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Puede verse especialmente uno de los artículos más conocidos de Peirce: «How to Make Our Ideas Clear». Publicado en 1878, ha sido recogido en los Collected Papers, 5.248-271. En castellano existen dos versiones publicadas por las editoriales Aguilar (1971) y Crítica (1988). (Véase bibliografía).
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Habría que precisar que Peirce distingue tres tipos de interpretantes: inmediato, dinámico y final. Los tres son efectos producidos por un signo, pero sólo el final puede ser entendido propiamente como regla. Para mayores precisiones pueden verse: C. P. 4.536, 4.572, 5.475-476 y la carta a Lady de Welby de 14 de marzo de 1909.
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Agradecemos a nuestros compañeros Alicia Yllera y José Romera su amable acogida de nuestro trabajo en el Seminario, y a ellos dos y a M. A. Garrido la participación que tuvieron en el coloquio que siguió a la abreviatura oral de estas páginas.
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Cito por Charles S. Peirce (1978).
La crítica a que Dan Sperber somete las prácticas interpretativas del mito -las que buscan un sentido oculto, como las psicoanalíticas- recuerda el funcionamiento del interpretante en el modelo peirceano. En efecto, según Sperber, estas explicaciones del símbolo no hacen una sustitución del segundo término al primero, sino que llevan a cabo una extensión, un desarrollo del símbolo (1978: 73 y ss). Para Dan Sperber, las interpretaciones semiológicas de los mitos no son tales, sino simples extensiones. Las palabras con que termina su crítica a la exégesis y al psicoanálisis son claras: «Aquí reside precisamente su capacidad simbólica: el inevitable fracaso de todas las tentativas les asegura al mismo tiempo la multiplicación. Así, las tentativas exegéticas y —173→ psicoanalíticas parecen responder a un proyecto cultural: en apariencia, interpretar el simbolismo; de hecho, renovarlo, porque toda clase de símbolos forma parte del simbolismo mismo» (1978: 76).
Umberto Eco, que vincula el trabajo desarrollado en alguna de sus obras (Tratado de semiótica general, Lector in fabula, Semiótica y filosofía del lenguaje) con la idea peirceana de semiosis ilimitada, se desmarca explícitamente de las repercusiones que tal idea haya podido tener en la deconstrucción. El enunciado de su postura más reciente no ofrece dudas: «La teoría peirceana de la semiosis ilimitada no puede llevar a sostener, como ha hecho Derrida, una teoría de la interpretación como deriva y deconstrucción. Los textos tienen un sentido, incluso cuando los sentidos son muchos; lo que no puede decirse es que no existe ninguno, o que todos sean igualmente buenos. El texto interpretado impone unas restricciones a sus intérpretes. Los límites de la interpretación coinciden con los derechos del texto (lo que no quiere decir que coincidan con los derechos de su autor)» (1991: 9).
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Cito por Charles S. Peirce, 1987. Recordemos la definición exacta de signo:
Un signo o representamen es algo que representa algo para alguien en algún aspecto o carácter. Se dirige a alguien, es decir, crea en la mente de esa persona un signo equivalente o, quizás aun, más desarrollado. A ese signo creado, yo lo llamo el Interpretante del primer signo. (2.228)
Las otras dos ramas de la semiótica, junto a la retórica pura, son la gramática especulativa y la lógica -que trata del objeto-. Véase el comentario que hace Gérard Defedalle a la definición de signo, y el lugar del interpretante:
Le signe interprétant renvoie lui-même syntactiquement à un signe interprétant en une série infinie d'interprétants qu'interrompt pragmatiquement et provisoirement, selon les situations existentielles, l'interprétant logique ultime: l'habitude. (1978: 229)
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Parece que en el pensamiento de Morris puede apreciarse algún cambio en su concepción de la pragmática, como observa Carmen Bobes (1989: 99): primero se define como la relación con sus intérpretes, «y más tarde añadirá a esa relación con los usuarios, las de los signos con la situación de uso a través de todas las circunstancias que participan en él». Pienso que la ambigüedad en la caracterización del signo, por parte de Morris, no es ajena a tal duplicidad.
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Se basa fundamentalmente en Peirce también Alberto Álvarez Sanagustín en su trabajo sobre la interpretación creativa (1990).
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Se incluye aquí sólo la primera parte del estudio presentado con el mismo título al Seminario Internacional de Literatura y Semiótica Ch. S. Peirce, Segovia, julio 1991.
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Para una crítica más extensa y detallada puede verse mi artículo «Filosofía pragmática y lógica de la representación-mediación». Revista de Occidente 79 (1987), 138-149, y también el de Francisca Pérez Carreño: «Una ocasión perdida». La balsa de la Medusa 5-6 (1988), 155-161. En este mismo número puede verse mi artículo «De la lógica-semiótica y el arte simulatoria», 150-155. Sobre todo en los dos primeros citados se insiste en algunas de las frecuentes y graves deficiencias de una edición que está muy lejos de poder ser considerada modélica.
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Para una crítica más amplia cf. mi artículo «...Y la palabra era el hombre. Revista de Occidente 97 (1989), 173-179.