas de expresionismo y de surrealismo180. Juicios contrastantes, como se ve, pero llamaba la atención que el crítico argentino, nunca muy tierno con Asturias, aunque le era imposible no reconocer su valor -«Sin duda es Asturias uno de nuestros mayores novelistas, por el vigor de su imaginación, la audacia con que complica la estructura interior del relato y el lirismo violento o enternecido con que evoca las visiones de América»181-, destacara los mismos valores líricos que para Fernando Alegría eran uno de los mayores defectos de los libros que constituyen el comienzo de la trilogía.

Lo que sorprende en algunos críticos de Asturias, es la prisa con que juzgaron sus novelas sobre el tema de la Bananera, mientras todos seguían deteniéndose en El Señor Presidente, del cual, a pesar de algunas reservas, subrayaban, unánimes, el valor artístico, definiéndolo, como de costumbre, la obra maestra del escritor guatemalteco. De novelas como Viento fuerte, El Papa Verde, Los ojos de los enterrados e incluso de libros como Week-end en Guatemala, no es posible liberarse con un procedimiento tan rápido y superficial. Asturias no se quedó estancado en El Señor Presidente, ni en Hombres de maíz, de ser así su presencia en la historia de la narrativa de América no hubiera continuado siendo tan viva.

Las novelas de la trilogía admiten, no cabe duda, una multiplicidad de matices en el juicio; pero hay que reconocer que en ellas Asturias sigue mostrándose dueño de la técnica narrativa y del lenguaje, y siempre con maestría logra transformar poéticamente la realidad, cargándola de sugestiones que operan directamente sobre el lector, sin disminuir la tensión de la denuncia, antes imponiéndola, en un plano que le permite construir esa grandiosa oda y elegía a la que alude Marra López, «oda al futuro y elegía por el presente»182, dándonos un testimonio de gran humanidad.

El primer volumen de la trilogía bananera, Viento fuerte, muestra el arte de Asturias en todo el vigor de sus cualidades artísticas, en la eficacia de un difícil equilibrio, plenamente logrado, del sentimiento, que da dimensión a los personajes. La tesis que el narrador quiere desarrollar se aclara pronto, pero él la va desarrollando en amplias secuencias líricas, a las que presta su encanto una naturaleza que, a pesar de ser sede de tragedia, es siempre fuente de poesía.

En esta atmósfera el drama no pierde vigor, al contrario, por virtud del contraste resulta más doloroso y convincente. La estructura de la novela se presenta perfectamente cohesionada y tanto que, según un crítico, Viento fuerte es un libro que podría ser puesto a la par, si no hasta por encima, de El Señor Presidente183. Lo   —71→   cierto es que la primera novela de la trilogía presenta cierta continuidad con el clima de Hombres de maíz y merece una atenta consideración.

Después de haber sido publicado en Guatemala en 1949, Viento fuerte ve su segunda edición al año siguiente en Buenos Aires, donde por entonces Asturias se encontraba como ministro consejero de Guatemala. La trama de la novela consiste en la lucha que los agricultores libres del banano sostienen contra la política piratesca de una supuesta «Tropical Platanera S. A.», llamada también, y significativamente, en el libro, «Tropicaltanera», la propia United Fruit Co., cuyo mecanismo explotador se traga sin esperanza la savia del país.

Los inicios de la aventura bananera presentan un carácter épico: se trata de transformar la estructura económica de una extensa región, y en esta obra se manifiesta el heroísmo del hombre, el entusiasmo que lo sostiene en la fatiga y que le hace olvidar las enfermedades, la malaria, el miedo a la muerte. En este primer esfuerzo titánico, en el que la masa trabajadora pone tantas esperanzas, los hombres se sienten unidos. Con el pasar del tiempo, sin embargo, habiéndose impuesto, incontrastado, el imperio de la «Tropicaltanera», la empresa inicia una lucha solapada contra los cultivadores privados, que con miles de pretextos se ven rechazar su mercancía, rápidamente deteriorable. Es su ruina; no hay otra alternativa que ceder la tierra a la bananera o intentar un esfuerzo desesperado, luchar contra el monopolio.

El valor épico de la primitiva empresa parece repetirse en la resistencia de algunos cultivadores, pobre gente, propietaria de un pedazo de tierra, que tienen la osadía de levantarse contra la potente sociedad norteamericana. Los estimula y los apoya un personaje singular, Lester Mead -Lester Stoner su verdadero nombre-, ciudadano estadounidense, pronto envuelto en un halo de leyenda: es él quien organiza la resistencia, ayudado por su mujer, Leland Foster, y logra hacer frente a la sociedad.

Lester Mead, Leland Foster y Adelaido Lucero, pequeño agricultor guatemalteco, son los personajes principales de la novela, a quienes hay que agregar el misterioso «Papa Verde», presidente todopoderoso de la Tropical Platanera S. A., que desde su oficina de Chicago determina el curso de los acontecimientos, se diría que universales. Asturias describe con gran acierto -ironía y humor amargo- su poder, a través de las palabras de Lester Mead, cuando éste pone sobre aviso a sus socios de la empresa rebelde que van a implantar, formada por los Mead-Lucero-Cojobul-Ayuc-Gaitán. Vuelve el tema del dinero, de su omnipotencia que puede cambiar el mundo y que transforma a la gente:

-El Papa Verde, para que ustedes lo sepan, es un señor que está metido en una oficina y tiene a sus órdenes millones de dólares. Mueve un dedo y camina o se detiene un barco. Dice una palabra y se compra una República. Estornuda y se cae un Presidente, General o Licenciado. Frota el trasero en la silla y estalla una revolución184.



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El estado de sujeción de la política centroamericana se evidencia vigorosamente en estas palabras. La lucha es contra el poder del «Papa Verde», del capital norteamericano. Lester Mead conoce bien la dificultad de la empresa, pero ve su valor positivo proyectado en el futuro; es el propio pensamiento de Asturias:

- [...] Puede que nosotros no veamos el triunfo, ya que la vida tal vez no nos alcance para acabar con el Papa Verde; pero los que nos sigan en trinchera, sí, si es que se mueven como nosotros, como el viento fuerte que cuando pasa no deja nada en pie, y lo que deja, lo deja seco185.



Está en este pasaje la explicación del título de la novela. El «viento fuerte» es aquél que pondrá fin a las supercherías de la «Tropicaltanera», del imperialismo que destroza el tejido más íntimo de los países centroamericanos. Pero ya estamos metidos en un clima mítico y mágico, que convoca las grandes fuerzas de la naturaleza, los tremendos huracanes del Caribe, castigos de los dioses contra la maldad de los hombres.

Significativo es que Asturias haga de Lester Mead -hacia el final de la novela sabremos que es uno de los más fuertes accionistas de la «Tropical Platanera S. A.»- el promotor del movimiento de rebelión. No por ello un personaje falso, sino un personaje bien vivo, a quien el autor confía la tarea de aclarar su pensamiento y al tiempo su posición, en absoluto sectaria con respecto de los norteamericanos. No obstante, es verdad, Asturias distingue en su novela entre un mundo «humano», el de los trabajadores de las plantaciones, y un mundo mecánico y muerto al espíritu, el de la «Tropicaltanera», constituido solamente de engranajes, en un mecanismo perfecto, en el que el hombre ha llegado a ser sólo un número.

El escritor expresa un neto repudio hacia una sociedad que sacrifica a la técnica los valores humanos, y a pesar de ello, la dimensión de ciertos personajes que pertenecen a la categoría condenada adquiere dimensión por la conciencia que manifiestan del problema. Para dar más fuerza a la condena de los métodos de la compañía explotadora, Asturias hace que sea un empleado de la misma, mister John Pyle, quien, «consciente de su rol de piececilla de un mecanismo sin corazón»186, analiza fríamente la situación, de la que ve la precariedad, porque reduce al hombre a simple autómata. La «Tropical Platanera S.A.» no ha sabido, en efecto, incorporarse al mundo en el que vive, «mundo mágico de flores y aves»187. Por ello, en los miserables engranajes de la máquina perfecta se anula el primitivo valor heroico de la empresa bananera. Lo que el escritor reprocha al mundo norteamericano es no haber sabido comprender el espíritu del país y no haber transformado una situación de riqueza en beneficio también de los que viven en las tierras   —73→   explotadas por el capital extranjero. La «Tropicaltanera» representa, por consiguiente, el estadio arteriosclerótico de la primitiva hazaña, por la que otro norteamericano, Karl Rose, funcionario de la sociedad, manifiesta un recuerdo nostálgico y con ello denuncia lo que se ha perdido188.

Leland Mead, antes esposa de mister Pyle, luego de Lester Mead, ve ella misma dramáticamente el fracaso del mundo en que vive. Se ha perdido tiempo precioso y la empresa ha envejecido rápidamente, como un organismo humano, sin haber logrado lo que hubiera sido posible y justo:

- Porque la total aventura hubiera sido crear, alrededor de esta naturaleza de esmeraldas vegetales, la cooperación humana; no contentarnos con la dominación artificial, en cuyo proceso hemos llegado, para huir de la muerte y privarnos de la vida, a vivir como cadáveres conservados en cristales, en redes de tela metálica189.



Asturias realiza, de esta manera, la radiografía de una situación objetiva: el extraño aislamiento que siempre caracteriza los asientos norteamericanos en países extranjeros, y que hace de ellos un mundo sí eficiente, pero frío, que no admite «contaminaciones», y que al fin es víctima de su autodefensa.

Diagnosis tan clara como la que hace Leland a propósito del desarraigo del hombre extranjero del ambiente en que vive, no puede tener que dos conclusiones: el aturdimiento en el alcoholismo o el rechazo, la fuga. Mister Pyle, en efecto, se va, pero sólo cuando su mujer lo ha dejado para unirse al todavía misterioso Lester Mead, con quien comparte las ideas de rebelión y de resistencia contra los sistemas de la «Tropicaltanera».

En el mundo de los norteamericanos que viven en torno a la compañía, o que concretamente la representan, Leland es una mujer singular, decidida, generosa, con ideales que, lejos de darle un tono retórico, proyectan sobre ella una notable dimensión humana. El equilibrio de Asturias al juzgar el campo adverso, se muestra precisamente en estas figuras, en las que salva el antiguo espíritu democrático y humanitario de la nación americana, que sigue considerando vivo, por encima de los intereses egoístas de los especuladores, que han terminado por dominar la política de los Estados Unidos, pero que no han logrado destruir la esencia imperecedera de la parte mejor de la nación, el pueblo.

Frente a un mundo mecánico y rutinario, que no ha sabido encontrar el ritmo del país y se ha quedado siempre en la condición de importado provisional, gente de presidio, como los militares de las tropas de ocupación, se distinguen las figuras de Leland y de Lester Mead. El clima corrosivo de los trópicos consume en el aburrimiento y en la abyección -alcohol, amores híbridos y deshonestos-, a los que no han sabido alcanzar el ritmo genuino de la vida local. Pequeños engranajes   —74→   de un mundo dominado por el misterioso «Papa Verde», los hombres «importados» se condenan por sí mismos. Son personajes que no pueden presentar dimensiones humanas; si las tuvieran no responderían ya al rol pasivo que han aceptado en la máquina de la «Tropical Platanera S. A.».

Lejos de representar un punto débil en la narrativa de Asturias, estos personajes constituyen uno de los medios más válidos para expresar su condena del mundo del dinero, entendido como fin en sí mismo. Tampoco el «Papa Verde» presenta dimensión humana; en él se expresa únicamente la nota mezquina de la potencia material; a pesar de todo su poder, la estatura del personaje queda empobrecida frente a la de Lester Mead, cuando éste le pide una política más humana y de miras más amplias hacia los agricultores privados. El «Papa Verde» y Lester representan dos mundos claramente antitéticos, uno el de la insaciable sed de dinero, el otro de un inteligente uso de la riqueza:

Ya estaban frente a frente. El Papa Verde en su sillón giratorio, viéndolo con dos ojuelos insignificantes, detrás de dos gruesos lentes montados en aros de carey color de ébano muy oscuro, y él también viéndolo190.



La ínfima estatura moral del hombre del dinero la representa Asturias a través de pequeños detalles: los ojos insignificantes, que contrastan con la rica armazón de sus gafas, una miseria de hombre revestido de cosas costosas. Antes, en efecto, el narrador había mencionado otras peculiaridades de su vestuario: un traje gris de paño finísimo, una corbata amarilla, ciertamente llamativa, piensa el lector, al estilo norteamericano. Pero sobre lo que Asturias insiste con mayor efecto son esos ojitos del personaje, fríos, penetrantes, enredadores y temibles como balas, detrás de los gruesos lentes:

El Papa Verde lo veía con sus ojitos de gusano, tras lentes tan gruesos que formaban con las luces del escritorio círculos concéntricos, igual que si al final de dos cartuchitos luminosos, en el fondo de dos espirales, estuvieran depositados aquellos ojillos potentes, inexpresivos, firmes, de metal de bala191.



El escritor insiste sobre la imagen del «Papa Verde», en un proceso de progresiva elaboración destructiva, que la hace repugnante; el todopoderoso señor, que incumbe por tantas páginas sobre la novela, responde sustancialmente a la idea que el lector se ha ido haciendo poco a poco de él, y aunque en parte corresponde al cliché con que se representa siempre al rico capitalista, la originalidad de Asturias consiste en haber llamado la atención sobre detalles que delatan eficazmente el hielo interior del hombre del dinero.

Frente al «Papa Verde» está, sabio contraste, un ser humano verdadero, cuya dimensión se expresa en la mal reprimida indignación ante sus frías y obtusas argumentaciones   —75→   financieras: «Mead, bajo su apariencia tranquila, sentía la sangre hirviendo en sus venas, y como rasgándosele bajo la piel»192 . Lester Mead no es tanto un hombre generoso, cuanto más bien el que ha comprendido la gravedad de las cosas y en la conducta de sus compatriotas en el país centroamericano ve claramente las consecuencias negativas: «a cambio de sus enormes, fantásticas ganancias, se está creando la más tremenda de las quintas columnas contra nosotros, la que nace de la vida sin esperanzas [...]»193.

El examen de la situación, cual se determina bajo el peso del capital norteamericano en los países de Centroamérica, lo realiza Asturias con gran dureza, a través de las palabras y la acción de Lester Mead. Su nacionalidad y su posición de importante accionista de la compañía, por otra parte, le dan seguridad frente a las posibles represalias de un sistema político local totalmente sujeto a la «Tropicaltanera».

El tema de la corrupción y de la desaparición de toda idea de justicia por obra del dinero y de los intereses de las grandes empresas económicas estadounidenses, ya había sido objeto de denuncia por parte de otros escritores hispanoamericanos: Jorge Icaza, Ciro Alegría, entre otros, y con particular dureza por Demetrio Aguilera Malta en Canal Zone (1935); en Centroamérica hay que recordar por lo menos la novela Mamita Yunay (1941), de Carlos Luis Fallas. Asturias en Viento fuerte no sigue mínimamente a estos escritores; formula su condena ateniéndose no a una ideología programática, sino subrayando el contraste entre un mundo maravilloso, «de esmeraldas», y la miseria de una realidad negativa que, determinada por el capital extranjero, ciego en sus programas de explotación, destruye el reino de la maravilla, el tejido de la nación.

En la lucha contra los trabajadores, frente a la amenaza de huelga, la empresa norteamericana solicita del poder político la intervención de la policía, que procede a numerosas detenciones de trabajadores, entre los cuales se encuentran también los socios de Lester Mead, a los que luego él liberará. Se crea así una situación absurda: la prensa, prácticamente toda en manos de la «Tropicaltanera», se vuelve acto y prueba de acusación contra los arrestados; el juez, como siempre corrompido, legitima la vejación, pero lo peor es que eso se hace a través de una desconcertante comedia de democracia y de respeto por la ley. El resultado es la difusión entre los trabajadores de un odio cada vez más profundo no tanto contra aquéllos que se han vendido, cuanto por los que los han comprado.

La lucha que Lester Mead conduce contra los sistemas del «Papa Verde» responde, en el coloquio que él mantiene con algunos socios influyentes de la compañía bananera y un representante del Departamento de Estado, a una necesidad práctica de moralización, para conservar en el futuro las conquistas económicas. El personaje se muestra en esto hombre de negocios hábil, y Leland, mujer idealista, cuando aprende la posición real de su marido en cuanto socio de la «Tropical   —76→   Platanera S.A.», sufre una profunda desilusión. Para Asturias, al contrario, Lester Mead es el hombre inteligente que ha comprendido el problema, lleva adelante una política sutil y se embarca sin reservas, honradamente, en una empresa de redención; a través de su obra vuelve a repetirse la épica grandeza de los orígenes, que la «Tropicaltanera» ha olvidado con demasiada prisa.

Partiendo de una posición utilitarista, que el narrador llama de «emporialistas», el contacto con los Luceros y los otros socios permite a Lester penetrar el verdadero espíritu del mundo en que vive; de extranjero se torna en uno de ellos; el «emporialista» desaparece. En su testamento, previniendo el caso posible de la muerte también de su mujer, dispone que todas sus acciones de la «Tropicaltanera» se repartan entre los miembros de la pequeña sociedad que ha fundado, dando así concreta realización a sus ideas de que los beneficios de la empresa deban recaer de alguna manera en los que pertenecen al país objeto de explotación económica. Disposición que se revela providencial cuando se desata el «viento fuerte», que las potencias de la tierra desencadenan para destruir la responsable de tanta desventura.

En la «hora del hombre», también Lester Mead y Leland mueren; el norteamericano lo había previsto: «-[...] la hora del hombre será el "viento fuerte" que de abajo de las entrañas de la tierra alce su voz de reclamo, y exija, y barra con todos nosotros...»194.

Con el desencadenarse del huracán, manifestación de las fuerzas protectoras de la tierra, Asturias vuelve a sumergir su novela en la atmósfera fascinante del mito, que se conjuga con la magia del paisaje. El «viento fuerte» responde a un pacto secreto entre Hermenegildo Puac y el Chamá Rito Perraj, venerado por la bruja Sarajobalda. La mentalidad indígena se explica así el huracán y ve en la furia destructora la manifestación de potencias misteriosas que se levantan contra la vejación. El «viento fuerte», representado en su momento inicial por el escritor acudiendo a la repetición de sonidos sordos, «sugusán, sugusán, sugusán», cumple una obra devastadora. Asturias representa eficazmente el terror que sienten las cosas frente al soplo de la catástrofe inminente. El grito desesperado con que Lester llama a su mujer arrebatada por el huracán, llena de horror las últimas páginas de la novela; ambos personajes encuentran la muerte hechos pedazos por el viento:

-Leland... -con los ojos cerrados agarrado a ella- ... Leland... tal vez mañana... -manoteó para apartarse una rama negra que no movía el huracán, una rama de hojas de luto que le había caído encima de la frente... Ya la mano no estaba... su mano... al manotear... al irse él quedando donde estaba ya sin su mano... sin ninguna de las dos manos, manco y despegado de las dos manos, manco y despegado de los dos pies que le quedaban allá lejos como un par de zapatos cansados195.



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La novela concluye con estos acontecimientos trágicos y un tono mesuradamente conmovido. En su furia vengadora el «viento fuerte» destruye también a aquellos que representaban el único núcleo animador de la resistencia contra el atropello. Para Asturias la función de Lester y de Leland era la de echar una semilla, que después germinaría y crecería. De la destrucción se salvan los componentes de la sociedad fundada por Lester, entre ellos los Luceros, que son como los herederos espirituales del norteamericano en su lucha contra la «Tropical Platanera S.A.».

La conclusión del libro, con la muerte de la pareja, eleva a un clima de poesía hasta los motivos más transparentes de la tesis sostenida por el novelista. La unidad de Viento fuerte se construye sobre este detalle, pero igualmente sobre una compleja serie de elementos que van desde el lenguaje, en sus peculiaridades más características, ya puestas de relieve en las novelas anteriores, hasta el profundo sentido del paisaje. La sensibilidad con que Asturias interpreta la naturaleza, logra resultados de gran expresividad, recurriendo también a funcionales artificios del estilo, pausas y repeticiones, como cuando describe el halo mortífero del viento, que lo va dejando todo sin vida:

El viento seco, caliente, casi fuego de agua, no sólo derribaba cuanto le salía al paso, sino lo secaba, lo dejaba como estopa, vaciaba la substancia de los tumbados bananales, igual que si muchos, igual que si muchos días hubieran estado allí tirados al sol196.



Igualmente hábil, en el primer capítulo de la novela, que funciona como introducción al sentido épico de la hazaña bananera, la representación del extenuante calor del trópico, de la respiración cansada de los hombres; el escritor acude aquí, como ya notó Mentón197, a frases largas, pesadas:

Los cuadrilleros pasaban uno tras otro o en grupos de cinco, de diez, con toda clase de herramientas, guiados por el caporal hacia las hondonadas en que el silencio los tragaba, el silencio y el hervor perceptible de las especies animales ínfimas, invisibles, pero latentes, orquestales, frenéticas, a medida que el sol llegaba sobre hogueras de vegetación inmóvil y vaho de marismas, a la brasa del mediodía.

El jadeo de los peones que trabajaban con Adelaido, parecía envolver las piedras que se movían del suelo a las plataformas, en una afelpada materia de fatiga humana que mermaba el choque.

Pero no era eso. Lo que pasaba, bien lo sabía el Cucho, es que llegaban a ensordecer después de horas y horas en aquel agacharse y levantarse y, como el jadeo les quedaba más cerca de los huesos de la cabeza, sólo oían el abrirse y cerrarse de su pecho, caer y subir los brazos y las manos, al clavar   —78→   los dedos y uñas en la tierra floja para asir las piedras y lanzarlas a lo alto de cada plataforma, abajo, arriba, abajo, arriba, abriendo y cerrando la bisagra de la cintura198.



El lenguaje le sirve al escritor de cincel para lograr una escena de gran fuerza plástica, donde domina el vigor del hombre y su destino trágico. A la ductilidad del estilo en las partes descriptivas, debe agregarse la expresividad del diálogo. Como en todos los libros de Asturias, el habla de la gente introduce en profundidad en el mundo guatemalteco. Ciertos recursos, como la muletilla, caracterizan a los personajes, los anuncian y se los reconoce por ellos; a veces a la muletilla se sustituye, con el mismo significado, un rumor característico que se repite, como el arrastrar de pies en el caso del Ningüento. Otro detalle que enriquece la escritura del novelista es la felicidad con que juega con las palabras, obteniendo un resultado de humor cuyo fin es en la mayoría de los casos la destrucción del personaje. Lo vemos, con resultados realmente notables, en la presentación de los dos abogados de Lester Mead, dos individuos absolutamente idénticos, tanto que no pueden distinguirse el uno del otro, para denunciar la negatividad de la categoría. Juicio ya expresado por otros escritores numerosos, como Ciro Alegría en El mundo es ancho y ajeno, y que volverá a repetir García Márquez, representándolos como pájaros de mal agüero, en Cien años de soledad.

Son detalles que parecerían mínimos, a primera vista, pero que revelan toda su importancia en la economía de la novela, en cuanto desempeñan no solamente la función de denunciar la dimensión de los personajes, sino que desarrollan un papel equilibrador frente a la seriedad dramática de los acontecimientos.

Viento fuerte sido juzgada una de las mejores novelas antiimperialistas199, pero su valor no está tanto en la tesis elegida, cuanto en la pericia con que el autor la desarrolla, en la potencia de la fantasía, la perfección de la estructura, la belleza siempre cautivante del estilo, la mesura y la sensibilidad con que Asturias capta la esencia de una vida que, a pesar de su dura realidad, es fuente también de poesía. Escribe Mentón que el odio hacia la compañía extranjera se presenta en Viento fuerte como un problema en el trópico, sin el «apasionamiento» que ha sido causa del fracaso de tantas novelas sobre el mismo tema200.

La aventura que el escritor guatemalteco narra en su novela comprende el período de tiempo de una generación: desde la prometedora juventud de Adelaido Lucero hasta su muerte. La vida de este protagonista señala el transcurso cronológico del tiempo y hace de trasfondo a los sucesos. El autor no repudia la aventura bananera en su sustancia positiva para el país; el cultivo del banano representa un cambio plenamente aceptado en la economía de Guatemala, así como es aceptada su presencia paisajista, mundo sugestivo que le ofrece al novelista   —79→   una dimensión aún más profunda del hombre en su dura fatiga. Todo concurre a representar un mundo en plena transformación económico-social, que sistemas inhumanos de explotación oprimen, y que reclama justicia201.

El segundo volumen de la trilogía bananera, El Papa Verde, empezó a escribirlo Asturias en la capital de su país entre enero y abril de 1950. El período histórico de Guatemala se identifica, en esto años en que el autor escribe su novela, con el gobierno de Juan José Arévalo, al término de su presidencia, ejercida tras libres elecciones, promovidas por la misma Junta militar que dirigió el país desde el 20 de octubre de 1944 hasta el 15 de marzo de 1945. Los historiadores han subrayado la singularidad de la actuación de los militares en un país en que se considera que la legalidad, por lo general, es escasamente respetada202.

El presidente Arévalo durante su mandato había continuado la obra emprendida por la Junta militar, que se había preocupado por la reorganización de la vida nacional, después de la larga dictadura de Ubico. No obstante veintiocho tentativas de golpe de estado por parte de los opositores, el 15 de marzo de 1951, al finalizar su período constitucional, el presidente dejaba al país un Código del trabajo y un proyecto de reforma agraria que su sucesor legítimo, el coronel Jacobo Árbenz, se preocuparía de hacer efectivo.

Al momento de iniciar el ciclo de la bananera Miguel Ángel Asturias pensaba seguramente en un momento histórico actual y heroico de su pueblo, definitivamente encaminado a la plena realización y que no era justo olvidar con facilidad. En sus novelas el escritor se encargaría, pues, de representar las difíciles conquistas populares, encaminadas hacia la restauración de la democracia y una distribución menos injusta de la riqueza. Las numerosas tentativas para derrocar a Arévalo indicaban el peligro de una situación que sólo la atenta vigilancia de la revolución habría podido salvaguardar hasta su definitiva consolidación.

Con El Papa Verde, Asturias se propone seguir con la denuncia de la injusticia. La novela la terminó en Buenos Aires -donde el escritor había sido nombrado ministro consejero-, en diciembre de 1952, pero vio la luz solamente en 1954. Estas fechas sirven para explicar la atmósfera todavía confiada del libro, una novela en que Asturias se refiere concretamente al infausto período de la dictadura de Ubico.

  —80→  

Son necesarias, sin embargo, algunas aclaraciones más, de orden político y económico, para entender la novela en su planteamiento real. El derrocamiento de Estrada Cabrera había llevado a la presidencia de la república un exponente del partido conservador, Carlos Herrera, el cual, incitado por sus partidarios, denunció las concesiones hechas por el dictador a la Electric Bond and Share y a los Ferrocarriles Internacionales de Centro América, con la consiguiente reacción de los Estados Unidos, y como consecuencia la caída del presidente y su sustitución por el general José María Orellana.

Muerto Orellana el 26 de septiembre de 1926, le sucedió el general Chacón y cuatro años después, habiendo dimitido éste por «razones de salud», después de un pronunciamiento del general Manuel Orellana, que cayó porque los Estados Unidos se negaron a reconocerlo203, en 1931 toma el poder el general Jorge Ubico, con el pleno apoyo de la gran potencia norteamericana, e inaugura un largo período de terror.

La política de Ubico fue «independiente»; en efecto él reconoció el régimen franquista, simpatizó con las potencias del Eje, en el momento de sus primeros éxitos en la segunda guerra mundial, y no modificó su postura sino cuando se delineó la victoria de los Aliados. A pesar de esta política -que los Estados Unidos habían neutralizado requisando en el país los bienes de los alemanes y poniendo a los residentes de esta nacionalidad en Guatemala bajo control, sustituyendo de facto al estado-, Ubico fue siempre bien visto por los grandes grupos capitalistas norteamericanos.

En este tiempo la United Fruit Co. había consolidado enormemente su posición en Guatemala, habiendo obtenido del dictador numerosas concesiones. Prácticamente controlaba todos los ferrocarriles, las carreteras, las telecomunicaciones y los puertos del país, dominando su economía. En 1936 la compañía había obtenido de Ubico las tierras más fértiles, logrando enormes beneficios y había sustancialmente constituido, como escribe Niedergang, un verdadero estado en el estado204, cuyo desmantelamiento resultó imposible a los mismos gobiernos revolucionarios que siguieron a la caída del dictador.

Siendo esta la situación, no maravilla que Asturias, en algunas páginas de El Papa Verde, haga expresar sin más, a algunos representantes de la «Tropical Platanera S. A.», propósitos de anexión de un país en que toda la vida económica dependía del capital norteamericano y donde todo lo que significaba soberanía del estado había sido abolido, incluso el idioma, sustituido por el inglés, incluso la moneda, sustituida por el dólar, la misma bandera nacional, sustituida por la bandera   —81→   con estrellas, mientras el gobierno lo formaban y lo sostenían los intereses económicos de las empresas estadounidenses205.

Se puede objetar que en estos pasajes la postura polémica de Asturias es demasiado descubierta, y que sus personajes, esencialmente transitorios, no tienen mucha dimensión; lo que es verdad, pero esto responde a una específica intención del autor, quien pretende, como ya lo había hecho en Viento fuerte, denunciar su falta de humanidad, su interés sólo en amontonar riqueza. Los protagonistas de la fría política del dinero son presentados en escenas de logrado nivel artístico. Es aquí donde nuevamente parece posible acercar a Asturias al Quevedo de los Sueños, debido a la fuerza caricatural de sus cuadros, donde domina, con efectos grotescos, la atracción del dinero. Es el caso del «felino orangután blanco, senador por Massachussets»206, de «ojillos color de confites rosados»207, que emiten una extraña e inquietante luz verde, cuando al teléfono con el secretario de estado norteamericano parece devorar con la mirada el mapa de los países de Centroamérica, respirando con fatiga, goloso y sensual. Asturias insiste sobre la imagen con más detalles, que subrayan la avidez del hombre y su aspecto animalesco:

El senador se inclinó, más para ver el mapa que tenían extendido en el escritorio, que para agradecer la felicitación. Un monóculo ligeramente teñido de verde, casi una esmeralda, plantose en el ojo izquierdo para examinar mejor el mapa, y entre los dientes se le vio la lengua temblorosa, granuda, como tomando aliento antes de hablar208.



Inquietante figura. El monóculo con que el senador mira el mapa lleva al lector inmediatamente a pensar en el usurero, y la lengua granuda revela la gula del hombre, rematando su figura de animal. En personajes como éste hay algo demoníaco, que contrasta hasta con la seguridad piratesca de Geo Maker Thompson, futuro «Papa Verde», eficazmente definido, con recurrente insistencia, «señor de cheque y cuchillo, navegador en el sudor humano»209. Geo, por lo menos, es hombre de acción, mientras el senador lo es de pasiva explotación. Son pasajes como los aludidos los que crean figuras negativas inolvidables: explotadores sin escrúpulos, que el escritor denuncia duramente, con técnica hábil, presentándolos en su aspecto desconcertante, híbrido y diabólico.

Asturias insiste con éxito en determinados detalles, acude a recursos estilísticos en los que es maestro: repetición de las frases, las onomatopeyas, neologismos, juego de palabras. Figura príncipe es la del senador por Massachussets; no satisfecho todavía, el escritor acumula sobre él detalles negativos:

  —82→  

Los reflejos de sus muelas de oro se iban por el teléfono con sus palabras, mientras solicitaba audiencia al alto funcionario; el monóculo suelto bailaba sobre su chaleco; sólo quedaba el ojo de confite muy alto, perdido en su cara voluminosa a la que seguía el cráneo untado en una pelusa color de pata de ganso210.



Es natural que la ciudad en la que vive gente parecida asuma también un aspecto desconcertante, como las «zahúrdas» de los Sueños. Geo Maker Thompson representa la quintaesencia del producto humano de Chicago, definida por Asturias «próspera Porcópolis» donde en cada puerta había un «Papa Verde»211. El balance de una vida piratesca como la de Maker Thompson, guiada por la convicción de que el fuerte domina «para repartirse tierras y hombres»212, lo presenta el novelista en pocas líneas, que ponen al desnudo su significado cruel:

Eran quince años en el trópico y una anexión en perspectiva, a orillas del Mar Caribe convertido en un lago yanqui. Eran quince años de navegar en el sudor humano. Chicago no podía menos que sentir orgullo de ese hijo que marchó con una mancuerna de pistolas y regresaba a reclamar su puesto entre los emperadores de la carne, reyes de los ferrocarriles, reyes del cobre, reyes de la goma de mascar213.



En la alusión a los productos fuente de dinero para los «reyes» del norte, resume Asturias la situación de explotado del mundo latinoamericano, desde Argentina y Chile hasta el Caribe. La ciudad sede de los monarcas del capital, Chicago, es espejo de una situación desesperada en la que el hombre ha perdido todo significado. Dos mundos se contraponen: el rico y el miserable. La descripción que el escritor hace de la ciudad, en este segundo aspecto, contrastando con el primero, presenta una fuerza expresiva tal que le acerca al vigor escatológico de Quevedo, a las representaciones «metafísicas» del Bosco. Es el «Papa Verde» quien nos guía en la introspección negativa de Chicago, ciudad que desde este momento entra a formar parte de las «ciudades» infernales de la literatura, encabezadas por la dantesca ciudad de Dite:

Dejó Michigan-Avenue, donde se da cita la riqueza del mundo, e internose en el dédalo de los barrios en que las calles hieden a intestinos largos y las bocacalles son como anos cuadrados adonde asoman los transeúntes no suficientemente digeridos por la miseria de la vida, pues se les ve desaparecer por otros callejones intestinales y salir a otras calles. Chicago: de un lado la   —83→   grandiosidad de los mármoles, el frente de la gran avenida, y de otro, el mundo miserable, donde la gente pobre no es gente, sino basura214.



El repudio de Asturias por la ciudad del dinero es total, se expresa en formas surreales vigorosas y en cierto modo se acerca, por la manifestación de rechazo, al conocido poema de Neruda «Walking Around», de la segunda Residencia en la tierra, con la diferencia sustancial de que el repudio nerudiano es expresión del tedio del poeta y en Asturias es condena por una negatividad que se refleja sobre otros seres humanos.

El Papa Verde tiene su significado más alto en la contraposición entre una vida sana y una vida bestial, que desconoce totalmente los derechos del hombre. La figura de Geo Maker Thompson domina, por eso, todo el libro, como expresión máxima del mundo negativo. Y sin embargo su carácter, duro e inhumano, no impide que el lector sienta cierta simpatía por él. Evidentemente Asturias ve, como le ocurría con frecuencia a Baroja, en el personaje al hombre fuerte, enceguecido sí por la sed de poder, corrupto por el ambiente de donde procede, pero capaz de imponerse como hombre de acción. Es una admiración instintiva, que no significa aprobación de la conducta del personaje, sino una condena mayor, por el hecho de que tantas disposiciones naturales de inteligencia y de fuerza se hayan concretado en una actividad que tiene como objeto la esclavización del hombre.

Acompaña a Geo, en toda la novela, una carga instintiva de simpatía, a partir del momento en que aparece por primera vez como joven contrabandista, agente de la «Frutera», hasta su gradual ascenso que le lleva a ser uno de los hombres más importantes de la «Tropical Platanera S.A.», y después de una atrevida especulación de bolsa, el dueño de casi la totalidad de las acciones de la compañía, en lucha mortal con la «Frutarme!», asentada en El Salvador.

La lucha entre las dos sociedades explotadoras la presenta Asturias como un conflicto artificial de intereses, que pone en serio peligro la paz entre Guatemala y el país vecino: pronto se está al borde de la guerra por una franja de terreno que interesa a ambas compañías. En este episodio el escritor trata de evidenciar cómo a menudo los litigios de límites que afligen a los países centroamericanos son sólo el resultado de maniobras determinadas por intereses económicos extranjeros, indiferentes a las muchas víctimas inocentes entre la población local, cuyo patriotismo ingenuo y sincero llegan a explotar cínicamente.

En el progreso de su carrera Geo Maker Thompson marca el tiempo al sucederse de tres generaciones. Su carácter se define en el curso de los años; la brutalidad del tiempo juvenil se transforma, en la edad madura, en falta de escrúpulos, propia del hombre de negocios, y concluye con una vejez económicamente poderosa, pero estéril y fría. Asturias presenta la soledad del personaje como inevitable   —84→   condena por lo inhumano de su conducta y en esta condición volveremos a encontrarlo en el tercer volumen de la trilogía.

En época temprana la soledad de Geo la origina la muerte de su novia, Mayarí, una de las figuras más tiernas del libro, que proyecta un halo de poesía sobre la primera parte de El Papa Verde. Su concepción de la vida contrasta con la de su novio y de su madre, ella también dedicada a negocios sin escrúpulos. La mecánica del dinero y de la competencia no tiene sentido para la joven, porque destruye la posibilidad de soñar, siendo el sueño indispensable para la vida. Es una visión escasamente realista, pero que define bien la personalidad de la mujer y justifica su fin trágico. A través de las palabras de Mayarí, «el que sueña vive siglos»215, Asturias defiende su mundo de esplendor, ese mundo mágico en el que ha idealizado a Guatemala. Frente a la injusticia, a la cruda expoliación de que son víctimas los indígenas, Mayarí siente que su puesto está con ellos. Su significado es el de un símbolo y ella se sacrifica, nueva Ofelia, flor en un jardín de esmeraldas y de crudas realidades, arrojándose al lago, repitiendo sin saberlo un ritual antiguo que la incorpora al mito.

El recuerdo de Mayarí queda como un remordimiento en Geo Maker Thompson, carácter totalmente diverso, que no ha sabido comprenderla; el hombre acaba por casarse con la madre de la joven, por afinidad de intereses y de carácter. Es en este momento cuando se hace más palpable la soledad del «Papa Verde»: no encontrará afecto ni siquiera en su hija y su nieto lo rechazará. Una fría atmósfera rodea al adinerado personaje y en ella se abre paso desde el primer momento una crisis profunda que, si no acarrea frutos visibles, acentúa la desolación del hombre. No sin razón Castelpoggi puso de relieve esta soledad216; a ella se debe ciertamente si la figura del «Papa Verde» se graba tan hondamente en el lector. Los años de la incumbente vejez expresan dramáticamente la dimensión de su fracaso: la hija, con su mismo carácter frío y calculador, vive lejos; el nieto, único consuelo de Geo, resulta un chico estilo norteamericano, deportista y holgazán. A esto se añade la nota triste de una vida sentimental fallida, y más tarde, esfumados los sueños de anexión de países centroamericanos, el retiro de los negocios, resultado de un nuevo fracaso.

Frente a tanto desastre Geo Maker Thompson intenta nuevamente reaccionar, volviendo a la actividad, al mundo de la «Platanera», de la que conquista la presidencia. Pero el poder alcanzado no es más que un medio para atenuar, sin éxito, la pavorosa sensación de vacío de la que es prisionero; la soledad está en él, no solamente alrededor de su persona. Por encima del aturdimiento que puede ofrecerle la actividad material, la satisfacción de la conquista, el «Papa Verde» percibe una misteriosa presencia que lo inquieta, la que ya había percibido de manera   —85→   confusa en el momento de su primera renuncia, como una fuerza superior que humilla y abate a quien más se ha encumbrado:

-Hay tantas cosas que uno no puede evitar... -desmadejó la frase el viejo Maker y quedose pensando que si hay muchas, las que más duelen, las que duelen toda la vida y quién sabe si toda la muerte, son aquellas en que el destino burla a los mortales, cuando son todopoderosos, como fue él en aquellos días en que entraba sonando los pasos en las oficinas de la Compañía, en Chicago, y de donde salió quedamente a perderse en las calles de su ciudad natal, después de renunciar a todo217.



Del pirata a este viejo reflexivo y desilusionado hay gran trecho. La instintiva simpatía de Asturias hacia su personaje llega a humanizarlo ulteriormente. Hacia el final de la segunda y última parte de la novela el ya tremendo magnate sin escrúpulos se nos presenta con sentimientos nuevos. Las experiencias, las desilusiones y los años no parecen haber tenido poco peso sobre el personaje, aunque prosiga con su actividad piratesca y continúe siendo, según la definición de otro norteamericano, Jinger King, el «hampa de una nación de las más nobles tradiciones»218. Nuevamente Asturias distingue y salva la dimensión moral de los Estados Unidos.

Que Geo Maker Thompson haya realmente cambiado en algo sustancial, se deduce de varios indicios: de su afecto por su nieto, de su conducta con Lino Lucero, el único de la antigua sociedad fundada por el difunto Lester Mead que no ha perdido la cabeza con las riquezas heredadas, ni se ha dejado atrapar por los representantes de la compañía. Todos los demás han dejado su tierra para ir a «reeducarse» en los Estados Unidos, cediendo a la hábil política de la «Platanera», que procura volver inofensivos a los herederos de las acciones de Lester, y han terminado por americanizarse hasta en el apellido.

Para Asturias, Lino Lucero representa potencialmente al hombre nuevo de Guatemala, decidido y valiente, dispuesto al sacrificio y a la lucha, abierto a toda experiencia, con un gran concepto del hombre, consciente de sus vínculos con la tierra y el país. La enseñanza de Lester y de Leland ha obrado en él profundamente y se siente su continuador. Lo atestiguan las palabras con que rechaza la escolta armada con la que el Comandante quisiera protegerlo, una vez llegado a ser rico por la herencia de Lester:

-Y no la necesitamos, señor Comandante, porque nosotros no estamos en el papel de los que explotan al trabajador, y el que hayamos heredado la majestad de una fortuna por todos conceptos noble, no quiere decir que vengamos a pasarnos con todo lo que tenemos al campo del enemigo. Que   —86→   las escoltas y lo ejércitos protejan los intereses monopolistas, los brazos del pulpo insaciable de la plutocracia, pero no a nosotros, que aprendimos con Lester Mead y Leland Foster la única lección que no debemos olvidar nunca, a ser solidarios con el pueblo. Nosotros, señor Comandante, no corremos ningún peligro, nadie va a turbar nuestro sueño, porque a nadie le hemos robado, de nadie hemos recibido beneficio que signifique sudor y sangre...219



Visión ciertamente optimista, ésta de Asturias, pero perfectamente legítima en él y en los exaltantes momentos en que había comenzado su novela.

La entereza moral de Lino Lucero se impone al mismo «Papa Verde»; la simpatía y la estima que Geo Maker Thompson muestra por él responden a esa atracción instintiva que el hombre honesto ejerce sobre quien no lo es. Por ello se explica que en la hábil y cínica maniobra con que el hombre terrible se apodera de las acciones de la «Platanera», salve de la ruina a Lino Lucero. Personaje sin escrúpulos, Geo tiene sin embargo, en la madurez de su vida, todavía algo humano; en su trayectoria de aventurero a señor todopoderoso, adquiere un relieve singular.

Otros personajes también, positivos o negativos, se destacan en El Papa Verde: por un lado Mayarí y por otro la misma doña Flora, en la que Asturias representa el elemento sobre el que, junto con el ejército y los políticos, se apoya la acción penetrante de los yanquis220. Otras figuras tienen menor importancia. En general se trata de rápidas comparsas que sirven para crear un clima. Notable significado tiene, por el contrario, en la novela, la masa, el pueblo, al que Asturias no ve con los ojos enceguecidos por su compromiso, sino que lo presenta también en los aspectos más diversos, cambiantes y hasta negativos, contribuyendo sin embargo, con cada matiz, a dar una idea convincente de la tragedia de tanta gente indefensa, desposeída de su tierra y perseguida. El gran éxodo de pueblo desde las tierras que la «Platanera» ha obtenido mediante la fuerza, alcanza realmente, en la novela, el sentido de los grandes dramas humanos. Modelo pudo haber sido la salida del pueblo hebreo de Egipto hacia la tierra prometida, representada ahora, al revés, como éxodo sin esperanza hacia lo desconocido. Asturias logra en esta representación una de sus mejores páginas; el movimiento de la masa se hace sensible a través de repeticiones y onomatopeyas

Se oía que andaban pueblos enteros. El pegarse de la planta del pie desnudo en la tierra caliente. Pegarse y despegarse. Ruido de hojas que tras tostarse al sol se han humedecido en la noche [...]221.



  —87→  

Se les calcinaban los pies aterronados. Pedazos de tierra que se va. Pies desnudos. Interminables filas. Pies de campesinos arrancados a los cultivos. Imagen de la tierra que se va, que emigra, que deja escapar pedazos de su gleba buena, caída de los astros, para que no permanezca donde ha sido privada de raíces. No tenían caras. No tenían manos. No tenían cuerpos. Sólo pies, pies, pies, pies para buscar rutas, repechos, desmontes por donde escapar, pies, pies, sólo pies, pedazos de tierras con dedos, terrones de barro con dedos, pies, pies, sólo pies, pies, pies, pies... Se les ve donde van, ya no están en sitio alguno, van, marchan, marchan, marchan, brasa y humo las viviendas, y el descuaje de los bosques semisumergidos en el agua, humedad jabonosa donde sólo impera el zompopo, la abeja negra, nubes de insectos, guacamayos y monos222.



Para expresar con más viva adhesión el dolor de la separación de su tierra de parte de los desposeídos, Asturias describe, de trecho en trecho, el esplendor de la naturaleza guatemalteca. El pasaje del éxodo termina con un paisaje negativo, que volveremos a encontrar en Maladrón, territorio del «lacandón y el mono», donde es desterrado el jefe vencido de los Mam. En El Papa Verde el paisaje generalmente repite la maravilla, para hacer más dolorosa la tragedia del destierro; el hombre se identifica totalmente con la tierra, son una misma cosa. Escribe Asturias, ya desde su experiencia de exiliado: «Dulce es la tierra donde uno nace. No tiene precio. Toda la demás es amarga»223. Una carga enorme de dolor pesa sobre todas las páginas de la novela. Se explica, por consiguiente, cómo hasta un personaje de la «Platanera», el mencionado Jinger King, llegue a sentir una íntima vergüenza frente a tanta superchería:

-[...] Duele verse la cara al espejo cuando se ha estado en Centroamérica, donde arrebatamos la tierra a los que la poseen pacíficamente y hacemos muchas otras cosas cubriéndolo todo con el unto del metal amarillo, oro que hiede a merde, porque eso hemos hechos, transformar el oro en porquería...224



El gran tema quevedesco del dinero vuelve en estas páginas, expresado en formas nuevas. Su poder de corrupción asume proporciones gigantescas en sus consecuencias extremas, la esclavización de los pueblos. Para Asturias el poder del dinero responde a algo demoníaco; quien dispone de ello y lo maneja para fines indignos pertenece ya al infierno. Su fuerza disolvente es tal que destruye la esencia misma del hombre. Sabina Gil, un personaje secundario de El Papa Verde, lo manifiesta en estas palabras:

  —88→  

- Se acabaron las personas [...] y es tal vez más una escoba, que una gente. La escoba barre porque vos la pones a barrer. Pero la gente, la gente, la gente de aquí se presta, se ofrece para que barran con ella... Mejor no sigo hablando...225



Existe, sin embargo, en la novela, un mundo que se salva: el que sucumbe materialmente y que parece vencido. Asturias formula en este sentido un mensaje de esperanza. La belleza del mundo natural, su poesía, que el narrador interpreta a través de múltiples matices, dan fe de la existencia de un ámbito puro, que no puede perecer y que hunde sus raíces en el pasado y el mito. Nuevamente Guatemala es la sede mágica del paraíso, que alegra una sinfonía de colores y cantos de las más diversas aves:

Pájaros amarillos, rojos, azules, verdes, y otros sin color pero con la clamorosa alegría en sus gargantas de cristal el cenzontle, de madera dormida el guardabarranca, de aguamiel el pito de agua, de meteorito sonando la calandria...226



Frente a las derrotas de cada día existe una fuerza irresistible, subterránea, que alimenta los espíritus con las señales de un futuro día feliz. Sobre la mezquina «justicia» del mestizo vendido, sobre la sangre inocente derramada, se impone la certeza de un futuro despertar. Los «brujos», en comunicación con el mundo que está más allá de la realidad, transmiten el mensaje: «¡Nuestros pechos quedarán en quietud bajo las aguas, bajo los soles, bajo las semillas, hasta que llegue el día de la venganza, en que verán los ojos de los enterrados!». Es éste el punto de conexión con el tercer volumen de la trilogía bananera, que lleva por título precisamente Los ojos de los enterrados.

El Papa Verde es una novela de complejos matices, un libro para cuya comprensión se necesita decantar la lectura. Lo que desconcierta en un primer momento, en este volumen segundo de la trilogía bananera es, ante todo, la diversidad de clima de las dos partes en que se divide: la primera desarrolla la prehistoria de la penetración explotadora del banano en Guatemala, la épica de la empresa y de Geo Maker Thompson, una épica que se desarrolla en íntimo contacto con la leyenda y el mito; la segunda se conecta, al contrario, concretamente con Viento fuerte, con su atmósfera poética, pero domina en ella una multiplicidad de acontecimientos normales y una sucesión continua de diálogos que reflejan la vida de cada día.

El salto temporal es notable; quien ha leído Viento fuerte esperaría en El Papa Verde su inmediata continuación, sobre todo porque ya en la primera novela de la trilogía está presente el «Papa Verde», un señor todopoderoso, misterioso,   —89→   dominador de la «Platanera». Al contrario, en la segunda novela por más de un centenar de páginas, las que constituyen la primera parte, Asturias nos lleva hacia atrás en el tiempo. De esta manera Viento fuerte y El Papa Verde se presentan más bien, según la cronología temporal, como un único libro compuesto de tres partes: en la primera se asiste a la penetración bananera en Guatemala, al sucesivo desarrollo de la empresa y a la lucha de los plantadores independientes, durante el tiempo de una vida humana, la de Adelaido Lucero; en la segunda se vuelve a los orígenes, con un único hilo conductor, representado por Geo Maker Thompson; la tercera une las distancias temporales y prosigue con la historia de la penetración de la «Tropical Platanera S.A.», contra la que fracasa la lucha de los pequeños propietarios locales, que se manifiesta en una oposición desordenada, destinada desde el comienzo a no tener éxito.

Es una interpretación, pero no es posible pasar por alto el hecho de que El Papa Verde presenta defectos de estructura que no tiene Viento fuerte. Los críticos se han dividido, con relación a la segunda novela de la trilogía, como de costumbre, en favorables y contrarios227, pero en la novela son más los éxitos positivos que los defectos. En vida del escritor aventuré una opinión, nunca confirmada por Asturias, pero tampoco desmentida: que por el tiempo en que empezó a escribir El Papa Verde, él no pensaba todavía en una verdadera trilogía y que ésta surgió porque los críticos empezaron a hablar de trilogía al aparecer en 1956 Week-end en Guatemala228. Se explicarían así las discordancias entre el primero y el segundo volumen, mientras que Los ojos de los enterrados no presenta estos problemas, señal que el escritor, al final de El Papa Verde, se había definitivamente orientado hacia la idea de una trilogía que al comienzo no había previsto. Por otra parte Asturias sostuvo siempre que las tres novelas gozaban de plena autonomía. En realidad Viento fuerte tiene vida autónoma, mientras que El Papa Verde justifica mejor su razón de ser considerado como premisa a Los ojos de los enterrados.

Asturias ha revelado, antes a Luis Harss, y luego a Luis López Álvarez, la fuente de su inspiración para estas dos primeras novelas, especialmente Viento fuerte: la residencia por cierto tiempo en Tiquisaque y en el pueblo de Bananera, invitado por algunos amigos, además de la lectura de «un informe que aparece en un libro que se llama El imperio del banano», obra de dos periodistas norteamericanos   —90→   «enviados a Centroamérica para estudiar la política de la United Fruit Company»229. A las duras críticas que Harss le hace a la trilogía como literatura de protesta230, el escritor contesta que toda la «gran literatura latinoamericana» ha sido una literatura de protesta y la novela es para él el único medio para «dar a conocer al mundo las necesidades y aspiraciones» de su pueblo231. Una defensa más que aceptable.



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