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Capítulo XX

De lo que avino al Caballero del Sol con el Príncipe del Sueño.

     Tanto estuvo embobecido el Caballero del Sol notando estas cosas, que ya las obscuras tinieblas de la cercana noche las tierras rodeaban. Lo cual como viese, después que de su desacuerdo hubo tornado, acordó de no probar esa noche a abrir las cerradas puertas; ante, dejándolo para el siguiente día, cortó con su espada rama de aquellos árboles, que con sus frutas mantenimiento le habían dado, con la cual hizo un lecho entre la labrada puerta y la clara fuente en el cual estuvo gran pieça de la noche pensando cómo se había movido a seguir su incierta imaginación y cómo, trabajando y buscando, había salido verdadera. juntamente con esto, volvía en su pensamiento por cuál manera podría abrir las muy fuertes y cerradas puertas y qué podría ser lo que había en aquella deseada cueva, ca, según la apariencia de fuera, maravillosas cosas y grandes aventuras había de haber dentro. Pero como la pasada noche no hubiese dormido, con semejantes pensamientos desvelado, vencido del sueño, de sus armas blancas de las lunas y el sol armado, quedó sobre aquellas muy verdes y frescas ramas adormido.

     No fue bien del trabajado sueño vencido, cuando le pareció como que oía entre aquellas espesas y altas ramas una muy suave música de muchas y diversas aves conocidas y no conocidas. Luego que las aves volaron en diversas partes, se començó otra música de instrumentos tan dulce y tan suave que gran sabor era de la oír. Y como los instrumentos cesaron de hacer su muy suave y dulce son, se començó una tan dulce y acordada melodía de voces que, no humanas, mas divinas parecían. Al tiempo que más atento estaba el Caballero del Sol oyendo aquella tan dulce suavidad de las concertadas voces, se començó un terremoto tan grande que, cesando aquella tan dulce y suave música, la quiebra, juntamente con la Labrada Puerta, se querían hundir, y con todo esto el Caballero del Sol no despertaba, tan pesado sueño le había rodeado.

     Rato había que el terremoto duraba, cuando, con muy grande estampido, las muy hermosas puertas de la labrada cueva fueron abiertas, por las cuales salió un pequeño carro, que cuatro hacaneas bayas le tiraban, bien atoldado a manera de una rica cama de campo con sus cuatro columnas a las cuatro esquinas de muy preciada madera y muy ricas cortinas de fina grana, bordadas, por ellas de seda amarilla, muchos hombres dormidos, unos sobre los libros, otros sobre los yelmos, otros escribiendo, otros sobre las mieses del campo y otros en ricos lechos y de otras muchas y diversas maneras. Sobre todo, en lo más alto, tenía un pequeño pendón de raso, colorado y amarillo, con una letra que ansí decía:

El señor de aqueste carro
se llama por propio nombre
sueño del humano hombre.

     Sobre este carro, en medio de las preciadas cortinas, venía un pequeño y gordo niño, su rostro amarillo, los ojos hinchados, la cabeça tocada, y sobre la toca una corona de flores amarillas. Su vestir era de unas ricas ropas amarillas, su sentamiento una silla verde. Venía acostado sobre la silla, puesta la siniestra palma a la mejilla, a manera de hombre del sueño vencido. En la derecha mano traía unas floridas dormideras. De la siniestra, sobre que iba acostado, le colgaba un letrero. En esta forma decía:

Yo soy Príncipe del Sueño
de tal suerte
que soy imagen de muerte.

     A la derecha mano del niño dormido, venía un mancebo de poca edad, vestido de morado, la gorra negra con unas plumas verdes, las calças amarillas, los çapatos negros. Cabalgaba en un caballo tostado, tendiendo los ojos por alto, como hombre ventanero. En la derecha mano tenía una varica, en la siniestra traía una piña de muy odoríferas flores con una letra, por bordadura a su vestir, que de esta manera decía:

Ocio es mi propio nombre
muy dañoso
aquel que busca el reposo.

     A la izquierda mano del Príncipe del Sueño venía otro mancebo de la mesma edad, vestido de unas muy ricas ropas claras aunque mal hechas y peor adereçadas, el cabello crespo, mal peinado, la frente angosta, los ojos y barba hundidos. Pues los vestidos traía polidamente adereçados, los botones sueltos, mal ceñido, la camisa sucia, colgando sobre el cuello del sayo, las calças todas arrugadas, la capa mal cubierta y tan llena de pelos, que parecía que entonces acababa de limpiar el caballo. Cabalgaba sobre un caballo rucio, muy mal curado, y sobre el braço izquierdo traía una letra en esta manera:

Descuido es mi propio nombre
sin me oír
conoceldo en el vestir.

     También acompañaban al príncipe, ya dicho, dos dueñas de mediana edad y estatura. La una de ellas traía las manos metidas en el seno. Tenía también los ojos hundidos y las narices muy romas. Su vestido era de terciopelo pardo muy raído y desdicho en la color, más largo del un lado que del otro, lleno de rabos, y poco limpio y muy mal adereçado. Venía sobre un rocín bayo con un mote por las espaldas que de esta manera decía:

Yo me llamo Negligencia
toda hora
del sueño muy servidora.

     La otra, puesto que de mejor gesto fuese, pero venía mal adereçada y peor compuesta, mal tocada, la media cara tapada con las arrebujadas tocas, el cabello negro y muy mal peinado, ca le parecía entre las tocas por las traer tan mal concertadas; los pechos de fuera. Sus ropas eran de terciopelo leonado, aunque estaban tan sucias y desagraciadas que peor que rotas y despedaçadas parecían. Cabalgaba sobre un palafrén remendado de blanco y negro. De la una mano a la otra traía un mote que ansí decía:

Yo me llamo la Pereza
que contino
amo mucho a este niño.

     Con esta tal compañía salió el niño, llamado Príncipe del Sueño, por aquella tan Labrada Puerta, y, veniéndose hacia donde estaba el Caballero del Sol, con pasos muy espaciosos y con muy gran reposo, començó a descender y bajar de su muy soñoliento carro, siendo ayudado de todos sus servidores. Y luego, como hubo bajado se fue derecho para el enramado lecho adonde el Caballero del Sol estaba echado durmiendo, y, tocándole con sus dormideras, trájole sus blandas manos por sus dormidos ojos. Luego que esto hubo hecho, quedando el Caballero del Sol de nuevo sueño vencido, el Príncipe del Sueño cabal o en su polido carro y con apresurada corrida de sus bayos caballos, acompañado de sus servidores, caminó por la quiebra adelante, tanto que en breve desapareció, quedando las hermosas puertas de la Labrada Puerta abiertas.

     Donde dejaremos al Caballero del Sol, por decir lo que aconteció a Pelio Roseo andando en su busca.

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