Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

ArribaAbajo

Capítulo XL

De la batalla que hubo el Caballero del Sol con el caballero y defensor de la Lujuria, llamado Andróneo.

     Así como la contienda de las palabras hubo fin entre el Caballero del Sol y la perversa Lujuria, por las hermosas puertas de la fortaleza començó de salir un galán caballero armado de unas ricas armas moradas, sembradas por ellas unas flores verdes y leonadas, con un blanco escudo de fino acero, entretallada en él una hermosa doncella con un coraçón apretado en las manos y una letra que así decía:



Díos yo mi coraçón,
tenéisle preso y rendido,
tratadle con afición
pues él de vos es vencido.

     Luego que el hermoso caballero fue en la espaciosa plaça que estaba ante la gran fortaleza, cabal o un hermoso caballo overo y, viniéndose contra el Caballero del Sol, dijo en voz alta:

     -Di, cuitado caballero, que vives errado teniendo la contraria opinión de todos los vivientes, ¿por qué quebrantaste el justo mandamiento de la hermosa Lujuria, el cual esta escrito en la morada piedra y verdes columnas? Bien será que me pagues con tu loca cabeça el atrevimiento y quebrantamiento de la ley de las enamoradas imágenes juntamente con la desmesura de que has usado, más como villano que no como cortesano, contra esta hermosa y poderosa señora.

     -¡Oh, errado y mal engañado caballero!, dijo el Caballero del Sol. No porque muchos yerren se limpia el vicio del error, aunque te quiero decir que tu viciosa opinión no la sigue algún animal racional, puesto que tu afirmes que todos; porque a la hora que se anegan en las perversas olas del turbado mar de la lujuria dejan de usar de la natural razón, posponiendo el vicio a la virtud, la lujuria a la temperancia y se tornan brutos animales sin razón, pues pierden el uso de la razón, según está escrito por el profeta David; por lo cual, yo querría que reconocieses tu error y dejases este abominable y hediondo vicio en que estás engolfado y siguieses el verdadero camino de la virtud usando de la natural razón de que Dios te dotó.

     -En balde te trabajas, dijo el galán caballero Andróneo, que así se llamaba. Ca yo sé bien lo que me cumple y tus palabras de predicador no podrán tanto que me quiten de mis continuos pasatiempos, los cuales si hubieses de veras gustado harías lo que yo hago. Y aparéjate a la batalla, ca esto no se ha de averiguar con palabras sino con las armas. Dicho que hubo esto el galán defensor de la perversa Lujuria, tomando del campo lo que les pareció que convenía, se fueron a juntar en la fuerça de los encuentros en medio de aquel campo de tal poder que las lanças fueron quebradas y el caballero Andróneo hubo falsado el escudo y la loriga y fue herido en los pechos de una pequeña herida. Y pasando el uno por el otro, como hermosos justadores, volvieron como aquéllos que se difamaban el uno contra el otro, los escudos embraçados, las espadas altas. Donde començaron una brava reñida contienda, ca el defensor de la hermosa dueña era orgulloso y acometedor, y los caballos muy buenos y diestros. Gran pieça anduvieron los dos caballeros heriéndose de duros y pesados golpes contorneando y haciéndose a veces perder los golpes y volviendo de nuevo, pero aquéllos que a derecho se acertaban en gran manera los traían atormentados.

     Andróneo, defensor de la perversa Lujuria, contra el Caballero del Sol dijo:

     -Si te place, Caballero de las Lunas, hagamos nuestra batalla a pie, pues los caballos son cansados, porque con mayor presteza la demos cima.

     -A mí place, dijo el Caballero del Sol.

     Esto no era bien dicho, cuando saltando los dos mortales enemigos de las sillas en el campo, embraçando los escudos y apretando las espadas en las manos, viniéndose a juntar, començaron de se dar tan duros, pesados y espesos golpes como si nada ese día hubieran hecho. Con tanto ánimo y esfuerço hacían su batalla, haciéndose a veces inclinar las cabeças hasta los armados pechos, a veces hincar las rodillas por el suelo, que el campo andaba cubierto de pieças de las armas y de malla de las lorigas. Tanto anduvieron en esta porfiosa contienda que ya el enamorado caballero començó de desmayar, así por los muy duros golpes que había recebido como por la mucha sangre que de tres heridas había perdido. Lo cual, como el Caballero del Sol sintiese, començóle de herir como de nuevo, haciéndolo revolver por aquel campo a unas partes y a otras. Pero con todo esto, con magnánimo coraçón, se defendía y mantenía en el campo; pues como Andróneo del Caballero del Sol se viese tan acosado, echó su fuerte escudo a las espaldas y tomando la espada a dos manos pensó de herir a su contrario sobre el acerado yelmo. Pero, como el Caballero del Sol vio venir el desmesurado golpe, cubrióse de su muy fuerte escudo y fue tal que la espada se saltó de las cansadas manos. A esa hora, soltando el Caballero del Sol la suya en la cadena, como vio tiempo, entró con él y, tomándole entre sus armados braços, con poco trabajo dio con él en tierra, ca tan laso andaba que poca resistencia hubo en él. Y como fue caído, desenlazándole el yelmo le cortó la cabeça.

     Pues de las hermosas dueñas vos digo que, como vieron su defensor tan mal tratado, se acogieron al castillo con tanto temor y presteza, que, no mirando, las puertas dejaron abiertas, no curando más de encerrarse en la más fuerte torre de la fortaleza, pensando que el Caballero del Sol las había de tratar como a su falso defensor. Mas como no fuese su condición de poner jamás manos en alguna dueña, no curando de las seguir, llamó a la Natural Razón y su compaña. La cual, como hubo llegado, contra el Caballero del Sol dijo estas palabras:

     -¡Oh, buen caballero y extremado! ya soy segura que en las aventuras y pasos que están por ganar no faltará vuestro grande esfuerço, pues en esta tan dudada a los de vuestra edad habéis salido victorioso.

     -Yo he puesto el trabajo, dijo el Caballero del Sol, y la vuestra merced gana la victoria, pues me ha dado el consejo y el esfuerço, ca si yo vencí la batalla, ha sido con vuestras armas.

     Diciendo esto y otras cosas, pasaron por la perversa morada de la Inmunda Lujuria y caminaron ese día y otro hasta la hora de sexta, que llegaron a un pequeño recuesto de cuya bajada se podía bien ver otro de los defendidos pasos que en la estrecha y trabajosa senda había, donde quedaron la parte del día y noche siguiente por descansar del trabajo del áspero camino que andado habían.

Arriba