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Capítulo LVII

En que se contiene una acusación de las desterradas doncellas contra el mundo.

     Muy poderosa señora, la mudable Fortuna, enemiga de los que viven en quietud, volviendo su variable rueda contra nosotras, las desdichadas y desterradas doncellas, ordenó y dispuso de nosotras a su voluntad, quitándonos nuestra libertad, echándonos de nuestra tierra y privándonos de la compañía que teníamos con los virtuosos hombres, y poniéndolo todo en manos del injusto Mundo.

     Decimos esto, porque desde que el primero padre del humano linaje fue criado de la tierra del campo damasceno por las manos del Hacedor de las cosas, nosotras, juntamente con él, fuimos por Él mismo hechas y formadas en el deleitoso paraíso. Y con él salimos de ahí a la trabajosa tierra, tal condición que siempre anduviésemos en compañía de varones santos, religiosos, justos y temerosos de Dios y en tal manera que huyésemos la conversación de los malos, injustos y viciosos. Ya vino tiempo que los hombres estaban tan estraviados y enviciados en el pecado y todo género de mal que en toda la tierra no hallábamos muchos con quien contratar ni conversar, en cuya compañía pudiésemos lícitamente andar. Por lo cual, conociendo que los hombres amaban los vicios y desechaban las virtudes, nos quejamos al Dador de las cosas y envió tanta abundancia de agua que todos fueron ahogados miserablemente sobre la tierra, salvo Noé, justo, y sus hijas y yernos, los cuales, usando de virtud, nunca nos habían echado de su compañía; y así, ellos salvos, nosotras con ellos quedamos.

     Pues como otra vez el linaje de los hombres por Noé fue multiplicado, procediendo los tiempos, otra vez tornaron los hombres a admitir los vicios y aborrecer la virtud y lançarnos de su compañía. Para remedio de esto, de todos los yerros, pasados el eterno Padre envió su unigénito Hijo, el cual tomó verdadera carne y ánima de humano hombre, no dejando de ser lo que era, escogiendo por madre la más humilde y limpia doncella que jamás fue criada, de la cual nació quedando perpetualmente virgen y él verdadero Dios y juntamente verdadero hombre y, así nacido, recibió muerte pagando las deudas que el hombre debía, y en él no había, por reparar el linaje humano y recobrar el perdido hombre y librarle del perverso Satanás y por volverle en gracia y amistad con Dios y por tornarnos a nosotras, las virtudes, a la su compañía. Esta Encarnación del Hijo de Dios y su muerte fueron tan suficientísimas para recobrar los perdidos hombres del poder del falso Lucifer y para volver en gracia a los hombres con su eterno Padre y para volver las virtudes, que somos nosotras, a la compañía de los mismos hombres, que el más mínimo trabajo que en la tierra pasó, como hombre, bastaba [para] rescatar y redemir un millón de mundos.

     Pero el perverso Mundo, que está presente, no conociendo ni agradeciendo esto, como malo y ingrato, usando de sus antiguas maldades, ha convertido y vuelto a sí los coraçones de los hombres, dándolos lugar y induciéndolos con cautelas y engaños para que a rienda suelta corran por los vicios y huyan de las virtudes, y no se contentando con esto ha tiranizado todo el orbe de la tierra y puesto so sus injustas y inicuas leyes a los moradores de ella, desterrándonos a nosotras porque no le impidiésemos de llevar adelante su dañado propósito y perversa intención. De esta manera nos echó de la tierra y de la compañía de los hombres por usar a su salvo de su tiranía y traer a todos los hombres so su áspero yugo.

     Por lo cual, y porque es cosa allegada a razón que el criminoso sea punido y castigado y el inocente libertado, nosotras las desterradas doncellas acusamos criminalmente al tirano Mundo, el cual tiranizando nuestra natural tierra se levantó y rebeló contra su universo Hacedor y Señor y nos desterró y privó de ella, en la cual pedimos ser restituidas y él ser, como tal tirano, castigado y le denunciamos por criminoso y culpado en todo género de vicios y pecados y que no le basta ser el malo sino que siembra vicios en los coraçones de los hombres, engañándoles con encubiertas cautelas y manifiestos halagos. Pedimos asimismo que la tierra sea vuelta en su antigua libertad y los hombres librados del duro cautiverio y áspera servidumbre de los hediondos vicios, a los cuales, mal engañados, hoy día sirven de grado. Acusamos al Mundo por todas aquellas vías que podemos y con derecho debemos y en la mejor forma y manera que podemos para todo ello y en lo necesario su muy alto oficio imploramos.

     Después que fue leída esta acusación, la divina Justicia mandó dar traslado al Mundo para que tomase consejo sobre todo aquello que había de responder.

     -No había necesidad de término ni traslado, dijo el Mundo, porque ya mi inocencia me tiene dado lo que tengo de responder, pero porque las cosas muy miradas y con poco reposo consultadas pocas veces se suelen errar y las repentinas pocas veces se suelen acertar, quiero tomar el traslado y gozar del término por responder más acertada y maduramente.

     Vista esta respuesta, la divina Justicia, levantándose de su rico trono y subiendo en su estraño carro, acompañada de las desterradas doncellas, se fue a su real palacio y el sobervio Mundo se volvió a su morada.

     Este día se juntaron las desterradas doncellas por haber su acuerdo y, después de haber platicado en su negocio, les pareció que, como fuese llegado y dado el término provatorio, se debían poner posiciones al Mundo, porque, si no confesase, ahí las quedaba su derecho y tiempo de probar, y si confesase serían relevadas de la prueba. Todas fueron de este parecer y tornaron a encomendar el negocio a la sabia Prudencia porque con más cuidado se desvelase cómo el negocio con brevedad hubiese el fin deseado.

     En este tiempo el Mundo no estaba de espacio, porque juntando de sus servidores los que más del caso sabían y más engaños usaban, sí como a la Malicia, a la Cautela, a la Calumnia y a la Mentira y al Engaño y a otros semejantes, tomó consejo con ellos, los cuales le aconsejaron que si quería ser libre de la acusación que se aprovechase de ellos y de sus consejos, negando la verdad y usando de la mentira, no dejando cautela ni malicia de inventar y revolver, ni falsedad de injerir, y que usase de aviso cauteloso. De manera que no le tomasen en palabras y que de esta manera ni él sería privado de su monarquía, porque no había en la tierra con quien otra cosa le pudiesen probar, tanto estaban bien con él los hombres, ni las virtudes a la tierra serían restituidas y él quedaría por inocente y las desterradas doncellas por maliciosas acusadoras, y él quedaría con su gran poder y las virtudes desterradas perpetuamente de la tierra.

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