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Pueblos, oíd; en nombre |
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de la sublime caridad cristiana, |
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oíd; que no del hombre |
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en la conciencia, vana |
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ni estéril esta voz, dulce y piadosa, |
5 |
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fue a resonar jamás. ¡No, nunca! Pudo |
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del bárbaro del Norte el brazo airado |
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sobre Europa caer, de encono ciego; |
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alzar pudo, entre fuego, |
|
|
con sangre y con cenizas amasado, |
10 |
|
|
sobre la tierra atónita su solio; |
|
|
mas el furor de su opresora planta, |
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|
la tiránica ley de su hacha impía, |
|
|
todo cesó cuando, -¡Piedad!- clamaron |
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las vírgenes ocultas |
15 |
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bajo el amplio dosel del Capitolio... |
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|
Y ¿quién, sino este acento |
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contuvo en su carrera asoladora |
|
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al infausto Alarico y al sangriento |
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Odoacro feroz? ¿Quién la en mal hora [176] |
20 |
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comenzada pelea, sostenida |
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por dos pueblos indómitos del Rhino |
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en la margen florida, |
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maldijo y condenó -bárbara guerra-, |
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|
escándalo del siglo y de la tierra? |
25 |
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|
¡La caridad tan sólo! Ella, que mora |
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en átomos y mundos; ella, aliento |
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|
de la inmensa creación, alma que vela, |
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|
como eterno, inmutable centinela |
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de cuanto Dios a su mirada fía, |
30 |
|
|
por el orden del mundo y la armonía. |
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|
¡España! Hermanos míos, |
|
|
los que españoles sois, los que en la Historia |
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|
tantos timbres tenéis de inmarcesible |
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no profanada gloria; |
35 |
|
|
¡oh, sí! Escuchad el cántico vehemente |
|
|
de mi entusiasta lira: |
|
|
por nuestra paz ha muerto el que la inspira, |
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|
¡y paz ha de llevar de gente en gente! |
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¡Ay! De la orilla plácida del Duero |
40 |
|
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a las feraces crestas de Barcino, |
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oigo el monstruo bramar... Del monte al llano |
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|
corre la sedición, y a la pelea |
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|
concitando los hombres, doquier miro |
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|
allí el pendón guerrero al viento ondea. |
45 |
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|
El alma opresa por angustia extraña, |
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|
en vano tiendo con afán mis ojos |
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del llano a la montaña, |
|
|
y en vano clamo y digo: |
|
|
«¿Dónde está el extranjero, el enemigo |
50 |
|
|
de mi querida España?» |
|
|
¡Que nadie me responde |
|
|
más que mis propios ecos, que se pierden |
|
|
vibrando «¡dónde... dónde!...» |
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|
¿Será que de Cartago [177] |
55 |
|
|
las errantes legiones aguerridas |
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|
vuelven a sorprender nuestras moradas, |
|
|
desolación y estrago |
|
|
sembrando por doquier, mientras dormidas |
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en paz y descuidadas |
60 |
|
|
yacen nuestras mujeres adoradas? |
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|
¿Será que en nuestro suelo |
|
|
se oye otra vez rodar el ominoso |
|
|
carro triunfal del César, codicioso |
|
|
de engarzar a su férrida guirnalda |
65 |
|
|
la fúlgida esmeralda |
|
|
que del jardín de Hesperia ostenta el cielo? |
|
|
¿O es, acaso, que el águila de Jena |
|
|
quiere, torpe, burlar de la bravura |
|
|
del león español, cuya melena |
70 |
|
|
al erizarse ayer le dio pavura, |
|
|
burlando así su imbécil arrogancia? |
|
|
¡Oh, no! Sagunto fue..., pasó Numancia, |
|
|
y el águila orgullosa, |
|
|
de muerte herida en nuestro suelo, llena |
75 |
|
|
de amargura cruel, plegó sus alas |
|
|
y rodó moribunda y temblorosa |
|
|
sobre el pardo peñón de Santa Elena. |
|
|
¡Ya no es del extranjero, |
|
|
oh, españoles, la sangre generosa |
80 |
|
|
que hoy mancha vuestro acero! |
|
|
Los que ayer con vosotros pelearon |
|
|
y en vuestras propias filas confundidos |
|
|
¡Independencia y libertad! gritaron |
|
|
triunfantes o vencidos; |
85 |
|
|
los que ayer con benéfica ternura |
|
|
vendaron vuestra herida, |
|
|
cuando tras la batalla, en noche obscura, |
|
|
quedabais en el campo a la ventura, |
|
|
apenas con un hálito de vida; |
90 |
|
|
los que ayer con vosotros, trasmontando |
|
|
del mar inmenso las hinchadas olas, |
|
|
fueron la estrecha tierra dilatando, [178] |
|
|
con vosotros partiendo y conquistando |
|
|
cien magníficas glorias españolas, |
95 |
|
|
esos (¡ay, cuánta mengua!) |
|
|
son los que sacrifica vuestra mano. |
|
|
¿Con qué derecho, ni por qué? ¿Qué insano, |
|
|
qué mezquino interés el brazo guía |
|
|
que discordia sembró en el suelo hispano? |
100 |
|
|
¿Qué ley creyó cumplir?... ¡Vana porfía! |
|
|
¡No hay derecho ni ley contra el hermano! |
|
|
¿Y acaso no lo son? ¿No son amigos |
|
|
esos que así se matan y arruinan, |
|
|
esos que, como genios implacables, |
105 |
|
|
que eternamente se odian y abominan, |
|
|
se retan con furor y se persiguen, |
|
|
se acechan, se amenazan, |
|
|
y en su lucha tenaz se despedazan, |
|
|
se destrozan, se aventan y exterminan?... |
110 |
|
|
¡Cuán torpe, cuán horrible, |
|
|
cuán despiadado encono! ¿Y es posible |
|
|
que esas manos que se alzan, empuñando |
|
|
el arma fratricida; esos puñales |
|
|
que caen, desgarrando |
115 |
|
|
corazones valientes y leales, |
|
|
no vacilen un punto, contemplando |
|
|
la aflicción de la patria y la memoria |
|
|
que de este crimen va a guardar la Historia? |
|
|
¿Será posible, cuando ya del hombre |
120 |
|
|
cesó la esclavitud, y conquistados |
|
|
sus derechos están y consagrados; |
|
|
cuando la libertad tiene las puertas |
|
|
del templo de la patria a la cultura |
|
|
y a la justicia abiertas, |
125 |
|
|
será posible, ¡oh Dios!, guerra tan dura? |
|
|
|
|
|
Sacerdotes del bueno, del paciente, |
|
|
del humilde Jesús crucificado: [179] |
|
|
venid a unir vuestra oración ferviente |
|
|
al clamor de mi pecho desolado; |
130 |
|
|
que vuestra lengua dulce y elocuente |
|
|
como el laúd armónico e inspirado |
|
|
del profeta de Sión, dará a la mía |
|
|
raudales de potente poesía. |
|
|
Acudid a mi ruego, |
135 |
|
|
ministros del Señor, acudid luego, |
|
|
¡ah! ¡Que las llamas del incendio cunden, |
|
|
que arde el santuario y sus altares se hunden |
|
|
en candescentes piélagos de fuego!... |
|
|
Mas... ¡loco afán! El sacerdote impío |
140 |
|
|
no atiende al ruego mío, |
|
|
y aleve, y parricida, |
|
|
hirviendo el negro corazón en saña, |
|
|
él es quizá el primero |
|
|
que hunde el puñal artero |
145 |
|
|
en el seno amantísimo de España. |
|
|
Él, quien el exterminio preconiza; |
|
|
él, quien las ascuas de ese incendio atiza; |
|
|
él quien huella la urna donde mora |
|
|
la Hostia Sacrosanta, |
150 |
|
|
y él, quien, allí donde el Señor se adora, |
|
|
gritos de muerte y destrucción levanta. |
|
|
Y en tanto..., en tanto, ¿dónde |
|
|
está esa juventud, cuya pupila |
|
|
desentrañar pudiera el hondo arcano |
155 |
|
|
de la inmortalidad; esa esperanza |
|
|
perpetua de los siglos, que produjo |
|
|
a Franklin y Lincoln, ese lozano |
|
|
plantel de gayas flores, cuyas hojas |
|
|
llámanse Herrera, Meyerbeer, Tizziano? |
160 |
|
|
-¡Como rosa en capullo marchitada, |
|
|
como rayo de luz, que el torbellino |
|
|
mató, sin que llegara a su destino, |
|
|
así rueda, así muere malograda! |
|
|
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . |
|
|
¡Guerra civil, maldita [180] |
165 |
|
|
mil veces, insaciable matadora, |
|
|
y contigo, maldito el que a tus aras |
|
|
lleva el haz y la tea destructora, |
|
|
el que al monstruo aplastado resucita |
|
|
y ve llorar la patria y ¡ay! no llora! |
170 |
|
|
|
|
|
Héroes, que en inhumano |
|
|
combate, confundidos como fieras, |
|
|
sois el oprobio del linaje humano, |
|
|
la enseña de la paz llevo en mi mano: |
|
|
¡Yo os mando abandonar esas trincheras! |
175 |
|
|
¡Ah! La sangre del Santo generosa |
|
|
que dejó del Calvario reteñida |
|
|
la cúspide escabrosa, |
|
|
no correrá jamás infructuosa |
|
|
por las áridas cuestas de la vida... |
180 |
|
|
¿Buscáis la libertad? Pues de ella en nombre |
|
|
dejad el hierro que fulmina muerte. |
|
|
¿La opresión pretendéis? ¡Qué otra más fuerte |
|
|
que los lazos de amor que atan al hombre! |
|
|
¡Asesinos, atrás! No más vergüenza |
185 |
|
|
deis a la Europa, que enojada os mira. |
|
|
¡Ay del Caín que de su hermano venza! |
|
|
¡Ay del Abel que en esa lucha expira! |
|
|
Madrid, 1874. [181] |
|
|
|
|
|
  La canción de Vilinch
|
(4) |
|
|
Cuando de nuestra patria por los confines |
|
|
vibraba el son guerrero de los clarines |
|
|
y de sus nobles hijos la sangre brava |
|
|
estéril en los campos se derramaba, |
|
|
porque del fácil triunfo tras los horrores, |
5 |
|
|
al contemplar en ella tintas sus manos |
|
|
notaban con vergüenza que eran hermanos |
|
|
del lidiador vencido los vencedores; |
|
|
|
|
|
como el canto de un ave triste y doliente |
|
|
sofocado entre el ruido que alza el torrente; |
10 |
|
|
como de hoja que rueda queja exhalada, |
|
|
del viento desoída y al viento dada, |
|
|
del campo de la lucha sobre la arena, |
|
|
que ensangrientan los genios de la discordia, |
|
|
mientras la bala silba y el bronce truena, |
15 |
|
|
se alza una voz que clama: ¡Misericordia! [182] |
|
|
|
|
|
En la sombría falda del alto cerro, |
|
|
monstruo que una corona ciñe de hierro, |
|
|
al pie de Mendizorrot, en cuyo lomo |
|
|
se abre un volcán que arroja candente plomo, |
20 |
|
|
hay una pobre choza, sencilla y blanca, |
|
|
nido de golondrina rústico y breve, |
|
|
cuya puerta, al herido soldado, franca, |
|
|
jamás para cerrarse sus goznes mueve. |
|
|
|
|
|
Campestres florecillas son el adorno |
25 |
|
|
de la casita blanca de aquel contorno; |
|
|
nadie de sus linderos cerca transita |
|
|
que no bendiga el nombre del que la habita. |
|
|
Y es que, desde que al viento se izó en España |
|
|
el estandarte negro de la discordia, |
30 |
|
|
de la florida choza de la montaña |
|
|
sale la voz que dice: ¡Misericordia! |
|
|
|
|
|
Pronto la paz ansiada llegar debía, |
|
|
y el triunfo era esperado que la traería. |
|
|
¡Ya se acerca la hora! Ya el bronce estalla, |
35 |
|
|
ya comienza la ruda final batalla; |
|
|
ya en guerrilla despliegan los batallones |
|
|
al clamor estridente de la corneta, |
|
|
y marchan al galope los escuadrones |
|
|
del monte por la abrupta pendiente escueta. |
40 |
|
|
|
|
|
¡Ay, de las pobres madres que en las montañas |
|
|
tienen los pedacitos de sus entrañas!... |
|
|
¡Ay, de la dulce novia que amante espera |
|
|
unirse al que su mano le prometiera!... |
|
|
¡No volverán!... De rabia su seno henchido, |
45 |
|
|
ebrios con los vapores de la discordia, |
|
|
van a morir, sin que antes llegue a su oído |
|
|
ese acento que clama: ¡Misericordia! |
|
|
|
|
|
En la chocita blanca del monte inculto, |
|
|
dónde a la patria rinde, sagrado culto, [183] |
50 |
|
|
del amor de sus hijos puesto al amparo, |
|
|
vive VILINCH, el tierno poeta euskaro. |
|
|
Allí fue donde, alegre, cantó otros días |
|
|
del hogar las venturas y los amores, |
|
|
de los campestres bailes las armonías, |
55 |
|
|
de Conchesi los ojos fascinadores. |
|
|
|
|
|
Allí donde abrasarse sintió en la llama |
|
|
destello de los cielos, que al poeta inflama; |
|
|
allí donde su numen fluyó sonoro |
|
|
torrentes de poesía de ritmo de oro. |
60 |
|
|
Muerta, empero, la calma porque suspira, |
|
|
sepultado en la hoguera de la discordia, |
|
|
ya no tiene más cantos su blanda lira |
|
|
que esta plegaria eterna: ¡Misericordia! |
|
|
|
|
|
Cataratas de sangre precipitadas |
65 |
|
|
ruedan de los oteros a las cañadas, |
|
|
y desde las cañadas a los oteros |
|
|
densos vapores rojos trepan ligeros. |
|
|
¡Como un antro la tierra se abre sombría, |
|
|
como una forja el cielo rayos desata, |
70 |
|
|
hiere como una espada la luz del día, |
|
|
el aire como fuego calcina y mata!... |
|
|
|
|
|
«¡Otra vez a la puerta de mi vivienda |
|
|
»ruge la maldecida civil contienda! |
|
|
»venid y orad conmigo, mis pobres niños; |
75 |
|
|
»¡Dios acepta y comprende vuestros cariños! |
|
|
»Ved, comienza de nuevo la horrible lucha; |
|
|
»suena otra vez el grito de la discordia... |
|
|
»¡Orad por los que quedan! ¡Dios, que os escucha, |
|
|
»tendrá de los que mueren misericordia!» |
80 |
|
|
|
|
|
Dijo VILINCH; y ronco, del negro fuerte |
|
|
cantando por los aires himnos de muerte, |
|
|
un proyectil avanza que hunde la choza |
|
|
y al mísero poeta hiere y destroza. [184] |
|
|
Aquella bala el triunfo por fin decide; |
85 |
|
|
el sol de la victoria refulge santo, |
|
|
y el vencedor, tranquilo, los lauros pide |
|
|
que el vencido, insepulto, regó con llanto. |
|
|
|
|
|
¡Guerra civil funesta! ¡Deidad impía, |
|
|
a cuyo espectro aún tiembla la patria mía! |
90 |
|
|
¡Castigo de los hombres y las ideas, |
|
|
pues no respetas nada, maldita seas! |
|
|
Tú de VILINCH las quejas has desoído |
|
|
en que de ti imploraba paz y concordia; |
|
|
¡ya que del pobre vate no la has tenido, |
95 |
|
|
nadie te tenga nunca misericordia! |
|
|
1875. [185] |
|
A la poetisa doña Emilia Calé y Torres de Quintero en la inauguración de la sociedad
«Galicia Literaria»
|
|
|
|
Al soplo generadas de mi entusiasmo ardiente, |
|
|
de sentimiento ricas, si pobres de color, |
|
|
también a este concierto magnífico, esplendente, |
|
|
mi lira trae su nota y mi jardín su flor. |
|
|
Ingratas, tal vez, ambas a mi ansiedad vehemente, |
5 |
|
|
ni una tendrá, armonía, ni otra fragante olor; |
|
|
mas ellas son, señora, el único presente |
|
|
que puede hacer el cuervo al dulce ruiseñor. |
|
|
|
|
|
La flor que aquí os ofrezco, al ramillete unida, |
|
|
con que nacientes genios os van a regalar, |
10 |
|
|
allá en los frescos valles ha sido recogida |
|
|
por donde corre el Miño precipitado al mar. |
|
|
Y la entusiasta nota del canto desprendida |
|
|
que más sonoras arpas os han de dedicar, |
|
|
de mis montañas eco, llegó hasta mí perdida |
15 |
|
|
del céfiro en las alas que perfumó mi hogar. |
|
|
|
|
|
Por eso suenan tristes, señora, mis cantares; |
|
|
de las montañas hijos, así sencillos son; [187] |
|
|
como ellas en los lagos sus bosques seculares, |
|
|
retrato yo en mis versos mi propio corazón. |
20 |
|
|
Como ellas sus tesoros, yo guardo mis pesares; |
|
|
como ellas sus leyendas, yo callo mi aflicción; |
|
|
pues mísera avecilla lanzada de sus lares, |
|
|
las avecillas busco que entiendan mi canción. |
|
|
|
|
|
Cual yo, también, huyendo de sus deshechos nidos |
25 |
|
|
al desolado impulso de recio vendaval, |
|
|
dispersos por la tierra que pueblan de gemidos, |
|
|
se alejan los cantores de mi país natal... |
|
|
Los viejos robledales, del viento sacudidos, |
|
|
su ausencia lamentaron con eco funeral, |
30 |
|
|
en tanto que en tinieblas y soledad perdidos |
|
|
de la soñada patria va en busca cada cual. |
|
|
|
|
|
¿Quién unirá en un foco solar, resplandeciente |
|
|
los irisados rayos de la dispersa luz, |
|
|
para que, astral antorcha, su disco refulgente |
35 |
|
|
disipe de esas sombras el lóbrego capuz? |
|
|
¿Quién trocará en estrella, que brille eternamente |
|
|
del polvo levantándolo, al triste noctiluz? |
|
|
¿Qué tierna Berenice enjugará la frente |
|
|
del mártir que se aleja cargado con su cruz?... |
40 |
|
|
|
|
|
¡Ah! Yo le vi de Irlanda vagar entre la bruma, |
|
|
de América en los bosques, del Himalaya al pie, |
|
|
doquiera, ave canora, dejando en pos su pluma |
|
|
y sus cantares, llenos de patrio amor y fe. |
|
|
Del mar cortando a veces la enfurecida espuma, |
45 |
|
|
como el clamor de un náufrago sus gritos escuché, |
|
|
y en vano, en la impotencia que mi destino abruma, |
|
|
mi afán salvarle quiso... ¡También yo naufragué! |
|
|
|
|
|
¿Y adónde irá la nave que cruza el mar sin guía? |
|
|
¿Adónde irá la nave que al viento se fío? [188] |
50 |
|
|
¿No la herirá el escollo, si un punto se desvía |
|
|
del rumbo que a su marcha la brújula marcó? |
|
|
Así, la caravana que, de la patria mía, |
|
|
tras ilusorios bienes los límites salvó, |
|
|
se perderá en la noche, sin que halle en su agonía |
55 |
|
|
el encantado oasis que loca se fingió. |
|
|
|
|
|
¡Salvadla vos, señora!, ya que al reclamo blando |
|
|
y en torno de la jaula del pájaro gentil |
|
|
acuden hoy alegres, en armonioso bando, |
|
|
las aves que os aclaman honor de su pensil. |
60 |
|
|
Mandadlas vos, que es dulce y es tierno vuestro mando; |
|
|
inspire vuestro acento sus arpas de marfil, |
|
|
e irá la vieja Suevia más glorias recabando |
|
|
que flores las praderas ostentan por abril. |
|
|
|
|
|
En torno vuestro juntos los bardos hoy distantes, |
65 |
|
|
con vos podrán o un tiempo sus coros ensayar, |
|
|
y unidos a los vuestros sus himnos resonantes |
|
|
las huestes redentoras de cólera inflamar. |
|
|
Fortaleced, en tanto, las almas vacilantes |
|
|
que al tedio se abandonan, cansadas de esperar; |
70 |
|
|
¡decidlas que, cercados de monstruos y gigantes, |
|
|
a combatir nos llaman y es hora de luchar! |
|
|
|
|
|
Cumplido ya mi voto, conmigo consecuente, |
|
|
mi canto aquí suspendo, por que otro oigáis mejor; |
|
|
que ya en este concierto magnífico, esplendente, |
75 |
|
|
dejó su nota mi arpa y mi jardín su flor. |
|
|
Si a mi ambición ingratas y a mi ansiedad vehemente |
|
|
ni una os brindó armonía, ni otra fragante olor, |
|
|
sabed que éste es, señora, el único presente |
|
|
que pudo hacer el cuervo al dulce ruiseñor. [189] |
80 |
|
|
|
|
|
Cercana ya la hora de mi partida, |
|
|
Marina, vengo a darte mi despedida. |
|
|
De noche vengo, |
|
|
porque de hablarte a solas |
|
|
afanes tengo. |
5 |
|
|
|
|
|
Ningún ruido mundano nos importuna. |
|
|
Silenciosa en el cielo brilla la luna; |
|
|
zumba en el sauce |
|
|
la brisa, y el arroyo |
|
|
gime en su cauce. |
10 |
|
|
|
|
|
Sólo entre tumbas mi alma feliz se encuentra: |
|
|
¡mi dicha toda en ella se reconcentra!... |
|
|
Lugar bendito, [196] |
|
|
el sepulcro es el pórtico |
|
|
del infinito. |
15 |
|
|
|
|
|
Ya de tu lecho al lado, paloma mía, |
|
|
oye al amante arrullo de mi poesía; |
|
|
oye mi canto, |
|
|
lleno de los rumores |
|
|
del camposanto. |
20 |
|
|
|
|
|
Cuantos viva te amaron, que has muerto han dicho, |
|
|
y regaron con lágrimas tu blanco nicho. |
|
|
¿Por qué eso hicieron? |
|
|
Los niños, cual los ángeles, |
|
|
jamás murieron. |
25 |
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|
Cuando caen en la tumba, de Dios reciben |
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|
nuevo aliento de vida y aquí reviven. |
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Del viejo germen |
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|
privados, son los muertos |
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vivos que duermen. |
30 |
|
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¿Qué hijo para su madre murió del todo? |
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|
Morirá ella: su hijo, de ningún modo. |
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|
Si se muriera, |
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Dios, por sola una lágrima |
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|
se lo volviera. |
35 |
|
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|
¡Oh! ¿No es verdad, Marina, que no estás muerta? |
|
|
¡Mienten los que tu muerte me dan por cierta! [197] |
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Tú estás dormida... |
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|
¡Niña, despierta y oye |
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|
mi despedida! |
40 |
|
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|
Yo soy el que, prendado de tus hechizos, |
|
|
te he mecido en mis brazos, peiné tus rizos, |
|
|
cuidé tus flores |
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|
y te adormí, cantándote |
|
|
cuentos de amores. |
45 |
|
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|
Yo soy el que, celoso de tu cariño, |
|
|
por jugar con la niña tornose niño, |
|
|
corriendo ufano |
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|
tras la insegura huella |
|
|
de tu pie enano. |
50 |
|
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|
|
¿Me olvidaste, Marina?... ¡Yo no te olvido! |
|
|
¡Cómo olvidar tu boca de gracias nido, |
|
|
ni tu mirada, |
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|
cielo en que centellea |
|
|
luz increada! |
55 |
|
|
|
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|
No olvidé de tu frente, de sueños urna, |
|
|
la expresión ya arrogante, ya taciturna |
|
|
de ave intranquila, |
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|
que al cruzar sobre abismos |
|
|
teme y vacila. |
60 |
|
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|
No olvidé tu voz tierna, dulce y sonora |
|
|
como un vago preludio de guzla mora; [198] |
|
|
ni tu pestaña. |
|
|
De azules proyecciones |
|
|
de sombra extraña... |
65 |
|
|
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|
Si una nota recoges de las que pierdo |
|
|
el fantasma evocando de tus recuerdos; |
|
|
si el son amargo |
|
|
de mi endecha te arranca |
|
|
de tu letargo, |
70 |
|
|
|
|
|
rompe el crespón que envuelve tu sepultura, |
|
|
reclínate en su marco de piedra dura, |
|
|
y háblame..., alegra |
|
|
mi alma triste, cual náufrago |
|
|
en noche negra. |
75 |
|
|
|
|
|
De tu almohada de mármol alza la frente |
|
|
y muéstrame tu hermosa faz sonriente... |
|
|
¡En esa fría |
|
|
soledad tendrás miedo, |
|
|
rubita mía!... |
80 |
|
|
|
|
|
Mas no temas: al eco de mis cantares, |
|
|
bañada por los tibios rayos lunares, |
|
|
con rumor de onda, |
|
|
turba de niños muertos |
|
|
tu nicho ronda. |
85 |
|
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|
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|
Del misterio inefable de su existencia |
|
|
vienen íntima a hacerte la confidencia. [199] |
|
|
¡Cuánto han sufrido! |
|
|
¡Cuánto más que la losa |
|
|
pesa el olvido! |
90 |
|
|
|
|
|
Para ellos ningún arpa mueve su cuerda, |
|
|
y tú tienes, bien mío, quien te recuerda; |
|
|
tienes tu historia |
|
|
y de ellos nadie, nadie |
|
|
guarda memoria. |
95 |
|
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|
|
|
¡No temas, no! Si hoy lejos me lleva el hado, |
|
|
mi espíritu por siempre queda a tu lado, |
|
|
velando en calma |
|
|
por estas calles lóbregas |
|
|
tu joven alma. |
100 |
|
|
|
|
|
Tus recuerdos de gloria mi vida encantan |
|
|
y en mi pecho tu imagen dulce agigantan; |
|
|
doyles abrigo, |
|
|
y doquier me encamine |
|
|
vendrán conmigo. |
105 |
|
|
|
|
|
Por eso, hoy que en mi barca lejos se parte, |
|
|
no dejaré la playa mi adiós sin darte. |
|
|
¡Adiós Marina; |
|
|
nota de un himno angélico, |
|
|
flor matutina! [200] |
110 |
|
|
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|
Hija del renegado que se hizo moro |
|
|
por robarme una hermana que era un tesoro, |
|
|
y después de robarla se fue a esa tierra |
|
|
a vivir ese perro conmigo en guerra; |
|
|
mal que a tu padre pese, bella cristiana, |
5 |
|
|
mientras mi dromedario su sed mitiga, |
|
|
ya que en tus venas llevas sangre africana, |
|
|
ha de cantar tus gracias mi guzla amiga. |
|
|
|
|
|
Como no caben juntos Mahoma y Cristo, |
|
|
ni yo a ti te conozco ni tú me has visto, |
10 |
|
|
tú allá con tus señores y tus fetiches, |
|
|
yo acá con mis guerreros y mis derviches; |
|
|
mas sé por los cautivos que entre cadenas |
|
|
llegan aquí, llorando su ruin fortuna, |
|
|
que para ser amadas, las nazarenas; |
15 |
|
|
y entre las nazarenas, cual tú, ninguna. |
|
|
|
|
|
Sé que tu esbelto talle vence y supera |
|
|
la esbeltez ondulante de la palmera; [201] |
|
|
que cuando tú sonríes todo amanece |
|
|
y todo, cuando lloras, ¡ay!, se entristece. |
20 |
|
|
Si es verdad lo que dicen, cristiana mía, |
|
|
mientras tú no despiertas, el sol no asoma, |
|
|
mientras tú no la cantas, no hay poesía, |
|
|
mientras tú no la riegas, la flor no aroma. |
|
|
|
|
|
Sé que de tu mirada la luz extrema |
25 |
|
|
de la muerte y la vida fija el dilema; |
|
|
mata si es odio y rabia lo que la incita, |
|
|
y si amor, al que mata... lo resucita. |
|
|
Sé que tu acento suave tiene murmullos |
|
|
de hojas que el aura besa fresca y riente, |
30 |
|
|
de niño adormecido quejas y arrullos, |
|
|
cadencias y armonías de agua corriente. |
|
|
|
|
|
Sé que tu aliento mágico embriaga como |
|
|
la esencia concentrada del cinamomo; |
|
|
que tu palabra limpia se paladea |
35 |
|
|
como un panal dulcísimo de miel de Hiblea; |
|
|
pues dicen que a tus labios, cual dos corales, |
|
|
por un hilo de nieve mal divididos, |
|
|
como acuden los silfos a los rosales, |
|
|
acuden las abejas a hacer sus nidos. |
40 |
|
|
|
|
|
Sé que tu tez, más blanca que el alabastro, |
|
|
bajo tu crencha brilla cual brillo de astro, |
|
|
siendo sus resplandores fieles trasuntos |
|
|
del de Sirio y la Luna cuando están juntos. |
|
|
Y sé de un vil rabino que condenado |
45 |
|
|
del Corán a las gehennas y las serpientes, |
|
|
se libró del infierno porque ha rezado |
|
|
el rosario de perlas que hay en tus dientes. |
|
|
|
|
|
Y entre tantos hechizos que adoran tantos, |
|
|
sé cuál es el primero de tus encantos; |
50 |
|
|
sé que no amas, y puesto que no amas, eres |
|
|
la mujer más preciada de las mujeres. [202] |
|
|
Aún de tu alma el capullo no rodó herido |
|
|
por el simoun ardiente que troncha y quema, |
|
|
ni a la palabra infame se abrió tu oído |
55 |
|
|
que de Adán a la prole trajo anatema. |
|
|
|
|
|
¡Haces bien! Tú no sabes qué ardor se siente |
|
|
cuando en el pecho brota de amor la fuente, |
|
|
manantial de verano cuya agua impura |
|
|
da más sed a medida que más se apura. |
60 |
|
|
Antes de amar, bien mío, haz de ti en torno |
|
|
una cripta de bronce, vasta y cerrada, |
|
|
sepúltate en su seno como en un horno, |
|
|
¡morirás recocida, no esclavizada!... |
|
|
|
|
|
Mas ya mi dromedario su sed eterna |
65 |
|
|
calmó en las ondas turbias de la cisterna, |
|
|
y dilatando el ojo, con paso incierto |
|
|
me señala la ruta por el desierto... |
|
|
No puede detenerse mi caravana; |
|
|
la noche se avecina, llega la tarde; |
70 |
|
|
¡que la paz sea contigo, bella cristiana! |
|
|
¡Hija del renegado, que Alá te guarde! [203] |
|
De mi querido amigo M. H. y M., en su partida
|
|
|
|
Siempre que la tormenta desata sus furores |
|
|
y oigo bramar potente la voz del huracán, |
|
|
de súbito, asaltado por fúnebres temores, |
|
|
me acuerdo de los niños, las aves y las flores, |
|
|
y pienso: ¡Oh, cuánto, cuánto los pobres sufrirán! |
5 |
|
|
Y entonces, por volverles la apetecida calma, |
|
|
quisiera con mis brazos, a ser posible, hacer |
|
|
de un ángel para el niño la protectora palma; |
|
|
un nido para el ave del fondo de mi alma |
|
|
y de mi pecho un muro, la flor por guarecer. |
10 |
|
|
|
|
|
¡Ay! Huracán más rudo que el que azotó la sierra |
|
|
y devastó el poblado y descuajó el pinar, |
|
|
la infame, la sangrienta, la despiadada guerra |
|
|
sopló también de Cuba sobre la hermosa tierra, |
|
|
y amenazó de ruina vuestro tranquilo hogar. |
15 |
|
|
Ved: la infernal Quimera que triple horror aduna, |
|
|
al pie de vuestro lecho sus fauces viene a abrir; |
|
|
no ha respetado méritos, virtudes ni fortuna; [205] |
|
|
cual profanó el sepulcro profanará la cuna; |
|
|
¡nació sin esperanza, sin gloria ha de morir! |
20 |
|
|
|
|
|
Quizá hacéis bien huyéndole; mas ¡ah!, ¡con qué desvelo |
|
|
La Habana, en que nacisteis, os miro abandonar! |
|
|
De vuestra patria ausentes no encontraréis consuelo: |
|
|
para el que en ella nace no hay cielo cual su cielo, |
|
|
no hay noches cual sus noches, no hay mar como su
mar. |
25 |
|
|
Yo, que de los proscriptos la honda aflicción no ignoro; |
|
|
que en extranjeras playas reclinaré mi sien; |
|
|
que sé que es nuestra tierra nuestro mejor tesoro, |
|
|
vuestro dolor comprendo y con vosotras lloro, |
|
|
pues me arrancó a mis lares un huracán también. |
30 |
|
|
|
|
|
¿Qué importa que al destierro a que hoy os veis lanzadas |
|
|
os siga el ala pródiga del paternal amor, |
|
|
si os faltarán de Cuba las brisas perfumadas, |
|
|
sus amplios horizontes, sus nubes nacaradas, |
|
|
la paz de sus crepúsculos, su sol fecundador? |
35 |
|
|
Sí; yo a mi vez laméntome de esa terrible ausencia |
|
|
para vosotras dura, funesta para mí, |
|
|
que ya no hallaré bálsamo de mi alma a la dolencia |
|
|
en vuestra dulce charla, que evoca en su inocencia |
|
|
la charla de mis niños..., ¡los niños que perdí! |
40 |
|
|
|
|
|
De hoy más no ya las notas regalarán mi oído |
|
|
con que de vuestra madre la inspiración genial, |
|
|
al clave arrebatándolas, magistralmente herido, |
|
|
hizo llegar al fondo de mi ánimo abatido |
|
|
la fe y el entusiasmo de Weber y Gottschalk. [206] |
45 |
|
|
Ya no, cuando os visite, ruidosas y joviales |
|
|
saldréis como un enjambre mi abrazo a recibir, |
|
|
con gritos y aleteos de alondras tropicales, |
|
|
ni ya de vuestros labios los besos virginales, |
|
|
narcótico a mis penas, mi frente habréis de ungir. |
50 |
|
|
|
|
|
Ni estrecharé la mano del generoso amigo |
|
|
que al bien dispuesta siempre se me tendió leal, |
|
|
ni contra el tedio amargo que va doquier conmigo, |
|
|
de su jardín las frondas me prestarán su abrigo |
|
|
tras verdes pabellones de hiedra y malva real. |
55 |
|
|
Horas de suave encanto, de celestiales goces |
|
|
que la amistad acendran, templando el corazón, |
|
|
del bardo en el camino no así paséis veloces; |
|
|
¡tornad!, y entre las sombras de su existencia atroces, |
|
|
de nuevo el iris fúlgido tended de la ilusión. |
60 |
|
|
|
|
|
Adiós, lindas criollas. La inexorable saña |
|
|
del bárbaro destino que nos separa así, |
|
|
no haré que yo os olvide; por tierra propia o extraña |
|
|
mi pensamiento os sigue, mi amor os acompaña, |
|
|
en tanto muda y sola mi arpa os espera aquí. |
65 |
|
|
Mar, sobre cuyas olas se van las musas mías; |
|
|
nave que las aguardas para partir fugaz; |
|
|
viento que las conduces, estrella que las guías, |
|
|
llenad, llenad, su tránsito de luz y de armonías; |
|
|
¡Llevádmelas en triunfo! ¡Volvédmelas en paz! |
70 |
|
|
Habana, 1895. [207] |
|
|
|
|
|
Me lo contó un piel-roja cazado en la Luisiana: |
|
|
cuando el Señor los bosques de América pobló, |
|
|
dejó un espacio estéril en la extensión lozana, |
|
|
y en ese espacio yermo, de arena seca y vana, |
|
|
donde no nace el trébol ni crece la liana, |
5 |
|
|
el diablo plantó su árbol y luego... descansó. |
|
|
|
|
|
El suelo en que brotara, de savia y jugos falto, |
|
|
que interiormente cruzan en direcciones mil |
|
|
volcánicas corrientes de líquido basalto, |
|
|
de su raíz opúsose al invasor asalto, |
10 |
|
|
mientras su copa hiere, perdida allá en lo alto, |
|
|
el rayo tempestuoso, colérico y hostil. |
|
|
|
|
|
Así, por tierra y cielo sin tregua combatido, |
|
|
el árbol sus antenas tendió en obscura red |
|
|
por la ancha superficie del páramo abatido, |
15 |
|
|
y allí donde el cadáver hallaba de un vencido, [208] |
|
|
de las salvajes hordas al ímpetu caído, |
|
|
bebiéndole la sangre calmó su ardiente sed. |
|
|
|
|
|
El llanto de las tribus guerreras, derrotadas, |
|
|
nutrió su tronco débil prestándole vigor; |
20 |
|
|
y en misteriosa química, las savias combinadas |
|
|
de lágrimas y sangre por él asimiladas, |
|
|
pobláronle de vástagos punzantes como espadas, |
|
|
y de hojas lo cubrieron de cárdeno color. |
|
|
|
|
|
Sus ramas, por el viento de Septentrión mecidas, |
25 |
|
|
sonaban tristemente con canto funeral |
|
|
y, de la luna al beso lascivo estremecidas, |
|
|
en flores reventaron que, al aire suspendidas, |
|
|
vertían de sus cálices esencias corrompidas, |
|
|
la atmósfera impregnando de un hálito mortal. |
30 |
|
|
|
|
|
Leones y elefantes, su sombra pestilente |
|
|
temiendo, nunca osaron llegar en torno de él: |
|
|
sobre él desliza el ave sus alas raudamente, |
|
|
torció el jaguar su senda, si le encontró de frente, |
|
|
y el oso sibarita, que sus aromas siente, |
35 |
|
|
contémplale de lejos, soñando con su miel. |
|
|
|
|
|
Mas solamente grata la pulpa que destila |
|
|
a insectos y reptiles, del silfo al caracol, |
|
|
por ella, en torno al árbol, tenaz la mosca oscila, |
|
|
la araña encuentra en ella las gomas con que hila, |
40 |
|
|
y viene a saborearla, candente la pupila, |
|
|
el saurio, que dilata sus vértebras al sol. |
|
|
|
|
|
Por respirar sus densos efluvios penetrantes, |
|
|
la víbora abandona su rústico dosel; |
|
|
sus pútridos pantanos los cínifes vibrantes, |
45 |
|
|
sus hoyos las serpientes de escamas repugnantes, [209] |
|
|
sus matas las luciérnagas policromo-cambiantes, |
|
|
su hogar la salamandra de jaspeada piel; |
|
|
|
|
|
la oruga su capullo, que rompe con trabajo, |
|
|
su celda arquitectónica la abeja monacal, |
50 |
|
|
su limo la babosa perdida en el atajo, |
|
|
su lecho de detritus el sucio escarabajo, |
|
|
su llano la langosta, su charca el renacuajo |
|
|
su huevo el infusorio, la larva su cendal. |
|
|
|
|
|
Y de esa fauna exótica la multitud bravía, |
55 |
|
|
de entrambos hemisferios monstruosa producción, |
|
|
se cobijaba al árbol o nido en él hacía, |
|
|
en tanto que en su fronda magnifica y sombría |
|
|
los genios de los bosques, al fenecer el día, |
|
|
celebran conciliábulos de muerte y destrucción. [210] |
60 |
|
|
|
|
|
¡Hela! Brilla en mi sien la mensajera |
|
|
de la vejez sin brío. |
|
|
Cuando audaz asaltó mi cabellera |
|
|
sentí en el alma frío. |
|
|
¡Hela, sí! De la noche de mi vida |
5 |
|
|
constelación inerte, |
|
|
viene a alumbrar la apenas emprendida |
|
|
jornada de la muerte. |
|
|
Lava de mis volcanes apagada, |
|
|
humo de mis ideas, |
10 |
|
|
nieve caída en primavera helada, |
|
|
¡que bien venida seas! |
|
|
|
|
|
Perdieron ya los ríos sonorosos |
|
|
sus linfas azuladas, |
|
|
su verdura los árboles frondosos, |
15 |
|
|
su luz las alboradas. |
|
|
Perdieron ya las nubes sus suaves |
|
|
tintas y resplandores, |
|
|
sus perfumes las brisas, y las aves |
|
|
sus plumas de colores. [216] |
20 |
|
|
Declina el astro cuya luz galana |
|
|
la creación matiza. |
|
|
¡Todo es pálido ya como esta cana |
|
|
de color de ceniza! |
|
|
|
|
|
¡Ah! ¡Cuán presto cedió a la noche obscura |
25 |
|
|
la clara luz del día! |
|
|
¡Qué en breve se extinguió la llama pura |
|
|
de un sol que ayer lucía! |
|
|
¡Cómo se deshicieron, desmayados, |
|
|
cual sombras mortuorias, |
30 |
|
|
mis sueños de esperanza, coronados |
|
|
de triunfos y de gloria!... |
|
|
¿Dónde irán ya mis ojos que no vean |
|
|
escombros y ruinas? |
|
|
¿Qué palparán mis manos que no sean |
35 |
|
|
creaciones mortecinas? |
|
|
|
|
|
Yo sé el origen, con detalles crueles, |
|
|
de esta argentada hebra: |
|
|
¡alguien holló una flor en mis vergeles |
|
|
y espantó esta culebra!... |
40 |
|
|
Los que ficción creísteis la amargura |
|
|
que rebosa mi lira, |
|
|
¡decid si de esta cana la blancura |
|
|
es verdad o mentira! |
|
|
Decid, decid, los que creísteis vana |
45 |
|
|
mi infinita tristeza: |
|
|
¿quién, si no fue el dolor, prendió esta cana |
|
|
en mi joven cabeza? |
|
|
|
|
|
¡Respetad, insensatos, la tortura |
|
|
de un corazón ardiente, |
50 |
|
|
condenado a llevar ¡ay! prematura |
|
|
la vejez en la frente! |
|
|
Musgo en las tumbas y en el hombre canas, |
|
|
de muerte es signo cierto; [217] |
|
|
¡cuando en el hombre las halléis tempranas |
55 |
|
|
es que temprano ha muerto! |
|
|
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . |
|
|
Lava de mis volcanes apagada, |
|
|
humo de mis ideas, |
|
|
nieve caída en primavera helada, |
|
|
¡que bien venidas seas! [218] |
60 |
|
A la muerte de la Srta. D.ª M. M. B.
|
|
|
|
Aún corría mi plácida inocencia |
|
|
de ensueños de oro por azul espacio, |
|
|
bajo un cielo de rosa y de topacio, |
|
|
sobre un mundo de luz y de placer. |
|
|
Aún dormía mi espíritu tranquilo |
5 |
|
|
a la sombra del árbol de la infancia, |
|
|
velado a la dulcísima fragancia |
|
|
del amor virginal de una mujer. |
|
|
|
|
|
¡Era un niño! Mi labio sonreía |
|
|
como sonríe la naciente aurora, |
10 |
|
|
como el ave del bosque moradora |
|
|
en su nido sonríe al despertar. |
|
|
Y feliz con mis flores y mis juegos, |
|
|
bello nacer y hundirse el sol miraba. |
|
|
No amaba a la mujer, no; pero amaba |
15 |
|
|
como nadie en el mundo puede amar... |
|
|
|
|
|
Amaba, si, una virgen cariñosa, |
|
|
una virgen flotando en resplandores; |
|
|
escapada del cielo, los colores |
|
|
ostentaba del iris en su sien. [222] |
20 |
|
|
Virgen que en medio un sueño aparecida |
|
|
llegose a mí y me dijo: «Yo te adoro...» |
|
|
Besome, y entre un beso tan sonoro |
|
|
como un eco, le dije: «Yo también.» |
|
|
|
|
|
Y ambos el goce del amor sentimos, |
25 |
|
|
y ambos el cielo del amor tocamos, |
|
|
y ambos amor eterno nos juramos, |
|
|
viviendo el uno para el otro amor. |
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Y ambos unidos en abrazo tierno |
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pasamos juntos la inocente vida; |
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ella halagando mi ilusión querida, |
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yo gozando en su halago y su candor; |
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yo corriendo tras ella delirante, |
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ella riendo alegre y fugitiva; |
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ora volviendo la mirada esquiva, |
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ora parando su ligero pie; |
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ella rizando mi infantil guedeja, |
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yo destrenzando su melena de oro; |
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y ambos a un mismo tiempo: «Yo te adoro...» |
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Diciendo, en prenda de amorosa fe. |
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Eras tú, Libertad: tú eras la virgen |
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que despertó al amor mi alma de niño; |
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tú, la que me robabas el cariño |
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a mis hermosos juegos del hogar; |
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tú, la que enardeció mi fantasía; |
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tú, la que me inspiraste mil cantares; |
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tú, la que conjuraste mis pesares |
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tu acento misterioso al escuchar. |
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. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . |
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¿Dónde estás, Libertad, que ya no me hablas? |
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¿Dónde estás, ¡oh, mi amor!, que no respondes? |
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¿Por qué te ocultas, di; por qué te escondes |
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cuando no puedo ya vivir sin ti? |
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¡Vuelve, vuelve, paloma arrulladora, [223] |
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vuelve a posar tus alas en mi seno!... |
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¡¡Triste silencio de fantasmas lleno!! |
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¡Libertad, ¡ay!, tú has muerto para mí! |
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¡Has muerto, y tus caricias, tus halagos, |
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sólo, ¡ay de mí!, con mi niñez vivieron; |
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y hombre ya, tus sonrisas se volvieron |
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de mi infancia marchita al panteón!... |
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¿Qué me resta?... El consuelo de un pasado |
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de inocentes placeres y de amores, |
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en medio de un presente de dolores |
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¡y un porvenir de sangre y de opresión! |
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¡Has muerto para mí!... ¿Mas por qué lloro? |
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¿Por qué con quejas mi infortunio agravo? |
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¡Tú no puedes vivir como el esclavo, |
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virgen mía, mi virgen Libertad! |
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¡Tú, que eres el aliento del Eterno |
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desterrando del mundo luto y penas, |
70 |
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tú no puedes vivir entre cadenas |
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negada a la oprimida humanidad! |
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Tú no puedes prestar tu faz hermosa |
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a burlas del tirano maldecido, |
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ni cual torpe reptil aborrecido |
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arrastrarte de un déspota a los pies. |
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Tú no puedes hollar los santos fueros |
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de la humana razón y la justicia, |
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ni apadrinar el crimen, la impudicia |
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que se ciernen de España en el pavés... |
80 |
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¡Yo sí! Yo puedo desgarrar la entraña |
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de la mujer que me llevó en su seno; |
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amargar su existencia con veneno |
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y de sus brazos para siempre huir; |
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abandonar la paz de la familia, |
85 |
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doblar mi cuello al infamante yugo, [224] |
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y aun empuñando el hacha del verdugo, |
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ir con ella matando hasta morir. |
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¡Yo sí! Yo puedo ser a Dios ingrato; |
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yo puedo renegar de mi conciencia, |
90 |
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y del mundo que juzga, en la presencia, |
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gritar: ¡Muera mi padre! ¡Viva el rey! |
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Yo puedo hacer cuanto hace un insensato |
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sujeto siempre a voluntad ajena; |
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¡que hay una ley sangrienta que lo ordena |
95 |
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y no vale ser hombre ante esa ley! |
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¡Adiós, mi dulce Libertad amada; |
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adiós mi gloria, mi ilusión, mi vida! |
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Tú no me repudiaste, no, querida; |
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tú no me abandonaste, que yo fui... |
100 |
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Si alguna vez la soledad visitas |
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de los que vierten del esclavo el lloro, |
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pide mi sangre, porque yo te adoro; |
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|
¡soldado o libre, moriré por ti! |
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|
Madrid, mayo 29 de 1872. |
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|
(La Ilustración Republicana Federal, 8 de junio de 1872.) [225] |
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Como un día surgió la Venus griega |
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del misterioso seno de los mares, |
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el pie en la espuma que en su torno juega, |
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la frente en los espacios estelares, |
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así la ola rompiendo cristalina |
5 |
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que besa en paz la playa americana, |
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casta y gentil aparición divina, |
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surgió a mis ojos la mujer cubana. |
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¡Vedla! En las fantasías del poeta |
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forma no se alza más radiante y pura, |
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ni hay color del artista en la paleta |
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que a bosquejar alcance su hermosura. |
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El coro de las Gracias, a su paso, |
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tiéndele sus guirnaldas por alfombra, |
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y tanto sol no se hunde en el ocaso |
15 |
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como de sus pestañas tras la sombra. |
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De un beso efluvio que robó indiscreto |
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a una Nereida un Silfo, ebrio de amores, [227] |
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lleva en su propio origen el secreto |
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de su amor a las perlas y a las flores. |
20 |
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En la cambiante luz de su pupila, |
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que copia los estados de su alma, |
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junta el furor del rayo que aniquila |
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a la serenidad de un lago en calma. |
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Y en la altivez de su gallardo busto |
25 |
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que cinceló el Amor en alabastro, |
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hay de una reina el continente augusto |
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y el reposo magnífico de un astro. |
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Ríe, y la risa de sus labios rojos |
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baña en ondas de luz los corazones; |
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llora, y parece que sus grandes ojos |
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vierten, en vez de lágrimas, perdones. |
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|
¡Vedla! A sus ansias de ideal, estrecha |
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|
la atmósfera terrena halla importuna; |
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|
su alma de sueños de ángeles fue hecha |
35 |
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y su cuerpo de rayos de la luna. |
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|
De sus miradas, donde el sol se enciende, |
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|
llega el fulgor al pecho solitario |
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|
como sobre el altar la luz desciende |
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de la lámpara que arde en el sagrario. |
40 |
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Guarda la fe su alma pudorosa |
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como la esencia el cristalino pomo, |
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y es, cual la de un cometa, luminosa |
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la huella leve de su pie de gnomo. |
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Del azahar el aroma penetrante |
45 |
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no embriaga más que el que su aliento exhala, |
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|
ni la palmera esbelta y arrogante |
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|
la gallardía de su talle iguala. [228] |
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|
Su voz, que es a la vez canción y lloro, |
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|
nota de guzla y vibración de lira, |
50 |
|
|
tiene los ecos de celeste coro, |
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|
el murmullo del aura que suspira, |
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|
los sollozos del niño que se queja, |
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|
la majestad de un himno de victoria, |
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|
la tristeza de un canto que se aleja, |
55 |
|
|
el compás de una marcha hacia la gloria, |
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|
los arpegios del ave en la enramada, |
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|
toda la escala, en fin, todos los ruidos |
|
|
de esa gran sinfonía al par cantada |
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|
por los mundos, las almas y los nidos. |
60 |
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|
¡Oh, yo la vi! En las noches tropicales |
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|
vi aparecer su imagen peregrina, |
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|
virgen de fuego, envuelta entre cendales |
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de nívea gasa y rósea muselina. |
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Como al contacto de una llama errante |
65 |
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el éter a su paso se inflamaba, |
|
|
sembrando por doquier, volcán flotante, |
|
|
ruinas de amor su candescente lava. |
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|
Y al contemplar su frente de azucena |
|
|
y su palabra al escuchar sonora, |
70 |
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|
mi alma, de duelo y de pesares llena, |
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|
sintió el rocío de una nueva aurora. |
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|
De mi pecho en el campo de batalla |
|
|
la esperanza surgió como un trofeo; |
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|
tornó el reposo al corazón que estalla, |
75 |
|
|
despertó la ilusión, brotó el deseo, |
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|
|
y mi espíritu ante ella, imponderable |
|
|
conjunto de celestes maravillas, [229] |
|
|
desde entonces absorto, en inefable |
|
|
contemplación, ¡la adora de rodillas! |
80 |
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|
¡Ah! ¿Cómo no, si de ostentar se precia |
|
|
lo que más en el mundo se idolatra: |
|
|
la abnegación sublime de Lucrecia, |
|
|
la belleza inmortal de Cleopatra? |
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|
¿Si su seno al amor se abre anhelante |
85 |
|
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con las ansias del pétalo a la brisa, |
|
|
y jamás, como madre o como amante, |
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|
la superó Cornelia ni Eloísa? |
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|
¡Salve, mujer! Dios agotó en tu hechura |
|
|
todo el esfuerzo de su numen santo, |
90 |
|
|
y al Arte irreductible tu hermosura, |
|
|
yo hallo a expresarla voces en mi canto. |
|
|
Habana. [230] |
|
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|
¿Dónde estás?... Por hallarte, con ansia loca, |
|
|
recorrí inútilmente pueblos y edades; |
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|
trepó a la inexpugnable gigante roca |
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|
y descendí a sus hondas profundidades. |
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|
|
Perdime en el ardiente núcleo febeo, |
5 |
|
|
habité en la caverna que el mar socava, |
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|
fermenté en la retorta del mago hebreo, |
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|
cabalgué sobre nubes de roja lava. |
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|
Registré las entrañas de los volcanes, |
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|
escudriñé los senos del mar sombrío, |
10 |
|
|
interrumpí el reposo de los titanes, |
|
|
y de la momia fósil el sueño frío. |
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|
Penetré en la pagoda y en la mezquita, |
|
|
bajo la bizantina bóveda esbelta, |
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|
en la apartada ruta del cenobita, |
15 |
|
|
en el druídico bosque y el dolmen celta. |
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|
Conjuré a las esfinges y a las sibilas, |
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|
al tosco jeroglífico, al libro santo, [237] |
|
|
al ídolo monstruoso de hoscas pupilas, |
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|
a la marmórea estatua de regio manto. |
20 |
|
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|
Sorprendí en el desierto las caravanas, |
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|
las hordas en sus crudas depredaciones, |
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|
las tribus en sus locas fiestas livianas, |
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|
en sus solemnes ritos las religiones. |
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|
Sobre el terruño al paria, de honor cubierto, |
25 |
|
|
sobre el solio al tirano, de ira beodo, |
|
|
al sabio meditando sin norte cierto, |
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|
al verdugo nutriéndose de sangre y lodo. |
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|
Uní mi voz al eco de la campana, |
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|
al doliente gemido del moribundo, |
30 |
|
|
al grito de la esclava conciencia humana, |
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|
al himno de los mártires tierno y profundo; |
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|
|
al susurro apacible de auras y fuentes, |
|
|
al rumor de las frondas y las cascadas, |
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|
al pavoroso estruendo de los torrentes, |
35 |
|
|
al fragor de las trombas huracanadas; |
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|
al áspero silbido de las serpientes, |
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|
al clamor de las aves desorientadas, |
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|
al ronco son del trueno por las vertientes |
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y al del alud que invade las hondonadas... |
40 |
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|
¡Nadie me dio noticia que de ti arguya! |
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|
Todo ha sido en mi torno calma y mutismo; |
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|
¡no he encontrado ni rastro ni sombra tuya |
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|
en la tierra, en los cielos, ni en el abismo! [238] |
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|
¡Salve, juveniles soles |
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|
que en áurea constelación |
|
|
custodiáis el panteón |
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|
de los astros españoles! |
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|
Ante vuestros arreboles |
5 |
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|
los del alba palidecen; |
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|
la flor que las auras mecen |
|
|
con vuestra luz se colora, |
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|
y a vuestros rayos de aurora, |
|
|
los sepulcros se esclarecen. |
10 |
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|
El Genio, que os da arrogancia, |
|
|
en vos demostró esta vez |
|
|
que si no tendrá vejez |
|
|
tampoco ha tenido infancia; |
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|
que en tal modo la distancia |
15 |
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|
que os separa de él salváis, [239] |
|
|
que apenas os iniciáis |
|
|
en el Arte peregrina, |
|
|
ya con la turba divina |
|
|
de los dioses disputáis. |
20 |
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|
Sí; al grito que os victorea |
|
|
acuden en vuelo santo |
|
|
Marión Delorme con su encanto, |
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|
con su austeridad Romea; |
|
|
y uniendo a la que os rodea |
25 |
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|
su solemne aclamación, |
|
|
radiantes de admiración |
|
|
del pueblo entre las corrientes, |
|
|
asoman las calvas frentes |
|
|
de Shakespeare y Calderón. |
30 |
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|
Y es que si en vuestra cabeza |
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|
el Genio posó sus alas, |
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|
el Arte os prestó sus galas, |
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|
los silfos su gentileza. |
|
|
Y tanta y tanta extrañeza |
35 |
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|
vuestros encantos suscitan, |
|
|
que cuantos aquí os visitan |
|
|
dudan, consigo en disputa, |
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|
de si es el teatro una gruta |
|
|
donde los gnomos habitan. |
40 |
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|
Mas ¿quién no habrá de dudar, |
|
|
si por vuestro esfuerzo son |
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|
el Arte una religión |
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y el escenario un altar? |
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¿Si apenas sabéis hablar |
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|
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y ya enseñáis a sentir? |
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|
¿Si saben tan bien decir |
|
|
los que aún no bien balbucean, |
|
|
y si de tal modo hombrean |
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los que empiezan a vivir?... [240] |
50 |
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|
|
No hay, no, para celebrarte |
|
|
palabras bastante bellas, |
|
|
¡oh hermosa explosión de estrellas |
|
|
sobre el cielo azul del Arte! |
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|
Exhausto para cantarte |
55 |
|
|
de numen y de calor, |
|
|
pues tanto aplauso en tu honor |
|
|
una y otra vez presencio, |
|
|
mi admiración, mi silencio |
|
|
sea hoy tu triunfo mejor. |
60 |
|
|
Orense y mayo de 1879. |
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