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Palabras comunes

[Primera parte]

José Triana



Para Chantal



Mais il faut mettre aux pieds cette sote vanité, et secouer vivament
et hardiment les fondemens ridicules sur quoy ces fausses opinions se
bastissent.


Michel de Montaigne                


[...], y aún hoy lloro al escribirlo.


Franz Kafka                


Pues viven en mentira, no solamente por adorar falsos dioses, sino
por no tener el valor suficiente para confesarlo.


María Zambrano                


¡Anda, putilla del rubor helado,
anda, vámonos al diablo!


José Gorostiza                




Palabras comunes fue estrenada en Stratford-upon-Avon (Theater Other Place), el 4 de septiembre de 1986 y en Londres (The Pit, Barbican Center) el 25 de marzo de 1987, bajo la dirección de Nick Hamm, con la coreografía de Guido González del Valle Morales, música original de Ilona Sekac y diseños de Chris Dyer e interpretada por Janet McTeer, David Killick, Henry Goodman, Martin Jacobs, David Haig, Darlene Johnson, Joely Richardson, Philip Frank, Rosalind Boxall, Anna Hyhg, Amanda Harris, Caroline Johnson, Joseph Mydell, Geraldine Fitzgerald, Max Gold, Jeremy Pearce y Susan Porrett, etc.



PERSONAJES
 

 
VICTORIA.
CARMEN,   madre de Victoria, Alicia y Gastón, esposa de Ricardo
JUANITA,   madre de Graciela
ADRIANA,   niña, hija de Victoria y Joaquín
ALICIA,   hermana de Victoria y Gastón, esposa de José Ignacio
GASTÓN,   hermano de Victoria y de Alicia
RICARDO,   esposo de Carmen y padre de Victoria, Alicia y Gastón
ANTONIA,   hermana de Ricardo
PAULITA,   criada
BORRÁS,   criado
LUISA,   amiga de Victoria
ADOLFO,   esposo de Luisa
PEDRO ARTURO,   esposo de Graciela
GRACIELA,   esposa de Pedro Arturo e hija de Juanita
JOSÉ IGNACIO,   esposo de Alicia y hermano de Teresa
MENÉNDEZ,   amigo de Ricardo
JOAQUÍN,   esposo de Victoria
FERNANDO,   amante de Victoria
TERESA,   hermana de José Ignacio
 

Época: De 1894 a 1914

   

Lugar: Santa Clara y La Habana.

 




ArribaPrimera parte


Escena I

 

VICTORIA entra a escena. Se quita el sombrero y el velo. Su rostro expresa cierta exaltación y trastorno. Se deja caer en una poltrona situada en el primer plano del escenario. Al fondo se escuchan las voces de CARMEN y JUANITA.

 

CARMEN.-  Una mujer honrada, lo que se llama una mujer honrada es incapaz de hacer lo que hace Teresa...

JUANITA.-  ¡Pero los tiempos cambian, Carmen!

CARMEN.-  ¡No! ¡Me niego, Juanita! ¡Me niego!

JUANITA.-  Tus intransigencias las llevas a un punto...

CARMEN.-  ¡Así es, quieras o no!

 

(Pausa. Ruidos de platos. Algunas risas. ADRIANA, la hija de VICTORIA, entra saltando con una muñeca de trapo entre los brazos. Al ver a su madre se detiene, la contempla y luego se le acerca, echándosele en los brazos.)

 

ADRIANA.-  Mamita, ¿estás mala?

VICTORIA.-   (Acariciándole los cabellos.) No, hijita. Un poco de jaqueca, que el fresco de la tarde me quitará seguramente.

ADRIANA.-  Ya no hay mucho sol, mamá. ¿Puedo ir a jugar con mis amiguitas al Prado?

VICTORIA.-   (Con una sonrisa triste.) Ve, hija, ve.

 

(ADRIANA se dispone a salir; a mitad de camino regresa a sus brazos y la besa varias veces en la mejilla. VICTORIA le devuelve los besos. Entra PAULITA, una vieja criada negra; viste un impecable uniforme.)

 

ADRIANA.-   (Desprendiéndose de los brazos de su madre.)  Te quiero mucho. Hasta ahorita.

 

(ADRIANA hace mutis, saltando, acompañada de PAULITA. Se oye la voz de la criada, afuera.)

 

PAULITA.-  No corras, niña, te harás daño.  (Pausa.) 

CORO DE NIÑAS.-

 (Afuera, cantando.) 

Me casó mi madre,
me casó mi madre,
chiquita y bonita,
ayayay,
chiquita y bonita.

 

(VICTORIA se levanta y se acerca al primer plano. Sonríe: después su rostro se contrae. Se sienta en la mecedora.)

 

VICTORIA.-   (Suspira. Con angustia y sarcasmo.)  ¡Seguiré siendo una mujer honrada! Sombra de sombras. ¡Ah, estoy vieja, estoy gorda, estoy cansada!... ¡Uf, qué calor!... ¡Esto es un horno!  (Pausa breve. Desesperada.) Orden y limpieza..., ¿dónde? ¿Dónde?  (Otro tono.)  ¡No! ¡No! ¡No!  (Feroz.)  ¡Las honradas, qué horror!

CORO DE NIÑAS.-
Me casó mi madre,
me casó mi madre,
chiquita y bonita,
ayayay,
chiquita y bonita,
con un muchachito,
con un muchachito,
que yo no quería,
ayayay,
que yo no quería.

 

(VICTORIA suavemente se balancea. La luz, muy despacio, va desapareciendo.)

 


Escena II

 

Los cantos se intensifican. Pausa. La oscuridad es casi total. Se oye la voz de CARMEN, la madre de VICTORIA, en un susurro.

 

CARMEN.-  Victoria, Victoria.

 

(Aparece el rostro de VICTORIA, es el de una niña. CARMEN repite su llamado.)

 

CARMEN.-   (En tono recriminatorio.) ¡Victoria! ¡Victoria!

 

(Luz en el escenario. CARMEN corta flores en el jardín. Don RICARDO, su esposo, lee los periódicos. 1894. ALICIA, una muchachita rubia, de doce años, viste una muñeca. GASTÓN, de unos diez, juega con un yoyo.)

 

VICTORIA.-   (Gritando a su hermano.)  Mira, Gastón, yo puedo más que tú.  (Gesto grotesco de GASTÓN.) 

CARMEN.-   (A VICTORIA.)  ¡Niña! ¡Habráse visto!... Alicia, ese lazo... ¡Arréglatelo! ¡Mira a tu hermana!  (A VICTORIA.) ¡Sal de ahí!  (A un personaje invisible.) Con ocho años y ya es una marimacho.

 

(ALICIA pone su muñeca junto al costurero y se precipita sobre VICTORIA. Forcejeo de las dos hermanas.)

 


Escena III

 

ANTONIA, la hermana mayor de RICARDO, entra a escena con un perro en los brazos. Es una mujer de unos cincuenta y cinco años. Viste con sobria elegancia.

 

ANTONIA.-   (A CARMEN.)  La culpa es tuya, querida. ¿Por qué se lo permites? Siembra viento y recogerás tempestades.

CARMEN.-  ¿Que yo se lo permito?

ANTONIA.-   (Mimosa al perro.) ¿No es verdad, Titania linda?

ALICIA.-   (A VICTORIA.) No vas a hacer lo que te dé la gana.  (A CARMEN.) Mamá, Victoria se niega...

CARMEN.-   (A ANTONIA.) Me crispas. No te lo mando a decir con nadie.

GASTÓN.-   (Burlándose de ALICIA.)  Mamá, Victoria se niega...

 

(VICTORIA y ALICIA discuten en voz baja. VICTORIA expone razones, su hermana también. GASTÓN, mientras juega, escucha -disimulándolo- el discurso de ANTONIA.)

 

ANTONIA.-   (A CARMEN.)  ¡Es la realidad!... ¿Qué importa que te pases el santo día detrás de los calderos, disponiendo los escobillazos, el baldeo y la persecución de las telarañas? Orden y limpieza, sí. A todo meter, sin respirar...  (Señala la cabeza.) Pero aquí.  (Otro tono.) Si conmigo fuera, ellos entraban por el aro.  (Gesto de burla de GASTÓN.) Pero tú los consientes.  (Otro tono.) Yo hubiera eliminado de cuajo los juegos, los correteos en el jardín y la arboleda.

 

(ALICIA se da por vencida. VICTORIA se balancea en el cachumbambé o en una mecedora -según el tamaño del escenario-, muy suavemente. ALICIA la recrimina. GASTÓN guarda su yoyo, en el bolsillo del pantalón; corre hacia donde está la muñeca de ALICIA, la toma y sale aullando como si fuera el salvaje de una tribu. ALICIA sale corriendo detrás de él y lo atrapa. Forcejean. Caen al suelo.)

 

ANTONIA.-  Sentados como momias, allá dentro. En línea recta, igualito que un regimiento en posición de alerta hacia la eternidad.

 

(GASTÓN le hace cosquillas a su hermana. Los gritos y lamentos se convierten en risas.)

 

ANTONIA.-  ¡Mira ese espectáculo!

 

(VICTORIA abandona el cachumbambé o mecedora con un gesto de malestar, pone su muñeca junto al costurero de ALICIA y se acerca a CARMEN.)

 


Escena simultánea

ALICIA.-(Divertida.) Gastón, no fastidies.VICTORIA.-Me duele aquí, mamita. Me pica.
GASTÓN.-¿Tú no querías?CARMEN.-¿Qué cosa, niña?
ALICIA.-Ay, que mamá después...VICTORIA.-(Casi lloriqueando.) Que no puedo...
GASTÓN.-Ahora verás... (Risas.)CARMEN.-¡Gastón, deja a tu hermana!
ALICIA.-Déjame, chico.  




Escena IV

CARMEN.-  Quiero que mis hijos sean un ejemplo vivo... Y, sobre todo, las niñas... Modestas, recatadas..., como si fueran las más valiosas filigranas de cristal...

VICTORIA.-   (Todavía hurgándose el dedo.) ¿Y eso qué es, mamita?

CARMEN.-  ¿Eso? ¿Qué es eso de qué, Victoria?

VICTORIA.-  Lo que dijiste, mami...

CARMEN.-  Mira, déjate de tantas preguntas, que ya pareces una marisabidilla, como dice tu padre..., y por ese camino sólo serás una irremediable materialista.

 

(CARMEN se sienta en una comadrita cercana a la butaca de RICARDO. Al fondo los muchachos se integran y juegan despreocupados.)

 

RICARDO.-   (Tirando el periódico sobre una mesita.)  Estamos a un paso de la guerra. ¡De ella no hay quien nos salve!

CARMEN.-  ¡A sí me recibes! Quiero estar contigo, y enseguida, catapum, como un moscón..., aparece tu pesimismo.

RICARDO.-   (Interrumpiéndola.)  ¡Pesimismo!... ¡No! ¡Realismo!

CARMEN.-  Te altera que en los periódicos...

RICARDO.-  ¡Estoy convencido, Carmen!

CARMEN.-  ¡Cuando coges una idea fija...!

RICARDO.-  ¡Quien tiene la experiencia, sabe!

CARMEN.-  ¡Chico, me dejas de una sola pieza!

RICARDO.-  En el último anónimo que recibimos...

CARMEN.   (Interrumpiéndolo.) ¡No me hables de eso!

RICARDO.-   (Insistente.)  Decían que la guerra se preparaba y que en los Estados Unidos...

CARMEN.-  ¡Te ruego, Ricardo!...

RICARDO.-  Que existe la amenaza, existe...

CARMEN.   (Cortante.)  Ah, Ricardo, en este país siempre estamos amenazados... Desde que tengo uso de razón... Hay un maldito afán de delirio, una necesidad de..., de... Mamá me decía: «Hija, busca al cubano en el desastre».

RICARDO.-  ¡No, Carmen!... Estoy hablando con propiedad y seriamente. Sé que te enerva, que te resulta inaceptable...

CARMEN.-  ¿Qué quieres decir?

RICARDO.-  Querida, hemos tenido ya dos experiencias..., la del 68 y la del 79... ¡Dos guerras! ¡Uno no vive en balde!

CARMEN.-  Me parece un desatino que tú comiences... Por ti, por mí, por nosotros, por los muchachos...

RICARDO.-  ¿Y lo que hemos vivido lo tiramos al latón de la basura? Piensa un poco, reflexiona. Ninguna gracia me hace tener que pensar en este asunto..., y menos, en este momento, en que comienza la zafra... ¡Si no estamos alertas, sería peor!

CARMEN.-   (Angustiada.) ¿En qué te basas, qué es lo que te hace pensar que la guerra está a un paso de nuestra puerta?

RICARDO.-   (Convencido, firme.)  ¡Simplemente, la experiencia!... No son las noticias de los periódicos, ni los rumores ni los anónimos, sino todo junto... ¡Es algo físico! ¡Algo que está en el aire!

CARMEN.-   (Riéndose, nerviosa.)  ¡El que te oiga dirá que estás loco!

RICARDO.-  ¡Ríete si quieres!... Cuando estalló la Guerra Grande, en el 68..., ¡ni la menor idea! ¡No sabía! ¡Es una realidad!... Tenía quince años, estaba en La Habana y estudiaba con los jesuitas. En La Habana no sucedía nada..., bueno, sí, algún tiroteo a extramuros..., bandidos, delincuentes... Mamá, por su parte, me escribía largas cartas, me hacía alusiones, y yo no entendía, no podía entender... Papá había muerto y me lo ocultaba... Me escribía por ejemplo, que mis dos hermanos iban a abandonarla, que mi hermana Antonia lloraba por los rincones, que la partitura del Claro de Luna se le había extraviado..., ¡ah, y las llaves, las llaves!... Algunas cosas absurdas, risibles, dirás..., y que ella quería que yo regresara... Y como yo no entendía, aplazaba mi estancia... ¿Por qué ese empeño de mamá? ¿Por qué?... Cuando comprobé la triste realidad..., frente a frente, cuando supe que mis dos hermanos habían muerto en la guerra y que habíamos perdido casi toda la fortuna..., y nos encontramos Antonia y yo solos... ¡Entonces entendí, dolorosamente entendí a medias!

CARMEN.-  ¡Ah, Ricardo, Ricardo...!

RICARDO.-  Es algo más fuerte que yo, que me lo dice; podría dejarme matar, te lo juro...

CARMEN.-  Te suplico, amor mío...

RICARDO.-  ¡Es increíble!... Hay experiencias que quedan grabadas, así, como a fuego lento, en carne viva... Más de una vez te lo he contado...

CARMEN.-   (Rápida.)  ¿Que me has contado? ¿A mí?

RICARDO.-  Naturalmente, Carmen. Por esa época, cuando todavía estaba en La Habana, una noche, un grupo de muchachones nos escapamos del colegio y nos fuimos a un teatrucho de mala muerte... ¡Te lo he contado! ¡Haz memoria!

CARMEN.-   (Tajante.)  Ricardo, yo vivía aquí, en Santa Clara, y tú estabas en La Habana. Vivíamos mundos diferentes.

RICARDO.-  ¡Perfecto, Carmen!... Aunque jures y perjures, sé que te lo he contado. Fue, en un momento del espectáculo..., en que había su pimienta en contra del gobierno...

CARMEN.-   (Riéndose estúpidamente.)  ¡Ah, sí, sí!

RICARDO.-  Alguien, como un desaforado, se puso a gritar «Fuera, fuera» a los voluntarios españoles que estaban en la platea y a tirar proclamas... ¡Hubo un amago de revuelta! ¡Qué noche aquélla!... Por primera vez vi, en una fracción de segundos, el horror de los hombres..., unos contra otros...

CARMEN.-   (Todavía riéndose.)  ¡Cierto! ¡Tú me lo contaste!

RICARDO.-  Exactamente lo mismo que las otras noches cuando fuimos al Liceo...

CARMEN.-   (Rápida. Enseriándose.)  ¿Estás seguro?

RICARDO.-  ¡Te lo dije! ¡Dos y dos son cuatro!... Y la gente...

CARMEN.-  La gente es estúpida.

 

(Se oyen los cantos de los muchachos que están construyendo una fogata al fondo del escenario. CARMEN, intrigada, se pone en pie y los observa.)

 

RICARDO.-   (Violento.)  ¡Me saca de quicio que tú...! ¡Deja a esos vejigos tranquilos!  (CARMEN va a interrumpirlo, él se lo impide.) Estoy hablando contigo cosas que..., que... ¡Ya perdí el hilo! ¿Por dónde iba?... ¡Ah, sí!..., y el más grande despropósito es que, en este momento, el Partido Liberal todavía postule lo que en el año del Cometa era puro blablablá...  (Otro tono.) Que temen y no quieren la Revolución en Cuba, que quieren a Cuba española, que unida a España...  (Otro tono.) ¿Y las reformas propuestas para el comercio..., y los beneficios? ¡A la bolina!  (Otro tono.) Eso es lo que plantea un partido político que se pretende liberal... ¡Dime tú ahora los otros!

CARMEN.-  Querido mío, desde que el mundo es mundo, la política es un asco.

RICARDO.-  ¡Pero Madrid tiene la culpa! ¡O no se da cuenta, o poco le importa, o está ciega!... ¡O no sé!... Porque el cuadro que tenemos es bochornoso. Cada Capitán General que viene..., uno peor que el otro... ¡Te aprietan el cogote, intentando dejarte sin resuello!  (Otro tono.) ¡No digo yo que los estudiantinos y los negros y los mulatos y los resentidos de las dos guerras se aprovechen de la situación y anden agitando como fieras!... ¡A mayor represión, mayor oposición!

 

(Al fondo del escenario, en lo oscuro, se adivinan las siluetas de GASTÓN, VICTORIA y ALICIA, cantando alrededor de la fogata, con los brazos alzados, llevando unas candelillas.)

 

CARMEN.-  ¡Esos muertos de hambre!

RICARDO.-  ¡Todavía en las nubes!

CARMEN.-  ¡No los soporto! ¡Son capaces de todo!

RICARDO.-  ¡Si te pones así!

CARMEN.-  Nadie con dos dedos de frente...

RICARDO.  ¡Contrólate, por favor!... Escucha... Los otros días, casualmente, me encontré con Menéndez... Iba yo no sé a dónde... Creo que al Club... Sin darle ninguna importancia comenzamos a hablar..., de la zafra, de las contratas, de la familia... ¡Las mil y una historias! De repente, con mucho misterio, me preguntó si conocía algunos rumores... ¿Rumores?, le dije... Imagínate los circunloquios..., hasta que finalmente me confesó que se había enterado por ciertas autoridades... ¡no me dijo quiénes!, que estaban entrando armas y municiones de contrabando..., y de algunas reuniones secretas... Me eché a reír y le dije que me estaba tomando el pelo, e inmediatamente desembuchó lo que sabía..., que una sobrina suya acababa de llegar de los Estados Unidos y estaba escandalizada, que los cubanos en Brooklyn, que allí se conspiraba todo el tiempo contra España y que ella no lo soportaba y que sabía que se preparaba algo gordo...

CARMEN.-  ¡Y te lo habías guardado!

RICARDO.-  Carmen, atando cabos...  (Otro tono.) Cuando río suena, piedras trae.

CARMEN.-   (Totalmente angustiada.)  Nuestra tranquilidad, nuestra seguridad..., para los muchachos..., yo pensaba...

RICARDO.-  Estamos sentados encima de un polvorín.  (Pausa. Otro tono.) De ahora en adelante, silencio. Veremos lo que podemos hacer..., ¡ni con unos ni con otros! ¡Solos!... ¡Un hombre honrado!...

CARMEN.-  ¡La guerra, Dios mío! ¡Otra vez la guerra!



Escena V

 

Entra ANTONIA. Trae una varilla en la mano derecha y carga unos libros en el brazo izquierdo. ALICIA, GASTÓN y VICTORIA, en primer plano, cantan y saltan.

 
CORO.-
Cristo ABC
la cartilla se me fue
por la calle San José.
Ay, ay, búsquemela usted.

ANTONIA.-  ¡El catecismo! ¡Arriba, muchachos!  (Golpea con la varilla unas sillas.) ¡La palabra del Señor!

CORO.-
Cristo ABC
la cartilla se me fue
por la calle San José.
Ay, ay, búsquemela usted.

ANTONIA.-   (Enérgica.)  ¡Respeto, niños! ¡Gastón, a tu sitio! ¡Alicia! ¡Victoria!  (Los muchachos detienen sus correrías por el escenario, pero siguen cantando en voz baja, mientras se sientan.) ¡Silencio!  (Otro tono.) Gastón, «el padre nuestro».

GASTÓN.-   (Se pone en pie; recita sin saber lo que dice.)  Padre nuestro que estás en los cielos, santi...

ANTONIA.-   (Golpeándolo.)  Santificado...

GASTÓN.-   (Rápido.)  Santificado.

ANTONIA.-  Sigue, niño.

GASTÓN.-  Padre nuestro que estás en los cielos, santi..., santi..., san...

 

(VICTORIA y ALICIA se ríen, tapándose la boca.)

 

ANTONIA.-   (Furiosa.)  ¡Se te olvidó!

GASTÓN.-  San..., san...

ANTONIA.-  ¿San, qué?

VICTORIA.-   (A GASTÓN, soplándole.)  Santificado.

GASTÓN.-  Santificado...

ANTONIA.-  ¿Santificado, qué, qué..., Gastón?

GASTÓN.-  ¿Santificado, qué, qué..., Gastón?

ANTONIA.-  Te burlas.  (Lo golpea.) Santificado sea tu nombre... Aprenderás. La letra entra con sangre. Repítelo. No creas que podrás conmigo.  (Otro tono.) Santificado sea tu nombre...

GASTÓN.-   (Llorando.)  ¡No puedo! ¡No puedo!

ANTONIA.-  Niñas, ustedes también... Uno, dos, tres...  (ALICIA y VICTORIA repiten el texto al unísono. GASTÓN las imita entre sollozos.) ¡Vamos, en fila india!



Escena VI

JUANITA.-   (Entrando. En un rapto de lloros.)  ¡Y yo, cómo estoy!... Dos días y dos noches, con los ojos abiertos, mirando al vacío! Mi hijo, Ricardo, se fue a la manigua. ¡A la guerra! Se alistó, así porque sí, en el ejército de los mambises... ¡Lo menos que yo podía esperar!

RICARDO.-   (Fingiendo.)  ¿De qué habla, Juanita?... ¿Pero es cierto?

JUANITA.-   (Sacudiéndose las narices.)  ¡Quién me lo iba a decir a mí! Yo, que me hacía tantas ilusiones...

RICARDO.-  ¡Es increíble! ¡Ese muchacho!... ¡Tan formalito que parecía!

JUANITA.-  ¡Vamos, Ricardo, déjese de cuentos! ¡Usted lo sabía!

RICARDO.-   (Desarmado.)  Por nuestra amistad... ¡Soy hombre de palabra!

JUANITA.-   (Dudando.)  ¡Oh, Virgen mía!  (Otro tono.) ¡Pues es la realidad! ¡Se fue!... Un buen día lo decidió, y fuácata... ¡A la guerra, como si fuera a salvar la humanidad!

RICARDO.-  Que yo sepa la guerra todavía...

JUANITA.-  ¡Ricardo, en qué mundo vive usted!... ¡Es imposible que no esté al tanto!..., si a mí que soy un cero a la izquierda me llegan las noticias... ¡La calle es un hervidero! ¡Pólvora encendida!

RICARDO.-  Los comentarios existen, naturalmente...

JUANITA.-  ¡Estalló!... ¡Es un desenfreno!... Desembarcos y desembarcos..., de todas partes, de los Estados Unidos, de México, de Santo Domingo, de Haití... ¡Dicen que van a arrasar la isla de un extremo a otro!... ¿Por qué cree usted que hay esa movilización de voluntarios y oficiales..., esos trenes que vienen atestados y desembarcan todos los días y en la calle te registran y te piden los papeles?...

RICARDO.-  Usted me compromete, Juanita.

JUANITA.-  ¡Si estoy con el alma en pena!  (Otro tono.) La guerra... ¡Oh, es un horror!..., y mi hijo metido en eso y el negro Patricio...

RICARDO.-   (En un sobresalto.)  ¡Juanita!

JUANITA.-  Sí, Ricardo. Los dos juntos... Anteayer en la madrugada...

RICARDO.-   (Atemorizado.)  El negro Patricio me dijo que quería reunirse con sus parientes... ¡Me pareció tan natural!

JUANITA.-   (Interrumpiendo.)  ¡Cuentos de caminos!

RICARDO.-   (Teatral.)  ¡Uf, madre mía!... Juanita, usted...

JUANITA.-   (Sollozando.)  ¡Mi hijo! Era mi único sustento... Sólo él, Ricardo. Y ahora... ¿A quién dirigirme? ¿A las autoridades? ¿Sabe usted lo que eso significa? La cabeza me da vueltas. ¿Qué hacer? ¿Qué decir? ¿A quién debo ver? Necesito saber. ¿Habrá llegado? ¿Lo habrán detenido?  (Otro tono.) Algunas veces he deseado salir a medianoche por los campos, gritando, aullando: «Hijo mío, hijo mío».  (Pausa.) El muchacho tenía sus ideas... Ideas que ni usted ni yo compartimos, como es natural; pero ideas que mueven, que agitan... «Libertad, igualdad... Nosotros los cubanos». Figúrese... ¡Venirme a mí con semejantes palabritas! «Libertad», ¿dónde?... «Igualdad», ¿dónde?... Y «nosotros los cubanos» somos la última carta de la baraja... ¡Si es un batiburrillo, un desastre, un ton ni son!... ¡Quién va a arreglar esto!... ¿La guerra? ¿Y las otras dos de qué sirvieron?... ¡Más sangre y más muertos!

RICARDO.-   (Muy serio.)  Usted es tan...

JUANITA.-   (Rápida.)  ¡Ya qué sé yo lo que soy!  (Solloza.) «Muchacho, no vayas. ¡Deja a los negros que se las arreglen solos! ¡Ve tú a lo tuyo! ¡Espera un poco!... Aunque Patricio sea hijo de liberto y trabaje con Ricardo..., ¡es negro!»

RICARDO.-  Un hombre honrado, leal y trabajador, Juanita. Como Borrás.

JUANITA.-   (Sin pensar, rápida; en su delirio.)  Pero negro, Ricardo..., ¡y eso no hay quien se lo quite de encima!... En fin, se lo decía, esperando que se le quitara el barrenillo que tenía ahí, entre ceja y ceja.  (Teatralizando.) Y entonces me miró de arriba a abajo, como jamás me había mirado y no dijo ni pío..., y tuve la certidumbre, allí mismitico, que ya no era quien yo creía que era... Fue igual que si me enterraran miles y miles de cuchillos en el cuerpo buscándome los huesos, o quizás, más allá, mucho más allá, que no existe, porque está en lo invisible... «Muchacho, mira que me vas a dejar sola, en grima. No tengo a nadie que me represente. Tú eres mi única confianza, mi única felicidad... Ay, angelito mío». Y sabe usted lo que me respondió: «Hay una madre más grande: la patria».  (Desesperada.) Y me vino un buche amargo, un buche de sangre o de odio, un buche de espanto. «Deja a tu madre. Déjala con el corazón en la boca. Déjala a la intemperie. Déjala que se muera de hambre. A ella y a tu pobre hermanita». Y no quise gritarle «desnaturalizado», no quise escupirle mi desolación, porque un dolor, aquí, en la boca del estómago..., y no podía y ya no tenía fuerzas.  (Pausa. Otro tono.) Es mi hijo, Ricardo. Y un hijo es un hijo.

RICARDO.-   (Pálido, desesperado. Con las manos en los bolsillos, dando grandes zancadas por el escenario.)  Eso, eso...

JUANITA.-   (Volviendo a la realidad.)  ¡Misericordia!...

RICARDO.-   (Fuera de si, alucinado.)  Eso, eso mismo.

JUANITA.-  ¿Qué dice?

RICARDO.-  Ideas que mueven, que agitan..., ¡y yo estoy en el aire, al garete! Mi casa, mis tierras, mi dinero... ¡Siempre con miedo!

 

(Óyense afuera las voces de ANTONIA y CARMEN discutiendo con ALICIA, VICTORIA y GASTÓN. RICARDO cae derrumbado en un sillón.)

 

JUANITA.-   (Llamando.)  ¡Carmen, Antonia!

RICARDO.-  ¡Lo sé y no puedo aceptarlo!

 

(CARMEN y después ANTONIA están sorprendidas, en suspenso casi.)

 


Escena VII

 

VICTORIA, ALICIA, GRACIELITA y LUISA están reunidas en la penumbra del escenario. ALICIA, GRACIELITA y LUISA oscilan, más o menos, entre los doce y los catorce años. VICTORIA, diez años. GASTÓN, en la parte superior de la escena, juega como un malabarista con un arco. A ratos se acerca al grupo de las muchachitos tratando de oír lo que dicen, y como no puede, utiliza el aro igual que si fuera un arma violenta. Las cuatro muchachitos bordan.

 

GRACIELITA.-  Así como zumba y suena. ¡Ya soy mujer!  (A ALICIA.) ¿Y tú?

ALICIA.-   (Apocada.)  ¿Yo?

GRACIELITA.-  Luisa cayó hace dos semanas. Dice que se dio un susto de padre y muy señor mío.  (LUISA se ríe.) Naturalmente, inexperta...

VICTORIA.-   (A GRACIELITA.)  ¿Y cómo tú lo sabes?

LUISA.-   (A VICTORIA.)  Niña, eso es muy fácil.

GRACIELITA.-  Fíjate, Victoria, cuando a ti te aparezca...  (Se ríe y secretea al oído de VICTORIA.) 

VICTORIA.-  ¿Eso es verdad?

GRACIELITA.-  Sí, muchacha...

VICTORIA.-   (Interrumpiendo. A su hermana.)  ¿Es verdad, Alicia?

LUISA.-   (A VICTORIA.)  No preguntes tanto.

 

(Pausa. Continúan el bordado.)

 

GRACIELITA.-  ¡Ay, estoy loca por tener un amante!

 

(Las tres muchachitas lo miran sorprendidas.)

 

VICTORIA.-   (Horrorizada.)  ¡Gracielita!

LUISA.-   (A GRACIELITA. Divertida.)  Qué atolondrada eres, chiquita.

GRACIELITA.-  Seguramente que pronto puedo.

VICTORIA.-  ¿Puedes, qué?  (Secretea con VICTORIA.) ¿Y eso? ¿Es posible? ¿También?

GRACIELITA.-   (Divertida.)  Como lo oyes. A mí me lo dijo Berta. Éste es el primer paso. Una vez que una es mujer, puede. Ella vio como lo hacían...

VICTORIA.-   (Interrumpiendo.)  ¿Quiénes?

GRACIELITA.-  La hermana y el marido...

VICTORIA.-   (Interrumpiendo.)  ¿Y ella fue capaz?

 

(GASTÓN sigue en su juego, aproximándose al grupo.)

 

LUISA.-   (Con gran desenfado.)  Pues yo vi a mamá y a papá juntos en la cama una noche.

VICTORIA.-  ¿Cómo pudiste?

LUISA.-  Me levanté por la madrugada, en puntillas andaba... Imagínate, oí un ruido tremendo, y hacía un calor...  (A GASTÓN.) Muchacho, las orejas se te van a caer.

ALICIA.-  Gastón, vete.

VICTORIA.-  No jeringues, chico.

GASTÓN.-  El aro volador. El aro quiere saber.

ALICIA.-   (A GASTÓN.)  Se lo voy a decir a mamá... ¡Tú la conoces!

GRACIELITA.-  ¡Quédate, muchacha! ¡Ya se cansará!

LUISA.-  Él no puede oír, Alicia.

GRACIELITA.-  Por mucho que quiera, se quedará con los deseos.

VICTORIA.-   (A LUISA.)  ¿Y cómo fue?

GRACIELITA.-   (Interrumpiendo.)  ¡Figúrate tú! Victoria, tú quieres saber ya hasta dónde el jején puso el huevo. ¡Qué chiquita!... Cuando mis informaciones sean más precisas, te contaré en detalles, del pe al pa.

VICTORIA.-   (A LUISA.)  Y bien...

LUISA.-  Yo vi un bulto, un bulto que se movía... Y respiraban fuerte, no te lo puedes imaginar, y decían cosas. Papá resoplaba. Y mamá lloraba. Era algo, chica... Algo... Por mucho que quise oír, no oía... Me ericé de pies a cabeza, y me entró un miedo.

ALICIA.-  ¡Qué horror!

VICTORIA.-  ¡Me da un asco!

GRACIELITA.-  Pero todas las personas mayores lo hacen, y los gatos y las gatas, y los perros y las perras, y los gallos y las gallinas, y las lagartijas...

VICTORIA.-  ¿Y qué hacen? ¿Y para qué lo hacen?

LUISA.-  Debe de ser bueno, ¿no?, Gracielita.

VICTORIA.-  Yo descubrí una vez que papá no dormía en su cama...

 

(GASTÓN se aproxima otra vez. Gira violentamente el aro sobre las cabezas de las muchachitas.)

 

ALICIA.-  Gastón, no sigas.

GASTÓN.-  El aro jodedor, el aro jodedor. Recuerden a la perrita Titania cuando está ruina.

VICTORIA.-   (Violenta.)  ¡Cochino, puerco! ¡Estúpido! Sólo dice suciedades.

GASTÓN.-  El aro, el arito, chiquito y jodedor. El gatico y la gatica, mia, miau, mia...

ALICIA.-  Te propasas, Gastón.  (Poniéndose en pie.) Mira, chico, si tú quieres que mamá y luego papá...  (GASTÓN se va haciendo muecas y gestos procaces.) ¡Sigue embromando y verás!

GRACIELITA.-   (A VICTORIA que solloza.)  No te preocupes, Victoria. Yo te aseguro que cuando crezcamos un poco más, lo que nos parece una cosa del otro mundo, será el pan de cada día...

ALICIA.-  ¿Tú crees, Gracielita?

GRACIELITA.-   (Riéndose.)  ¡Claro, bobas! El matrimonio es para eso, si no, ¿cómo habría niños?

ALICIA.-   (Se persigna.)  ¡Dios mío!

LUISA.-   (Riéndose a carcajadas.)  ¡Qué par de criaturas! ¡Lástima me dan!

VICTORIA.-   (A GRACIELITA.)  Eso lo harán los matrimonios indecentes. Mi padre y mi madre te aseguro que no.

 

(Se oyen voces y pasos, afuera del escenario.)

 

LUISA.-  ¡Cuidado! ¡Cuidado!

 

(Las muchachitas se precipitan en sus bordados. Gran agitación y sofoco. GASTÓN hace mutis, jugando con el aro, como un malabarista.)

 

GRACIELITA.-  ¡Peligro a la vista!

 

(Entra CARMEN.)

 

LUISA.-   (Entre dientes.)  ¡Ahí viene la perseguidora!

ALICIA.-   (En el mismo tono.)  Cállate, muchacha.

CARMEN.-  Vamos a ver, ¿de qué hablan ustedes?

 

(ALICIA y VICTORIA bajan los ojos.)

 

VICTORIA.-  ¿Nosotras?

GRACIELITA.-   (Rápida. Imperturbable. Muy natural.)  De nada, señora Carmen. ¡Boberías!... Esta niña Victoria, que dice que los ministros protestantes no son curas, porque se casan.

CARMEN.-  ¡Bah! Jueguen a lo que quieran; pero no se metan en las cosas de la religión.  (Hace mutis.) 

ALICIA.-   (A VICTORIA.)  ¡Viste, qué descarada! ¡Estoy segura de que mamá sospechó algo!...

VICTORIA.-   (Interrumpiendo. A ALICIA.)  Pero, ¿crees tú que cuando una se casa..., es así como ella dice?

ALICIA.-  ¡Sabrá Dios!

 

(Silencio. Pausa. Se oye, fuera del escenario, rumor de voces.)

 

VICTORIA.   (A su hermana y a sus amigas.)  Ven, juguemos a la rueda...

LUISA.-  Mejor a la candelita...

GRACIELITA.-  Vamos, vamos.  (Gritando.) Mejor al salta perico.

VICTORIA.-   (Imperiosa.)  No, no; mejor a la rueda...

 

(Las cuatro muchachitas hacen mutis cantando, formando una rueda y saltando.)

 
CORO DE NIÑAS.-
Papeles son papeles,
cartas son cartas
palabras de los hombres
todas son falsas.



Escena VIII

 

En el primer plano del escenario, CARMEN, sentada, lleva un traje negro muy elegante. JUANITA, apoyada en el respaldar de una butaca también vestida de negro, llora desconsolada. Junto al sillón de CARMEN, en el suelo, descansa un enorme paquete.

 

CARMEN.-  ¡Horrible, Juanita!... Es como si la fatalidad se ensañara... Sin embargo, ésos son los designios del Señor, y uno tiene que sacar fuerza de estas pruebas irremediables que nos envía..., y con gran resignación continuar por el camino honesto de la vida...  (Gentil.) ¿Quieres que te prepare una tila?

JUANITA.-   (Llorando, se sienta.)  ¡Deja!... A cada instante creo que va a aparecer por esa puerta... ¡Hijo, hijo mío!... Yo estaba aquí, como ahora... Tocaron, pum, pum..., y yo me dije: «¿Quién será?». Gracielita vino corriendo: «Mamá, mamá».  (Otro tono.) Un generalillo de ésos..., de las autoridades españolas, me trajo un papelucho... ¡Oh, virgen mía, ayúdame!

CARMEN.-  Bueno..., ¿qué dice ese papel, qué expone...?

JUANITA.-  ¡No me preguntes, Carmen! ¡Ellos, digan lo que digan, lo torturaron y lo mataron!... ¡Ay, hijo de mi alma! Me parece verlo. Ahí, parado. ¡Era tan bueno! Se desvivía por mí... ¡Un angelito!... Hasta dejó los estudios por ayudarme...

CARMEN.-  Cálmate, Juanita... ¡Sécate esas lágrimas! ¡Arréglate!  (Otro tono.) ¿Quieres venir con nosotros al balneario «Las tres Águilas»? La semana que viene vamos en patrulla el familión...

JUANITA.-  ¡Ay, Carmen! ¡A un balneario!... Gracielita y yo no salimos a ningún lado...  (Otro tono.) Pero me estaban diciendo los vecinos que la cosa se está calmando..., ¿es cierto?

CARMEN.   (Rápida.) ¡Qué ilusiones!... ¿Dónde tienen tus vecinos los ojos?... Durante todo el trayecto venía rezando con las muchachitas..., un padrenuestro, un avemaría, un padrenuestro, un avemaría... ¡Cuando se necesita coraje, yo lo invento! Esta mañana al despertar, me dije: «Hoy te vas a la iglesia». Tú sabes lo lejos que estoy de ser una santurrona... Me vestí, desperté a las niñas y les dije: «Después de la iglesia, vamos a casa de Juanita a cumplir...». A mal tiempo, buena cara, como decía mi madre.  (Otro tono.) Estoy arreglándolo todo... ¡Quiero irme!

JUANITA.-  ¿Verdad?

CARMEN.-   (Sin oírla.)  ¡Sí! ¡Desaparecer!... ¡Cuándo, no lo sé! ¡Pero nos vamos!

JUANITA.-   (Lastimera.)  ¡Nos quedaremos tan solas!

CARMEN.-   (Exagerando.)  Mujer, lo de Ricardo...

JUANITA.-   (Interrumpiéndola.)  ¡Avemaría purísima! ¡El susto que me llevé los otros meses!

CARMEN.-  Entre nosotras, Juanita, no hay quien le hable de revoluciones.

JUANITA.-   (Rápida.) Pero yo sólo..., te lo juro, Carmen...

CARMEN.-   (Rápida.)  ¡Ya sé, mujer!  (Otro tono.) ¿Crees tú que es normal que se pase el bendito día metido en casa igual que un hurón? Antes salía con el negro Patricio... ¡Ni me lo mientes, por favor!  (Otro tono.) Pues..., daba un recorrido por las fincas, hablaba con el mayoral, exigía esto o lo otro..., y la guerra estalló en el mismo momento en que la zafra estaba a punto de concluir..., y ahí, Juanita, ahí el hombre se rajó. Más mal que bien pudo terminarse, llena de desasosiego. Este año, gracias a Dios, estamos en tratos con Menéndez, un compadre de Ricardo, tú lo conoces..., sí, chica... Ricardo desconfía..., porque dice que Menéndez abusa de los negros. Yo lo combato: «Es mejor malo conocido, que bueno por conocer». ¡La única solución!... La caña es dinero, amiga mía; miles y miles...

JUANITA.-  ¡A ustedes no les falta!

CARMEN.-  En eso insisto... Bien, al fin y al cabo, seré yo quien diré la última palabra... Si no hay dinero, qué, con dos brazos y dos manos nadie se muere de hambre en ninguna parte del mundo..., y además, no la pasaremos tan mal... Unos amigos que tenemos en Nueva York nos están arreglando los papeles... Lo esencial es que estemos juntos y con salud... Lo demás...

JUANITA.-  ¡Los riesgos de la vida!

CARMEN.-  ¡Natural, muchacha! Peor sería que la casa se nos cayera encima y nos aplastara.  (Otro tono.)  ¿Y tú qué vas a hacer?

JUANITA.-  Carmen, has puesto el dedo en la llaga. Esta casa se me cae encima y me aplasta...  (Llorando.) ¡Ay, hijo mío!

CARMEN.-  No te obstines. Ahí tienes a Gracielita. Por ella debes velar...

JUANITA.-  ¡Otra prueba! ¡Una hija..., y yo sola! El dinerillo que dejó mi marido, que Dios lo tenga en la gloria, es una reverenda miseria. ¡Y cómo terminar de educarla..., de hacerla una mujer honrada!  (Óyense risas de las muchachitas afuera.) ¿Te has fijado?..., ya tiene cuerpo de mujer y pronto comenzarán los moscones a cortejarla..., y nadie se imagina mi inquietud...

CARMEN.-   (Rápida.)  A mí me pasa lo mismo. No tengo dos ojos sino cuatro, seis, mil... Quisiera saber qué es lo que pasa en esas cabecitas. Lo hago con discreción, tratando de que no vean mis manejos.

JUANITA.-   (Con una leve sonrisa.)  ¡Igualita que yo!

CARMEN.-  La semana pasada a Alicia le vinieron los trastornos naturales... Tuve que sentarme y explicarle, por arribita, lo que eso significa. Que una mujer honrada, que tuviera cuidado, que su comportamiento... ¡Vaya un ceremil de detalles!

JUANITA.  ¡Una tiene que hacerlo! ¡Es un deber!

CARMEN.-  Mi madre jamás se ocupó de eso. ¡Yo resolví sola!  (Otro tono.) Victoria, que es viyaya, hay que verla..., pregunta y pregunta, y yo: «Niña, nada»... A esto se añade que Gastón es un niño y no lo es... Ah, la vida es algo tan..., tan..., así...

JUANITA.-   (Sollozante.)  ¡Sí, hijo!...  (Otro tono.) El Señor me punza, me hiere, me lleva hasta la última tabla, y yo sigo viviendo... ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Qué sentido le doy, Carmen?

CARMEN.-  ¡Bah, no seas pesimista! ¡Consuélate!

JUANITA.-  ¡Estoy destruida!

CARMEN.-   (Como si JUANITA fuera una niña.)  Tranquila, tranquilita..., mira lo que te traje.  (Toma el paquete que está en el suelo y lo abre. Saca varios vestidos, mantillas, mantones de Manila y un estuche.) Cosas que no estamos usando y detesto la idea de que caigan en manos extrañas.  (Otro tono.) El problema más grave todavía no se ha resuelto.

JUANITA.-  ¡Qué maravilla! ¡Los Reyes Magos!

CARMEN.-  Sospecho que te serán útiles.  (Juega con los vestidos y mantones.) ¡Fíjate!

JUANITA.-  ¡Ah, gracias! ¡Cuánto te lo agradezco! ¿Por qué te has molestado?

CARMEN.-  Es un deber, mujer... Haz bien y no mires a quién, dice el refrán.  (Le entrega el estuche.) Hoy por ti, mañana por mí.

JUANITA.-   (Besándole las mejillas.)  ¡Qué amor!  (Abre el estuche y se desparraman por el suelo billetes y monedas.) Pero, ¿por qué has hecho esto? ¡No puedo aceptarlo! ¡Demasiado, Carmen!

CARMEN.-  ¡Déjate de boberías!... Para ti y para Gracielita.  (Otro tono.) Pues, como hablábamos...

JUANITA.-  Existen problemas...

CARMEN.-   (Rotunda.)  Uno, determinante, concluyente.

JUANITA.-  ¿Cuál?..., si no es una indiscreción...

CARMEN.-  ¿Indiscreción, por qué?  (Otro tono.) Antonia se niega...

JUANITA.-  ¿A qué se niega?

CARMEN.-  A irse.

JUANITA.-  ¿Y con quién se queda? ¿Sola en esa casona?

CARMEN.-  ¡Ni pensarlo!... A Ricardo le gustaría..., cómo decirte...  (Otro tono.) Ella es una roca. Como tiene una pequeña renta que le permite vivir sin constituir una carga, se mantiene en sus trece. Ahora bien, ¿quién puede quedarse con ella? Nuestras amistades, de lejos, la aceptan. Tener que convivir es harina de otro costal. Esto supone un retraso.  (Otro tono.) Jamás me atrevería a insinuarte...

JUANITA.-  Su carácter es agrio, de cuando en cuando...

CARMEN.-   (Rápida.)  ¿Aceptarías tú?

JUANITA.-  Tendría que pensarlo.

CARMEN.-  Ustedes podrían arreglárselas mejor... ¡Favor con favor se paga!  (Rápida. Llamando.)  ¡Alicia! ¡Victoria!

JUANITA.-   (Anonadada.)  Sí, Carmen...  (Otro tono.) ¡Oh, Dios mío, llegar a lo que he llegado!  (Llorando.) ¡Quién te lo iba a decir, angelito de mi alma! Tu madre..., en el fondo de un pozo y sin salida.

 

(Las dos van hacia el fondo, hacia lo oscuro.)

 


Escena IX

 

Rápido cambio de luces. En la parte intermedia del escenario, continuo entrar y salir de PAULITA y BORRÁS. Primeramente traen entre los dos una mesa, luego ponen el mantel; preparan la ceremonia de la comida. GASTÓN, al fondo, juega con un tirapiedras, después con un enorme balón y la perrita Titania. A una cierta distancia, también al fondo, ANTONIA riega las plantas y discute frecuentemente con GASTÓN, que no oculta su malestar y empecinamiento. Ritmo vivaz, jubiloso. Entran RICARDO y MENÉNDEZ, por un lateral, al primer plano del escenario. Entre los dos hombres se manifiesta una fuerte tensión. MENÉNDEZ viste traje de dril cien y fuma un habano.

 

RICARDO.-  ¡Cuidado con los canteros! ¡Las begonias, las pobres, este año...!

MENÉNDEZ.-  ¿Así que mañana vienen el abogado y el notario?... Mañana a las once, ¿no?

RICARDO.-  Sí, ya le había dicho.

MENÉNDEZ.-  Y usted prefiere que no venga a esa reunión, que me quede en casa mirándome el dedo gordo del pie..., y entre usted y esos dos mequetrefes manejan los hilos de la jugada... ¿Se confirma el traspaso de bienes raíces, se hipoteca o se arrienda, sí o no?  (Gesto malhumorado y afirmativo de RICARDO.) ¡Entonces, hombre!

RICARDO.-  ¡Qué ocurrencia la suya, Menéndez! ¡Esa desconfianza!

MENÉNDEZ.-  ¡Le soy franco!... Prefiero que me eche a la calle como un perro, antes que quedarme callado...

RICARDO.-  Amigo mío, lleva usted las cosas a un punto... Le hablaba como a una persona que estimo...

MENÉNDEZ.-   (Riéndose.)  ¡Cree que soy bobo y que me chupo el dedo!... Desde el escándalo del negro Patricio, las autoridades le tienen puesto el ojo...; y ahora, con la desaparición de los dos tenedores de libros..., que seguramente se fueron a la manigua..., usted deduce, con mucha astucia, que le pasarán la cuenta. ¡No crea que me engaña!... De ahí viene la precipitación del viaje... De ahí viene que usted me deje esta papa caliente... ¡Tierras, casas y ese espantajo de ingenio!... Mi mujer me decía: «No te comprometas, no te juegues el pellejo». ¡Sí! ¡Mi mujer tiene razón!... ¿Por qué tengo que responsabilizarme con todo esto que..., ¡quién sabe!, a dónde va a parar? Yo vivo en mi colonia, quince caballerías... ¡Me basta y sobra!

RICARDO.-   (Con violencia contenida.)  ¡Para usted es un engorro! Hablemos... Pero se exalta, grita... Me acusa. ¡No comprendo!

MENÉNDEZ.-   (Sarcástico.)  ¿Quiere entonces que le explique?... Estamos en 1896, querido amigo, y, en este instante, si no se hace una transacción con el Delegado del Gobierno Revolucionario, ofreciéndole parte de la zafra, arrasarían piedra a piedra, e ingenio y tierras serían la sombra de un sueño..., y si no se anda con pie de plomo, las autoridades españolas pueden interferir y costarle a quien sea el cogote... Usted ignora, por supuesto, que los cortadores de caña han disminuido y hay que buscarlos con pinzas y como si fueran puntas de alfiler en un pajar..., pues pululan denuncias, traiciones, robos, tejemanejes y arbitrariedades sin fin...; y que si se niegan o abandonan los campos..., hay que lanzarse a buscar a los haitianos... ¡Basta de hipocresía, Ricardo!  (Gesto de RICARDO. Se abalanza sobre él. Forcejeo entre los dos hombres.) ¡Canalla! ¡Bastante me he expuesto!

 

(ANTONIA, GASTÓN, PAULITA y BORRÁS se acercan, agresivos, a donde están RICARDO y MENÉNDEZ, forcejeando.)

 

RICARDO.-  ¡Suélteme! ¿Qué hace usted?

MENÉNDEZ.-  Piensa que soy un imbécil y que su dinero es un blasón...

BORRÁS.  ¡Delincuente, asesino!

ANTONIA.-  ¡Ay, Dios mío!... Gastón, ven para acá, muchacho.

PAULITA.-  Señorita Antonia, que matan al señor.

GASTÓN.-  ¿Por qué, tía?

BORRÁS.-   (Apartando a los hombres.)  ¡Basta! ¡Basta ya!

PAULITA.-  ¡No vayas, Borrás! ¡Ay, si la señora Carmen!...

ANTONIA.-  ¡Qué vergüenza!  (A PAULITA.) ¡No grites! ¡Los vecinos! ¡Cuidado, Borrás! ¡Paulita, ven!  (Haciendo mutis.) ¡Gastón, no te quedes ahí! ¡Qué historia, Cristo de Limpias! ¡Qué historia!

MENÉNDEZ.-   (A RICARDO, derrumbado en una butaca.)  ¡Tiene miedo! ¡Mañana estaré a las once! ¡A discutir! Quiero los papeles en orden y a mano.  (Arreglándose la corbata.) El arrendamiento de la casa sin falta... Los canteros, las begonias.  (Mutis.) 

RICARDO.-   (Atontado.)  ¿Por qué lo ha hecho? Pero, ¿qué es esto? ¿Por qué?



Escena X

 

ANTONIA entra a escena, acompañada de CARMEN.

 

ANTONIA.-  Te lo aseguro, Carmen, escandalizando.

CARMEN.-  ¡Qué manera de decir las cosas!

ANTONIA.-  Sí, escandalizando. Pregúntaselo a Gastón, a Paulita, a Borrás o a... tu marido. Pregúntaselo.

CARMEN.-  Detesto los dimes y diretes. Está bien. Menéndez será como tú dices. ¡Escandalizando! ¡Tú lo afirmas! Punto en boca. Pero, de todos modos, tiene un corazón de oro... A él le debes tú que tus tierras sigan produciendo... ¡Que nadie me hable de ese incidente jamás!

ANTONIA.   (Burlona y sarcástica.) ¿Prohibido?... ¡Prefiero callarme!

CARMEN.-  ¡Siempre buscas la solución más fácil!  (Toca la campanilla de la mesa. Entra PAULITA.)  Paulita, por favor, que dentro de cinco minutos se sirva la comida.

PAULITA.-  A sus órdenes, señora.

 

(Entra BORRÁS, observa a las mujeres y se pone a arreglar los muebles y a limpiarlos en el primer plano del escenario. Expresa inquietud y el deseo de hablar con CARMEN; pero, una vez realizada la labor, hace mutis.)

 

CARMEN.-   (A PAULITA.)  ¡Dígale a los muchachos que se apuren!

PAULITA.-  ¡Enseguida, señora!  (Hace mutis.) 

ANTONIA.-   (Ordenando los cubiertos.)  ¿En la Iglesia, había mucha gente?

CARMEN.-  Llena de bote en bote.

 

(Entra GASTÓN. Toma el balón y comienza a jugar con él.)

 

ANTONIA.-   (A CARMEN. Recriminativa.)  ¡Míralo!

CARMEN.-  ¡Gastón!  (GASTÓN de mala gana abandona la pelota.) ¿Te lavaste bien las manos y la cara?  (Continúa supervisando los platos, arreglando las flores del búcaro que está en la mesa.) 

GASTÓN.-   (Ofendido.)  ¡Sí, mamá!  (Vuelve a tomar el balón.) 

ANTONIA.-  ¡Deja eso, niño!... Hoy se pasó toda la tarde tirando piedras al patio de los vecinos..., y cuando vuelva a sorprenderte detrás de la Titania, mortificándola..., arreglaremos cuentas. Aprovechas siempre la ocasión de que hay visitas para lucirte.  (GASTÓN se derrumba en una butaca.) Debías ser mucho mas juicioso, mucho más responsable... ¡Arréglate esas mechas!  (Le acaricia los cabellos.) ¡Ya eres un hombrecito!  (Lo besa.) 

CARMEN.-   (A ANTONIA.)  ¡Tú también lo malcrías!  (Agitando el cuello de su blusa.) ¡Qué barbaridad!... En mayo, asándonos..., qué será en el mes de agosto. ¡Me derrito, Dios mío!

GASTÓN.-  ¡Tengo unas ganas de ser hombre!

CARMEN.-  Gastón, ¿cuántas veces te he repetido que me molesta oírte con esos desplantes?...

ANTONIA.-   (Interrumpiéndola.)  ¿Y Juanita?

 

(GASTÓN toma una mandolina y comienza a improvisar mientras silba la melodía del «Himno» de Perucho Figueredo.)

 

CARMEN.-  ¡Desconsolada! ¡Qué panorama, Antonia! Quise insuflarle un poco de coraje..., en balde. La veo muy mal. Por eso nos quedamos y almorzamos juntas.  (A GASTÓN, irritada.) Muchacho, deja ese trasto.  (A ANTONIA.) ¿A dónde aprendió esa musiquita?  (ANTONIA se encoge de hombros. RICARDO viene del fondo del escenario -lo oscuro- con una flor en las manos. ANTONIA se ríe de GASTÓN y éste tira el instrumento.)  ¿Y eso, Gastón?

GASTÓN.-   (Malhumorado.)  Gastón, siempre Gastón. ¡Qué matraquilla!

 

(RICARDO se acerca a CARMEN y le da un beso en la frente.)

 

CARMEN.-  ¿Cómo estás, querido?

RICARDO.-   (Ofreciéndole la flor.)  ¡Ahí, ahí!

CARMEN.-  Gracias, querido.  (Le estampa un beso en la mejilla.) ¡Qué amor!

 

(RICARDO se sienta, toma un periódico y comienza a leerlo. GASTÓN, casi inconscientemente, tararea de una manera fragmentaria, desafinada y en voz baja «La Bayamesa» de Pancho del Castillo.)

 

ANTONIA.-   (Con cierta agresividad o malestar irracional. Teje.)  Como toda mujer honrada, sola en el mundo..., ya sin su hijo que era un apoyo moral, a Juanita le esperan grandes rigores. Ser honrada no es nada fácil. El diablo acecha a cada instante. El diablo mundo, como decía Espronceda.  (En su rostro se dibuja la mueca de una sonrisa.) 

CARMEN.-  ¡Paulita, que Victoria no se haga la remolona! Gastón, dile a Alicia que ya di la orden de que sirvieran la comida.  (GASTÓN no se mueve.) Pero, ¿crees tú, Antonia, que ése sea el problema de Juanita o de cualquier viuda o soltera?

ANTONIA.-  Claro, mujer. ¿Te parece algo digno de respeto el espectáculo que está dando Beba Martínez? A mí me parece denigrante... A los cuarenta años, y largos, después de cinco de viudez, andar en esos devaneos..., con un hombre casado. O le que hace Rita Fonseca... Dicen que anteayer la vieron salir de una casa de citas con el hijo del Intendente... O la prima de Estercita Gómez, la sobrina de Margarita Estévez, que la sorprendieron en un «reservado» a las afueras del pueblo con tres tipos..., y uno era mulato.

CARMEN.-   (Violenta.)  ¡Antonia!  (Le hace una señal: GASTÓN está presente.) 

ANTONIA.-   (Exaltada.)  ¡Antonia, nada! Nadie podrá callarme la boca. La honradez es el más alto concepto de la moral del hombre y de la mujer; sobre todo, de la mujer, Carmen... ¿Apruebas tú todas esas cochinadas, todo ese desenfreno?

CARMEN.-  ¡Caramba, Antonia, tal parece que no me conoces! Aprobarlo, jamás.

 

(RICARDO abandona, por unos instantes, su lectura. Contempla a su esposa y a su hermana y hace un gesto de descontento, moviendo la cabeza.)

 

ANTONIA.-  ¡Es una vergüenza para este pueblo de gentes honradas! Me escandaliza, Carmen. Antes nunca se vio esto. Pero las costumbres -parece- están cambiando, y yo no me adapto... ¿Quieres tú que a una de tus hijas..., o a las dos?...

CARMEN.-  Tú sabes cómo las hemos criado. ¡El mejor ejemplo! Esta es una casa honrada. Lo que sucede afuera, no me pertenece... ¡Allá ellos!

RICARDO.-   (Conciliador.)  Mujeres, mujeres...  (Vuelve a su lectura.) 

ANTONIA.-  Esa promiscuidad en el ambiente, ese desparpajo permanente, es como un virus, como una enfermedad, como un fluido que hay que extirpar de cuajo. La guerra es un torbellino y con ella llegan o se van trenes cargados de jóvenes militares españoles o aparecen con un estruendo de caballería esos negrazos y mulatos y blanquitos enclenques que se dicen «mambises» o «revolucionarios» y que salen de los quintos infiernos de la manigua..., y en las retretas, por las noches, y en los bailes públicos que se organizan, las muchachas pierden el tino y se dejan arrastrar por el vicio, los placeres de la carne, la inmundicia. Por eso estamos obligados a un perpetuo encierro...  (Otro tono.) Anoche la hija de Ceferina se fue con un militarcito a una calle oscura... ¡Qué ejemplo, Carmen! Esa niña de quince años, manoseándose, besándose... ¡Y lo acababa de conocer! ¡Una puerca! ¡Una perdida!

CARMEN.-  ¡A la mesa!  (Toca la campanilla.) Gastón, ¿quieres hacerme caso algún día? Dile a Alicita...  (GASTÓN hace mutis.) Yo, Antonia, disculpo esas cosas y no hablo de nadie, porque he visto tanto en la vida...

ANTONIA.-  ¡Pues yo sí hablo! No admito que otras puedan ser iguales a mí, que nunca besé a un hombre, ni siquiera con el pensamiento, y he llegado a los cincuenta y cinco sin que nadie pueda vanagloriarse de haberme tocado la punta de los dedos. ¡En eso sí que no transijo!

VICTORIA.-   (Con gran desdén. Al público.)  ¡Tiene gracia! ¡No sé quien iba a tener el mal gusto de besar a semejante hipopótamo!

 

(Los cuatro están alrededor de la mesa. Se oyen las risas de ALICIA y GASTÓN. Ruidos en la cocina. Voces de PAULITA y BORRÁS peleando con GASTÓN. ALICIA entra y se sitúa delante de la mesa, sonriente. VICTORIA la mira y ALICIA le hace una señal. CARMEN toca la campanilla. Todos se sientan. PAULITA entra con una sopera. GASTÓN entra, precipitándose a ocupar su sitio. Su rostro refleja una picardía gozosa. Comienzan los rezos. Se oye un gran estruendo. Todos vuelven sus rostros hacia un lateral de la escena.)

 

ANTONIA.-  ¿Qué pasó?  (Los mira desconcertada. GASTÓN estalla en una risita nerviosa.) ¿Qué es, Dios mío?  (El ruido crece.) ¡Ah, eres tú, Gastón!  (Golpea con los puños la mesa y se retira hacia un lateral de la escena.) Titania, mi Titania.  (Desde afuera, gritando.) ¿Qué has hecho, desvergonzado?  (CARMEN y RICARDO están perplejos. Los muchachos se sonríen entre sí, tapándose las bocas con las servilletas. Se oyen gritos y sollozos de ANTONIA. Pausa. Entra con una varilla entre las manos. Amenazante.) Ven acá, Gastón.  (Otro tono.) Jamás imaginé que tuvieras tan mala entraña. Hijo del diablo.  (A ALICIA y a VICTORIA.) Y ustedes, mosquitas muertas, lo sabían y ni chistaron. Torturar a mi pobre Titania.  (VICTORIA y ALICIA lloran atemorizadas.)  Tú querías hacérmelo a mi, ¿verdad, Gastón?...  (GASTÓN se ríe nervioso.) Humillarme, torturarme.  (Va hacia donde está GASTÓN.) 

RICARDO.-  Antonia, ésa no es la manera de dirigirse a los niños.

CARMEN.-  Parece mentira que por un perro armes ese escándalo.

ANTONIA.-   (Llena de furor y odio.)  No quiero que se toque a mi Titania. Esta perra es mejor que ellos, que los tres juntos. Es mi única familia. ¿Me entiendes bien? Si no lo sabías, ahora lo saben tú y tus hijos. ¡Me alegro que se vayan! ¡Que se vayan a Nueva York! ¡Cobardes! ¡Cobardes! ¡Ese es el lugar a donde tienen que irse!  (Otro tono.) ¡Miserables!... ¡Te conozco, Ricardo, como la palma de mi mano! ¡Bien ha hecho Menéndez contigo esta tarde! ¡Finalmente, estoy vengada! ¡Que todo se vuelva sal y agua!... Mi destino lo conozco y no le tengo miedo... El día que murió mamá lo vi delante de mí... Arañar, arañar un hueco y no encontrar nada...

 

(Oscuridad total.)

 


Escena XI

 

Entran con faroles de gas encendidos, PAULITA y BORRÁS, vestidos con ropas de dormir. Revisan todo el escenario. Feroces maullidos de gatos en celo.

 

BORRÁS.-  ¡Vivimos una locura! ¡Una locura!

PAULITA.-  ¡Ajila! ¡Vete a la cama! ¡No hay nadie!

BORRÁS.-  ¡Una verdadera locura!

PAULITA.-  ¡Rápido, viejo! ¡Que se hace tarde y tengo sueño!

BORRÁS.-  ¿A dónde vamos a parar? ¡Que los espíritus del monte nos protejan!... ¡Se van!... Posiblemente nunca más los vea.

PAULITA.-   (Afuera, lejana.)  ¿Estás sordo?

BORRÁS.-  ¡Cincuenta años de mi vida echados al latón de la basura! ¡Negro fiel, perro solo!  (PAULITA se le acerca. Mirándolo con ternura.) Tú estás joven todavía y puedes... Pero yo...

PAULITA.-   (Recuerda en ciertos gestos a CARMEN.)  Bah, la señora Carmen todo lo ha dispuesto. Si la guerra se alarga y no intervienen los americanos o los ingleses..., ¡o tal vez los franceses!, nos iremos con ella, allá, a Nueva York...

BORRÁS.-   (Suspirando.)  Tú podrás..., yo..., yo..., con una cesta de flores en la cabeza: «Gardenias, azucenas, nomeolvides...»

PAULITA.-   (Divertida.)  ¡Y hasta me casaré con un blanco, como ella dice, para adelantar la raza!...  (Mutis por derecha.) 

BORRÁS.-  ¡Una locura! ¡Una verdadera locura!  (Mutis por izquierda.) 



Escena XII

 

La luz se amortigua, se van creando zonas de penumbra. El escenario queda totalmente vacío. Pausa. En puntillas, vestida con una bata de dormir, entra VICTORIA. Trae un pequeño candelabro con una vela encendida. La arboleda en la noche.

 

VICTORIA.-  Me voy, querida arboleda. Ah, saber que los dejo... Árboles, árboles míos. Nos vamos y no sé todavía por qué...  (Se sienta. Pone el candelabro en el suelo delante de ella.) Mi madre dice que..., una mujer honrada debe ser..., debe ser...  (Bosteza. Se acuesta.) ¡Ah, qué olor más rico!  (Aspira la humedad nocturna. Pausa breve. Se incorpora a medias.) Los otros días leí la historia de Romeo y Julieta.  (Como soñando.) Romeo, Romeo...  (Entra GASTÓN, vestido con pijama. Trae otro candelabro con una vela encendida. Se acerca a ella y le pone la mano en la cabeza. Como si jugara a la gallinita ciega y tuviera los ojos vendados.) ¿Quién eres? ¿Quién? ¡Ah, Gastón!  (GASTÓN se acuclilla junto a ella. VICTORIA lo besa tiernamente.) ¿Sabes una cosa, hermanito?  (GASTÓN no responde, tiene los ojos cerrados.) Me gustaría tener un amante.



 
 
TELÓN RÁPIDO
 
 




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