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Capítulo LXI

Cómo la Justicia salió a juicio y de lo que habló al Mundo y de una habla que hizo el Mundo excusando su yerro.

     Otro día, al tiempo que el claro sol con su nueva luz y dorados rayos los campos y olorosas flores alegraba, las músicas doncellas de la poderosa Justicia con su sonora y acordada música dieron señal del juicio; lo cual, oído por las desterradas doncellas, adereçándose lo mejor y más presto que pudieron, se fueron para la rica morada de la divina Justicia, y no pudieron llegar tan presto que ya la Justicia doncella no saliese por las puertas de su palacio, donde fueron recibidas con benigno rostro, y ellas hicieron la reverencia y acatamiento acostumbrado. De ahí se fueron, la Justicia a sentar a su trono, las desterradas doncellas a los estrados; y porque el soberbio Mundo aún no venía, la Diligencia lo fue a llamar por mandado de la divina Justicia y no tardó mucho que vino en la manera acostumbrada. Y como se hubo asentado en su acostumbrado asiento la divina Justicia dijo de esta manera:

     Habla la Justicia al Mundo.

     Bien tendrás entendido, muy sagaz y viejo Mundo, que no había necesidad de te dar más larga y ilaciones, pues es muy claro que el oficio del Juez conquiesce habiendo confesado la parte. Y solamente le resta el trabajo de sentenciar y ejecutar. Pero yo, usando contigo de grande misericordia y equidad, dejando todo rigor y aspereza, he querido darte esta breve dilación, para que si alguna cosa tienes para te ejecutar, o alguna defensa te ha quedado con que te defender, que la digas y declares agora. Y serte ha oída, aunque yo por cierto tengo que no tienes alguna porque no puedo creer que si alguna causa o excusa te hubiera quedado o tuvieras que no la publicaras ayer, pues tú eres tan sagaz, viejo y experimentado en negocios. Ante me declara muestra de tu yerro y culpa verte ayer callar, quedando tan atónito y turbado que verdadero traslado de los cuerpos muertos parecías. Mírate, revuelve tu pecho. Si algo tienes que decir, dilo, si por ventura tu gran turbación ayer no te lo dejó manifestar. Y visto lo que dices responderán estas doncellas, si algo quisieren replicar, y con ello se habrá la causa por conclusa. Estas fueron las palabras que habló la divina Justicia.

     Más atento que contento estaba el inicuo Mundo oyendo las palabras de la poderosa Justicia, las cuales, aunque ella tenía por muy justas y piadosas, no lo hacía el Mundo así, ante las tomaba y entendía como muy rigurosas porque se tenía por culpado de todo lo contenido en la acusación de las desterradas doncellas; pero con todo esto, haciendo de flaco fuerte, con severo y grave semblante y con pensadas y espaciosas palabras dio principio a lo que se sigue:

     Habla el Mundo excusando sus errores.

     ¡Oh poderosa señora! ¡Oh divina Justicia!, los breves términos a la tu grandeza se hacen largas dilaciones. Y a mí me parecen momentos que en abrir y cerrar el ojo se pasan. Tú los das por superfluos y yo los tomo y tengo por necesarios, de tal manera que yo querría que fuesen muchos y muy largos, porque es cosa clara que el tiempo descubre las cosas encubiertas y tiénela y descubre los errores de algunos que por inocentes son tenidos, siendo en la verdad culpados; y por el contrario, da clara muestra de la inocencia de otros que son habidos por pecadores y errados. No te des tanta prisa, poderosa señora, que el tiempo no se acaba. No te contentes con un día, que me has dejado pensar en mi disculpa. Alarga la dilación y descansará mi juicio para pensar la disculpa, para inventar algún remedio para mi defensa, para que la furia y pasión de estas doncellas con el tiempo se cure y amanse. No sea tu juicio tan arrebatado que te den alguna culpa los hombres. No te fatigues por quitarme con brevedad la vida, pues no me quieres perdonar la muerte. Dame alguna libertad y suelta para volver sobre mí. Mira que los apasionados y congojados coraçones no pueden tan fácilmente acordar sobre lo que bien les está como los sueltos y libres de congoja y alteración. Y pues el mío está tal que la pasión postrera le atormenta, déjale tomar huelgo, consiéntele asegurar, para que con el reposo piense y con la dilación acuerde, y con la libertad determine y con la lengua hable aquello que conviene para su defensa y lo que bien le está para su libertad. No lleves esta causa al fin sin más acuerdo, si no lo quieres hacer por amor de mí hazlo por amor de ti, porque a ti conviene; porque no te tengan por atrevida, apresurada, arrebatada y afeccionada. Dirán que lo hiciste por favorecer a estas doncellas. Dirán que lo hiciste porque me tenías a mí odio. No amancilles tu honra por dar breve sentencia. No corrompas tu limpia fama por quitarme a mí apresuradamente la vida. No pierdas tu loable y memorable memoria por ponerme a mí en perpetuo olvido. No quieras ser juzgada por cruel, pudiendo gozar del nombre de piadosa. Mira que en proceder con tanta brevedad aventuras a perder mucho y a no ganar nada y con la dilación, ya que algo no ganes, lo menos no se aventura perder nada. Buenas son las cosas pensadas y mejores las que se hacen sobre acuerdo. Mucho vale el consejo maduro y madurado con la diuturnidad del tiempo. Mira que, aunque hablo por mí, también digo lo que cumple a ti. Toma este primero consejo del enemigo aunque yo no lo soy sino verdadero amigo. Porque no puedes dejar de hacer con Justicia lo que te pido con derecho. Pesando con igual balança al Papa y al que no tiene capa, al Emperador y al labrador, alárgame el plazo y darte he manifiestas causas por las cuales no merezco castigo. Pon mi ánima en libertad y hablará la lengua sin temor. No me amenaces con breve y rigurosa sentencia y, alçando la pasión el cerco que tiene puesto a mi coraçón, hablaré cosas tan justas y buenas y tan sutiles en el caso, que abiertamente conozcas que las desterradas doncellas piden razón y yo carezco de culpa. No me quiero más alargar en razones por no ser molesto y pesado, puesto que no quisiera. ¡Ay!, solamente diré dos palabras para disculpar mi culpa, guardando otras muchas disculpas para las recontar y de ellas informar en las largas dilaciones que espero tener pues para ello hay bastantes causas.

     Notorio es, poderosa Justicia, que yo fui formado por las poderosas manos del inmenso y omnipotente Dios, el cual crió cielo y tierra y todo lo visible y invisible; el cual, luego que me hubo acabado de hacer, me dio en los coraçones de los hombres, como juro sobre ciudad, una pura libertad, un entero y libre albedrío. Poniéndome a la derecha mano las virtudes y el camino estrecho de la vida, a la siniestra los vicios y el camino de la perdición para que, siguiendo mi voluntad, siguiese la bandera de lo que más me aplaciese y tomase la vía que mejor me pareciese. Yo, usando de la libertad y arbitrio que Dios me hubo dado, tomé y escogí la compañía de los vicios y abracéme con los deleites y escogílos para me acompañar de ellos. De manera que, llegándome a los vicios forçado había de repudiar las virtudes, pues son de los vicios mortales enemigas y aprobando los vicios para mi compañía forçado me era desterrar las virtudes.

     Ora pues, divina Justicia, juzgad si soy en culpa por usar de la elección y arbitrio libre que mi Criador me dio. Y si merezco pena por gozar del privilegio que el Dador de las cosas me concedió y si soy digno de pena por usar de la libertad de que mi Dios me dotó; mira bien esto, divina Justicia, y juzga lo que te pareciere,

     Estas fueron las palabras que el turbado Mundo habló ante la presencia de la poderosa Justicia y, como hubo hecho fin a su decir, la sabia Prudencia respondió de esta manera:

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