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Capítulo IV

Cómo el Caballero del Sol halló un caballero malherido y cómo tomó la vengança por él.

     Hablando en estas y otras cosas de la batalla pasada, los dos caballeros llegaron a casa del florastero, donde fueron bien recibidos y servidos de lo que habían menester, y después puestos en sendos lechos y curados de sus pequeñas heridas, Tres días estuvieron ahí reposando. Al cuarto día el Caballero del Sol, despidiéndose de Elesio de Monte Pesulano, aunque con mucho pesar del mesmo por no querer ir a sus castillos con él a recibir algún servicio, y despidiéndose del florastero, tornó a continuar su incierto camino guiando por donde el caballo lo llevaba . Todo aquel día caminó sin que algún poblado hallar pudiese. Y como la obscura noche con sus ciegas tinieblas las tierras ocupase, hallándose cerca de unos pocos y espesos robles que en torno de una dulce fuente parecían, determinó de albergar ahí esa noche.

     Otro día por la mañana, como començase de entrar por una floresta que cerca parecía, a pequeño rato que por ella había caminado, hacia la diestra mano, oyó una dolorosa voz que en esta manera decía: -¡Oh muerte, cuánta injuria me has hecho en mi tierna edad con la primera batalla quisiste dar fin a mis tiernos años! ¡Oh Fortuna ciega, que me diste buen caballo para que por robármele, me robasen la vida! Y lo que peor es que no hay aquí persona que procure el remedio de mi ánima, pues me falta el remedio del cuerpo. Ve presto, Corinto, mi leal escudero, busca si por esta floresta hay algún hermitaño, para que, dando a Dios cuenta de mi vida; perdone mis pecados y reciba mi ánima. ¡Ay!, ¡Ay! No te vayas que tardarás y moriré.

     El Caballero del Sol, al tino de las palabras, asomó entre las ramas y en esta manera començó de decir: -Esforçaos, caballero, pues en las necesidades se parecen los esforçados coraçones. Aquí está quien no os desamparará hasta dar remedio a vuestro cuerpo o esperar y esforçaros y ayudaros y consolaros hasta que del cuerpo se aparte el ánima.

     -Muchas gracias, caballero, por tan gran merced, dijo el herido caballero. Dios os envíe consuelo al tiempo que vos estéis más desconsolado y ayuda cuando más desfavorecido.

     Diciendo estas palabras, los dos escuderos, por mandado del Caballero del Sol, lo ligaron las heridas como mejor supieron, y poniéndole sobre el caballo de Silvio, cavalgando él a las ancas por le tener, començaron de caminar hacia una torre que en un valle, en lo más espeso de la floresta, parecía por buscar ahí remedio para el herido caballero.

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