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Novela histórica y responsabilidad social del escritor: el camino trazado por Benjamín Prado en «Mala gente que camina»

Ignacio Soldevila Durante

Javier Lluch Prats (coaut.)





Desde el final de la dictadura franquista muy notable es el número de novelas cuya temática se circunscribe a la Guerra Civil y sus consecuencias, en unos casos más acertados que otros. La continuidad del tema -que arranca en pleno conflicto- no sólo obedece a que aún vivan muchos de quienes padecieron los años de la posguerra, sino también a que es un tema axial de nuestro devenir y, por extensión, del siglo XX. Además, la contienda configura un mundo de matices múltiples descubierto por quienes no vivieron esa etapa de primera mano sino que la conocieron a través de testimonios ajenos. Así también, despierta hasta la curiosidad de los jóvenes, que pueden conocer nuestro pasado por medio de la diversidad de enfoques del cine y la literatura, enfoques que hoy tratan de rescatar cuanto la dictadura ocultó y la transición posterior dejó de lado. Como señala Benjamín Prado: «Porque aún hay muchas cosas que no se saben sobre ella [...] El perdón y el olvido son cosas distintas y la historia de un país no se puede hacer sumando medias verdades. La Historia hace mala pareja con el silencio» (EP)1. Y es que debe reflexionarse sobre el perdón y el olvido, pues se puede llegar a perdonar pero no a olvidar, no al menos colectivamente. De manera particular, sólo algún trauma o el deseo de evitar ciertas experiencias podrían ayudar al individuo en su intento de olvidar. Sin embargo, aunque los recuerdos puedan solaparse, reaparecen cuando uno menos se lo espera.

Esa vuelta de la guerra y la posguerra a través de la literatura continúa siendo, entre nosotros, más compromiso que evasión y, sobre todo, es sentido de la responsabilidad de los escritores hacia nuestra sociedad. En el caso de la novela histórica, ésta ha recuperado pasajes ausentes en el discurso historiográfico hegemónico que nos ha sido transmitido, y ha deparado fenómenos literarios y de gran repercusión mediática como la provocada por Soldados de Salamina de Javier Cercas2, novela que se suma a otras aportaciones sobre este frecuente tema en la narrativa española: por ejemplo, ya en la España democrática recuérdense Luna de Lobos (1985) de Julio Llamazares; Beatus Ille (1986) y El jinete polaco (1991) de Antonio Muñoz Molina; El lápiz del carpintero (1998) de Manuel Rivas, o Ladrón de lunas de Isaac Montero (1998). Y recientemente, entre otros textos: La voz dormida (2002) de Dulce Chacón; Memoria de soldado (2002) de Alfredo Conde; Los colores de la guerra (2002) de Juan Carlos Arce; Tres sillas de anea (2003) de Maribel Álvarez; Los girasoles ciegos (2004) de Alberto Méndez; Los rojos de ultramar (2004) de Jordi Soler; Carta blanca de Lorenzo Silva (2004) o Nuestra epopeya (2006) de Manuel Longares3.

Asimismo, estos textos ponen de relieve una temática compartida mas también recursos preponderantes en nuestra novela última como la crisis de identidad, la introspección, lo testimonial y las relaciones entre ficción e historicidad. Además, en su afán por el acto de contar, de saber y conocer, de reunir datos y cohesionar testimonios, como señaló Oleza (1996: 42), muchas novelas convergen en una estructura de indagación, de desvelación de un sentido y de investigación en torno a alguien desaparecido, lo cual lleva a que unos personajes inventen a otros como en el trabajo de la escritura. Junto a la hibridez de géneros, el mestizaje y la ficción histórica, predomina también, implícitamente en unos textos y de manera explícita en otros, lo que se ha ido denominando de diversos modos desde los años sesenta: metanovela, novela ensimismada, reflexiva, autofágica, autogenerativa, autoconsciente, en suma, metafictiva: la novela que vuelve sobre sí misma y destaca su condición de artificio, expone estrategias de la ficción y enfatiza el conflicto entre esta última y la realidad.




Escritura responsable: el caso de Mala gente que camina

En la línea de la ficción histórica, y compartiendo muchos de los rasgos enunciados, con verso machadiano en su título se presenta Mala gente que camina (2006), de Benjamín Prado (Madrid, 1961)4, novela cuyas páginas se abren con la cita de un significativo verso de Luis Rosales: «No basta que callemos y además no es posible» (MG: 7).

En su génesis destaca un testimonio fundamental: Els nens perduts del franquisme (Armengol, Belis y Vinyes, 2002). Mientras preparaba una novela que contaba con Carmen Laforet5 como plato fuerte de su argumento, Benjamín Prado vio el documental de la TV3 de Cataluña en torno a los niños robados por el franquismo a las madres internadas en prisiones y campos de concentración, y en este desvelado asunto encontró un frente nuevo en el que incluso pudo incorporar su primer impulso sobre Laforet.

Tras un periodo de cuatro años de lecturas y relecturas, Prado configuró una novela histórica del tipo que más tradición tiene en la historia de la novela: la de Guerra y paz, o, para reducirnos a nuestra historia literaria, la de los Episodios Nacionales galdosianos o de El laberinto mágico de Max Aub. Se corresponde con el tipo de novela en que una historia ficcional en primer plano sirve para enhebrar sucesos y figuras históricas sacados de la realidad, personajes con quienes los héroes ficticios aparecen conviviendo y cuyas apariciones conjuntas, en el caso de esta novela muy concretamente, están puestas al servicio de realzar la verdad histórica de fondo que se quiere poner en primerísimo plano6. En este caso, y como hemos apuntado, esa verdad se relaciona muy particularmente con la política del régimen franquista durante sus primeros años para resolver lo que sus ideólogos veían como un gravísimo problema: el destino de los hijos de los perdedores de la guerra. El inspirador de aquella idea fue el misógino psiquiatra Antonio Vallejo Nájera, jefe de los Servicios Psiquiátricos Militares del régimen, quien, por nombramiento del propio Franco del 23 de agosto de 1938, se convirtió en director del Gabinete de Investigaciones Psicológicas de los campos de concentración y de las cárceles7. Según Vallejo Nájera, «había que separar el grano de la paja», es decir, «quitarles a los marxistas sus hijos, para curarlos a través de la reeducación» (MG: 120). Su segregación desde la infancia podría liberar a la sociedad de plaga tan terrible. Por tal motivo buena parte de la política penitenciaria de entonces encontró su marco en estas teorías de quien consideraba el marxismo como una enfermedad mental de seres inferiores portadores del mal cuyo tratamiento estaba en gran parte en manos del régimen de Franco. Y es que el «rojo» era un degenerado que degeneraba la raza hispana. Vallejo Nájera sostenía la tesis de que convenía separar a los niños y apropiarse de ellos posteriormente para reeducarlos -con la fortísima implicación de la Iglesia que buscaba la «recatolización» del país. Así que se apoyó incluso su búsqueda fuera de las fronteras, tanto en América como en Europa, donde el avance del nazismo favoreció dicha localización. Al considerar a los niños elementos peligrosos que se debían controlar, también se creía conveniente que regresaran a España con una condición: no entregarlos a sus familias. Y en muchos casos ese retorno se realizó por la fuerza8. Vallejo Nájera presumía de que gracias a su programa «miles y miles de niños han sido arrancados de su miseria material y moral» (173). De cara a la galería, el régimen orquestó una labor de propaganda que mostraba el trato exquisito concedido a los hijos de las presas.

A medida que Benjamín Prado preparaba los veinte capítulos de Mala gente que camina «tenía todo el tiempo la impresión de que esta historia tenía que ser contada» (EP). La creación de la historia personal de una de las víctimas inocentes de esa política descerebrada (aquí representada por el destino de la desconocida escritora Dolores Serma y su familia) es una opción bien elaborada desde el punto de vista de la trama, que desemboca en una anagnórisis llevada a término con acierto. Para ello, Prado crea un narrador -como él, nacido en 1961- relacionado de modo fortuito con las hermanas Serma, cuya historia se apodera de su interés hasta el extremo de transformarlo en un investigador que acabará sacando a la luz la oscura historia en su integridad tras siete meses de indagaciones. Ese narrador cuyo nombre sólo se desvela al final («Juan Urbano para servirles», MG: 428), jefe de estudios de un instituto madrileño de enseñanza secundaria, se dirige a sus lectores sin ambages desde el comienzo de la historia y parte de una intención primera: escribir una conferencia sobre Carmen Laforet que prevé leer en Atlanta, texto que se suma a su plan para elaborar una Historia de un tiempo que nunca existió (La novela de la primera posguerra española), pero al que Urbano sólo decidirá regresar tras concluir su tarea.

En el seno de la metanovela que nos sirve (la novela que el lector tiene en sus manos), Urbano va pergeñando un ensayo literario acerca de cuanto le ofrece el azar, inesperadamente, por su trabajo, aparcando provisionalmente su proyecto primero de historiador. Y es que conoce la existencia de la enigmática Dolores Serma, militante de la Sección Femenina y colaboradora del Auxilio Social, en cuya única novela, titulada Óxido, denuncia entre líneas el robo de niños a las presas rojas, drama de la posguerra apenas conocido. En este contexto, ya al inicio de la novela, la metaficción es un juego recurrente del narrador y resulta muy atractivo para el lector. Las marcas de esa escritura son frecuentes, del tipo: «Muy pronto, yo mismo me sorprendería al ver de qué iban a llenarse las páginas que pensaba escribir sobre Dolores Serma y por qué caminos inesperados debería internarme mientras perseguía su historia» (MG: 67); «Esta novela que me he visto obligado a escribir» (MG: 86), o «este libro que ustedes están a punto de terminar» (MG: 392).

Cuanto se narra en la novela lo desencadena una pregunta de tipo protocolario: «¿Cuál es el tema de su conferencia?», que la neuróloga Natalia Escartín -madre de un alumno del instituto y nuera de Dolores Serma- le hace a nuestro narrador protagonista (posteriormente ella le irá dando claves del episodio desenterrado). Y a partir de ahí él querrá «saber» algo más de ambas mujeres (MG: 25). De modo que los hechos acabarán por revelarse estrechamente relacionados con la preocupación del narrador por recuperar la memoria histórica de la durísima cotidianidad de la posguerra, pero también por la política franquista de intervenir en el destino de los hijos de los vencidos: política olvidada entre los olvidos pactados de la Transición, pero que se ha ido repitiendo miméticamente en otros países del ámbito hispánico sometidos a dictaduras militares, como Argentina9, Chile o Uruguay (particularmente esta última se presenta a través de un personaje, Marconi Santos Ferreira, que regenta el restaurante Montevideo al que Urbano acude en diversas ocasiones).

La revisión de los «olvidos» con que los vencedores de la guerra transitaron a la democracia, sin ser sometidos a ninguna represalia (a diferencia, por ejemplo, del juicio a las Juntas Militares argentinas en 1985), es uno de los motivos que recorren la novela. En particular, esto se aprecia a través de las conversaciones entre el narrador, que muestra una actitud fiscalizadora radical frente a la dictadura, y su madre, (según Prado, reflejo de la suya propia), con la que habita, y cuya actitud contemporizadora respecto del franquismo y su tendencia a hacer responsable de todo lo ocurrido a la política republicana y a las izquierdas extremas la convierte en una especie de portavoz de los historiadores del neofranquismo actual: -«El Régimen, el Régimen... Anda, cambia de tercio, que siempre estás con la misma cantinela» (MG: 69); «Hay cosas que no deben removerse [...] para no desenterrar viejos odios» (MG: 250). Idéntica actitud -propia de posiciones conservadoras- adopta Carlos Lisvano, abogado, marido de la doctora Escartín: sostiene que es mejor no resucitar viejas historias, a pesar de que su propio desconocimiento y su despreocupación por el pasado le traicionarán al final, cuando descubra su origen real (hijo de Julia Serma, no Dolores, y de un brigadista inglés que no murió tras la guerra, como Lisvano creía).

La historia está animada también por los incidentes de la vida profesional y sentimental del narrador (atraído por la neuróloga, que deviene amante, y con la cual comparte sus investigaciones), los cuales indirectamente ofrecen panoramas de la realidad sociológica del presente (los problemas de la enseñanza pública) o del pasado reciente (especialmente la breve y para muchos desgraciada historia de la «movida» madrileña en la que el narrador y su ex mujer, Virginia, participaron). De esa vida sentimental surge precisamente el hilo que permite al narrador rebobinar la historia familiar de las hermanas Serma, relacionada con la mentada política criminal de erradicar la semilla izquierdista, y que es un caso ejemplar contra dicha política, un testimonio del «drama en el que se cruzan y resumen casi todos los infiernos por los que tuvo que pasar este país a partir de 1936» (MG: 42).

Como decíamos, la historia está hábilmente trenzada con el proyecto inicial del narrador de redactar una conferencia sobre Laforet y de revelar el trasfondo olvidado de la vida literaria en la década de los cuarenta (Historia de un tiempo que…), ya que a estas opciones se añade el descubrimiento de Óxido (sólo publicada en 1962):

«La novela de Serma hablaba de uno de los más viscosos expolios del franquismo, el rapto o hurto de los hijos de las represaliadas para entregárselos a familias afectas al régimen, un tema del que se sabía realmente muy poco pero sobre el que se tenían oscuras sospechas».


(MG: 134)                


Óxido narra con sello kafkiano la historia de Gloria, una madre desesperada y obsesionada que busca a su hijo durante varios años y lo encuentra finalmente en una ostentosa mansión. La novela se presenta como coetánea de Nada, redactada por Carmen Laforet en 1944, y como obra de Dolores Serma, escritora igualmente olvidada, que habría sido recordada en textos como los libros de memorias de Miguel Delibes, España: 1936-1950. Muerte y resurrección de la novela, autor del que se dice que fue su vecino en Valladolid; José M.ª Caballero Bonald, La costumbre de vivir; y Carlos Barral, Memorias, libros de los que el narrador extrae fragmentos apócrifos en donde se menciona a la fantasmal autora de Óxido. Asimismo, Prado le da corporeidad histórica a Dolores Serma al relacionarla con protagonistas de los primeros años del franquismo, como la fundadora del Auxilio Social, Mercedes Sanz Bachiller (viuda del caudillo jonsista Onésimo Redondo, y casada en segundas nupcias con el escritor falangista Javier Martínez de Bedoya); Carmen de Icaza, novelista implicada fuertemente en las actividades de la Sección Femenina; y hasta con la propia Pilar Primo de Rivera. Además, y como en filigrana, se va desarrollando una renovadora visión de la vida literaria de aquellos «años del hambre» y de la tergiversación de los valores que en ella fue dominante. De los escritores afectos al régimen se expone la manipulación que algunos de ellos realizaron de sus biografías y bibliografías con el objetivo de vivir tras la dictadura impunemente y, como Prado reconoce (EP), la figura de Dionisio Ridruejo aparece con el papel simbólico de representar ese enorme cinismo.

Mala gente que camina está bien tramada generalmente, redactada en forma directa con ribetes expresionistas y una tendencia evidente al sarcasmo, amenizada con rotundas e imaginativas sentencias («A veces la envidia no es más que la admiración de los mezquinos» (MG: 167); «La mala conciencia inventó a Dios, por eso nunca me ha gustado» (MG: 101); «Siempre es agradable descubrir que perderse es inventar otro camino» (MG: 155), y muy pertinentes citas de textos que hoy resultan demenciales pero que en aquellos años eran dogma y hacían ley10, o de los pocos testimonios de entonces (fuentes del narrador y del propio Prado) que nos han llegado por parte de las víctimas, como los de Tomasa Cuevas, Juana Doña, Soledad Real o Carlota O’Neill11. Igualmente atractiva es la culminación de la indagación libresca, cuando Urbano coteja la copia dáctilo-escrita de Óxido (durante años conservada en una caja de documentos resguardada por Sanz Bachiller) que le revela la «verdad» que persigue y cierra su novela en un «círculo de fuego» (MG: 389).

No se le puede reprochar al autor que construyera, paralelamente a una ficción imaginativa, un alegato contra la dictadura y sus héroes militares e intelectuales y contra la política del olvido sobre la que ha ido transcurriendo nuestra historia democrática hasta la fecha. Prado quiso que su narrador sufriera el gran cambio que supone cambiar una sola letra, de cinismo a civismo, y consideramos que su obra no está llena de ira sino de ganas de saber la verdad, de «contar la verdad» (MG: 79):

«Aquí está la historia de Dolores Serma. Espero que aunque ustedes ya saben que es verídica puedan ver en ella, igual que yo, un arquetipo y una síntesis de aquellos tiempos demoledores en los que cientos de miles de personas vivían acosadas por un Estado criminal que las obligó a mentir, a esconderse y a llevar disfraces para no parecer sospechosas».


(MG: 414)                


Es cierto que una relectura última del texto antes de la edición hubiera podido suprimir reiteraciones innecesarias de datos que sólo tendrían justificación si procedieran de voces distintas a la del narrador, e incluso evitar la acumulación de otros datos (por ejemplo, sobre 1959 en páginas 65-66). En general, la recepción de la novela por la crítica ha sido muy positiva, al igual que, como señala Prado, entre otros lectores:

«Estoy sorprendido por la cantidad de cartas que me manda gente que me dice, por ejemplo, que ya sospechaba que eso le ocurrió a ella misma, o a personas de su círculo. Una mujer de Valladolid acababa diciéndome algo que me impresionó mucho: "Ahora ya no sé si soy quién siempre he creído"».


[EP]                


Nobody is perfect, como dijo el otro, y esta novela roza esa perfección rara en estos tiempos de desinterés general por la literatura responsable. Como acto de (re)conocimiento de nuestro pasado, la recuperación de la denominada memoria histórica debería ser también un acto de afirmación del mismo, un modo de evitarle posibles fisuras, ausencias, arbitrariedades y malentendidos. Dicha recuperación convendría que no fuera solamente un acto individual sino también colectivo, de manera que se pudiera vivificar la intrahistoria a través del crisol de aportaciones particulares, lo cual facilitaría comprender mejor la historia. En la actualidad este rescate12 convive con actitudes contrarias a su indagación propias de políticos conservadores e historiadores revisionistas. Y en este contexto de recuperación y vivo debate, no exento de tergiversaciones del pasado, con la finalidad de aportar respuestas todavía pendientes a cuestiones de nuestra reciente historia contemporánea, la literatura participa ofreciéndonos la visión de ese mundo expuesta por ciertos escritores, su singular concepción de la realidad. Como excelente muestra de ello nos hemos ocupado de Mala gente que camina, novela en la que Benjamín Prado deja claro que no deben quedar sepultados bajo el olvido acontecimientos que configuran nuestro pasado y, en consecuencia, nuestro presente. Como otros textos de nuestros días, el de Prado se origina por la necesidad de llenar lo que el discurso historiográfico ha dejado abierto, mostrando casos polémicos, humanos, como es aquí principalmente el asunto de los niños robados por el franquismo. En definitiva, es la contrarréplica imaginativa al igualmente imaginativo y seleccionado discurso oficial. La literatura, pues, sigue siendo otro modo de contar la Historia.






Bibliografía

  • OLEZA, Joan, 1996. «Un realismo posmoderno», Ínsula, número monográfico: «El espejo fragmentado». 589-590. Enero-febrero 1996, 39-42.
  • PRADO, Benjamín, 2004, «Muere Carmen Laforet, cronista del vacío», El País, 29 de febrero de 2004.
  • ——, 2006a. Mala gente que camina. Madrid: Alfaguara.
  • ——, 2006b. «Benjamín Prado». El País Digital-Participación-Entrevistas. 25 de mayo 2006. URL: <http://www.elpais.es/edigitales/entrevista.html>.
  • —— y Teresa ROSENVINGE, 2004. Carmen Laforet, Madrid: Omega-Colección Vidas Literarias.
  • SOLDEVILA, Ignacio, 1996. «La novela histórica y su desarrollo en España entre 1955 y 1995» en Le roman espagnol face à l’Histoire, Marie Linda Ortega (comp.), Fontenay Saint-Cloud. Feuillets: Domaine Hispanique. École Normale Supérieure, 123-135.
  • VINYES, Ricard, Montse ARMENGOU y Ricard BELIS, 2002. Els nens perduts del franquisme, Barcelona, Proa [Editado en castellano el mismo año: Los niños perdidos del franquismo. Barcelona: Plaza & Janés].


 
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