Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

ArribaAbajo

Capítulo LXXI

Cómo la Muerte llegó a los campos de Italia y de lo que la avino con un capitán y su gente de guerra.

     En un día, en aquella hora que los verdes y olorosos caminos con la nueva luz del claro sol se alegraban, la encruelecida Muerte, cabalgando sobre la venenosa y nunca cansada sierpe, un amarillo pendón tendido, su guadaña al hombro, entró por los fértiles y belicosos campos de Italia, por aquella parte que un general capitán con grande y bella gente de armas y galana y bulliciosa infantería su real asentado, haciendo de los frutíferos campos morada. Pues como la espantable Muerte tal compañía vio en que podía bien hartar su saña, començó desde lejos a esgrimir fuertemente y con no creída ligereza la cortadora y amolada guadaña; lo cual, como la belicosa y valerosa gente vido, no pudo tanto que sus esforçados coraçones, forçados con mucho temor, no diesen clara señal del concebido miedo, enviando varias colores a sus descubiertos rostros y temblando con sus cuerpos en tanto grado que las armas meneadas hacían un triste sonido.

     El esforçado y valeroso capitán, viendo lo que jamás en su gente y campo había visto, y el nuevo espanto y temor que a su coraçón no vencido había llegado, y la cruel Muerte ante sus ojos, sacando de flaqueza fuerças, tendió sus pasos contra la espantosa Muerte y saliéndola al camino, delante de su armada y amarilla gente, dio principio a lo que se sigue:

     Habla de un general capitán a la Muerte.

     No des tanta priesa, espantosa Muerte, a nuestra perdición. Atiende un poco y óyeme dos palabras. La cruel fama de tu no pensada venida ha puesto la tierra en grande estrecho y tus sangrientas obras espantan los moradores de ella y tus nuevos hechos os destruyen y apocan. Tu guadaña los corta y tu cruel sierpe los despedaça. ¿Qué quieres más, sino que sólo oír tu nombre los pone en términos de perder la vida? Ni mi juicio alcança por qué lo haces, ni mi entendimiento lo puede acabar de entender, ni aun el pensamiento basta para lo pensar. Si lo haces por ser temida, no tienes necesidad de llevar al cabo lo començado, porque yo te juro, por la orden de caballería, que es tanto el temor que tienen los hombres a tu venida y tan temorizados están los vivientes oyendo tus obras, que no hay hombre fuerte que de sola tu memoria no huya y se espante y aun a veces pierda el sentido. Mira bien esta gente que es la más valerosa y esforçada que agora vive sobre la tierra, pero yo te hago cierta que jamás oyeron tu nombre que no perdiesen las colores, mostrando de fuera lo que el coraçón encubre de dentro. Y aun hay entre ellos tales que de ti se acordando pierden con el temor las picas y no se pueden aprovechar de sus arcabuces, y perdiendo las fuerças y esfuerço no se pueden aprovechar de sus mesmas armas, y esto ser así al presente lo has bien visto, que están que no parecen sino temorizadas ovejas delante del león o del lobo. Mira bien que más embalsamados cuerpos, que no vivos parecen. Ora pues, sí quieres que en la tierra te teman los vivientes no los mates todos, porque quede quien te tema, ca si a todos los encierras en las tristes y llorosas sepulturas, no habrá allá alguno que se espante de oír tu nombre como lo tememos acá; y si lo haces por los pecados de los hombres, contentarte debes con lo hecho, porque razón es que perdones a la multitud de la gente, porque si a todos dieses fin no habría a quien aprovechase este tu castigo, y más se podría llamar perdición y destruición que no corrección, ni se podrá llamar enmienda de lo errado sino gran crueldad y estrago.

     Especialmente debes haber piedad de estos generosos y hazañosos soldados, si algunos has de perdonar, porque éstos conservan los papales paños y los imperiales estados. Estos hacen que los reyes, reinos y otros poderosos hombres no se alcen ni rebelen contra sus señores y superiores. Estos son causa que teman los malos y conserven en paz los buenos. Estos vengan los tuertos y deshacen los agravios. Estos tienen segura en quietud la república. Estos quitan los corsarios, los ladrones y robadores de sobre la tierra, dándolos crueles muertes con sus aceradas espadas. Si éstos no estuviesen en campo, ni el Papa tendría quietud en su silla ni el emperador paz en su imperio, ni el labrador andarla seguro en su heredad, ni el rústico pastor en su aprisco, ni el regocijado leñador en el monte, ni el caminante en el camino, ni el codicioso mercader en su tienda, ni el marinero por la mar, ni el estudioso letrado en su estudio, ni el escribano en su escritorio, ni el clérigo en su iglesia, ni el devoto fraile en su monasterio, ni la monja en su encerramiento, ni la virginidad en las doncellas, ni la lealtad en las casadas, ni el esfuerço en los mancebos, ni el consejo en los viejos, ni el escudero en la casa de su señor, ni el alcaide en su fortaleza, ni el caballero en el campo. El padre mataría al hijo, el codicioso hermano robaría al hermano, el primo trataría traición al primo, y finalmente el mundo andaría revuelto, la lealtad se perdería, la virginidad se corrompería, la amistad se convertiría en mortal enemiga, la paz se quebrantaría y las disensiones y guerras se doblarían. La tierra se asolaría, los templos se desharían y la fe se renegaría y las gentes habrían desastrado fin. Todos estos grandes daños excusasen estos soldados.

     Ora pues, considera, ecua Muerte, si pido justo que a éstos dejes vivir, puesto que a todos los vivientes hubieses de hacer morir, no se encienda tu ira, no se caliente tu gran saña contra ellos. No les muestres enemiga, dales algún privilegio más que a los otros. Mira que todos son mancebos y que será gran perdición enviarlos su florida juventud a la sepultura y que cortándolos con tu guadaña de la vida cortas la flor del mundo. Por allá matabas viejos con mancebos y niños con mugeres, pero aquí destruirás la fuerça de la gente y acabarás la gran virtud y fortaleza de los coraçones. Mira bien lo que haces y piensa lo que te pido y no descuides de lo que de este hecho puede suceder. No cometas con furor lo que te pesará después que en ti haya cesado la cruenta saña. Vey lo que te parece y dime lo que piensas y acuerdas de hacer.

     Estas fueron las palabras que aquel valeroso y esforçado capitán hablo a la espantosa Muerte, la cual respondió de esta manera:

     Responde la Muerte al capitán.

     Belicoso y animoso capitán, yo no me ocuparé tanto en gastar palabras por dar lugar a las obras. Bien tienes blasonado de tus soldados y alabadas sus virtudes. Yo te digo en verdad que si los vicios se perdiesen en la tierra, que en tu real, entre tu guerrera gente, se hallarían; porque dado que ellos sean causa, lo que yo no sé, que otros desechen los vicios y sigan la virtud, ellos siempre obran maldad. ¿Cómo quieres tú que yo perdone a los que no perdonan a sus prójimos? Ante dándoles crueles muertes roban a sus sucesores lo que de ellos legítimamente heredaban y les venía. Y no solamente despojan a los enemigos de las vidas y las haciendas pero aún a los amigos, y que en sus propias moradas los acogen, maltratan, comen y roban lo que tienen. Por lo cual hallo yo que éstos son más crueles que yo, porque yo, si mato, mi propia propiedad es dar muerte y así no soy de culpar, pues uso de aquello para que fui de los hombres por su pecado y culpa hallada. Pero ellos fueron criados para, como animales racionales, conservar unos a otros la vida y hácenlo al contrario, que quitan la vida y roban la hacienda. Yo, aunque les doy la muerte, no les tomo su hacienda que ahí lo dejo para los sucesores y herederos. Concluyendo, digo que soy venida a quitar los viciosos de sobre la tierra, y pues yo hallo en esta tu gente más reniegos, más blasfemias y más vicios que en otra alguna, justo es que los borre del libro del vivir.

     Diciendo estas palabras, la rabiosa Muerte quísolos acometer, pero el sagaz y sabio capitán, rogándole le oyese, començó de decir de esta manera.

     Habla el capitán a la Muerte.

     Mira, desaconsejada Muerte, lo que haces, y piensa bien si saldrás con lo que piensas començar. Mira y considera cuán belicosa gente es esta. Solos estos bastan [para] poner en armas toda la tierra y aun subjetarla o destruirla, tan bien como tú. Jamás pusieron cerco sobre castillo, villa, ni ciudad que se les pudiese defender, ni ejército en campo los osó atender. Los reyes y los altos hombres los honran y los bajos los [temen]. El emperador, a quien ellos sirven de grado y él los da sueldo y substenta, los cura de coraçón, porque no solamente substentan su honra y imperio pero aun le aumentan y ensanchan el señorío. Todo esto les viene por la gran bondad y esfuerço de sus personas y mayor fortaleza de sus braços. Piensa pues, Muerte, con quién tomas contienda y dónde trabas palabras con belicosa compañía y sin padrinos. Tomando a estos por enemigos a toda la tierra injurias y todos los vivientes te serán contrarios. Ultra de esto ellos están de propósito, y tú creo que ya lo has sentido, si con ellos por bien no haces paz, o a lo menos tregua, de te dar cruel guerra y se te defender en batalla. Di lo que pienses hacer, que veis ya están a punto, y yo cierto creo que no ganarás nada en esta batalla, porque tú pensarás de quitarles las vidas y ellos darán a ti y a tu venenosa sierpe la rabiosa sepultura.

     Estas palabras dijo el animoso capitán a la encruelecida Muerte, la cual con gesto más espantable que no airado respondió con pocas palabras y largos hechos:

     Habla la Muerte al capitán.

     ¡Oh hombre de poco valor y muy pecador, ejército flaco y débil compaña! ¿pensávades de os defender de mis insuperables golpes con fieros de cobardes hombres? ¿Y cómo no tenéis sabido que el alto y el bajo, el grande y el chico, el mayor y el menor, el Papa y el sacristán, el Emperador y el pastor con sus grandes y poderosos estados están sujetos a mis leyes y no pueden huir de ser blanco y terrero de mi mortífera saeta, ni pueden excusar de ser cortados con mi acerada guadaña?

     Acabando de decir estas palabras, con crecida furia y espantoso meneo, moviendo su ligera y empoçoñada sierpe, començó, con no pensada ligereza, arrebatando el capitán con su guadaña en dos partes, de rodear la temerosa cabaña, la cual en torno, hecha una muela, estaba, las picas hacia fuera, como quien espera toro o otro fiero animal; pero la cruel y espantosa Muerte, después de los haber rodeado dos vueltas, por donde más fuerça vido, arremetió con su osada fiera, arrojando mortales y descompasados golpes con su muy cortadora guadaña. Cortaba picas, deshacía cosoletes, falsaba trançados arneses y derrocaba lucientes escudos, cortaba hombres, segaba piernas, mancaba braços, deshacía cabeças.

     De esta manera, como la temida muerte hubo deshecho, desbaratado y acabado la vanguardia, vino sobre ella la retaguardia a buscar su total destrucción, soltando contra ella y su furiosa sierpe la artillería gruesa y muchos arcabuzes y jugando de las picas. Pero aquélla, que nada podía empecer, sin aguardar tiempo, con mayor furia arremetió y entró por ellos, pisando y maltratándolos con su cruenta sierpe, la cual, sin mucho se detener, pasaba por ellos. De ellos tropellaba, otros mataba, otros con sus agudas uñas deshacía. Tan bien se ayudaban las dos, la Muerte cortando y la fiera sierpe despedaçando, que en pequeño rato estaban aquellos herbosos campos tan sembrados de muertos cuerpos del grande ejército, que apenas la encruelecida y rabiosa sierpe podía andar la vía que otra vez había andado, tantos eran los pedaços de los muertos soldados que ahí habla. De esta manera anduvo la cruel batalla muy trabada y mal partida la mayor parte de aquel día; pero en fin, la fatal Muerte, con la ayuda de su cruel sierpe, dio cabo de todo el grande y belicoso ejército, sin dejar hombre de pie ni de caballo, que privándole de la dulce y amada vida no le llevase a perpetua y rabiosa sepultura.

Arriba