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El mismo don Quijote, al salir de la cueva de Montesinos, símbolo de lo intemporal, se empeña, sin embargo, en fijar la duración de su permanencia en ella, aunque la cuenta de su experiencia poética (tiempo psicológico) difiera de la cuenta de la experiencia vivida de sus interlocutores (tiempo cronológico), infra, cap. IX.

 

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Utilizo la recopilación de J. de Entrambasaguas, Cristóbal Lozano, Historias y leyendas, Clásicos Castellanos, I, Madrid, 1943, pp. 3-10. Sobre Lozano, cf. el libro del mismo Entrambasaguas, El doctor Cristóbal Lozano, Madrid, 1927, publicado, además, en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, XLVIII (1927) y XLIX (1928). Sobre un aspecto de su labor tradicional, véase R. Menéndez Pidal, Floresta de leyendas heroicas españolas. Rodrigo, el último godo, Clásicos Castellanos, III, Madrid, 1927, pp. 6-10. La obra en que Lozano inserta el cuento tiene como propósito narrar la vida del rey David, según la Biblia y otras fuentes. Es una trilogía (David perseguido, El rey penitente David arrepentido y El gran hijo de David más perseguido) dividida en siete partes, la última de las cuales fue escrita por su sobrino Gaspar Lozano Montesinos. La vida de David le sirve como excusa para acumular un crecidísimo número de tradiciones que suelen ahogar el argumento principal.

 

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Publicado por Alfons Hilka, «Eine spanische Volksromance», Modern Philology, XXXVII (1929-1930), pp. 419-426.

 

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Este ejemplo de versificación no es caso único. Las leidísimas obras de Lozano dieron origen a otros romances. Del episodio de Lisardo en sus Soledades de la vida (que más tarde inspiró a Espronceda, El estudiante de Salamanca, y a Zorrilla, El capitán Montoya) se hicieron por lo menos dos romances que recogió Durán, Biblioteca de Autores Españoles, XVI, pp. 264-268; cf. además, Entrambasaguas, Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, XLVIII (1927), p. 301.

 

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Hilka, que no consultó el David perseguido, compara el romance con el Bonum universale. Esta ignorancia del texto intermedio le lleva a adjudicar excesiva originalidad a Juan Méndez.

 

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Sobre todo esto, véase R. Menéndez Pidal, Romancero hispánico, Madrid, 1953, II, pp. 246-249.

 

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Junto con otras dos leyendas (El talismán y El montero de Espinosa) forma el volumen intitulado Vigilias del estío, Madrid, 1842. Se puede leer este poema en Obras de D. José Zorrilla, París, s. a., I, pp. 441-455. Cf. N. Alonso Cortés, Zorrilla. Su vida y sus obras, Valladolid, 19432; en las pp. 293-294 trata de nuestra composición.

 

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Cf. Entrambasaguas, Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, XLVIII (1927), p. 211; Alonso Cortés, op. cit., p. 294; J. Hurtado y A. González Palencia, Historia de la literatura española, Madrid, 19435, p. 510. Conviene deshacer un error: Entrambasaguas y Hurtado-Palencia afirman que el mismo cuento de Lozano (nuestro n.º 13) dio origen también a El talismán. No hay tal: la amistad de Jenaro y Federico en esta leyenda, tema de secundaria importancia, no se parece en nada a la del cuento de Lozano. En realidad, El talismán es reelaboración de un tema legendario que Zorrilla ya había utilizado en Para verdades, el tiempo, y para justicia, Dios. Cf. G. Guastavino Gallent, «La leyenda de la cabeza», Revista de Filología Española, XXVI (1942), pp. 27-29, y Alonso Cortés, op. cit., p. 294.

 

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Véase, por ejemplo, el desmayadísimo final: «Con eso, lector, si hasta ahora / gratos mis cuentos te son, / Dios me lo premie en el cielo, / demándemelo sinó. / Con que si te placen cómpralos / y con la ayuda de Dios, / haremos cuanto pudiéremos / entre el editor y yo».

 

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Soy el primero en reconocer que esta sección será la más incompleta. La literatura dramática, en especial, verdadero mar sin fondo, producirá sin duda muchos más ejemplos. Así y todo, me decido a incluir aquí los pocos que he recogido para que el lector tenga mejor idea de la difusión del tema.