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Capítulo XI

De lo que avino al Caballero del Sol en la plaça de la fuente salvajina con Epirón de la fuente.

     Otro día por la mañana, en aquella hora que la clara luz del día con las obscuras tinieblas de la noche traía batalla, el Caballero del Sol continuó el començado viaje por el cual anduvo tanto que, una hora ante[s] de la siguiente noche, llegó a una muy verde y sombrosa floresta, por la cual, como poco hubiese caminado, vino a dar en una espaciosa plaça que en medio de la floresta había, bien cercada de espesos árboles con espinas y çarças entretejidos en tal manera que de fuerte muro parecía estar cercada, en la cual había dos puertas muy estraña y polidamente hechas, no de otra cosa, sino de los mesmos árboles que en manera de un redondo arco, los de la una parte con los de la otra, tejidos y torcidos, estaban. De los torcidos árboles estaba colgado un morado escudo con un verde cordón, con una letra que en esta manera decía:

El amor que está pendiente
con el cordón de esperança
no permite ni consiente
que mi esfuerço muy valiente
tenga quietud ni holgança.

     Un poco más abajo, en el mesmo escudo, estaba otro letrero que en esta manera decía:

Si en la plaça defendida,
caballero, entrar quisieres,
perderás lo que trajeres.

     Luego que el Caballero del Sol hubo leído los letreros del morado escudo, como gran deseo tuviese de saber las tales cosas y de probar las semejantes aventuras, entró por la puerta de los torcidos árboles en la plaça, cuya entrada las letras del morado escudo defendían.

     En medio de ella estaba una cuadrada piedra de claro mármol, de ocho pies de largo y tantos de ancho y alta hasta la rodilla, allanada sobre el verde campo. Sobre esta piedra estaban dos pelosos salvajes de piedra parda, bien al natural tallados, de mediana grandeza, trabados cada uno de los largos cabellos del otro tirando con gran porfía, las cabeças muy inclinadas hacia la mesma piedra donde los pies tenían. Por sus abiertas bocas salían dos caños de muy dulce y clara agua, la cual caía en la marmórea piedra en un espacio que entre los dos en medio estaba cavado a manera de una gran bacía, en cuyo medio había un sumidero por donde la salvajina agua, por un secreto lugar, tornaba a salir de la cercada plaça con un sonoro ruido que en su despedida hacía.

     Como todas estas cosas el Caballero del Sol hubiese mirado, descabalgando de su caballo, a una parte de la plaça con su escudero se recoge por reposar y dar descanso a los trabajados miembros. Otro día, al tiempo que el alba rompía, el Caballero del Sol despertó del sabroso sueño con el dulce canto de las aves, ca muchas y diversas había en aquella floresta, así por gozar de aquella suave armonía como por gozar del frescor de la mañana. Con espaciosos pasos el Caballero del Sol va para la salvajina fuente, ca gran sabor había de mirar su estraña hechura, y cuán bien y al propio los dos salvajes se estaban mesando. Estando de esta manera embebecido, oyendo las pajaricas y mirando la muy hermosa fuente, oyó pasos de caballo, y, como la cabeça volviese hacia aquella parte, vio cómo en la plaça había entrado un caballero grande de cuerpo, armado de unas armas pardas sembradas por ellas unas tocas pequeñas. Traía sobre el yelmo una rica toca atada. Venteávasela el muy sabroso aire de la mañana, volviéndola a unas partes y a otras en tal manera que a su gentil continente, meneo y grande apostura mucha gracia ponía. De su cuello pendía un fuerte escudo, el campo pardo, pintada en él la salvajina fuente y una hermosa doncella acostada sobre la mesma fuente, sobre el codo y la mano en la mejilla; el cual, como hubo llegado, en alta voz, contra el Caballero del Sol, en esta manera dice:

     -Caballero quebrantador de la ley del morado escudo, deja todo lo que has metido en esta plaça, ca lo tienes perdido, y vete luego tú y tu escudero, si no conmigo eres en la batalla, porque forçadamente has de hacer una de las dos cosas, o irte vergonçosamente dejándolo, o defenderlo venciendo.

     -Por cierto, dijo el Caballero del Sol, no sé yo qué razón tenéis de me pedir lo que yo he menester para mi viaje, pues no he cometido algún yerro contra vos. Mas como sea caballero que peregrino por el mundo, tomándome aquí la noche, me fue forçado albergar esta pasada noche en esta plaça.

     -Gastar palabras es porfiar otra cosa, dijo el Caballero de la Fuente, porque si tu eres caballero andante y tenías necesidad de tus armas y caballo no debieras entrar en esta plaça, pues por la ley del morado escudo lo tienes perdido, y, pues la quebrantaste, justo es que pagues la pena por ella puesta. Deja ya de perecear y dame tu caballo y esas armas, que muy preciadas parecen, y más, si otra cosa tienes dentro en esta plaça, o ve a cabalgar en tu caballo, que si de grado no lo quieres hacer yo te lo haré dejar en esta plaça por fuerça.

     -No dejaré de lo que yo tanta necesidad tengo, dijo el Caballero del Sol, ca grande afrenta y peligro me sería caminar a pie y desarmado por tierras estrañas. Pero, pues tanto deseas la batalla, aguárdame un poco que prestamente seré contigo en el campo.

     Diciendo estas palabras el Caballero del Sol, enlaçando su yelmo, cabalgó en su caballo, y, tomando su lança, se va para el Caballero de la Fuente preguntándole por cuál razón le pedía su caballo y armas y le desafiaba a mortal batalla.

     -Pláceme de te lo decir, dijo el Caballero de la Fuente, aunque a ello no me mueve necesidad; pero porque sepas que tengo razón de te lo pedir. Sabrás, buen caballero, que, como yo sea señor de esta tierra, muchas veces acostumbro venir a caça a esta floresta, agora y antes que esta plaça y fuente se hiciesen, y conteció que, como un día padeciese gran sed, vine como el corrido ciervo a esta fuente, en la cual hallé una muy bella y apuesta doncella, hija del duque Ditreo, gran señor y mi vecino en la tierra, la cual aquí fue traída por una muy estraña aventura que dejo de contar por no ser prolijo, de cuyos amores yo fui luego preso, y jamás me quiso otorgar su amor debajo de casto matrimonio, ni aun recibirme por su caballero, hasta que hiciese esta plaça y fuente como agora la veis y en la mesma forma ella la pidió, porque de su venida a este lugar quedase memoria, y con tanto que por espacio de un año la guardase, quitando a todos los caballeros todo lo que en esta plaça metiesen. Y pues tú eres caballero, y habrás gustado el veneno del amor y sabes cuánta razón tengo de te lo pedir, déjame tus armas y caballo, ca diez meses ha que guardo esta salvajina plaça y no he visto en ella otro más apuesto caballero ni otras mas galanes armas, y, sino [fuera] por lo que traigo prometido, yo te dejaría ir en paz.

     -Pues las mejores armas que has tomado son estas, dijo el Caballero del Sol, razón es que más caro las compres que las otras que no eran de tanto valor. Por tanto, pues tú no me quieres dejar en paz, yo quiero que en la batalla las ganes.

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