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Capítulo XXIII

De lo que vio Pelio Roseo en la primera y segunda cuadra de la Olvidada Puerta y lo que oyó de boca de un filósofo, ayo de un pequeño niño.

     Según que habéis oído, entró Pelio Roseo por la Puerta Olvidada. Y andando por la primera cuadra, que morada era del aguardador de la Olvidada Puerta, con la claridad que en ella había, la cual toda entraba por la puerta, porque en ella no había otra ventana, ni lucera, ni pudo ver cómo la cuadra era ricamente labrada de cantería. El cielo tenía ornado de unos cóncavos cuadrados, los cercos dorados con unos florones azules en cada uno de los cóncavos metidos. Las paredes eran todas estrañamente obradas a manera de portadas con sus pilares sobresalientes y sueltos, con hermosos embasamientos y galanos capiteles, architraves, fresos y cornijas con lindos remates y frontispicios, en tal manera estaban hechas que Pelio Roseo todas pensaba que eran puertas y así lo juzgaba ser como otro laberinto de Creta. Y él se engañaba, porque todas estaban pintadas y molduradas con sus cerrojos, tiradores y aldabas como si verdaderamente fueran puertas cerradas. Y con tal pensamiento llegó a algunas de ellas a tentar y llamar. Y con la experiencia conoció ser fingidas puertas y no verdaderas.

     Con este engaño anduvo de una [puerta] en otra hasta que llegó a una frontera, en la cual debajo de un arco que en ella ricamente labrado estaba, halló una triste imagen; el rostro amarillo como hombre temorizado, el ropaje negro, los cabellos blancos, la barba larga y cana, los pies descalços, la cabeça descubierta, los ojos puestos en una sepultura que ante sí tenía, con un letrero sobre la cabeça que así decía: Oh, muerte, cuán triste y amarga es tu memoria. Cabe sí tenía un dorado candelero con una vela encendida. Con la siniestra mano tenía unas estopas haciendo semblante de las poner al fuego de la vela, con su letrero en torno de las estopas que decía de esta manera: Así se pasa la vida del hombre y se va y desvanece de entre las manos, como se queman estas estopas. Con la diestra mano mostraba y señalaba la sepultura, señalando con el dedo con una letra que sobre ella tenía, en esta manera: lo que buscas aquí lo hallarás.

     Después que Pelio Roseo hubo notado todas estas cosas, pensó que en aquella sepultura yacía el Caballero del Sol muerto, pues que la triste imagen, señalando, decía que allí hallaría lo que buscaba, y él buscaba al Caballero del Sol. Por lo cual, sacando un profundo suspiro de lo más secreto de sus entrañas, con lágrimas que de sus ojos vertía, entró presto en la abierta sepultura. Y viéndola toda vacía, tentando con las manos por todas partes, halló una tabla de piedra en esta manera escrita: Caballero que Dios ha permitido que vinieses en este secreto lugar, porque todas las veces que venciste sin matar y contentándote con la victoria, a los vencidos no solamente dejaste con la vida pero aún te dolías de su caída, debes notar que todas las puertas que hay en esta cuadra son engañosas y fingidas y en señal de esto tienen sobre sus aldabas lagartos enrroscados según has visto. Sola una es verdadera y en señal de esta verdad tiene sobre su aldaba una cruz. Por esta puerta te conviene entrar. Y como hieres la aldaba te responderán: ¿quién llama? y tú debes decir: llama el caballero de paz que venció sin matar. Y luego te abrirán, y si respondes en otra manera, no. Asimesmo debes hacer a todas las otras puertas, y allá delante sabrás lo que deseas.

     Algún tanto consolado Pelio Roseo con estas palabras, poniendo fin a sus secretos suspiros, salió de la sepultura, y, andando por las puertas de la cuadra, vino a hallar en el medio la puerta de la cruz. Y como tocó la aldaba, de la parte de dentro le respondió una sosegada voz que ansí dijo: ¿Quién llama a la cruzada puerta?

     -El caballero de paz, dijo Pelio Roseo, que venció sin matar.

     Luego que estas palabras fueron entendidas por el que dentro había respondido, las puertas fueron abiertas. Por las cuales entrando, Pelio Roseo pudo ver, con una resplandeciente claridad que por una finiestra entraba, una hermosa cuadra en la cual solamente había un anciano viejo y de grande autoridad, coronado de laurel, vestido de ropas filosofales, sentado en una silla. En la una mano tenía unas correas y una letra: Ne subtrahas a puero flagelum, no alces de sobre el niño el açote, porque si le açotas no morirá, antes castigándole, librarás su alma del infierno. En la otra mano tenía un libro. Sobre él estaba escrito: Inicium sapientiae timor domini, el temor de Dios es principio de toda sabiduría. De su boca así decía: Beatus vir qui timet dominum, bienaventurado es el varón que teme al Señor y todos sus deseos emplea en sus mandamientos. Poderosa será sobre la tierra su simiente y la generación de los justos será bendita. Delante sí tenía un niño quien decía y enseñaba estas cosas y el niño le respondió: Sedit menti mee tua evangelica doctrina, en mi ánima tengo asentada tu cristiana y evangélica doctrina.

     Después de haber estado atento Pelio Roseo a lo que el filósofo enseñaba y el niño respondía, llegóse más y, con detenida reverencia, en esta manera començó de decir:

     -La paz del Señor sea con el cristiano maestro. Yo te ruego que me digas qué haces en este secreto lugar.

     -Yo te lo diré, caballero de paz, dijo el filósofo. Este lugar es solo y así apropiado a mi deseo y a lo que yo quiero y enseño. Yo soy amador de la ciencia, la cual se alcança estando reposado, quieto y solo, y por alcançar y entender algo de ella amo esta soledad. Y porque de la soledad y encerramiento se siguen muchos bienes y con ella se alcança gran claridad de entendimiento y de seguir las plaças, lugares públicos y la conversación de las gentes y de la libertad y soltura de las personas se ganan y aprenden muchos vicios; asimesmo he buscado de mi propia voluntad este encerramiento, porque yo enseño el camino de la salvación y aborrezco el de la perdición, el cual es el más alto oficio que hay sobre la tierra y más agradable a Dios. Y porque comúnmente allá en la tierra todos aborrecen el saberse salvar y todos aprenden para saberse enriquecer, he querido huir de tan erradas gentes, porque a los que yo enseñare ellos no me los estraguen. No te puedo decir más, pasa delante.

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