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Capítulo XXXVIII

De la brava batalla que hizo el Caballero del Sol con Avarioso, defensor de la Avaricia Tenace.

     Otro día por la mañana, tornando al començado viaje, en poco espacio llegaron la Razón Natural y su compaña a un tiro de piedra de un muy rico y hermoso castillo, donde estaba una columna de blanca piedra muy preciada, sobre la cual estaba una tabla de lináloe rodeada de un muy labrado cerco de oro con una letra que así decía:

La muy soberbia morada
habita la tesorera
del oro, y jamás da nada
mas con codicia sobrada
a robar es la primera.

     El muy hermoso castillo estaba asentado entre dos arriscadas peñas en medio de la hermosa senda, en tal manera que no había otro paso sino por el mesmo castillo, el cual, allende de ser muy grande, estaba maravillosamente obrado. Su barbacana era de piedra negra. Tenía dos muros gruesos y fuertes, el primero de piedra blanca no muy alto, el segundo de piedras negras y blancas asentadas a manera de ajedrez, tan alto que en mucha cantidad sobrepujaba al primero. Esos muros estaban bien almenados. Sobre cada almena estaban tres bolas, una de fino oro, otra de blanca plata y otra de todos metales. Dentro, en el cerco del gran castillo, había cuatro torres que vencían el más alto muro con dos estados, ricamente almenadas con ricos chapiteles cubiertos de ricas hojas lucientes de varios metales. Entre estas cuatro torres se aventajaba una que se llamaba el Homenaje, con estraña altura y ricos chapiteles dorados y pleados a cuarteles. Tan rico y bien obrado estaba el castillo que los ojos no [se] cansaban de mirar.

     Pues, como las letras de la rica tabla en alta voz por el caballero fueron leídas, la Razón Natural en esta manera dijo: Ea, buen caballero, que otra batalla y galana aventura se os ofrece. Tened buen coraçón y pasa adelante, que aquí os atiendo hasta que debajo de vuestro poderoso braço tengáis a vuestro enemigo, como lo hicistes del gigante Baratro, defensor de la malina Soberbia.

     Sin volver palabra, el Caballero del Sol, como quien gran voluntad tenía de acabar aquel hecho, pasó por la dorada tabla y blanca columna al muy rico castillo; pero, como hubo llegado, viendo que la levadiza puente estaba alçada, y no podía pasar a tocar las dabas, convínole inventar otro remedio. Y así començó en alta voz a llamar, [a] los del castillo; aun por mucho que voceaba nadie le respondía. Ya estaba cansado de vocear el Caballero del Sol, cuando un hombre muy descuidado venía paseando entre las almenas del más bajo muro con un pequeño cofrecito en sus manos, contando monedas y apartando el oro de la plata. Tan embebido andaba contando y recontando sus monedas que no acordaba responder a las voces del Caballero del Sol, puesto que estaba tan cerca que, por paso que el monedero hablaba, el Caballero del Sol lo entendía. Viendo que no respondía ni aún volvía la cara, abajándose de su caballo, el Caballero del Sol tomó y le tiró una piedra tan ciertamente que hiriéndole en el pequeño portacartas a vuelta de las manos, se le derribó y sembró los dineros por la parte de dentro del muro. Como el avaro hombre vio sus dineros y su dios derramado, no pasando cuidado de las manos heridas, dio una voz: ¡Ay, mis riquezas perdidas por mi gran descuido! Diciendo esto, a mucha prisa, sin mirar quién le había herido ni responder al Caballero del Sol, que a voces le llamaba, bajo a coger su vertido dinero.

     Pues como hubo cogido los vertidos dineros, tornando donde antes estaba, así dijo:

     -Di, mal caballero, ¿por cuál razón no voceaste y me llamaste si algo querías? Pues yo te podía bien oír si no que forçado me habías de tirar con piedra para derramarme mi dinero que amo más que la vida.

     -Déjate de eso, dijo el Caballero del Sol, que harto estaba ya de te llamar y no me querías oír, y ábreme la puerta del castillo, ca me conviene pasar de esa parte.

     -No haré tal por cierto, ca no quieres entrar acá sino por me despojar de esta moneda. Y aún ahora creo que fue tu intención, cuando la piedra arrojaste, derribarme allá los dineros por poderlos coger mas a tu salvo. Yo te prometo, si una pieça ahí atiendes de lo ir a decir a la señora del castillo, que me vengará de ti.

     Ve presto por tu fe, dijo el Caballero del Sol.

     Dicho esto, el avaro hombre se metió para dentro. No pasó mucho que la levadiza puente fue echada y la hermosa puerta del gran castillo abierta, por la cual salió una antigua y rugosa vieja acompañada de un escudero y una dueña y una pequeña doncella. Sobre la cana cabeça la arrugada vieja traía una corona de fino oro con muchas perlas y piedras sutilmente esmaltadas por ella. De la cintura arriba vestía tela de oro y de plata; de la cintura abajo, paño leonado con un letrero que bajaba del brocado al paño, que decía de esta manera:

El oro que cerca y dora
los pechos y el coraçón
muestran con cuánta afición
como a su gran dios lo adora.
El paño que abajo mora
claramente da a entender
cuánta pena da el tener
si la codicia es señora.

     En sus rugosas manos la avara vieja tenía dos mançanas de muy preciado oro muy apretadas, mirando siempre a una parte y a otra con gran sobresalto, temiendo no se llegase alguno que se las arrebatase. Porque, no solamente de sus servidores no se fiaba, pero aun de sus propias manos no se tenla por segura. En las pomas había una letra que decía:

Pues que sois mi coraçón
y gran dios a mi querer
conviene y es razón
que mire con atención,
no os me quiten de poder.

     El escudero que venía acompañando [a] la rugosa vieja vestía ricas ropas de tela de oro con una bordadura de perlas y ricas piedras y una letra que de esta manera decía:

No se harta el coraçón
del oro que el cuerpo cubre
ni la voluntad encubre
su ceguedad y afición;
contradice la razón
a tan sobrada malicia,
pero la ciega avaricia
la ciega con su pasión.

     La blanca dama que acompañaba a la avara vieja vestía ricas ropas de tela de plata con unas brosladuras leonadas y una letra por ellas en esta manera:

La blanca plata emblanquece
al rostro con su congoja
y cuanto más ella crece
tanto más de ella apetece
el que tras ella se arroja.

     La pequeña doncella traía ricas vestiduras de tela de plata con unas cortaduras de tela de oro y una rica corona hecha de una mezcla de todos metales, muy bien obrada y muy rica con muchas armas de emperadores y reyes impresas y esculpidas en ella, con una letra que decía:

Los sellos son de moneda
que después que vino al mundo
con su uso sitibundo
en muy estraña manera
la amistad verdadera
robó de entre los mortales
enjiriendo muchos males
con su venida primera.

     De la manera que habéis oído salió por la gran puerta del castillo la avarienta vieja a la cual el Caballero del Sol en esta manera dice:

     -Dice, dueña, cómo te llamas y quién son esos tus apuestos servidores, ca gran voluntad tengo de lo saber. Y por ser esta la primera cosa que yo te pido, no me la debes negar.

     -Soy contenta de te lo decir, dijo la Avaricia, porque me pareces cortés en tus bien habladas razones. Este escudero que tanto se trabaja por me servir se llama Hambre de Oro. La hermosa y blanca dama se llama Plata Blanca. La doncella, tiene por su nombre Sacranda Moneda. Agora que te he dicho de mis servidores, quiero que sepas quien soy yo. Mi nombre es Avaricia Tenace. Soy señora del oro y plata y todos metales, así de lo amonedado como de lo barreado, de lo acendrado y de lo que está en escoria. No solamente soy señora de lo que está ya sacado de las entrañas de la tierra pero aun tengo esperança de haber lo que en el más hondo centro escondido está. A mí sirven emperadores, reyes y grandes señores. Desde el Papa hasta el sacristán están sujetos a mis leyes y mandamientos. Todos huelgan de ser mis vasallos, porque liberalmente parto con ellos mis tesoros. Ya yo te he dicho lo que demandaste. Agora dime tú a qué es tu venida. Si me vienes a servir y reconocer por señora, yo te daré tanta parte de oro y plata que te tengas por bienaventurado y esto hacerlo he porque me has parecido mesurado en tus palabras y haçañoso en tus hechos.

     -Mucho he holgado, dijo el Caballero del Sol, de saber quién tú eres, aunque no para hacer lo que tú dices. Porque te hago cierto que muy lejos de tu blanco disparan mis pensamientos. Decirte quiero mi venida, pues me lo preguntaste. Yo soy venido a tu rico castillo para pasar de esa otra parte con cierta compaña que a la dorada tabla me atiende, si nos quieres dejar pasar, pues sabes que no hay otro paso sino por este tu hermoso castillo. No queremos nada de tu oro y plata. Y si no lo quisieres hacer de grado, habráslo de hacer por fuerça. Porque no pienses que tus vanas promesas mudarán mi firme propósito, ca por todo tu oro y plata ni por todo cuanto en manos de los avaros en el mundo está yo no recibiría de tu mano la más vil y mínima moneda de las que agora hay en la tierra. Porque, según me parece, tú no lo das sino a aquellos que lo han de guardar y reverenciar como a su dios y no para usar y aprovecharse de ello. Da clara muestra de esto tu nombre, porque Avaricia Tenace quiere decir escaseza tenedora y guardadora. Y, pues con estas condiciones tú repartes tus tesoros, no digas que haces mercedes a quien los das, mas ante los haces esclavos del dinero y idólatras de la moneda. Vey pues, codiciosa vieja, cuan loco y fuera de juicio está el que su celestial ánima, criada a la imagen del eterno dador y criador de lo formado, sujeta a una tan vil y soez cosa como el tesoro o riqueza.

     -Mira, hermoso caballero, dijo la falsa y avara vieja, que eres mancebo y fáltate la experiencia de las cosas que se alcança con los muchos años. Y haste siempre de aprovechar del experimentado consejo de la madura vejez. Cata que ha habido, y en tus tiempos hay más, muchos mis servidores y sujetos y amigos de la moneda y del oro y plata y aún se tienen por dichosos y bienaventurados por ser conmigo tan cabidos y tener tanta parte de mis bienes. No deseches y repruebes tú lo que todos aprueban y desean por bueno y necesario para la sustentación y gobernación de la vida humana.

     Oye mis razones y sujétate a mis dulces leyes, que no solamente te harán señor y rico, pero aun te excusarán la amarga muerte que tienes merecida porque traspasaste la ley y condición de la dorada tabla.

     -En balde te trabajas, avara vieja, dijo el Caballero del Sol. Ca jamás yo creeré tus palabras ni tomaré tu pésimo consejo ni seguiré tu vía, la cual es tan trabajosa y mala que yo me duelo de los que por ella caminan. Porque, aunque muchos la hayan trillado y agora más la sigan, amándote y sirviéndote, todos viven contigo engañados. Y al cabo de la jornada dirán: mi gozo en el pozo, porque lo que mucho en la vida guardaron, contra su voluntad lo dejarán en la muerte. Yo libre nací. No bastará tu retórica a hacerme esclavo del oro. Lo cual es muy mayor poquedad y vileza que ser un hombre esclavo de otro hombre. Bien dicen que a los viejos no les queda más de el parlar y el beber y el tener. Ca más cansado me tienen tus largas hablas, que espero salir de la batalla de tu caballero.

     Pues como la avara vieja conociese que no aprovechaba nada su predicar, con una fingida disimulación, començó de se entrar en el castillo con su compaña. Pero, como el Caballero del Sol sintiese que se quería encerrar, dando de la espuela a su caballo, entró tan recio por la galana puerta del hermoso castillo que por poco hubiera atropellado a la mala vieja Avaricia Tenace. Ahí viérades las grandes voces que la falsa vieja daba, llamando por nombre a su defensor Avarioso, diciendo: ¡Avarioso, Avarioso, socorre a la triste vieja! Ven presto, dame aquí vengança de este falso y alevoso caballero, sino perdidos son mis tesoros.

     Ya el Caballero del Sol estaba en el gran patio, cuando con muy gran ruido començó de bajar el defensor de la perniciosa Avaricia, el cual era grande de cuerpo, tanto que gigante parecía, armado de fino oro. Y como fue en el gran patio, cabalgó en un grande y feroz caballo. Sin hablar palabra, cada uno tomó la parte que le convenía en el grande y galano patio, y, al son de las grandes voces que la Avaricia Tenace daba, se fueron el uno contra el otro cuanto la fuerça de los caballos llevarlos podía, topándose de tan grandes y recios encuentros que las lanças se hicieron dos mil pedaços por el aire, aunque ninguno hizo mudamiento en la silla. Pero una raja de las despedaçadas lanças, saltando con gran furia al través, hirió a la vozinglera vieja en la rugosa cara en tal manera que la quebró el derecho ojo y quedó la mala vieja muy mala y congojada. La cual fue causa que las voces se doblasen y el llanto de nuevo se començase.

     Volviendo, pues, el Caballero del Sol el rostro, por saber la causa del renovado vozear, pudo ver la nueva tuerta, de lo cual no poco placer recibió. Y por la consolar, en esta manera le dijo: No te pena, Avaricia Tenace, por la pérdida de tu ojo, porque si gana tenías de no te hartar de ver oro con dos ojos menos te hartarás agora con uno. Y si yo pensase quitártela del todo y no aumentártela, yo te quebraría ese otro. Pero temo que en ti la probación o prohibición causaría mayor apetito.

     Ya el valiente y esforçado Avarioso venía, la espada sacada muy alta, por herir muy recio a su contrario. Pero el Caballero del Sol, no aguardando la respuesta de la falsa vieja Avaricia, poniendo mano por su espada y embraçando su escudo, lo sale a recibir, donde començaron a herir de muchos y muy cargados golpes atroces en los lucientes escudos y a veces en los acerados yelmos. Cada uno puñaba por herir a su enemigo mortal por aquella parte que más daño le pensaba hacer. Así anduvieron buena pieça, que jamás el uno al otro se hizo ventaja sino fue el Caballero del Sol que le acertó con un tan gran golpe sobre el yelmo dorado que le hizo caer sobre el arçón de la silla. Mas por eso no hizo mudança.

     Viendo esto el Caballero del Sol que le eran menester sus fuerças para con el valiente y avaro caballero, procuraba con todas sus fuerças de lo atraer a la muerte. Así que, echando los ojos contra su enemigo, vio que la armadura del siniestro hombro le faltaba y pensando cómo por aquella parte lo podría muy bien herir, echando el escudo a las espaldas, tomó la espada a dos manos y fuese contra el defensor de la ciega Avaricia, llevándola alta por le herir en aquella parte. Pero como Avarioso sintiese la falta de sus dobladas armas, temiendo el riguroso golpe, usó de cautela y volvió la rienda al poderoso caballo por le hacer perder el golpe, pero el caballo, de cansado, no volvió así lijero como lo hacer solía, antes alçó en alto la cabeça, juntamente con las manos. Y como la espada del Caballero del Sol errase al caballero vino a dar en la cabeça del caballo y fue tal que la una oreja y el ojo, con parte de la cabeça, le derribó, cayendo juntamente caballo con su señor en tierra de gran caída, aunque como el caballero era diestro presto salió de su silla.

     Saltando pues el Caballero del Sol con presteza de su caballo, el defensor de la avara vieja dijo estas palabras:

     -Caballero ¿qué te mereció mi caballo? ¿pensabas que matándole tenías vencido a mí? Muy engañado estás. Yo te juro, por la Tenace Avaricia, que en pago me dejes en mis manos tu cabeça y, tu muerto, heredaré yo el tuyo.

     -Deja de blasonar, dijo el Caballero del Sol. Vengamos a las obras, ca yo te digo que si mal tiene tu caballo tu fuiste la causa.

     Diciendo estas palabras, así como estaban a pie arremetió el uno para el otro. Y como de nuevo la peligrosa contienda renovaron tanto que ya el gran patio andaba lleno de rajas de las doradas armas y de malla de la plateada loriga del defensor de la ciega Avaricia, y él muy laso y cansado, cuando con flaca voz dijo: Caballero, descansemos un poco del afán que hasta aquí hemos pasado, ca asaz tiempo tenemos para dar fin a la batalla començada.

     -Pláceme, dijo el Caballero. Y apartándose cada uno a su parte tomaron aire un breve espacio.

     -Avarioso, dijo el Caballero del Sol, aparéjate a la batalla.

     A estas palabras movió el uno contra el otro. Allí començaron otra batalla, no con tanto rigor como la pasada porque Avarioso estaba herido en algunos lugares y había perdido mucha sangre y resfriado en tal manera que el Caballero del Sol lo traía de una parte a otra tan acosado que no sabía ya donde sé acojer. Lo cual como el Caballero del Sol sintiese, echando el escudo a las espaldas y tomando la espada, lo hirió de dos tan pesados golpes, uno en pos de otro, a la puerta de una pequeña cámara, donde pensaba acojerse, que desacordado vino a tierra. Luego el Caballero fue sobre él y desenlazándole su rico yelmo, conoçió ser mortal por una peligrosa herida que del postrero golpe en la cabeça había recibido. Pero con el rabioso enojo que el Caballero del Sol tenía, cortándole la cabeça la arrojó por el patio, diciendo: Allá irás, mal caballero, ca justo es que mueran los cuerpos de los que procuran matar las almas. Agora, falso defensor de la Avaricia, venme a heredar el caballo.

     Acabada de esta manera la batalla, el Caballero del Sol se va para la puerta del castillo por llamar a la Natural Razón y su compaña y, como cerca llegase, io que un hombre cerraba la gran puerta del castillo, y con apresurados pasos va presto para él porque no se le escapase y, tomándole las llaves, abrió las cerradas puertas por las cuales entró luego la discreta doncella con sus servidores, por cuya venida la ciega Avaricia había mandado cerrar las puertas, acogiéndose a las dos torres del Homenaje con sus servidores, pensando ser maltratada por el Caballero del Sol.

     Sin eso atender, la Razón Natural y el Caballero del Sol y su compaña pasaron por la inimica morada de la maldita vieja Avaricia Tenace y anduvieron tanto por la estrecha senda que llegaron a una pequeña fuente de agua viva que al pie de un risco entre unos árboles nacía, donde albergaron y reposaron esa noche.

     Tres días caminaron con asaz trabajo y crecida fatiga por la herbosa senda, en cabo de los cuales llegaron a vista de una fortaleza a aquella hora que las oscuras tinieblas con su venida cubrían la triste tierra. Y por ser tarde para pasar el defendido paso, albergaron so unos árboles.

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