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Capítulo LXIII

Cómo el Mundo fue sentenciado a muerte y a las desterradas doncellas mandaron volver a la tierra y compañía de los hombres.

     Ya el claro sol del tercero día para la sentencia señalado con su nueva luz las obscuras tinieblas de la encubridora noche hacía huir, cuando las músicas doncellas de la poderosa Justicia, saliendo a la gran plaça galanamente vestidas y sobre hermosos palafrenes, començaron una dolorosa y acordada música, dando clara señal del juicio que ese día estaba señalado; lo cual, como de las desterradas doncellas fue entendido, in poner tardança, salieron ricamente vestidas de aquellas colores que cada una acostumbraba a vestir y, viniéndose ante la morada de la divina Justicia, luego la poderosa doncella salió ornada de ricos paños sobre su preciado carro, como tenía ya acostumbrado, y acompañada de sus continuos y servidores, juntamente con diez caballeros armados que la delantera llevaban, cuyo capitán se llamaba Penalope. Delante de estos diez caballeros iba un escudero cabalgando sobre un caballo morcillo todo cubierto de luto. En la derecha mano llevaba una espada desnuda, la mitad sangrienta; en la siniestra, un ramo de olivo seco. Con esta compañía, yendo siempre delante las músicas doncellas haciendo un lastimero son, se fue la poderosa Justicia a sentar en su real trono, sentándose también las desterradas doncellas en su acostumbrado lugar.

     No tardó mucho que salió por una de las anchas calles el muy afligido Mundo sobre un triste carro de madera negra, encubertado de paños negros y doloroso luto, con muchas calavernas blancas puestas por ellos y muchos huesos atravesados entre ellas, con un letrero que decía:

Aquél que cubre tristeza
la muerte no le da pena
ni se le hace pereza
sufrir su grande aspereza
que a sufrirla le condena.


     Tiraban el encubertado carro cuatro búfanos encubertados de amarillo, sembradas por ello muchas espadas desnudas y sangrientas, con una letra que decía:

El cierto desesperar
de la vida
hace ésta no ser temida.


     El triste Mundo venía sentado sobre una silla verde rodeada de cuatro muertes que al parecer con sus manos la traían, con una letra que decía:

Estas quitan la esperança
de la silla
que no color amarilla.


     El Mundo vestía paños encarnados largos hasta el suelo. Sobre su cabeça traía una corona de huesos compuesta y una calaverna sobre ellos. Las manos traía atadas con un cordón de seda negra. Sobre los cuatro búfanos venía una espantosa muerte, echa de bulto, con una frecha estendida en sus crueles manos como que la acababa de soltar contra el Mundo la saeta que de ella había salido. Tenía el afligido Mundo puesta por los pechos por tal manera que parecía estar herido y atravesado con ella. En torno de la saeta estaba escrita una letra que decía:

La muerte con su saeta
ha herido lo encarnado
y yo muero desesperado.


     De la manera que habéis oído venía el muy triste Mundo acompañado de sus malos servidores cubiertos de largas y tristes ropas de luto. Y como llegó ante el real trono, bajando de su triste carro, entró y, con debido acatamiento hecho, se sentó en los estrados en el lugar acostumbrado en contra de las desterradas doncellas, con alterada voz començó de decir estas palabras.

     Habla el Mundo a la divina Justicia.

     Poderosa y rigurosa Justicia, la mudable y ciega Fortuna, enemiga de la ajena prosperidad, ha vuelto su variable y inquieta rueda contra mí, tornándome de alegre triste y convirtiendo mi holgança y descanso en afán y trabajo, el reposo en congoja, el regocijo en desesperación, el señorío en subjección, la potencia en flaqueza, la fama en infamia, la honra en deshonra, el valer y tener en pobreza y menosprecio, los púrpuros y dorados vestidos en negros, muy tristes y amarillos paños, la preciosa corona en huesos y calaverna de los sepultados y, finalmente, ha trocado mi delicada y viciosa vida por muchas y muy tristes muertes de las cuales me veis rodeado. Bien creo, divina Justicia, que conoces que siento lo que tú puedes y lo que yo debo. Lo que tú has de sentenciar y lo que yo tengo de obedecer, lo que tú has de mandar y lo que soy obligado a pagar. Tú me quitarás la alegría y por eso yo me he abraçado con la tristeza. Tú me privarás de la esperança de vivir y yo me he vestido de desesperación. Tú usarás de rigor y yo vengo vestido de encarnado. Tú traes una espada medio sangrienta para me quitar la vida, yo traigo mil, todas sangrientas, para recibir mil muertes. Ya tanto amo la muerte como solía querer la vida, tan contento soy con la pobre y pequeña sepultura como con el rico y espacioso imperio. Tanto quiero la compañía de los nobles pasados, y ya muertos, como la de los vivos y viciosos. No me es menos agradable oír sentencia con que me destierren de esta vida que ver un mandato con que me restituyesen mi reino y mando. Igualmente deseo ir al lugar donde tengo de morir que volver por el camino que vine. La muerte es solo consuelo a los afligidos y la angosta sepultura refugio a los atribulados. Si hasta aquí pedía dilación, agora te reprehendo de perezosa. Aparejado estoy. Comiença de leer la sentencia y manda luego ejecutar la pena.

     Estas fueron las postreras palabras que habló el afligido Mundo; las cuales no eran bien acabadas, cuando la sabia y misericordiosa Justicia con reposadas palabras, dijo de esta manera:

     Habla la Justicia al Mundo.

     ¡Oh sabio y viejo Mundo!, quisiéralo Dios que hubieras gastado en virtuosas obras tu gran saber y tus ancianos días y no en hediondos y abominables vicios, porque tú te salvaras y yo no te condenara. Tú fueras tenido por bueno y estas desterradas doncellas no te acusaran por malo, tu memoria no feneciera y tu fama siempre fuera creciendo. ¡Oh, viejo experimentador! ¿cómo no supiste, siendo tan sagaz y astuto, escoger para ti lo bueno y huir de lo malo, abraçar la virtud y huir el vicio? ¡Oh, cuán gran mal es el pecado de la soberbia en los grandes y generosos varones! los cuales, como se ven en un poco de mando, como tú, Mundo, luego les encara el vicio de la mala soberbia y piensan que no hay otro superior ni otro Dios que les pida cuenta de sus tiranías y maldades y con este error, creyendo que no hay quien de ellos tome enmienda de lo mal obrado, danse a todo género de vicios y corren por la maldad a rienda suelta hasta que, dejando de usar de esta miserable vida y desamparando la viciosa carne, tienen a este Campo de la Verdad con innumerable multitud de vicios, donde son acusados de estas doncellas llamadas virtudes, porque de su compañía las desterraron y por tiranos y viciosos; por lo cual, por mí son sentenciados a muy rigurosa, espantable y perpetua muerte. Oye, ¡oh sagaz Mundo! pues lo has merecido. Mira que éste ha de ser el pago de tus deleites y pasatiempos. Mira bien y verás el cabo de ellos tan áspero y riguroso que te pesará por haber nacido. Mira, mira, que toda esa tristeza que con tus negros, tristes y lúgubres paños muestras, es como imagen o sombra, de la pena que te mandaré dar y de la áspera y amarga muerte que has de recibir y gustar, y del espantable lugar donde ha de ser tu perpetua sepultura.

     Con estas palabras la divina doncella puso fin a su hablar y, tomando en sus manos el proceso, començó de leer la sentencia:

     Sentencia de la poderosa Justicia contra el Mundo.

     Hallarnos, atento lo procesado, que las desterradas doncellas probaron bien y cumplidamente su intención y acusación y que el soberbio y muy vicioso Mundo no probó sus excepciones y defensiones, ni cosa que de culpa le excusase ni de pena le relevase; por lo cual, le mandamos privar y privamos de todo el orbe de la tierra con los en ella vivientes, lo cual todo tenía tiranizado y usurpado y le despojamos y habemos por despojado de todo ello; y asimesmo, le quitamos el falso señorío que tenía sobre los coraçones de los hombres y, por cuanto nos constó de enormes y innumerables crímenes y excesos que cometió, sin dejar algún género ni especie de abominable vicio de experimentar, mandamos que su persona sea llevada en su triste carro, como agora aquí vino a esta audiencia, por las manos de Penalo y sus caballeros a la alta peña de la Aguda Punta y que de allí sea despeñado hasta el hondo y espantable Valle de Tristura, en el cual sus despedaçadas carnes sean sepultadas en un temeroso sepulcro de perpetua pena y de eterno olvido. Otrosí, mandamos restituir y restituimos a las desterradas doncellas con su honra a la propia tierra, de la cual fueron injustamente desterradas, y mandamos a los racionales hombres moradores de ella que las reciban, con la veneración que son obligados, en su compañía, guardando las antiguas y virtuosas leyes que entre ellos había estatuidas y aprobadas y desechando el duro cautiverio y áspera servidumbre que los abominables vicios sobre ellos tenían. Así queremos que se guarde y cumpla todo lo contenido en esta nuestra sentencia, pronunciada por boca de la Justicia y en juicio; y así lo mandamos, ordenamos y declaramos, pronunciamos y sentenciamos en estos escritos y por ellos.

     Así como fue pronunciada la sentencia por la boca de la divina Justicia, la mesma mandó al caballero Penalo, sumero ejecutor, que entrase con su compaña en los estrados, donde le entregó al sentenciado y afligido Mundo, mandándole que con diligencia le llevase en su enlutado carro a la torre de la custodia, donde con vigilancia le guardase lo que restaba del día y la siguiente noche, entre tanto que lo necesario para ir a la peña de la Aguda Punta se aparejaba. Y así ordenado, luego otro día lo llevase a buen recado sobre su negro y triste carro a la alta y aguda peña y ahí llevase a debida ejecución la sentencia en la manera y forma que en ella se contenía. Para lo cual le dio todo su poder, así como a mero ejecutor en aquel caso.

     No fue perezoso el caballero Penalo que, haciendo el debido acatamiento, entró con su compaña a los estrados y tomando de ahí al afligido y descolorido Mundo lo puso sobre su negro carro en el cual fue llevado a la fuerte torre de la custodia. Después que el sentenciado Mundo fue llevado por los diez caballeros, la poderosa Justicia, volviendo su habla y hermoso rostro a las desterradas doncellas, las començó de hablar en esta manera:

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