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Capítulo III

De cómo después de haberse el Caballero del Sol desembaraçado de los villanos vio y supo quién era el caballero que iba preso en el carro.

     A esta hora ya los villanos, viendo a sus señores tan maltratados, desamparando el carro, pensando que aún fuesen vivos, a más andar, las hachas altas, se vienen contra el Caballero del Sol, el cual como cerca de sí los viese arremetió con la furia de su caballo y, hallando los dos delante, hiriéndolos de los pechos del caballo, los os puso por tierra tan maltrechos que no bullían pie ni mano. También vos digo que al pasar hirió a otro por cima de la capellina en tal manera que malherido vino a tierra; pero conociendo que volver a ellos aventuraba perder el caballo, haciéndose hacia donde su escudero estaba, en un punto saltó en tierra y, dando su caballo a su escudero, el escudo embraçado, la espada alta, se va contra los villanos, que no eran perezosos en lo salir a recibir, donde se començó una reñida y desigual batalla. Unos le acometían y otros huían, unos le herían y otros se desviaban; pero qué les aprovecha, que aquél que a derecho golpe alcançaba no le prestaba armadura. De tres pequeñas heridas andaba el Caballero del Sol herido, por lo cual andaba tan corajoso que como bravo león de unas partes a otras los seguía y los buscaba y los hería, tanto que en media hora que la riña había durado, los seis estaban por tierra malheridos y los cuatro, huyendo, procuraban el remedio para salvar sus vidas.

     Pues como el Caballero del Sol vio el campo desembaraçado y que ahí no había más que hacer, allegándose al carro, tales palabras dice:

     -¿Quién es el que yace allá dentro?

     -Yo soy, dijo una dolorosa voz que del triste carro salía, el sin ventura que en la cumbre de mi felicidad soy puesto en las manos y prisión de mis enemigos.

     A esta hora llegando Silvio, que así había nombre el escudero del Caballero del Sol, y descubriendo el carro, pudo ser visto un caballero herido y ligado y aprisionado, el cual, como viese al Caballero del Sol y a sus enemigos por el campo tendidos, conociendo que por aquel caballero había sido librado, en la mejor manera que pudo, levantando la cabeça, dijo así:

     -Bendito el criador del cielo y de la tierra que tanta bondad y esfuerço puso en un solo caballero, para que de tantos enemigos me haya librado. A él doy yo muchas gracias y a vos, señor caballero, espero yo de agradecerlo con servicios.

     -Yo pienso, dijo el Caballero del Sol, que la poca razón que aquellos Caballeros tuvieron en vuestra prisión quitó a ellos las fuerças y dio a mí osadía para a ellos vencer y a vos, señor, librar. Así que a Dios se deben los servicios, en cuya mano está la victoria, pero yo os ruego me contéis la causa y hecho de vuestra prisión.

     -Ya habrá tiempo de lo contar, dijo el caballero preso. Agora conviene proveer a la mayor necesidad. Estamos en tierra de enemigos y conviene que yo sea desligado y armado, para que, si algunos enemigos vienen, pueda serviros con mi ayuda algo de las mercedes recibidas.

     Con gran prisa fue desatado y suelto por manos de Silvio y tornándole a ligar unas pequeñas heridas que mal ligadas tenía, lo començó de armar de las armas de uno de los dos muertos hermanos. No estaba bien armado, cuando el Caballero del Sol llega con un caballo que de los sueltos había tomado, en el cual el caballero preso cabalgando tomaron al través la vía que a la morada de un florastero se endereçaba, guiando el caballero preso que la tierra bien sabía y al florastero bien conocía, para ahí dar reposo a sus personas y curar de sus heridas.

     Continuando pues los dos caballeros la senda que a la casa del florastero guiaba, el caballero preso de esta manera començó de decir: -Habéis de saber, buen caballero, que a mí llaman Eulesio de Monte Pesula y hacia esta parte de Oriente, a quince millas de aquí, tengo cinco castillos, los cuales ha poco que yo poseo por la muerte de mi padre, de quien los heredé. Y estos dos caballeros se llamaban Pinato el Valiente y Rieso el Desdichado. Eran señores de tres castillos que a esta otra banda están a tres millas. Entre su padre el mío hubo siempre gran contienda. Y muchas veces el padre de los dos por el mío fue requerido con la paz y con partido y concordia de ciertos heredamientos sobre que era la diferencia, y jamás quiso recibir algún partido hasta que en una batalla murió, del cual quedaron estos dos hijos no menos soberbios que el padre. Agora, muerto mi padre, estos dos caballeros van procurando tomar enmienda de la muerte de su padre y pusiéronse en acecho y celada, como los habéis visto, en una floresta donde yo continuaba la caça. Y como los días pasados yo me apartase de mis servidores en seguimiento de un ciervo, fui acometido de sobresalto de ellos y de su gente. De manera que, como yo estuviese desarmado y mi caballo cansado, en mí hubo poca defensa, y siendo herido de estas dos pequeñas heridas y preso y atado me pusieron en aquel carro donde me sacastes, con pensamiento que, teniéndome en perpetua cárcel, me darían vida peor que muerte y poco a poco me tomarían la tierra, pero Dios lo ordenó de otra manera,

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