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Capítulo LIII

En que se contiene una petición de las desterradas doncellas y una citación contra el Mundo.

     Nosotras, muy poderosa y divina justicia, las desterradas doncellas, siéndonos la variable fortuna del todo contraria hasta ponernos en lo más bajo de su apresurada rueda, decimos que el muy superbo Mundo, usando de sus acostumbradas armas, que son cautela, mentiras, engaños, astucias y encubiertas malicias, ha usurpado y tiranizado no solamente el orbe de la tierra, sojuzgándole a sus injustas y inicuas leyes, pero aún, no se contentando con esto, ha convertido y ha traído a sí los coraçones de los hombres, desarraigando de ellos las buenas costumbres y loables virtudes, y enjiriendo y sembrando torpes vicios y pecados abominables, de manera que, como el perverso Mundo se viese absoluto señor de la tierra y bienquisto y amado de los hombres, los cuales le amaban porque les enseñaba vicios y los dejaba correr a suelta rienda por los pecados y pasatiempos o, por mejor decir, pierde tiempos, determinó, como muy cruel tirano, por usar libremente de su tiranía de desterrar los enemigos de los vicios y los que su pasatiempos y intención y tirano propósito contradecían. Entre los cuales especialmente mandó a nosotras las desterradas doncellas, como a capitales enemigas suyas y de sus vicios, que saliésemos perpetuamente desterradas de nuestra propia tierra y su tiranizado imperio, temiéndose que algún tiempo los hombres, conociendo su error, nos tornarían a su compañía y desterrarían los vicios y se rebelarían contra el mismo Mundo, tornando por nuestros amonestamientos al servicio de su criador Dios, y así vendría a ser privado de su tiranizado imperio y forçoso y usurpado señorío.

     Siéndonos, pues, notificado de este injusto mandamiento de perpetuo destierro de parte del tirano Mundo, nos fue forçado salir peregrinando fuera de nuestra natural tierra, como adelante en el proceso de esta causa más claramente parecerá. Por los cuales agravios y notorias injurias que nos fueron por el soberbio Mundo hechas, y porque el malhechor sea castigado y la tiranía no vaya adelante, y porque los hombres por él engañados y metidos en vicios no pierdan sus almas, y porque para los desengañar y sacar de ellos nosotras seamos restituidas en su compañía y vueltas a nuestra antigua naturaleza y posesión de la tierra, te pedimos, poderosa Justicia, que mandes parecer personalmente ante tu acatamiento al maligno Mundo, ca nos, las desterradas doncellas, le queremos acusar criminalmente de su yerro y manifiesto pecado, para que, siendo él castigado con tal pena que iguale con su atroz y exorbitante delito y notorio crimen, nosotras seamos vueltas en nuestra antigua posesión y la tierra en su libre libertad y los hombres sean sacados del cautiverio de los vicios, para lo cual, etc.

     Oída esta petición hasta el fin, la prudente Justicia dio principio a tales palabras como adelante se siguen.

     Habla de la Justicia a las desterradas doncellas.

     Sabias y discretas doncellas, vuestra petición me aplace y el Mundo me turba. Lo pedido por vuestra petición parece justo y el acusado Mundo, delincuente y malhechor. Su enorme delito me espanta y vuestra crecida paciencia me maravilla. Su poco comedimiento y su atrevimiento y su descortesía me alteran, y vuestro sufrido sufrimiento me parece grande. Su tiranía es injusta y digna de notable castigo, vuestra intención y petición es loable y merece ser llevada a debida ejecución. Si la narración es verdadera, como yo creo que lo es, por lo cual y por no ser menor virtud destruir la soberbia que usar de la humildad y abajar y desterrar la tiranía que sembrar la paz, y por ser cosa tan justa castigar al culpado como librar y loar al inocente y por ser tan provechoso quitar los malos de entre los buenos, como traer a la república varones, santos, justos y sabios, mando que el Mundo sea llamado y citado perentoriamente para que ante nos parezca personalmente a estar a juicio con las doncellas por él desterradas, donde purgará su inocencia o pagará su pecado. Y señálole treinta días por tres términos para que ante nos parezca y en rebeldía procederemos, todo lo que está por el derecho estatuido, el cargo de ir a citar tome él mi portero, llamado Diligencia.

     Dichas estas palabras, la Justicia bajó de su trono y, acompañándola las veinte desterradas doncellas, se torno a su rica y real morada. Este mismo día el secretario despachó la citación y la dio a la Diligencia, cuyas palabras son estas que luego se siguen.

     Citación de la Justicia Divina contra el Mundo.

     De nos la poderosa Justicia, juez dado y deputado por la Majestad divina, de pedimiento de las desterradas doncellas, estantes en este Campo de la Verdad, a vos el superbo Mundo, salud y gracia.

     Usando en esta parte del poder a nos dado y cometido por la divina potestad, mandamos dar y dimos esta nuestra carta citatoria de pedimento de las afligidas doncellas, las cuales ante nos parecieron y dijeron que contra vos, el Mundo, entendían poner una acusación, por lo cual vos mandamos primo, secundo, tercio y término perentorio que dentro de treinta días primeros siguientes, después que esta nuestra carta vos fuere leída o notificada, o como de ella supiéredes en cualquier manera a que a vuestra noticia venga, parezcáis personalmente ante nos en este Campo de la Verdad a estar a derecho con las doncellas desterradas y a responder a su acusación y vos disculpar y mostrar vuestra inocencia. Si así lo hiciéredes, nos vos oiremos y guardaremos justicia. Lo contrario haciendo, y rebelde siendo a los nuestros mandamientos, que son dichos divinos, procederemos contra vos todo cuanto de derecho debamos y podamos. Dada, etc.

     Estas eran las formales palabras de la citación.

     Otro día por la mañana, la Diligencia, tomando la supra escrita carta citación, partió con gran priesa del Campo de la Verdad para la tierra donde el superbo Mundo tenía su morada y en breve tiempo llego donde estaba el Mundo. Y en presencia de su corte, en su morada, en su propia persona leyó y le notificó la citación y mandado de la poderosa y divina Justicia.

     El superbo Mundo, la color vuelta, el gesto alterado, respondió: Yo lo oyo y obedezco, estoy presto de parecer en el término en el Campo de la Verdad ante la divina Justicia.

     Oída esta respuesta por la Diligencia, dio la vuelta para el Campo de la Verdad, donde las desterradas doncellas gastaron el tiempo en que corría el término de la citación en visitar a veces a la divina Justicia, veces juntándose en hablar sobre su hecho.

     En este tiempo el Caballero del Sol paseaba por el espacioso Campo de la Verdad mirando los ricos y hermosos edificios, entrando a ver los grandes y estraños aposentos que en aquellas moradas había y la riqueza de ellos y diversidad de las largas y derechas calles, anchas y muy claras, y las espaciosas plaças que en muchas partes de aquel Campo había. Otras veces entraba a ver las grandes huertas y frescos jardines que en las principales casas había y otras huertas mayores y más espaciosas que fuera de las moradas y dentro del cerco del Campo de la Verdad había, maravillándose de la mucha diversidad de frutas y mirando y notando los nombres de la multitud de los árboles por él nunca vistos. De esta manera pasaba el Caballero del Sol con mucho descanso y placer el tiempo que el término de la citación duraba.

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