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ArribaAbajoA las bodas de Lesbia


Anacreóntica

    Apaga, Cupido,
tu ligera llama,
si enciende Himeneo
sus antorchas sacras.
Respeta de Lesbia  5
la mano ligada
a la de su dueño
con tiernas guirnaldas.
Virtud y modestia,
honor y constancia,  10
por medio del templo
la llevan al ara.
Tus armas son pocas
para arrebatarla
de la tropa fuerte  15
que ya la acompaña.
Y si tus intentos
a tanto llegaran,
vencido, abatido,
burlado quedaras.  20
Y nuevo trofeo
sería tu aljaba
del triunfo seguro
que honor alcanzara.
No más me presentes  25
con lisonjas falsas
mudables cimientos
para mi esperanza;
que de sus virtudes
a la luz sagrada  30
huyen las ideas
culpables y vanas.
Como en noche oscura
entre las montañas
el miedo al viajante  35
pinta sombras varias,
hasta que del carro
de Febo las llamas,
esparciendo luces,
disipan fantasmas.  40




ArribaAbajoAnacreóntica


    Unos sabios gritaban
sobre el sabor y nombre
del licor que ofrecía
Ganimedes a Jove
en las celestes mesas,  5
convidados los dioses,
suspensos los luceros
y admirados los hombres.
Y yo dije a mi Filis:
«Déjales que den voces.  10
El nombre nada importa,
y del sabor, responde
que será el que tú dejas
cuando los labios pones
en la copa en que bebes  15
los béticos licores
cuando contigo bebo,
cuando conmigo comes;
y déjales que griten
sobre el sabor y nombre  20
del licor que ofrecía
Ganimedes a Jove.




ArribaAbajoCuento


    En el oscuro bolsillo
de un miserable avariento
reinaba un sumo descanso,
duraba un largo silencio.
Ni sol ni luna podían  5
enviar sus luces dentro
para dar un corto alivio
a los tristes prisioneros.
Ya de esto habrá colegido
el lector, como discreto,  10
y si no, como atrevido
(que suele valer lo mismo,
y mil veces confundirse,
discreción y atrevimiento),
ya habrá, digo, discurrido,  15
como digo, de mi cuento,
que los tristes habitantes
de aquel castillo tremendo
no veían los teatros,
las máscaras, los paseos,  20
los banquetes, las visitas,
las tertulias y los juegos;
ni tampoco iban a hablarles
aquellos hombres molestos,
de estos que hay que, por hablar,  25
irán a hablar con los muertos.
Solamente en él entraban,
siempre de noche y con tiento,
del dueño de la prisión
los largos y fríos dedos.  30
Contábalos uno a uno
cien veces y aun otras ciento.
Pues, Señor, entre los tales
tristísimos prisioneros
los había muy alegres  35
(o filósofos o necios,
pues sólo en estas dos clases
se ven penas con sosiego);
y por no saber qué hacerse,
se estaban entreteniendo  40
en contar las travesuras
que los malvados hicieron
cuando andaban por el mundo
campando por su respeto.
Oyolos un ratoncillo,  45
vecino de mi aposento,
que en él suele comer libros,
porque no halla pan ni queso,
y todo me lo contó,
prometiéndole el secreto,  50
porque el ratón y yo somos
amigos y compañeros,
y pasamos nuestras hambres
él y yo contando cuentos.
Así dice que decían,  55
óigalo el sabio y discreto...
Pero no quiero decirlo,
porque se oyeran enredos,
culpas, delitos y fraudes,
osadías y portentos,  60
que prueban lo que es el hombre
y lo que puede el dinero.




ArribaAbajoLetrillas satíricas imitando el estilo de Góngora y Quevedo


    Que dé la viuda un gemido
por la muerte del marido,
    ya lo veo;
pero que ella no se ría
si otro se ofrece en el día,  5
    no lo creo.
    Que Cloris me diga a mí.
«Sólo he de quererte a ti»,
    ya lo veo;
pero que siquiera a ciento  10
no haga el mismo cumplimiento,
    no lo creo.
    Que los maridos celosos
sean más guardias que esposos,
    ya lo veo;  15
pero que estén las malvadas
por más guardias más guardadas,
   no lo creo.
    Que al ver de la boda el traje
la doncella el rostro baje,  20
    ya lo veo;
pero que al mismo momento
no levante el pensamiento,
   no lo creo.
    Que Celia tome el marido  25
por sus padres escogido,
    ya lo veo;
pero que en el mismo instante
ella no escoja el amante,
   no lo creo.  30
    Que se ponga con primor
Flora en el pecho una flor,
   ya lo veo;
pero que astucia no sea
para que otra flor se vea,  35
    no lo creo.
    Que en el templo de Cupido
el incienso es permitido,
   ya lo veo;
pero que el incienso baste  40
sin que algún oro se gaste,
    no lo creo.
    Que el marido a su mujer
permita todo placer,
    ya lo veo;  45
pero que tan ciego sea
que lo que vemos no vea,
    no lo creo.
    Que al marido de su madre
todo niño llame padre,  50
    ya lo veo;
pero que él, por más cariño,
pueda llamar hijo al niño,
    no lo creo.
    Que Quevedo criticó  55
con más sátira que yo,
    ya lo veo;
pero que mi musa calle
porque más materia no halle,
    no lo creo.  60




ArribaAbajoTraducción de Horacio


    Al constante varón de ánimo justo
jamás imprime susto
el furor de la plebe amotinada;
ni la cara indignada
del injusto tirano;  5
ni del supremo Júpiter la mano
cuando irritado contra el mundo truena;
ni cuando el norte suena,
caudillo de borrascas y de vientos.
Si el orbe se acabara,  10
mezclados entre sí los elementos,
el justo pereciera y no temblara.




ArribaAbajoDesdenes de Filis


Égloga. Entre Dalmiro y Ortelio, pastores


POETA

    Como la tortolilla en su retiro,
con solitarios llantos y lamentos,
triste se queja del rigor del hado,
así en un bosque el infeliz Dalmiro
sus quejas amorosas daba al viento,  5
de verse de su ninfa abandonado.
Lejos de su ganado,
de su cabaña ausente,
en su dolor demente,
de todos y de todas se ausentaba.  10
Lloraba y sus sollozos duplicaba;
sola la soledad apetecía,
porque ella le imitaba
con tanta natural melancolía.
    ¿Cuántas veces el sol, cuántas la luna  15
sus concertados giros revolvían,
y al pie del mismo tronco le encontraban?
El vecino arroyuelo y la laguna
helarse y deshelarse se veían,
y mudado a Dalmiro nunca hallaban.  20
Las aves que pasaban
hallaban a Dalmiro
en el mismo retiro.
Las mismas voces con el mismo acento
solía dar a la región del viento;  25
el eco de sus voces se cansaba,
porque de su lamento
lo mismo cada día duplicaba.
    Si alguno sin morir ha padecido
de celos y desdenes la aspereza,  30
sabrá lo que Dalmiro padecía.
Ya estaba a tal estado reducido,
que ni aun llorar podía su tristeza.
Falto de fuerza, estatua parecía;
morirse se veía,  35
y sin duda muriera
si algún dios no quisiera
que en lo sereno de la noche clara
con su rebaño Ortelio se acercara
y conociera a su Dalmiro amado;  40
pero no por la cara,
que ésta se había ya desfigurado.
    Ortelio por las aves conducido
al triste objeto que en los ayes daba,
llegó, miró, y prorrumpió en lamentos.  45
Por su antigua amistad enternecido,
su pecho al de su amigo ya acercaba;
ya le daba sabrosos alimentos,
ya varios condimentos
de yerbas y de flores,  50
por si con sus odores
sacarle del letargo conseguía.
En vano con dulzura socorría
en sus brazos al triste moribundo.
Morir con él quería.  55
¡Ya no hay tales amigos en el mundo!
    Dalmiro abrió los ojos lentamente
y los fijó sobre su Ortelio amado;
y al punto que le vio, sintió consuelo.
Esfuerzos hizo con su voz doliente  60
para contar a Ortelio su cuidado,
su llanto, su dolor, su desconsuelo,
hasta que quiso el cielo
que en tal amigo hallara
consuelo que bastara,  65
contándole con queja su quebranto.
En todo el mundo no hay consuelo tanto
como contar a su leal amigo
el motivo del llanto,
sin arte, sin respeto, sin testigo.  70
    Este coloquio entre los dos pastores
pasó; si lo oye alguna ninfa bella,
¡cuál se envanecerá de su hermosura,
al ver que al hombre matan los rigores
de la beldad más que los de la estrella,  75
como prueba esta lúgubre aventura!
En la verde espesura
de este modo se hablaron,
y la historia trataron.
No se tenga por cuento fabuloso;  80
es tan seguro como lastimoso.
Todo pastor de amores escarmiente
lance tan horroroso,
y escuche este coloquio atentamente:

ORTELIO

    ¡Oh tierno amigo de este pecho mío!  85
¡Oh Dalmiro, el mejor de los pastores!,
dime la causa de tus graves males.
Te veo moribundo, yerto, frío,
y perdidos del rostro los colores,
y tus ojos parados y mortales.  90
Alientos desiguales
tu pecho da con pena;
la voz se te enajena.
¡Ay!, sácame, te pido, del cuidado.
Si acaso mi amistad has olvidado,  95
te pongo empeño superior ahora.
Dime lo que ha pasado,
te lo pido por Filis tu pastora.

DALMIRO

    ¡Ortelio!, ¡amado Ortelio!, calla, calla,
aumentas con nombrarla mi quebranto.  100
Si al verla me causó tanta alegría,
este tiempo pasó, tan otra se halla,
que si tú me la acuerdas, en el llanto
verás el fin de aquesta vida mía.
¡En triste, aciago día  105
miré yo su hermosura!
¡Oh cuánta desventura
aquel funesto día ha producido!
No sé cómo mi fuerza ha resistido.
¡Oh necia ceguedad de los mortales!  110
¡Cuántas veces ha sido
un bien principio de increíbles males!

ORTELIO

    ¿Quién? ¿Filis?, ¿la que tanto te quería?
¿La que un amor sin fin te aseguraba
delante de zagalas y pastores?  115
¿La que buscaba flores
por el valle y el prado,
y un ramo bien ligado
con cinta del color de la firmeza
te daba, como prenda de fineza?  120
¿La que te permitía que llevase
su falda tu cabeza,
y la siesta de agosto así pasase?

DALMIRO

    La misma, sí, la misma, ¿Quién creyera
que la que fue tan buena se trocara  125
en exceso de fraude y tiranía?
Más fácilmente imaginado hubiera
que el céfiro borrascas abortara,
y la luna saliera por el día.
Más fácil parecía  130
vivir el tigre fiero
con el manso cordero;
salir los astros por el occidente,
volver un río contra su corriente,
dar los cipreses rosas olorosas,  135
y andar el inocente
seguro por ciudades engañosas.
    Lo que le parecía más posible
no ha sucedido al infeliz Dalmiro;
lo que juzgué imposible me sucede.  140
Es céfiro, como antes, apacible;
la luna por la noche da su giro;
al tigre la cordera el puesto cede;
ni el río retrocede,
ni ha mudado la aurora  145
su antiguo curso y hora;
ni del ciprés se acaba la tristeza,
ni en las ciudades fraude y sutileza.
El orden de las cosas no ha variado
en la naturaleza;  150
y Filis, sola Filis, se ha mudado.

ORTELIO

    Y tú, Dalmiro, cuyo altivo pecho
triunfaba ufano del rigor más fuerte
que a veces te ofrecía tu pastora,
¿ese valor acaso se ha deshecho,  155
que tan triste y postrado llego a verte?
¿Para cuándo tu fuerza vencedora?
Alienta, pues, ahora,
y suspende ese llanto.
No merecía tanto  160
la misma madre del rapaz Cupido;
la misma Venus nunca ha merecido
el dominio de un alma generosa.
El mérito ha perdido
por ser mujer, si lo ganó por diosa.  165

DALMIRO

    Tienes razón... pero valor no tengo.
Ya muero, sí, ya muero; ni un instante
me queda de una vida tan cansada.
Si algún aliento... alguna voz mantengo,
sólo es para pedirte que a mi amante,  170
mal dije, que a mi ingrata, que a mi amada
digas que está acabada
de Dalmiro la vida;
que queda complacida;
que muero, cual viví, suyo de veras.  175
Ya siento de mis ansias las postreras.
Adiós, Ortelio, ya me siento yerto
entre congojas fieras.

POETA

    Esto dijo Dalmiro, y quedó muerto.
Ortelio, del cadáver cuidadoso,  180
una tumba erigió, como es debido,
con ramas de cipreses enlazadas;
no de mirto, que a Venus es gustoso,
ni de yedra, que es grata al dios Cupido,
ni de otras yervas al amor sagradas.  185
Dejolas coronadas
con un corto letrero
(y nada lisonjero,
como otros epitafios que ha dictado
la adulación); porque este fue grabado  190
sólo para ejemplar de otros amores.
Yo le tengo copiado,
y así decía: «Escarmentad, pastores».




ArribaAbajoGlosa



    Engañando está Dalmira
al pastor que la enamora;
pero él responde: Pastora,
¿eso es verdad o mentira?



    Ella dice: «Dulce dueño,
toda es tuya el alma mía:
en ti pienso todo el día,
contigo de noche sueño.

    Dime, pastor, ¿no te admira  5
la virtud de quien te adora?»
Pero él responde: «Pastora,
¿eso es verdad o mentira?»

    Ella dice: «Si la suerte
una corona me diera,  10
¡cuán gozosa la perdiera,
mi dueño, por no perderte!

    Tu pastora sólo aspira
a que la ames cual te adora».
Pero él responde: «Pastora,  15
¿eso es verdad o mentira?».




ArribaAbajoInjuria el poeta al amor


    Amor, con flores ligas nuestros brazos.
Los míos te ofrecí lleno de penas.
Me echaste tus guirnaldas más amenas:
secáronse las flores; vi los lazos,
y vi que eran cadenas.  5

    Nos guías por la senda placentera
al templo del placer ciego y propicio;
yo te seguí, mas viendo el artificio,
el peligro y tropel de tu carrera,
vi que era un precipicio.  10

    Con dulce copa al parecer sagrada
al hombre brindas de artificio lleno.
Bebí: quemose con su ardor mi seno,
con sed insana la dejé apurada,
y vi que era veneno.  15

    Tu mar ofrece con fingida calma
bonanza sin escollo ni contagio:
yo me embarqué con tan falaz presagio,
vi cada rumbo que se ofrece al alma,
y vi que era un naufragio.  20

    Al carro de tu madre, ingrata diosa,
vi que tiraban aves inocentes;
besáronlas mis labios imprudentes:
el pecho me rasgó la más hermosa,
y vi que eran serpientes.  25

    Huye, amor, de mi pecho ya sereno,
tus alas mueve a climas diferentes,
lleva a los corazones imprudentes
cadenas, precipicios y veneno,
naufragios y serpientes.  30




ArribaAbajoA la fortuna


    Fortuna, a quien el vulgo llama diosa
(y tanto tu inconstancia lo desmiente),
ni creas que tu ceño me amedrente
ni que por ver tu cara más gustosa
inmute yo mi frente.  5

    Con ella levantada te he mirado,
despreciando tus males y tus bienes;
y cuando de triunfar del orbe vienes,
te venzo, y del laurel que tú has ganado
corono yo mis sienes.  10




ArribaAbajoAl espejo de Filis


    Cristal, como eres liso, puro y llano,
no sabes lo que importa el fingimiento;
a Filis enseñando su hermosura,
igualaste lo altivo con lo bello.

    Tan niña como amor era mi Filis  5
cuando te señaló por consejero,
contigo consultando los designios
de encadenar a todo el universo.

    Si entonces tú sus fuerzas le ocultaras,
mil daños evitaras a este pecho,  10
primer cautivo que en el de ella tuvo
encanto y cárcel con dorados hierros.

    Pero tú claramente le dijiste
que no igualaba el oro a sus cabellos,
y que en ellos tenía mil tesoros  15
para soborno del entendimiento;

    que no había en el mundo tales dardos
como los rayos de sus ojos negros.
Entró en campaña, y con tan fuertes armas
miró y triunfó de todo el orbe entero.  20

    De los ojos humildes y postrados
el lánguido bajar rendido y tierno,
para templar las iras de un amante
cuando conviene para sus intentos;

    el levantar los ojos enojados  25
con aire majestuoso de desprecio,
para enfrenar de algún osado amante
en su pasión el atrevido afecto;

    el inquieto volver con gozo o susto
los ojos por la tierra o por el cielo,  30
para encontrar, errantes por el aire,
los de un amante fácil y ligero;

    el pararlos también a un solo punto,
para fijar los de un amante inquieto,
y las demás funciones de los ojos  35
tú la enseñaste, y todos padecemos.

    Tu escuela la enseñó de las risitas
más o menos fingidas los misterios,
tapando con gracejo el abanico
los dientes, que en la risa ya se vieron;  40

    el asomar las lágrimas, si acaso
han de causar algún terrible efecto,
y el retirarlas, cuando a la tristeza
conviniese mezclar algún tormento;

    aquel llevar la mano a la cabeza,  45
tomando flor o cinta por pretexto,
y siendo el enseñar la hermosa mano
el solo fin de tan sutil manejo.

    Todos estos sabidos artificios,
con muchos más que para mí reservo,  50
tú sólo enseñaste, mas no sabes
cómo se vale de la fuerza de ellos.

    ¡Ay!, no la digas más las perfecciones
que en su hermosura deposita el cielo,
o pide a las deidades que de bronce  55
pongan un corazón en este pecho.