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Capítulo LVI

Cómo la Justicia salió a audiencia el trigésimo día y de una habla que hizo al Mundo y de otra que hizo el Mundo, y de lo que respondió la Prudencia.

     El trigésimo día, en aquella hora que las obscuras tinieblas de la encobridora noche daban lugar con su apresurada traída a los claros y nuevos rayos del dorado sol, las ocho doncellas músicas de la poderosa Justicia con su acordado son dieron señal que la divina Justicia quería salir a audiencia; siendo, pues, por las desterradas doncellas entendido, en poco espacio, bien adereçadas y acompañadas de sus servidores, vinieron ante el gran palacio de la muy poderosa Justicia y, como fueron llegadas, la divina Justicia, ricamente vestida y de sus servidores acompañada, sobre su triunfal carro salio a la espaciosa y ancha plaça, donde fue reverenciada cortésmente de las sabias doncellas y con esta compañía se fue a sentar al rico trono en el cual acostumbraba hacer su audiencia, sentándose asimismo las desterradas doncellas a la mano, según y por la orden que ya otra vez habían hecho.

     No era bien acabada de sentar la divina Justicia cuando, por una calle, asomó el muy soberbio Mundo ricamente vestido sobre su triunfal carro, acompañado de sus servidores. De esta manera, con espaciosos pasos de sus pesados elefantes y con grande autoridad, llegó ante el rico trono y, bajando de su preciado carro, haciendo debido acatamiento, se asentó en los estrados a la siniestra mano, contra de las desterradas doncellas y, como fue asegurado, levantándose en pie, començó de decir estas palabras:

     Habla el Mundo a la divina Justicia.

     Divina y muy poderosa Justicia. Justa y muy razonable cosa es, según mi viejo parecer, que el esclavo esté sujeto a su amo y que el vasallo obedezca a su señor y el criado haga lo que le manda su amo, y que el inferior obedezca y venga al llamado de su superior, y que el que ha de ser juzgado parezca ante el juez. Digo esto, igual Justicia, porque me fue leído y notificado por la Diligencia un mandamiento de parte de la tu grandeza. Yo, haciendo lo que debía y a lo que era obligado, me he presentado y presento en esta audiencia ante el vuestro divino poder porque más quiero parecer en juicio, estando sin culpa, que estar en mi casa y imperio y ser criminoso y malhechor. Y por mejor tengo parecer en estos estrados a mostrar mi inocencia que no, estando en mi morada, me publiquen acá por robador y tirano. Así que, pues, parezco como inocente y no huyo como culpado, y pues estamos donde no se puede dejar de saber la verdad y administrar la Justicia, si algo debo, demándenmelo. Si algo he tomado o usurpado, demándenmelo. Si algún crimen o exceso he cometido, acúsenme de él. Si merezco castigo, dénmele. Si aclaro mi inocencia, absuélvanme. Presto estoy para responder, y la sabia Justicia para guardar derecho.

     Después que el muy soberbio Mundo hubo acabado estas reposadas palabras, la poderosa Justicia, con sosegada voz, dijo de esta manera:

     Habla la Justicia al Mundo.

     ¡Oh, Mundo, Mundo! si tales fuesen tus obras como son tus palabras, y tan reposados tus hechos como tu hablar, y tan claras tus cosas como tienes limado y polido el decir, yo loaría tu venida y alabaría tu vida muy altamente. Bien me place que hayas venido y mucho me huelgo que te hayas presentado, porque agora se sabrá y aclarará si conforma tu decir con tus obras y si responde el hecho a la palabra, aunque, por cierto, ni tu fama, ni tu entrada en este Campo de la Verdad, ni la compañía de servidores que traes prueban ser así, ante dan clara muestra de lo contrario. Derecho te guardaré si bien has vivido, buena sentencia oirás si buenas son tus obras. Limpia quedará tu fama, si no has cometido pecado. No te sentenciaré por culpado, si no has hecho agravio. No te castigaré si no tienes las tierras y los hombres tiranizados. Desculpa tu inocencia, desculpa tu pecado, porque puedas volver limpio en tu fama y sin castigo en el cuerpo.

     Vosotras, desterradas doncellas, pues habéis hecho parecer en esta audiencia al Mundo, ved lo que le queréis pedir o de qué le queréis acusar. Probaos ante que lo comencéis y, si tenéis derecho, proseguid lo començado. Yo aquí estoy para desagraviar a los agraviados y castigar los malhechores; para restituir lo tomado y ver lo usurpado; para privar de ello al invasor, quitándole lo mal ganado; para castigar y desterrar los tiranos, pues ellos destierran a los propios señores para privarlos de sus propios bienes justamente juzgando, pues ellos sin Justicia los ajenos robaron; para privarlos de la propia vida, pues ellos son causa de tantas muertes; para sacar de cautiverio y servidumbre a los tiranizados, restituyendo la tierra a los injustamente despojados. Por tanto, pedid y habréis muy buena y verdadera Justicia, acusad y alcançaréis derecho.

     Dichas estas palabras la sabia y discreta doncella puso fin a su hablar.

     Y luego la Prudencia, con sereno vulto, con sosegada voz y gentil meneo, començó de decir de esta manera:

     Habla la Prudencia contra el Mundo.

     Bien me place, inicuo Mundo, enemigo de lo bueno y celador de lo malo, que has venido en lugar que se descubrirán tus yerros y se aclararán tus crímenes y se afearán tus excesos y se castigarán tus pecados. Y mucho me place que has parecido ante la poderosa Justicia, la cual abajará tu soberbia y castigará tu tiranía, y de lo que más me maravillo es que, siendo tú amigo de la mentira, has osado entrar en el Campo de la Verdad. Y, siendo injusto, te has confiado del gran poder de la Justicia. Y siendo impío tirano de toda la tierra y sus vivientes, te has puesto en las manos de la que suele con muy gran rigor castigar los semejantes transgresores de las sus justas leyes y vengar los agraviados. Y, siendo criminoso, lleno de todo género de vicios, has entrado donde son justiciados y afrentados los delincuentes. A tiempo eres venido que pagarás los tuertos y agravios que tienes hechos a estas virtuosas doncellas y a mí. Venida es la hora en que se dará principio a tu acusación y fin a nuestro destierro, en que començará de deshacerse y caerse tu fingida honrra y a ensalçarse y augmentarse la nuestra. Mucho más quisiera decirte, pues todo cabe en ti, pero, por no ser molesta, porque en el proceso se manifestarán tus maldades, tus tiranías y monstruosos vicios, pondré freno a mí lengua y apretaré mis labios con el temeroso dedo presentando esta acusación para que, siendo vista, la divina Justicia provea lo que la su grandeza mandare y servida sea.

     Diciendo esto, la Prudencia tendió la mano y dio la acusación al fiscal, el cual la començó de relatar en alta voz, cuyas palabras eran estas:

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