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Capítulo XLV

Cómo la Natural Razón, pasando por la morada de la Acidia, vino en la deseada
tierra.

     Otro día, al tiempo que el muy claro sol con sus dorados rayos las tristes y obscuras tinieblas de la noche de la tierra apartaba, se començó en la rica tienda de la Razón una tan dulce y acordada música que, como con su dulce son del sabroso sueño el Caballero del Sol despertase, le parecía que su ánima no estaba en la tierra, sino que fuese arrebatada en algún divino lugar, ca la música era de tanta suavidad y tan divina que atónito estaba oyendo su dulce armonía y como así como embobecido estuviese el Caballero del Sol, llegaron los dos pajes diciendo: Levántate, venturoso caballero, que la muy sabia doncella, nuestra señora, lo manda. Luego que estas palabras fueron dichas, la dulce música cesó. Tal quedó el Caballero del Sol como al que viene un descontento en medio de un sabroso placer, pero viendo los pajes y acordándose que estaba en compañía y servicio de la Natural Razón fue vuelto en entero gozo y, lleno de sobrado placer y pidiendo apriesa sus mal tratadas vestiduras y sus rotas armas, presto fue vestido y de las armas armado y, sin más atender, se fue donde la Natural Razón tenía su estrado y, como sus pasos fueron sentidos que para aquella parte se endereçaban, se tornó a començar la música en aquella parte que la Razón estaba, adonde entrando el Caballero del Sol, haciendo su debido acatamiento, la Razón le mandó sentar en una rica silla que contra su estrado parada estaba, donde, por mandado de la generosa doncella, el Caballero del Sol fue por sus servidores coronado de una corona de ramos y hojas de palma, poniendo juntamente en su derecha mano un bastón de cedro ricamente guarnido de cercos de oro y plata, esmaltados en ellos los defendidos pasos y las batallas que en ellos había habido. Luego que esto fue hecho, la Razón començó de decir estas palabras:

     -¡Oh buen caballero de tu propia tierra, por tu propia voluntad desterrado, servidor verdadero de la Razón Natural! Razón es ya que descanses de los grandes trabajos y peligrosas afrentas en que por mí te has visto, en cuya memoria te doy ese bastón porque viéndole yo en tus manos, me acuerde a cuantos peligros pusiste tu esforçado cuerpo por defender el mío, y tenga memoria para te pagar tan alto servicio y para que sus esmaltes remueban en tu memoria las dudosas batallas que hiciste en los defendidos pasos y las cautelosas y engañosas palabras que oíste a las engañosas dueñas, lo cual tanto acrecentará tu grande esfuerço, que jamás temerás peligro ni aventura alguna por dudada y temida que sea.

     -Tan altas mercedes, generosa doncella, dijo el Caballero del Sol, no las acabaría de servir, puesto que toda mi vida gastase en sacaros de tan peligrosos pasos como los siete defendidos; aunque, si la obediente voluntad a vuestros mandamientos recibe la vuestra grandeza en cuenta, bien pienso que basta para servir alguna parte de las recibidas mercedes.

     -Vuestros servicios, victorioso caballero, dijo la Razón, tengo yo por muy grandes y vuestra voluntad conozco ser mayor; y por agora dejemos esto y vamos a cabalgar; y, en tanto que ensillan, vayan dos o tres a ver si es muerta la brasa de las puertas de la casa de la Acidia y, si por ventura ha quedado algo que embarace la entrada, prestamente sea quitado. Luego fueron a lo ver dos criados de la Natural Razón.

     Gran voluntad tenía el Caballero del Sol de saber quiénes eran cuatro doncellas que al un canto del aposento de la Natural Razón estaban, vestidas de ricas ropas de terciopelo verde, coronadas de laurel con trompas doradas en sus manos, con las cuales hacían una tan dulce y acordada música que cosa más que humana parecía. Y preguntándolo al Entendimiento, le dijo cómo eran criadas de la Natural Razón, su señora, y que por su mandado eran ahí venidas, y que todas se llamaban de un nombre apelativo y diversos propios. La primera, dijo el Entendimiento, se llama Dórica Tubea, la segunda Frísea Tubea y la tercera Coríntea Tubea, la cuarta Yónica Tubea.

     En tanto que el Entendimiento estaba diciendo esto al Caballero del Sol vinieron los que eran idos a desembaraçar el paso, diciendo cómo la brasa de las grandes puertas ya era muerta y que ahí no había estorbo ni embaraço alguno ni parecía persona alguna que el paso impidiese. Oído esto, la Natural Razón, saliendo de su rica tienda, cabalgo sobre su muy preciado unicornio, mandando a los que tal cuidado tenían que, cogiendo la rica tienda, viniesen y no tardasen, porque después de su partida no volviese la Acidia y les impidiese el paso.

     Diciendo esto, començó de mover el estraño unicornio contra la morada de la maldita dueña Acidia por la cual, no menos que por un camino, començaron de caminar la Razón Natural y su compaña, ca la mina era asaz ancha y no muy escabrosa por ser asaz llana. Verdad es que al principio se les hacía de mal por ser la mina muy obscura y tuvieron necesidad de llevar delante lumbreras y antorchas, pero andando adelante había luceras que salían a la cumbre de la peña por las cuales entraba una pequeña claridad. De esta manera caminaron por la mina y obscura cueva con algún tanto de congoja y trabajo de las cabalgaduras por espacio de cuatro horas, en cabo de las cuales llegaron a una gran puerta por la cual entraba gran claridad, con la cual sus ánimos fueron llenos de gozo y las bestias, olvidado el trabajo pasado, se daban priesa por venir a la deseada luz.

     Con esta priesa salieron por la gran puerta, la cual era muy grande y estraña de solas tres piedras hecha. En las dos piedras de los umbrales estaban esculpidos grandes salvajes, las manos hacia arriba en tal manera que con la fuerça de sus braços parecía que substentaban la gran piedra que del un umbral al otro atravesaba, la cual era muy luciente, de muy claro cristal. Estaban en ellas entretrallados el sol y la luna con muchas estrellas tan resplandecientes que mucho había ahí que mirar. De la grande y preciada puerta de las cristalinas piedras salía un ancho camino al Campo de la Verdad; de la una parte del ancho camino, y de la otra, de ciento en cien pasos, había una cristalina columna con una pequeña y sobrepuesta imagen de la mesma piedra, con un colorado escudo en sus manos y unas letras verdes por él que así decían:

Los que por la senda estrecha
con trabajo caminastes
gozáos pues ya llegastes
a esta vía derecha
ya la jornada está hecha,
haciendo Deo servicium
venite omnes ad iudicium.


     Por el real y espacioso camino, con no creída alegría, començaron a caminar la Natural Razón y su compaña, maravillándose mucho de ver tan fértil, fresca y abundosa tierra, ca era cubierta de muy frescas y olorosas flores y verdes hierbas y alegres rosas. Muy llena de diversos géneros de árboles tan sombrosos y tan llenos de estraña y dulce fruta que cosa era maravillosa de mirar, juntamente con las dulces y hermosas fuentes, las cuales en sus corrientes hacían un sabroso ruido que, con el sordo murmurio que un templado aire hacía en los hojosos árboles, con la música de las cantoras aves, en admiración ponían los oyentes y a contemplación del Criador de todas las cosas las provocaban.

     A cabo, pues, que la Natural Razón y sus servidores por el deleitoso camino una hora habían caminado, llegaron a dos columnas de muy preciada piedra, ca la una era de una preciada piedra colorada, que fino rubí parecía. Sobre ella estaba una imagen de piedra negra cubierta de mucha tristura. La otra columna era de piedra negra; sobre ella estaba otra imagen de piedra colorada como la de la primera columna. De las manos de la una imagen a la otra pasaba una tabla de cedro, la mitad de ella, a la parte de la imagen negra, era ornada de un rico cerco de fino oro, ricamente labrado, esmaltadas en él muchas piedras toscas y de poco precio. La otra mitad, a la parte de la imagen colorada, estaba cercada de un cerco de hierro, esmaltadas y entrepuestas en él muy claras y preciadas piedras. En la tabla, a la parte de la negra imagen, estaban escritas unas leonadas letras que de esta manera decían:

Este campo pone meta
a lo mal y bien obrado.
La muerte con su saeta
me hace sin cara leta
estar mal temorizado.


     A la otra parte, hacia la colorada imagen, estaban otras letras coloradas en esta manera escritas:

Este campo es la victoria
que triunfa de los vivientes.
A los buenos da la gloria
a los malos su memoria
pierde los cuerpos y mentes.


     Bajo de los dos letreros estaba otro con doradas letras escrito en esta manera:

Descanso promete el paso
y el prado muy espacioso.
Descanse en él con reposo
el que de vencer es laso
las siete dueñas del paso
defendido con maldad
que el Campo de la Verdad
cerca está de aqueste raso.


     Delante de las dos columnas estaba un espacioso y redondo prado cubierto de olorosas flores, rodeado de sombrosos y estraños árboles, cercado de las columnas del ancho camino. En el medio de la clara fuente, de muy estraña hechura, en una pequeña redondez, losada de piedras blancas, estaba una gruesa columna de claro cristal. Sobre ella estaba otra piedra cuadrada y larga, puesta como cruz; sobre el un braço estaba un león alçado en los dos traseros pies, y sobre el otro estaba otro en la mesma forma, con los dos siniestros braços estaban trabados, haciendo semblante de se herir con los derechos. Tenían las caras vueltas el uno contra el otro, las bocas abiertas. Por ellas salían dos gruesos caños de agua con tanto ímpetu que la que salía de la boca del uno pasaba por encima del otro, y por el contrario, esta agua caía sobre las blancas losas y corría por un empedrado arroyo, haciendo un sonoroso ruido de tanta dulçura que convidaba a los presentes a no se partir de ahí.

     La Razón, viendo tan deleitoso prado, por descansar y reposar de los pasados trabajos, mandó hincar ahí la rica tienda.

     Descabalgando luego el Juicio y el Entendimiento, bajaron con diligencia del hermoso unicornio a la Razón Natural y parando una silla cerca de la sonorosa fuente, después de en ella ser sentada, començaron de armar la tienda, Y, como fue armada, las mesas fueron puestas donde fueron servidos, aunque más para substentación de la vida que no para refeción de los cuerpos. Las mesas fueron alçadas y la Natural Razón, acompañada de sus escuderos, Juizio y Entendimiento, y de sus damas, Governación y Ley, y el pequeño niño llamado Ingenio, se salió a pasear por la floresta, llevando ante si al Caballero del Sol, ca no echaba paso que ante sí no lo llevase y él así lo hacía porque así le era mandado. De esta manera començaron de andar por aquella floresta muy maravillados de la diversidad de los no conocidos árboles y de sus sabrosas y nunca vistas frutas, y de los muchos animales y aves conocidas y no conocidas y su diversidad de cantos, aunque entre ellos no pudieron ver algún animal de los bravos carniceros, salvo ciervos, gamos, corços, capriolos, liebres, conejos y otros semejantes. Y más se maravillaban de ver cómo los mesmos animales los miraban y no huían, aunque tomar no se dejaban. De esta manera anduvieron gran rato por aquella floresta. A veces se sentaban y reposaban. Las dueñas y doncellas hacían guirnaldas de olorosas flores. Los escuderos cortaban ramos, traían frutas. Había en aquella espesa floresta, entre otros árboles, unos que tenían colorada la corteza. Eran árboles medianos y hermosos, muy hojosos y de fresca verdura. Tenía [la fruta] tres huesos dentro, revueltos y abraçados, y después de ser apartados parecían cincuenta y cinco. Tenía esta fruta tal propiedad y virtud que aquél que la comía, por más laso y cansado que estuviese, luego que la comía tornaba descansado y en su entero esfuerço; y como los criados de la Razón esto hubiesen conocido, que estaban cansados de correr tras los tímidos animales, corrían a pedir el descanso a los colorados árboles. Tanto se detuvieron en la floresta que ya la obscura noche los amenazaba con sus hórridas tinieblas; por lo cual, por mandado de la Razón, tornaron a la fuente de los dos leones, donde estaba armada la hermosa tienda. En la cual holgaron esa noche con mucha alegría por haber ya venido en aquella deseada y abundosa tierra, que con tanto trabajo habían buscado.

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