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Capítulo XXXIX

De las palabras que pasaron entre el Caballero del Sol y la dueña del tercero paso defendido de la estrecha senda.

     Ya las obscuras tinieblas de la noche, heridas con los dorados rayos del claro sol, con apresurada huida los herbosos campos desamparaban, cuando tornando la Natural Razón a su viaje, en poco rato llegaron a un pequeño campo que estaba ante la fortaleza que la pasada noche habían visto, en el cual estaba una gran piedra cuadrada morada asentada de llano sobre cuatro columnas verdes. Sobre la morada piedra estaba un brasero con encendidas llamas tan al natural talladas y pintadas que muy quemadoras parecían. De la una parte del encendido brasero estaba una imagen de muger tan bella y apuesta, que por maravilla se podía mirar. En sus delicadas manos tenía un sangriento coraçón fingiendo semblante de lo arrojar en el quemador fuego, con un letrero por los hermosos pechos que de esta manera decía:

Tanta fuerça ha el amor
y la beldad de la dama
que el coraçón sin temor
arrancan del servidor
y lo arrojan en la llama.

     De la otra parte del encendido brasero estaba un pequeño niño desnudo, los ojos vendados con una pieça de tafetán colorado, con dorada flecha y aljaba y saetas a las espaldas. En las manos tenía unos fuelles con que encendía el ardiente fuego del brasero, con una letra que de la boca le salía, cuyas palabras sonaban de esta manera:

Yo soy el niño Cupido
Tales son mis crudas mañas
que después de haber herido
abraso con fuego vivo
del herido las entrañas.

     En torno de la morada piedra había unas letras escritas con oro que de esta manera decían:

Si no sirves al amor,
caballero,
no pases de este letrero
y brasa muy encendida,
donde yo en la fuerça espero
con armas de fino acero
para quitarte la vida.

     Vistas las lindas imágenes y leídos muy bien sus letreros, la doncella Natural Razón se volvió contra el Caballero del Sol, diciendo en esta manera:

     -Caballero bien afortunado, traed a la memoria lo que vistes en la primera sala de la labrada puerta que fue el olvido de la vida y la memoria de la muerte, ca os será bien menester porque la ventura que se nos ofrece es más peligrosa, por tomaros en tal edad, que ninguna de las pasadas ni de las que esperamos adelante pasar. No os cebéis de palabras. Conservad lo ganado, porque os aviso que no es apto, el que pone la mano al arado y mira o vuelve atrás, para ganar el cielo y andar este viaje.

     Aunque yo tengo tanta confiança en vuestro grande esfuerzo y firmeza, que ni las palabras de la hermosa y defensora dueña os engañarán, ni fas fuerças de su caballero os vencerán. Acordáos que defendéis la Razón y peleáis por la Virtud contra los hediondos vicios.

     -Buena señora, dijo el Caballero del Sol, gran consuelo me son vuestras dulces y provechosas palabras y crecido esfuerço me ponen vuestros sanos consejos. Por lo cual doy gracias a mi Criador, pues tan buena señora me dio a quien sirviese para acabar mi viaje y destierro començado. Sed cierta, señora, que después que por la primera sala pasé jamás lo en ella visto desacompañó mi memoria, lo que grandemente me ha aborrecido en las pasadas afrentas. Y no menos de ello me entiendo ayudar en los peligros por venir.

     Acabando de decir estas palabras, pasó el Caballero del Sol por la verde columna y graciosas imágenes, yendo contra la hermosa fortaleza, cuyo asiento era un llano entre tanta espesa maleza y tan cercada espesura que jamás hombre entró por ella que no se perdiese. Lo cual era causa de decir que ahí no había otro paso sino por la hermosa fortaleza que muy grande y fuerte era, de muy altos muros y grande y honda cava. Por los muros había espesas torrecicas con pendones morados y una letra que decía:

No hay casa fuerte al amor
ni castillo
en que no haya portillo.

     En medio de la fuerça había una torre de muy estraña altura, maravillosamente labrada de azulejos morados y verdes y azules. En lo más alto de ella estaba una imagen de muy apuesta doncella con un real pendón de color morado, con la misma letra. La puerta de la fortaleza estaba muy estrañamente obrada de galanas y ricas imágenes de los caballeros y apuestas figuras de damas tan sutilmente folladas que mucho había ahí que mirar. Pero como el intento del Caballero del Sol fuese otro que gastar el tiempo en contemplar pinturas, llegando a las muy hermosas puertas començó de herir las aldabas.

     A esa hora asomo a una muy gran ventana de dorada reja una apuesta dama, diciendo de esta manera:

     -¿Qué buscáis, hermoso caballero, en la fortaleza de amor?

     -Buena señora, dijo el Caballero del Sol, necesidad me fuerça a pasar de esa otra parte de la fortaleza; por lo cual te ruego y pido, por merced, me mandes abrir las hermosas puertas, ca mucho tengo que hacer de esa parte y no querría detenerme.

     -Por cierto, gentil caballero, respondió la dama. Por mí no se os negará el paso. Yo lo voy a decir a la señora de esta morada y por mi parte haré lo que pudiere por os hacer todo placer y servicio. Diciendo esto la fresca dama se metió para dentro.

     Sin mucho tardarlas puertas de la gran fortaleza fueron abiertas, por donde a la hora salió una gentil dama de grande apostura y estremada beldad. Sus dorados cabellos revueltos por la cabeça, presos con un rico garvín de oro y perlas muy preciadas, sacados por la red en manera de una dorada corona, con una guirnalda de muchas y muy olorosas flores muy preciadas que en torno se entreponía. En la derecha mano traía una mançana de oro y en la siniestra una piña de odoríferas flores muy olorosas. Vestía ropas de terciopelo morado, ricamente obradas con una cortadura de carmesí a manera de grandes llamas. Sobre las llamas se entretejía una muy rica bordadura de oro fino con unos lazos todos de piedras y perlas que trababan las coloradas llamas con la rica bordadura, con un letrero que, a manera de culebra, todo lo tenía y decía de esta manera:

Los amores muy crecidos
arden cuando el fuego empieça
mas si vos tenéis riqueza
muy presto son socorridos
los celos de allí nacidos.
Revuelven fuego con llama
y urden una mala trama
por donde son departidos.

     En compañía de esta hermosa señora salieron dos damas de grande apostura y hermosura y dos pequeños niños. La una de las dispuestas damas vestía ropas de terciopelo verde oscuro con unos manojos de seda morada sembrados y broslados por ellas, y por remate un letrero que así decía:

El deseo
de nuestra concupiscencia
a muchos ha engañado
y en todo les ha privado
de la divina presencia.

     La segunda vestía ricas ropas coloradas con cortaduras negras y un letrero en esta manera:

La breve delectación
que en sí misma se reveza
es como recreación
que busca el que ha pasión
para tornar en tristeza.

     Los dos pequeños niños que salieron y venían en compañía de la hermosa señora, desnudos, el primero traía los ojos vendados y una dorada flecha con un carcaj de diversas saetas de oro y de plata y de plomo y otros diversos metales y una letra que así decía:

Blandiendo dorada flecha,
los ojos vendados, tiro,
hiero herida que mecha
ni cirugía aprovecha
a sanarle su venino.

     El otro y desnudo niño con la derecha mano sembraba moneda y con la izquierda tendía una red para prender y caçar las simples doncellas que la querían cojer. Su boca tenía abierta, siempre hablando a las damas, convidándolas con los servicios de su persona y dineros de su bolsa por las meter bajo de su red, con una letra que como banda traía rodeada que de esta manera decía:

Con requiebros y moneda
cojo yo
la dama que fresca y leda
me pareció.

     Después que con atención el Caballero del Sol hubo mirado la apuesta compaña, llegando con compuestos pasos, sin acatamiento hacer, por saber que era gente viciosa, contra la señora de la fortaleza así dijo:

     -Dime, hermosa señora, quién eres y cómo se llaman estas apuestas damas y desnudos y pequeños niños, ca gran voluntad tengo de lo saber.

     -Bien me place de te lo decir, dijo la hermosa señora, porque el aire tuyo me ha tocado y me hueles a hombre enamorado. La dama vestida de verde oscuro con los manojos de morada seda se llama Concupiscencia. La de las ropas coloradas y cortadura negra se dice por propio nombre Delectación. El pequeño niño de la dorada flecha se llama Cupido, señor del amor. El otro de la red y moneda tiene por nombre Requiebro. Y yo me llamo inmunda Lujuria, cuya fama con alas tendidas vuela por toda la tierra. Por lo cual yo creo que tú habrás oído mi famoso nombre y mis hazañosos y grandes hechos. Yo soy la que enciendo un vivo fuego de amor de las hermosas doncellas y frescas damas los coraçones de los animosos caballeros y con este amor de flacos los hago fuertes, de cobardes los torno animosos, atrevidos, esforzados y de avaros los convierto en dadivosos y francos, de torpes los desenvuelvo y hago sutiles, de groseros y maltraídos los convierto en pulidos y galanos, hágoles mudar el andar apresurado y desgraciado y les enseño a andar pasos espaciosos y de gravedad. De necios y mal hablados, los vuelvo elocuentes; si son apocados y por no se saber estimar en poco tenidos, fuérçosles a mostrarse generosos, estimándose en más de lo que son y hacer tales obras que por tales sean tenidos. Finalmente, hágoles generosos en sus hechos y extremados en sus dichos. Y, si con entera fe me sirven, doyles el mayor don que en la tierra pueden recibir, poniendo en sus manos la cosa que de ellos es en la vida más amada, haciéndoles gozar a su voluntad y sabor de aquella cosa por que han pasado grandes afanes, padecido grandes trabajos y vístose en muchas afrentas. De esta manera pongo yo a mis servidores más altamente que algún príncipe lo puede hacer en la tierra, aunque a mi solo servidor diese todo su estado, señorío y haber. Pero a ti, gentil caballero, porque me parece que posees todas las partes y gracias que debe tener un verdadero enamorado, sin que pases algún trabajo ni fatiga mas de lo que has sufrido viniéndome a buscar, yo te quiero galardonar más altamente que a otro haya jamás pagado, ofreciéndote estas hermosas damas para que te sirvas y aproveches de ellas. Y mando al ciego Cupido y al desnudo Requiebro que continuamente te favorezcan y ayuden con sus invencibles fuerças cuando alguna contienda de amor se te ofreciere. Y yo tengo por tal su favor que en poco tiempo y con pequeño trabajo alcançarán lo que con el ferviente deseo de amor escogieres y con la voluntad quisieres y amares. Esto todo quiero yo hacer porque te nombres mi servidor y cumplas fielmente las dulces y sabrosas leyes de los enamorados. Y por te sacar de este tan continuo trabajo que con estas armas traes y de este áspero camino que a gran peligro y afán tuyo sigues, pasándote a un camino espacioso, lleno de todo descanso, placer y vicio.

     Algún tanto estuvo el Caballero del Sol como embobecido y embelesado, no se determinando en lo que había de decir ni responder, esperando a que hubiese fin una brava contienda y rigurosa batalla que las delicadas y enamoradas palabras de la muy apuesta dama, juntamente con una dorada frecha del dorado Cupido, habían urdido y ensayado contra el fuerte coraçón del Caballero del Sol, batallando la ciega sensualidad contra la discreta Razón, de tal manera que la enamorada pasión, sin ser sentida, escaló los cinco sentidos y entró y escaló el castillo fuerte del pecho del Caballero del Sol. Pero como llegaron a quererse apoderar de la torre del homenaje del fuerte y valiente coraçón, hallaron ahí por defensores y alcaides al Olvido de la Vida y a la Memoria de la Muerte, los cuales no solamente defendieron la alta y fuerte torre donde estaban muy bien, pero saliendo de ahí a la plaça del castillo donde la enamorada pasión su real asentado tenía, asiéndose con ella y sus valedores a los recios braços, dieron con ellos por las ventanas de los ojos abajo. De esta manera, lançada fuera la ciega pasión del amor, la sensualidad dio lugar a la razón y, soltando la atada lengua del Caballero del Sol, en esta manera començó de decir contra la hermosa señora: Bien sé, aborrecida Lujuria, qué cosa es amor. Ya me he visto envuelto en tus redes y atado con tus ataduras y preso con tus lazos. Prisionero he sido en la cárcel del ciego Cupido y cercado de las llamas del fiel amador Leriano, pero agora que he despedaçado las redes, deshecho las ataduras y rompido los lazos, quebrantado las cadenas, como quien ha escarmentado en cabeça propia, quiero huir tus ensayos y aborrecer tus pasatiempos, menospreciar tus placeres y huir tu contagiosa conversación por no caer en tus peligros y perecer en tus enredos. Ca te hago saber que mi venida por esta hermosa y estrecha senda es para sufrir trabajos y deshechar el reposo, para abraçar el afán y menospreciar el descanso, para buscar la virtud y alongarme del vicio, para domar y sujetar los malos caballeros que mantienen soberbia y maldad, y no para regocijarme con tus polidas y hermosas damas.

     -¿Es posible, dijo la lujuriosa dama, que tú desames y desheches lo que todos codician alcançar y con grande afán buscan, después de lo haber gozado y alcançado? Se cuentan en el número de los bienaventurados aquel gran rey David, prisionero fue en la cárcel del amor. El rico y pacífico rey Salomón se sujeto a mis leyes. Aquel capitán Holofernes por me ser fiel perdió su cabeça. Pues, ¿qué te diré de aquel valeroso cartaginés capitán Aníbal, que por mí puso toda su gloria y fama al tablero? ¿Qué te diré de Paris el troyano? Otros muchos te contaría que anduvieron so mi yugo y fueron atados con las coyundas del ciego amor, sino, por no te ser prolija, bástete que, pues yo te amo, no me debías menospreciar, pues un amor con otro se paga y no recibe otro cambio ni recambio. Mira que si deshechas la dama que se te ofrece con voluntad enamorada, que serás escarnido, burlado y menospreciado de todos los caballeros u hombres que saben de amor.

     -Baste ya, hermosa dueña, dijo el Caballero del Sol. No gastes más pabilo, porque si los que dices erraron, algunos de ellos se enmendaron, conocido su error. Y puesto que todos perseveraran, yo no tengo de seguir la vía de los que perdieron la guía. Tus pasatiempos yo nos los quiero, ca son bocado venenoso que sabe bien y hace mal, como anzuelo cubierto con el manjar y como çaraças envueltas en pan, que por un breve gusto privan del resto de la vida. ¿Qué es tu placer y tu gozo, sino como el que sueña que tiene gran copia de riquezas y, despertando del sueño, no solamente se halla sin las riquezas soñadas pero aun queda con un aguijón de tristeza? Así es tu sabroso deleite, que pasado el sueño de la vida, entrando por las obscuras y muy temidas puertas de la muerte, no solamente se hallan los que de él han gozado sin aquel breve y temporal placer, pero, en pago de su desacordado vivir, les espera perpetua pena y continuo lloro. Agora, pues, sabes, engañosa dueña, que yo conozco lo que daña, que es el vicio, y lo que aprovecha y salva, que es la virtud, no me molestes más con locas palabras, porque te trabajas en vano. Mándame abrir las puertas de tu pésima fortaleza de amor, para por ella pasar, las orejas tapadas, como Ulises por las sirenas, ca mucho me he detenido contigo en palabras y mi compaña estará enojada esperándome.

     -Bien te parece que has dicho, dijo la lujuriosa dueña, pero, pues te has detenido lo mucho conmigo en palabras, justo será que estés poco en la batalla con mi caballero, ca yo creo que ello así será por tu poco valor y su grande esfuerço, y esto se hará cedo, por el poco comedimiento de que has usado conmigo y porque quebrantaste la condición y letra de las enamoradas imágenes y verdes columnas. Aguárdate de mi defensor, que ya baja por la ancha escala.

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