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10.       El MS. de mi biblioteca (único que conozco) me fue regalado por mi difunto amigo D. Damián Menéndez Rayón, que le había encontrado casualmente en u puesto de libros. Con intento de remediar algunos de los innumerables lunares de estilo y versificación que le afean, he hecho en él algunas correcciones al imprimirle.

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11.       Además de Juan Picornell, y José Lax, sólo se hace mérito especial de Sebastián Andrés, Manuel Cortés, Bernardo Garasa, Joaquín Villalba y Juan Pons Izquierdo. Su plan era destronar a Carlos IV, proclamar la República Española, y convocar una especie de Convención Nacional con el título de Junta Suprema Legislativa y Ejecutiva. Así lo exponen en dos papeles titulados Manifiesto e Instrucción. El Picornell cabeza de la conspiración era un mallorquín maestro de escuela, autor de varios libros pedagógicos, y padre de un niño que fue famoso en su tiempo como portento de precocidad. Lax era aragonés, y profesor de humanidades; Andrés, opositor a la cátedra de Matemáticas de San Isidro; Cortés, ayudante del colegio de Pajes; Pons Izquierdo, maestro de francés y traductor del libro los Derechos y deberes del ciudadano; Garasa, abogado y escritor; Villalba, cirujano militar y agregado al colegio de San Carlos. Todos, como se ve, ejercían profesiones liberales, y la mayor parte pertenecían al profesorado oficial o libre. Villalba era un erudito notable en cosas de su profesión, como lo prueban su Epidemiología o tratado histórico de todas las epidemias habidas en España desde los tiempos más remotos, y los muchos materiales que dejó preparados para la historia de la Medicina Española, y que utilizaron luego Morejón y Chinchilla. Parece imposible que pudiera entrar en un proyecto tan desatinado; y sólo se explica tal complicidad por la especie de sugestión que la Revolución Francesa ejercía entonces en el ánimo de muchos de nuestros hombres de letras. Su intervención, sin embargo, debió de ser muy secundaria, puesto que sólo se le condena a cuatro años de destierro de la corte y sitios reales. Picornell, Lax, Andrés, Cortés y Garasa fueron condenados a muerte; pero el Rey, en 25 de Julio de 1796, conmutó la pena en destierro a diversos presidios de América (Panamá, Puerto-Cabello y Portobelo). Todos ellos, y muy especialmente Picornell, hicieron causa común con los revolucionarios americanos y tramaron la primera conspiración de Caracas, la llamada de Gual y España, que costó la vida a este último y a cinco de sus compañeros. Picornell logró evadirse de las cárceles de la Guayra en 4 de Junio de 1797, refugiándose primero en la isla de la Trinidad, y luego en la de Santo Domingo, desde donde continuó atizando el fuego de la sedición en el continente americano con varias proclamas y otros escritos, entre ellos el ya citado de los Derechos del hombre, que suena impreso en Madrid «en la imprenta de la Verdad», y al cual acompañan dos canciones carmañolas. Posteriormente pasó a Nueva York, y allí se embarcó para Nantes, perdiéndose desde entonces toda noticia de su paradero. El embajador de España reclamó su extradición en 1807, pero Picornell no pudo ser habido. El P. Estala (en una de sus cartas inéditas a Forner) le califica de mentecato, y realmente todos sus actos le presentan como un furibundo fanático. Sería conveniente para la historia la publicación íntegra o en extracto de su causa, que se halla en el Archivo de Alcalá de Henares. Véase, entre tanto, el Memorial Histórico Español, t. XXX, págs. 155-157, y la Revista de España, tomo CXXXII, págs. 588-595.

     El Príncipe de la Paz en sus Memorias (redactadas, como es sabido, por el Abate Sicilia) habla vagamente de otras conspiraciones anteriores, pero todas ellas se fraguaron mucho tiempo después de estar Marchena en Francia.

     Â«Desde el principio de la guerra de 1793 (dice Godoy) hubo siempre en España un partido, corto en número y recatado, mas no del todo sin influjo, que vio con pena la coalición contra la Francia... Los más de este partido se encontraban en la clase media y en la gente letrada más especialmente, jóvenes abogados, profesores de ciencias, pretendientes y estudiantes, mas sin faltarles apoyo de personas notables entre las clases elevadas, de las cuales, unos por vanidad, otros por estudios y lecturas que habían hecho, y otros por impresiones recibidas de los hombres de letras con quienes trataron en sus viajes por Europa, abrazaron de buen ánimo las ideas nuevas... En junio de 1795 una correspondencia interceptada hizo ver patentemente que los franceses trabajaban con ahínco en formarse prosélitos en muchos puntos importantes, y ofreció rastro para descubrir algunas juntas que se ocupaban de planes democráticos, divididas solamente por entonces en acordar si serían muchas o una sola república iberiana lo que convendría a España... Una de aquellas juntas, y por cierto la más viva, se tenía en un convento, y los principales clubistas eran frailes. El contagio ganaba (sic): al solo amago que los franceses hicieron sobre el Ebro, una sociedad secreta que se tenía en Burgos preparaba ya sus diputados para darles el abrazo fraternal. En los teatros de la corte hubo jóvenes de clases distinguidas que se atrevieron a mostrarse con el gorro frigio: hubo más, hubo damas de la primera nobleza que obstentaron los tres colores.» (Memorias, Madrid, 1836, págs. 184 y 332 del t. I)

     Estas noticias, como escritas de memoria muchos años después de los sucesos, carecen de la precisión debida, y además es evidente que el Príncipe de la Paz exagera la importancia de aquellos planes y alardes descabellados para dar a entender que su política salvó a España de un gran peligro revolucionario. Algo, sin embargo, de lo que indica está confirmado por los datos que iremos viendo.

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12.       Il y a longtemps, ministre du peuple français, que j'ai consacré mes faibles forces à leur anéantissement (de la tiranía): il y a longtemps que je combats ces monstres; six ans de persécutions et de inquiétude dans le pais le plus esclave de la terre n' ont en rien affaibli la vigueur d'un caractère indomptable. Enfin il y a huit mois que je me vis forcé de quitter le peuple du despotisme religieux et civil: l' inquisition allait m' emprisonner, je cherchais un asile dans la France libre, et j' y vécus tranquille, consacrant tous mes travaux à la cause de l' humanité, qui est celle de la liberté, jusqu' au moment on il plut au gouvernement espagnol de faire séquestrer le produit de mes biens. (Documento del Archivo del Ministerio des affaires étrangères, publicado por Morel-Fatio en la «Revue Historique».)

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13.       En una reciente e interesantísima publicación que ha venido a dar nueva y copiosa luz sobre los oscuros sucesos acaecidos en las Provincias Vascongadas durante la guerra de 1793 a 1795 (La Separación de Guipúzcoa y la paz de Basilea, Madrid, 1895), su respetable autor, el Sr. D. Fermín de Lasala, Duque de Mandas, procura atenuar, pero más bien confirma, esta opinión generalmente admitida. Él mismo habla, como de cosa notoria, del enciclopedismo del Conde de Peñaflorida, del Marqués de Narros y de otros nobles guipuzcoanos, de los que más parte tuvieron en la formación de aquel centro de enseñanza, por otra parte tan ilustre y benemérito de la cultura patria. Refiere el hecho de haber llegado a quince en Guipúzcoa los suscritores a la Enciclopedia, a pesar de la relativa pobreza del país y de lo carísimo de la obra. Quizá no habría otros tantos en lo restante de España. Menciona varios volterianos de San Sebastián y Azcoitia, entre ellos uno muy excéntrico llamado Eguía y Corral, que en treinta años seguidos que vivió en París apenas salió de las galerías del Palais Royal donde, según él, se encontraban todas las cosas necesarias y agradables para la vida intelectual y material, pero no lo que para nada hace falta, esto es, botica e iglesia.

     Yo añadiré que en el Diario inédito de Jovellanos consta que encontrando resistencia para conseguir en favor de su Instituto de Gijón licencia para tener libros prohibidos, le contestó el Inquisidor General que «esos libros habían pervertido en Vergara a maestros y discípulos.» Uno de estos maestros era Santibáñez, cuyas andanzas en compañía de Marchena referiré después. Quince años había pasado en el Seminario de Vergara el montañés D. Manuel Josef Narganes de Posada (de San Vicente de la Barquera), que luego pasó de Catedrático de Ideología y Literatura Española al colegio francés de Sorèze, donde en 1807 escribió tres Cartas sobre los vicios de la instrucción pública en España, y proyecto de un plan para su reforma (Madrid, Imp. Real, 1809), producción curiosa por más de un título, y en la cual, a vueltas de algunas observaciones sensatas, se patrocinan sin ambages las más radicales conclusiones del sensualismo del siglo pasado, atacandose fieramente toda noción metafísica y aun la posibilidad de ella. Narganes se hizo afrancesado y fue Venerable de una de las primeras logias establecidas en Madrid por los invasores. Las ideas de D. Valentín Foronda (alavés muy distinguido y digno de buena memoria en su país natal por otras razones) bien claras están en su exposición de la Lógica de Condillac (1794) y aun en sus cartas y discursos sobre asuntos políticos y económicos.

     Que este fuera el espíritu de algunos socios y profesores y no el dominante en la Sociedad y en el Instituto que fundó, puede creerse sin esfuerzo; pero que la difusión de la nueva doctrina en Vergara haya de reducirse a los nombres aislados de Peñaflorida y Samaniego tampoco puede admitirse en vista de tantos indicios que corroboran la tradición en esta parte.

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14.       Mr. Latour, en el artículo ya citado de Le Correspondant, consigna como tradición oída en Sevilla que fue D. Alberto Lista quien advirtió a su condiscípulo Marchena del peligro que le amenazaba, para que tuviera tiempo de ponerse a salvo.

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15.       Reynón murió en Bayona en 1842. Los extractos de sus memorias están tomados de un libro de misceláneas que perteneció al Capitán Duvoisin, traductor de la Biblia al vascuence (dialecto labortano) bajo los auspicios del Príncipe L. L. Bonaparte.

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16.       Â«Las otras naciones (decía Marchena en la primera proclama) han adelantado a pasos de gigante en la carrera de las ciencias, y tú, patria de los Sénecas, de los Lucanos, de los Quintilianos, de los Columelas, de los Silios, ¿dónde está hoy tu antigua gloria? El ingenio se preparaba a tomar el vuelo, y el tizón de la Inquisición ha quemado sus alas. Un padre Gumilla, un Masdeu, un Forner, esto es lo que oponen los españoles a nuestro sublime Rousseau, al divino pintor de la naturaleza nuestro gran Buffon, a nuestro profundo historiador político el virtuoso Mably, al atrevido Raynal, a nuestro harmonioso Delille y nuestro universal Voltaire.»

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17.       Archivo del Ministerio de Relaciones Extranjeras, España, vol. 635, pieza 128. Debemos comunicación de estos papeles a nuestro amigo Morel-Fatio.

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18.       En la segunda proclama, este pasaje, aunque conforme en lo sustancial, está redactado de diverso modo: «¿Quiénes son los verdaderos cristianos? Nosotros que socorremos a todos los hombres, que los miramos como nuestros hermanos, o vosotros, que perseguís, que prendéis, que matáis a todos los que no adoptan vuestras ideas?

     Â»Vosotros os llamáis cristianos: por qué no seguís las máximas de vuestro legislador? Jesús no vino armado de poder a inculcar su religión con la fuerza de la espada; predicó su doctrina sin forzar a los hombres a seguirla. Defensores de la causa del cielo, ¿quién os ha encargado de sus venganzas? ¿El Omnipotente necesita valerse de vuestra flaca mano para extirpar sus enemigos? ¿No pudiera fulminar el rayo contra los que le ofenden y aniquilarlos de un soplo?»

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19.       Impreso s. l. n. d. de 2 ff. in 4.º (E. 8. p. 634, pièce n.º 164.)

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