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Capítulo LX

Cómo se juntaron las desterradas doncellas y de una habla que hizo la Razón y de lo que respondió la Prudencia.

     Este día, al tiempo que el claro sol, habiendo corrido la mitad de su acostumbrado camino, se daba gran prisa por cumplir su muy trillada corrida, las cuatro doncellas de la Razón, llamadas Tubeas, saliendo delante de la rica morada de su señora con sus doradas trompas y acordada música, dieron señal para que las doncellas viniesen ahí a haber su acuerdo sobre lo que se debía hacer en su hecho. No tardaron mucho después que la señal se hubo dado, que todas fueron juntas en el palacio señalado de la Razón; la cual, siendo todas presentes, volviendo su sereno rostro y sus amorosos ojos a la Prudencia, dijo de esta manera.

     Habla la Razón a la Prudencia.

     No en balde vuela tu memorable fama, ¡oh sabia y discreta Prudencia!, porque esto osaré afirmar con verdad que si bienaventurança hay alguna en la tierra, después de conocer y honrrar a un solo Dios, es tener tu compañía y gozar de tu loable amistad y limpia conversación. ¡Oh hombres, en cuyo entendimiento vive y reposa la Prudencia! hágoos saber que vivís vida más que humana y, por el contrario, los que de ella carecéis vivís vida de salvajes, y estoy por decir que de brutos animales ¿qué cosa hay entre los mortales que se iguale a la Prudencia, Ciencia o Sapiencia? Por cierto ninguna hay que se pueda llamar sombra de ella. Esta es descanso y reposo, solo bien y riqueza al que la posee, si procede del temor de Dios, el cual es principio de toda sapiencia, y esto es muy claro porque todas las otras cosas, Fama, Honra, Riqueza, Mando, Señorío, puede quitar la variable Fortuna de su poseedor y a sola ésta no. Todas se disminuyen, se mudan, se truecan, se pierden cada hora y la variable rueda de la Fortuna pasa cada momento por ellas, echándolas de aquí para acullá y pasándolas de uno en otro. Esta sola siempre crece y se aumenta aunque con otros sea repartida, ante entonces lança mayores pimpollos así como la candela que, aunque se enciendan en su luz otras candelas, nunca su luz por eso padece disminución; ésta no muda, no se trueca ni se pierde, ante acompaña contino a su poseedor. El ejemplo está en la mano. Esta sabia doncella, llamada Prudencia, fue desterrada por mandado del perverso Mundo y, siendo así desterrada, perdió su natural patria, perdió sus caros amigos, perdió la fama y el crédito que tenía entre los. hombres, perdió la honra, perdió todo su haber, perdió finalmente cuánto tenía y poseía. Sola la sabiduría la acompañó y jamás de ella se partió ni desamparó en los peligros, en las necesidades, en los trabajos, en el destierro; y si claro queréis ver cómo su saber, su prudencia, no solamente no la ha desamparado, pero ni en todos estos rencuentros de Fortuna se la ha [dis]minuido sino ante se ha acrecentado, ved cómo con su gran saber, con sus sutiles palabras y agudas razones nos ha sacado de tantos trabajos, nos ha restituido nuestra honra, nuestra fama, y nuestra tierra como con su saber convenció al perverso Mundo de su malicia y le hizo contra su voluntad confesar, convenciéndole con fundadas razones, lo que había negado y tenía propósito de jamas confesar, y le sacó la escondida ponçoña que con sus falsas palabras encubría. Conoced pues, doncellas, cuánto bien traéis en vuestra compañía. Agradeced el gran don que habéis recibido, pues la Prudencia ha dado hoy el deseado fin a vuestros trabajos y ha descubierto remedio para que vuestras miserias y destierro sean remediadas y en vuestra patria entre los hombres restituidas, aunque bien sé y conozco que tenéis tanta voluntad para servir el don recibido, aunque tan alto beneficio no recibe paga que, si en cuenta os lo toma, siempre quedará en obligación de hacer mucho más en este nuestro negocio y caso.

     Estas fueron las palabras que la Razón oró delante de las doncellas, con tanto reposo y sosiego y con tanta autoridad que las doncellas, juntamente con el Caballero del Sol, habían gran sabor de la oír y, como puso fin a su decir, la muy sabia Prudencia respondió de esta manera:

     Habla la Prudencia a la Razón.

     Bien conocida tengo, Razón, tu verdadera amistad y probada con obras tan claras que no hay necesidad que me lo des a entender con palabras, las cuales son imagen del coraçón y bien sé que con ningún servicio podré satisfacer a tu grandeza, no solamente la gran voluntad y amor que me tienes sino las muchas buenas obras que de tu larga mano he recibido, pero ni aun estas solas palabras que en presencia de estas generosas doncellas has hablado. ¡Oh Natural Razón, que por tu gran bondad merezco yo, si algo yo valgo!, porque ¿qué valdría la sapiencia ni la Prudencia en el hombre si no fuese regida y medida por la Razón? Tú eres el mayor bien que gozan los racionales hombres mientras viven su miserable vida y pasan el breve curso de sus fatales años. Tú los riges y gobiernas. Tú los adiestras y los guías. Tú los sacas del mal camino de los vicios y los reduces y tornas al camino de la virtud, de donde se les sigue alcançar el sumo bien para que fueron criados. Tú gobiernas los imperios, riges los reinos, administras en las ciudades, pones paz entre los enemigos y conservas en la vieja amistad a los amigos. ¿Qué valdría yo si por tu mano no fuese guiada y regida? No puedo yo hablar si la tu grandeza no me favorece y me enseña, ni puedo entender si tú no me aclaras el entendimiento, ni soy poderosa para fundar lo que hablo si tú no me das el fundamento. No digas que yo he trabajado mucho en este negocio sino tú, pues tu me has dado la lengua con que lo confirmase. Por cierto, doncellas, a la Razón debéis rendir las gracias porque yo no soy sino un instrumento con que ella obra y de que ella se aprovecha. Y si algo yo por mí en este negocio he hecho y aprovechado, no tenéis por qué me lo agradecer, porque el negocio así tocaba a mí como a todas, y pues por mí trabajé lo que tocaba a todas, harta paga es para mí haberlo hecho por vuestro mandado. No quiero hablar más en esta materia pues el tiempo se nos pasa y no platicamos lo que toca a lo que tenemos entre manos.

     Ya habéis visto, doncellas, cómo el soberbio Mundo respondió a la acusación por nuestra parte puesta. Bien sabéis lo que negó y no se os ha olvidado lo que confesó. Satisfechas estáis de mi respuesta, claramente visteis como le concluí y confundí en todo, así en lo que negaba como en lo que confesaba. Bien visteis su turbación y claramente conocisteis su clara injusticia. Claro está nuestro derecho y cierta tiene contra sí la sentencia. Bastante provança es la confesión del adversario hecha en juicio y ante el juez. Ya no hay necesidad de le poner posiciones ni de presentar testigos, pues él se los traía consigo y contra sí. Él será castigado y nosotras vengadas. Él pagará su atroce crimen y nosotras volveremos a nuestra propia tierra. Él será privado de su tiranizado señorío y a nosotras restituirá en nuestra honra. Él será maltratado y nosotras habremos paga de los grandes trabajos que pasamos por la estrecha senda herbosa. Al fin él acabará mal como malo y nosotras quedaremos en holgança y quietud como buenas. Agora no hay que proveer en nuestro negocio, más de que, si el maligno Mundo respondiere algo, escusando sus antiguas malicias, yo le responderé como merece.

     Esto habló la muy sabia Prudencia con tal gentil meneo y sereno semblante que cosa era maravillosa de la ver y oír. Pues como la sabia Prudencia puso fin en su habla, las generosas doncellas la rindieron muchas gracias por lo que había dicho y hecho y por lo que se ofrecía a hacer. Otras hablas pasaron después de esto que contenían en sí mucha sapiencia y graves sentencias, aunque aquí no están escritas por ser fuera de la materia que tratamos.

     A esta hora ya el hijo de Latona, habiendo corrido su acostumbrado camino, començaba de desensillar sus cansados y fatigados caballos, cuando las desterradas doncellas, despidiéndose cortésmente de la Razón, se tornaron a sus ricas moradas acompañadas de sus servidores.

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