Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

[173]

ArribaAbajo

Poesías escogidas

[175]

ArribaAbajo

La guerra civil

Oda

                                                                                                                                                                                 
   Pueblos, oíd; en nombre
de la sublime caridad cristiana,
oíd; que no del hombre
en la conciencia, vana
ni estéril esta voz, dulce y piadosa, 5
fue a resonar jamás. ¡No, nunca! Pudo
del bárbaro del Norte el brazo airado
sobre Europa caer, de encono ciego;
alzar pudo, entre fuego,
con sangre y con cenizas amasado, 10
sobre la tierra atónita su solio;
mas el furor de su opresora planta,
la tiránica ley de su hacha impía,
todo cesó cuando, -¡Piedad!- clamaron
las vírgenes ocultas 15
bajo el amplio dosel del Capitolio...
   Y ¿quién, sino este acento
contuvo en su carrera asoladora
al infausto Alarico y al sangriento
Odoacro feroz? ¿Quién la en mal hora [176] 20
comenzada pelea, sostenida
por dos pueblos indómitos del Rhino
en la margen florida,
maldijo y condenó -bárbara guerra-,
escándalo del siglo y de la tierra? 25
¡La caridad tan sólo! Ella, que mora
en átomos y mundos; ella, aliento
de la inmensa creación, alma que vela,
como eterno, inmutable centinela
de cuanto Dios a su mirada fía, 30
por el orden del mundo y la armonía.
   ¡España! Hermanos míos,
los que españoles sois, los que en la Historia
tantos timbres tenéis de inmarcesible
no profanada gloria; 35
¡oh, sí! Escuchad el cántico vehemente
de mi entusiasta lira:
por nuestra paz ha muerto el que la inspira,
¡y paz ha de llevar de gente en gente!
   ¡Ay! De la orilla plácida del Duero 40
a las feraces crestas de Barcino,
oigo el monstruo bramar... Del monte al llano
corre la sedición, y a la pelea
concitando los hombres, doquier miro
allí el pendón guerrero al viento ondea. 45
El alma opresa por angustia extraña,
en vano tiendo con afán mis ojos
del llano a la montaña,
y en vano clamo y digo:
«¿Dónde está el extranjero, el enemigo 50
de mi querida España?»
¡Que nadie me responde
más que mis propios ecos, que se pierden
vibrando «¡dónde... dónde!...»
¿Será que de Cartago [177] 55
las errantes legiones aguerridas
vuelven a sorprender nuestras moradas,
desolación y estrago
sembrando por doquier, mientras dormidas
en paz y descuidadas 60
yacen nuestras mujeres adoradas?
   ¿Será que en nuestro suelo
se oye otra vez rodar el ominoso
carro triunfal del César, codicioso
de engarzar a su férrida guirnalda 65
la fúlgida esmeralda
que del jardín de Hesperia ostenta el cielo?
   ¿O es, acaso, que el águila de Jena
quiere, torpe, burlar de la bravura
del león español, cuya melena 70
al erizarse ayer le dio pavura,
burlando así su imbécil arrogancia?
¡Oh, no! Sagunto fue..., pasó Numancia,
y el águila orgullosa,
de muerte herida en nuestro suelo, llena 75
de amargura cruel, plegó sus alas
y rodó moribunda y temblorosa
sobre el pardo peñón de Santa Elena.
   ¡Ya no es del extranjero,
oh, españoles, la sangre generosa 80
que hoy mancha vuestro acero!
Los que ayer con vosotros pelearon
y en vuestras propias filas confundidos
¡Independencia y libertad! gritaron
triunfantes o vencidos; 85
los que ayer con benéfica ternura
vendaron vuestra herida,
cuando tras la batalla, en noche obscura,
quedabais en el campo a la ventura,
apenas con un hálito de vida; 90
los que ayer con vosotros, trasmontando
del mar inmenso las hinchadas olas,
fueron la estrecha tierra dilatando, [178]
con vosotros partiendo y conquistando
cien magníficas glorias españolas, 95
esos (¡ay, cuánta mengua!)
son los que sacrifica vuestra mano.
¿Con qué derecho, ni por qué? ¿Qué insano,
qué mezquino interés el brazo guía
que discordia sembró en el suelo hispano? 100
¿Qué ley creyó cumplir?... ¡Vana porfía!
¡No hay derecho ni ley contra el hermano!
¿Y acaso no lo son? ¿No son amigos
esos que así se matan y arruinan,
esos que, como genios implacables, 105
que eternamente se odian y abominan,
se retan con furor y se persiguen,
se acechan, se amenazan,
y en su lucha tenaz se despedazan,
se destrozan, se aventan y exterminan?... 110
¡Cuán torpe, cuán horrible,
cuán despiadado encono! ¿Y es posible
que esas manos que se alzan, empuñando
el arma fratricida; esos puñales
que caen, desgarrando 115
corazones valientes y leales,
no vacilen un punto, contemplando
la aflicción de la patria y la memoria
que de este crimen va a guardar la Historia?
   ¿Será posible, cuando ya del hombre 120
cesó la esclavitud, y conquistados
sus derechos están y consagrados;
cuando la libertad tiene las puertas
del templo de la patria a la cultura
y a la justicia abiertas, 125
será posible, ¡oh Dios!, guerra tan dura?
 
   Sacerdotes del bueno, del paciente,
del humilde Jesús crucificado: [179]
venid a unir vuestra oración ferviente
al clamor de mi pecho desolado; 130
que vuestra lengua dulce y elocuente
como el laúd armónico e inspirado
del profeta de Sión, dará a la mía
raudales de potente poesía.
Acudid a mi ruego, 135
ministros del Señor, acudid luego,
¡ah! ¡Que las llamas del incendio cunden,
que arde el santuario y sus altares se hunden
en candescentes piélagos de fuego!...
Mas... ¡loco afán! El sacerdote impío 140
no atiende al ruego mío,
y aleve, y parricida,
hirviendo el negro corazón en saña,
él es quizá el primero
que hunde el puñal artero 145
en el seno amantísimo de España.
Él, quien el exterminio preconiza;
él, quien las ascuas de ese incendio atiza;
él quien huella la urna donde mora
la Hostia Sacrosanta, 150
y él, quien, allí donde el Señor se adora,
gritos de muerte y destrucción levanta.
   Y en tanto..., en tanto, ¿dónde
está esa juventud, cuya pupila
desentrañar pudiera el hondo arcano 155
de la inmortalidad; esa esperanza
perpetua de los siglos, que produjo
a Franklin y Lincoln, ese lozano
plantel de gayas flores, cuyas hojas
llámanse Herrera, Meyerbeer, Tizziano? 160
-¡Como rosa en capullo marchitada,
como rayo de luz, que el torbellino
mató, sin que llegara a su destino,
así rueda, así muere malograda!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
   ¡Guerra civil, maldita [180] 165
mil veces, insaciable matadora,
y contigo, maldito el que a tus aras
lleva el haz y la tea destructora,
el que al monstruo aplastado resucita
y ve llorar la patria y ¡ay! no llora! 170
 
   Héroes, que en inhumano
combate, confundidos como fieras,
sois el oprobio del linaje humano,
la enseña de la paz llevo en mi mano:
¡Yo os mando abandonar esas trincheras! 175
¡Ah! La sangre del Santo generosa
que dejó del Calvario reteñida
la cúspide escabrosa,
no correrá jamás infructuosa
por las áridas cuestas de la vida... 180
¿Buscáis la libertad? Pues de ella en nombre
dejad el hierro que fulmina muerte.
¿La opresión pretendéis? ¡Qué otra más fuerte
que los lazos de amor que atan al hombre!
¡Asesinos, atrás! No más vergüenza 185
deis a la Europa, que enojada os mira.
¡Ay del Caín que de su hermano venza!
¡Ay del Abel que en esa lucha expira!
     Madrid, 1874. [181]


                                                                                                                                                                                  
ArribaAbajo

              La canción de Vilinch

(4)                                                    
      Cuando de nuestra patria por los confines
vibraba el son guerrero de los clarines
y de sus nobles hijos la sangre brava
estéril en los campos se derramaba,
porque del fácil triunfo tras los horrores, 5
al contemplar en ella tintas sus manos
notaban con vergüenza que eran hermanos
del lidiador vencido los vencedores;
 
   como el canto de un ave triste y doliente
sofocado entre el ruido que alza el torrente; 10
como de hoja que rueda queja exhalada,
del viento desoída y al viento dada,
del campo de la lucha sobre la arena,
que ensangrientan los genios de la discordia,
mientras la bala silba y el bronce truena, 15
se alza una voz que clama: ¡Misericordia! [182]
 
   En la sombría falda del alto cerro,
monstruo que una corona ciñe de hierro,
al pie de Mendizorrot, en cuyo lomo
se abre un volcán que arroja candente plomo, 20
hay una pobre choza, sencilla y blanca,
nido de golondrina rústico y breve,
cuya puerta, al herido soldado, franca,
jamás para cerrarse sus goznes mueve.
 
   Campestres florecillas son el adorno 25
de la casita blanca de aquel contorno;
nadie de sus linderos cerca transita
que no bendiga el nombre del que la habita.
Y es que, desde que al viento se izó en España
el estandarte negro de la discordia, 30
de la florida choza de la montaña
sale la voz que dice: ¡Misericordia!
 
   Pronto la paz ansiada llegar debía,
y el triunfo era esperado que la traería.
¡Ya se acerca la hora! Ya el bronce estalla, 35
ya comienza la ruda final batalla;
ya en guerrilla despliegan los batallones
al clamor estridente de la corneta,
y marchan al galope los escuadrones
del monte por la abrupta pendiente escueta. 40
 
   ¡Ay, de las pobres madres que en las montañas
tienen los pedacitos de sus entrañas!...
¡Ay, de la dulce novia que amante espera
unirse al que su mano le prometiera!...
¡No volverán!... De rabia su seno henchido, 45
ebrios con los vapores de la discordia,
van a morir, sin que antes llegue a su oído
ese acento que clama: ¡Misericordia!
 
   En la chocita blanca del monte inculto,
dónde a la patria rinde, sagrado culto, [183] 50
del amor de sus hijos puesto al amparo,
vive VILINCH, el tierno poeta euskaro.
Allí fue donde, alegre, cantó otros días
del hogar las venturas y los amores,
de los campestres bailes las armonías, 55
de Conchesi los ojos fascinadores.
 
   Allí donde abrasarse sintió en la llama
destello de los cielos, que al poeta inflama;
allí donde su numen fluyó sonoro
torrentes de poesía de ritmo de oro. 60
Muerta, empero, la calma porque suspira,
sepultado en la hoguera de la discordia,
ya no tiene más cantos su blanda lira
que esta plegaria eterna: ¡Misericordia!
 
   Cataratas de sangre precipitadas 65
ruedan de los oteros a las cañadas,
y desde las cañadas a los oteros
densos vapores rojos trepan ligeros.
¡Como un antro la tierra se abre sombría,
como una forja el cielo rayos desata, 70
hiere como una espada la luz del día,
el aire como fuego calcina y mata!...
 
   «¡Otra vez a la puerta de mi vivienda
»ruge la maldecida civil contienda!
»venid y orad conmigo, mis pobres niños; 75
»¡Dios acepta y comprende vuestros cariños!
»Ved, comienza de nuevo la horrible lucha;
»suena otra vez el grito de la discordia...
»¡Orad por los que quedan! ¡Dios, que os escucha,
»tendrá de los que mueren misericordia 80
 
   Dijo VILINCH; y ronco, del negro fuerte
cantando por los aires himnos de muerte,
un proyectil avanza que hunde la choza
y al mísero poeta hiere y destroza. [184]
Aquella bala el triunfo por fin decide; 85
el sol de la victoria refulge santo,
y el vencedor, tranquilo, los lauros pide
que el vencido, insepulto, regó con llanto.
 
   ¡Guerra civil funesta! ¡Deidad impía,
a cuyo espectro aún tiembla la patria mía! 90
¡Castigo de los hombres y las ideas,
pues no respetas nada, maldita seas!
Tú de VILINCH las quejas has desoído
en que de ti imploraba paz y concordia;
¡ya que del pobre vate no la has tenido, 95
nadie te tenga nunca misericordia!
     1875. [185]


ArribaAbajo

A Carlos de Ulloa

En «El Fausto»

                                                                                                                                                                              
   Ola agitada en rápida marea,
yo conozco esa voz fiera y sonora;
no es la que al caos arrancó la aurora,
es la que en densas sombras la rodea.
   No es la potente voz que anima y crea, 5
es la voz que aniquila, destructora;
la voz blasfema con que canta o llora
el Satanás de la leyenda hebrea.
   Antes de fascinar a Margarita
sedujo a Eva, resonando extraña 10
en cadencia de amores infinita;
y aun de su prole al conmover la entraña,
al pecado la arrastra y precipita,
como arrastró a Jesús a la montaña.
     1881. [186]


ArribaAbajo

Homenaje

A la poetisa doña Emilia Calé y Torres de Quintero en la inauguración de la sociedad «Galicia Literaria»

                                                                                                                                                                        
   Al soplo generadas de mi entusiasmo ardiente,
de sentimiento ricas, si pobres de color,
también a este concierto magnífico, esplendente,
mi lira trae su nota y mi jardín su flor.
Ingratas, tal vez, ambas a mi ansiedad vehemente, 5
ni una tendrá, armonía, ni otra fragante olor;
mas ellas son, señora, el único presente
que puede hacer el cuervo al dulce ruiseñor.
 
   La flor que aquí os ofrezco, al ramillete unida,
con que nacientes genios os van a regalar, 10
allá en los frescos valles ha sido recogida
por donde corre el Miño precipitado al mar.
Y la entusiasta nota del canto desprendida
que más sonoras arpas os han de dedicar,
de mis montañas eco, llegó hasta mí perdida 15
del céfiro en las alas que perfumó mi hogar.
 
   Por eso suenan tristes, señora, mis cantares;
de las montañas hijos, así sencillos son; [187]
como ellas en los lagos sus bosques seculares,
retrato yo en mis versos mi propio corazón. 20
Como ellas sus tesoros, yo guardo mis pesares;
como ellas sus leyendas, yo callo mi aflicción;
pues mísera avecilla lanzada de sus lares,
las avecillas busco que entiendan mi canción.
 
   Cual yo, también, huyendo de sus deshechos nidos 25
al desolado impulso de recio vendaval,
dispersos por la tierra que pueblan de gemidos,
se alejan los cantores de mi país natal...
Los viejos robledales, del viento sacudidos,
su ausencia lamentaron con eco funeral, 30
en tanto que en tinieblas y soledad perdidos
de la soñada patria va en busca cada cual.
 
   ¿Quién unirá en un foco solar, resplandeciente
los irisados rayos de la dispersa luz,
para que, astral antorcha, su disco refulgente 35
disipe de esas sombras el lóbrego capuz?
¿Quién trocará en estrella, que brille eternamente
del polvo levantándolo, al triste noctiluz?
¿Qué tierna Berenice enjugará la frente
del mártir que se aleja cargado con su cruz?... 40
 
   ¡Ah! Yo le vi de Irlanda vagar entre la bruma,
de América en los bosques, del Himalaya al pie,
doquiera, ave canora, dejando en pos su pluma
y sus cantares, llenos de patrio amor y fe.
Del mar cortando a veces la enfurecida espuma, 45
como el clamor de un náufrago sus gritos escuché,
y en vano, en la impotencia que mi destino abruma,
mi afán salvarle quiso... ¡También yo naufragué!
 
   ¿Y adónde irá la nave que cruza el mar sin guía?
¿Adónde irá la nave que al viento se fío? [188] 50
¿No la herirá el escollo, si un punto se desvía
del rumbo que a su marcha la brújula marcó?
Así, la caravana que, de la patria mía,
tras ilusorios bienes los límites salvó,
se perderá en la noche, sin que halle en su agonía 55
el encantado oasis que loca se fingió.
 
   ¡Salvadla vos, señora!, ya que al reclamo blando
y en torno de la jaula del pájaro gentil
acuden hoy alegres, en armonioso bando,
las aves que os aclaman honor de su pensil. 60
Mandadlas vos, que es dulce y es tierno vuestro mando;
inspire vuestro acento sus arpas de marfil,
e irá la vieja Suevia más glorias recabando
que flores las praderas ostentan por abril.
 
   En torno vuestro juntos los bardos hoy distantes, 65
con vos podrán o un tiempo sus coros ensayar,
y unidos a los vuestros sus himnos resonantes
las huestes redentoras de cólera inflamar.
Fortaleced, en tanto, las almas vacilantes
que al tedio se abandonan, cansadas de esperar; 70
¡decidlas que, cercados de monstruos y gigantes,
a combatir nos llaman y es hora de luchar!
 
   Cumplido ya mi voto, conmigo consecuente,
mi canto aquí suspendo, por que otro oigáis mejor;
que ya en este concierto magnífico, esplendente, 75
dejó su nota mi arpa y mi jardín su flor.
Si a mi ambición ingratas y a mi ansiedad vehemente
ni una os brindó armonía, ni otra fragante olor,
sabed que éste es, señora, el único presente
que pudo hacer el cuervo al dulce ruiseñor. [189] 80


ArribaAbajo

Conjuro

En la muerte del poeta Añón



                                                                  Un tributo de lágrimas y flores
en la tumba del viejo camarada.

A. VICENTI.

                                                
   Muchos hermanos fuimos
        en otro tiempo,
cuando el hogar llenábamos,
        hoy ya desierto.
No conoció a su madre 5
        ninguno de ellos:
¡nunca nuestra mejilla
        sintió su beso!
Débiles y enfermizos
        todos nacieron, 10
como amarillas flores
        de campo seco;
pero, cantores todos,
        felices fueron,
mientras juntos cantaron, 15
        juntos viviendo. [190]
Las puertas de su alcázar
        a nuestros versos
cerraban los tiranos
        de pavor llenos. 20
Desterrados los unos,
        los otros presos;
todos ya de la patria
        soñada lejos.
Hoy, que de hambre y nostalgia 25
        murió el más viejo.
De todos los hermanos,
        el más pequeño,
una corona se acerca a pedirnos
para las pálidas sienes del muerto. 30
 
   Virgen que, palpitante
        de dicha el seno,
vas, del esposo en brazos,
        al nupcial lecho:
si es que queda en tu alma 35
        -Ya de tu dueño-,
de tu infancia tranquila,
        grato un recuerdo;
si olvidar no has podido
        los dulces ecos 40
vibrantes de entusiasmo,
        que amar te hicieron;
si la voz te persigue
        que hirió tu pecho
del amor con el blando 45
        latir primero,
cuando de las pasiones
        dormida al sueño
los que hoy son tus encantos
        eran misterios; 50
si aún las lágrimas nublan
        tus ojos bellos,
cuando de tus veladas [191]
        en el silencio
las lecturas remuevas 55
        que en otros tiempos
despertaron tu espíritu
        al sentimiento,
antes que de tu ardiente
        pasión al fuego 60
se agoste la corona
        de tu himeneo,
¡oh, feliz desposada!
        -Yo te lo ruego-
dámela, y deja que adornen sus hojas 65
las sienes desnudas del pálido muerto.
 
   Valientes capitanes,
        nobles guerreros,
que tomáis a la patria
        de honor cubiertos, 70
mientras quizá insepultas,
        sobre el sangriento
campo, vuestras entrañas
        dais a los cuervos:
si el rumor no os aturde 75
        que en torno vuestro
las imbéciles turbas
        alzan al éxito;
si el olor no os embriaga
        de los inciensos 80
que del terror en aras
        os rinde el miedo,
pensad que, si gloriosos
        son vuestros hechos,
si es valiente quien lucha 85
        de arrojo lleno
y triunfa porque acaso
        no cayó muerto;
el que, brazo con brazo,
        cuerpo con cuerpo, [192] 90
agotó allá en la sombra
        todo su esfuerzo
para rendir al crudo
        destino adverso;
el que, del infortunio 95
        doblado al peso,
quiso esquivar sus negras
        garras de acero.
Y en ese atroz combate,
        triste y enfermo, 100
sacó el cabello blanco,
        perdió el aliento
y cayó, a los que sufren
        mostrando el cielo;
¡ese, más que vosotros, 105
        digno es de premio!
No envidio vuestros lauros,
        pero yo os ruego
que, ya que tantos lográis, me deis uno
que orne las pálidas sienes del muerto. 110
 
   Cantor, a cuyos labios
        desciende el genio,
de la inmortal poesía
        viviente verbo:
tú, que tantos honores, 115
        de tanto precio
conseguiste, adulando
        poderes viejos;
tú, que sabes cuán duro,
        cuán duro y negro 120
es morir sin el nombre
        que merecemos;
tú, que quizás temiste
        ser un día objeto
de ese olvido que cae 125
        sobre los muertos,
y espantado temblaste, [193]
        sentir creyendo
sordamente roídos
        por él tus huesos, 130
óyeme: De la Patria,
        su ídolo, lejos,
otro vate un aplauso
        buscó sediento;
de las musas ungido 135
        cantó el Progreso
la Libertad, los fastos
        de nuestro pueblo;
mas ingrata la Patria,
        ni oyó su acento, 140
ni dio alivio a sus penas
        ni a sus tormentos.
Hoy que, mudo, vencido
        su último sueño
duerme donde reposan 145
        los pordioseros,
de las que tú desdeñas
        -¡Yo te lo ruego!-
¡Una corona concédeme sólo
que orne las pálidas sienes del muerto! 150
 
   Primavera bendita
        risa del cielo
símbolo de esperanzas,
        de Dios reflejo:
tú, que alegras la tierra 155
        que heló el invierno;
tú, a quien sirven de cohorte
        pájaros ledos,
haces de luz, aromas
        flores y céfiros; 160
¡derrama tus tesoros
        de amor espléndidos
sobre la obscura tumba
        del pobre viejo! [194]
¡Que tus auras arrullen 165
        su eterno sueño!
¡Que florezca su pobre
        mortuorio lecho,
para que, cuando nadie
        tenga un recuerdo 170
del patriarca lírico,
        tu dulce beso
¡sea la santa corona de gloria
que la sien ciña del pálido muerto! [195]



ArribaAbajo

Serenata fúnebre

A Marina

                                                                                                                                                                               
   Cercana ya la hora de mi partida,
Marina, vengo a darte mi despedida.
        De noche vengo,
        porque de hablarte a solas
        afanes tengo. 5
 
   Ningún ruido mundano nos importuna.
Silenciosa en el cielo brilla la luna;
        zumba en el sauce
        la brisa, y el arroyo
        gime en su cauce. 10
 
   Sólo entre tumbas mi alma feliz se encuentra:
¡mi dicha toda en ella se reconcentra!...
        Lugar bendito, [196]
        el sepulcro es el pórtico
        del infinito. 15
 
   Ya de tu lecho al lado, paloma mía,
oye al amante arrullo de mi poesía;
        oye mi canto,
        lleno de los rumores
        del camposanto. 20
 
   Cuantos viva te amaron, que has muerto han dicho,
y regaron con lágrimas tu blanco nicho.
        ¿Por qué eso hicieron?
        Los niños, cual los ángeles,
        jamás murieron. 25
 
   Cuando caen en la tumba, de Dios reciben
nuevo aliento de vida y aquí reviven.
        Del viejo germen
        privados, son los muertos
        vivos que duermen. 30
 
   ¿Qué hijo para su madre murió del todo?
Morirá ella: su hijo, de ningún modo.
        Si se muriera,
        Dios, por sola una lágrima
        se lo volviera. 35
 
   ¡Oh! ¿No es verdad, Marina, que no estás muerta?
¡Mienten los que tu muerte me dan por cierta! [197]
        Tú estás dormida...
        ¡Niña, despierta y oye
        mi despedida! 40
 
   Yo soy el que, prendado de tus hechizos,
te he mecido en mis brazos, peiné tus rizos,
        cuidé tus flores
        y te adormí, cantándote
        cuentos de amores. 45
 
   Yo soy el que, celoso de tu cariño,
por jugar con la niña tornose niño,
        corriendo ufano
        tras la insegura huella
        de tu pie enano. 50
 
   ¿Me olvidaste, Marina?... ¡Yo no te olvido!
¡Cómo olvidar tu boca de gracias nido,
        ni tu mirada,
        cielo en que centellea
        luz increada! 55
 
   No olvidé de tu frente, de sueños urna,
la expresión ya arrogante, ya taciturna
        de ave intranquila,
        que al cruzar sobre abismos
        teme y vacila. 60
 
   No olvidé tu voz tierna, dulce y sonora
como un vago preludio de guzla mora; [198]
        ni tu pestaña.
        De azules proyecciones
        de sombra extraña... 65
 
   Si una nota recoges de las que pierdo
el fantasma evocando de tus recuerdos;
        si el son amargo
        de mi endecha te arranca
        de tu letargo, 70
 
   rompe el crespón que envuelve tu sepultura,
reclínate en su marco de piedra dura,
        y háblame..., alegra
        mi alma triste, cual náufrago
        en noche negra. 75
 
   De tu almohada de mármol alza la frente
y muéstrame tu hermosa faz sonriente...
        ¡En esa fría
        soledad tendrás miedo,
        rubita mía!... 80
 
   Mas no temas: al eco de mis cantares,
bañada por los tibios rayos lunares,
        con rumor de onda,
        turba de niños muertos
        tu nicho ronda. 85
 
   Del misterio inefable de su existencia
vienen íntima a hacerte la confidencia. [199]
        ¡Cuánto han sufrido!
        ¡Cuánto más que la losa
        pesa el olvido! 90
 
   Para ellos ningún arpa mueve su cuerda,
y tú tienes, bien mío, quien te recuerda;
        tienes tu historia
        y de ellos nadie, nadie
        guarda memoria. 95
 
   ¡No temas, no! Si hoy lejos me lleva el hado,
mi espíritu por siempre queda a tu lado,
        velando en calma
        por estas calles lóbregas
        tu joven alma. 100
 
   Tus recuerdos de gloria mi vida encantan
y en mi pecho tu imagen dulce agigantan;
        doyles abrigo,
        y doquier me encamine
        vendrán conmigo. 105
 
   Por eso, hoy que en mi barca lejos se parte,
no dejaré la playa mi adiós sin darte.
        ¡Adiós Marina;
        nota de un himno angélico,
        flor matutina! [200] 110



ArribaAbajo

Kásida árabe

A Amalia Rico

                                                                                                                                                                                   
   Hija del renegado que se hizo moro
por robarme una hermana que era un tesoro,
y después de robarla se fue a esa tierra
a vivir ese perro conmigo en guerra;
mal que a tu padre pese, bella cristiana, 5
mientras mi dromedario su sed mitiga,
ya que en tus venas llevas sangre africana,
ha de cantar tus gracias mi guzla amiga.
 
   Como no caben juntos Mahoma y Cristo,
ni yo a ti te conozco ni tú me has visto, 10
tú allá con tus señores y tus fetiches,
yo acá con mis guerreros y mis derviches;
mas sé por los cautivos que entre cadenas
llegan aquí, llorando su ruin fortuna,
que para ser amadas, las nazarenas; 15
y entre las nazarenas, cual tú, ninguna.
 
   Sé que tu esbelto talle vence y supera
la esbeltez ondulante de la palmera; [201]
que cuando tú sonríes todo amanece
y todo, cuando lloras, ¡ay!, se entristece. 20
Si es verdad lo que dicen, cristiana mía,
mientras tú no despiertas, el sol no asoma,
mientras tú no la cantas, no hay poesía,
mientras tú no la riegas, la flor no aroma.
 
   Sé que de tu mirada la luz extrema 25
de la muerte y la vida fija el dilema;
mata si es odio y rabia lo que la incita,
y si amor, al que mata... lo resucita.
Sé que tu acento suave tiene murmullos
de hojas que el aura besa fresca y riente, 30
de niño adormecido quejas y arrullos,
cadencias y armonías de agua corriente.
 
   Sé que tu aliento mágico embriaga como
la esencia concentrada del cinamomo;
que tu palabra limpia se paladea 35
como un panal dulcísimo de miel de Hiblea;
pues dicen que a tus labios, cual dos corales,
por un hilo de nieve mal divididos,
como acuden los silfos a los rosales,
acuden las abejas a hacer sus nidos. 40
 
   Sé que tu tez, más blanca que el alabastro,
bajo tu crencha brilla cual brillo de astro,
siendo sus resplandores fieles trasuntos
del de Sirio y la Luna cuando están juntos.
Y sé de un vil rabino que condenado 45
del Corán a las gehennas y las serpientes,
se libró del infierno porque ha rezado
el rosario de perlas que hay en tus dientes.
 
   Y entre tantos hechizos que adoran tantos,
sé cuál es el primero de tus encantos; 50
sé que no amas, y puesto que no amas, eres
la mujer más preciada de las mujeres. [202]
Aún de tu alma el capullo no rodó herido
por el simoun ardiente que troncha y quema,
ni a la palabra infame se abrió tu oído 55
que de Adán a la prole trajo anatema.
 
   ¡Haces bien! Tú no sabes qué ardor se siente
cuando en el pecho brota de amor la fuente,
manantial de verano cuya agua impura
da más sed a medida que más se apura. 60
Antes de amar, bien mío, haz de ti en torno
una cripta de bronce, vasta y cerrada,
sepúltate en su seno como en un horno,
¡morirás recocida, no esclavizada!...
 
   Mas ya mi dromedario su sed eterna 65
calmó en las ondas turbias de la cisterna,
y dilatando el ojo, con paso incierto
me señala la ruta por el desierto...
No puede detenerse mi caravana;
la noche se avecina, llega la tarde; 70
¡que la paz sea contigo, bella cristiana!
¡Hija del renegado, que Alá te guarde! [203]



ArribaAbajo

A los vates gallegos

En la corona fúnebre de Méndez Núñez

                                                                                                                                                                               
   Unid, ¡oh bardos de mis patrios lares!;
unid mi canto al vuestro dolorido,
mientras en torno con mortal gemido
huérfanos lloran los iberos mares.
   Cuando los héroes mueren sin altares, 5
gloria legando al suelo en que han nacido,
nuestro crimen mayor es nuestro olvido,
nuestro primer deber, nuestros cantares.
   ¡Ay del arpa que lúgubre no zumba
cuando la noche su crespón dilata, 10
velando al genio que eclipsó al de Otumba!
   ¡Ay de la mano criminal e ingrata
que no posa una flor sobre esa tumba,
más yerma que la tumba de un pirata!
     Orense, 1874.
     (De la Corona Poética dedicada a la inmortal memoria del ilustre marino gallego D. Casto Méndez Núñez.) [204]



ArribaAbajo

A las niñas

De mi querido amigo M. H. y M., en su partida

                                                                                                                                                                             
   Siempre que la tormenta desata sus furores
y oigo bramar potente la voz del huracán,
de súbito, asaltado por fúnebres temores,
me acuerdo de los niños, las aves y las flores,
y pienso: ¡Oh, cuánto, cuánto los pobres sufrirán! 5
   Y entonces, por volverles la apetecida calma,
quisiera con mis brazos, a ser posible, hacer
de un ángel para el niño la protectora palma;
un nido para el ave del fondo de mi alma
y de mi pecho un muro, la flor por guarecer. 10
 
   ¡Ay! Huracán más rudo que el que azotó la sierra
y devastó el poblado y descuajó el pinar,
la infame, la sangrienta, la despiadada guerra
sopló también de Cuba sobre la hermosa tierra,
y amenazó de ruina vuestro tranquilo hogar. 15
   Ved: la infernal Quimera que triple horror aduna,
al pie de vuestro lecho sus fauces viene a abrir;
no ha respetado méritos, virtudes ni fortuna; [205]
cual profanó el sepulcro profanará la cuna;
¡nació sin esperanza, sin gloria ha de morir! 20
 
   Quizá hacéis bien huyéndole; mas ¡ah!, ¡con qué desvelo
La Habana, en que nacisteis, os miro abandonar!
De vuestra patria ausentes no encontraréis consuelo:
para el que en ella nace no hay cielo cual su cielo,
no hay noches cual sus noches, no hay mar como su mar. 25
   Yo, que de los proscriptos la honda aflicción no ignoro;
que en extranjeras playas reclinaré mi sien;
que sé que es nuestra tierra nuestro mejor tesoro,
vuestro dolor comprendo y con vosotras lloro,
pues me arrancó a mis lares un huracán también. 30
 
   ¿Qué importa que al destierro a que hoy os veis lanzadas
os siga el ala pródiga del paternal amor,
si os faltarán de Cuba las brisas perfumadas,
sus amplios horizontes, sus nubes nacaradas,
la paz de sus crepúsculos, su sol fecundador? 35
   Sí; yo a mi vez laméntome de esa terrible ausencia
para vosotras dura, funesta para mí,
que ya no hallaré bálsamo de mi alma a la dolencia
en vuestra dulce charla, que evoca en su inocencia
la charla de mis niños..., ¡los niños que perdí! 40
 
   De hoy más no ya las notas regalarán mi oído
con que de vuestra madre la inspiración genial,
al clave arrebatándolas, magistralmente herido,
hizo llegar al fondo de mi ánimo abatido
la fe y el entusiasmo de Weber y Gottschalk. [206] 45
   Ya no, cuando os visite, ruidosas y joviales
saldréis como un enjambre mi abrazo a recibir,
con gritos y aleteos de alondras tropicales,
ni ya de vuestros labios los besos virginales,
narcótico a mis penas, mi frente habréis de ungir. 50
 
   Ni estrecharé la mano del generoso amigo
que al bien dispuesta siempre se me tendió leal,
ni contra el tedio amargo que va doquier conmigo,
de su jardín las frondas me prestarán su abrigo
tras verdes pabellones de hiedra y malva real. 55
   Horas de suave encanto, de celestiales goces
que la amistad acendran, templando el corazón,
del bardo en el camino no así paséis veloces;
¡tornad!, y entre las sombras de su existencia atroces,
de nuevo el iris fúlgido tended de la ilusión. 60
 
   Adiós, lindas criollas. La inexorable saña
del bárbaro destino que nos separa así,
no haré que yo os olvide; por tierra propia o extraña
mi pensamiento os sigue, mi amor os acompaña,
en tanto muda y sola mi arpa os espera aquí. 65
   Mar, sobre cuyas olas se van las musas mías;
nave que las aguardas para partir fugaz;
viento que las conduces, estrella que las guías,
llenad, llenad, su tránsito de luz y de armonías;
¡Llevádmelas en triunfo! ¡Volvédmelas en paz! 70
     Habana, 1895. [207]



ArribaAbajo

                                                                     El árbol maldito

(5)                                                                 
                                                                                                                                                                          
   Me lo contó un piel-roja cazado en la Luisiana:
cuando el Señor los bosques de América pobló,
dejó un espacio estéril en la extensión lozana,
y en ese espacio yermo, de arena seca y vana,
donde no nace el trébol ni crece la liana, 5
el diablo plantó su árbol y luego... descansó.
 
   El suelo en que brotara, de savia y jugos falto,
que interiormente cruzan en direcciones mil
volcánicas corrientes de líquido basalto,
de su raíz opúsose al invasor asalto, 10
mientras su copa hiere, perdida allá en lo alto,
el rayo tempestuoso, colérico y hostil.
 
   Así, por tierra y cielo sin tregua combatido,
el árbol sus antenas tendió en obscura red
por la ancha superficie del páramo abatido, 15
y allí donde el cadáver hallaba de un vencido, [208]
de las salvajes hordas al ímpetu caído,
bebiéndole la sangre calmó su ardiente sed.
 
   El llanto de las tribus guerreras, derrotadas,
nutrió su tronco débil prestándole vigor; 20
y en misteriosa química, las savias combinadas
de lágrimas y sangre por él asimiladas,
pobláronle de vástagos punzantes como espadas,
y de hojas lo cubrieron de cárdeno color.
 
   Sus ramas, por el viento de Septentrión mecidas, 25
sonaban tristemente con canto funeral
y, de la luna al beso lascivo estremecidas,
en flores reventaron que, al aire suspendidas,
vertían de sus cálices esencias corrompidas,
la atmósfera impregnando de un hálito mortal. 30
 
   Leones y elefantes, su sombra pestilente
temiendo, nunca osaron llegar en torno de él:
sobre él desliza el ave sus alas raudamente,
torció el jaguar su senda, si le encontró de frente,
y el oso sibarita, que sus aromas siente, 35
contémplale de lejos, soñando con su miel.
 
   Mas solamente grata la pulpa que destila
a insectos y reptiles, del silfo al caracol,
por ella, en torno al árbol, tenaz la mosca oscila,
la araña encuentra en ella las gomas con que hila, 40
y viene a saborearla, candente la pupila,
el saurio, que dilata sus vértebras al sol.
 
   Por respirar sus densos efluvios penetrantes,
la víbora abandona su rústico dosel;
sus pútridos pantanos los cínifes vibrantes, 45
sus hoyos las serpientes de escamas repugnantes, [209]
sus matas las luciérnagas policromo-cambiantes,
su hogar la salamandra de jaspeada piel;
 
   la oruga su capullo, que rompe con trabajo,
su celda arquitectónica la abeja monacal, 50
su limo la babosa perdida en el atajo,
su lecho de detritus el sucio escarabajo,
su llano la langosta, su charca el renacuajo
su huevo el infusorio, la larva su cendal.
 
   Y de esa fauna exótica la multitud bravía, 55
de entrambos hemisferios monstruosa producción,
se cobijaba al árbol o nido en él hacía,
en tanto que en su fronda magnifica y sombría
los genios de los bosques, al fenecer el día,
celebran conciliábulos de muerte y destrucción. [210] 60


ArribaAbajo

A Andrés Muruais, muerto

Soneto

                                                                                                                                                                              
   Cesado había el cántico sonoro
que fue a la Patria nuncio de rescate,
y a la voz del profeta, a la del vate,
siguió en las tribus silencioso lloro.
   Resto inmortal del apolíneo coro, 5
sobre las frentes que el dolor abate,
himno terrible entona de combate
la férrea lira de las cuerdas de oro.
   No enmudeció; calló. ¡Gloria al que brega
con ánimo valiente y diestra brava, 10
y antes muere en la lucha que se entrega!
   ¡Oh, tierra de mis padres, tierra esclava,
tu redención es huésped que no llega,
sol esperado en noche que no acaba! [211]



ArribaAbajo

Epístola

A mi sobrina Isabel Rico

                                       
   Isabel: en tu carta
riñes conmigo;
tienes razón: ¡Qué poco
dura un amigo!
Mas perdona mi falta 5
joven morena;
tú que eres cariñosa,
tú que eres buena.
 
   No soy yo solamente
contigo ingrato, 10
ni de santificarme
contigo trato.
¡Todos los que me quieren,
cuantos me adoran,
mi ingratitud acaso 15
contigo lloran!
 
   Que yo soy, ¡oh Isabela!,
pájaro errante, [212]
hosco a toda caricia
de mano amante: 20
¡Pájaro que cantando
la pena mía,
vivo solo en mi eterna
melancolía!
 
   Yo esquivé de mi madre 25
dulces abrazos,
rompí de la familia
los santos lazos;
y buscando a mí alas
ancho horizonte, 30
fuime cortando espacio
de monte en monte.
 
   Los montes me prestaron
plácido abrigo,
y en sus vírgenes bosques, 35
sólo conmigo,
al rumor de los olmos
sonoro y blando,
recogí las tristezas
que voy cantando. 40
 
   Pero, ingrato con ellos,
sus soledades
dejé por el bullicio
de las ciudades;
y con ellas ingrato 45
jurelas guerra,
y por el mar inmenso
cambié la tierra.
 
   Los mares con sus auras
me saludaron, 50
y a mis ojos sus ondas
leyes rizaron; [213]
regalaron mi oído
con su concierto;
mas yo les dije... ¡Basta! 55
y entré en el puerto.
 
   Tal vez vengarse luego
de mí pensaron,
cuando náufrago a tierra
me trasladaron; 60
pero tiene un destino
mi alma altanera,
e ingrato sigo siendo
si ingrato era.
 
   Como engendro del odio, 65
no del cariño,
ingrato seré siempre,
pues lo fui niño.
Mas perdóname, Isabe-
lita morena, 70
tú que eres cariñosa,
tú que eres buena.
 
   Perdóname, querida,
si no te escribo;
porque, en cambio, de tu alma 75
trasunto vivo,
dondequiera que vaya
miro tus ojos,
tu cabellera negra,
tus labios rojos. 80
 
   Dondequiera me acuerdo
de tu semblante,
de tristeza cubierto
y amor radiante;
faz que pienso yo a veces, 85
pensando amores, [214]
que es la faz de la Virgen
de los Dolores.
 
   Perdóname y no quieras
lo que no puedo, 90
ni el tesoro me exijas
que yo no heredo.
¡Los que cual tú me quieren,
los que me adoran,
mi ingratitud acaso 95
contigo lloran!
 
   Que yo soy, prenda mía,
pájaro errante,
hosco a toda caricia
de mano amante: 100
¡nómada que proscrito
cruza el desierto...
perro loco, sin amo...
nave sin puerto!... [215]



ArribaAbajo

La primera cana

                                                                                                                                                                             
   ¡Hela! Brilla en mi sien la mensajera
        de la vejez sin brío.
Cuando audaz asaltó mi cabellera
        sentí en el alma frío.
¡Hela, sí! De la noche de mi vida 5
        constelación inerte,
viene a alumbrar la apenas emprendida
        jornada de la muerte.
Lava de mis volcanes apagada,
        humo de mis ideas, 10
nieve caída en primavera helada,
        ¡que bien venida seas!
 
   Perdieron ya los ríos sonorosos
        sus linfas azuladas,
su verdura los árboles frondosos, 15
        su luz las alboradas.
Perdieron ya las nubes sus suaves
        tintas y resplandores,
sus perfumes las brisas, y las aves
        sus plumas de colores. [216] 20
Declina el astro cuya luz galana
        la creación matiza.
¡Todo es pálido ya como esta cana
        de color de ceniza!
 
   ¡Ah! ¡Cuán presto cedió a la noche obscura 25
        la clara luz del día!
¡Qué en breve se extinguió la llama pura
        de un sol que ayer lucía!
¡Cómo se deshicieron, desmayados,
        cual sombras mortuorias, 30
mis sueños de esperanza, coronados
        de triunfos y de gloria!...
¿Dónde irán ya mis ojos que no vean
        escombros y ruinas?
¿Qué palparán mis manos que no sean 35
        creaciones mortecinas?
 
   Yo sé el origen, con detalles crueles,
        de esta argentada hebra:
¡alguien holló una flor en mis vergeles
        y espantó esta culebra!... 40
Los que ficción creísteis la amargura
        que rebosa mi lira,
¡decid si de esta cana la blancura
        es verdad o mentira!
Decid, decid, los que creísteis vana 45
        mi infinita tristeza:
¿quién, si no fue el dolor, prendió esta cana
        en mi joven cabeza?
 
   ¡Respetad, insensatos, la tortura
        de un corazón ardiente, 50
condenado a llevar ¡ay! prematura
        la vejez en la frente!
Musgo en las tumbas y en el hombre canas,
        de muerte es signo cierto; [217]
¡cuando en el hombre las halléis tempranas 55
        es que temprano ha muerto!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
   Lava de mis volcanes apagada,
        humo de mis ideas,
nieve caída en primavera helada,
        ¡que bien venidas seas! [218] 60


ArribaAbajo

Elegía

A la muerte de la Srta. D.ª M. M. B.

                                                                                                                                                                               
   Si es verdad que el dolor asesina
        cual suele el acero,
y la herida que se abre en el alma
        no tiene remedio;
si es verdad que del triste que sufre 5
        el llanto es consuelo,
porque sólo las lágrimas pueden
        calmar los tormentos,
¡ay!, entonces dejad que hoy las viertan
        mis párpados secos. 10
Yo también llevo el alma transida
        de angustias sin cuento,
y me afano buscando a mis males
        la paz que no encuentro.
¡Una lágrima sólo! Dejadme 15
        llorar, que me muero.
 
   Era un ángel opreso en los formas
        etéreas de un hada:
de sus ojos radiaban, fecundas,
        la luz y la gracia. [219] 20
Yo escuchaba en sus dulces acentos
        la nota de un arpa,
y su mano era de hojas de rosa
        y nieve cuajada.
Mucho más que a la luz los colores, 25
        unidas estaban
por mil tiernas memorias de niño
        su alma y mi alma;
y cual buscan la gloria los héroes,
        así yo buscaba 30
el objeto de aquellas sonrisas,
        ya ingenuas, ya amargas...
 
   Vino el sol a dorar con sus rayos
        la cruz de la ermita;
él llegaba a mi aldea, y por siempre 35
        yo de ella salía.
Cuando ya se quedó tras mi planta
        la sierra vecina,
asaltada de insólito miedo
        mi cruel fantasía, 40
dirigí a su ventana los ojos
        buscando a mi amiga.
¡Oh, cuán triste la vi! Su mirada
        cruzó con la mía,
agitó aquel pañuelo que lleva 45
        su cifra y mi cifra,
y después... me alejé, sin que a verla
        volviese en la vida.
 
   ¡Pobre muerta! Si desde tu trono
        de gloria me escuchas, 50
más allá de esas nubes y de esas
        lumbreras augustas,
pabellones que velan al hombre
        la eterna hermosura,
¡que mi voz llegue a ti, cual promesa 55
        de próximas nupcias!... [220]
Como va tras el cuerpo la sombra
        yo voy en tu busca,
y seré tanto más venturoso,
        si aun tengo ventura, 60
cuanto menos distantes se encuentren
        tu tumba y mi tumba,
¡cuanto menos espacio separe
        de mi alma la tuya! [221]



ArribaAbajo

Tributo de sangre

                                                                                                                                                                               
   Aún corría mi plácida inocencia
de ensueños de oro por azul espacio,
bajo un cielo de rosa y de topacio,
sobre un mundo de luz y de placer.
Aún dormía mi espíritu tranquilo 5
a la sombra del árbol de la infancia,
velado a la dulcísima fragancia
del amor virginal de una mujer.
 
   ¡Era un niño! Mi labio sonreía
como sonríe la naciente aurora, 10
como el ave del bosque moradora
en su nido sonríe al despertar.
Y feliz con mis flores y mis juegos,
bello nacer y hundirse el sol miraba.
No amaba a la mujer, no; pero amaba 15
como nadie en el mundo puede amar...
 
   Amaba, si, una virgen cariñosa,
una virgen flotando en resplandores;
escapada del cielo, los colores
ostentaba del iris en su sien. [222] 20
Virgen que en medio un sueño aparecida
llegose a mí y me dijo: «Yo te adoro...»
Besome, y entre un beso tan sonoro
como un eco, le dije: «Yo también.»
 
   Y ambos el goce del amor sentimos, 25
y ambos el cielo del amor tocamos,
y ambos amor eterno nos juramos,
viviendo el uno para el otro amor.
Y ambos unidos en abrazo tierno
pasamos juntos la inocente vida; 30
ella halagando mi ilusión querida,
yo gozando en su halago y su candor;
 
   yo corriendo tras ella delirante,
ella riendo alegre y fugitiva;
ora volviendo la mirada esquiva, 35
ora parando su ligero pie;
ella rizando mi infantil guedeja,
yo destrenzando su melena de oro;
y ambos a un mismo tiempo: «Yo te adoro...»
Diciendo, en prenda de amorosa fe. 40
 
   Eras tú, Libertad: tú eras la virgen
que despertó al amor mi alma de niño;
tú, la que me robabas el cariño
a mis hermosos juegos del hogar;
tú, la que enardeció mi fantasía; 45
tú, la que me inspiraste mil cantares;
tú, la que conjuraste mis pesares
tu acento misterioso al escuchar.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
   ¿Dónde estás, Libertad, que ya no me hablas?
¿Dónde estás, ¡oh, mi amor!, que no respondes? 50
¿Por qué te ocultas, di; por qué te escondes
cuando no puedo ya vivir sin ti?
¡Vuelve, vuelve, paloma arrulladora, [223]
vuelve a posar tus alas en mi seno!...
¡¡Triste silencio de fantasmas lleno!! 55
¡Libertad, ¡ay!, tú has muerto para mí!
 
   ¡Has muerto, y tus caricias, tus halagos,
sólo, ¡ay de mí!, con mi niñez vivieron;
y hombre ya, tus sonrisas se volvieron
de mi infancia marchita al panteón!... 60
¿Qué me resta?... El consuelo de un pasado
de inocentes placeres y de amores,
en medio de un presente de dolores
¡y un porvenir de sangre y de opresión!
 
   ¡Has muerto para mí!... ¿Mas por qué lloro? 65
¿Por qué con quejas mi infortunio agravo?
¡Tú no puedes vivir como el esclavo,
virgen mía, mi virgen Libertad!
¡Tú, que eres el aliento del Eterno
desterrando del mundo luto y penas, 70
tú no puedes vivir entre cadenas
negada a la oprimida humanidad!
 
   Tú no puedes prestar tu faz hermosa
a burlas del tirano maldecido,
ni cual torpe reptil aborrecido 75
arrastrarte de un déspota a los pies.
Tú no puedes hollar los santos fueros
de la humana razón y la justicia,
ni apadrinar el crimen, la impudicia
que se ciernen de España en el pavés... 80
 
   ¡Yo sí! Yo puedo desgarrar la entraña
de la mujer que me llevó en su seno;
amargar su existencia con veneno
y de sus brazos para siempre huir;
abandonar la paz de la familia, 85
doblar mi cuello al infamante yugo, [224]
y aun empuñando el hacha del verdugo,
ir con ella matando hasta morir.
 
   ¡Yo sí! Yo puedo ser a Dios ingrato;
yo puedo renegar de mi conciencia, 90
y del mundo que juzga, en la presencia,
gritar: ¡Muera mi padre! ¡Viva el rey!
Yo puedo hacer cuanto hace un insensato
sujeto siempre a voluntad ajena;
¡que hay una ley sangrienta que lo ordena 95
y no vale ser hombre ante esa ley!
 
   ¡Adiós, mi dulce Libertad amada;
adiós mi gloria, mi ilusión, mi vida!
Tú no me repudiaste, no, querida;
tú no me abandonaste, que yo fui... 100
Si alguna vez la soledad visitas
de los que vierten del esclavo el lloro,
pide mi sangre, porque yo te adoro;
¡soldado o libre, moriré por ti!
     Madrid, mayo 29 de 1872.
     (La Ilustración Republicana Federal, 8 de junio de 1872.) [225]


ArribaAbajo

El diente

                                                                                                                                                                               
   El periodismo es una sierra, y de ella
        un diente he sido yo.
Mordiendo famas construí una estrella
        y nunca me alumbró.
Como Dios, de la nada hice un prodigio, 5
        un héroe de un reptil,
de una gran calabaza un gran prestigio
        que adoran gentes mil.
La calumnia cedió, cedió el denuesto
        y cuanto pudo ser 10
obstáculo a mi marcha, por supuesto,
        en fuerza de morder.
Hecho el milagro, hecho el asombro, la obra
        del diente terminó.
Nada al ídolo falta, antes le sobra. 15
        ¿Qué sobra? ¡El diente: yo!
     1875. [226]


ArribaAbajo

La mujer cubana

                                                                                                                                                                               
   Como un día surgió la Venus griega
del misterioso seno de los mares,
el pie en la espuma que en su torno juega,
la frente en los espacios estelares,
 
   así la ola rompiendo cristalina 5
que besa en paz la playa americana,
casta y gentil aparición divina,
surgió a mis ojos la mujer cubana.
 
   ¡Vedla! En las fantasías del poeta
forma no se alza más radiante y pura, 10
ni hay color del artista en la paleta
que a bosquejar alcance su hermosura.
 
   El coro de las Gracias, a su paso,
tiéndele sus guirnaldas por alfombra,
y tanto sol no se hunde en el ocaso 15
como de sus pestañas tras la sombra.
 
   De un beso efluvio que robó indiscreto
a una Nereida un Silfo, ebrio de amores, [227]
lleva en su propio origen el secreto
de su amor a las perlas y a las flores. 20
 
   En la cambiante luz de su pupila,
que copia los estados de su alma,
junta el furor del rayo que aniquila
a la serenidad de un lago en calma.
 
   Y en la altivez de su gallardo busto 25
que cinceló el Amor en alabastro,
hay de una reina el continente augusto
y el reposo magnífico de un astro.
 
   Ríe, y la risa de sus labios rojos
baña en ondas de luz los corazones; 30
llora, y parece que sus grandes ojos
vierten, en vez de lágrimas, perdones.
 
   ¡Vedla! A sus ansias de ideal, estrecha
la atmósfera terrena halla importuna;
su alma de sueños de ángeles fue hecha 35
y su cuerpo de rayos de la luna.
 
   De sus miradas, donde el sol se enciende,
llega el fulgor al pecho solitario
como sobre el altar la luz desciende
de la lámpara que arde en el sagrario. 40
 
   Guarda la fe su alma pudorosa
como la esencia el cristalino pomo,
y es, cual la de un cometa, luminosa
la huella leve de su pie de gnomo.
 
   Del azahar el aroma penetrante 45
no embriaga más que el que su aliento exhala,
ni la palmera esbelta y arrogante
la gallardía de su talle iguala. [228]
 
   Su voz, que es a la vez canción y lloro,
nota de guzla y vibración de lira, 50
tiene los ecos de celeste coro,
el murmullo del aura que suspira,
 
   los sollozos del niño que se queja,
la majestad de un himno de victoria,
la tristeza de un canto que se aleja, 55
el compás de una marcha hacia la gloria,
 
   los arpegios del ave en la enramada,
toda la escala, en fin, todos los ruidos
de esa gran sinfonía al par cantada
por los mundos, las almas y los nidos. 60
 
   ¡Oh, yo la vi! En las noches tropicales
vi aparecer su imagen peregrina,
virgen de fuego, envuelta entre cendales
de nívea gasa y rósea muselina.
 
   Como al contacto de una llama errante 65
el éter a su paso se inflamaba,
sembrando por doquier, volcán flotante,
ruinas de amor su candescente lava.
 
   Y al contemplar su frente de azucena
y su palabra al escuchar sonora, 70
mi alma, de duelo y de pesares llena,
sintió el rocío de una nueva aurora.
 
   De mi pecho en el campo de batalla
la esperanza surgió como un trofeo;
tornó el reposo al corazón que estalla, 75
despertó la ilusión, brotó el deseo,
 
   y mi espíritu ante ella, imponderable
conjunto de celestes maravillas, [229]
desde entonces absorto, en inefable
contemplación, ¡la adora de rodillas! 80
 
   ¡Ah! ¿Cómo no, si de ostentar se precia
lo que más en el mundo se idolatra:
la abnegación sublime de Lucrecia,
la belleza inmortal de Cleopatra?
 
   ¿Si su seno al amor se abre anhelante 85
con las ansias del pétalo a la brisa,
y jamás, como madre o como amante,
la superó Cornelia ni Eloísa?
 
   ¡Salve, mujer! Dios agotó en tu hechura
todo el esfuerzo de su numen santo, 90
y al Arte irreductible tu hermosura,
yo hallo a expresarla voces en mi canto.
     Habana. [230]


ArribaAbajo

Aristas

                                                                                                                                                                                  
   La gloria es un gran convite
donde no tienen acceso
ni la mujer sin virtud
ni los hombres sin talento.
 
   Tiene una hoja la espada, 5
tiene tres el pensamiento;
por eso, más que la fuerza
destroza y mata el ingenio.
 
   De mis juguetes de niño
hice almoneda mozuelo. 10
Un viejo los remató...
¡Y era yo mismo aquel viejo!
 
   La dulzura en la mujer
es cual la calma en el mar,
que hace la nube esperar 15
y la borrasca temer. [231]


ArribaAbajo

Al maestro Chané

                                                                                                                                                                                  
   Perdona que a recibirte
no vaya al remolcador:
nunca a remolque ha sabido
navegar mi corazón.
 
   Él te acompañó a la patria, 5
allí a tu triunfo asistió,
te dio su aplauso en el teatro,
brindó en la cena en tu honor.
 
   Y pues contigo regresa
de la larga expedición, 10
el ir a esperarte a ti
fuera ir a esperarme yo.
     Habana, septiembre de 1907. [232]


ArribaAbajo

En el álbum

De mi bien querido amigo Galo Salinas Rodríguez

FRAGMENTO

                                                                                                                                                                                  
   Cuando dos almas errantes
se encuentran y se confunden,
en una sola se funden
sus esencias y su ser;
y como dos gotas de agua 5
de una en la forma perdidas,
un espacio siempre unidas
y un destino han de correr.
   Y ora rujan tempestades,
o apacible y bella aurora, 10
luz derramando y colores
surja de la noche en pos,
si una canta, la otra canta;
si una llora, la otra llora,
que en placeres o en dolores 15
una misma son las dos. [233]



ArribaAbajo

A la hermosa niña Rosario Caneda y Fernández

                                                                                                                                                                                  
           Cuando a mi tierra vuelto
        pasé, tras larga ausencia,
        cogidos de la mano
mis enfermizos hijos por tu puerta,
        tú, al balcón asomada, 5
        sacando la cabeza,
        rubia como una espiga,
a través de la verde enredadera,
        «Bien venido -dijiste-
        a su patria el poeta.» 10
 
           Levanté al escucharte
        mi frente de tinieblas,
        y he recordado al verte
de aquel cuadro alemán aquella escena
        en que, cual tú, una niña, 15
        asomada a la reja,
        ofrece una corona
tejida de laurel y madreselva
        a un soldado que vuelve
        inútil de la guerra. [234] 20
 
           Yo, como aquel soldado,
        luché con mala estrella
        y llegaba a mis lares
desangrado también, también sin fuerza.
        ¡Ay! Pero su derrota 25
        quizá no le avergüenza,
        y yo dejé en el campo,
de los tiranos enemigos presa,
        mi ejército, los parias;
        la libertad, mi enseña. 30
 
           Profunda era la noche,
        la confianza ciega;
        todos dormían... menos
la traición que medita la sorpresa,
        cuando de pronto vimos, 35
        feroces, carniceras,
        venir sobre nosotros
las insurreccionadas turbas ebrias...
        ¿Por qué despedazados
        no hemos muerto en la brecha? 40
 
           Todos huyeron, todos,
        como espantada cierva,
        y no quiso ninguno
el honor aceptar de la hora extrema.
        Y el que nunca a su patria 45
        sobrevivir debiera,
        alma sin ideales,
de libertad y de esperanza huérfana,
        mendiga de un espectro
        la inútil existencia. 50
 
           Rubia, de la del cuadro
        azul reminiscencia:
        el soldado vencido
posible es que a luchar otra vez vuelva.
        Si entonces victorioso [235] 55
        no pasa por tu puerta,
        niégale tu saludo,
no corones su sien maldita y pérfida:
        ¡los que al progreso marchan
        triunfan o no regresan! 60
     1879. [236]


ArribaAbajo

Nihil

                                                                                                                                                                            
   ¿Dónde estás?... Por hallarte, con ansia loca,
recorrí inútilmente pueblos y edades;
trepó a la inexpugnable gigante roca
y descendí a sus hondas profundidades.
 
   Perdime en el ardiente núcleo febeo, 5
habité en la caverna que el mar socava,
fermenté en la retorta del mago hebreo,
cabalgué sobre nubes de roja lava.
 
   Registré las entrañas de los volcanes,
escudriñé los senos del mar sombrío, 10
interrumpí el reposo de los titanes,
y de la momia fósil el sueño frío.
 
   Penetré en la pagoda y en la mezquita,
bajo la bizantina bóveda esbelta,
en la apartada ruta del cenobita, 15
en el druídico bosque y el dolmen celta.
 
   Conjuré a las esfinges y a las sibilas,
al tosco jeroglífico, al libro santo, [237]
al ídolo monstruoso de hoscas pupilas,
a la marmórea estatua de regio manto. 20
 
   Sorprendí en el desierto las caravanas,
las hordas en sus crudas depredaciones,
las tribus en sus locas fiestas livianas,
en sus solemnes ritos las religiones.
 
   Sobre el terruño al paria, de honor cubierto, 25
sobre el solio al tirano, de ira beodo,
al sabio meditando sin norte cierto,
al verdugo nutriéndose de sangre y lodo.
 
   Uní mi voz al eco de la campana,
al doliente gemido del moribundo, 30
al grito de la esclava conciencia humana,
al himno de los mártires tierno y profundo;
 
   al susurro apacible de auras y fuentes,
al rumor de las frondas y las cascadas,
al pavoroso estruendo de los torrentes, 35
al fragor de las trombas huracanadas;
 
   al áspero silbido de las serpientes,
al clamor de las aves desorientadas,
al ronco son del trueno por las vertientes
y al del alud que invade las hondonadas... 40
 
   ¡Nadie me dio noticia que de ti arguya!
Todo ha sido en mi torno calma y mutismo;
¡no he encontrado ni rastro ni sombra tuya
en la tierra, en los cielos, ni en el abismo! [238]


ArribaAbajo

A la Compañía Dramática Infantil de Luis Blanc

                                                                                                                                                                                  
   ¡Salve, juveniles soles
que en áurea constelación
custodiáis el panteón
de los astros españoles!
Ante vuestros arreboles 5
los del alba palidecen;
la flor que las auras mecen
con vuestra luz se colora,
y a vuestros rayos de aurora,
los sepulcros se esclarecen. 10
 
   El Genio, que os da arrogancia,
en vos demostró esta vez
que si no tendrá vejez
tampoco ha tenido infancia;
que en tal modo la distancia 15
que os separa de él salváis, [239]
que apenas os iniciáis
en el Arte peregrina,
ya con la turba divina
de los dioses disputáis. 20
 
   Sí; al grito que os victorea
acuden en vuelo santo
Marión Delorme con su encanto,
con su austeridad Romea;
y uniendo a la que os rodea 25
su solemne aclamación,
radiantes de admiración
del pueblo entre las corrientes,
asoman las calvas frentes
de Shakespeare y Calderón. 30
 
   Y es que si en vuestra cabeza
el Genio posó sus alas,
el Arte os prestó sus galas,
los silfos su gentileza.
Y tanta y tanta extrañeza 35
vuestros encantos suscitan,
que cuantos aquí os visitan
dudan, consigo en disputa,
de si es el teatro una gruta
donde los gnomos habitan. 40
 
   Mas ¿quién no habrá de dudar,
si por vuestro esfuerzo son
el Arte una religión
y el escenario un altar?
¿Si apenas sabéis hablar 45
y ya enseñáis a sentir?
¿Si saben tan bien decir
los que aún no bien balbucean,
y si de tal modo hombrean
los que empiezan a vivir?... [240] 50
 
   No hay, no, para celebrarte
palabras bastante bellas,
¡oh hermosa explosión de estrellas
sobre el cielo azul del Arte!
Exhausto para cantarte 55
de numen y de calor,
pues tanto aplauso en tu honor
una y otra vez presencio,
mi admiración, mi silencio
sea hoy tu triunfo mejor. 60
     Orense y mayo de 1879.

Arriba