Nuevas canciones
Antonio Machado
[Nota preliminar: El texto que presentamos a continuación reproduce fielmente la edición impresa de 1924. Únicamente se han corregido errores tipográficos claros.]
A la memoria de D. Cristóbal Torres.
I
Parejo de la encina castellana,
crecida sobre el páramo, señero
en los campos de Córdoba la llana
que dieron su caballo al Romancero,
lejos de tus hermanos
que vela el ceño campesino -enjutos
pobladores de lomas y altozanos,
horros de sombra, grávidos de frutos-
olvidado de mano labradora
que pode tu ramaje, y por olvido,
viejo olivo, del hacha leñadora,
¡cuán bello estás junto a la fuente erguido,
bajo este azul cobalto,
como un árbol silvestre, espeso y alto!
II
Hoy, a tu sombra, quiero
ver estos campos de mi Andalucía,
como a la vera ayer del Alto Duero
la hermosa tierra de encinar veía.
Olivo solitario,
lejos del olivar, junto a la fuente,
olivo hospitalario
que das tu sombra a un hombre pensativo
y a un agua transparente,
al borde del camino que blanquea,
guarde tus verdes ramas, viejo olivo,
la diosa de ojos glaucos, Atenea.
III
Busqué tu rama verde el suplicante
para el templo de un dios, árbol sombrío;
Demeter jadeante
pose a tu sombra, bajo el sol de estío.
Que reflorezca el día
en que la diosa huyó del ancho Urano,
cruzó la espalda de la mar bravía,
llegó a la tierra en que madura el grano,
y en su querida Eleusis, fatigada,
sentóse a reposar junto al camino,
ceñido el peplo, yerta la mirada,
lleno de angustia el corazón divino...
Bajo tus ramas, viejo olivo, quiero
un día recordar del sol de Homero.
IV
De Keleos la esposa venerable,
que daba al hijo en su vejez nacido,
a Demofon, un pecho miserable,
la reina de los bucles de ceniza,
del niño bien amado
a Demeter tomó para nodriza.
Y el niño floreció como criado
en brazos de una diosa,
o en las selvas feraces,
-así el bastardo de Afrodita hermosa-
al seno de las ninfas montaraces.
V
Mas siempre el ceño maternal espía,
y una noche, celando a la extranjera,
vió la reina una llama. En roja hoguera,
a Demofon, el príncipe lozano,
Demeter impasible revolvía,
y al cuello, al torso, al vientre, con su mano
una sierpe de fuego le ceñía.
Del regio lecho, en la aromada alcoba,
saltó la madre; al corredor sombrío
salió gritando, aullando, como loba
herida en las entrañas: ¡hijo mío!
VI
Demeter la miró con faz severa.
-Tal es, raza mortal, tu cobardía.
Mi llama el fuego de los dioses era.
Y al niño, que en sus brazos sonreía:
Yo soy Demeter que los frutos grana,
¡oh príncipe nutrido por mi aliento,
y en mis brazos más rojo que manzana
madurada en otoño al sol y al viento!...
Vuelve al halda materna, y tu nodriza
no olvides, Demofon, que fué una diosa;
ella trocó en maciza
tu floja carne y la tiñó de rosa,
y te dió el ancho torso, el brazo fuerte,
y más te quiso dar y más te diera:
con la llama que libra de la muerte,
la eterna juventud por compañera.
VII
La madre de la bella Proserpina
trocó en moreno grano,
para el sabroso pan de blanca harina,
aguas de abril y soles del verano.
Trigales y trigales ha corrido
la rubia diosa de la hoz dorada,
y del campo a las eras del ejido,
con sus montes de mies agavillada,
llegaron los huesudos bueyes rojos,
la testa dolorida al yugo atada,
y con la tarde ubérrima en los ojos.
De segados trigales y alcaceles
hizo el fuego sequizos rastrojales;
en el huerto rezuma el higo mieles,
cuelga la oronda pera en los perales,
hay en las vides rubios moscateles,
y racimos de rosa en los parrales
que festonan la blanca almacería
de los huertos. Ya irá de glauca a bruna,
por llano, loma, alcor y serranía,
de los verdes olivos la aceituna...
Tu fruto, ¡oh polvoriento del camino
árbol ahito de la estiva llama!
no estrujarán las piedras del molino,
aguardará la fiesta, en la alta rama,
del alegre zorzal, o el estornino
lo llevará en su pico, alborozado.
Que en tu ramaje luzca, árbol sagrado,
bajo la luna llena,
el ojo encandilado
del buho insomne de la sabia Atena.
Y que la diosa de la hoz bruñida
y de la adusta frente
materna sed y angustia de uranida
traiga a tu sombra, olivo de la fuente.
Y con tus ramas la divina hoguera
encienda en un hogar del campo mío,
por donde tuerce perezoso un río
que toda la campiña hace ribera,
antes que un pueblo, hacia la mar, navío.
A Enrique Díez-Canedo.
II
Sobre el olivar,
se vió a la lechuza
volar y volar.
Campo, campo, campo.
Entre los olivos,
los cortijos blancos.
Y la encina negra,
a medio camino
de Úbeda a Baeza.
III
Por un ventanal,
entró la lechuza
en la catedral.
San Cristobalón
la quiso espantar,
al ver que bebía
del velón de aceite
de Santa María.
La Virgen habló:
-déjala que beba,
San Cristobalón.
IV
Sobre el olivar,
se vio a la lechuza
volar y volar.
A Santa María
un ramito verde
volando traía.
¡Campo de Baeza,
soñaré contigo
cuando no te vea!
(1917)
V
Dondequiera vaya
José de Mairena
lleva su guitarra.
Su guitarra lleva,
cuando va a caballo,
a la bandolera.
Y lleva el caballo
con la rienda corta,
la cerviz en alto.
VI
¡Pardos borriquillos
de ramón cargados,
entre los olivos!
VII
¡Tus sendas de cabras,
y tus madroñeras,
Córdoba serrana!
VIII
¡La del Romancero,
Córdoba la llana!...
Guadalquivir hace vega,
el campo relincha y brama.
IX
Los olivos grises,
los caminos blancos.
El sol ha sorbido
la color del campo;
y hasta tu recuerdo
me lo va secando
este alma de polvo
de los días malos.
I
Entre las rejas y los rosales,
¿sueñas amores
de bandoleros galanteadores,
fieros amores entre puñales?
Rondar tu calle nunca verás
ese que esperas; porque se fué
toda la España de Merimée.
Por esta calle -tú elegirás-
pasa un notario
que va al tresillo del boticario,
y un usurero, a su rosario.
También yo paso, viejo y tristón.
Dentro del pecho llevo un león.
II
Aunque me ves por la calle,
también yo tengo mis rejas,
mis rejas y mis rosales.
III
Un mesón de mi camino.
Con un gesto de vestal,
tú sirves el rojo vino
de una orgía de arrabal.
Los borrachos
de los ojos vivarachos
y la lengua fanfarrona
te requiebran ¡oh varona!
Y otros borrachos suspiran
por tus ojos de diamante,
tus ojos que a nadie miran.
A la altura de tus senos,
la batea rebosante,
llega en tus brazos morenos.
¡Oh, mujer,
dame también de beber!
IV
Una noche de verano.
El tren hacia el puerto va,
devorando aire marino.
Aun no se ve la mar.
Cuando lleguemos al puerto,
niña, verás
un abanico de nácar
que brilla sobre la mar.
A una japonesa
le dijo Sukan:
con la blanca luna
te abanicarás,
con la blanca luna
a orillas del mar.
V
Una noche de verano,
en la playa de Sanlúcar,
oí una voz que cantaba:
antes que salga la luna...
Antes que salga la luna,
a la vera de la mar,
dos palabritas a solas
contigo tengo de hablar.
¡Playa de Sanlúcar,
noche de verano,
copla solitaria
junto al mar amargo!
¡A la orillita del agua,
por donde nadie nos vea,
antes que la luna salga!
II
El monte azul, el río, las erectas
varas cobrizas de los finos álamos,
y el blanco del almendro en la colina,
¡oh nieve en flor y mariposa en árbol!
Con el aroma del habar el viento
corre en la alegre soledad del campo.
III
Una centella blanca
en la nube de plomo culebrea.
¡Los asombrados ojos
del niño, y juntas cejas
-está el salón obscuro- de la madre!...
¡Oh cerrado balcón a la tormenta!
El viento aborrascado y el granizo
en el limpio cristal repiquetean.
IV
El iris y el balcón.
Las siete cuerdas
de la lira del sol vibran en sueños.
Un tímpano infantil da siete golpes
-agua y cristal.
Acacias con jilgueros.
Cigüeñas en las torres.
En la plaza
lavó la lluvia el mirto polvoriento.
En el amplio rectángulo ¿quién puso
ese grupo de vírgenes risueño,
y arriba ¡hosanna! entre la rota nube,
la palma de oro y el azul sereno?
VI
¿Quién puso, entre las rocas de ceniza,
para la miel del sueño,
esas retamas de oro
y esas azules flores del romero?
La sierra de violeta
y, en el poniente, el azafrán del cielo,
¿quién ha pintado? ¡El abejar, la ermita,
el tajo sobre el río, el sempiterno
rodar del agua entre las hondas peñas,
y el rubio verde de los campos nuevos,
y todo, hasta la tierra blanca y rosa
al pie de los almendros!
VII
En el silencio sigue
la lira pitagórica vibrando,
el iris en la luz, la luz que llena
mi estereoscopio vano.
Han cegado mis ojos las cenizas
del fuego heraclitano.
El mundo es, un momento,
transparente, vacío, ciego, alalo.
II
Se pintan panza y joroba
en la pared de mi alcoba.
Canta el bufón:
¡Qué bien van
en un rostro de cartón,
unas barbas de azafrán!
Lucila, cierra el balcón.
II
Se abrió la puerta que tiene
gonces en mi corazón,
y otra vez la galería
de mi historia apareció.
Otra vez la plazoleta
de las acacias en flor,
y otra vez la fuente clara
cuenta un romance de amor.
III
Es la parda encina
y el yermo de piedra.
Cuando el sol tramonta,
el río despierta.
¡Oh montes lejanos
de malva y violeta!
En el aire en sombra
sólo el río suena.
¡Luna amoratada
de una tarde vieja,
en un campo frío,
más luna que tierra!
III
En Córdoba, la serrana,
en Sevilla, marinera
y labradora, que tiene
hinchada, hacia el mar, la vela;
y en el ancho llano
por donde la arena sorbe
la baba del mar amargo,
hacia la fuente del Duero
mi corazón ¡Soria pura!
se tornaba... ¡Oh, fronteriza
entre la tierra y la luna!
¡Alta paramera
donde corre el Duero niño,
tierra donde está su tierra!
¡Oh, canción amarga
del agua en la piedra!
... Hacia el alto Espino,
bajo las estrellas.
Sólo suena el río,
al fondo del valle,
bajo el alto Espino.
Lejos relumbra la piedra
del áspero Guadarrama.
Agua que brilla y no suena.
En el aire claro,
los alamillos del soto,
sin hojas, liras de marzo.
A don Ramón del Valle-Inclán.
La madre lleva a su niño,
dormido, sobre la falda.
Duerme el niño y, todavía,
ve el campo verde que pasa,
y arbolillos soleados
y mariposas doradas.
Hay un trágico viajero,
que debe ver cosas raras,
y habla solo y, cuando mira,
nos borra con la mirada.
Yo pienso en campos de nieve
y en pinos de otras montañas.
Y tú, señor, por quien todos
vemos y que ves las almas,
dinos si todos, un día,
hemos de verte la cara.
II
Junto al agua negra.
Olor de mar y jazmines.
Noche malagueña.
III
La primavera ha venido.
Nadie sabe cómo ha sido.
IV
La primavera ha venido.
¡Aleluyas blancas
de los zarzales floridos!
VI
Noche castellana,
la canción se dice,
o, mejor, se calla.
Cuando duerman todos,
saldré a la ventana.
VII
Canta, canta en claro rimo,
el almendro en verde rama
y el doble sauce del río.
Canta de la parda encina
la rama que el hacha corta,
y la flor que nadie mira.
De los perales del huerto
la blanca flor, la rosada
flor del melocotonero.
Y este olor
que arranca el viento mojado
a los habares en flor.
VIII
La fuente y las cuatro
acacias en flor
de la plazoleta.
Ya no quema el sol.
¡Tardecita alegre!
Canta ruiseñor.
Es la misma hora
de mi corazón.
IX
¡Blanca hospedería,
celda de viajero,
con la sombra mía!
X
El acueducto romano,
-canta una coz de mi tierra-
y el querer que nos tenemos,
chiquilla, ¡vaya firmeza!
XI
A las palabras de amor
les sienta bien su poquito
de exageración.
XII
En Santo Domingo,
la misa mayor.
Aunque me decían
hereje y masón,
rezando contigo,
¡cuánta devoción!
XIII
Hay fiesta en el prado
verde -pífano y tambor-.
Con su cayado florido
y abarcas de oro vino un pastor.
Del monte bajé,
sólo por bailar con ella;
al monte me tornaré.
En los árboles del huerto
hay un ruiseñor;
canta de noche y de día,
canta a la luna y al sol.
Ronco de cantar:
al huerto vendrá la niña
y una rosa cortará.
Entre las negras encinas,
hay una fuente piedra,
y un cantarillo de barro,
que nunca se llena.
Por el encinar,
con la blanca luna,
ella volverá.
XIV
Contigo en Valonsadero,
fiesta de San Juan,
mañana en la Pampa,
del otro lado del mar.
Guárdame la fe,
que yo volveré.
Mañana seré pampero,
y se me irá el corazón,
a orillas del alto Duero.
XV
mientras danzáis en corro,
niñas, cantad:
Ya están los prados verdes,
ya vino abril galán.
A la orilla del río,
por el negro encinar,
sus abarcas de plata
hemos visto brillar.
Ya están los prados verdes,
ya vino abril galán.
A José Ortega y Gasset.
I
El ojo que ves no es
ojo porque tú lo veas;
es ojo porque te ve.
II
Para dialogar,
preguntad, primero;
después... escuchad.
III
Todo narcisismo
es un vicio feo,
y ya viejo vicio.
IV
Mas busca en tu espejo al otro,
al otro que va contigo.
V
Entre el vivir y el soñar,
hay una tercera cosa.
Adivínala.
VI
Ese tu Narciso
ya no se ve en el espejo,
porque es el espejo mismo.
VII
¿Siglo nuevo? ¿Todavía
llamea la misma fragua?
¿Corre todavía el agua
por el cauce que tenía?
VIII
Hoy es siempre todavía.
IX
Sol en Aries. Mi ventana
está abierta al aire frío.
-¡Oh rumor de agua lejana!-
La tarde despierta al río.
X
En el viejo caserío,
-¡oh anchas torres con cigüeñas!-
enmudece el son gregario,
y en el campo solitario
suena el agua entre las peñas.
XI
Como otra vez, mi atención
está del agua cautiva;
pero del agua en la viva
roca de mi corazón.
XII
¿Sabes, cuando el agua suena,
si es agua de cumbre o valle,
de plaza, jardín o huerta?
XIII
Encuentro lo que no busco:
las hojas del toronjil
huelen a limón maduro.
XIV
Nunca traces tu frontera,
ni cuides de tu perfil;
todo eso es cosa defuera.
XV
Busca a tu complementario,
que marcha siempre contigo,
y suele ser tu contrario.
XVI
Si vino la primavera,
volad a las flores;
no chupéis cera.
XVII
En mi soledad
he visto cosas muy claras,
que no son verdad.
XVIII
Buena es el agua y la sed;
buena es la sombra y el sol;
la miel de flor de romero,
a miel de campo sin flor.
XIX
A la vera del camino
hay una fuente de piedra,
y un cantarillo de barro
-glu-glu- que nadie se lleva.
XX
Adivina adivinanza
que quieren decir la fuente,
el cantarillo y el agua.
XXI
... Pero yo he visto beber
hasta en los charcos del suelo.
Caprichos tiene la sed...
XXII
Solo quede un símbolo:
quod elixum est ne asato.
No aséis lo que está cocido.
XXIII
Canta, canta, canta,
junto a su tomate,
el grillo en su jaula.
XXIV
Despacito y buena letra:
el hacer las cosas bien
importa más que el hacerlas.
XXV
Sin embargo...
¡Ah!, sin embargo,
importa avivar los remos,
dijo el caracol al galgo.
XXVI
¡Ya hay hombres activos!
Soñaba la charca
con los mosquitos.
XXVII
¡Oh calavera vacía!
¡Y pensar que todo era,
dentro de ti, calavera!,
otra Pandolfo decía.
XXVIII
Cantores, dejad
palmas y jaleo
para los demás.
XXIX
Despertad, cantores:
acaben los ecos,
empiecen las voces.
XXX
Mas no busquéis disonancias;
porque, al fin, nada disuena,
siempre al son que tocan bailan.
XXXI
Luchador superfluo,
ayer lo más noble,
mañana lo más plebeyo.
XXXII
Camorrista, boxeador,
zúrratelas con el viento.
XXXIII
Sin embargo...
¡Oh!, sin embargo,
queda un fetiche que aguarda
ofrenda de puñetazos.
XXXIV
O rinnovarsi o perire...
No me suena bien.
Navigare é necessario...
Mejor: ¡vivir para ver!
XXXV
Ya maduró un nuevo cero,
que tendrá su devoción:
un ente de acción tan huero
como un ente de razón.
XXXVI
No es el yo fundamental
eso que busca el poeta,
sino el tú esencial.
XXXVII
Viejo como el mundo es,
-dijo un doctor- olvidado,
por sabido, y enterrado
cual la momia de un Ramsés.
XXXVIII
Mas el doctor no sabía
que hoy es siempre todavía.
XXXIX
Busca en tu prójimo espejo;
pero no para afeitarte,
ni para teñirte el pelo.
XL
Los ojos porque suspiras,
sábelo bien,
los ojos en que te miras
son ojos porque te ven.
XLI
-Ya se oyen palabras viejas.
-Pues, aguzad las orejas.
XLII
Enseña el Cristo: a tu prójimo
amarás como a ti mismo,
mas nunca olvides que es otro.
XLIII
Dijo otra verdad:
busca el tú que nunca es tuyo,
ni puede serlo jamás.
XLIV
Han tomado sus medidas
Sócrates y el Cristo ya:
el corazón y la mente
un mismo radio tendrán.
XLV
No desdeñéis la palabra;
el mundo es ruidoso y mudo,
poetas, sólo Dios habla.
XLVI
¿Todo para los demás?
Mancebo, llena tu jarro,
que ya te lo beberán.
XLVII
Se miente más de la cuenta
por falta de fantasía:
también la verdad se inventa.
XLVIII
Autores, la escena acaba
con un dogma de teatro:
en el principio era la máscara.
XLIX
Será el peor de los malos
bribón que olvide
su vocación de diablo.
L
¿Dijiste media verdad?
Dirán que mientes dos veces
si dices la otra mitad.
LI
Con el tú de mi canción
no te aludo, compañero;
ese tú soy yo.
LII
Demos tiempo al tiempo:
para que el vaso rebose
hay que llenarlo primero.
LIII
Hora de mi corazón:
la hora de una esperanza
y una desesperación.
LIV
Tras el vivir y el soñar,
está lo que más importa:
despertar.
LV
Le tiembla al cantar la voz.
Ya no le silban sus coplas;
que silban su corazón.
LVI
Ya hubo quien pensó:
cogita ergo non sum.
¡Qué exageración!
LVII
Echa roncas todavía
el siglo décimonono,
con la cabeza vendada,
y los huesos rotos.
LVIII
Conversación de gitanos:
-¿Cómo vamos, compadrito?
-Dando vueltas al atajo.
LIX
Algunos desesperados
sólo se curan con soga;
otros, con siete palabras:
la fe se ha puesto de moda.
LX
Creí mi hogar apagado,
y revolví la ceniza...
Me quemé la mano.
LXI
¡Reventó de risa!
¡Un hombre tan serio!
... Nadie lo diría.
LXII
Que se divida el trabajo:
los malos unten la flecha;
los buenos tiendan el arco.
LXIII
Como don San Tob,
se tiñe las canas,
y con más razón.
LXIV
Por dar al viento trabajo,
cosía con hilo doble
las hojas secas del árbol.
LXV
Sentía los cuatro vientos,
en la encrucijada
de su pensamiento.
LXVI
¿Conoces los invisibles
hiladores de los sueños?
Son dos: la verde esperanza,
y el torvo miedo.
Apuesta tienen de quien
hile más, y más ligero,
ella, su copo dorado,
él, su copo negro.
Con el hilo que nos dan
tejemos, cuando tejemos.
LXVII
Siembra la malva;
pero no la comas,
dijo Pitágoras.
Responde al hachazo,
-ha dicho el Bada ¡y el Cristo!,
con tu aroma, como el sándalo.
Bueno es recordar
las palabras viejas
que han de volver a sonar.
LXVIII
Poned atención:
un corazón solitario
no es un corazón.
LXIX
Abejas, cantores,
no a la miel sino a las flores.
LXX
Todo necio
confunde valor y precio.
LXXI
Lo ha visto pasar en sueños...
Buen cazador de sí mismo,
siempre en acecho.
LXXII
Cazó a su hombre malo,
el de los días azules
siempre cabizbajo.
LXXIII
Da doble luz a tu verso,
para leído de frente
y al sesgo.
LXXIV
Mas no te importe si rueda,
y pasa de mano en mano:
del oro se hace moneda.
LXXV
De un «Arte de Bien Comer»,
primera lección:
No has de coger la cuchara
con el tenedor.
LXXVI
Señor San Jerónimo,
suelte usted la piedra
con que se machaca.
Me pegó con ella.
LXXVII
Conversación de gitanos:
-Para rodear,
toma la calle de en medio;
nunca llegarás.
LXXVIII
El tono lo da la lengua,
ni más alto ni más bajo;
sólo acompáñate de ella.
LXXIX
¡Tartarín en Koenigsberg!
Con el puño en la mejilla,
todo lo llegó a saber.
LXXX
Crisolad oro en copela,
y burilad lira y arco,
no en joya, sino en moneda.
LXXXI
Del romance castellano
no busques la sal castiza;
mejor que romance viejo,
poeta, cantar de niñas.
Déjale lo que no puedes
quitarle: su melodía
de cantar que canta y cuenta
un ayer que es todavía.
LXXXII
Concepto mondo y lirondo
suele ser cáscara hueca;
puede ser caldera al rojo.
LXXXIII
Si vivir es bueno,
es mejor soñar,
y mejor que todo,
madre, despertar.
LXXXIV
No el sol, sino la campana,
cuando te despierta,
es lo mejor de la mañana.
LXXXV
Ya es sólo brocal el pozo;
púlpito será mañana;
pasado mañana, trono.
LXXXVI
Hombre occidental,
tu miedo al Oriente, ¿es miedo
a dormir o a despertar?
LXXXVII
¡Qué gracia! En la Hesperia triste,
promontorio occidental,
en este cansino rabo
de Europa, por desollar,
y en una ciudad antigua,
chiquita como un dedal,
¡el hombrecillo que fuma
y piensa, y ríe al pensar:
cayeron las altas torres;
en un basurero están
la corona de Guillermo,
la testa de Nicolás!
(Baeza, 1919)
LXXXVIII
Entre las brevas soy blando;
entre las rocas, de piedra.
¡Malo!
LXXXIX
¿Tu verdad? No, la Verdad;
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.
LC
Tengo a mis amigos
en mi soledad;
cuando estoy con ellos
¡qué lejos están!
LCI
¡Oh Guadalquivir!
Te vi en Cazorla nacer;
hoy, en Sanlúcar morir.
Un borbollón de agua clara,
debajo de un pino verde,
eras tú, ¡qué bien sonabas!
Como yo, cerca del mar,
río de barro salobre,
¿sueñas con tu manantial?
LCII
El pensamiento barroco
pinta virutas de fuego,
hincha y complica el decoro.
LCIII
-Sin embargo...
-Oh, sin embargo,
hay siempre un ascua de veras
en su incendio de teatro.
LCIV
¿Ya de su olor se avergüenzan
las hojas de la albahaca,
salvias y alhucemas?
LCV
Siempre en alto, siempre en alto.
¿Renovación? Desde arriba.
Dijo la cucaña al árbol.
LCVI
Dijo el árbol: teme al hacha,
palo clavado en el suelo:
contigo la poda es tala.
LCVII
¿Cuál es la verdad? ¿El río
que fluye y pasa,
donde el barco y el barquero
son también ondas del agua?
¿O este soñar del marino
siempre con ribera y ancla?
LCVIII
Doy consejo, a fuer de viejo:
nunca sigas mi consejo.
LCIX
Pero tampoco es razón
desdeñar
consejo que es confesión.
C
¿Ya sientes la savia nueva?
Cuida, arbolillo,
que nadie lo sepa.
CI
Cuida de que no se entere
la cucaña seca,
de tus hojas verdes.
CII
-Tu profecía, poeta.
-Mañana hablarán los mudos:
el corazón y la piedra.
CIII
-¿Mas el arte?...
-Es puro juego,
que es igual a pura vida,
que es igual a puro fuego.
Veréis el ascua encendida.
Al gigante ibérico, Miguel de Unamuno,
por quien la España actual
alcanza proceridad en el mundo.
II
Mas, pasado el primer aniversario,
¿cómo eran -preguntó-, pardos o negros,
sus ojos? ¿Glaucos?... ¿Grises?
¿Cómo eran, ¡Santo Dios!, que no recuerdo?...
III
Salió a la calle, un día
de primavera, y paseó en silencio
su doble luto, el corazón cerrado...
De una ventana en el sombrío hueco
vió unos ojos brillar. Bajó los suyos,
y siguió su camino... ¡Como esos!
Un poeta manda su retrato
a una bella dama que
le había enviado el suyo.
I
la barba que platea, y el estrago
del tiempo en la mejilla, hermosa dama,
diréis: ¿a qué volver sombra por llama,
negra moneda de joyel en pago?
¿Y qué esperáis de mí? Cuando a deshora,
pasa un alba, yo sé que bien quisiera
el corazón su flecha más certera
arrancar de la aljaba vengadora.
¿No es mejor saludar la primavera,
y devolver sus alas a la aurora?
II
Como fruta rugada, ayer madura,
o como mustia rama, ayer florida
y aun menos, en el árbol de mi vida,
es la imagen que os lleva esa pintura.
Porque el árbol ahonda en tierra dura,
en roca tiene su raíz prendida,
y si al labio no da fruta sabrida,
aún quiere dar al sol la que perdura.
Ni vos gritéis desilusión, señora,
negando al día ese carmín risueño,
ni a la manera usada, en el ahora.
pongáis, cual negra tacha, el turbio ceño.
Tomad arco y aljaba -¡oh cazadora!-
que ya es el alba: el despertar del sueño.
III
Pero si os place amar vuestro poeta,
que vive en la canción, no en el retrato,
¿no encontraréis en su perfil beato
conjuro de esa fúnebre careta?
Buscad del hondo cauce agua secreta,
del campanil que enronqueció a rebato
la víspera dormida, el timorato
pensado amor en hora recoleta.
Desdeñad lo que soy, de lo que he sido
trazad con firme mano la figura:
galán de amor soñado, amor fingido
por anhelo inventor de la aventara.
Y en vuestro sabio espejo -luz y olvido-
algo seré también vuestra criatura.
que de luenga jornada peregrino
ponía al corazón un duro freno,
para aguardar el verso adamantino
que maduraba el alma en su hondo seno.
Esto soñé. Y del tiempo, el homicida,
que nos lleva a la muerte o fluye en vano,
que era un sueño no más del adanida.
Y un hombre vi que en la desnuda mano
mostraba al mundo el ascua de la vida,
sin cenizas el fuego heraclitano.
Súbito, al vivo resplandor del rayo,
se encabritó, bajo de un alto pino,
al borde de una peña, su caballo.
A dura rienda le tornó al camino.
Y hubo visto la nube desgarrada,
y, dentro, la afilada crestería
de otra sierra más lueñe y levantada,
-relámpago de piedra parecía-.
¿Y vió el rostro de Dios? Vió el de su amada.
Gritó: ¡Morir en esta sierra, fría!
(1899-1919)
Atrás las manos enlazadas lleva,
y hacia la tierra, al pasear, se inclina;
todo el mundo a su paso es senda nueva,
camino por desmonte o por ruina.
Dió, aunque tardío, el siglo diecinueve
un ascua de su fuego al gran Baroja,
y otro siglo, al nacer, guerra le mueve,
que enceniza su cara pelirroja.
De la rosa romántica, en la nieve,
él ha visto caer la última hoja.
¿Cuya es la doble faz, candor y hastío,
y la trémula voz y el gesto llano,
y esa noble apariencia de hombre frío
que corrige la fiebre de la mano?
No le pongáis, al fondo, la espesura
de aborrascado monte o selva huraña,
sino, en la luz de una mañana pura,
lueñe espuma de piedra, la montaña,
y el diminuto pueblo en la llanura,
¡la aguda torre en el azul de España!
(1901-1916)
el ademán, y el gesto petulante
-un si es no es- de mayorazgo en corte;
de bachelot en Oxford, o estudiante
en Salamanca, señoril el porte.
Gran poeta, el pacífico sendero
cantó que lleva a la asturiana aldea;
el mar polisonoro y sol de Homero
le dieron ancho ritmo, clara idea;
su innúmero camino el mar ibero,
su propio navegar, propia Odisea.
Leído en el Mesón del Segoviano.
I
buscando mejor España,
Grandmontagne se partía
de una tierra de montaña,
de una tierra
de agria sierra.
¿Cuál? No sé. ¿La serranía
de Burgos?¿El Pirineo?
¿Urbión donde Duero nace?
Averiguadlo. Yo veo
un prado en que el negro toro
reposa, y la oveja pace,
entre ginestas de oro;
y unos altos, verdes pinos;
más arriba, peña y peña,
y un rubio mozo que sueña
con caminos,
en el aire, de cigüeña,
entre montes, de merinos,
con rebaños trashumantes
y vapores de emigrantes
a pueblos ultramarinos.
II
Tras de mucho devorar
caminos del mar profundo,
vió las estrellas brillar
sobre la panza del mundo.
Arribado a un ancho estuario,
dió en la argentina Babel.
Él llevaba un diccionario
y siempre leía en él:
era su devocionario.
Y en la ciudad -no en el hampa-
y en la Pampa,
hizo su propia conquista.
El cronista
de dos mundos, bajo el sol,
el duro pan se ganaba
y, de noche, fabricaba
su magnífico español.
La faena trabajosa,
y la mar y la llanura,
caminata o singladura,
siempre larga,
diéronle, para su prosa,
viento recio, sal amarga
y la amplia línea armoniosa
del horizonte lejano.
Llevó del monte dureza,
calma le dió el oceano
y grandeza;
y de un pueblo americano
donde florece la hombría
nos trae la fe y la alegría
que ha perdido el castellano.
III
En este remolino de España, rompeolas
de las cuarenta y nueve provincias españolas
(Madrid del cucañista, Madrid del pretendiente)
y en un mesón antiguo, y entre la poca gente
-¡tan poca!- sin librea, que sufre y que trabaja,
y aun corta solamente su pan con su navaja,
por Grandmontagne alcemos la copa. Al suelo indiano,
ungido de las letras embajador hispano,
«ayant pour tout laquais votre ombre seulement»
os vais, buen caballero... Que Dios os dé su mano
que el mar y el cielo os sean propicios, capitán.
Plúrima barba al pecho te caía.
(Yo quise ver tu manquedad en vano.)
Sobre la negra barca aparecía
tu verde senectud de dios pagano.
Habla, dijiste, y yo: cantar quisiera
loor de tu Don Juan y tu paisaje,
en esta hora de verdad sincera.
Porque faltó mi voz en tu homenaje,
permite que en la pálida ribera
te pague en áureo verso mi barcaje.
en una piedra rosada,
que lleva una aurora fría
eternamente encantada.
Y la agria melancolía
de una soñada grandeza,
que es lo español (fantasía
con que adobar la pereza),
fué surgiendo de esa roca,
que es mi espejo,
línea a línea, plano a plano,
y mi boca de sed poca,
y, so el arco de mi cejo,
dos ojos de un ver lejano,
que yo quisiera tener
como están en tu escultura:
cavados en piedra dura,
en piedra, para no ver.
A los jóvenes poetas que me
honraron con su visita en Segovia.
más allá de la roca cenicienta
donde el chivo barbudo se encarama,
mansión de noche larga y fiebre lenta,
¿guardas mullida cama,
bajo seguro techo,
donde repose el huésped dolorido
del labio exangüe y el angosto pecho,
amplio balcón al campo florecido?
¡Hospital de la sierra!...
El tren, ligero,
rodea el monte y el pinar; emboca
por un desfiladero,
ya pasa al borde de tajada roca,
ya enarca, enhila o su convoy ajusta
al serpear de su carril de acero.
Por donde el tren avanza, sierra augusta,
ya te sé, peña a peña y rama a rama;
conozco el agrio olor de tu romero,
vi la amarilla flor de tu retama;
los cantuesos morados, los jarales
blancos de primavera; mucho soles
incendiar tus desnudos berrocales,
reverberar en tus macizas moles.
Mas hoy, mientras camina
el tren, en el saber de tus pastores
pienso no más y -perdonad, doctores-
rememoro la vieja medicina.
¿Ya no se cuecen flores de verbasco?
No hay milagros de hierba montesina?
¿No brota el agua santa del peñasco?
Hospital de la sierra, en tus mañanas
de auroras sin campanas,
cuando la niebla va por los barrancos
o, desgarrada en el azul, enreda
sus guedejones blancos
en los picos de la áspera roqueda;
cuando el doctor -sienes de plata- advierte
los gráficos del muro y examina
los diminutos pasos de la muerte,
del áureo microscopio en la platina,
oirán, en tus alcobas ordenadas,
orejas bien sutiles,
hundidas en las tibias almohadas,
el trajinar de estos ferrocarriles.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Lejos, Madrid se otea.
Y la locomotora
resuella, silba, humea
y su riel metálico devora,
ya sobre el ancho campo que verdea.
Mariposa montes, negra y dorada,
al azul de la abierta ventanilla
ha asomado un momento, y remozada,
una encina, de flor verdiamarilla...
Y pasan chopo y chopo en larga hilera,
los almendros del huerto junto al río...
Lejos quedó la amarga primavera
de la alta casa en Guadarrama frío.
las palabras de Saulo,
y en este claro día
hay ciruelos en flor y almendros rosados
y torres con cigüeñas,
y es aprendiz de ruiseñor todo pájaro,
y porque son las bodas de Francisco Romero
cantad conmigo: ¡Gaudeamus!
Ya el ceño de la turbia soltería
se borrará en dos frentes. ¡fortunati ambo!
De hoy más sabréis, esposos,
cuánto la sed apaga el limpio jarro,
y cuánto lienzo cabe
dentro de un cofre, y cuántos
son minutos de paz, si el ahora vierte
su eternidad menuda grano a grano.
Fundación del querer vuestros amores
-nunca olvidéis la hipérbole del vándalo-
y un mundo cada día, pan moreno
sobre manteles blancos.
De hoy más la tierra sea
vega florida a vuestro doble paso.
II
De su raza vieja,
tiene la palabra corta,
honda la sentencia.
III
Como el olivar,
mucho fruto lleva,
poca sombra da.
IV
En su claro verso
se canta y medita
sin grito ni ceño.
V
Y en perfecto rimo
-así a la vera del agua
el doble chopo del río-.
VII
Tienen sus canciones
aromas y acíbar
de viejos amores.
Y del indio sol
madurez de fruta
de rico sabor.
VIII
Francisco A. de Icaza,
de la España vieja
y de Nueva España,
que en áureo centén
se grabe tu lira
y tu perfil de virrey.
que es alma, a nuestro modo, le ofrecimos.
Y él aceptó la oferta, porque sabe
cuanto de lejos cerca le tuvimos,
y cuanto exilio en la presencia cabe.
Hoy, Xenius, hacia ti, viejo milano
las anchas alas en el aire ha abierto,
y una mata de espliego castellano
lleva en el pico, a tu jardín diserto
-mirto y laureles- desde el alto llano
en donde el viento cimbra el chopo yerto.
(Ávila, 1921)
I
Y al recuerdo obediente, negra encina
brota en el cerro, baja el chopo al río;
el pastor va subiendo a la colina;
brilla un balcón de la ciudad: el mío,
el nuestro. ¿Ves? Hacia Aragón, lejana,
la sierra de Moncayo, blanca y rosa...
Mira el incendio de esa nube grana,
y aquella estrella en el azul, esposa.
Tras el Duero, la loma de Santana
se amorata en la tarde silenciosa.
II
¿Por qué, decisme, hacia los altos llanos,
huye mi corazón de esta ribera,
y en tierra labradora y marinera
suspiro por los yermos castellanos?
Nadie elige su amor. Llevóme un día
mi destino a los grises calvijares
donde ahuyenta al caer la nieve fría
las sombras de los muertos encinares.
De aquel trozo de España, alto y roquero,
hoy traigo a ti, Guadalquivir florido,
una mata del áspero romero.
Mi corazón está donde ha nacido,
no a la vida, al amor, cerca del Duero...
¡El muro blanco y el ciprés erguido!
(Sevilla, 1919)
III
Las ascuas de un crepúsculo, señora,
rota la parda nube de tormenta,
han pintado en la roca cenicienta
de lueñe cerro un resplandor de aurora.
Una aurora cuajada en roca fría
que es asombro y pavor del caminante
más que fiero león en claro día,
o en garganta de monte osa gigante.
Con el incendio de un amor, prendido
al turbio sueño de esperanza y miedo,
yo voy hacia la mar, hacia el olvido,
-y no como a la noche ese roquedo,
al girar del planeta ensombrecido-.
No me llaméis, porque tornar no puedo.
IV
¡Oh soledad, mi sola compañía,
oh musa del portento, que el vocablo
diste a mi voz que nunca te pedía!,
responde a mi pregunta: ¿con quién hablo?
Ausente de ruidosa mascarada,
divierto mi tristeza sin amigo,
contigo, dueña de la faz velada,
siempre velada al dialogar conmigo.
Hoy pienso: este que soy será quien sea;
no es ya mi grave enigma este semblante
que en el íntimo espejo se recrea,
sino el misterio de tu voz amante.
Descúbreme tu rostro, que yo vea
fijos en mí tus ojos de diamante.
De mi cartera
Apuntes de 1902
II
Canto y cuento es la poesía.
Se canta una viva historia,
contando su melodía.
III
Crea el alma sus riberas;
montes de ceniza y plomo,
sotillos de primavera.
IV
Toda la imaginería
que no ha brotado del río
barata bisutería.
V
Prefiere la rima pobre,
la asonancia indefinida.
Cuando nada cuenta el canto,
acaso huelga la rima.
VI
Verso libre, verso libre...
Líbrate, mejor, del verso
cuando te esclavice.
VII
La rima verbal y pobre,
y temporal, es la rica.
El adjetivo y el nombre,
remansos del agua limpia,
son accidentes del verbo
en la gramática lírica,
del Hoy que será Mañana,
del Ayer que es Todavía.
(1924)